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¿Hoy, qué significa ver? ¿El pensamiento visual ya no existe?

Today, what does it mean to see? Visual thinking no longer exists?

Hoje, o que significa ver? O pensamento visual não existe mais?

Juan Agustín Gajardo Reyes *
Universidad de Talca, Chile, Chile

QVADRATA. Estudios sobre Educación, Artes y Humanidades

Universidad Autónoma de Chihuahua, México

ISSN-e: 2683-2143

Periodicidad: Semestral

vol. 2, núm. 4, 2020

qvadrata@uach.mx

Recepción: 12 Septiembre 2020

Revisado: 09 Octubre 2020

Aprobación: 16 Noviembre 2020

Publicación: 13 Diciembre 2020



DOI: https://doi.org/10.54167/qvadrata.v2i4.775

Resumen: Con respecto al pretencioso proceso evolutivo del hombre, se nos ha dicho que a fin de sobrevivir nos adaptamos despojándonos de aspectos que nos atan a un estado primitivo de vida. Como si necesitáramos dejar atrás parte de nuestro cuerpo; poniendo énfasis en aquello que hemos adquirido como valor superior del cual debemos estar agradecidos. Sin embargo, generalmente nos olvidamos de que aquello que dejamos atrás, ya sean instintos, dedos pequeños, pelos en la cara, erizamiento de la piel, exhibición de actitudes casi animales, son rasgos que nos vuelven más humanos, más sudorosos. Y sobre todo más presentes y cómplices convivientes con el entorno natural. Entendiéndose como natural aquello que no ha sido intervenido o instrumentalizado ni siquiera por la mirada o la imaginación.

Siendo el rasgo de la vista el más inquietante alrededor del tema evolutivo, podemos observar que se ha convertido en la primera herramienta que el Homo Faber ha usado para imaginar el mundo para el cual es necesario evolucionar. Creando a su vez otras herramientas que le ayuden a formar ese nuevo mundo. Tales como la fe religiosa, la educación como utensilio, el extractivismo como intercambio amoroso, la estructura familiar heterosexual y, quizás la más galante de todas, la tecnología como fuente de narración.

Palabras clave: Pensamiento, Percepción, Ver, Fe, Tecnología.

Abstract: Regarding the pretentious evolutionary process of man, we have been told that in order to survive we adapt by shedding aspects that tie us to a primitive state of life. As if we need to leave part of our body behind; emphasizing what we have acquired as a superior value for which we should be grateful. However, we generally forget that what we leave behind, be it instincts, little fingers, hair on our faces, prickling of the skin, display of almost animal attitudes, are traits that make us more human, more sweaty. And above all more present and accomplices coexisting with the natural environment. Understanding as natural that which has not been intervened or instrumentalized not even by the look or the imagination.

Being the feature of sight the most disturbing around the evolutionary theme, we can observe that it has become the first tool that Homo Faber has used to imagine the world for which it is necessary to evolve. Creating in turn other tools that help you shape that new world. Such as religious faith, education as a tool, extractivism as a loving exchange, heterosexual family structure and, perhaps the most gallant of all, technology as a source of storytelling.

Keywords: Thought, Perception, See, Faith, Technology.

Resumo: Em relação ao pretensioso processo evolutivo do homem, disseramnos que, para sobreviver, nos adaptamos abandonando aspectos que nos amarram a um estado de vida primitivo. Como se precisássemos deixar parte do nosso corpo para trás; enfatizando o que adquirimos como um valor superior pelo qual devemos ser gratos. No entanto, geralmente esquecemos que o que deixamos para trás, sejam os instintos, dedinhos, cabelos no rosto, formigamento na pele, exibição de atitudes quase animais, são traços que nos tornam mais humanos, mais suados. E acima de tudo mais presentes e cúmplices da convivência com o meio natural. Entender como natural aquilo que não foi intervindo ou instrumentalizado nem mesmo pelo olhar ou pela imaginação.

Sendo a característica da visão a mais perturbadora em torno do tema evolutivo, podemos observar que se tornou a primeira ferramenta que Homo Faber usou para imaginar o mundo para o qual é necessário evoluir. Criando, por sua vez, outras ferramentas que o ajudem a moldar esse novo mundo. Como a fé religiosa, a educação como ferramenta, o extrativismo como troca amorosa, a estrutura familiar heterossexual e, talvez o mais valente de todos, a tecnologia como fonte de contação de histórias.

Palavras-chave: Pensamento, Percepção, Ver, Fé, Tecnologia.

“A guardar, a guardar... cada cosa en su lugar”, esta es la frase que compone la canción con la cual enseñamos a nuestros hijos a ordenar sus juguetes cuando han cesado de jugar, o cuando llega la hora de dormir. Lo que nunca recordamos es que ellos jamás dejan de jugar. Quizás porque nunca dejan de ver. Sin embargo, me aterroriza pensar que los padres, al incentivar que los niños “guarden” las cosas en “su lugar” transmitimos a modo de doctrina que las cosas dejan de estar cuando no las vemos, porque hay un lugar donde podemos inmovilizarlas. Aquietarlas. Enviarlas a dormir. Tanto en su forma como en su sentido libre y dinámico. Aspectos que son constitutivos de la imagen siempre móvil y distinta que emerge de un juguete. Y los niños sienten esto, de seguro. Sienten que les estamos induciendo el sentido de VER. O también a cómo usar los OJOS.

