Dossier
Recepción: 28 Agosto 2021
Revisado: 10 Septiembre 2021
Aprobación: 17 Octubre 2021
Publicación: 16 Diciembre 2021
Resumen: Se analiza la relación entre economía y pandemia por Covid-19, a partir del debate que cursa a nivel internacional respecto de la crisis civilizatoria que ha develado el fenómeno pandémico. Se revisan las opiniones de teóricos sociales sobre las características de esta crisis y los caminos probables de salida de ésta. Luego se caracteriza la pandemia como un hecho social total y se describen los fundamentos epistemológicos de este concepto y su relación con la multideterminación del pathos viral. Posteriormente se debate alrededor de las formas de subjetividad que son propias del capitalismo tardío y las nuevas producciones de sujeto derivadas de la influencia del fenómeno pandémico, especialmente sobre el proceso salud/enfermedad/atención. Finalmente, se describen las características específicas del desarrollo económico chileno en su fase neoliberal, su influencia en el diseño de las políticas públicas con las que se ha abordado la pandemia y la participación de ambos en la producción de subjetividad. Se concluye que la pandemia por Covid-19 es un componente estructural del capitalismo en su versión necroneoliberal y genera formas diferenciadas de afectación biopsicosocial, cultural, económica, social, política y medioambiental en correspondencia con las inequidades de clase, género, étnicas, generacionales, territoriales y ecológicas. Así ha sido en Chile, país donde las políticas sanitarias contra el virus operan con un enfoque economicista y no salubrista.
Palabras clave: Neoliberalismo, Pandemia Covid-19, Necropolítica, Proceso salud/enfermedad/atención, Subjetividad.
Abstract: The relationship between the economy and the Covid-19 pandemic is analyzed, based on the debate that is taking place at the international level regarding the crisis of civilization that has revealed the pandemic phenomenon. The opinions of social theorists on the characteristics of this crisis and the probable ways out of it are reviewed. Then the pandemic is characterized as a total social fact and the epistemological foun-dations of this concept and its relationship with the multidetermination of the viral pathos are described. Subsequently, there is a debate around the forms of subjectivity that are typical of late capitalism and the new subject productions derived from the influence of the pandemic phenomenon, especially on the health/disease/care process. Finally, the specific characteristics of Chilean economic development in its neoliberal phase, its influence on the design of public policies with which the pandemic has been addressed, and the participation of both in the production of subjectivity are described. It is concluded that the Covid-19 pandemic is a structural component of capitalism in its necroneoliberal version and generates differentiated forms of biopsychosocial, cultural, economic, social, political and environmental affectation in correspondence with class, gender, ethnic, generational inequities. territorial and ecological.
Keywords: Neoliberalism, Covid-19 Pandemic, Necropolitics, Health/illness/care process, Subjectivity.
Resumo: A relação entre a economia e a pandemia de Covid-19 é analisada, com base no debate que está ocorrendo em nível internacional sobre a crise de civilização que revelou o fenômeno pandêmico. As opiniões dos teóricos sociais sobre as características dessa crise e as prováveis saídas dela são revisadas. Em seguida, a pandemia é caracterizada como um fato social total e são descritos os fundamentos epistemológicos desse conceito e sua relação com a multideterminação do pathos viral. Posteriormente, há um debate em torno das formas de subjetividade típicas do capitalismo tardio e das novas produções de sujeitos advindas da influência do fenômeno pandêmico, especialmente no processo saúde/doença/cuidado. Por fim, são descritas as características específicas do desenvolvimento econômico chileno em sua fase neoliberal, sua influência no desenho das políticas públicas com as quais a pandemia foi abordada e a participação de ambos na produção de subjetividade. Conclui--se que a pandemia de Covid-19 é um componente estrutural do capitalismo em sua versão necroneoliberal e gera formas diferenciadas de afetação biopsicossocial, cultural, econômica, social, política e ambiental em correspondên-cia com as desigualdades de classe, gênero, etnia, geracional. ecológico.
Palavras-chave: Neoliberalismo, Pandemia Covid-19, Necropolítica, Processo saúde/doença/cuidado, Subjetividade.
I.- Introducción
Cursa hoy un debate mundial respecto del modelo civilizatorio en desarrollo a nivel planetario bajo la hegemonía del neoliberalismo. Se discute la relación existente entre la economía y la irrupción de una tragedia sociosanitaria como la pandemia por COVID-19, que problematiza y hace objeto de crítica al ethos neoliberal y la desvalorización de la vida humana. El nuevo virus y su acelerada expansión global tiene su origen en la racionalidad que subyace a las formas de acumulación emergentes en el capitalismo avanzado a partir de los años 70, cuya característica esencial es la intensificación de las contradicciones en la fórmula capital/trabajo, con el resultado de un aumento de las condiciones de explotación de los trabajadores, la irrupción de nuevas formas de colonialismo sobre el Hemisferio Sur global y la depredación de la naturaleza en límites que ponen en peligro extremo la vida en el planeta.
En este contexto histórico-político es que emergen en el debate a nivel de las ciencias sociales y las humanidades conceptos como necropolítica y necroneoliberalismo (Mbembe, A., 2020;Valencia, S., 2010) psicobiopolítica (Han, B-C., 2015; Lazzarato, M., 2013, 2020), psicósfera (Berardi, F., 2016) y reaparecen otros como capitalismo salvaje (Bernabé, D., 2021), neoviralismo (Nancy, J.L., 2020), que ponen el acento en las relaciones que tienen los procesos socioeconómicos con la subjetividad moderna, con los sistemas contravalóricos que le son propios y el lugar crítico que ha llegado a ocupar en el sistema-mundo la protección de la vida humana y de la naturaleza en general.
Las estrategias de afrontamiento de la pandemia por las políticas públicas de los Estados en la región de América Latina -y en Chile, en particular- están dominadas por una concepción economicista más que salubrista, lo cual ha incidido en costos severos para las condiciones de vida de los ciudadanos más precarizados por el sistema y con efectos también complejos para su salud física y mental. Situaciones como el confinamiento prolongado, la pérdida del trabajo y el aumento de la pobreza, la perturbación de la vida cotidiana del sistema familiar, el alza de las tasas de incidencia de trastornos mentales, etc. facilitan la producción de importantes cambios a nivel de la subjetividad social.
Por otra parte, emergen con la pandemia nuevas formas de control de los cuerpos mediante la incorporación, a nivel de sectores masivos de población (millones de ciudadano/as), de instrumentos de vigilancia tecnológica sostenidos desde la administración gubernamental del Big data, como está sucediendo en China, Corea del Sur y, en forma algo más incipiente en los países de la región, con objetivos primariamente sanitarios pero que están implicando la vigilancia total de multitudes desde las estructuras de poder, en los marcos de las economías neoliberales. Estos mecanismos novísimos de biocontrol también participan muy activamente en la producción de subjetividades y requieren de un análisis crítico.
En el presente trabajo llevaremos estas discusiones internacionales al plano de las características que ha adquirido la pandemia en la realidad chilena en relación con el sujeto social, considerando epistemológicamente a este pathos como un “hecho social total” más que como un proceso meramente epidemiológico y biomédico. Analizamos los efectos de la necroeconomía sobre la subjetividad moderna posicionados teóricamente en la perspectiva del “sujeto histórico”, de la dialéctica sujeto individual–sujeto social que nos propone el materialismo histórico: un sujeto entendido como constituyente del proceso histórico, actor social que funda su entidad ontológica en la práctica, en su participación determinante en la creación y recreación de sí mismo, la sociedad y la propia naturaleza; de modo que esa praxis da cuenta de su relaciones materiales con el mundo al que pertenece, particularmente, de sus relaciones sociales. Este sujeto hace la historia solo en la medida de su participación como “acción humana”, es decir, como actividad humana “sensible”, que está condicionada por dichas relaciones sociales (Marx, K., 1972; Solano, M., 2009). En tanto filosofía de la praxis, se entiende como práctica de individuos reales frente a sus condiciones materiales concretas de existencia. Como bien señala Candioti, se trata de una “subjetividad primariamente práctica”, claramente distinta y fundante, que condiciona a su complemento irrenunciable, la “subjetividad teórica” (Candioti, M.; 2011).
II.- El modelo civilizatorio ¿en crisis?
Desde los inicios de la pandemia producida por el virus SarCov-2 cursa un intenso debate, inaugurado principalmente por teóricos europeos y latinoamericanos, respecto de las consecuencias políticas, sociales, económicas, medioambientales y socio-sanitarias que está dejando la pandemia a nivel planetario; la patogenización de la existencia a partir de sus consecuencias biopsicosociales sobre la población mundial estaría dando cuenta de la precariedad de las condiciones de vida a las que nos estaría llevando el neoliberalismo en tanto sistema-mundo y modus vivendi de la humanidad. La cuestión es que la explicación profunda de la pandemia por COVID-19 desborda el ámbito de la biomedicina e involucra los procesos sociales que están en la base, lo que no es tan novedoso puesto que desde siempre las pestes han sido un punto de imbricación entre procesos naturales y sociales.
