Artículos libres
Recepción: 16 Marzo 2023
Aprobación: 28 Agosto 2023
Resumen: En este artículo se analiza un sector específico de la nueva izquierda argentina de las décadas de 1960 y 1970 conformado por las organizaciones armadas de la izquierda peronista y no peronista. Recuperando la bibliografía sobre el tema se realiza un estado de la cuestión sobre la nueva izquierda argentina avanzando hacia una propuesta de delimitación del campo. Luego, se analiza a la nueva izquierda armada: sus características principales, su periodización, y su gravitación hacia la década del ’70 cuando desplegó un repertorio de acción que incluyó acciones armadas, intervención política no armada y movilización popular.
Palabras clave: nueva izquierda armada, lucha armada, historia argentina reciente, décadas del ’60 y ’70, nueva izquierda.
Abstract: This article analyzes a specific sector of the argentinian new left of the 1960s and 1970s made up of the armed organizations of the Peronist and non–Peronist left. Recovering the bibliography on the subject, a state of the art about the argentinian new left is made, advancing towards a proposal for the delimitation of the field. Then, the new armed left is analyzed: its main characteristics, its periodization, and its gravitation towards the 1970s when it deployed a repertoire of action that included armed actions, unarmed political intervention and popular mobilization.
Keywords: armed new left, armed struggle, recent argentine history, 1960s and 1970s, new left.
Introducción
En este artículo se analiza un sector específico de la nueva izquierda argentina conformado por las organizaciones armadas de la izquierda peronista y no peronista, al que se denomina nueva izquierda armada, y se pone en consideración su gravitación alcanzada en la década de 1970.
En primer lugar, luego de recuperar someramente las perspectivas más influyentes de la nueva izquierda latinoamericana, europea y norteamericana, se avanza en un estado de la cuestión que recupera las interpretaciones más influyentes para Argentina, caracterizando formas restrictas y ampliadas y explicitando las polémicas de interpretación, buscando aportar con ello a un trabajo de síntesis. Se hace una propuesta de recorte que toma en consideración la nueva izquierda armada, señalando que este actor específico confluyó con otros, en el campo más vasto de la nueva izquierda argentina de los años ’60 y ’70. En segundo término se evalúa el lugar ocupado por la nueva izquierda armada entre fines de los años ’50 y el golpe militar de 1976, proponiendo una periodización específica. Se analiza su creciente peso relativo y el repertorio de acción desplegado.
El trabajo recupera aportes de una investigación más amplia que sistematiza fuentes primarias escritas y orales de cuatro de las experiencias más influyentes de la nueva izquierda armada (Cormick, 2023c) y se centra en el estudio de la bibliografía sobre el período, la nueva izquierda y las organizaciones armadas, buscando aportar a un balance historiográfico sobre un tema que ha concitado interés en el campo académico y para el que se suman claves de interpretación.
El artículo plantea que la nueva izquierda armada fue un emergente del proceso de radicalización, siendo parte del más extenso campo de la nueva izquierda argentina; señala que la nueva izquierda armada asumió un protagonismo creciente que se puso de relevancia en la década de 1970; y analiza las condiciones de esa influencia, considerando el despliegue de un amplio repertorio de intervención que incluyó acciones militares, iniciativas políticas y dinámicas de movilización popular.