Al repasar la canción, aparecen imágenes de cajones o repisas donde cada juguete se adormecerá como siguiendo la coreografiada inercia del cariñoso adoctrinamiento. Como si orden y juego no pudieran coquetear. O salir de copas. Como si al introducir un juguete dentro de un cajón ya no existiera más. Ni siquiera en nuestra imaginación. Quitándole la capacidad de viajar en nuestra mente. De trasladar su sentido. Sin embargo hemos observado que los niños persisten en la disidencia que se aloja en el afán y gusto por ver. Sobre todo a través de la imaginación que se desarrolla en aquello que llamamos ojo. Llevando ese ojo hasta la caja de los juguetes, ingresando a ella sin que su cuerpo esté allí.

La hipótesis a la que nos lleva esta reflexión es que el ojo ya no está dentro del cuerpo. Jamás lo estuvo por su naturaleza. Está donde se encuentra aquello que mira. Acompañando como un fiel compañero eso que le permite ser, ver y pensar. Como cuando “vemos el amor”. O “escuchamos a las flores”. Pero la educación que nos enseña solapadamente a inculcar, da valor a la perspectiva que hay que usar para relacionarse con el mundo. En la cual todo lo que vemos viene a nuestro ojo, colocándonos en una posición central con respecto al mundo observado, inmovilizándonos, inhibiendo la imaginación o el mundo imaginado, que es sin dudas, más real que el que denominamos realidad, que se trata de una sensación similar a la que experimentamos cuando vivimos en el sexto piso de un edificio de departamentos. Miramos por la ventana una ciudad, un paisaje, una multitud que viene hasta nosotros y no al revés. Sin compromisos de nuestra parte. Fortaleciendo la obviedad racional de que el ojo que capta está y es parte de nuestro cuerpo. Y su labor es ver lo que llega a él y no lo que no llega. Dándole bordes trágicos y dictatoriales con respecto a lo que vive y lo que no. Todo esto apoyado vertiginosamente en y por la tecnología que prepara y modela nuestra limitada percepción a fin de crear una visión cómoda y limitada. Donde lo importante y trascendental está sucediendo fuera de esos límites del ojo. En lo desechado, raro y a veces fe.

El extractivismo neoliberal en la percepción visual

La influencia del contexto en la percepción visual. ¿Existe hoy (aún) un contexto de la vida humana (real) que influya tanto como la vida virtual en la percepción visual?¿La extinción de la percepción? ¡Por qué no! Sin contexto no hay paraíso.

Afirmar en estos momentos que Hitler fue un gran escultor de su contexto sería por lo menos un detalle macabro para algunos, o una anécdota poco agradable para otros. Más aún ahora que estamos ocupados tratando de crear lenguaje ahí donde aún no lo hay. Buscando profundidad donde solamente existe superficie plana. Porque sin dudas estamos viviendo en un mundo cada vez más plano. Más SLIM mejor dicho. Creyendo que tenemos el control remoto en la mano sin darnos cuenta que todo se descontroló y se desbordó. Tratando de absorber algo del mundo mientras negamos la verdad de haber sido absorbidos por nuestra creación, cual pequeño Dios de un tipo de vida nueva. O no tan nueva, bastante antigua según la filosofía. La vida virtual.

¿Pero qué es una vida sin un contexto que la nutra y le dé orientación cardinal, sin un paisaje o sin la tierra en sus pies? ¿Cómo existiría sin un contexto que sea intermediario o confesor entre nosotros y ella? ¿Cómo coquetearíamos con ella sin un contexto que lleve mensajes y miradas de amor entre ambos cuerpos deleitando y bañando la percepción?