La idea de crisis civilizatoria se funda en el hecho que la multideterminación de este pathos arranca desde el campo de las determinaciones más generales y estructurales del actual sistema de vida, es decir, hay una línea de causalidades que tiene como condición necesaria la existencia de una serie de fenómenos de tipo biológico y como condición suficiente las relaciones sociales. Al respecto, Alain Badiou, analizando la situación epidémica en Europa, critica el abundamiento de sinrazones con las cuales se pretende validar una lógica de la tragedia, que soslaya la cuestión fundamental, cual es la primacía de los intereses económicos por sobre la vida humana. Dice Badiou respecto de estos especuladores: (...) O están exasperados en el punto de que el “yo primero”, la regla de oro de la ideología contemporánea no tiene ningún interés, no ayuda e incluso puede aparecer como cómplice de ‘una continuación indefinida del mal ́. Parece que la prueba epidémica disuelve en todas partes la actividad intrínseca de la Razón, y obliga a los sujetos a volver a los tristes efectos (misticismo, fabulaciones, oraciones, profecías y maldiciones) que en la Edad Media era costumbre cuando la peste barrió los territorios. (...) Una epidemia es compleja porque siempre es un punto de articulación entre las determinaciones naturales y sociales. Su análisis completo es transversal: debemos captar los puntos donde se cruzan las dos determinaciones y dibujar las consecuencias. Bajo el control de esta contradicción, los estados nacionales tratan de enfrentar la situación epidémica respetando al máximo los mecanismos del Capital, aunque la naturaleza del riesgo los obliga a modificar el estilo y los actos de poder. (Badiou, A.; 2020)
Tratándose de una grosera intrusión de los procesos sociohistóricos en la biósfera, la pandemia alcanza una posición epifenoménica respecto del curso que están adquiriendo los proyectos civilizatorios de la modernidad. Entre las irracionalidades producidas por cuenta de la pandemia están ciertos discursos belicistas que convocan a la ciudadanía a una “guerra” contra el virus, que transforman el SarsCov2 en actor social, hominizado y autonomizado en una función destructiva de la especie humana. Desde la Razón, si es aplicable un concepto de “guerra” pareciera necesario problematizar la cuestión de quién es y dónde está el “enemigo” que nos convoca a la batalla. Los teóricos del fracaso civilizatorio protagonizado por el neoliberalismo nos invitan a identificar “las causas de las causas” del drama sanitario que afecta a la humanidad -la relación economía/enfermedad, sociedad/naturaleza, genética/epigenética- pues allí se esconde el escenario real de esta “guerra”.
Los discursos irracionales sobre esta mentada batalla por la sobrevivencia de la especie constituyen visiones ideológicas, metarrelatos de un ethos y un logos que reproducen en la subjetividad social una idea mistificada de progreso y desarrollo al mismo tiempo que hacen del virus el chivo expiatorio de sus fracasos. La propuesta es entonces apuntar al complejo campo de las relaciones sociales, particularmente aquellas que se definen desde la producción social, pues es en este plano donde se encuentran parapetadas las estrategias de dominación y explotación que dan (ir)racionalidad al sometimiento implacable de la naturaleza por los intereses económicos del gran capital financiero. Reformulado el “enemigo principal” en esta guerra sui generisen términos de los poderes e intereses económicos que modelan tanto la vida social como el mundo natural, Slavoj Zizek, tempranamente iniciada la pandemia en Asia y Europa, asegura que la crisis global desatada en una confirmación de la inviabilidad futura del sistema unipolar vigente pues arriesga con llevar los procesos productivos y la acumulación de plusvalía a una condición de sobreexplotación y depredación que se hace incompatible con la vida, no solo humana sino con toda forma de existencia social y biológica sobre el planeta. Sería este estado de cosas lo que ofrecería una oportunidad para asestar un golpe mortal al capitalismo en su fase neoliberal; ilustra esta tesis con una sabrosa alusión al famoso golpe de karate que la Mamba Negra (Uma Thurman) propina mortalmente al Encantador de Serpientes (David Carradine) en el film de Quentin Tarantino Kill Bill. Como se muestra en el film, este golpe directo a la zona torácica es letal y produce la muerte con un retardo de aproximadamente 5 segundos, lo que fuera de dar espectacularidad y suspenso al exitus del malvado tiene un significado de sentencia inapelable, un fatídico llamado del destino. Este hecho hace al autor mirar con optimismo el renacer del comunismo, esta vez liberado de todos sus fallos anteriores.
Dice Zi-zek:
Pero tal vez otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extienda y nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación mundial... ¿No indica todo esto claramente la necesidad urgente de una reorganización de la economía mundial que ya no estará a merced de los mecanismos del mercado? No estamos hablando aquí de un comunismo a la vieja usanza, por supuesto, sino de una especie de organización mundial que puede controlar y regular la economía, así como limitar la soberanía de los Estados nacionales cuando sea necesario. (Zizek, S.; 2020)
El optimismo histórico de Zizek es refutado enérgicamente por Byung-Chul Han, enriqueciendo el debate en torno al futuro de los sistemas-mundo que profitan del neoliberalismo. Para este autor es altamente improbable que la sociedad civil tenga las capacidades para organizar protagonismo ciudadano suficiente en el espacio público como para poner fin a los mecanismos de control social que desde la psicopolítica dominan las subjetividades colectivas; el capitalismo tendrá la suficiente resiliencia como para reformularse y adecuarse a la crisis en curso. No será la fuerza tanática del virus lo que produzca las condiciones objetivas y subjetivas suficientes como para cambiar el mundo. El ethos neoliberal es poderoso en su capacidad alienante, por lo que se requiere imaginar la producción de un sujeto contrahegemónico que surja desde las tinieblas haciendo uso de la RAZÓN, así, con mayúsculas, para convocar a la generación de un nuevo sujeto histórico, premunido de una moral otra, solidaria y de cooperación, que ponga en el centro la preocupación por la vida en el planeta. Se trata de un sujeto genérico, un ser cultural y moral, que está más allá del lugar que ocupa en el campo de las relaciones sociales concretas, que va al encuentro intersubjetivo a partir de sus procesos transformativos individuales:
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana.
Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta. (Han, B-C; 2020).
Instalada la idea del cambio histórico tras la pandemia las opiniones que emergen de la teoría social son múltiples y controversiales, lo cual ha generado un interesante material analítico acerca de las condiciones y posibilidades de emancipación social. Desde nuestra región, Atilio Borón sale al paso de este debate desde la perspectiva del materialismo histórico y sus propuestas para un socialismo del siglo XXI, tema que ha acaparado gran parte de su producción teórica de estos últimos años, preocupado en dar una respuesta a lo que debiera venir para la sociedad humana en el post neoliberalismo (Borón, 2009).
Si bien reconoce que la versión neoliberal del capitalismo es la primera víctima fatal de la pandemia, se distancia de Zizek en cuanto a la supuesta eficacia del golpe a lo Kill Bill y, siguiendo a V. Lenin, señala que este capitalismo solo se desmoronará si se logran acumular y organizar las fuerzas de clase y políticas necesarias para su destrucción. Borón instala la superación de esta formación social por la vía de la lucha de clases, en tanto objetivo consciente de una vasta alianza social y política que se ha propuesto una reformulación del modelo de desarrollo dentro de cada país y, por consiguiente, una transformación de las relaciones sociales (Borón A. , 2020).
La generación de un nuevo sujeto histórico, con vocación emancipatoria, es la alternativa que debiera considerar los riesgos señalados por Zizek cuando habla de “barbarie”, aludiendo a la potencial capacidad del neoliberalismo para replicarse en una nueva fase de hegemonía mundial mediante la violencia social y la sujeción de la subjetividad mediante nuevas variaciones de la psicobiopolítica, las que pueden extenderse, sin asombro alguno, hasta una versión neofascista. En esta bifurcación del camino en la post pandemia, entre una nueva propuesta civilizatoria y la refundación capitalista, Borón interpela al sujeto moderno en cuanto depositario de potencialidad transformativa; distanciándose del pesimismo de Byung-Chul Han, anuncia una etapa de transición hacia el postcapitalismo, que será (...) desigual y combinada, con avances profundos en algunos terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la sanidad y la seguridad social, por ejemplo (...) que tendrá mucho más estado y mu-cho menos mercado, con poblaciones ́concientizadas ́ y politizadas por el flagelo a que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas. (Borón A. , 2020)
La propuesta de una subjetividad emergente, con actitud crítica y transformativa, en opinión de Borón, será la resultante de los profundos procesos de ciudadanización y recuperación del espacio público por quienes padecieron la pandemia, especialmente los más vulnerables y los más perjudicados por el régimen de explotación y dominación. Se trata de actores sociales que recuperaron conciencia de realidad y encararon la crisis con formas propias de afrontamiento, con acciones organizativas y mediante la politización de sus demandas, produciendo valores y principios de vida en comunidad, solidaridad y participación social, intercambio y apoyo mutuo, inclusive en el ámbito emocional y espiritual. Boaventura de Souza Santos abona explícitamente a la idea de que es precisamente la modernidad euro-centrada, capitalista y neocolonial la que dobla la cerviz, impotente ante su propio fracaso, y genera las condiciones para la entrada de un nuevo sujeto en la historia: “Las alternativas entrarán, cada vez con más frecuencia, en la vida de los ciudadanos a través de la puerta trasera de crisis pandémicas, desastres ambientales y colapsos financieros”. (Boaventura, D. S.; 2020).