Antecedentes y primeros abordajes sobre la nueva izquierda argentina
La aparición del concepto de nueva izquierda está ligada a la renovación de la izquierda política e intelectual europea y norteamericana desde la segunda mitad de los años ’50. La invasión soviética sobre Hungría ha sido señalada como un momento significativo de inflexión (Thompson, 2017) a partir del cual se desplegó este campo durante los «largos años sesenta» (Marwick, 1998), alcanzando su momento de esplendor en el marco de las revueltas del ’68. El cuestionamiento a la deriva de la URSS y la apuesta a desplegar una perspectiva radical alternativa a la socialdemocracia, ubicaba a estas opciones político intelectuales en conflicto con los Partidos Comunistas (PC) y los Partidos Socialistas (PS). Aunque se plasmó en experiencias políticas, esta nueva izquierda expresó principalmente a un campo intelectual diverso, que dio lugar a publicaciones, como la New Left Review. Aportó con ello a que el marxismo amplíe su influencia y diversidad, desplegándose como la principal vía de crítica intelectual y política a los statu quo (Hobsbawm, 2013). Con ello habilitó una revisión del marxismo con un perfil antideterminista y antidogmático, promovió la intersección del marxismo con otras corrientes intelectuales y culturales, y abrió su reflexión a otras dimensiones que iban más allá del plano económico y clasista, incorporando aportes del feminismo, el anticolonialismo y el ecologismo.
En América Latina la definición de nueva izquierda fue utilizada en relación a las experiencias de radicalización que atravesaron al continente bajo el influjo de la revolución cubana, en un ciclo político que Lowy (1982) ubicó entre 1959 y el triunfo de la revolución sandinista en 1979, con la influencia dominante del «castrismo», la perspectiva de revolución socialista, de construcción del «hombre nuevo» y la predominancia de la vía armada como medio de lucha. El nacimiento de esta «nueva izquierda», se ligó así a un ciclo latinoamericano «caracterizado en términos generales por el protagonismo histórico de la clase trabajadora y las organizaciones de izquierda con sus proyectos societales, la presencia y desarrollo de altos niveles de conflictividad laboral, social y violencia política popular» (Pozzi y Pérez, 2011, pp.XI–XIII).Uno de sus rasgos característicos fue el despliegue continental de experiencias armadas enmarcadas en una perspectiva de izquierda (Martín Álvarez y Rey Tristán, 2018; Pereyra, 1994). Los estudios contemporáneos sobre el continente ampliaron la mirada hacia los cambios en el mundo intelectual y las prácticas socioculturales, aunque en todos los casos señalaron como elementos característicos la incidencia de la revolución cubana y su impronta de «revolución» (Dip, 2020; Zolov, 2012). Al respecto Marchesi habló de una generación que
cuestionó las maneras tradicionales de hacer política y promovió nuevas formas de movilización social, política y cultural. Los militantes de esta «nueva izquierda» criticaron el legalismo y el reformismo de los partidos de la izquierda tradicional. Asimismo, propusieron métodos más novedosos y radicales y, a su entender, más eficientes para alcanzar los cambios sociales que los sectores populares demandaban. Poco a poco, las organizaciones armadas se transformaron en protagonistas centrales de la oleada de movimientos de la «nueva izquierda» en la región (2019, p.6).
Las nociones de nueva izquierda que refieren al proceso europeo/norteamericano y al ciclo de radicalización latinoamericano no serán eje de este artículo, pero resulta adecuado señalar algunos rasgos fundamentales ya que, como se verá enseguida, constituyen aportes influyentes para una reflexión específica sobre la nueva izquierda argentina. Esta, a su vez, cuenta con rasgos propios resultado de experiencias locales como el desarrollo de un período de crisis e inestabilidad política abierto con el golpe de Estado de 1955 y clausurado con el golpe de Estado de 1976, la presencia del peronismo como experiencia política que atravesó al movimiento social, y la relevancia del proceso de movilización obrera y popular.
La primera lectura sobre los ’60 y ’70 argentinos con el prisma de la nueva izquierda fue planteada en 1984 por Hilb y Lutzky, quienes explicaron su emergencia en el marco de «crisis del sistema político» abierto tras el golpe de 1955 (1984, p.19), destacando que la revolución cubana colocó la perspectiva de asalto al poder en el centro del imaginario político. En palabras de los/as autores/as, «A partir de los años 60 surgen sobre la escena política argentina una serie de grupos, partidos y organizaciones político–militares, que cuestionan la capacidad de los partidos tradicionales para proponer cambios profundos», a los que —dirán— «hemos agrupado bajo la denominación de “Nueva Izquierda”» (1984, p.11). El término aparece en algunos casos solapado con el de «izquierda revolucionaria», y contempla que
Con diferencias entre los grupos peronistas y los no peronistas, todos desarrollan el tema de la revolución como un acontecer cercano y práctico, en particular el de la lucha armada, sea como practica inmediata o como futuro no lejano, y sobre todo como objetivo buscado (1984, p.11).