¡Perdón, olvido que la vida virtual no tiene cuerpo! Más bien sí, el mío. Cada vez que acontece frente y dentro de mí. Siendo tal vez el anhelado reflejo de mi mundo interior que se enciende y me enciende cada vez que tomo el smartphone. Provocando una extraña y punzante emoción porque veo mi interior en él. Mi espíritu. Mi psiquis. Y como estamos enamorados a ciegas de esta nueva vida, deseamos creer que tiene lugar propio donde recostarnos y sentirnos albergados. Pero tal parece que ya no habrá donde recostarse ni donde acomodar el cuerpo. La inminente llegada del 5G avizora quizás la extinción del “contexto natural” que hasta ahora nos rescataba y era una alternativa de devenires de los cuales carece la vida virtual, aunque fuera esporádicamente. La aceleración exponencial de seguro anulará el contexto no virtual y con ello la percepción visual. La cual al estar ligada al componente físico biológico posee un límite finito. Una capacidad medible. Con lo cual le queda decaer y sufrir de inanición galopante si es que no consigue a tiempo un implante compensatorio. Ya que no puede alimentarse de componentes plásticos, metálicos y vidriosos eternamente sin sufrir las consecuencias. Apareciendo este panorama como la antesala a la reconfiguración aniquilante de la percepción visual tal y como la conocemos. Quizás se extinguirá, será reemplazada por la condición desechable que el neoliberalismo otorga a todo, creando una especie de “recepción visual” más eficiente. O simplemente seguirá siendo material de su extractivismo hasta que se extinga y nuestro cuerpo no tenga más para dar. Siendo este panorama “cataclísmico” el que nos lleva a preguntarnos si la llegada del 5G generará la extinción total del contexto que nutre la percepción visual, o esculpirá como lo intentó Hitler, un contexto propio que nutra su propia percepción. Generando con ello un holocausto más contemporáneo, más tecnológico y por ende más mediático que el impulsado por el nazismo. Pero de seguro ese contexto ya existe y no lo hemos nombrado aún porque no sabemos cómo es. Está enfrente de nosotros. Tan pegado a nuestro cuerpo que no lo vemos. Ya que está disfrazado de impostor con aspecto y postura familiar. Como lo hace el teléfono o la tablet que llevamos con nosotros a un recital. Donde está nuestro cuerpo sosteniendo en frente de sí mismo una máquina que fue hecha como instrumento de manipulación y asistencia personal. Sin embargo ahora la ponemos delante de nosotros y la sostenemos como si fuera uno de nuestros hijos. Convirtiéndonos en la herramienta de soporte de la máquina mientras ésta nos da la espalda porque el ojo Carl Zeiss (lente de la cámara), está por delante de nosotros mirando el espectáculo. Siendo lo peor de todo el hecho de que ni siquiera paga la entrada al concierto. La pagamos nosotros voluntariamente. Porque ahora todo se paga porque todo es privado. Y pagamos justamente para “colarnos” a la imagen que produce otro en su jardín privado. Apareciendo así la tecnología que contiene la vida virtual con carácter de polizonte, de parásito luminiscente que aprovecha los restos de nuestra ansiedad para asegurarse de tener batería al cien por ciento de manera constante. Autogenerando una percepción propia que para existir y perdurar necesita la opresión y el desvanecimiento de las percepciones de los otros a través de organizaciones biopolíticas, biosociales y bioeconómicas que apoyen la creación de su contexto fértil de reproducción incestuosa. Siendo en este ámbito pertinente caminar por el borde de la vereda más áspero, injusto y sombrío afirmando que por lo menos en este perímetro incierto, neoliberalismo, marxismo e iglesia, son exactamente lo mismo. Una ideología que a través de ciertos instrumentos a modo de imágenes produce e impulsa una subjetivación del hombre, o de un grupo de ellos, que trabajará en pos de generar un eco que construirá un ente perdurable que enseñe a percibir el mundo. Y sobre todo la vida de una determinada manera. Aplastando las percepciones de aquellos de los que se nutre, adoctrinando la mirada y extrayendo la diferencia potencial de lo único y diferente. Acrecentando la noción de especie en peligro de extinción del acto de “Ver”. Pero tal como lo dijo el artista visual John Berger en los años setenta “el proceso de ver una imagen (de percibir), es menos espontáneo de lo que queremos creer. Una buena parte de ver depende del hábito y la convención. Siendo la convención tradicional de la perspectiva la usada en el arte moderno. La cual centraba todo el mundo visible en el centro del ojo humano.” (Berger, 1972). Hoy, la convención usada es más difusa. Más plana y brillante sin duda. El ojo ya no es el centro sino el borde. Y con él la percepción está siendo exiliada de su con-texto. De su tierra. Exilio forzado por el capitalismo neoliberal que según Luis Tapia afirma “ha traído una acumulación originaria, en el sentido de la concentración de la tierra, medios de producción y destrucción de estructuras sociales y formas de vida social preexistentes” (Tapia, 2010), que ha perdurado por siglos de una manera abigarrada que nos ha hecho sentir más parte aún, de una especie de acomodo igualitario farsante y democrático. Y como jamás hemos sido iguales y la gran parte de la humanidad jamás ha sido propietaria de la tierra y por ende de una imagen propia, nuestro contexto siempre perteneció a otros y nuestras imágenes también. No a nosotros sino al dueño del jardín que visitamos de vez en cuando para recordar nuestras apariencias, sobre todo en Sudamérica. Por ende nuestra percepción siempre nos engañó. O le enseñamos la manera de hacerlo. Tal cual lo lleva a cabo la tecnología que nosotros mismos programamos y esculpimos justamente para que esculpiera a su vez nuestro reemplazo de manera agradable e indolora. Arrojándonos nosotros mismos a una vida fuera de la vida sudorosa. Siendo siempre habitantes de una “sociedad fría” (Debord, 1995). Alejados del cambio, de la animalidad, la diferencia y la variable del devenir. En este sentido, Hitler al desear que el cuerpo humano tuviera en la piel el mismo color que él percibía en el mármol, se convirtió en una especie de escultor de una sociedad fría. No porque el mármol que nutría su ojo es de temperatura visual fría, sino porque visualizó al hombre como soporte portante de un tono, de una blancura que contenía y era soportada en un bloque monolítico pulido. Sin variaciones en el tiempo. Sin denominaciones de origen distintas. Dejando todo lo que no entraba en esa condición de imagen como desecho que apiló a través de hornos. Desechando en realidad aquello que no permitía evolucionar.

Hoy la democracia realiza una operación similar con nosotros. Nos manipula como material de construcción al cual saca la esencia y la coloca junto a las otras dentro de un Excel. La apila. La vuelve columnas en color blanco, lisas y sin desechos. Evolucionada. Susceptible de manipulación y por ende de interpretación dirigida. Con un número o fórmula a modo de dato nos saca la diferencia que yace adentro y desecha la piel. Con ello nos lleva al consenso para sentirnos en acuerdo como si fuéramos iguales entre nosotros. Tal como lo hace el efecto de cualquier droga que nos inventa un lugar común. Escucha el eco de lo que está en el interior y lo usa en nuestra contra a través de sus sensores. Transfigurando a la humanidad como si fuera una masilla que es susceptible de ser lisa. Sin impurezas y zonas ásperas. Siendo su herramienta de molde la tecnología.

Sin embargo, lo curioso es que a pesar de esto se sigue asomando coqueta y juguetona, la vida. Por el borde del ojo. Perdurando a modo de rarezas, de fealdad a veces. De extrañeza. Y también de preguntas hechas de vibraciones visuales.

