Estudios históricos
Recepción: 30 Junio 2022
Aprobación: 05 Septiembre 2022
Resumen: Los estudios en torno al populismo han sido profusos en la historia política y la politología argentina. Desde sus consideraciones teóricas proponemos abordar una reflexión histórica sobre el carácter político del gobierno de Carlos Menem en una primera etapa comprendida entre 1990-1994, a partir de la visión de las izquierdas agrupadas en la publicación La Ciudad Futrura .lcf). Para esto, se reconstruyó históricamente el proyecto editorial de lfc y se desarrollan las discusiones en torno al populismo y el neopopulismo en América Latina. Se comprobó que la caracterización que la izquierda democrática de lcf construyó sobre la observación del fenómeno político menemista desde 1990 fue heterogénea y plural, y que la discusión en torno a sus elementos tipológicos sigue abierta en el debate histórico y político.
Palabras clave: historia política, populismo, democracia, izquierda, neoliberalismo, gobierno de Menem.
Abstract: Studies around populism have been profuse in Argentine political history and political science. Based on its theoretical considerations, we propose to address a historical reflection on the political character of Menemism (1983-1989) since its irruption in the vision of the left that participated in the publication La Ciudad Futura (lcf). For this, the editorial project of lfc is historically reconstructed and the discussions around populism and neopopulism in the 1990s are developed. It was verified that the characterization that the democratic left of lcf built from the observation of the Menemist political phenomenon since was heterogeneous and plural and that the discussion around its typological elements is still open in the historical and political debate.
Keywords: political history, populism, democracy, left, neoliberalism.
Introducción
Los noventa comenzaron con una caída del PBI per cápita de más de 2 % anual, la deuda externa alcanzaba prácticamente un 70 % del producto (superaba los 50000 millones de dólares) y las tasas de desempleo comenzaban a rondar alrededor del 10 % anual, empeorando posteriormente. La debacle salarial había acumulado más del 30 % durante la década de los ochenta –sin contar una cifra similar acumulada durante los años de la dictadura (1976.1983)– y luego de las hiperinflaciones (de 1989, y en menor medida de 1990) la pobreza había superado el 30 %1. Así, el menemismo estaría atravesado desde sus comienzos por uno de los periodos de mayor desigualdad social nunca vistos en la historia. El Estado se encontraba en una posición debilitada, con reservas monetarias internacionales que no habían superado los 4000 millones de dólares desde el gobierno anterior de Raúl Alfonsín (1983-1989) y una moneda pulverizada por las hiperinflaciones, que solo se logró estabilizar en unos 200 pesos por dólar preconvertibilidad2. Sin embargo, como señaló Novaro, la inequidad material que habían producido el largo estancamiento económico y dos hiperinflaciones debilitaron los canales de participación de los sectores populares. Como consecuencia «se instaló la idea de que la sociedad era desigual por naturaleza [y que existía un sector social con] una capacidad superior para influir en los asuntos colectivos, aquellos actores que con su éxito habían demostrado ser más hábiles que el común de la gente»3. Se trataba de elites empresarias, inversores y otros individuos considerados exitosos que se presentaban ante la sociedad como modelos a seguir. Atrás quedaban las antiguas críticas filiadas con algunas izquierdas a la patria financiera, contratista y otras denominaciones que apuntaban de forma crítica a grupos que se habían beneficiado durante los años de la última dictadura militar (1976-1983) y también durante el gobierno de Alfonsín4.
En aquel entonces, se inauguraba una nueva identidad política con el justicialista Carlos Menem (1989-1999), y luego de un viraje de las posiciones de corte nacional redistributivas que lo filiaban con la economía de los populismos clásicos, adhirió mediante alianzas concretas al neoliberalismo económico vinculado a las corrientes de la nueva derecha5. Así, a partir de relaciones con derechas locales y el mainstream económico internacional6, el presidente electo adhirió a las principales consignas que ponían en primer lugar los incentivos al capital privado, el retraimiento del Estado en la producción7 y la amplia apertura comercial y financiera para propiciar una mayor integración mundial de acuerdo con los cánones del impulso globalizador de aquel entonces. El basamento ideológico de la época provenía, en gran medida, del llamado Consenso de Washington8 y los gobiernos conservadores de Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979-1990), que en EE.UU y Gran Bretaña se encontraban entre las principales inspiraciones del entonces denominado neoliberalismo. Además, la caída de la URSS y la consecuente crisis del paradigma marxista favorecían este contexto, que a su vez empujaba a nuevos replanteos a las izquierdas mundiales dado el pleno avance de las relaciones capitalistas a lo largo y ancho del globo9.
Así, el gobierno de Menem sancionó en sus primeros meses las leyes de reforma del Estado y Emergencia Económica que permitieron el avance privatizador, la desregulación de los mercados y la retracción del Estado, como posteriormente abrir la participación al capital privado en sectores como salud y educación. Así, a partir de abril de 1991, el gobierno menemista logró la estabilización de los precios con el Plan de Convertibilidad, que establecía la paridad cambiaria fija con el dólar, renunciando a grandes márgenes de soberanía en la política monetaria local10. El gobierno estabilizaba la economía y desplegaba un programa de reformismo neoliberal desde la estructura partidaria del histórico partido justicialista de tradición nacional-popular que despertó las controversias analíticas de varios politólogos y otros especialistas de las ciencias sociales.
En este marco, proponemos detenernos en la discusión en torno a la naturaleza política del menemismo, sobre todo en sus primeros años, entre 1990-1994, y examinar los debates desplegados en La Ciudad Futura (LCF), la revista que aglutinaba a sectores de la izquierda democrática ligados al Club de Cultura Socialista. El recorte temporal seleccionado responde al criterio de abarcar las discusiones desarrolladas durante la mayor parte de una primera etapa del menemismo, transcurrida entre la poshiperinflación de 1990 y el inicio de su segundo mandato en 1995, caracterizada por la consolidación de su proyecto político desde la estabilidad económica en adelante. Además del extenso caudal de debates que presenta ICF en esta etapa, pudimos comprobar que a partir de la segunda mitad de 1994 las discusiones dejan de encontrarse relacionadas con la irrupción de Menem pasando a ocuparse de cuestiones más específicas y propias de la coyuntura sociopolítica.