Los/as autores/as destacan las «características relativamente comunes, que responden a las ideas de una época», aún con las diferencias «que puedan existir entre una izquierda peronista y una izquierda no peronista, entre una izquierda que practica la lucha armada y una izquierda que solo la nombra en su estrategia» (1984, p.56). Algunos ejes resaltados son la visión de una sociedad dividida antagónicamente en «dos campos» (1984, p.41), la «legitimidad por la práctica» y por «el ejemplo» (1984, p.52), el «predominio de la acción sobre la teoría» que llevó a cierto «antiintelectualismo» (1984, p.17), y el entendimiento de «la política como guerra» (1984, p.53); elementos que se pusieron mucho más claramente en juego hacia el auge del proceso de radicalización desde el inicio de las puebladas y el despliegue de las organizaciones armadas, a fines de los ’60.
Aquí la nueva izquierda refiere a una serie de organizaciones políticas influidas por la revolución cubana que incorporaron el plano de la violencia y la perspectiva a corto plazo de la toma del poder, como elementos determinantes. De allí que el centro de atención esté puesto en las organizaciones armadas peronistas y no peronistas —particularmente Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Montoneros y Partido Revolucionario de los Trabajadores–Ejército del Pueblo (PRT–ERP)—, aunque se consideran también otras fuerzas que no asumieron la lucha armada, pero eran parte de esa misma cosmovisión, en particular las organizaciones «insurreccionalistas» del maoísmo —como el Partido Comunista Revolucionario (PCR), Vanguardia Comunista (VC) y el Partido Comunista Marxista Leninista. Estas experiencias son presentadas en contraposición a la «izquierda tradicional» del PC y el PS, y al peronismo que no se identificó con su ala izquierda. En cuanto a las principales fuerzas trotskistas —Política Obrera, y el Partido Socialista de los Trabajadores (PST)—, aunque reconocen su condición de «novedad», los/as autores/as descartan su pertenencia a la nueva izquierda señalando su posición crítica frente al ejercicio de la violencia política.
Otras investigaciones del período, fueron realizadas en una clave similar, tal como lo expresa el trabajo de Ollier (1986), que se enfocó sobre las organizaciones armadas peronistas diferenciando el período previo a 1973 —en donde la guerrilla se enmarcaba en un contexto de violencia política legitimada— del abierto con posterioridad, en donde la autora observa una «sustitución de la política por la guerra» (1986, p.74).
Estas lecturas, que tendieron a señalar críticamente las exaltaciones del heroísmo y el sacrificio como una suerte de cultura de la muerte presente en las militancias setentistas, se insertan en el marco de la «estrategia democrática» (Pittaluga y Oberti, 2011) que caracterizó a la apertura alfonsinista de los años ’80 en donde se planteaba una negación radical del período previo y su experiencia militante. En consecuencia, las organizaciones armadas fueron señaladas como minorías iluministas ajenas a las mayorías populares y a los cánones democráticos, que imponían la jerarquía y el autoritarismo, y negaban «toda posibilidad de pensar lo político como campo de formulación de un consenso» (Hilb y Lutzky, 1984, p.12). En los años 2000 la recuperación de esta óptica que enfatizaba la «ética sacrificial» como elemento característico de la militancia setentista y sus organizaciones armadas (Bufano, 2007; Vezzetti, 2009), dio lugar a una polémica en donde estos planteos fueron cuestionados por desdibujar la dimensión política de experiencias orientadas a una disputa por el poder (Pozzi, 2006; Rot, 2011).