Según la lectura que Héctor Cataldo (2020) hace referente al inminente estado de extinción en que se encuentra el Hombre, acá haremos una pequeña exposición del punto que marcó el inicio de la extinción que Cataldo avizora. La desaparición del pensamiento visual junto con su funcional categoría de la percepción. Todo esto preparado y cimentado en un ambiente de largo aliento adornado de manera muy natural mediante la maquinación del cine y sus imágenes en estado pleno. Plenitud usada por el capitalismo cognitivo (Fumagalli, 2007) a fin de cultivar en la educación los ojos de aquellos que son administrados por las generaciones formadas a partir de un abigarramiento cultural. Ambiente cuyo principal protagonista es el ojo humano como destino del pensamiento acerca del mundo. Ojo ensimismado y adoctrinado a nutrir una versión del mundo que es sospechosamente condescendiente con los deseos naturales de ver y tocar. Acciones que el capitalismo ha hecho de si su fuente y a la vez depósito de apariencias a las que todos recurrimos ingenuos a percibir, de sus íconos hacia los cuales emprendemos procesiones, y de sus hábitos a los que sin querer acontecemos. Tal como lo hago mientras escribo este texto. Mirando una pantalla y tocando las teclas del computador. Para luego de unos minutos tocar la pantalla y mirar los íconos en ella. En los cuales el ojo se reconoce y acomoda. Se mece adormecido en su espíritu atento a lo vibrante y distinto. A lo diverso. A lo feo que es quizás hoy lo más interesante. Lo más potente y a la vez raro. Condiciones ideales estas dos últimas para la creación y la reflexión. Que han sido desterradas de las salas de clases en colegios, universidades y hogares. Todas instituciones ligadas a establecimientos físicos e infraestructura más que a estados y lugares del espíritu o del corazón. No imagino con esto a un profesor o a un padre estimulando a su hijo a observar todo aquello que denominamos “feo”. Y tampoco imagino a un alumno cuestionándose si el mundo existe porque y desde que un ser humano lo ve tal como nos han enseñado, bajo el lema “ver para creer”. U “ojos que no ven, corazón que no siente”. ¿Y qué sucede en el momento en que no vemos, ya no hay mundo? Y, ¿si el cine construye mundos para ser descubiertos y aprehendidos al ser vistos con los ojos, oídos, la piel, el mundo existirá mientras existan películas o relatos acerca de él?

Ojos que no ven, punto ciego que no siente. La plenitud en el paraíso

El ojo humano es quizás la verdadera manzana del paraíso de la cual se habla en el Génesis. En donde se describe la manera en que fueron creados el primer hombre y la primera mujer como tales. Pero no menciona a los primeros transgénero, homosexuales, LGBTQ+, punks, campesinos, indígenas, deudores, disléxicos, autistas, migrantes, dudosos, etc. Y ellos no son nombrados pero existen. Por lo tanto nuestras primeras miradas, según este sesgado relato, fueron bastante restringidas y reduccionistas de la realidad. Circunscritas a un grupo pequeño de la potencial población. A un barrio. Quizás se referían en esta rapsodia no bohemia a los paraísos de Vitacura, Lo Barnechea y La Reina (comunas donde se concentra la riqueza económica de Chile). Mientras, la manzana por su parte, incitó al pecado a través de la mirada evitando con su brillo que se pueda ver el árbol que la sostiene, que a su vez esconde sus raíces en la tierra, evitando ser vistas y gracias a ello conocidas. Para no ser derribado. Método de ocultamiento usado por la mafia, los operadores políticos y el Estado, para construir con esto una imagen que solamente imagina a la mujer y al hombre en una versión bastante aburrida, simplona y predecible. Siendo lo más interesante del relato literal, el que hayan estado desnudos y sin prisa.