LCF se formó en la argentina posautoritaria en 1986, y nucleó a importantes intelectuales de izquierda exiliados durante la última dictadura que participaron entonces de la revista Controversia en México. Estos, que habían emprendido un proceso de crítica a las acciones radicales de la guerrilla sesentista y setentista, ahora comenzaban a resignificar la democracia y la posibilidad de dotarla de componentes socialistas11. En sus columnas participaron José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Emilio de Ípola y Jorge Tula, quienes eran parte del grupo fundador, entre otros intelectuales de reconocida trayectoria política e intelectual12. Así, la revista contó con varios estudios de las ciencias sociales que en general se concentraron en los años del regreso a la democracia (1983) y las discusiones que esta deparaba13. Por ejemplo, algunos se detuvieron en los cambios en el lenguaje político en torno a los conceptos de democracia, revolución y socialismo14, las redes políticas con diferentes sectores de la izquierda15, las discusiones generadas en torno a los primeros debates sobre la reforma del Estado16 y la revalorización teórica de clásicos como Weber y Gramsci en el discurso de izquierda17. A su vez fueron analizadas otras revistas políticas, vinculadas a otras tradiciones intelectuales que también se encontraban atravesando un proceso de revalorización democrática18.
Sin embargo, resultan menos profusos los estudios dedicados a los años noventa. Por ejemplo, Mercer estudió la intelectualidad entre los años de Alfonsín y Menem indagando en los debates y procesos que la posicionaron en el nuevo escenario posautoritario19. Martínez Mazzola se interesó en cómo los exponentes del Club Aricó y Portantiero reconfiguraron su lectura teórica de la izquierda socialista en los años 1990 recuperando textos clásicos de Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista argentino20. Otros, como Montaña , se preocuparon por el retroceso de la izquierda durante el gobierno de Menem21. No obstante, la vacancia en torno a los estudios puntuales sobre la LCF y los intelectuales ligados al Club de Cultura Socialista que la promovía ofrecen un espacio para indagar en torno a la naturaleza política del régimen menemista, especialmente sobre cómo esta fue discutida e interpretada en sus páginas.
Así, proponemos en un primer apartado, analizar la publicación a partir de aspectos materiales y de estilo recuperando algunos elementos analíticos propuestos por la historiografía que aborda publicaciones periódicas. Luego, recuperamos los debates teóricos en torno al populismo y la posibilidad de vincular dentro de este fenómeno político al menemismo entendido como neopopulismo. Por último, en un tercer apartado, buscamos adentrarnos en las discusiones específicas que se fueron presentando en LCF en torno al menemismo como irrupción política desde 1990 hasta su consolidación hacia 1994. Especialmente, nos centramos en sobre sus continuidades y rupturas respecto del peronismo que, en definitiva, permitían caracterizarlo.
La Ciudad Futura: principales referentes y materialidad de una revista de izquierda socialista
LCF apareció en agosto 1986 bajo la dirección editorial de José Aricó, Juan Carlos Portantiero y Jorge Tula, quienes se mantuvieron férreos en una primera etapa, junto con la presencia corriente de Oscar Terán y Héctor Schucler en sus números durante los años de Alfonsín. Esta alternaba ediciones bimestrales con trimestrales y contó con un comité editorial compuesto por importantes intelectuales de la izquierda democrática. Como consejeros de redacción, también se encontraban Segio Bufano, Jorge Doti, Ricardo Ibarlucia y Héctor Leis, miembros significativos de la izquierda de los setenta y sus organizaciones armadas. Sin embargo, posteriormente se fueron incorporando en este bloque algunos otros, como Javier Artigues, Julio Godio, Antonio Marimón, Gustavo Merino y Guillermo Ortiz, también intelectuales de relevancia contemporánea y posterior de la argentina. En su número 11 de 1988 aparece por primera vez un comité asesor, con una nómina de importantes personalidades que ya venían participando del proyecto, como Emilio de Ípola, Jorge Dotti, Terán, Juan Pablo Renzi, Ricardo Neudelmán y otros, como Jorge Kors y Leis. La gran mayoría, como se ha destacado, eran parte de las filas del Club de Cultura Socialista. Se presentaron números hasta su interrupción en 1998 para retomarse posteriormente en el 2001. En los ochenta Renzi, organizaba la estética de las tapas de la revista y sus ilustraciones con obras del cronista y plástico Phelipe Guaman Poma de Ayala (1534-1616), quien con su arte denunciara las injusticias de los encomenderos y funcionarios de la Corona española frente a los indígenas en la Lima del siglo XVII y XVIII. Habitualmente, Renzi se encargó de las ilustraciones de las tapas, siempre orientadas en el arte andino e hispano22. Posteriormente, también se incluyeron otras manifestaciones artísticas modernas que moldeaban no solo la tapa de los números, sino el interior de la publicación acompañando cada artículo.
En los años noventa la dirección estuvo manejada por el trío Portantiero, Aricó y Tula, secundados por un Consejo de Redacción a cargo de Terán y un Comité Asesor bajo el mando de Godio. Además, siguió firme la colaboración artística de Renzi, quien se encargaba de la maqueta y de Laura Rey, a cargo del servicio de ilustraciones. Sin embargo, en el transcurso de sus primeros años también los artistas introdujeron gráficas orientadas en diferentes movimientos artísticos provenientes del arte griego y el surrealismo. También hubo arte de movimientos estéticos como de caricaturas contemporáneas de alcance nacional y mundial, que al interior acompañaban a las columnas siempre en blanco y negro a diferencia de las tapas a color. También colaboró en esta sección, introduciendo y narrando la faceta artística Carlos Macchi. Muestra de esta iniciativa son las tapas exhibidas en las Figuras 1 y 2.
Tambien eran frecuentes las gráficas artisticas al interior de los números, que eran diseñadas por artistas ideológicamente cercanos, más frecuentemente con alguna disidencia al autoritarismo, la proscripccion y otros valores canónicos de las izquierdas. Puede mencionarse el caso del brasilero León Ferrari, un artista plástico opositor a las dictaduras y también el caricaturista estadounidense David Levine, crítico con diversas formas de conservadurismo social. Las temáticas basadas en muestras artísticas, como la de los volúmenes de la Tercera Exposicion Mundial de Fotografia de Hamburgo (1973) o la basada en el libro de la historiadora britanica Doreen Yarwood The architecture of Europa, también fueron frecuentes.