Las epistemologías del Sur serán las herramientas que orienten nuevas racionalidades y formas de la existencia humana que tomen distancia de los saberes eurocéntricos y de toda forma de patriarcalismo, colonialismo y explotación; será la producción de nuevos conocimientos y la formulación de una concepción distinta de ciencia y realidad, la que emergerá como producto de las luchas de resistencia de los ciudadanos y de las múltiples culturas a las que pertenecen. En este sentido es que De Sousa entiende la “guerra” contra la pandemia, una peste mundial impuesta por el mercado sobre la humanidad y la biósfera, momento de crisis que reposiciona la necesidad de recuperar el planeta para una nueva etapa civilizatoria centrada en la buena vida, en la solidaridad y el respeto.
En esta misma dirección de la crisis social, Franco Berardi ha definido al coronavirus como “virus semiótico”, con capacidad para producir una suerte de “fijación psicótica” que ha llegado a contaminar lo que llama “el cuerpo estresado de la humanidad global” y, junto con ello, ha desencadenado un descalabro, también global, en la economía. Para Berardi la disyuntiva es una reacción defensiva del capital financiero en términos de la imposición de un “control tecno-totalitario”, o bien, la superación de la sociedad del consumo, el endeudamiento y el cansancio por lo que llama “una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico” (Berardi, 2020).
Sobre esta disyuntiva histórica el autor se posiciona cotejando las tensiones internas y externas que evolucionan en los poderosos conflictos eco-nómicos que le subyacen y advierte que después de la crisis pandémica las cosas ya no serán las mismas, lo único que sí está claro es el no retorno al estadio anterior:
Creo que en el próximo año asistiremos al colapso final del orden económico global, que podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica. Un caos que el capitalismo no puede someter. No hay una alternativa política visible en el futuro próximo. Hay revueltas. Las habrá. Pero no se puede imaginar una estrategia política unificante. (Berardi, F.; 2020)
La crisis entró a una etapa de consolidación del desastre mundial en la medida que la sobreexplotación de la humanidad y la naturaleza ha quebrado los equilibrios macrosistémicos y la posibilidad de reproducción básica de las fuerzas productivas, del mismo modo que ha destruido las posibilidades de producir un “metabolismo sociedad/naturaleza” acorde con la supervivencia del planeta (Breilh, 2010), protegiendo y potenciando todos sus elementos constitutivos, materiales e inmateriales. Berardi es lapidario, al mismo tiempo que propositivo: El crecimiento no volverá mañana ni nunca. La Ecosfera terrestre no lo permitirá; no lo está permitiendo. La demanda no subirá, no solo porque el salario va disminuyendo, sino también porque la crisis producida por el virus no solo es económica. Es esencialmente psíquica, mental: es una crisis de las esperanzas de futuro. En esta situación tenemos que imaginar formas de vida autónomas, no económicas, de autoproducción de lo necesario, de autodefensa armada contra el poder, de coordinación informática global. (Berardi, F.; 2020)
Un aspecto sustantivo de este debate posiciona a la subjetividad realmente existente como sujeto/objeto del cambio histórico, de modo que la cuestión de la desarticulación de los procesos de sujeción del sujeto moderno a los mecanismos y fórmulas que lo atan al status quo del escenario neoliberal es una condición para el surgimiento de una subjetividad individual y colectiva no solo con pretensiones emancipatorias sino también con capacidades para avanzar desde los espacios contrahegemónicos y posicionarse activamente frente a los conflictos de poderes e intereses que caracterizan a esta modernidad capitalista, neocolonialista, patriarcal y eurocentrada, como muy bien la caracterizan los teóricos de la decolonialidad (Quijano, 2001) (Wal-sh, 2008). Parodiando la Tesis XI sobre Feuerbach (Marx, 1972), se trata no solo de pensar el cambio civilizatorio sino también de realizarlo.
Particular importancia tiene en esta dirección la desmitifica-ción de ciertos mecanismos de dominación como la gobernabilidad y la gobernanza, categorías que operan de la mano con la idea de “capi-tal humano”, que está en la base de la trasformación del trabajador en capitalista individual (Saidel, 2016).
Esta “identidad capitalista”, impuesta al sujeto desde los procesos de sujeción asociados a la psicopolítica (Han, 2015), tiene un fuerte impacto en el sujeto neoliberal y en su condición ciudadana. Este capitalista individual remite su peculiar capital a su propia condición genofenotípica, a ciertas características de su personalidad y a sus conocimientos y habilidades, nada más, hasta allí llega su “acumulación originaria”. Se da por entendido que con estas características psicobiológicas el sujeto estará incorporando valor a su existencia, lo cual, por ende, le proveerá mayor éxito en sus aventuras en el mercado. Se trata de un concepto de capitalismo que ha hecho desaparecer el sentido económico del capital y, por tanto, ha enajenado la relación capital/trabajo, que en el neoliberalismo alcanza su máxima expresión en términos de explotación y opresión. Hemos llegado a este tipo de sujeto a partir de las consabidas estrategias disciplinarias que han sido capaces de conseguir que este sujeto “capitalizado” entienda esta nueva condición identitaria como resulta-do de procesos de la voluntad y determinación autónoma y personal de sí mismo, asumidos entonces como opción libre de un proyecto de vida que es, además, deseado, pues lo moviliza la fantasía del éxito social y económico, el goce máximo de las cosas (las mercancías). Transformado en empresario de sí mismo, de aquí en adelante lo que pase con su vida, especialmente los fracasos, correrá por cuenta de sus propias culpas, ineptitudes, errores, desidias, etc. Esta subjetividad así configurada es fácil presa de un sistema depredador de la condición humana; detrás de este capitalista de papel viene el hombre endeudado (Lazzarato, 2013), sometido al máximo rendimiento, cansado y, finalmente, enfermo (o simplemente muerto) (Han, 2015).
Saidel señala al respecto:
(...) La explotación y la inequidad ya no son percibidos y explicados como fenómenos sociales habilitados por un sistema de producción determinado sino como productos de un mal uso de las propias inversiones y elecciones. El fracaso del individuo resulta de una vida mal administrada (mismanaged life), de una falla moral propia. (Saidel, M.; 2016)
Condiciones psicoemocionales como el miedo, el riesgo, la inestabilidad y la culpa se incorporan a una racionalidad de la sumisión y la dependencia al biopoder y se incorporan sincrónicamente a los mandatos de la gobernabilidad y la gobernanza; avanzamos de la sociedad del castigo a la sociedad del control, de la biopolítica a la psicopolítica, como propone Byung-Chul Han, condición en la que la violencia se invisibiliza, se torna representacional y simbólica, aminora o invisibiliza el castigo directo sobre los cuerpos. Más allá de este pretendido viraje en la forma de tratamiento de los cuerpos en el neo-liberalismo, desde lo bio a lo psicopolítico, nos parece que nunca, en ninguna etapa de la historia del capitalismo, la corporalidad (entendida como totalidad sociopsicobiológica) ha dejado de ser afrentada con todas las formas de violencia conocidas, independiente de que en algún momento de la coyuntura social primen unas formas de agresión por sobre otras. Por esta razón estimo que la dominación y explotación violenta de los cuerpos en el capitalismo tardío tiene una expresión más exacta en una psicobiopolítica que ajusta sus engranajes de sumisión social y sus prácticas violentas a las condiciones específicas de la realidad, a los riesgos que enfrenta el capital en el campo sociopolítico, económico, cultural y medioambiental. La violencia social, en cualquiera de sus versiones particulares, no deja de ser la herramienta fundamental que tiene la economía capitalista mundial para dirimir en su favor los conflictos de poder generados entre capital y trabajo, entre relaciones sociales y fuerzas productivas; su presencia es inevitable en todo escenario de desequilibrio social generado por las inequidades de clase, género, generación, étnicas, territoriales y medioambientales.
III.- La pandemia por COVID-19: un hecho social total
En una reciente publicación junto a la antropóloga Ana M. Oyarce hemos aplicado la categoría “hecho social total” para caracterizar la esencia del fenómeno pandémico; planteamos que una aproximación macroscópica hacia la crisis sociosanitaria generada por el SarsCov-2 devela que esta tragedia de la humanidad está muy lejos de ser un problema puramente biomédico o de salud pública. La perspectiva de “totalidad” que proponemos contiene una idea de temporo-espacialidad, de proceso sociohistórico en el que se insertan su origen, la proyección planetaria y sus cambiantes características, al mismo tiempo que identifica la compleja trama de relaciones sociales que hacen de la pandemia un grave conflicto sociopolítico, económico, cultural, ético y medioambiental (Madariaga & Oyarce, 2020).