Esto último ha sido desde el principio determinantente importante en nuestra cultura visual. Y siguiendo con la metáfora que no es tan metáfora, vemos que para que Adán se sintiera tentado debía ver la manzana antes que todo para que ésta existiera. Lo cual podría perfectamente haberse llevado a cabo, en una versión contemporánea, a través de un despliegue casi publicitario donde Eva acompaña la tentación con una sonrisa y un gesto amable. Tal cual lo hacen las promotoras en los supermercados cuando persiguen vender un producto que generalmente no necesitamos. Instigando al ojo a ver aquello del cual no sabíamos que carecíamos. Así como en este caso la manzana, que está en eterna espera de que alguien le dé una especie de “mordisco de ojo”, pasa a ser realmente ella la que nos necesita. Relacionando ese mordisco con el acto de comprar cuando el iris se estira para dejar entrar la luz que emana de aquello que está en el objetivo de la mirada. “En la mira”. En “su mira”. Porque sin dudas los ojos muerden, acarician, se deslizan y roban a través de la mirada sobre y dentro de aquello que intenta seducirlos a caer en la tentación. “Ven bajo el agua” como decía mi abuelo. Pero también ven bajo tierra. Por ello el extractivismo neoliberal ha sido tan exitoso. Éxito que se basa en el establecimiento de un Ménage à Trois que se inicia viendo para ser tentado. Siendo el ojo un espía a favor de lo tentador; comprando y al mismo tiempo cayendo; y volviendo a ver para así pecar, otorgando con esto último el sesgo y prejuicio que toda mirada lleva consigo. Acercándonos con esto a lo que John Berger denomina: “de alguna manera me acerco a personas que conozco o que no, en las cuales siento una resonancia disidente, a los cuales les guiño un ojo”. (Berger, 2016) Disidente a estos prejuicios y a la tentación de ver lo que la cultura política quiere que veamos. O que espera que veamos. Y que siendo sinceros, que nosotros también nos tentamos cómodamente a ver. Tal como siempre nos ha interesado caer en la tentación de deslizarnos en aquellos lugares cubiertos y secretos. ¿A quién no le gustaría poseer la cualidad de tocar con las manos aquello que mira secretamente con los ojos? ¿O poder meter el ojo en los bolsillos de pantalones y bolsos de otros, en el interior de ventanas del edificio de los vecinos, en los oídos que guardan los secretos de amantes de plaza, en los pensamientos de los políticos, de banqueros, de acreedores, etc.? ¿A quién no? ¿Quién no mordería esa manzana, cayendo con esto en falta judeocristianamente hablando? Porque ver el mundo, o pretender hacerlo con el filtro religioso por delante nos otorga incluso la potestad de dar la vida o la muerte de eso que nos tienta a ser visto. Pero acá no se si es más tentador ver para descubrir y hacer nuestro aquello que se insinúa para ser adquirido, o ver para quitar o dar la vida. Así como los microbios que no existían hasta que alguien los vio por primera vez a través de un microscopio. Pero nadie se ha preguntado qué sintieron esos microbios cuando los vieron por primera vez. Sobre todo que bajo este precepto de encontrarse vivo o muerto según los ojos se hayan o no posado sobre el cuerpo, es posible decir que el científico no existía antes que el microbio lo viera de vuelta a través del anverso del microscopio. Sólo sabemos de esta relación lo que sucedió en la mente del científico que los observó porque éste luego publicó el resumen de lo que cree que inventó o que vio. Dándonos a conocer únicamente una de las dos versiones de los incumbentes, sesgada por lo demás, que reduce aún más lo visto y su sentido.

Por otro lado, en el origen de este planteamiento, tampoco reparamos en que quizás fue la manzana la que vio primero al ojo y que cayó con ello en la tentación de dejarse comer. De permitir que la separasen de su enraizamiento. De su existir en plenitud ligada a la tierra de manera invisible y misteriosa. Ahí, expuesta y al mismo tiempo ambigua. Como si el acto de mirar una imagen produjera en si otra imagen de mí mismo mirándola. O también como si estuviéramos mirando a alguien que mira a otro que está a su vez observando a otro. Mientras ese otro mira al mismo tiempo al primero que observa, a nosotros. Esto se expande con particularidad en el sentido que Siri Hustvedt le otorga al mirar, en su libro “La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres” (2017). Donde plantea una cierta manifestación dirigida y devenida del mirar de una obra o de una persona, siendo ambas lo mismo, donde debe tenerse en cuenta que aquello que se está viendo es en realidad la manifestación que nosotros, que estamos observando, le damos a nuestro propio interior. Como si pudiéramos ir cavando hacia nuestro interior a medida que hablamos de algo ajeno que está afuera del cuerpo y alejándose constantemente. Generando una relación expansiva infinitamente distanciadora. Usando aquello observado de manera independiente de su origen particular, como un instrumento, material y dispositivo para hablar de nosotros mismos en la versión de “mi”. Pero transformado, transfigurado más bien. Fenómeno al cual podríamos decir que Joseph Beuys agrega la condición de que la obra y el arte del cual proviene, poseen una capacidad de transformación de la materia que logra ser otra cosa nueva pero a la vez sigue siendo lo anterior. Como en la escena de la transfiguración de Cristo. Donde exclusivamente se alcanza a relatar el brillo intenso y seductor que Cristo, ya muerto y revivido, alcanza a mostrar a sus discípulos. Cual espectadores del espectáculo de la transformación de un hombre que sigue siendo el mismo que al inicio, pero a la vez no. Con lo cual cada vez que pintamos, fotografiamos, escribimos, filmamos, hablamos, estamos desplegando un relato de nosotros en transformación. En transfiguración. Iluminándonos más a través del formato de la obra, que del mundo que nos rodea. Incluso aunque no lo intentemos a propósito así. Tal como cuando vemos una película y el tiempo avanza a medida que acumulamos las imágenes que ella suspicazmente ha construido. Tras cada superposición estamos haciendo de esa película una imagen nuestra. En forma de recuerdo que nos enseña a relatarnos posteriormente a otros. Como un epitafio auto redactado constantemente en vida pero sin haber muerto. Por lo menos del todo.

De aquí se retoma la sensación de que vida y muerte tienen su propia imagen como tales. Donde la muerte es la que quizás está más viva y es la más eterna de las dos. Y como está viva y despierta llega siempre a tiempo y en plenitud. Justa y necesaria. En un estado de forma donde no le falta ni le sobra nada. Un estado realmente pleno, casi ascético.

