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Voluntariado y Participación. El Involucramiento y Experiencias de Jóvenes en un Proyecto Social Comunitario en Yucatán, México
Voluntary Work and Participation. Involvement and Experiences of Young People in a Community Social Project in Yucatan, Mexico
Voluntariado e Participação. O Envolvimento e Experiências de Jovens em um Projeto Social Comunitário em Yucatán, México
Mediaciones, vol. 20, núm. 32, pp. 78-95, 2024
Corporación Universitaria Minuto de Dios

Artículo de Investigación

Mediaciones
Corporación Universitaria Minuto de Dios, Colombia
ISSN: 1692-5688
ISSN-e: 2590-8057
Periodicidad: Bianual
vol. 20, núm. 32, 2024

Recepción: 18 Julio 2023

Aprobación: 05 Febrero 2024

Cómo citar: Castillo, C., Rocío, C., & Quiroz, R. (2024). Voluntariado y Participación. El Involucramiento y Experiencias de Jóvenes en un Proyecto Social Comunitario en Yucatán, México. Mediaciones, 32(20), pp.78-95.

Resumen: La acción social voluntaria de las personas jóvenes guarda interrelación con la formación de ciudadanía, contribuyendo a la paz positiva a partir de acciones basadas en solidaridad, empatía, altruismo y responsabilidad política para hacer frente a múltiples situaciones de injusticia. Desde la mirada de la comunicación participativa, este artículo analiza el involucramiento y experiencias de un grupo de jóvenes en acciones de voluntariado social, en un centro comunitario de una localidad rural e indígena de alta marginación. Las personas jóvenes expresan que su participación enriqueció su desarrollo personal; les llevó a adquirir información y aprendizajes significativos; a generar vínculos interpersonales valiosos; a desarrollar habilidades de comunicación y trabajo en equipo; a su vez, destacando la importancia de este tipo de actividades para el encuentro consigo mismos y con el otro. La participación en el proyecto social comunitario propició el desarrollo de un sentido de integración y crecimiento personal, lo cual sitúa a estos jóvenes en su condición de ciudadanos y constructores de una cultura de paz, lejos de los estigmas y etiquetas que usualmente les colocan las sociedades adulto-céntricas.

Palabras clave: Voluntariado Social, Jóvenes, Comunicación para la Paz, Comunicación Participativa.

Abstract: The practice of voluntary social work of young people is interrelated with the formation of citizenship, contributing to positive peace through actions based on solidarity, empathy, altruism and political responsibility, in order to confront social injustice. From the perspective of participatory communication, this article analyzes the involvement and experiences of a group of young people who volunteer for social work actions, within a community center in a highly marginalized rural and indigenous locality. Young people express that their participation enriched their personal development; led them to acquire significant information and learning, to generate valuable interpersonal links; to develop communication and teamwork skills; all while highlighting the importance of this type of activities for meeting with themselves and with the other. Participation led to the development of a sense of integration and personal growth, which places these young people in their condition as citizens and builders of a culture of peace, far from the stigmas and labels that societies usually place on them.

Keywords: Voluntary Work, Youth, Communication for Peace, Participatory Communication.

Resumo: A ação social voluntária dos jovens está interligada com a formação da cidadania, contribuindo para a paz positiva através de ações baseadas na solidariedade, na empatia, no altruísmo e na responsabilidade política para enfrentar múltiplas situações de injustiça. Na perspectiva da comunicação participativa, este artigo analisa o envolvimento e as experiências de um grupo de jovens em ações de voluntariado social, num centro comunitário numa localidade rural e indígena altamente marginalizada. Os jovens expressam que a sua participação enriqueceu o seu desenvolvimento pessoal; levou-os a adquirir informações e aprendizagens significativas; a gerar vínculos interpessoais valiosos, a desenvolver competências de comunicação e de trabalho em equipa; também, destacando a importância deste tipo de atividades para o encontro consigo mesmos e com o outro. A participação no projeto social comunitário conduziu ao desenvolvimento de um sentido de integração e crescimento pessoal, que coloca estes jovens na condição de cidadãos e construtores de uma cultura de paz, longe dos estigmas e rótulos que as sociedades centradas nos adultos costumam colocar- lhes.

Palavras-chave: Voluntariado Social, Juventude, Comunicação para a Paz, Comunicação Participativa.

Introducción

Compartimos un mundo que en el siglo XXI se caracteriza por un alto grado de interacción, que precisa considerar las problemáticas sociales y ambientales de manera conjunta. Las acciones individuales, las políticas locales y regionales impactan también lo que sucede en otros lugares del planeta. En esta conciencia, la UNESCO (2016) plantea la necesidad de generar ciudadanías que puedan garantizar un mundo pacífico, más justo y seguro, que haga posible no solo sostenibilidad, sino también tolerancia e inclusión. Implica el educar para comprender y solucionar problemas en sus dimensiones políticas, sociales, culturales, económicas y ambientales en el marco de una Educación para la Ciudadanía Mundial (ECM). Dentro de los escenarios donde se verifica esta ECM, la UNESCO identifica a las iniciativas dirigidas por jóvenes a través de la acción voluntaria, a la que llegó a nombrar “una riqueza invisible”, dado que ha observado que la actividad desinteresada con víctimas en zonas de conflicto, ha contribuido a reinventar la cohesión social en los territorios en los que el tejido social ha sido lesionado, ya sea por conflictos bélicos, por migración, pobreza y más (UNESCO, 2001).

Para García (2019), el voluntariado es una forma de acción social basada en conductas de colaboración, ayuda y solidaridad, visibles en la historia de la humanidad desde siglos atrás. Mirando hacia el pasado de Occidente, podemos observar casos de estas conductas en la doctrina cristiana bajo la categoría de “caridad” como una de las virtudes teologales a conformar por el buen cristiano, consistente en la ayuda a personas necesitadas. El autor describe cómo entre los siglos XI y XIII emergen en Europa las llamadas “cofradías” destinadas a la mutua ayuda en condiciones de adversidad. Posteriormente en el marco del surgimiento de los Estados-Nación, el paradigma cambia hacia la forma de “beneficencia pública”, y con la expansión del capitalismo, y la consecuente polarización económica de la población, hacia el siglo XIX, se conforman organizaciones filantrópico-asistenciales de capital privado.