Ha sido justamente la aplicación de un enfoque epistemológico basado en las determinaciones sociales sobre un hecho que emerge al conocimiento público como problema médico y epidemiológico lo que ha trasladado el tema a las ciencias sociales y lo ha llevado al punto de problematizar globalmente el mundo en que vivimos. Jean-Luc Nancy, citando a Gerard Bensussan, nos habla de “capitalovirus”, en el sentido que el virus es, en sí mismo, el capitalismo, donde capitalovirus deviene la síntesis economía/enfermedad, neoliberalismo/pandemia (Nancy, 2020). Apuntamos a un proceso omniabarcativo de la totalidad social, desde donde se generan e interrelacionan determinaciones individuales (genofenotípicas), determinaciones particulares (condiciones de vida, niveles de vulnerabilidad social, sistemas de salud, modelos explicativos de la dolencia, la enfermedad y la muerte, etc.) y determinaciones generales (relaciones sociales, formación económica y modos de vida, desigualdades e injusticias sociales, el “metabolismo” naturaleza-sociedad, las inequidades de clase, generación, género, étnicas, territoriales, medioambientales). Desde esta perspectiva, los “cuerpos”, en su calidad de depositarios últimos del acontecer social e histórico, pasan a ser una suerte de escaparate, un muestrario en lenguaje simbólico y críptico de los eventos que les toca vivir; el daño sociopsicobiológico generado por la situación pandémica, en el plano del sujeto individual, es la expresión, en clave humana, del devenir sociohistórico, sobrepasando sus manifestaciones clínicas y epidemiológicas.
El cuerpo individual no es sino el conjunto de las relaciones sociales, continente y contenido de su tiempo histórico. Cito con Sayak Valencia, palabras de Judith Butler que profundizan en esta idea:
Cada uno de nosotros se constituye políticamente en virtud de la vulnerabilidad social de nuestros cuerpos –como lugar de deseo y de vulnerabilidad física, como lugar público de afirmación y de exposición-. La pérdida y la vulnerabilidad parecen ser la consecuencia de nuestros cuerpos socialmente constituidos, sujetos a otros, amenazados por la pérdida, expuestos a otros y susceptibles de violencia a causa de esta exposición. (Valencia, S.; 2010)
No siendo este un concepto nuevo pues nos remite inevitablemente al Marx maduro de las Tesis sobre Feuerbach (Tesis VI: “... Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”) (Marx, 1972), tiene el gran valor de rescatar la significación ontológica de las relaciones sociales como modelo explicativo de la multideterminación del fenómeno que nos ocupa: el proceso salud/enfermedad/atención; se trata de una lectura integrativa de todos los procesos -biológicos, psicoemocionales, espirituales, culturales, y sociales- que se están movilizando con la pandemia en curso. El efecto maquínico del capitalismo tardío aloja en los cuerpos y los somete, los alinea en la tarea de producir plusvalor (Deleuzze, 1985). Hoy las formas de consumo capturan los cuerpos por mecanismos de sujeción de la subjetividad a prácticas de obediencia consumista acrítica, como formas del deseo, como necesidad de satisfacción placentera que desafía y supera las posibilidades de administrarlas desde la razón. Esta forma de dominación, que aparentemente se instala desde la interioridad del psiquismo y no como una política punitiva y disciplinante que interviene desde la exterioridad del sujeto, responde al imperativo de consumo y goce inmediato.
Es una necesidad biológica, una “bioasimilación” del mercado neoliberal que en palabras de Valencia “...(re)produce (artificialmente) implanta y recoge nuestras preferencias de consumo. Opera al modo de un ADN del consumo”. Este “biomercado” sería un proceso introyectado en el psiquismo humano y no la resultante de una elección consciente (Valencia, 2010). Esta tesis de la autora se sostiene en la idea de una “biologización” del consumo, que se inscribe figurativamente al genoma humano, lo que permitiría explicar el imperativo irrefrenable del hiperconsumidor neoliberal por dar libre cauce a la satisfacción de esta necesidad casi biológica de materializar el goce, pero no cualquier goce, sino aquel que despliega el mercado. Lo interesante de esta tesis de Valencia es la intención de dar una cierta consistencia biológica a las formas del consumo, una connotación pulsional e impulsiva que condiciona la conducta humana frente al mercado en cuanto aquí (en el mercado) se encuentra la fuente de satisfacción del deseo, donde la gula consumista aprisiona, enferma y mata. El consumismo “gore” será su expresión superlativa: el sujeto endriago que lleva su materialización al goce en el delito, el crimen y la negociación con la vida humana, como ha sucedido alrededor del fenómeno pandémico. En este sentido, tras (o previo a) la pandemia actual hay procesos de consumo irrefrenable asociados a la sobreexplotación humana y la depredación de la naturaleza, que han terminado por desplazar la protección de la vida humana en aras de la satisfacción del deseo, del placer emergente con la producción y oferta de cosas e imaginarios por el mercado neoliberal. La propia pandemia produce nuevas necesidades de consumo y nuevas mercancías a propósito de la salud, la vacunación de toda la humanidad contra el SarsCov-2, la protección personal y familiar, las comunicaciones, la informática, la industria biomédica, los sistemas de seguros, etc., que se invisten de intenciones protectoras de la vida humana pero que disputan un mercado urgido por el miedo, la incertidumbre y la angustia frente a la muerte, que se traduce en billones de dólares en juego.
Es un hecho que con la pandemia los ricos del mundo han aumentado sus ganancias y los pobres se han hecho más pobres. La perspectiva de un biomercado que guía las diversas formas de consumo a partir de ciertos mecanismos productores de deseo que se asientan en procesos cuasi biológicos da una pista de lo complejo que resulta deconstruir y resignificar las prácticas de consumo así establecidas, más aún cuando a este fundamento biológico del mismo se suma el hecho que el sujeto hiperconsumista está sujetado a una obediencia ciega, pulsional e irracional, que le impide visibilizar los profundos mecanismos de dominación que le subyacen.
Así lo expresa Beatriz Preciado en el texto de S. Valencia, cuando alude a la superación del disciplinamiento ejercido a través del ya clásico panóptico benthamiano por otra forma más sofisticada de sometimiento del sujeto:
(...) nos enfrentamos a un dispositivo que, sin dejar de aumentar su eficacia, ha reducido su escala hasta convertirse en una técnica biomolecular individualmente consumible...Se trata de un control democrático y privatizado, absorbible, aspirable, de fácil administración, cuya difusión nunca había sido tan rápida e indetectable a través del cuerpo social. (Valencia, S.; 2010)
El sometimiento social deviene invisible, fantasmático, al punto que termina asumido como conducta naturalizada en tanto deber ser de la pragmática de la existencia. Estudiando las semióticas del capitalismo contemporáneo, Mauricio Lazzarato entronca con la tesis de Valencia; la separación que este autor hace entre semióticas significantes y asignificantes establece una diferenciación cualitativa de utilidad para una comprensión maquínica y biologizante de las estrategias de dominación propias del neoliberalismo en su fase actual y contribuyen a la configuración de las relaciones sociales y de las formas de subjetividad en el contexto pandémico. Mientras las semiologías significantes operan a partir de significados y representaciones que entran en el espacio relacional mediante el lenguaje y su objetivo es la producción directa de subjetividad individual y social, las asignificantes, por su parte, operan desde las acciones, desde el registro maquínico, no utilizan el lenguaje sino los signos (bursátiles, la moneda, informáticos, sonidos, ecuaciones, música, etc.) y actúan a nivel presubjetivo, pre y transindividual desde lo corporal (afectos, emociones percepciones, etc.) y su objetivo no es la producción de subjetividad sino lo que el autor denomina (tomando prestado de Guattari) la “servidumbre maquínica”.
Así, la forma asignificante es independiente del lenguaje, la memoria y otros procesos cognitivos, de modo que no convoca hablantes ni oyentes, solo afectos, emociones, sensaciones, conductas, etc., todo lo cual hace que el mensaje sea en apariencias inexistente; los contenidos profundos y el sentido de esta semiótica se instalan en el cuerpo al modo de “posturas, ruidos, imágenes, mímicas, intensidades, movimientos, ritmos...” (Lazzarato, 2012). La servidumbre se expresa en un plano prejudicativo, en el accionar de sistemas de control automático, con feedback y multiplicadores de energía, en el control de procesos, la persona deviene procesadora de información respecto a las exigencias de un sistema dado; lo que realmente importa aquí son las acciones humanas, movimientos, expresiones, reacciones, conductas concretas, gestos, actitudes, etc., que se generan al estar inmersa en el proceso concreto.