Todo esto sería comparable con la noción de Imagen que Ignacio Agüero entrega a través de correos electrónicos en los que conversamos del tema durante el mes de octubre de 2020, “la imagen es autosuficiente respecto de quienes se enfrentan a ella y de quienes la necesitan para la elaboración discursiva. Pues se instala con toda su ambigüedad, sin decir lo que otros pretenden que dice, ambigua y libre de significados a los que puede ser forzada. En esa ambigüedad habría una complejidad que supera el significado posible, o deseable. Esta sería la manera en que se entendería lo de estado pleno de la imagen” (Agüero, 2020) Si decretamos esto como cierto entonces los pintores, fotógrafos, escritores sobre todo, cineastas en primer lugar, arquitectos y diseñadores seríamos todos unos incitadores a la caída en tentación de algo que no podemos hacer totalmente nuestro. A lo que no podemos llegar en totalidad ya que lógicamente la distancia que hay entre nosotros y la tentación mirada jamás desaparece del todo según Zenón. Esto porque llegamos a ello usando algo que tal parece jamás ha estado en nuestro cuerpo, los ojos. Cayendo con esto en la primera ficción en la que habitamos. La de creer que los ojos están en nuestro cuerpo mientras ellos están allí donde ponen la mira. Por ende están siempre afuera de nosotros. Permitiendo con esto ver la naturalidad de su desarrollo alimenticio en el cine como industria y máquina de realidad; en la internet, como pensamiento contemporáneo visual originado en el hombre pero desarrollado y acontecido fuera de él. Siendo esta red el nuevo cuerpo donde los ojos desean pensar y habitar. El medio elegido por ellos para forjar sus relatos acerca del Hombre que antes los albergó y que ahora es el constitutivo protagonista de relatos de migración. De expropiación de sentido, palabra, obra y omisión. Significando aquello que cada vez que vemos algo es porque decidimos pensarlo con los ojos. Imaginarlo. Generando consigo la caída de la “mirada” tal como la conocemos occidentalmente. Caída en el sentido de aquellos regímenes políticos, militares y sociales que cayeron haciendo creer que tal caída era el fin del infierno mientras que en realidad era el comienzo de otro mayor y más sofisticado. Siempre más evolucionado. Escondiendo su reemplazo inmediato dictatorial. Como lo fue el asentamiento de Estados Unidos cual potencia mundial en reemplazo del régimen nazi. Y entre tanto, ambas potencias tuvieron tópicos comunes. Como por ejemplo el Star System impulsado a fin de construir “estrellas” que crearan una imagen luminosa a través de su trabajo en el cine y sus vidas. Partiendo por Charles Chaplin y sus amigos. Siguiendo por el uso político que Roosevelt hizo de Shirley Temple levantando el ánimo de la sociedad estadounidense. Continuando con James Dean, Marilyn Monroe y más. ¿Y qué es eso, sino la declaración propagandística de un modelo humano? ¿De una raza vista a través de una pantalla cada vez más plana?

Y ya que estamos trabajando la mirada y su recorrido sobre las superficies del papel, de la pantalla, de la materia y del cuerpo, de las palabras, seguimos imaginando la escena en torno al rol de Eva. No la que dicen que fue causante de la perdición de Adán, sino la de la imagen que Adán construyó en su cabeza aprovechando el punto ciego del ojo para manipular la interpretación sesgada y reducida de la realidad que el ojo podía ya tener. Puesto que el punto ciego que mide aproximadamente 1,5 por 2 milímetros es la zona por donde no transita ningún estímulo visual. Siendo la vía perfecta que el cerebro propone completar arbitrariamente con información del medio circundante. Por lo tanto es imposible que decidamos qué ver y qué no, además de resultar más imposible aún el ver la realidad de lo que hacemos día a día. Y como no la vemos no existe al parecer. No hacemos nada de lo que creemos y aseguramos realizar, leer, escribir, amar. Siendo esto un fundamento para asegurar que la cultura occidental y la religión que la impulsa tampoco existen. Sobre todo porque esa religión es la que redujo aún más el sentido de todo lo posible. Estableciendo por ejemplo que la manzana fue solamente una. Dejando fuera la posibilidad de elegir, paradójicamente nos deja a nuestro libre albedrío teniendo solamente una manzana por delante. Y no dos que sería una manera más amable y compasiva de tratarnos por lo menos. Como cuando nos dicen que se puede ser libre y revolucionario, mientras el principal revolucionario que tiene la iglesia en la imagen de Jesús, está en todas las ceremonias crucificado en eterna agonía. Fijando en la mente de nuestros ojos el fotograma congelado de un hombre al que no se le permite definitivamente morir, ni tampoco bajarse a descansar de su agonía. Ya que así no puede bajarse por ende a conversar ni a intimar con las personas que lo observan acerca de la experiencia de ser usado. Está prisionero y desnudo hace más de 1987 años. Obligado a no hablar por sí mismo y a escuchar como otros hablan por él. Convirtiéndolo en imagen plena cada vez que el ojo decide ver lo que se asoma oculto en ello. Y no lo que la iglesia quiere cultivar en la grieta de nuestros ojos. Cultivar en el sentido que Catherine Walsh (2020) menciona. Sin embargo si atendemos a lo que aparece en el borde de nuestros ojos asomándose como desechado por el afán de aquellos que dan uso discursivo a la imagen, podremos con muchas dudas, debido al carácter adrenalínico que este paso conlleva, devolverle el derecho a ser olvidado que toda imagen posee por su naturaleza en estado pleno. Donde no necesita nada, a tal punto que ni siquiera nos requiere a nosotros.

Y si a pesar de esto creemos que vemos la realidad o una parte siquiera de ella, esto quiere decir que vivimos en la mentira. En la falsedad. O en una ilusión. Lo que conlleva algo aún más corrompido, la imposibilidad de poseer una percepción visual educada por nosotros mismos. Dando paso ésta en su falta de completitud y alejamiento de nosotros mismos, al pensamiento visual del cual nos atrevemos a cuestionar si su existencia es tal en la actualidad. Justamente por el desapego que aparece hoy entre nuestro cuerpo, los ojos, el contexto, la interpretación que hacemos de éste, y la construcción que con ella llevamos a cabo de regreso a tal contexto. Resumiendo esto en la afirmación de que la palabra y la materia de la cual emanan una de otra recíprocamente, se encuentran cada vez más separadas. Divorciadas legalmente.