La beneficencia pública y las organizaciones filantrópicas coexisten en el siglo XX con la conformación de la seguridad social propuesta desde el modelo de Estado Benefactor, el cual promueve diversas reformas que conllevan beneficios económicos, educativos, en salud, principalmente, a ciertos sectores poblacionales. La crisis económica mundial que estalla en 1982 ha sido considerada como el inicio del declive del Estado Benefactor, y el derrumbe financiero que implicó crea el contexto para la emergencia de un nuevo modelo económico denominado neoliberalismo. La implementación de este modelo significó una reducción notable de beneficios a la seguridad social como se refleja en los numerosos balances críticos realizados al modelo a casi 40 años de su aplicación.

Reygadas (2011), en su análisis sobre las organizaciones civiles en México, ubica a la última década del siglo XX como el momento en que se aprecia un “abandono de las responsabilidades públicas por parte del gobierno” (p. 191) de hacerse cargo y garantizar la vigencia plena de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, traspasando la responsabilidad “a lo que la sociedad pueda aportar voluntariamente” (p. 191), con ayuda de campañas mediáticas y dispositivos de “ayuda voluntaria”. Es de apreciarse la coincidencia temporal entre la expansión del modelo neoliberal y la reducción del papel del Estado Benefactor, lo cual sin duda tuvo incidencia en las diversas “situaciones” de voluntariado, a partir de contextos diversos, propósitos y enfoques de su acción (Thompson y Toro, 2000, p. 28). Ya en el siglo XXI, el voluntariado:

[S]e conforma como uno de los principales fenómenos sociales vinculados a la acción solidaria y al bienestar colectivo, desempeñando un papel muy relevante en el progreso y transformación progresiva de la sociedad y en los cambios de la mentalidad de los seres humanos. (García, 2019, p. 276).

Esta fórmula- acción solidaria + bienestar colectivo- se diferencia notablemente de la seguridad social, la filantropía o la beneficencia pública, en tanto éstas se presentan como generosos ejercicios verticales, en donde quien sí tiene, otorga un beneficio a quien identifica como desposeído, realizando una transferencia de bienes materiales e inmateriales en aras de la justicia social. A diferencia de ello, la fórmula del voluntariado reconoce que su proceder redunda en un bienestar colectivo que toca a las diversas partes que participan en el voluntariado mismo, reconociendo que se acciona sobre un mundo compartido.

La acción voluntaria ha ido cambiando a través del tiempo, particularmente en América Latina. Desde la perspectiva de Thompson y Toro (2000), se ha movido de la mirada “clásica” que asocia voluntariado-caridad-beneficencia, a las que emergieron en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, provenientes de fuertes motivaciones políticas transformadoras, que fueron contribuyendo al cambio social y en consecuencia, a alcanzar conquistas sociales: “hoy quizás los motores más importantes para el desarrollo social en América Latina y esa es tal vez una diferencia importante con otras regiones” (2000, p. 32). Pero, ¿por qué las personas deciden involucrarse en acciones de voluntariado? ¿Qué satisfacciones les producen? ¿Qué obtienen a cambio? ¿Contribuye esto, acaso, en la construcción de una sociedad mejor, más pacífica o más armónica?

Para comprender mejor en qué medida estas acciones voluntarias pueden contribuir al desarrollo de la ciudadanía y la cultura de paz, nos propusimos como objetivo describir el involucramiento de jóvenes en un proyecto social comunitario en Canicab, Yucatán, México, y analizar el sentido que le dan a la experiencia que de ahí se genera.

Uj-ja’ síijo’ob

Canicab es una localidad rural situada a 25 km al oriente de Mérida, México. Su territorio se fue empobreciendo progresivamente por el monocultivo del henequén y en el siglo XXI su población migra pendularmente en busca de empleo a ciudades de mayor tamaño. Ahí se ubica el Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob, fundado en el año 2012 por un grupo de docentes de la Universidad Autónoma de Yucatán. En un principio, el centro pretendía ser un espacio de interpretación etno-ecológica para la educación de niños y niñas (Castillo y Mijangos, 2015), pero debido a las importantes dificultades para el aprendizaje de habilidades escolares básicas, y al interés de las madres en subsanarlas, se tornó en un espacio alfabetizador y educativo donde tres veces a la semana coincidían niños y voluntarios para desarrollar lectura, escritura, matemáticas y, a continuación, actividades lúdicas. La oferta de actividades se fue diversificando tanto por el interés de los niños como de las personas voluntarias que deseaban compartir algún área de saberes. Se llegaron a ofrecer talleres de ecología, piñatas, bordado, radio, fotografía, sexualidad, violencia de género y más. En su primer año, el Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob contó con un apoyo del Programa de Pequeñas Donaciones del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), pero en los años posteriores funcionó a partir de trabajo voluntario. Entre 2012 y 2018 este centro comunitario recibió la visita de aproximadamente 200 jóvenes, procedentes de diferentes regiones del país y del extranjero, gracias a cuyo involucramiento, Uj-ja’ síijo’ob pudo subsistir en su tarea de apoyar al cambio social en un contexto de alta marginación de una comunidad rural e indígena.

Cultura y Comunicación para la Paz

En localidades como Canicab, subsumidas en las carencias educativas y problemas de marginación, es posible identificar cuestiones de violencia estructural que fácilmente se traducen en violencia directa. Los conflictos entre los menores que asistían al centro comunitario eran, en un inicio, muy frecuentes, y una de las preocupaciones del centro comunitario, a la par de otras cuestiones educativas, fue desarrollar formas de comunicación no violenta que facilitaran la generación de lazos de solidaridad entre los participantes y un entorno pacífico que facilitara el desarrollo (Castillo, 2018).

Según el análisis histórico que hiciera Checa (2014), los estudios de paz emergieron de la preocupación por los conflictos internacionales, pero se han ido conformando como una interdisciplina aplicada que requiere de las aportaciones de múltiples miradas. Ya desde la Segunda Guerra Mundial, María Montessori (1998) había señalado la necesidad del desarrollo de estudios en el tema de paz a partir de la integración de una multiplicidad de disciplinas.