Como señala Lazzarato, “estas semióticas no significan, pero ponen en movimiento, activan”:
A diferencia de las semióticas significantes, las semióticas asignificantes no conocen ni personas, ni roles ni sujetos (...) la servidumbre maquínica agencia elementos infrapersonales, infrasociales, en razón de una economía molecular del deseo (...) no hace discursos, no habla, funciona, pone en movimiento conectándose directamente al ‘sistema nervioso, al cerebro, a la memoria, etc.’, activando relaciones afectivas, transitivistas, transindividuales difícilmente atribuibles a un sujeto, a un yo (moi). (Lazzarato, M.; 2012)
Se configura con la comunicación asignificante un retorno al espacio biológico para dar sentido a la conexión entre los fenómenos sociales y el sistema nervioso central; habría una suerte de respuesta refleja (“no reflexiva”) de los cuerpos frente a los hechos que ocurren en el campo relacional, hechos que intervienen sobre el individuo singularizado, accionando sus redes neuronales y desencadenando una respuesta automatizada frente a los estímulos dirigidos. La perspectiva semiotica de Lazzarato ofrece un interesante camino para la comprensión de las formas de subjetividad emergentes en la etapa del llamado capitalismo post industrial y que contribuyen a nuestra lectura de la pandemia por Covid-19 como un fenómeno social total; mientras la dimensión molar de su forma significante apunta desde el lenguaje a la producción directa de subjetividad, esta otra dimensión, molecular, transitiviza su impacto sobre la subjetividad por la vía de la exclusión de los recursos cognitivos (racionales) y su traslado al campo biológico mediante procesos sensoperceptivos, afectivos y emocionales. Estos últimos parecieran no tener sentido, pero, en nuestra opinión, sí lo tienen y producen subjetividad dado que este “formateo” del sujeto (en palabras del autor) al inducir sus acciones es parte del proceso semiótico general que sincroniza las formas de subjetivación y sujeción de los ciudadanos. Lo molar y lo molecular son caminos convergentes de una semiótica de dominación que funcionaliza al sujeto en formas de existencia, en un ethos, un logos y un pathos en torno de las formas hegemónicas de producción, distribución y consumo. La pandemia en curso responde a esta racionalidad, nos señala Achile Mbembe, la necropolítica conduce al capitalismo financiarizado hacia lo que llama el “necroliberalismo” (Mbembe, 2020), un capitalismo de muerte. En su versión gore, Sayak Valencia funda “...la dimensión sistemáticamente descontrolada y contradictoria del proyecto neoliberal...” en una epistemología de la violencia (Valencia, 2010), donde los efectos biológicos, psicoemocionales, espirituales, socioculturales y a nivel de la biósfera importan mucho menos que la acumulación de plusvalía: la economía y la política derrotando a la civilización; la supervivencia de la especie humana y la naturaleza al borde del caos. Entender la pandemia como totalidad no es otra cosa que capturar las formas y mecanismos cómo dialogan en su génesis y desarrollo díadas como biología y sociedad, economía y pandemia, salud y política, genesis y epigénesis, biomedicina y ciencias sociales.
IV.- Un campo explicativo para la Pandemia:la Necropolítica
La pandemia por Covid-19 ha puesto en el centro de la discusión al sujeto moderno, a las distintas formas de subjetividad individual y social producidas en un contexto sociohistórico concreto: el neoliberalismo. Están siendo los procesos traumáticos generados por la virosis, los desafíos epidemiológicos (la morbi-mortalidad, los padecimientos), los recursos adaptativos a la crisis socio-sanitaria, las tensiones psicosociales y los procesos de duelo, la precarización de las condiciones de vida y el empobrecimiento, en fin, el conjunto de efectos inmediatos, de mediano y largo plazo de la pandemia sobre los cuerpos, lo que da cuenta no solo del impacto de la acción directa del virus sobre su biología y su psiquismo, sino, al mismo tiempo, de la posición que ocupa el sujeto en el campo de las relaciones sociales. Se trata de efectos diferenciados, que están vinculados a una exposición particular de cada sujeto individual a las inequidades de clase, género, generación, étnicas, geográficas y medioambientales: la totalidad social singularizada en el sujeto concreto a la forma de una determinada manera de estar en el mundo pandémico. Asistimos, por tanto, a la producción de subjetividades diversas, con características específicas y con un nivel de vulnerabilidad que le es propio a cada una de ellas frente al riesgo de enfermar y morir en la pandemia o por sus complicaciones y secuelas biomédicas, neuropsiquiátricas y/o sociales. El mito de que la pandemia nos afecta a todos por igual se ha caído a pedazos junto con el embrujo de la infalibilidad del sistema.
Como bien decía George Orwell, somos todos iguales...pero algunos somos más iguales que otros (Orwell, 2009). ¿Cómo es que el neoliberalismo ha llevado el proceso civilizatorio a un estado crítico en el que se encuentra en juego no solo la vida humana sino toda forma de vida y también la propia biósfera? Tal distopía no habría sido realizable sin el concurso de formas de explotación y dominación que impugnen el valor de la vida. Sayak Valencia alude al “necroempoderamiento” como un proceso mediante el cual ciertos sujetos subalternizados despliegan condiciones de autopoder y capacidad de acción para autoafirmarse y ascender en el sistema social mediante prácticas de violencia extrema, como el narcotráfico y el sicariato, la trata de mujeres, los secuestros, el asesinato por encargo, etc. De modo que la destrucción del cuerpo y la muerte se tornan prácticas de capitalización, mercancía con efecto de acumulación de riqueza, lo que ha permitido su incorporación como herramienta de la economía mundial (Valencia, 2010).
El capitalismo gore sería la expresión de estas nuevas formas de acumulación de ganancia cuya característica central es la violencia extrema (como en el cine gore). El sujeto de estas formas de producción de riqueza económica sería el sujeto “endriago”, una suerte de ente extremo, deshumanizado y cruel, vándalo y criminal, pero que pese a lo cual es fuerza de trabajo que produce mercancías a través de la destrucción de los cuerpos; su carácter demoníaco y monstruoso (endriago: animal mitológico mezcla de dragón e hydra) no impide su legitimación como factor de la acumulación neoliberal en su condición de “necroemprendedor”, categoría que lo posiciona en la racionalidad de los procesos de producción social. Esto explica su reconocimiento -en opinión de la autora- como clase social (aunque “clase criminal”), que es capaz de ganar espacios de posición y poder en la economía legal (las mafias en tanto empresarios, inversionistas exitosos y filántropos que solidarizan con los pobres, contribuyen al progreso de los estados y fortalecen la economía). Esta forma particular de acumulación se inserta estructuralmente en el engranaje del sistema de producción y consumo capitalista, arrastrando con ella al interior de dicho sistema la tragedia de la anestesia social, el maquiavelismo de la subordinación cruel de los medios a los fines, la ruptura extrema de los límites morales de la riqueza.
La pandemia actual ha gatillado un intenso debate acerca de la crisis valórica y moral asociada al neoliberalismo de las últimas décadas y desnuda el modelo civilizatorio derivado de la mundialización de las formas de explotación y dominación que le son propias como incompatibles con la sociedad y la naturaleza; este cuestionamiento tiene voces críticas en ambos hemisferios las que, además, proponen pensar una nueva forma de producción y reproducción de la vida en el planeta. ¿Por qué la pandemia es protagonista de este debate mundial? La tesis planteada por la mayoría de los autores que hemos citado al inicio de este trabajo es que, por una parte, la pandemia nace al alero de una forma depredadora, irresponsable y criminal de perturbación de los equilibrios bioecológicos y macrosistémicos, al punto de arriesgar la existencia de la especie humana y hacer casi irrecuperable la estabilidad de la biósfera y sus ecosistemas; por otra parte, porque las políticas públicas de los estados han respondido invariablemente a las apremiantes necesidades vitales de la población en riesgo pandémico con posturas economicistas y no salubristas, es decir, privilegiando minimizar las estrategias sanitarias en relación a los procesos productivos. En este sentido, figuras egregias del sistema como los presidentes de Estados Unidos y Brasil, ilustran en forma temeraria esta perspectiva al tolerar acríticamente el hecho que acumulan dos de las prevalencias más altas de enfermedad y muerte por Covid-19, rodeando esta actitud de una suerte de épica de la valentía y templanza de sus pueblos, con claros ribetes nacionalistas y necrofílicos, como diría Valencia. Bolsonaro ha emitido magistralmente, cual endriago, la frase “morirán lo que tengan que morir”, adscribiéndose así a la ideología de sometimiento de la vida humana al interés del capital: proteger la economía, hacer gobernanza (neoliberal) de la pandemia.
Mbembe aplica el concepto de necroneoliberalismo al fenó-meno pandémico connotando el hecho que, tanto en su origen como en su devenir, la crisis sanitaria es inherente al modelo de desarrollo en curso y desde sus particularidades da cuenta de sus contradicciones y bestialidades (Mbembe, 2020). La violencia extrema asociada a la administración de la pandemia en términos economicistas es expresión de las distopías de la economía moderna, que han extraviado el sentido de lo humano en la acumulación del capital y en la satisfacción del principio del placer y el goce de las cosas a partir del biomercado y el consumo hedonista. La violencia estructural en la pandemia está dada por el sacrificio de la humanidad en función del hiperconsumo de los favorecidos y por el sometimiento de los más vulnerables y vulnerados por el sistema a condiciones precarizadas de existencia y a formas de sufrimiento que van más allá de las clásicas morbilidades. La subjetividad, en el segundo caso, es el foco de este padecimiento social al introyectar el conflicto vida/muerte inherente a la pandemia a la forma de angustia, incertidumbre, apatía, desesperanza, impotencia, dolor, etc. Es la soledad del individuo y su familia frente a la amenaza tanática de la enfermedad viral, la indolencia de las políticas públicas de protección y la debilidad del Estado frente al Mercado. El sujeto, pretendido empresario de sí mismo, agoniza en el estrepitoso fracaso de su ilusión capitalista, en una bancarrota total, atrapado en un presente trágico que lo desliga de toda utopía (Han, 2020; Lazzarato, 2013).