La segunda lectura sobre la nueva izquierda argentina, como coinciden los/as investigadores/as, es aquella centrada en una perspectiva cultural e intelectual que fuera inaugurada por Terán en 1991. En aquella investigación sobre lo que llamó «Nuestros años sesenta», Terán realizaba una «advertencia», al señalar que «el sujeto aquí construido remite a una historia de las ideas que circula en el interior del universo de los intelectuales, y por ende descarta otro tipo de objetos de análisis» (1991, p.11). La recuperación de la categoría nueva izquierda, utilizada para pensar el espacio cultural abierto por una década a partir de 1956 en la Argentina, no pretendía dar cuenta de las experiencias de organización social y política de los años ’60 y ‘70. Su propia periodización, centrada en el período previo a la dictadura de Onganía y el Cordobazo, se corría de ese eje. Se trata de una perspectiva que abreva en gran medida de la definición asociada a la renovación intelectual que se operó en la izquierda europea y norteamericana, y cuyos ecos (con aportes que van desde Gramsci hasta Sartre) son rastreados en Argentina. Claro que estas revisiones, se registran en un escenario argentino y recuperando el impacto de la revolución cubana, en una nueva generación intelectual. En este marco, junto a las revisiones del marxismo que incluyen el cuestionamiento a las perspectivas del PC y el PS, Terán señaló como rasgo distintivo de esta nueva izquierda intelectual, la convicción de la posibilidad de un cambio radical inminente, que incluyó la valoración de las experiencias de ruptura del tercer mundo, con la práctica de violencia incluida, y en donde ocupaba un lugar central la creciente convergencia entre marxismo y peronismo.
Siguiendo esta misma huella, Altamirano (1992) desarrolló esta articulación, considerando por una parte la incorporación de elementos del marxismo en el seno del peronismo a partir del aporte de figuras como Puiggrós, Ramos, Hernández Arregui o Cooke; y al mismo tiempo mostrando el proceso de revisión en el seno de las izquierdas sobre el fenómeno peronista, lo que llevó en algunos casos a escisiones de partidos tradicionales como el PC y el PS, y la conformación de una nueva izquierda.
El recorte inaugurado por Terán sobre el campo intelectual, su enfoque a partir de la historia de las ideas, su recuperación de una perspectiva de nueva izquierda ligada a la renovación político intelectual de las izquierdas europea y norteamericana, y su atención particular a un período inicial de conformación de la nueva izquierda que abarca desde mediados de los ’50 a mediados de los ’60, contrastan con la perspectiva de Hilb y Lutzky, quienes ponderaron una historia política que se enfocaba específicamente sobre sus organizaciones y partidos, recuperaron una perspectiva de nueva izquierda ligada al clima revolucionario latinoamericano y se enfocaron en el período de mayor conflictividad social, a partir del Cordobazo y la emergencia de las organizaciones armadas de carácter nacional.
En referencia a la primera investigación (y otras afines), Tortti cuestionó, con razón, lo que llamó «la estrategia del “doble recorte”» (2021, p.19), en donde se delimitaba la experiencia de la nueva izquierda a un marco temporal (iniciado en el Cordobazo) y a un actor específico (las organizaciones armadas), algo que aparecía ligado a una lectura que separaba a esas fuerzas del proceso social, abonando la teoría de los dos demonios y la estigmatización de las experiencias militantes. Por nuestra parte, entendemos que también el trabajo de Terán expresa otro «doble recorte», aunque con nuevas características, ya que presta atención al momento formativo de la nueva izquierda (y no el de su auge tras el Cordobazo), y se enfoca sobre el campo intelectual, excluyendo otros actores sociales y políticos. De allí que podamos referirnos a cada uno de los anteriores como enfoques restrictos de la nueva izquierda. Como todo recorte, estos enfoques cuentan con la limitación de no abordar el conjunto de un proceso más amplio, mientras que por el contrario, tienen la potencia de estimular la reflexión sobre actores, dimensiones y temporalidades específicas que formaron parte de la experiencia de la nueva izquierda argentina.