Galtung (2003) distingue entre una paz negativa, como ausencia de violencia y guerra, y una paz positiva que reconoce la inevitable existencia de conflictos y las condiciones para su transformación (que no solución). Pero más allá de ello, la paz positiva se relaciona con un estado armónico basado en la justicia y la igualdad. La armonía, la justicia, la igualdad no son algo que se vea naturalmente en el día a día, son fines que precisan ser construido, no en el ámbito personal, sino en el ámbito de la interacción. En esta interacción es donde se construye la ciudadanía, tal como lo define Martín Barbero (2010). Para el autor, la ciudadanía se asocia al reconocimiento recíproco de los integrantes de una sociedad, y esto solo es posible mediante la comunicación. En un contexto de mutuo reconocimiento, es posible hablar, escuchar y ser escuchado ejerciendo, a la vez, el derecho a informar y ser informado. Ser visto y ser oído equivale a existir y a contar socialmente hablando. Ser ciudadano implica esta presencia.

Es justo añadir que solo en el mutuo reconocimiento es posible la existencia de un espacio público, dado que lo público es, a fin de cuentas, lo que tenemos en común, lo que compartimos. Entre los actores de lo público está el Estado; que conforme se fue debilitando a finales del siglo XX dio pie a visibilizar la relevancia de la sociedad civil en la construcción de lo social-público. El Estado, dice Martín Barbero (2010), debe ser el garante de la igualdad de los que son diferentes; es ese el desafío de la democracia; y en el contexto de la construcción de lo social, es preciso el progresivo borramiento de las jerarquías, de las inequidades. Así, la participación es otro elemento indispensable para construir ciudadanía, democracia y paz.

Los espacios compartidos son vitales, pero no cualquier espacio, sino aquellos en los que se hace presente la diversidad, lo heterogéneo. Habermas (1982), desde su pensamiento europeo, identifica estos espacios como “esfera pública”; pero pensar en una “plaza” es quizá un modelo más certero para entender lo público desde América Latina. La plaza de mercado, por ejemplo, ha sido descrita por Martín Barbero (1981) como un espacio de alta densidad comunicativa, considerando a la comunicación en sus múltiples dimensiones (visual, auditiva, táctil, olfativa, gustativa, etc.). Un espacio público es el lugar para los disensos y consensos; donde se presentan ideas, se argumentan, se analizan, se valoran. Estando ahí la comunicación, en un sinfín de conversaciones se cocinan las acciones. Así, ha sido también el espacio del centro comunitario donde han confluido una gran diversidad de personas, en su mayoría jóvenes, de diferentes contextos sociales, territoriales y educativos.

Este contacto de lo diferente suscita la interacción y la construcción de intersubjetividades indispensables para la construcción de paz, en una serie de intercambios que “se acercan al proceso de comunicación desde la concepción del saber cómo comprender” (Nos et al., 2008, 8). Es decir, el propósito de los intercambios, cuando se trata de construcción de paz, es la comprensión del otro: de su ser, de sus ideas, de su circunstancia. En la plaza pública se ejerce la criticidad y se deja abierta la posibilidad del diálogo; se deja siempre un espacio para la palabra del otro. Se reconoce el conflicto, pero como una oportunidad de aprendizaje. En aras de la comprensión, se genera entre los interlocutores una solidaridad comunicativa que conlleva vínculos desde la confianza. Esta solidaridad construye un escenario de confianza que posibilita escuchar en plenitud y a la par de ser escuchado.

El concepto de solidaridad comunicativa es propuesto por Vicent Martínez Guzmán (en Cortés, 2016) a partir del pensamiento de Emmanuel Lévinas, y es descrito como “una categoría prescriptiva que remite a una metodología dialógica inclusiva orientadora de procesos democráticos de toma de decisiones colectivas” (p. 79). Esta solidaridad implica dejar abierto un espacio para la opinión del otro, sobre todo cuando el tema en discusión tiene que ver con su ser y puede afectar su dignidad en cualquiera de sus dimensiones (corporal, jurídica, cultural). Implica, entonces, redimensionar el ejercicio de escuchar que, siguiendo a Jorge Martínez Ruiz (2012):

La escucha profunda, el escuchar sincero supone eliminar cualquier sometimiento o subordinación. Toda hegemonía cultural o económica, explícita o latente, transparente u opaca, espiritual o material debe ser superada para que el escuchar ocurra. El respeto, como dicen los Raramuri, no puede ser unilateral (p. 172).

La escucha y la solidaridad comunicativa requieren del otro diferente con el cual se pueda construir una intersubjetividad. Pero regresando a Martínez Guzmán (en Cortés, 2016), cuando no hay tal cosa aparece la violencia, entendida como la cancelación de toda posibilidad de solidaridad comunicativa, y la paz con la progresiva construcción de intersubjetividades que requiere, no del contacto de lo idéntico, sino por el contrario de la presencia de lo heterogéneo; y para heterogéneo, decíamos, la plaza, lo público ahí está.[1]

Nos, Seguí-Cosme y Rivas (2008) consideran en el contexto contemporáneo, que la sociedad se ha ido replegando cada vez más a los espacios privados, y las “nuevas plazas” se han mudado a los contextos virtuales. Señalan, que, dado que la acepción más importante de la palabra comunicación refiere a compartir, el internet se manifiesta como el medio más adecuado para la comunicación de los movimientos por la paz; sin embargo, difundir no es compartir. En cambio, sí consideramos que la cultura de paz requiere de una construcción en el espacio público fuera de casa. Coincidimos con ellos en el papel que juega la ciudadanía que se mueve en los espacios públicos en la construcción de paz, y en que en los movimientos por la paz se manifiestan como un voluntariado real en la figura de un impulso colectivo.

La comunicación para la paz, señalan, se genera en los discursos que concurren en el espacio público, en lo heterogéneo, sobre todo, en lo heterogéneo cultural. Apuntan también a la meta de una ciudadanía global, cuestión que quedará pendiente por argumentar en este texto. Agregan:

En este sentido, las formas de comunicación para la paz persiguen una eficacia comunicativa evaluada en términos socioculturales y transformativos. Es decir, una eficacia socio/cultural que contribuya a una interacción social que promueva una progresiva reconfiguración cultural (pp. 12-13).