La cuestión es que el necroempoderamiento del que habla Valencia, en el caso concreto de la pandemia no está protagonizado solo por la figura mítica del endriago, sujeto que emerge y asciende socialmente desde los linderos del lumpen, favorecido por su relación con el crimen organizado y las mafias; quienes cumplen la función necrofílica son principalmente los sujetos que definen y organizan la producción económica y, por tanto, son los diseñadores del metabolismo sociedad/naturaleza. Nos referimos a los que toman decisiones relacionadas con la producción social que impactan sobre el mundo natural generando desequilibrios ecológicos, perturbaciones y mutaciones micromoleculares y genéticas en otras especies animales, las que están en la base de cambios microbiológicos potencialmente destructivos para la especie humana, como las nuevas generaciones de virus. Como ha sido denunciado, la actual pandemia por Covid-19 fue anticipada hace algunos años hasta por la propia CIA de los Estados Unidos; el año 2008 el National Intelligence Council de este organismo del estado publicó para el gobierno el documento Global Trends 2025: A Transformed World, que resume el análisis de inteligencia de estudios realizados por 2.500 académicos de 35 países de todo el mundo, en el cual se informa la próxima aparición de una nueva pandemia, con reordenamiento peligroso de su material genómico (Ramonet, 2020).
La OMS había realizado algunos alertas en similar sentido hace algunos años atrás; ergo, la pandemia por Covid-19, lejos de ser un evento imprevisto o una sorpresa, para el mundo científico y para las dirigencias políticas fue un riesgo conocido, solo que desestimado en aras del desarrollo económico y del dudoso progreso social; una opción en clave “gore”, en el sentido de que se decide desde las estructuras del poder jugar una partida de ruleta rusa, un “todo o nada” sobre la población mundial y sobre nuestro continente vital, el planeta que habitamos. Dionisio versus Tánatos, donde la victoria tanática pone en escena la violencia extrema del capitalismo salvaje. La responsabilidad histórica de quienes resuelven llevar el proyecto civilizatorio por un sendero de atentados brutales contra la naturaleza y la sociedad desborda los marcos del sujeto endriago que se enriquece con el delito a gran escala y la aniquilación física de los cuerpos. La cultura de muerte y la agonía del sujeto en el proceso pandémico son resultado de la acción de múltiples fuerzas, instaladas en organizaciones internacionales del poder financiero (OMC, BM, FMI), en los estados-naciones, en las clases dominantes, en el biomercado, en las políticas de salud de los gobiernos, todos ellos perfectamente sincronizados en la protección del sistema económico vigente y en los esfuerzos por adaptarlos a la situación de crisis a objeto de frenar este llamado a la superación del neoliberalismo.
La pandemia es ahora un campo de batalla donde en buena medida se dirime el futuro de la crisis social; el pesimismo histórico de Byung-Chul Han, que percibe una gran capacidad auto regenerativa del neoliberalismo (Han, 2020), en colisión con la perspectiva transformadora de Atilio Borón y Slavoj Zizek, que anuncian la imposibilidad de una vuelta a lo mismo (Borón A., 2020; Zizek, S., 2020).Entre los esfuerzos desplegados por el neoliberalismo, ten-dientes a garantizar la gobernabilidad de la crisis global, está la incorporación de la tecnotrónica como tecnología de masas para la vigilancia de la ciudadanía a partir de las supuestas necesidades de control del contagio viral. La concurrencia de la informática, la electrónica, las telecomunicaciones y los múltiples dispositivos audiovisuales al control del desplazamiento ciudadano ha abierto otro debate mundial, esta vez respecto del Bigdata y su utilidad como herramienta de dominación y control de la subjetividad. Como ha denunciado Han, la cibervigilancia de los cuerpos ha inaugurado desde los países asiáticos una red ilimitada de monitores que están operando sobre las personas, individualizándolas y estableciendo una cartografía de sus desplazamientos (y de paso, de sus hábitos cotidianos, sus conexiones personales, sus rasgos físicos y su fisiología, etc.). Señala Han: En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia.
Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos...El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas. (Han, B-C.; 2020)
Con el capitalismo digital la urgencia sociosanitaria invade el espacio público y privado; el internet, los teléfonos celulares y las tarje-tas de crédito nos atan a la vigilancia maquínica. El sujeto es empuja-do al solipsismo, a procesos privatizantes que traen asociada la pérdida del sentido de comunidad y, por ende, desperfilan la trascendencia del campo de las relaciones entre pares, las identidades y pertenencias colectivas; en contraste con lo que señala Naomi Klein respecto a “las enseñanzas” de la pandemia y el “capitalismo del desastre”: “... son las comunidades las que salvan el mundo” (Klein, 2020).
La economía de las plataformas y el capitalismo cognitivo, por su parte, favorecen el camino al modelo de producción post fordista mediante el cual la industria autonomiza, robotiza e informatiza sus cadenas productivas, configurando redes digitalizadas en las que el trabajador es un opera-rio intercomunicado virtualmente pero al mismo tiempo aislado, tanto de las estructuras del poder como de sus pares y de sus organizaciones sindicales. Como señala J.C. Neffa,
Progresivamente los trabajadores estarán equipados electrónicamente con una tarjeta magnética, un brazalete electrónico o una aplicación del celular con todos sus datos. Y los mismos serán fácilmente conocidos y procesados por Google, Facebook, Instagram, Waths app, etc. (Neffa & Kohen, 2020)
Todo indica que el Big data se asoma a la posibilidad real de llegar a configurar un instrumento universal de producción de subjetividad, con capacidad para revitalizar el gran leviatán hobbesiano y fortalecer el disciplinamiento social en favor del status quo. Un mundo feliz, de Aldous Huxley, escrito hace noventa años, renace con bríos en este alerta sobre los peligros de una sociedad homogenizada y robotizada, en la que el sujeto social e individual han perdido todo sentido. Son las subjetividades necesarias para la continuidad del plan civiliza-torio, carta de garantía para el sometimiento acrítico de las personas a la funcionalidad del sistema: vacías de ciudadanía por la pérdida progresiva de derechos, el sujeto se reduce a la condición de “funcionario” (Madariaga, 2021), circunscrito y delimitado por los roles y el script que les impone. Un nuevo engranaje de la necropolítica, un mecanismo de sujeción social al servicio de la necroeconomía.
V.- Pandemia, Necropolítica y Subjetividad:el caso chileno
La crisis sociosanitaria generada por la pandemia en nuestro país está antecedida por la irrupción de la revuelta social en octubre de 2019, de modo que no es posible analizarla sin considerar la crisis que está a la base. Chile, laboratorio inaugural del modelo neoliberal en el mundo gracias a la dictadura militar de los años 70, desplegó un proyecto de desarrollo orientado hacia la consolidación de la matriz de mercado, proceso que se fue profundizando durante la llamada transición a la democracia. Los efectos de este proceso han sido la reducción significativa del tamaño del Estado en favor de un Mercado que se instala en el epicentro del ordenamiento social, económico y político, mientras que durante décadas la Sociedad Civil quedó en un plano de escaso protagonismo político y social. El progreso exitoso de ciertos indicadores macroeconómicos contrasta con la dramática injusticia distributiva y la concentración de la riqueza en las manos de unas pocas familias. Las políticas públicas de los sucesivos gobiernos de la transición han sido definidas desde los ministerios de Hacienda, Economía y Planificación, carta de garantía para la brusca reducción del financiamiento para aquellas políticas sectoriales que dependen de los ministerios que administran el otorgamiento de recursos para los problemas sociales: educación, trabajo, vivienda, salud, previsión social, etc. (los ministerios “pobres”, en palabras de P. Bourdieu, los que sólo generan “gastos”). Todo ello en estricto cumplimiento de los mandatos del Consenso de Washington (no más déficit fiscal, privatizaciones, aumento de los impuestos, reforma tributaria en favor del capital, reducción del gasto público, etc.) y los compromisos del Estado de Chile con los principales centros financieros del planeta.
El grave nivel de vulnerabilidad global en que ha sido puesta la inmensa mayoría de los ciudadanos en nuestro país responde a los efectos necroeconómicos del modelo y está en la base del impacto de la pandemia a nivel del proceso salud/enfermedad/atención. En el caso de la salud, el neoliberalismo ha llevado a la salud pública a una situación de prolongada crisis a partir de la mercantilización de la enfermedad. De nuevo aquí, la “ideología endriaga” mueve sus hilos des-de el Banco Mundial a partir del histórico Informe sobre el Desarrollo Mundial 1993. Invertir en Salud, catequesis de las reformas del sector, que permitieron reposicionar las políticas de salud en el ámbito de lo privado por la vía de la reestructuración del gasto público en el cumplimiento de la tarea de reducción del tamaño del Estado. La meta de mercantilización y privatización de la atención en salud ha orientado y potenciado la satisfacción de las necesidades de salud de la población hacia la competencia de mercado, promoviendo el desarrollo de programas asistenciales -del tipo canastas básicas de prestaciones- hacia los deciles poblacionales más carenciados socioeconómicamente.