Hacia una delimitación de la nueva izquierda argentina
Desde fines del siglo pasado una tercera perspectiva tendió a considerar a la nueva izquierda argentina como un conglomerado heterogéneo de fuerzas sociales y políticas que protagonizaron el proceso de radicalización de los años ’60 y ’70, del cual fueron parte, junto a otros actores, las organizaciones armadas (Pucciarelli, 1999; Tortti, 1999). Este abordaje es el campo fundamental sobre el que se construye hace dos décadas la definición más influyente sobre la nueva izquierda argentina, marco tanto para numerosos trabajos que parten de este enfoque, como para las polémicas sobre la pertinencia y potencialidad de dicha categoría.
Recientemente, buscando definir este enfoque, Tortti señaló a la nueva izquierda como una categoría que refiere al «extendido movimiento de oposición social, político y cultural desarrollado en el país durante las dos décadas de inestabilidad que siguieron al derrocamiento del general Juan D. Perón en 1955» (2021, p.17). Así, reafirmó la idea de una temporalidad extendida, y de una multiplicidad de actores: «desde expresiones de protesta social y proyectos contrahegemónicos en el campo de la cultura hasta el accionar de organizaciones revolucionarias —sea que adoptaran el método de la lucha armada, o no» (2021, p.17). El campo, para la autora, estuvo marcado por su afinidad política, en tanto se presentó como
una “‘respuesta” a la encrucijada en que se encontraba la sociedad argentina tras la caída del peronismo, o como la alternativa que una parte significativa de ella intento construir frente a lo que percibía como un “nudo histórico” que las dirigencias establecidas se mostraban incapaces de resolver –capacidad que sí descubrían, y valoraban, en los revolucionarios cubanos. Una “respuesta” rupturista frente a un régimen viciado y excluyente, al desprestigio de las instituciones liberal-democráticas, y también frente a las propuestas de los partidos tradicionales –incluidos los de izquierda– y el peronismo integracionista. En esa situación, en algunos grupos de la izquierda y del peronismo se afianzó la idea de que la única salida a la crisis argentina pasaba por adoptar, o retomar, una concepción revolucionaria y socialista. (2021, p.25)
Con ello, se asistió a «la conformación, a lo largo de casi dos décadas, de un campo social y político alternativo al de la izquierda y el peronismo tradicionales» (2021, p.23), en donde «se combinaban la protesta y la oposición a un régimen ilegítimo, consignas de contenido emancipatorio y métodos radicales de confrontación» (2021, p.22). En esta noción ampliada de la nueva izquierda argentina, se incorporan así un conjunto diverso de actores políticos, sociales y culturales —que incluyen pero exceden, las visiones restrictas señaladas anteriormente—, y para los cuales fue determinante el proceso de movilización, politización y radicalización de los años ’60 y ’70 en Argentina.