La publicación cubría una variedad temática que iba desde el sistema de partidos, el sindicalismo, la democracia, la educación, la política universitaria, el sistema judicial, entre otros. A lo largo de sus secciones se contó con la promoción de librerías porteñas como Fausto y de edicicones de autores clasicos de Fondo de Cultura Económica como las de Fernand Braudel, Albert Hirschman, Anotnio Gramsci, entre otros. También fue frecuente en este sentido la presencia de Alianza Editorial y las revistas de izquierda Nueva Sociedad y Espacios, editadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. También tuvo un lugar destacado Estudios Sociales de la Universidad Nacional del Litoral, e incluso, Punto de Vista, de la que paralelamente participaron varios referentes como Carlos Altamirano, Emilio de Ípola, Beatriz Sarlo y otros ligados al Club de Cultura Socialista. De la mano de sociólogos y politólogos, las discusiones en torno a la reforma del Estado y la modernizacion de la sociedad mediante la construccion de un sistema de gobierno democrático estuvieron en los principales titulares. Sin embargo, las notas no estuvieron únicamente circunscriptas a los mentores del socialismo democratico argentino, sino que también se contó con otras voces de gran impacto en el ambiente científico de las ciencias sociales como en la política de las izquierdas. Entre estos, cabe mencionar al periodista y militante del marxismo Sergio Bufano, el entonces joven sociólogo Marcos Novaro, el politólogo Fabián Bosoer, el entonces lider del Partido Democrata Cristiano Carlos Auyero, el referente socialista Alfredo Bravo, el sociólogo e historiador Waldo Ansaldi, la historiadora Hilda Sábato y los cientistas de la educacion Guillermina Tiramonti y Sergio Trippano25. Quienes partriciparon más activamente en los debates políticos relevados fueron los politólogos Javier Franzé, que se radicaba en aquel entonces en Madrid (España), y Fabian Echegaray, ambos a la vez autores de la revista Nueva Sociedad. El último, junto al politólogo Ezequiel Raymondo, eran militantes de la Unión Cívica Radical (UCR), fueron los autores del libro Desencanto político, transición y democracia, que hacia 1987 advertía tempranamente sobre una posible pérdida de entusiasmo en las expectativas poilíticas de la ciudadanía. También se destacaron el historiador y entonces docente de la Universidad Nacional de Rosario, Alejandro Cattaruzza; el especialista en el mundo del trabajo, Julio Godio, y el sociólogo doctorado en Francia, Ricardo Sidicaro26.
Como puede advertirse, LCF era parte de un proyecto editorial de izquierda democrática postautoritaria, nacida al calor de los años del regreso de la democracia con el gobierno de Alfonsín. Sus referentes principales, como los invitados, provenían tanto de la militancia de izquierda en sus diversas manifestaciones como del mundo intelectual que comenzaba a cobrar nuevo vigor durante la transición a la democracia.
Del debate sobre el neopopulismo a las izquierdas en La Ciudad Futura
La discusión en torno a cómo caracterizar al menemismo y otros gobiernos contemporáneos de similar sesgo político en la región como el de Alberto Fujimori (1990-2000) en Perú y Collor de Melo (1990-1992) en Brasil constituye un debate no saldado. Algunos trabajos entienden que estos regímenes que adherían a las consignas neoliberales de la época fundaron una identidad política nueva con un tipo de construcción hegemónica en la que persistían dos lógicas contrapuestas. En primer lugar, un carácter denominado neopopulista que permitiría regenerar el sentido social y político de las demandas sociales y, por el otro, uno conservador que institucionalizaba aquellas mismas demandas de acuerdo con parámetros neoliberales27. Como describe Weyland , la crisis de confianza en los partidos y las instituciones, agravada en la Argentina luego de la larga crisis sellada con hiperinflaciones, se vinculaba con el nuevo contexto de los noventa de auge neoliberal28. Así, las tradiciones populistas formadas durante la posguerra comenzaron un proceso de transformación que ya se venía gestando con la crisis de los modelos fordistas de posguerra. En este marco, como sostuvo Novaro, toman especial relevancia «los nuevos actores y recursos en la vida política (los medios masivos de comunicación, las tecnocracias locales y de los organismos internacionales, los lobbies empresarios y los capitales financieros globalizados), marginalizando […] a los partidos y los parlamentos». Así, los llamados regímenes políticos identificados como neopopulismos se caracterizaban por articular el personalismo tradicional, la informalización de la política y la implementación de las reformas estructurales29.
En este contexto, fueron las conexiones entre el populismo clásico de Juan Perón (1945-1955) en Argentina y el neopopulismo de Menem las que incentivaron la discusión de los especialistas. Sobre todo, entre quienes repararon en determinados elementos análogos como la concentración de poder30, el carácter de outsider de su liderazgo político y su contraposición con la política tradicional31, el sesgo contrario hacia las instituciones republicanas32 y el factor de la ambición hegemónica de perpetuarse en el poder político deslegitimando a la oposición política33. Estos elementos, y probablemente muchos otros, fueron los que incentivaron al análisis político a invocar un nuevo neopopulismo identificándolo con las raíces políticas populistas de la Argentina.
No obstante, en el orden de las disrupciones y diferencias fueron varios los que vieron en el fenómeno menemista el resurgimiento de un nuevo tipo de populismo que se instauraba como una forma de identidad y representación política en un marco de crisis económica, debilidad del régimen democrático y reversión del Estado protector de posguerra34. Este marco habría sido el que permitió el surgimiento de líderes carismáticos promercado de sesgos neoliberales35. En este orden de cosas, hubo quienes se mostraron escépticos en denominar neopopulismo al gobierno o liderazgo menemista, entendiendo que carecía de la incorporación política de demandas democráticas y su articulación frente a la batalla discursiva de un pueblo contra un antipueblo36. Otros, en un sentido similar, entendieron que, en verdad, el surgimiento de este tipo de figuras políticas podía tener que ver más con las transformaciones políticas y económicas desarrolladas en la región que con una herencia populista37. Lo cierto es que, más allá de esta cuestión y entre quienes se mostraron más escépticos con el rótulo populista o neopopulista, los gobiernos como el de Menem han sido analizados con diferentes herramientas, pero entendiendo que se trató de una emergencia de liderazgos particulares. Por ejemplo, algunos trabajos centrados en analizar el tipo de liderazgos y de regímenes políticos construidos en estos resaltaron sus diferencias con los componentes de los populismos clásicos38. Así, analizaron cuestiones como la articulación discursiva dentro de los rasgos personales de los liderazgos o su perfil clientelista ligado al mundo del espectáculo y los medios de comunicación39, entre otras preocupaciones. Otros, por su parte, atendieron a la articulación con las políticas económicas neoliberales y el particular perfil carismático que se formuló a través de ello40. Cabe recordar, en este sentido, que el populismo clásico, especialmente el de Juan Perón, fue considerado tradicionalmente como parte de un fenómeno anómalo propio de los países en desarrollo41. De aquí que las principales características que lo modelaran como parte de una democracia inorgánica fueran los componentes políticos autoritarios, de fuerte antagonismo con determinados sectores de las clases dominantes, carismáticos y con apoyo popular plebiscitario42. Los populismos clásicos evidenciaban, en esta lectura, que lo institucional en lo político era más importante a la hora de entender a los populismos latinoamericanos dentro de un desarrollo democrático liberal incompleto43. A pesar de estas características, debemos tener cuidado con reducir a populismo todo proceso político que se caracteriza por la importancia de un líder y el apoyo popular, algo que fue advertido en el debate histórico que propuso Rinesi en torno al asesinato de Julio Cesar44. Por su parte, la visión postmarxista de Ernesto Laclau45 propone que todo proyecto político con aspiraciones hegemónicas inscripto en contextos históricos donde existen demandas insatisfechas puede ser entendido como populismo. Esto sería así, dado que, la articulación de las demandas sociales mediante un líder catalizador de los sujetos y actores históricos sería el componente central del populismo. En suma, el populismo según el autor se sostendría en una estrategia colectivista centrada en el pueblo, no racionalista mediante el liderazgo afectivo y estrategias discursivas como el mito y la antagonía alineada al conflicto social.