Hablamos de “ideología endriaga” puesto que se trata de polí-ticas de ajuste y estrategias de gobernanza y gobernabilidad que están exigidas por la crisis socio-sanitaria derivada del deterioro de las condiciones de vida de los sectores más pobres de la sociedad, pero con un elevado costo sobre los cuerpos; estos efectos a nivel del proceso salud/enfermedad son los que dan pertinencia al ya mencionado concepto de “necroneoliberalismo” de A. Mbembe (2020), toda vez que se afirma en una racionalidad que privilegia la acumulación del capital por sobre la vida humana, que menosprecia los efectos tanáticos de sus directrices sobre la sociedad humana y la naturaleza. El impacto en salud y salud mental de estas políticas ha intensificado el diálogo con la enfermedad, el sufrimiento y la muerte en los segmentos de población más carenciados y también a nivel de la población general, como especialmente sucede con la salud mental de los chilenos. En este campo, precede a la irrupción del SarsCov-2 en Chile una situación de deterioro significativo de la salud mental de los ciudadanos, caracterizada por una alta prevalencia de trastornos mentales como la depresión, los trastornos angustiosos, el suicidio, el alcoholismo y las adicciones, los trastornos mentales en la infancia-adolescencia, etc., junto a manifestaciones anómicas como la violencia contra la mujer, el maltrato infantil, el femicidio, la delincuencia juvenil, etc. Se trata de expresiones extremas del malestar en la cultura, que participan activamente, al mismo tiempo, en la producción de ciertas formas de la subjetividad social que se alejan del ideal de un sujeto histórico protagonista, crítico y transformativo.
La ideología neoliberal en salud llegó a imponer hegemónicamente ideas como: la salud pertenece al ámbito de lo privado; el cuerpo (y sus enfermedades) es propiedad individual inalienable y es puesto en el mercado con la legitimidad de que es un acto de libertad; los gobiernos deben atender solo aquellos problemas de salud que no son de interés directo del mercado y los privados; el Estado es ineficiente a diferencia de la iniciativa privada que es técnicamente capaz y además equitativa pues está modulada por la libre competencia. ¿Cuál es, entonces, el espacio que queda a las políticas públicas en salud? La producción limitada de bienes públicos; el aseguramiento de ciertas medidas regulatorias del mercado; planes de contingencia para el sal-vataje de emergencias críticas que afectan a los más pobres; regulación de la llamada “externalización” de servicios públicos en salud. Todas estas acciones son de mínimo interés para el capital (excepto, obvia-mente, las externalizaciones) dado que no resulta posible transformar-las en mercancías (Laurell, 1993). La reforma sanitaria instalada en el gobierno de Ricardo Lagos el año 2005 se enmarcó en esta lógica de privatizaciones mandatada desde los centros del poder financiero mundial y trajo, adicionalmente, la privatización especulativa de la previsión social y los seguros en salud, la potenciación de la red de prestadores privados, las inversiones multimillonarias en infraestructura hospitalaria y tecnológica por el empresariado (que han dejado atrás al sistema público). Se trata de un apetitoso nuevo mercado de consumo -de hiperconsumo- para el ciudadano enfermo, que está centrado en el lucro a partir de la mercancía salud/enfermedad.
Algunas consecuencias no menores: desperfilamiento de los programas de prevención y promoción de la salud; reducción de las acciones de salud hacia la morbilidad y el éxito terapéutico; hipertrofia del hospitalocentrismo asistencialista; el descrédito de la perspectiva comunitaria y colectiva en salud; la ausencia de liderazgo de la atención primaria en el sistema global de salud; menosprecio por los actores sociales involucrados en el proceso salud/enfermedad/atención (Madariaga & Oyarce, 2020).
Así las cosas, el proyecto de desarrollo en Chile ha consolidado la idea de la salud como un bien privado y el rol subsidiario del Estado, cuestión que hoy está en la base de la revuelta social que se ha iniciado el 18 de octubre de 2019, ocasión en que se reabre el debate por un cambio de rumbo, en la perspectiva de un sistema de salud solidario y desmercantilizado; aparecen nuevas formas de la conciencia social y de la subjetividad colectiva que visibilizan su eventual materialización a partir de un nuevo proyecto país. A nivel subjetivo, por sobre el decadentismo y la ruina ya evidente del homo redemptoris (Puello-Socarraz, 2010) con su aspiracionismo capitalizante y de emprendimiento eco-nómico, aparecen otras prácticas sociales y nuevos actores políticos, de características todavía heteróclitas, pero que reaccionan críticamente a la matriz de dominación y explotación neoliberal, abriendo espacio a nuevos horizontes utópicos y al protagonismo colectivo, situación que está precisamente en juego en la crisis social en curso en nuestro país.
Esta crisis está atravesada, además, por la herencia traumática de la dictadura militar, que tiene un efecto sumatorio con la precaria salud y salud mental de las y los ciudadanos. Recientes investigaciones nacionales e internacionales han documentado el efecto deletéreo de las violaciones a los derechos humanos sobre los cuerpos, tanto sobre la salud mental como sobre la morbi-mortalidad y la esperanza de vida. Al daño en primera generación [aceleración del envejecimiento, aumento de la tasa de muerte por cáncer y enfermedades cardiovasculares, suicidio, etc. ( Jorquera & Madariaga, 2020)] se suma la trasmisión transgeneracional del trauma, afectando a la segunda y tercera generación (CINTRAS, 2013; CINTRAS EATIP, GTNM, SER-SOC, 2009). El carácter impune que aún tienen la inmensa mayoría de los crímenes es el mecanismo retraumatizante más devastador para estas personas (Madariaga, 2006) a consecuencia del estrés crónico y sus efectos debilitantes sobre los mecanismos defensivos psico/neuro/inmuno/endocrinológicos (Elgueta, 2020; Bramsen, 2007).
El terrorismo de Estado se inserta en la estrategia de shock descrita en detalle por Naomi Klein, en cuanto maniobra recurrente del capitalismo para administrar las crisis por la vía de la violencia extrema sobre los cuerpos (Klein, 2014):
Pinochet también facilitó el proceso de ajuste con sus propios tratamientos de choque, llevados a cabo por las múltiples unidades de tortura del régimen, y además técnicas de control infligidas en los cuerpos estremecidos de los que se creía iban a obstaculizar el camino de la transformación capitalista. Muchos observadores latinoamericanos se dieron cuenta de que existía una conexión directa entre los shocks económicos que empobrecían a millones de personas y la epidemia de torturas que castigaban a cientos de miles que creían en una sociedad distinta. (Klein, N.; 2014)
La dictadura cívico-militar 1973-1990, que mezcla el shock económico con formas necrofílicas de tratamiento sobre los cuerpos, ha sido un eslabón más de la cadena de continuidad histórica de la biopsicopolítica, que puso énfasis en la destrucción directa del “enemigo interno”, ya sea por la vía del exterminio o de la desintegración de lo personal-humano. En esta misma línea del tratamiento cruel de los cuerpos se insertan las recientes violaciones a los derechos humanos protagonizadas por la policía y el ejército contra los manifestantes de la revuelta social de octubre 2019. Como fuera denunciado por varias instituciones de derechos humanos de Chile y extranjeras, la represión política ha sido masiva y sistemática, ha utilizado los mismos recursos violentos de la dictadura, ha producido nuevas muertes, mutilaciones corporales, tortura, persecuciones, allanamientos de residencias, prisión política, etc. La presencia de militares armados en las calles, el toque de queda y otras medidas que restringen libertades contienen elementos de terrorismo simbólico que producen retraumatización y actualización del trauma social anterior. Todo ello en un escenario de impunidad, generando una reactividad psicoemocional colectiva caracterizada por la respuesta angustiosa y de temor, sentimientos de impotencia, ira, dolor y desesperanza en vastos sectores de la comunidad. Lo más grave de este nuevo eslabon de la necropolítica es el hecho que los problemas biomédicos, psicoemocionales, las complicaciones físicas y psíquicas, las secuelas biopsicosociales de la represión sobre estas nuevas víctimas no tienen una respuesta adecuada desde el Estado puesto que no existe una política pública ni programas específicos de reparación oportuna e integral de los daños, como exige la normativa mundial frente a violaciones a los derechos humanos. Mientras las víctimas de la dictadura tiene un programa específico de reparación en salud, (Programa de Reparación y Atención Integral en Salud, PRAIS) los nuevos cuerpos agredidos por el poder deben recurrir individualmente a las precarias condiciones que ofrece la red pública de salud para las atenciones. Las enseñanzas que deja la experiencia de más de treinta años de atención en salud a las víctimas del terrorimso de Estado apuntan a la atención especializada, oportuna e integral, tanto de la víctima directa como de su grupo familiar, la aplicación de medidas adecuadas de prevención de eventuales secuelas, la provisión de los recursos judiciales, morales y materiales que exige un enfoque de intergalidad de los procesos reparatorios; todo ello no está hoy al alcance de las casi treinta mil personas afectadas.
Por otra parte, la pandemia por Covid-19, como hemos señalado, se inserta estructuralmente en el esquema de dominación/explotación capitalista; la cadena de determinaciones sociales que le da origen y sentido arranca desde el campo de las relaciones sociales de producción, distribución y consumo, desde la contradicción capital/trabajo y desde las formas que adquieren estas relaciones sociales en su interacción productivista con el mundo natural, con la biósfera y sus ecosistemas. Desde el punto de vista de la salud, hacemos una primera caracterización de la pandemia como trauma social, como productor y reproductor de efectos deletéreos para la salud mental de los cuidada-nos, que nacen del riesgo a morir, de las multiples pérdidas afectivas, materiales, simbólicas y espirituales a las que se está expuesto, de la precarización de la vida cotidiana del grupo familiar, del aislamiento forzado, etc. Esta sumatoria de heterogéneas pérdidas se agrava según las condiciones concretas de vida del sujeto, su posición en las relaciones sociales y el lugar que ocupa en el reparto de la riqueza social. Los efectos clínicos de la pandemia son múltiples y aunque la muerte en general se produce por sus implicancias biológicas multisistémicas, sus consecuencias para la salud mental no son menos catas-tróficas y destructivas; las patologías más prevalentes son la depresión mayor, los trastornos angustiosos (ansiedad generalizada, pánico), el estrés agudo, el trastorno por estrés postraumático, el suicidio.