Esta asunción lleva implícita la idea de cultivar relaciones pacíficas entre los seres humanos. Por ello, señalan, la comunicación para la paz apunta hacia una eficacia educativa que deslegitime progresivamente la validación que se hace de la violencia y la injusticia, y llegue a modificar la cultura, es decir, se aspira a la construcción de una cultura de paz. En el sentido propuesto por Eloísa Nos-Aldás y Alessandra Farné (2020), se espera que la construcción de intersubjetividad y solidaridad comunicativa consigan una “eficacia cultural” que opere como “paradigma de una Comunicación para la paz y el Cambio social”.

La Condición Juvenil en este Contexto

La condición juvenil de las personas voluntarias, que participan en los proyectos sociales del centro comunitario, nos emplaza a reflexionar sobre las sociedades adulto-céntricas de las cuales provienen y en las que se desarrollan. Esta clase de sociedades, que caracterizan al mundo contemporáneo, lejos de construir discursos sociales de paz, históricamente han venido ejerciendo una retórica de desprecio hacia el papel que tienen las juventudes en la construcción de la ciudadanía, democracia y paz. Las sociedades adulto-céntricas se caracterizan por otorgar a los adultos el poder y el control (Bourdieu, 1990), no solo en el ámbito económico sino también en lo político y lo social, lo cual se ejerce mediante relaciones de dominación entre grupos de edad dispar. Desde este posicionamiento, Quiroz (2014) observa que las representaciones dominantes de lo juvenil en México con frecuencia etiquetan a esta población como “jóvenes-problema”, adjetivando muchas sus prácticas juveniles como “desviadas”, “delictivas”, “desestabilizadoras” o de “riesgo”. A la par, les considera sujetos tutelados, es decir, se les ancla en la categoría de “menores de edad”, y esta condición los mantiene como sujetos subalternos al mundo adulto, dificultando el ejercicio de su autonomía, aun cuando hayan alcanzado la mayoría de edad. Desde la mirada del poder y del control, los jóvenes también han sido vistos como seres vinculados a la guerra y a la violencia directa; o mejor dicho, han sido reclutados para ello, restándoles reconocimiento en otros ámbitos sociales. Pero ¿qué tanto asumen los, las, les jóvenes este rol vinculado al poder y la violencia? Nos parece que hay evidencias en sentido contrario, que hay una gran cantidad de jóvenes constructores de paz. Nuestros resultados dan cuenta de ello.

Entendiendo al Voluntariado Social

¿Qué significa ser voluntario en un proyecto social comunitario? Se trata de una temática de difícil tratamiento debido a la propia definición del término (no es unívoco) y a la carencia de datos confiables para cuantificar la dimensión y alcance del trabajo voluntario en múltiples países (Thompson y Toro, 2000), y en particular en México (Laca et al., 2013). Pero, en medio de esas dificultades, se han encontrado ciertos elementos que permiten saber qué no y qué sí contribuye a definir el término. Laca, Espinoza y Mayoral (2013) consideran que es un comportamiento prosocial de carácter planificado, que generalmente se desarrolla dentro de una organización, que beneficia a otras personas, a otros seres vivos o al medio ambiente en general, y que representa un costo personal enorme en tiempo y energía. Posiblemente muchos voluntarios estarán de acuerdo con ello. Los voluntarios no esperan recompensa económica alguna por el trabajo que hacen, y regularmente orientan sus acciones hacia personas que al principio les son desconocidas (Dávila y Díaz, 2005).

Otros autores, como Thompson y Toro (2000), señalan que no es posible considerar a los voluntarios como “un conjunto social homogéneo, identificable y medible fácilmente”. En cambio, se puede considerar como:

[U]n conglomerado no fácilmente clasificable de situaciones en las que los seres humanos demuestran, de disímiles maneras, su amor por la humanidad, su altruismo, su conciencia y responsabilidad política y social, sus pretensiones de ubicarse socialmente, o bien la única alternativa posible frente a situaciones como catástrofes o emergencias ambientales (Thompson y Toro, 2000, p. 28).

De manera que entendemos que no hay un voluntariado con características comunes, sino diversas situaciones de voluntariado (Thompson y Toro, 2000, p. 28), tal y como nos ofrece la experiencia del Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob. No obstante lo heterogénea que pueda ser esta práctica solidaria, se coincide en identificar la empatía y el altruismo como elementos claves del comportamiento voluntario, y observan que está directamente vinculado con la satisfacción vital (Dávila y Díaz, 2005), y el estado de bienestar social (Laca, Espinosa y Mayoral, 2013). Respecto del bienestar social, hay dos elementos que contribuyen principalmente a la construcción del voluntariado: la integración social, que refiere a la medida en que el individuo siente su pertenencia a la sociedad y percibe que tiene algo en común con otras personas de su entorno social; y la contribución social, que evalúa qué tanto un individuo se siente un miembro útil, capaz de aportar algo valioso a la sociedad. En este sentido, el voluntariado aporta así mismo a la integración social en contextos más abarcadores, y a la autoafirmación del individuo respecto de su acción en el mundo.

De alguna manera, resulta que la acción voluntaria no solo beneficia directamente a terceros, sino que repercute también positivamente en la situación vital de quien ofrece ayuda. La satisfacción de la persona respecto de la propia vida tiene una relación directa con el voluntariado en dos sentidos. Por un lado, la satisfacción vital vincula a la persona con el voluntariado en una doble dirección, tiene que ver con la decisión de involucrarse en este tipo de proyectos, y por otro, la participación tiende a modular los niveles de satisfacción vital. Las personas voluntarias tienen en promedio un nivel de satisfacción medio-alto respecto de su propia vida, que se ve incrementada conforme más tiempo se involucran en este tipo de actividades, pero no en cualquier actividad. Dávila y Díaz (2005) mostraron en su investigación, donde participaron 401 voluntarios de 29 organizaciones diferentes, que se sienten mejor quienes se involucran en voluntariados de tipo socio-asistencialistas, que aquellos que se involucran en voluntariados medioambientales. Ellos explican que el voluntariado socio-asistencialista implica, de alguna manera, el integrarse a una comunidad, el sentirse arropado por los demás, disponer de una red social de apoyo, elementos que repercuten positivamente en el grado de satisfacción vital.