Sin embargo, De la Torre entendió que en la Argentina se desarrollaron tres olas de populismo, remontándose al yrigoyenismo (Hipólito Yrigoyen)46, el peronismo y el menemismo47. Respecto al último, y siguiendo al autor, sobreviven los factores históricos propios como la demagogia, la manipulación de las masas y la confrontación política. Pero De la Torre, aseguraba que se perdían algunos otros componentes de olas populistas anteriores como el discurso político maniqueo (pueblo vs oligarquía)48, el énfasis en la política económica redistribucionista49, entre otras. De acuerdo con de la Torre, quedaban cuestiones que hacían lo peor de este movimiento político, como el abuso institucional materializado en la intervención del Poder Judicial, las iniciativas de gobierno mediante el exceso de decretos y las alianzas tejidas con el neoliberalismo y sus consignas económicas (aspectos últimos que constituyeron novedades introducidas por el menemismo)50. Por su parte, Aboy Carlés criticó las últimas visiones y aseguró que los populismos guardaban ciertas similitudes políticas hasta los años 1970, destacó su componente rupturista del orden social dominante y el afán de construcción de un movimiento hegemónico51. Sin embargo, lo que indicó Aboy respecto a gobiernos posteriores como los de Menem o Fujimori es que no eran populistas en un sentido laclausiano (y mucho menos, neopopulistas en un sentido no laclausiano) ya que el populismo designaría a los clásicos en gobiernos como los de Yrigoyen, Perón, Lázaro Cárdenas, Getúlio Vargas, entre otros52 .
En gran medida, esta discusión irrumpía en los años noventa mientras en Argentina se desarrollaba como fenómeno político el menemismo. Más caracterizado como neoconservadurismo, conceptualización que gran parte de los autores de LCF utilizaba asemejando al menemismo al neoliberalismo, la discusión en torno a la naturaleza política del menemismo permite considerar de qué manera fueron desarrollándose las controversias en torno a su interpretación.
Debate sobre la naturaleza política del gobierno de Menem: las primeras iniciativas en torno a su caracterización
Hacia los primeros meses de 1990 se aseguraba en LCF que el menemismo a pesar de su corta vida comenzaba a perder consenso para gobernar. Esto se debía, según se afirmaba en el titular anónimo que encabeza todos los números, al fracaso en contener una segunda hiperinflación, tras convocar a los empresarios de Bunge y Born, y luego de reemplazar a sus referentes Miguel Ángel Roig y Néstor Rapanelli. Aquellos planes económicos calificados de «extravagantes» e «inéditos», y que buscaban «domar a la hiperinflación con la libertad de mercados oligopólicos no han hecho otra cosa que sumar a la hiperinflación hiperrecesión, generando así un cuadro de colapso generalizado para todos aquellos que no pueden timbear con el dólar»53, afirmaban. La crítica de fondo de los editores de LCF era que el presidente Menem buscaba sumar asesores políticos conservadores como Álvaro Alsogaray y empresarios del establishment económico, entendiendo que la gobernabilidad se solucionaría con «políticos estrellas», pero que sin embargo la «crisis de hegemonía» resultaba de una transformación más profunda.
Por su parte, Javier Franzé también afirmaba que, aunque la desconfianza política surgía del seno de la sociedad civil hacia los partidos, el menemismo se beneficiaba de una política de «los grupos económicos mediante [la incorporación política de] las corporaciones»54. Así, el politólogo entendía que se trataba de una apuesta política que veía la dinámica social como un entrelazamiento entre estado, sociedad civil y mercado mediante una lógica corporativa:
Y aquí aparece el papel que el corporativismo le reserva a la política, el sentido que le confiere como actividad: el de asegurar la conservación intocada de cada uno de esos órganos, para garantizar la vida [un cierto tipo de vida, claro está] del organismo. Los partidos políticos, según esta lógica férrea, exacerban los intereses de las partes, potenciando el conflicto. Tal disputa lleva a la hipertrofia de uno de los miembros en desmedro del funcionamiento del conjunto: el conflicto -propia de una dinámica pluralista, y en este sentido siempre «inorgánica»- es así la enfermedad que atenta contra la armonía y la salud sociales. Por el contrario, las corporaciones, por ser órganos naturales, se relacionan entre sí coordinadamente, permitiendo una autorreproducción continua e inmutada55.
En esta lógica, los partidos constituían elementos potenciadores del conflicto que hipertrofiaban a cada una de las partes del organismo en desmedro del orden corporativo natural. Todo parecía buscar, según se interpretaba, que el gobierno se empeñaba en generar una recomposición social, mediante el vaciamiento político designando «un hombre de la Iglesia en Educación, uno de la CGT en Trabajo, un empresario en Economía y uno de buen diálogo con las FFAA (Fuerzas Armadas) en Defensa»56. Esta transpolítica traía el riesgo, según entendía Franzé, de que el Estado fuera tomado por las corporaciones.
Beatriz Sarlo, por su parte, aseguraba que hasta el año 1990 el fracaso del menemismo en controlar la crisis podía significar «un punto decisivo en la disolución de la idea populista con la que el peronismo selló la ideología argentina en las últimas décadas»57. Parecía obvio, según reflexionaba la literaria, que el viraje antiestatista y de fe en el mercado por un gobierno elegido como peronista podía empujar a mutar a los perfiles clásicos del peronismo. También, Sergio Bufano advertía sobre la crisis de identidad ideológica del peronismo. Particularmente este se detenía en las derivas conservadoras del movimiento hacia las derechas en diferentes momentos históricos, como había sucedido con la solución López Rega en los setenta y los enfrentamientos del movimiento con sectores de izquierda, entre otros episodios mencionados por el autor58. Este aseguraba que el peronismo siempre había sido anti «comunistas, socialistas y grupos anarquistas»59, por lo que era comprensible su alejamiento de las izquierdas. De esta manera entendía que «con el triunfo de Menem se ha puesto en juego nuevamente el tema de la identidad peronista»60 y esto significaba que aparecían una vez más «grupos rebeldes» que reclaman ahora que este gobierno no es peronista, a quienes el autor les recordaba los anteriores acercamientos del movimiento con el referente político de la derecha Álvaro Alsogaray (titular de la Unión del Centro Democrático), la elección de Juan Perón de personajes conservadores como Alberto Villar en la jefatura de la Policía (quien era líder de la Triple Alianza Comunista Argentina), el apoyo al golpista cordobés Antonio Navarro en los setenta y otros episodios como la intervención y cesantías en el Banco de la Nación ante protestas en los mismos años. Así, la sucesión de episodios en que el peronismo se había inclinado por soluciones autoritarias, conservadoras y asociadas a las derechas le hacían afirmar a Bufano que «el peronismo nunca fue progresista y siempre se alineo detrás de los sectores más recalcitrantes de la derecha»61. Hasta aquí puede observarse en la discusión una línea de continuidad en la concepción conservadora del peronismo de Perón y el menemismo. En cambio, Sarlo expresaba una posición crítica y de ruptura que parecía avecinarse de acuerdo con los cambios abruptos que se desarrollaban en la coyuntura.