Este planteo ha sido observado señalando diferencias entre los actores que serían parte de la nueva izquierda, así como posibles coincidencias con otros sectores de la izquierda no incorporada a esta definición. Mangiantini puso en duda que «la noción de nueva izquierda» sea «la expresión más orientadora y acabada para identificar a los diversos actores que coexistieron en un mismo tiempo histórico» (2018, p.46); Califa (2018) coincidió al considerar que no es explicativa para el proceso universitario, y Friedemann vio con buenos ojos que «la NI deje de ser considerada un actor (…) para ser abordada como una red laxa cuyos vínculos no fueron suficientemente sólidos para constituirse en sujeto político», enfatizando «la idea de heterogeneidad antes que a la de unidad» (2021b, p.188). A nuestro juicio, si bien es cierto que no puede pensarse que esta categoría ampliada de nueva izquierda dé cuenta de un «sujeto político» unificado; sí existen elementos que muestran una unidad que expresa un nivel de articulación más fuerte que el de una «red» y que la mera «coexistencia en un mismo tiempo histórico», y que se expresa a partir de una perspectiva política común. En este punto, el planteo de un «campo social y político alternativo» (Tortti, 2021, p.23), que implicó «la ruptura con tradiciones militantes clásicas (el peronismo, las izquierdas, el catolicismo); el intento de renovar dichas tradiciones al calor de Cuba; y la defensa de la violencia política revolucionaria como modalidad de acción legítima» (Pis Diez, 2021, p.181), que se forjaron con el imaginario de la actualidad de la revolución en contraste con las vías consideradas «reformistas», y que como señaló Marchesi para el caso latinoamericano, «formaron parte de una misma cultura política» (Dip, 2020, p.317), parece adecuado para considerar la convergencia de esta serie de experiencias cuya identidad común trascendió la existencia de diferencias de perfil y de táctica política, atravesando a experiencias peronistas y no peronistas, sociales, culturales, políticas y político militares. Más allá de su carácter restricto también los planteos de Terán y de Hilb y Lutzky, convergen en esta delimitación de la nueva izquierda argentina a partir de una común perspectiva política.
Actualmente, entre los elementos de divergencia sobre la nueva izquierda argentina se destacan los que hacen a su delimitación, tanto por su extensión temporal, como por su composición.
Con respecto a lo primero, si bien los énfasis varían según se preste más atención al escenario continental o al nacional, es extendida la idea de que el golpe de Estado que desplazó a Perón en 1955 y la revolución cubana de 1959, son los dos acontecimientos fundamentales que aportaron a la conformación de la nueva izquierda argentina, en los últimos años ’50. También parece haber un amplio consenso en registrar hasta mediados o fines de la década del ’60 un primer momento «formativo»; mientras se señala desde entonces el auge del proceso de movilización, radicalización y politización, que tendrá a esta nueva izquierda como un actor destacado. A partir de allí, sin embargo, la periodización ya no es uniforme. Los/as autores/as que enfatizaron la inflexión de inicios de 1973 —sea por el establecimiento de un orden institucional, el retorno del peronismo al poder, o la fragmentación del campo contestatario—, tendieron a señalar a este como el momento de deriva de la nueva izquierda. Así lo señalan Hilb y Lutzky (1984) considerando que la nueva izquierda culminó su ciclo en junio de 1973, lo sostiene Ollier al considerar que en 1973 estas organizaciones se despegaron de las aspiraciones de quienes pretendían representar, con lo cual «la reducción de los términos de la política a los de la guerra alcanza su expresión más acabada» (1986, p.12); y también lo planeó en su momento Tortti, al sostener que la nueva izquierda y en particular sus organizaciones armadas a partir de 1973 limitaron su crecimiento y entraron «en una fase de progresivo aislamiento» (1999, p.226) —algo que luego ha sido matizado (Tortti, 2021). Sin embargo, si se atiende a la dinámica de movilización, el desarrollo de organizaciones políticas de la nueva izquierda armadas y no armadas, la proliferación de publicaciones que expresaron a este campo político, el sostenimiento de la conflictividad social y las iniciativas contraculturales, es notoria la persistencia de esta nueva izquierda en el nuevo marco institucional al menos hasta 1975. En ese punto consideramos relevante el llamado de atención de Friedemann (2018) sobre la importancia de no dar por cerrada la experiencia de la nueva izquierda en 1973. Es entonces con el golpe de Estado de 1976, cuando la persecución a las expresiones sociales, gremiales, culturales, políticas y político militares alternativas se impuso, cuando se puede dar por concluida esta experiencia política.