A decir de García (2019), el voluntariado:

[S]e concibe como un vehículo idóneo para combatir las injusticias sociales con decisión y valentía, denunciar las insolidaridades y comprender y actuar en consecuencia desde una perspectiva integral sobre los profundos problemas estructurales y sociales a partir de los cuales se precisa actuar en el momento presente de crisis económica y en un futuro próximo no excesivamente alentador. (p. 276).

Comunicación, Cambio Social y Participación

Dentro de los proyectos sociales comunitarios desarrollados en el Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob, tanto el enfoque de la comunicación para el cambio social, como el modelo de la comunicación participativa, han sido fundamentales. Entre los aportes que nos ofrece el campo de la comunicación para el cambio social, es que se interesa por las transformaciones en la vida de las personas, constituidas en grupos, comunidades u organizaciones. Siguiendo a Del Valle (2007), el modelo de comunicación participativa permite entender el proceso de toma de decisiones entre los involucrados en la experiencia de la acción social del voluntariado, conscientes de que el concepto de participación implica a las relaciones de poder y a la noción de democracia, que es posible apreciar en las capacidades auto-organizativas de los participantes voluntarios y sus dinámicas socioculturales en el proceso. Así pues, estas personas se pueden concebir como agentes de cambio y encuentran en el diálogo y el debate los caminos para “decidir lo que son, lo que desean y cómo pueden obtenerlo” (Del Valle, 2007, p. 123)

En adición a lo planteado, Gumucio y Tufte (2008) han sistematizado aquellos rasgos distintivos que definen a la comunicación para el cambio social como “un proceso de diálogo y debate basado en la participación y en la acción colectiva, a través de la cual la propia gente determina lo que necesita para mejorar sus vidas” (p. 23). Esto significa que en ambos planteamientos se enfatiza en los procesos de comunicación que las personas desarrollan en su vida social; en el componente de la democracia, el respeto, así como la noción de justicia social. Hay una sintonía entre la comunicación para el cambio social y la comunicación participativa (Gumucio y Tufte, 2008, p. 23) y una vinculación histórica entre ambas perspectivas.

Perspectiva Metodológica de la Experiencia

Como hemos señalado, los jóvenes voluntarios del Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob, objeto de nuestro estudio, participaron en diversos proyectos sociales entre 2012 y 2018. Apoyadas en Ander-Egg y Aguilar (1997), hemos definido a los proyectos sociales como un conjunto de actividades concretas e interrelacionadas entre sí; que se realizan con el fin de producir determinados bienes y servicios; capaces de satisfacer necesidades o resolver problemas. Significa ordenar un conjunto de actividades que combinan recursos humanos, materiales, financieros y técnicos con el propósito de obtener un determinado objetivo o resultado. La atención de esas necesidades y problemas sociales a partir de reconocer que la comunidad entiende mejor su realidad que los “expertos” ajenos a ella (Gumucio y Tufte, 2008), ha exigido trabajar con métodos participativos en los diferentes proyectos sociales. Geilfus (2009) los define como aquellos que se utilizan en forma grupal, ofrecen mejores resultados de forma interdisciplinaria, se aprende con y de la gente, permiten un aprendizaje rápido, progresivo e iterativo; la información cuantitativa y cualitativa obtenida representa las condiciones existentes en el campo; permiten la “triangulación” de los resultados, posibilitan la participación y empoderamiento de la comunidad, y tienen al diálogo como el método fundamental.

Esta es la dinámica que ha servido de marco a las acciones que los jóvenes voluntarios desarrollaron en el centro comunitario. En este caso, la construcción de la participación en las actividades tuvo que ver tanto con las necesidades e intereses de la comunidad de Canicab, como con los intereses, capacidades y propuestas de los propios voluntarios

Para acercarnos a la experiencia de estos jóvenes, se hizo primero una revisión de la base de datos del Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob. De ahí se obtuvo información cuantitativa recopilada a lo largo de seis años que se sistematiza, mediante estadística descriptiva, en las Figuras 1 y 2 de este artículo, y corresponde a la procedencia geográfica y disciplinar de los jóvenes que participaron en el proyecto entre el 2012 y el 2018.

De esta población, se seleccionó como muestra a 76 jóvenes, quienes estuvieron participando en el centro comunitario por un mínimo de dos semanas y un máximo de seis años apoyando las actividades. Esta muestra excluía a estudiantes de posgrado; ya que, si bien colaboraban altruistamente en las actividades generales de Uj-ja’ síijo’ib, su interés primordial se centraba en sus propias investigaciones académicas más que en participar como voluntarios.

Se contactó a los 76 jóvenes vía correo electrónico solicitando que compartieran su experiencia durante su estancia en el centro comunitario bajo una sola pregunta abierta: ¿Qué experiencias y aprendizajes significativos te llevaste de tu participación en el Centro Comunitario? Ante esta solicitud, en un periodo de una semana obtuvimos las respuestas de 22 jóvenes, quienes se constituyeron en las personas que aportaron los datos empíricos cualitativos, analizados e interpretados en este trabajo.

Resultados: Los Jóvenes Voluntarios en el Centro Comunitario

Dávila (2014), en coincidencia con Fresno y Tsolakis (2011), encuentra que en países europeos el voluntariado de personas mayores se ha incrementado en los últimos años, pero también ha aumentado paulatinamente el número de estudiantes universitarios; lo cual resulta significativo ya que los jóvenes han sido “un grupo de edad que tradicionalmente se ha asociado a la práctica de este tipo de actividades” (p. 57). En coincidencia con lo anterior, la mayoría de los voluntarios del centro comunitario han sido estudiantes universitarios.