En un sentido similar era Franzé quien veía en las concentraciones sociales asociadas al gobierno de Menem una transformación política. En las simbólicas plazas como aglutinadoras políticas del espacio público y la urbe, veía ahora una iniciativa por despolitizar esas mismas concentraciones62:
La forma en que la novedad de la concentración repercutió en las formaciones políticas convocantes, comenzó a dejarse ver en la preparación y en el desarrollo de ambos actos, y se continuó luego en las interpretaciones que de ellos se formularon. El tipo de convocatoria que formuló la derecha para el acto del 6 de abril intentó construir desde el inicio un efecto de neutralidad destinado a disolver la identidad ideológica de los organizadores y, por supuesto, la de sus reivindicaciones. Se trataba de un acto «por el cambio», desprovisto de adjetivo que indicara qué tipo de transformación estaba en juego. Lógico: dado que el actual plan en curso es, según quienes engrosaron la plaza del «si», «el único posible», ¿para qué aclarar de cuál se trata?63.
El politólogo veía esto no solo en la iniciativa presidencial que se esforzaba por despolitizar su discurso, sino en los medios vinculados a las derechas y los tradicionales como el diario La Nación que reivindicaban las marchas y movilizaciones desvinculadas a los partidos, más bien consideradas como espontáneas y transideológicas, en definitiva, como ciudadanos que «prefieren manifestarse por las vías institucionales, respetuosos de las formas puras de la democracia, y que por eso mismo rechazan las expresiones tumultuosas»64.
No obstante, Sergio Bufano, quien se inclinaba más por el lado de las continuidades, aseguraba que la discusión sobre la naturaleza política del gobierno de Menem:
…se ha actualizado debido al acercamiento de Menem hacia los sectores más recalcitrantes de la derecha argentina y a la inmediata reacción de los sectores progresistas del peronismo que acusaron al gobierno de no ser peronista. Como en anteriores ocasiones las respuestas no se hicieron esperar: ultraizquierdistas y nihilistas fueron los adjetivos que recibieron65.
Bufano entendía que el menemismo sintetizaba un «re-estreno populista» que buscaba no tanto despolitizar, sino re-politizar, con «un trasfondo más rico y sofisticado que el de la vieja denostación a la partidocracia»66 mediante un «hacerse cargo»67 de la crisis de representación política «apoyando a Bussi y también a Palito Ortega»68. En suma, este nuevo populismo generaba una «ruptura en la articulación entre liberalismo y democracia [y por el contrario buscaba] la adopción de un modelo capitalista, atado a un proyecto conservador hegemónico»69. Justamente, iniciativas como el «no» en torno al plebiscito para consagrar una reforma constitucional de la Carta Magna de la provincia de Buenos Aires motorizada por el justicialismo renovador y la Unión Cívica Radical (UCR), materializaban los intentos de hegemonía del nuevo gobierno. Aunque este último partido no hubiera apoyado el «no» abiertamente, su desdén por la partidocracia y lo que consideraba como oportunismo electoral frente a las elecciones de medio término previstas para 1991, lo posicionaban como el canalizador del enorme descontento social que se vivía. Desde LCF constituía una incógnita cuáles serían las desventuras del plebiscito y de un triunfo que de materializarse se lo asociaba a los sectores progresistas de la época. Lo que parecía seguro es que de no concretarse la iniciativa opositora se podía desembocar en una consolidación del experimento político que gestaba Menem70.
Así es que, para Bufano: «El doctor Menem ha impuesto un peculiar estilo de gobierno que se basa en la desjerarquización de la presidencia como figura representativa del sistema institucional. A cambio de eso está creando la figura del jefe»71. Esto era entendido así porque los desvaríos en el mundo del espectáculo del presidente, como «cuando hace declaraciones políticas frente a la televisión mientras le masajean los muslos, Menem sabe que la imagen que recibe la sociedad será diferente a que lo hiciera sentado en el sillón de Rivadavia»72. Así, «cuando baila zambas en el Luna Park, cuando juega básquet o corre en motocicleta por la Avenida General Paz está transgrediendo el comportamiento tradicional de los presidentes»73. Este comportamiento que no correspondía a un jefe de Estado, «si corresponde a un jefe […] puede ser un comportamiento de un caudillo al cual hay que respetar tal cual como es»74. Bufano veía el peligro de que «este régimen se dirige hacia un modelo cesarista»75 mediante la alianza de grupos sociales antagónicos y la consolidación de una personalidad caudillista.
Las palabras exactas para describir el modelo menemista aludían a un régimen neoconservador que se sustentaba sobre la base de «una pérdida en términos de debilitamiento/restricción de la democracia política»76 Esta era la principal crítica de los sectores progresistas y democráticos, como los describía Franzé. El déficit democrático (en un sentido liberal) del gobierno era lo más obvio. Así lo expresaba el autor:
Este enfoque opositor genera algunos supuestos tales como la indiscutible viabilidad (entendida como capacidad de realizarse) del modelo neoconservador. La oposición, en efecto, no pone en duda la capacidad de la alianza de gobierno de plasmar esa particular relación neoconservadora entre Estado y mercado. Es más, no niega que si continúa por [su] sendero […] lo logrará. En ese sobreentendido radica la debilidad de la oposición. Al no dudar que el gobierno logrará finalmente hacer realidad su proyecto, y al carecer de armas propias (ideológico-políticas) para combatirlo, la oposición queda forzosamente entrampada en lo político. La crítica apostada en otro ámbito, en otro lugar, diferente del terreno central donde se despliega tal proyecto: la oposición se sitúa en el campo de la democracia política, no en el de la economía. Esto es, lo cuestiona por sus consecuencias indirectas (aunque no por eso menos fuertes, claro está) en la esfera política, antes que por el impacto de su lógica en el terreno social-económico77.