La mayoría de ellas tiene una evolución episódica, recurrente y con tendencia a su cronificación. Se espera que en el tiempo inmediato posterior a la pandemia serán de alta prevalencia en la consulta de morbilidad psiquiátrica, lo que implicará una elevada demanda para un sistema público de salud que se encuentra en el ojo del huracán de la crisis social. A nivel de los efectos psicosociales, un primer nivel de afectación son los procesos de duelo asociados a las pérdidas ya mencionadas, a las que sumamos la pérdida de las capacidades de manutención del grupo familiar y del acceso a una alimentación adecuada, el servicio de las deudas económicas, el deterioro de la calidad de vida, etc. Otro nivel de impacto traumático es el efecto aterrorizante de la difusión colectiva de los miedos y los sentimientos angustiantes que generan la escasez de recursos materiales para enfrentar las apremiantes necesidades producidas por el brusco cambio del escenario vital. El confinamiento físico de las familias pobres sumado al hacinamiento prolongado ha acentuado los problemas de convivencia familiar, ha aumentado el consumo de alcohol y drogas, los conflictos generacionales, la violencia de pareja, etc. En suma, la familia popular chilena es el foco crítico del fenómeno pandémico.
Hemos señalado que la pandemia afecta desigualmente a la población chilena, siendo los trabajadores los grupos de máxima vulnerabilidad. El impacto que sobre ellos y ellas está produciendo la pandemia configura un dinámico proceso de cambios a nivel de la subjetividad y la intersubjetividad. La precariedad y flexibilidad de las relaciones contractuales de los asalariados, subempleados, trabajadores por cuenta propia y a honorarios, los cesantes, etc. se ha agravado debido a la aplicación de una estrategia sanitaria contra la pandemia que es de corte economicista y no precisamente salubrista; es decir, ha privilegiado el equilibro macroeconómico por sobre la protección de la vida. Los puntos de quiebre en esta relación están dados por el tipo de medidas adoptadas en el devenir de la pandemia por las autoridades de gobierno y de la salud: limitaciones al acceso oportuno a la atención de salud ante sospecha de contagio y al tratamiento oportuno de las complicaciones agudas; obstruccionismo para el uso y oportunidad en el pago de licencias médicas; limitado acceso a los elementos de protección personal del trabajador y su grupo familiar; insuficientes bonificaciones económicas especiales por parte del Estado y los empresarios; falta de garantías de respeto al contrato laboral; mínimo ablandamiento de deudas bancarias y por servicios básicos (luz, agua); utilización de los fondos del propio trabajador para financiar cesantía; como medida desesperada, la utilización de una fracción del ahorro previsional del trabajador para generar liquidez, etc. En suma, la fuerza de trabajo ha quedado a expensas de la gobernanza neoliberal de la crisis, lo que quiere decir que en estas condiciones de extrema tensión sociosanitaria igual se ha mantenido invariable el principio tanático de todo por el capital, incluso la vida. Los grupos más afectados por estas políticas son: las y los trabajadores de la salud, que son mujeres en el 70% de los casos, quienes presentan un elevado estrés laboral, sobrecarga de trabajo y alto nivel de riesgo para su salud, con una cantidad significativa de muertos a su haber; las mujeres, especialmente las dueñas de casa, sobrecargadas de roles, las asesoras de hogar, muy maltratadas en sus derechos laborales y empujadas unilateralmente a la cesantía, las comerciantes callejeras que se arriesgan a la venta clandestina para conseguir ingresos; las personas de la tercera edad, ancianas, pobres, enfermas y carentes de redes primarias de apoyo; las personas con trastornos mentales y discapacidad, igualmente pobres, con escasas redes sociales, elevada vulnerabilidad inmunológica al contagio, estigmatizadas y obstaculizadas en su incorporación a programas de asistencia y cuidados pandémicos, lo que los ratifica en la calificación de subcategoría errática de lo humano; las personas privadas de libertad, que habitan en condiciones subhumanas de hacinamiento, falta de higiene y escasez de recursos sanitarios; los migrantes latinos, la inmensa mayoría en extrema pobreza, subempleados o cesantes, sin protección previsional, hacinados en viviendas precarias, con ausencia de planes de salud y con importante daño a su salud mental, lo cual no ha sido aún bien evaluado, pero donde abunda la depresión, las adicciones, el estrés agudo y postraumático, etc.; en fin, los pueblos indígenas, invisibilizados en su identidad cultural y étnica en esta pandemia pese a que esa condición es un dato socio-demográfico determinante de un cierto perfil epidemiológico y que los datos parciales señalan que la incidencia de contagio en algunas comunas con presencia importante de población indígena es mayor que en la población no indígena (regiones de Arica-Parinacota, Metropolitana, Araucanía).Un sector minoritario de la sociedad chilena representa formas de la subjetividad social que, en pleno proceso pandémico, siguen disfrutando del goce hedonista en el consumo suntuario asociado a un materialismo vulgar que hace del objeto del placer un modus vivendi centrado en el metabolismo de la “cosa” excitante, en un aquí y ahora vertiginoso, sensorial y libidinal.
Formas de consumo que solo son posible de realizar desde un espacio de poder que provee los recursos que permiten apropiarse de la “cosa” para consumar el principio del placer y asegurar su reproducción social en tanto sujeto hegemónico. Es el sujeto que se solaza al mismo tiempo que se enriquece en la tragedia social, de un modo similar a como lo hace el sujeto endriago, que alcanza el Nirvana en el crimen y la acumulación de capital. Sin embargo, al mismo tiempo, hay otro sector de la sociedad, mayoritario, que es devastado por los efectos destructivos de la pandemia y que da origen a formas distintas de subjetividad social, aquellas que están forzadas por el biomercado y las condiciones objetivas que el modelo necroeconómico les impone para el consumo: se consume solo para la reproducción precaria de la fuerza de trabajo, más bien se hiperconsume para conservar la salud, para no morir. El principio del placer es desplazado por el principio de realidad en esta batalla por no sucumbir ante la amenaza de un misterioso microbio cuya presencia fantasmática en la cotidianeidad precariza la existencia, inmoviliza y transforma el goce con el objeto en un autodisciplinamiento para administrar los riesgos. La subjetividad, en este caso, aplicada a los ejemplos que hemos dado de sujetos vulnerados y vulnerables frente a la pandemia, se presenta como sometimiento, como subjetivación y sujeción a las formas de dominación y explotación neoliberal.
VI.- Reflexiones finales
La pandemia por Covid-19 es un componente estructural del capitalismo en su versión neoliberal y da cuenta de formas diferenciadas de afectación biopsicosocial, cultural, económica, social, política y medioambiental según es el escenario de inequidades de clase, género, étnicas, generacionales, territoriales y ecológicas en el que está posicionado el sujeto concreto. Las formas de producción y consumo que se despliegan hegemónicamente a nivel planetario han resuelto hasta hoy la contradicción capital/trabajo en favor de un modelo civilizatorio que supedita la naturaleza y toda forma de vida que allí existe a la generación de plusvalor y la acumulación de ganancia. En este sentido se afinca en un principio tanático de menosprecio por la vida y exaltación de una necroeconomía que está capturada por la necesidad de realización de la riqueza material en tiempo presente, desestimando todo análisis de sus efectos destructivos futuros. Esto hace que los sucesos traumáticos, las enfermedades y las muertes que produce la pandemia no sean obstáculo para la persistencia de un modelo predatorio y deshumanizado, que a lo sumo ensaya estrategias de intervención fragmentadas y superficiales respecto de algunos de sus efectos más llamativos sobre la población.
La experiencia chilena en el manejo de la pandemia es parte de esta forma de gobernabilidad neoliberal de la crisis socio-sanitaria; ha omitido toda acción gubernamental que implicase una redistribución de los recursos desde los sectores empresariales hacia los grupos vulnerables, ha administrado el control de la información epidemiológica y biomédica según los intereses de la psicobiopolítica, tenemos preocupantes tasas de contagio y mortalidad a nivel regional, hoy existe más pobreza, más injusticias, más enfermedad, más muertes. Coherente con el debate mundial sobre el modelo civilizatorio en crisis, en nuestro país ya se ha pronunciado multitudinariamente la ciudadanía a partir de octubre 2019 y refrendado en el reciente plebiscito: llegó la hora de transformar la realidad. El camino está trazado, se percibe una nueva subjetividad social, crítica y emancipadora, se hace realidad un proceso constituyente que permita redefinir el país que necesitamos; hay un sentimiento antineoliberal generalizado y un genuino deseo refundacional del país, con centro en la justicia social y los derechos humanos. Sin un cambio estructural la necropolítica llevará al país al caos, a nivel planetario pondrá a la humanidad en un callejón sin salida.
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Notas de autor