Hemos dicho que alrededor de 200 jóvenes estuvieron involucrados en el centro comunitario en el periodo analizado. Conviene aclarar que, aun cuando la mayoría eran estudiantes y la invitación a sumarse al trabajo voluntario se hizo desde instancias educativas, muchos no recibieron créditos académicos por su participación en las actividades acordadas. En los casos en que cumplieron con alguna actividad académica (por ejemplo, la realización de alguna tesis), las acciones en las que participaron iban más allá de lo que su programa académico marcaba, como sentarse a hacer sumas con los niños en el caso de una investigación sobre fotografía.

Los resultados del estudio indican que los voluntarios presentaban diversos perfiles que incidieron en el tipo de involucramiento. En el caso de los estudiantes universitarios, un poco más de la mitad lo hizo cumpliendo un requisito para determinada asignatura que les establecía en su acreditación el involucrarse en alguna actividad de trabajo “voluntario”. Las personas que llegaron para hacer de manera forzosa trabajo “voluntario” difícilmente se comprometieron más allá de algunas pocas visitas. En cambio, la parte que llegó al centro comunitario, siendo o no universitaria, sin esperar obtener algún crédito o cumplir con un requisito, son quienes permanecieron más tiempo colaborando, incluso años. Entre ellos se encuentran jóvenes de la propia comunidad.

De los 76 jóvenes voluntarios que participaron de forma consistente, la mitad se vinculó al centro comunitario por mediación de programas de verano de investigación (verano Jaguar-UADY, verano de la Academia Mexicana de las Ciencias, verano de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, verano de la Universidad Intercultural de Tabasco) y proyectos de fomento a las vocaciones científicas (proyecto Savia); o bien por recomendación de algún amigo o profesor universitario.


Figura 1

Frecuencia de adscripción o no a algún tipo de programa (proyecto Savia o distintas modalidades de verano de investigación)

Fuente: elaboración propia

El tipo de voluntariado que realizaron es aquel caracterizado por Dávila y Díaz (2005) como “socio-asistencial”, dirigido a diversos grupos de edad: adultos de ambos sexos, mujeres de diversas edades, adolescentes y niños; en actividades primordialmente educativas a través de talleres, jornadas de trabajo (por ejemplo, recolección de desechos sólidos) y visitas a guiadas (a sitios arqueológicos y parques ecológicos). En ocasiones las actividades fueron propuestas por los niños y personas de la localidad, en otras por las propias personas voluntarias, y en ambos casos las dos partes coincidieron en que querían participar en las actividades.

El 76% de las personas que colaboraron fueron mujeres y el 24% hombres, lo cual coincide con lo observado por Dávila y Díaz (2005), quienes en su investigación mostraron cómo en los voluntariados de tipo socio-asistencial hay un mayor porcentaje de mujeres involucradas (en su investigación el 69%) mientras que en los voluntariados de tipo ambientalista es más frecuente encontrar más varones (en su investigación 78%).

En el caso que nos ocupa, los primeros que se incorporaron a las actividades integraban un grupo de seis varones de la propia localidad, acompañados de un grupo de voluntarias y voluntarios de las facultades de Ciencias Antropológicas y de Educación de la Universidad Autónoma de Yucatán. Su labor consistió en entrevistar a adultos mayores de la zona respecto de sus conocimientos y prácticas relacionados con la botánica. De estos seis jóvenes de Canicab, uno ha continuado trabajando como parte del equipo coordinador de las actividades de Uj-ja’ síijo’ob.

Respecto de la procedencia, se observa una mayor participación de personas de las localidades más cercanas, comenzando por Mérida, seguida de Villahermosa, Tabasco, y el propio Canicab en tercer lugar. Pero también hubo participación de lugares tan lejanos como Miami o Chicago. Dada la filiación de los profesores que coordinan el proyecto, la mayoría de quienes eran estudiantes universitarios provenían de disciplinas sociales y humanísticas, principalmente del campo de la comunicación. También hubo estudiantes de biología y recursos naturales que colaboraron.


Figura 2

Frecuencia respecto de la ciudad de procedencia

elaboración propia.

Las Experiencias de los Voluntarios

En las experiencias compartidas por los 22 jóvenes más consistentes en sus prácticas de voluntariado, emergieron cuatro campos temáticos relevantes: información y aprendizajes cognitivos; desarrollo personal; vínculos, comunicación, interacción y trabajo en equipo; y encuentro con el otro y consigo mismo. A continuación, se describen estos campos.

Información y Aprendizajes Cognitivos

Nuevos conocimientos, intercambio de aprendizajes y saberes, escenarios reales de aprendizaje, interacciones y comprender al “otro” constituyen la columna vertebral de este campo temático. Las personas voluntarias señalaron que aprendieron mejores técnicas para buscar información, desde bibliográficas hasta interaccionales. También desarrollaron habilidades para el intercambio de información que se extendió en los vínculos de las redes sociales virtuales. Los conocimientos adquiridos fueron muy diversos y se relacionan con los ámbitos de la vida cotidiana: cocina, sustentabilidad, flora, fauna y plantas medicinales.

Tuve la experiencia de conocer una gran variedad de plantas medicinales, normalmente las veía, pero no sabía si curaban alguna enfermedad.

· Es una experiencia muy significativa el estar conviviendo con otras personas y aprender de ellas, eso es lo más valioso, intercambiar aprendizajes.

· Los momentos que dedicamos a la teoría, tuvieron mayor significado porque se combinaron con las actividades diarias que implica un verdadero trabajo de campo.

· Me ayudó a comprender diferentes contextos, considero que me he llevado mucho con el intercambio de saberes.

· Conocer diversas formas de vida.

· Aprendí que hay mucho conocimiento en una comunidad, conocimiento que puede ser aprovechado por la misma comunidad, sin embargo, falta un poco de apoyo para organizar las formas de compartir ese conocimiento.

· Aprendí mucho acerca de la realidad de la vida de la gente real que vive en las comunidades que conforman la mayor parte de la población de nuestro estado. Aprendí de primera mano muchas cosas acerca de la cultura real que se vive en las familias y comunidades, y de cómo esta cultura da forma a la vida y las interacciones de las personas en todos los niveles y ámbitos sociales. Y le da forma de unas maneras muy duras e impactantes, que yo no sabía y que no hubiera podido conocer en su totalidad y profundidad de otra manera que no fuera por la propia experiencia.