En relación a los actores, creemos que se puede establecer una diferenciación analítica entre la nueva izquierda en tanto campo político, y un registro más vasto de actores que fueron parte de distintas experiencias de organización y movilización, que aportaron al desarrollo de ciclos de protesta, o que fueron parte de experiencias alternativas y contraculturales, pero que no se enmarcaron en la perspectiva política que caracterizó a la nueva izquierda argentina. Con ello, la categoría nueva izquierda delimita a un campo específico diferenciable del más amplio movimiento popular. Va de suyo que la pertenencia o no a este campo, no supone una mejor o peor ponderación. Es posible entonces, diferenciar a aquellos actores que fueron parte de la nueva izquierda, frente a otros que participaron de las movilizaciones del período, sean de un peronismo más ortodoxo, del radicalismo, de partidos «tradicionales» de la izquierda como el PC o el PS, integrantes de sindicatos «tradicionales» u otro tipo de asociaciones, o simplemente activistas o personas no interiorizadas con los planteos característicos de la nueva izquierda. Y lo mismo puede pensarse en relación a las formas organizativas, o al desarrollo de prácticas sociales o iniciativas culturales que expresaron cambios significativos frente a las condiciones preexistentes (generacionales, sexoafectivas, en el arte) y que en otras latitudes han sido señaladas como características de la nueva izquierda (Zolov, 2012), si es que estas no empalmaron con la perspectiva política característica de la nueva izquierda argentina.
Sobre la base de estas definiciones, se puede explicitar el lugar que cabe a distintas corrientes políticas en relación a la nueva izquierda argentina, elemento que se ha puesto en discusión desde diversas perspectivas.
En primer lugar, aunque en algunos casos se expresaron formulaciones ambiguas o contradictorias, el reclamo de Friedemann (2018) sobre la necesidad de explicitar que la izquierda peronista fue parte constitutiva y fundamental de la nueva izquierda argentina, parece saldado y acompañado por la mayoría de las investigaciones, incluyendo estudios específicos sobre la izquierda peronista realizados desde esta perspectiva (Dip, 2017; Gonzalez Canosa, 2021; Stavale, 2021; Tocho, 2020). Dicho esto, debería matizarse la definición —influenciada por la perspectiva de Terán— que señala como rasgo definitorio de la nueva izquierda la integración entre marxismo y peronismo. Por supuesto, ante la relevancia del peronismo en el período, importantes sectores de la nueva izquierda no peronista buscaron una confluencia con esa corriente, aunque hubo quienes mantuvieron una mayor delimitación, y sin embargo se enmarcaron en la perspectiva política de la nueva izquierda.
A su vez, se ha debatido la existencia o no de diferencias significativas entre la «nueva» y la «vieja» izquierda, en particular el PS y el PC. Para buena parte de aquella nueva izquierda que estaba enmarcada en una matriz no peronista, hay muchos puntos de continuidad que pueden rastrearse en formas organizativas (partidarias) o definiciones programáticas (socialistas), entre otros elementos. Pero eso no nos limita a observar la existencia de una diferenciación frente a lo que esta nueva izquierda señaló como prácticas tradicionales a ser superadas (el legalismo, el gradualismo, el pacifismo) de lo que consideró una izquierda sin perspectiva revolucionaria. En este punto, parece inconsistente el reparo de Mangiantini (2018, 2021) para diferenciar estas experiencias de la práctica política del PC, al señalar que este realizó una revisión de su postura frente al peronismo y que en 1955 impulsó un frente de autodefensa, tal como investigó Rot (2006). Compartimos la réplica de Pis Diez (2021) quien señaló la escasa incidencia de esa experiencia de autodefensa en relación a la política del PC (de abierto rechazo a las iniciativas armadas) y destacó que los giros en relación al peronismo fueron algo que atravesó a gran parte de las expresiones políticas (de izquierda o no), y no aportan a la delimitación de la nueva