Al politólogo le preocupaba que la oposición fallaba en concentrar su crítica en la faceta política y abandonar, por darla por inevitable, el cuestionamiento sobre la viabilidad de dicho modelo neoconservador centrado en emprender una alianza a largo plazo entre Estado y el mercado. En todo caso, según esta visión, la oposición al menemismo quedaba encerrada en una actitud defensiva que cuestionaba las consecuencias políticas sin entrar en las causas de fondo que posibilitaban la construcción de un nuevo proyecto socioeconómico. Justamente, Franzé retomaba el contemporáneo ensayo de Pablo Giussani Menem: su lógica secreta (1990) para reflexionar acerca de si el mandatario podía ser considerado dentro de la tradición política peronista.
El politólogo decía que:
La reflexión de Giussani está encaminada a responder si Menem es o no un continuador de Perón. Es decir, si es Menem efectivamente peronista. […] Giussani plantea su hipótesis: existe una fuerte conexión Menem-Perón, basada en el corporativismo y el globalismo movimientista (aquello de que el peronismo es la encarnación de la Patria), presentes en el menemismo. Pero hay solo un punto de ruptura (curiosamente no señalado por aquellos que sostienen el neoperonismo del presidente, seguramente por la incomodidad que esto le acarrearía a la hora de reivindicar el peronismo histórico): la tendencia menemista a mantener un régimen de democracia política, más allá de las restricciones inconsecuencias con que lo haga. […] Pero hay un punto en que el trabajo abre un tópico enderezado a pensar las contradicciones internas de orden económico social existentes en este proyecto neoconservador. Giussani señala la indistinción que realiza el menemismo entre el estado como lugar de poder político y el estado empresario. Las consecuencias de esta indiferenciación es la imposibilidad de arbitrar, desde el estado, el juego corporativo que la propia alianza de gobierno montó y echo a andar78.
De acuerdo con sus reflexiones, que tomaban en alguna medida las de Giusanni, Menem tendría una conexión ineludible con el peronismo en factores análogos como «el corporativismo y el gobierno movimientista»79, aunque en el plano de las diferencias se encontrara la hibridez entre Estado político y el estado empresario. Según el autor, esto último conducía al menemismo a tener una falta de arbitrariedad en el juego corporativo que él mismo impulsaba. En este punto justamente, es que Franzé veía la principal debilidad del proyecto neoconservador para materializarse con éxito. Para otros como Fabian Echegaray y Ezequiel Raymondo la explicación de esta iniciativa política estaba en que la crisis económica y la necesidad del ajuste «puede ser tanto un factor que corroe el poder del gobierno y lo pone contra la pared, como una oportunidad abierta para el ejercicio de una presidencia imperial»80. Así, era la inflación y la crisis económica la que impulsaban la transgresión de las reglas democráticas otorgándole mayor legitimidad al gobierno para la implementación de medidas drásticas de ajuste. El ajuste, decían, le otorga al gobierno «el control sobre la coyuntura [pero también] el control sobre todos los actores económicos y políticos de una democracia»81.
De la estabilización en adelante: el menemismo como novedad política
Franzé siguió interrogándose por las raíces políticas del menemismo, y nuevamente insistió en remontarse al peronismo para buscar respuestas, analizando el gen antipolítico que, en un contexto de crisis, caracterizó al movimiento que asumió desde un núcleo militar como una iniciativa contra los intereses de la partidocracia. Una analogía que Franzé veía en comparación a las preocupaciones del presente en LCF; es decir, aquellas que veían en vastos sectores de la sociedad, desde los sindicatos, los empresarios y los medios de comunicación hasta la gente común, un rechazo agudo hacia los partidos82. En alguna medida, Franzé entendía que, si el movimiento peronista se había constituido como sinónimo de la Patria, frente a la descalificación de la oposición, Menem era capaz de encarnar esta virtud antipolítica dado que «el presidente convoca no a los partidos sino a los ciudadanos, instándolos a portar la única bandera posible: la argentina»83. Así, afirmaba el autor:
… el discurso menemista reproduce dos elementos centrales de su precedente cultural peronista: la distinción entre el registro de lo patriótico y el registro de lo político y, análogamente, la distinción entre el registro de la verdad y el de la ideología84.
Y más adelante, sintetizaba la idea de la siguiente manera, parafraseando las famosas frases de Perón que «mejor que decir es hacer» y «la única verdad es la realidad»: «los que hacen política no hacen lo que la patria demanda en su hora grave: hacen ideología. Los que hacen obra patriótica no hacen ideología: hacen lo que hay que hacer, la verdad, el único camino posible»85.
Aquí estaría el centro de la cuestión, ya que mientras el peronismo clásico envalentonaba un ser nacional apolítico, el neoconservadurismo de Menem:
blande la partida de defunción de las ideologías [ajenas] no para ejercer la crítica del adversario, sino, lisa y llanamente para desconocerlo. No lo acepta/reconoce como sujeto político, sea porque responde a intereses extranjeros, sea porque porta un discurso que ha muerto. Desde esta concepción del otro, solo cabe una lógico consecuencia: la liquidación del grupo de pares. No hay otros. No hay, entonces, campo político. Sólo queda en pie, la propia formación política. Por el contrario, subsiste porque es la única que -siempre según sus portadores- se ha independizado de los prejuicios ideológicos y se ha asociado a la verdad patriótica. Es, entonces, la representante de la totalidad nacional. De la verdad, que es trans-política86.
Por otra parte, Fabian Echegaray, se preocupaba por la erosión de los votos tanto peronistas como radicales a pesar de cierta consolidación tendiente a sostener el bipartidismo entre el Justicialismo y la UCR. El análisis que este proponía no veía una transferencia de votos hacia otros partidos más puros ideológicamente como la Unión del Centro Democrático (UCD) de Alsogaray o los partidos de izquierda radical (de hecho, señalaba, estos últimos se encontraban en un congelamiento electoral) . La preocupación del politólogo se encontraba en la observación de una mayor «parroquialización» de la política, que significaba una agudización de la regionalización de la política. Lo explicaba de la siguiente manera:
La principal víctima, no es casual es la idea de representación política, no porque se la niegue sino porque se tiende a extrapolar su significado. La representación política comienza a cosechar sospechas en tanto modalidad de agregación funcional de voluntades e intereses públicos. La crítica no apunta a un modelo de democracia directa, sino a un ideal de máxima lealtad representacional, de una territorialización absoluta de representación. Por detrás de la demanda de una representación más fiel, más completa, más cerca a los propios representados, asoma la voluntad de privatizar la misma, de darle más sentido convirtiéndola en coto privado, en definitiva: el sueño del diputado propio. Así, se difunde la mejor manera en que se puede acortar la distancia con la política, en que se puede hacer que ‘la democracia esté más cerca nuestro, más entre nosotros’, es personalizando al máximo la representación política, amarrándola al lugar geográfico de pertenencia, exigiéndole que su funcionamiento público se concentre en las cuestiones locales «micro’87.