La palabra y la materia. En acuerdo de cese de convivencia

La realidad como aquello construido entre la percepción visual y su pensamiento, y la transformación que la percepción educada construye de lo que extrajo de la realidad, parecen hoy más distantes unas de otras. Sobre todo si nos basamos en las observaciones que Merleau-Ponty despliega en torno a la distancia que aparece desde el pensamiento objetivo y el “sujeto de la percepción” (Merleau-Ponty, 1985). Alejamiento dado por la imposibilidad de concebir la percepción desde los estímulos, como lo relacionaría la física. Ni tampoco como la suma de los órganos de los sentidos, como lo haría la biología. Esto trae hacia nuestro campo visible la noción de que este tipo de pensamiento, el objetivo, da por sentado que la percepción se da en un mundo ya definido. Incluso perspicazmente definido por el mismo pensamiento. Con lo cual podemos derivar que la percepción sería una especie de herramienta que confirma algo ya definido por otros. Sin embargo, a diferencia de esta visión, Merleau-Ponty menciona que la percepción es una “re-creación o re-constitución del mundo”. Donde tal vez esta re-constitución sea desde partes de la realidad que son apreciadas como elementos de materia, que se intuyen sin volumen y por extensión a esto sin aire (en términos físicos y biológicos), y que al ser percibidos se convierten en materia transformada en material manipulado (como manipula el cine a través del “montaje”). Generando materia susceptible de manipulación. De materialización, por ende. Ya que tenemos el derecho de manipular el entorno percibido por algo así como lo llamado libre albedrío. Al construirlo aparece una versión mejorada de lo que se percibió al inicio. Hay una palabra o significación de ésta que es nueva y viaja de vuelta a la percepción. Sin embargo parece que hoy nos hemos cerrado a la posibilidad de percibir lo manipulado por nosotros mismos. Y esto se entiende cuando aparece el desapego tan contemporáneo a la responsabilidad en torno a la construcción de nuestro mundo. Por ende, se nos hace más fácil auto validarnos entre unos y otros sin cuestionarnos nada.

Wim Wenders en la película “Apuntes de Ciudad y Moda” (1989) relata la sensación que tiene al probarse una camisa diseñada por Yohji Yamamoto. Diseñador cuyo trabajo es el leitmotiv de la película. Confesando que al mirarse al espejo percibe una versión mejorada de si mismo. Siendo esa versión mejorada la que interesa permanentemente a la arquitectura en su proceder proyectual sobre un lugar. Sobre un cuerpo de imagen en estado pleno. Donde el trabajo sobre el espacio y sus sensaciones tiene mucho que ver, quizás todo, con que los arquitectos esconden y develan elementos, frases, textos y materia. La construcción misma es una experiencia ocultista. Que deja debajo de los materiales la materia que da sentido y forma al espacio. Por esto podemos decir que cada espacio construido esconde un espacio secreto dentro de sí. Similar a lo que Raúl Ruíz describía en relación a que cada película esconde dentro otra que permanece secretamente oculta, asomando un hombro o un suspiro caprichosamente. A fin de poner a prueba al espectador. Siendo esa película oculta la verdadera obra. La que debe descubrir el espectador. En este caso, el que piensa con el ojo.

En este último sentido recogemos la experiencia de lo trabajado con alumnos de primer año de la escuela de arquitectura de la Universidad de Talca. Experiencia (relacionada con lo inolvidable y marcador) que se aleja del ejercicio educativo (Acto de ejercitar un músculo en repetidas ocasiones, quedando a merced de la constancia y repetición a fin de no perder tonicidad) puesto que son trabajos que buscan encontrar la relación entre cuerpo construido, reflexión y lenguaje. A través del OJO en relación a una distancia de aquello construido. Siendo la reflexión lo que marca la distancia.

Y respecto a la distancia, la serie Star Trek-Discovery muestra a un grupo de militares científicos que viajan por el espacio en un afán pacífico y científico. En cuyos viajes aquellos militares se van convirtiendo en familia a través de las historias y desencuentros que van sucediéndose. Donde el mayor de aquellos sucesos es el de haber logrado viajar en el tiempo dejando atrás la nave que originalmente protagonizaba la serie casi homónima de los años 90. La Enterprise (empresa). Mostrando a ésta quedándose en el pasado. Pasando a habitar el futuro la nave denominada Discovery (descubrimiento o invención); qué más ad-hoc para una nave de científicos. De lo cual podríamos realizar variadas interpretaciones. La primera puede ser que la serie está acorde a los tiempos mostrando que la denominación de empresa se queda en el pasado ya que no es capaz de viajar hacia el futuro. Destinando a la muerte y desaparición de todos aquellos tripulantes que con ella viajan. Siendo la metáfora Discovery el slogan capaz de pasar al futuro. Futuro que los científicos militares que la conducen podrán ir descifrando paso a paso las interrogantes de ese futuro. De hecho en el último capítulo de la tercera temporada el capitán de la Discovery, Saru, encontrándose con el nuevo futuro al cual arriban, se percata de que el mundo está más disperso y disgregado que en el pasado que ellos sacrificaron. Es por esto que hace referencia a que en el Renacimiento de la especie humana vivió un artista llamado el Giotto. Quien aportó la nueva mirada trascendental. La de la perspectiva. Resultando muy curioso su argumento de que ésta fue la manera de demostrarle a los demás que todo se puede ver en perspectiva y por ende con una cierta distancia. Sin embargo lo más importante es lo que no dice Saru y que sí aclara nuestro ya citado anteriormente John Berger. Que la perspectiva fue la manera de hacer sentir al hombre el centro de todo. En realidad el ojo como el centro que absorbe todo lo que por ahí entra o cae. Provocando una noción de híper centrismo casi agobiante y autodestructivo. De lo cual es necesario volver a subir al ejemplo de habitar el sexto piso de un edificio. Asomándonos por la ventana para dejar aparecer el paisaje, la ciudad, las personas, los automóviles todos viniendo nuevamente hacia mí. Hacia mi ojo. Al ojo físico me refiero. Al de la mirada física como diría disimuladamente Merleau-Ponty. Sin decir que ese perspectivismo nos permite sentirnos un poco libres de mirar lo que deseamos, pero en realidad no nos dice que mientras miramos estamos como espectadores de una imagen que no nos pertenece. En esto hay que tener un afán majaderamente desvergonzado. Reiterando hasta el cansancio que todo lo que vemos es de otros. Es en esencia privado. Democráticamente privado. En resumen y reiterando, seguimos viendo el jardín de la casa de otro. Y tampoco nos damos cuenta que al hacerlo estamos nosotros en la imagen que a su vez está dentro de la perspectiva de otro. Y así hasta el infinito. Nuevamente. Entonces lo que hace realmente el ojo al mirar eso que está afuera y que es privado, es comprar. Parece que sí.