Desarrollo Personal

Los elementos centrales encontrados en este campo, hacen referencia a la inclusión y la tolerancia, la interculturalidad, el desarrollo de competencias comunicativas, la confrontación entre el individualismo y las prácticas colaborativas, la autoafirmación y la autoeficacia. Aquí, los participantes expresan que la estancia en el centro comunitario, la relación con las personas que habitan en Canicab, la confianza que se depositó en su propio trabajo, la interacción con otras personas voluntarias, el cariño de los niños con quienes trabajaron, impactaron de manera importante en diversos ámbitos de su desarrollo personal, entre ellos el desarrollo de habilidades básicas para la interacción. Sobre todo, manifestaron que la experiencia los motivó a seguir desarrollándose y en algunos casos reafirmó sus vocaciones profesionales. Frecuentemente calificaron la experiencia de “inspiradora”.

El acercamiento y convivencia con las adolescentes, me reafirma el amor a la profesión sobre trabajar, investigar y convivir más sobre esta etapa de la vida.

· Con base al trabajo realizado me motiva a formarme como educadora, la cual ejerzo en la actualidad.

· Gracias a esta experiencia surgió la inspiración de prepararme académicamente para algún día poder implementar proyectos tan importantes y cálidos como lo es en la comunidad de Canicab. Una comunidad donde la gente se distingue por su nobleza y gran corazón.

· Lo primero que me deja trabajar en comunidad es desarrollar más tolerancia. También me ayudó mucho al desarrollo de habilidades de interacción, ya que las cosas deben manejarse con tacto y no todos piensan de la misma manera, por lo que un mensaje puede transmitirse de distintas maneras.

· Opino que estos conocimientos y experiencias me han ayudado a crecer no solo en el área profesional sino también como persona.

· A nivel personal, me permitió aclarar muchas cosas acerca de mi visión del mundo y mi relación con los demás. Me considero en una mayor coherencia entre mis ideales y mi forma de llevarlos a cabo. Ahora apuesto más por la paciencia y el intercambio cuando hay disenso.

· Crecer como persona en todos los aspectos, el afecto por parte de los niños era mi motivación, además del buen trato y amabilidad de mis compañeros y todos los que formaban parte del proyecto.

· Siendo sincera, el centro comunitario ha marcado una pauta importante en mi vida, como estudiante de universidad, como compañera y amiga, como hija y sobre todo como ser humano. Porque ahí he aprendido de los errores y aceptar este hecho como una oportunidad de aprendizaje.

· Recuerdo la semana de verano, cuando dejaron a nuestro cargo las actividades y el cronograma que se llevaría a cabo. Enfrentamos conflictos para organizarnos, pero estos eran solucionados con diálogo. Y hasta la actualidad encuentro esto como la llave que permite encontrarnos con el otro y comprender su mundo, y el porqué de sus decisiones y acciones.

· Antes de participar en el proyecto y de estar en Canicab tenía una forma de ver la vida en la cual lo material era primordial, y siempre mostrando una actitud de indiferencia para con los demás, pero al convivir con personas de una comunidad de bajo recursos hice conciencia que las personas no valemos por lo que tenemos sino por lo que somos, que todos somos seres humanos que merecemos el mismo respeto sin distinción alguna, que, si bien en ocasiones ayudar al prójimo no genera una ganancia económica, si da una satisfacción espiritual; por lo que en la actualidad siempre busco ayudar al que tiene menos.

Vínculos, Comunicación, Interacción, Trabajo en Equipo

En estas experiencias de voluntariado primó el interés hacia los participantes, concibiéndolos como personas (tanto receptores como voluntarios). Esto llevó a todos a esmerarse en favorecer aquellos comportamientos y actitudes a favor de los vínculos afectivos. Para las personas voluntarias la participación implicó convivencia, alegría, solidaridad. Desarrollaron habilidades para trabajar en equipo en un ambiente libre de estrés y orientado por la celebración del trabajo colaborativo. En este gozo del encuentro, los habitantes de la propia localidad jugaron un papel fundamental. Los participantes fueron recibidos por adultos y niños de Canicab con cariño, paciencia y alegría.

· El compañerismo que fue algo fundamental para mí, nunca fui tratado diferente a los demás me trataban con respeto, solidaridad

· Lo más significativo fue el valor de las amistades que ahí hice.

· Se aprende a trabajar en equipo y sobre todo a involucrar a los alumnos en nuevos proyectos para la sociedad, considero que es algo importante, porque al salir al campo laborar lo que se busca es la interacción y sobre todo la colaboración en diferentes comunidades.

· Aprendí el valor y la potencia del trabajo en equipo, pues cuando se reúnen las personas que de verdad quieren trabajar para realizar acciones que conduzcan hacia esos cambios, y se organizan efectivamente sus talentos y capacidades, se pueden enfrentar y superar una sorprendente cantidad y variedad de obstáculos. Por supuesto que no es fácil, pero no es imposible.

· Fueron muchas experiencias tales como: el trabajo en equipo, la comunicación, la relación con los niños y las señoras de la comunidad, la convivencia, los vínculos afectivos, el trabajo que se realiza con todos los habitantes de la comunidad, la vinculación del centro con la comunidad, etc. Tener la oportunidad de participar en el centro comunitario fue muy enriquecedor y aleccionador.

· Fue una gran experiencia el haber participado en el proyecto social, pero la mayor y mejor experiencia fue convivir con los habitantes de Canicab, los cuales nos recibieron con mucha cortesía, y de forma especial don Víctor junto con su esposa quienes nos abrieron las puertas de su casa y compartieron el pan con nosotros, enseñarle a los demás lo poco o mucho que sabemos fue muy bueno; el haber ayudado a los habitantes que tenían algunos problemas jurídicos fue muy gratificante al momento de darles las asesorías y solucionar algunos de los problemas planteados. En pocas palabras puedo decidir que Canicab me cambió por completo.

· Me llevé muchos valores, sobre todo la empatía, generosidad, amabilidad, entre otras. Además de las amistades que logré con los niños y niñas de Canicab.