Así, de acuerdo con el análisis que presentaba el politólogo en torno a las elecciones que se celebraban en aquel año a niveles locales, la representación política se vio debilitada por el descreimiento en la posibilidad de que esta representara los intereses desembocando en una mayor personalización de la política inherente al tipo de gobierno menemista. El eje sería que el menemismo promoviera la crisis de representación y la personalización de la política, lo que favorecería al propio Menem.
Fue Alejandro Cattaruzza quien discutiría estos argumentos en las mismas filas de LCF, pues este entendía que era más fructífero debatir no tanto buscando la naturaleza del peronismo para entender el gobierno de Menem, sino más bien analizando su historia. El historiador cuestionaba a Echegaray que los elementos que detectaba propios del peronismo clásico también podían ser rastreados en el yrigoyenismo, e incluso se remontaba más generalmente a algunas cuestiones propias de la política premoderna, esto es, prerrevolucionaria en Francia (1789). En suma, Cattaruzza discutía que el menemismo podía entenderse remontándose a la génesis peronista. Los términos en los que el primero debatía eran estrictamente históricos y daban lugar a preguntas como ¿puede endilgarse a los jóvenes de izquierda que se incorporaban al peronismo hacia fines de los sesenta la responsabilidad o naturaleza por el germen menemista posterior? Cattaruza entendía así que el menemismo constituía un desdibujamiento del peronismo donde, por ejemplo, «uno de los elementos fundacionales de la cultura política peronista, lo que solía llamarse "justicia social", no parece reconocerse en este modelo, que fuerza la desigualdad y concentra la riqueza y el poder económico»88.
Como puede notarse, el planteo de Cattaruzza centrado en el modelo económico y, particularmente, la disrupción que en este campo producía el gobierno de Menem, se encontraba más cercano al debate que proponía Franzé.
Hacia 1992 la editorial de LCF ya aseguraba que el menemismo alcanzaba un amplio apoyo social gracias su super ministro económico Domingo Cavallo (impulsor del Plan de Convertibilidad). Pero puntualmente, se afirmaba, en ciertas distancias con el thatcherismo en Inglaterra y el reaganismo en Norteamérica, ya que si el menemismo se consolidaba significaría que «el país peronista ha sido destruido por su peor cuña; el propio peronismo»89. LCF entendía a este nuevo peronismo como una disrupción que indicaba la necesidad de borrar las ataduras del peronismo clásico, como la legislación social, el desmantelamiento del Estado en la vida económica, la alineación a los EE. UU., pero que a su vez guardaba «elementos políticos institucionales del viejo peronismo: concentración autoritaria del poder, desdén del parlamento, avasallamiento de la justicia [en definitiva] una nueva economía con una vieja política»[90]. Sin embargo, a su vez se destacaba que el modelo menemista no tenía nada de original en tanto, su principal base la constituía las directrices universales orquestadas por el Norte global y especialmente el Fondo Monetario Internacional (FMI). Es más, aún preocupaba que el:
… modelo pregonado por Menemse parece bastante al de Tatcher y Reagan, pero con agravantes. De entre todas las alternativas ofrecidas se eligió la más simplista; esta es, en todo caso, nuestra originalidad. En la búsqueda de fórmulas para el ajuste, el gobierno fue optando, en tres años, caminos sucesivos. El primero con Bunge y Born, el segundo con Erman Gonzáles, el tercero con Cavallo. Los dos primeros fueron derrumbados por los amagos de la hiperinflación; el último, mucho más serio y creativo, se topó en el verano con dificultades imprevistas. Nada está garantizado ni siquiera en el orden macroeconómico de la estabilización. Pero el tema puntual, -porque no apostamos al fracaso- no es la estabilización sino lo que debe seguirle. Y es allí donde el modelo argentino muestra sus debilidades y también sus agravantes91.
Aquella continuidad en lo político que veía LFC tocó su punto culmine cuando hacia julio de 1992 se hiciera evidente el éxito de la convertibilidad y la lograda estabilidad económica en las elecciones de medio término del año anterior, pero especialmente en las posibilidades de discutir una reelección presidencial a partir de la reforma de la carta constitucional a nivel nacional ya que «es cierto que las maneras rudas en la relación con los poderes constitucionales han sido una constante de todas las formas del peronismo en el poder […] y también ahora que ha mutado al liberalismo económico»92. El destino de estas iniciativas, como entendían los editores, se fundaba en la obsecuencia de consolidar al jefe mediante una ofensiva hegemonista.
En el orden de los cambios que acarreaba la tipología del menemismo se encontraba la relación estado-sindicatos, pues justamente se entendía que el giro ideológico de mercado que el gobierno practicaba buscaba marginar al sindicalismo del sistema político. Si bien se les permitirá existir, se afirmaban, esto sería «solo como representación de los productores asalariados segmentados y no como representación política de la clase trabajadora»93. Quienes reflejaban en estos términos sobre el sector trabajo en la Argentina de los 90, entendían por otra parte que el menemismo «se despopuliza [y] tiende cada vez más a convertirse en un partido conservador que aspira a mantener una base popular»94 que no necesariamente se sustentaría en la mano de obra organizada. A su vez, era Sidicaro quine advertía que el menemismo encontraba su validez hegemónica «más en su capacidad de contaminar las modalidades de acción política de sus rivales que en su predominio efectivo ya sea sobre el electorado o sobre la confianza en la sociedad en su proyecto»95. Sidicaro observaba así que la base electoral del menemismo era baja, a diferencia del peronismo clásico y más generalmente de populismos anteriores. Esto lo conducía a asegurar que el menemismo «se asemeja más a un refugio pasajero que a una convicción política durable»96. Así, entendía el autor que el menemismo ya no se fundaba en una ideología maniquea que oponía al pueblo contra la oligarquía, sino que por el contrario fundaba sus grandes decisiones97 sobre una estrategia de política trivial que:
… hace como si se tratara de escoger entre alternativas menores en un atardecer de Anillaco: allí la sangre no puede llegar al rio, el desacuerdo es una confusión pasajera sin consecuencias, los enojos deben desvanecerse antes que las ‘velas ardan’ y mañana será otro día98.