¿Pero y si no paga? Entonces está arrendando, más bien robando. ¿Y si estuviera recuperando?

Mientras reflexionamos al respecto divirtámonos viendo al voyerista mientras roba, recupera o arrienda la imagen de otros que están haciendo lo mismo que él a otros. Haciendo con esto que todos seamos sujetos que viajamos ensimismados en el sentido de la pertenencia. Quizás lo que puede llegar a marcar un antes y un después en este viaje, es el momento en que aparece alguien decidido a pagar por tal o cual imagen de otro. ¿Y si alguien quiere pagar? ¡Que lo haga!. Como el ejemplo que da Hustvedt (Hustvedt, 2017) acerca de la obra de Jeff Koons en cuanto a la relación obra de arte y dinero. Ambos durmiendo juntos dentro de una casa privada. Para que únicamente su dueño pueda recibir esa instigación reflexiva que la obra de arte irradia por si sola sobre quien la ve. Muy similar a lo que hace la iglesia con respecto a la imagen de cristo crucificado. Donde tal iglesia ha adquirido los derechos de autor sobre ese cristo padeciente y eternamente agonizante. Con ello han adquirido la propiedad de la imagen del momento intermedio entre la vida y la muerte. Entre ser víctima y victimario. Entre ser santo o no. Y el que profesa su fe, paga la apreciación de tal imagen privada entregando sus datos, a través del acto de confesión. Y así pasa a ser parte de la comunidad cristiana. Tal como hoy pasamos a ser parte de la comunidad si entregamos nuestros datos a modo de regalo. Como lo plantea Esposito (Esposito, 2004) en Communitas.

Bibliografía

Debord, Guy. (1995). La sociedad del espectáculo. Santiago, Chile: Ediciones Naufragio. 82 pp

Esposito, Roberto. (2003). Communitas, orígen y destino de la comunidad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Amorrortu/editores.

Fumagalli, Andrea. (Octubre de 2010). “Bioeconomía y capitalismo cognitivo, hacia un paradigma de acumulación”. Madrid, España: Traficantes de sueños.

García Linera, Álvaro, Rául Prada, Luis Tapia, Oscar Vega Camacho. (2010). El Estado, campo de lucha. La Paz, Bolivia: Muela del Diablo, editores. 101 pp

Hitler, Adolf. (1926). Mi lucha. Barcelona: Paidós.

Hustvedt, Siri. (2017). La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres Ciudad autónoma de Buenos Aires: Seix Barral.

Merleau-Ponty, Maurice (1985). Fenomenología de la percepción. España: Planeta.

Ruíz, Raúl. (2014). Poéticas del cine. Universidad Diego Portales, Santiago de Chile: ediciones universidad Diego Portales.

Referencias

Cataldo, H. “Mundo virtual y despolitización: velocidad, descorporeización y algoritmización de la vida sudorosa” (Diciembre de 2020); Semana de Investigación 2020 del Doctorado en Educación, Artes y Humanidades de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua en México.

Walsh, C. “Grietas, gritos y siembras” (Diciembre de 2020); Semana de Investigación 2020 del Doctorado en Educación, Artes y Humanidades de la Facultad deFilosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua en México.

Berger, John. 1972, enero. Ways of Seeing- John Berger (episode 1- subtitulado); Archivo de video recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=ZCVXWFIksdM

Dvoràk, Cordelia. 2017. John Berger or Art of looking. (subtitulado); Archivo de video recuperado de: https://www.youtube.com/watch?-v=iM2Tr-5BPa4

Wenders, Wim. 1989. Notebook on cities and clothes; Archivo de video recuperado de: https://www.youtube.com/results?search_query=notebook+on+cities+and+cloth es+full+movie

Beuys, Joseph. 1974. I like América and América likes me. Galería Rene Block, Nueva York, Estados Unidos.

Notas de autor

* Juan Agustín Gajardo Reyes es Arquitecto por la Universidad de Talca, Chile. Magíster en Cine documental del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Coreógrafo en danza contemporánea. Estudiante de Doctorado en Cultura y Educación en América Latina. Universidad ARCIS.
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