· A nivel profesional, es el espacio en el que he experimentado la otra comunicación. Me he adentrado junto a los niños y a las señoras en el mundo aplicativo de la comunicación para el cambio social. Con eso me di cuenta de que aún hay mucho que me falta por aprender para participar en procesos justos de comunicación. Mis estrategias comunicativas son ahora diseñadas pensando mucho más la respuesta del otro.

El encuentro con el otro y consigo mismo

El hecho de que las personas voluntarias procedieran de muy diversos contextos para participar en actividades educativas con personas del pueblo maya, implicó en principio un choque cultural que a veces fue una experiencia muy fuerte para ellas y ellos, pero que terminó siendo una invaluable oportunidad para valorar la propia cultura y la de los otros, lo que contribuyó a romper estigmas y propiciar una comprensión mutua.

· Conocer personas de otros estados e incluso países. Intercambiar información con personas extranjeras.

· Aprendí a valorar nuestras raíces, a las personas lindas como ustedes que se pueden ocupar en realizar proyectos para los más necesitados.

· Me gustó interactuar con la gente de la comunidad y conocer su manera de pensar y de vivir.

· El Centro Comunitario me permite explorar maneras de establecer relaciones con gente diferente a mí, así como me permite observar mis acciones de una manera crítica, pues cada día que voy estoy en la posibilidad de aprender algo nuevo.

· Es una experiencia muy significativa el estar conviviendo con otras personas y aprender de ellas, eso es lo más valioso, intercambiar aprendizajes. En lo particular me dejó un aprendizaje significativo al conocer diversas formas de vida y sobre todo darme cuenta que es de suma importancia apoyar a otras personas para que tengan una mejor calidad de vida y tener un desarrollo integral.

Conclusiones

La experiencia del Centro Comunitario Uj-ja’ síijo’ob con jóvenes voluntarios de diferentes lugares de procedencia, (mayoritariamente universitarios nacionales, pero con una significativa presencia de jóvenes de Canicab), nos permite concluir que, en esa diversidad de experiencias y prácticas para realizar acciones voluntarias, fueron capaces de participar de forma organizada en un proyecto social comunitario que les permitió desarrollar sentido de integración, solidaridad, empatía, altruismo y crecimiento personal; todos ellos elementos constitutivos del voluntariado socio-asistencial. Nos parece que lo aquí mostrado da evidencia de la creación de solidaridad comunicativa a partir de la ampliación de la comprensión cultural de los interlocutores. En este encuentro se amplían las zonas de intersubjetividad indispensables para una comunicación para la paz.

Es posible afirmar que con este tipo de voluntariado han aprendido a través de experiencias directas e indirectas que ayudar tiene beneficios tangibles e intangibles no solo para quien recibe la ayuda, sino para quien la ofrece. Han generado una conciencia y una preocupación empática respecto a quienes necesitan ayuda. Tienen claridad respecto de las necesidades de otros y consideran que son, no solo capaces, sino que tienen la responsabilidad social de proporcionar ayuda. Es decir, que la acción solidaria propicia el bienestar colectivo.

Uno de los aprendizajes más relevantes tiene que ver con conocer a la otredad, y la relación consigo mismo respecto a esta última. Las personas voluntarias manifestaron que a partir de ahí es posible aprender unos de los otros y valorar los saberes que cada quien posee. Como se muestra en los comentarios de las y los voluntarios, de alguna manera la comunicación estuvo orientada hacia la comprensión del sí mismo, del otro, y del encuentro. También estas experiencias les desarrollaron un sentido de mayor integración social, expresado en sentimientos de tener algo en común con las otras personas participantes y con la comunidad, y de sentirse útiles y capaces de aportar algo valioso.

El uso de una metodología participativa desde la comunicación para el cambio social en los diversos proyectos en los que se involucraron, fortaleció su noción de participación con una perspectiva horizontal, democrática, sustentada en el respeto y en la toma de decisiones colectivas. Confiamos, como investigadoras, que, en el regreso a sus entornos sociales y culturales, parte de estos jóvenes podrán continuar con su acción voluntaria, motivados por la experiencia en Uj-ja’ síijo’ob, y con ello poner en serio cuestionamiento las etiquetas de “apolíticos, egocéntricos, indiferentes y materialistas, y (…) poco implicados cívicamente” (Dávila, 2014, p. 58) que con frecuencia se les aplica dada su condición juvenil, desde las sociedades adulto-céntricas a las que pertenecen.

Esta investigación también nos muestra que, lejos de los prejuicios, la exclusión y el silenciamiento de las juventudes, de manera sutil, los jóvenes voluntarios se conforman como actores relevantes del cambio social a través de la construcción de la ciudadanía en espacios públicos de participación, mediante los cuales están conformando una cultura de paz con diversas formas de organización colectiva; entre ellas, diversas formas de voluntariado, que son a la vez práctica, enseñanza y aprendizaje para la construcción de solidaridad comunicativa.

A partir de estas conclusiones, consideramos que las reflexiones hechas por los y las jóvenes que participaron en los proyectos del centro comunitario nos han mostrado su heterogeneidad, y con ella sus capacidades para dialogar, debatir, hacer trabajo colaborativo, interrelacionarse dentro de un colectivo plural en ideas y valores, esforzarse en comprender al otro en medio de las diferencias culturales, todas ellas experiencias positivas para la formación de ciudadanos portadores de una cultura de paz.

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Notas

[1] Este texto no niega que la violencia tenga componentes tanto explícitos (directos), como simbólicos y estructurales (siguiendo la propuesta de Johan Galtung, 1998), pero no tiene el propósito de abordar las causas estructurales de la violencia; el nivel de análisis en el que se enfoca es la construcción intersubjetiva de relaciones pacíficas.

Información adicional

Cómo citar: Castillo, C., Rocío, C., & Quiroz, R. (2024). Voluntariado y Participación. El Involucramiento y Experiencias de Jóvenes en un Proyecto Social Comunitario en Yucatán, México. Mediaciones, 32(20), pp.78-95.

Procedencia: Este artículo presenta los resultados del proyecto denominado “Identificación de ejes de orden comunicológico en experiencias de educación no formal en una localidad neo-rural maya yucateca”. Proyecto financiamento por la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán, México. Las autoras declaran no tener conflicto de interés.



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