Quizás otro de los rasgos constitutivos del menemismo como intento hegemonista fue aquel que describió Juan Carlos Portantiero a la hora de determinar que este buscaba perpetuarse como un nuevo régimen de gobierno. Especialmente el hecho en el que se detenía el sociólogo era la reforma constitucional que se discutía en aquel entonces99, que «pone al rojo vivo la crisis del sistema de partidos en la Argentina, crisis que venía de lejos pero que fue potenciada por el gobierno menemista en su carácter de coalición excluyente entre el poder Ejecutivo y el poder económico»100. Así, Portantiero aseguraba que dicha reforma constitucional, al margen de aspectos considerados positivos que pudiera tener esta, guardaba innegablemente la vocación hegemónica del menemismo. El punto de preocupación señalado por este no era solo la falta de participación de los partidos políticos, sobre todo, de la oposición como moderadora de las acciones hegemonistas, sino también más generalmente «la inobservancia de la división de poderes, del predominio irrefrenable del Ejecutivo, la ausencia de una justicia independiente y justa»101. En este mismo sentido LCF incluía una conferencia de Carlos Nino que, a pocos días antes de su fallecimiento en agosto de 1993, advertía sobre la vocación de aumentar el presidencialismo por ejemplo a través de la legitimación de los decretos como instrumento de gobierno. En definitiva, el jurista veía en el intento de reforma constitucional un intento de «concentración de poder político; concentración que es correlativa a la concentración de poder económico y social que se alimentan mutuamente»102, en definitiva aseguraba que «el poder económico y social concentrado ejerce presión para lograr un poder institucional concentrado con el cual lidiar y con el cual negociar y el poder institucional concentrado trabaja para una mayor concentración, todavía, de poder económico y social»103.
En gran parte de 1994 y hacia 1995 los debates en torno a la naturaleza política del menemismo comenzaron a apaciguarse, entusiasmados por un despegue de una fuerza opositora de izquierda104 las páginas de LCF comenzaron a ocupar los debates en aquel sentido. Las posibilidades de disputar una alternativa en las elecciones presidenciales marginaron la discusión que hasta aquí tratamos de analizar, quizás porque como versaba una reseña de Marcelo Leiras a propósito de la entonces reciente publicación del historiador Tullio Halperin dongui La larga agonía de la argentina peronista donde entendía que la sociedad fundada por aquel peronismo clásico en 1945, siempre condenada a morir desde su nacimiento, agonizó hasta entonces, especialmente hasta 1989 «donde la agonía se resuelve»105.
Consideraciones finales
Como se destacó más arriba, fueron varios los trabajos medianamente contemporáneos que se han encargado de analizar los fenómenos populistas. Desde las miradas tradicionales de Gino Germani hasta las más actuales de Aboy Carles en Argentina, la cuestión del populismo en general y del gobierno de Menem en particular, no generó consensos determinantes en torno a cómo caracterizarse, incluso tampoco en afirmar que efectivamente pertenecía a la familia populista. Sin embargo, algunas herramientas de aquellos debates permiten ajustar la lente de observación cuando se releva un debate contemporáneo como el desarrollado en LCF a medida que el menemismo surgía y se consolidaba. Como se ha podido advertir, desde comienzos de 1990 aunque la crisis económica ensombreciera el panorama político, se comenzó a debatir, como lo manifestó Sarlo, una posible transformación en la génesis peronista del gobierno de Menem ante la posibilidad de que aparecieran cambios respecto al clásico peronismo. De hecho, se consideró que este último, venía a transformar la política argentina tal cual se la había conocido. No obstante, a su vez, hubo otros como Bufano que veían en la inmediatez una profunda crisis de representación y de los partidos políticos que entendían como parte de la construcción hegemónica menemista. Las discusiones se tornaron heterogéneas y la revista mostró una pluralidad de voces que no permite delinear una sola caracterización en torno al menemismo como fenómeno populista. Por el contrario, parecen haber yacido varios elementos no siempre conectados en torno a las interpretaciones sobre el menemismo que forman parte de una pluralidad analítica.
En este sentido es que algunos vieron una profundización neoconservadora, que solo marginalmente remitía a la denominación de populista o neopopulista, y que implicaba una agudización política de tendencias anteriores asociadas a las derechas históricas de los años cuarenta en adelante. Sin embargo, algunas miradas más eclécticas como las de Cattaruzza veían que el mismo peronismo podía generar fugas tanto por izquierdas y por derechas. Más atención que los debates en torno a porqué habría un peronismo de derecha fueron aquellos que se detuvieron en iniciativas puntuales como las discusiones generadas en torno a la reforma de la constitución bonaerense o las manifestaciones públicas donde advertían un intento despolitizador por parte del menemismo. Una transpolítica la denominó Franzé que, a pesar de las distancias históricas, podía tener una significativa analogía con el peronismo clásico. Pero quienes no comulgaron con la idea de que este nuevo peronismo intentaba una despolitización social afirmaron que por el contrario la nueva ideología profesada ya no sería aquella elemental del peronismo clásico, de corte maniquea y antioligarca, sino dirigida contra la partidocracia y destinada a consolidar un liderazgo más profundo en sus formas caudillistas. Los vínculos con el mundo del espectáculo, la inclusión de perfiles ajenos a la política tradicional y la farandulización política parecían indicar que este neopopulismo tenía diferencias en las formas con el populismo clásico, aunque no tanto en esencia dado la aspiración hegemonista que muchos veían en común. Las analogías también fueron establecidas en el plano político a partir de factores como la concentración autoritaria del poder, el avasallamiento del poder judicial o el desprecio por el juego político parlamentario.
Avanzados los años noventa, cuando el menemismo se consolidó y estabilizó económica y políticamente, los observadores de LCF parecían acordar en que el mismo peronismo había destruido la tradición política que el populismo clásico encarnaba. Todo indicaba, de acuerdo con lo mencionado anteriormente, que el movimiento conservaba lo peor de sí para conjugarlo con el avasallamiento económico según algunos advertían. Sin embargo, persistían algunas miradas que buscaban las diferencias a partir de discusiones puntuales como la relación entre el Estado y los sindicatos o las bases sociales y políticas de apoyo que sostenían al gobierno nuevo régimen. Era claro que ambos factores se tornaban importantes para comprender un fenómeno político que no parecía sostenerse sobre ninguno de los dos pilares que aquel peronismo de los cuarenta había sabido edificar su hegemonía y que en este plano había diferencias agudas para trazar una misma génesis populista. Así, las izquierdas de LFC parecen mostrar que las discusiones en torno a la caracterización del menemismo fueron heterogéneas, no contaron con acuerdos establecidos que recorrieran el staff editorial y las diferentes miradas convivieron guardando elementos en común con los análisis rescatados en torno al populismo. Entre estos, primaron más los de carácter político (sobre todo, en relación con aspectos institucionales y de estilo de liderazgo de Menem), de acuerdo con la tradición de LCF y el Club de Cultura Socialista, que otros económicos. La preocupación por las continuidades autoritarias y los vínculos con las derechas políticas convivieron con quienes veían enormes diferencias en las formas de sostener la legitimidad y de practicar el ejercicio político. En todo caso lo que indica la revisión histórica de este debate contemporáneo es que la agenda sobre el concepto de neopopulismo no alcanzó consensos en aquel entonces, y que, así como mostramos en la literatura recuperada aún sigue abierta a la hora de establecer sus elementos propios y de continuidad con el populismo clásico.
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Notas
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