izquierda. También proponemos revisar el planteo de Weisz (2006) sobre el PRT–ERP en el que matiza su condición de nueva izquierda y destaca la persistencia de rasgos de «izquierda tradicional». Primero, porque ubica en un lugar secundario la perspectiva política asumida por la nueva izquierda argentina de la cual el PRT–ERP fue un claro exponente, tal como ha sido señalado en otros estudios (Cormick, 2021; Stavale, 2019). Pero además porque muchos elementos señalados allí como «tradicionales» (la centralidad asignada a la clase obrera, la incorporación total o parcial del modelo de partido leninista, la apropiación del marxismo o la apuesta a una política internacionalista), estuvieron presentes no solo en el PRT–ERP, sino en buena parte de la nueva izquierda argentina (incluyendo expresiones socialistas, guevaristas, maoístas, trotskistas o peronistas). Tampoco parecen adecuados los reparos para que experiencias maoístas sean consideradas de nueva izquierda, categoría adoptada por numerosos/as investigadores (Bozza, 2021; Celentano, 2014; Cisilino, 2021; Rupar, 2016) enfatizando las rupturas con las perspectivas del PC y el PS, la influencia cubana y guevarista, y/o la apelación a la acción directa. Las críticas (Mangiantini, 2018; 2021) se centraron en sus distancias frente al peronismo —elemento ya señalado como rasgo que no define a la nueva izquierda—, y en la falta de adecuación al modelo de quienes ligaron la «nueva izquierda a la lógica organizativa de aparatos político–militares» (2021, p.170), aunque omitiendo que incluso para las lecturas más restrictas centradas en la violencia política (Hilb y Lutzky, 1984), estas organizaciones fueron consideradas parte de la nueva izquierda por su apelación a la violencia política (aun cuando no desarrollaran la lucha armada).
Finalmente, se ha debatido el lugar de las organizaciones trotskistas, principalmente las de mayor presencia en el período: Política Obrera y el morenismo. A diferencia del PC y del PS, en este caso asistimos a la conformación de nuevas organizaciones políticas, como emergentes del clima político de radicalización que dio nacimiento a la nueva izquierda. Como contraparte, si bien exploraron acercamientos (por ejemplo, aportando a la conformación del PRT), la tendencia de ambas expresiones políticas fue hacia un distanciamiento y delimitación frente a las corrientes influenciadas por la revolución cubana, a las que cuestionaron por «guerrilleristas» o «populistas». Así, estas expresiones aparecen en un lugar bisagra, y es a nuestro juicio lo que ha llevado alternativamente a su inclusión o exclusión del campo de la nueva izquierda. A su vez, existieron otras experiencias trotskistas menos influyentes que se enmarcaron de forma más clara en el campo de la nueva izquierda, como el Grupo Obrero Revolucionario (GOR) o el PRT–Fracción Roja. Más allá de lo señalado, coincidimos con Mangiantini en que, en particular para el PST, se deben considerar iniciativas alternativas en relación a «la liberación de la mujer» y «el respeto por la diversidad sexual» (2018, p.46) como elementos relevantes, aspectos que han dado su perfil a otras experiencias nacionales de nueva izquierda, aunque no haya sido el rasgo más característico de la nueva izquierda argentina.
Emergencia y desarrollo de la nueva izquierda armada
Casi al pasar, en un artículo sobre las FAL, Rot (2003) se refería en su momento a la nueva izquierda armada, sintetizando en esa expresión las características de una serie de organizaciones armadas que fueron, a su vez, parte del más amplio campo de la nueva izquierda argentina.
Efectivamente, el recorrido de las experiencias armadas de la izquierda peronista y no peronista, está completamente integrado al de la emergencia y desarrollo de la nueva izquierda. Desde el golpe de Estado de 1955 que desplazó a Perón de la presidencia, sectores del peronismo y del campo popular, viendo cerrados los canales de la política institucional, se volcaron a la acción directa y protagonizaron una combativa resistencia desde las calles y las fábricas, movimiento que hacia fines de la década empalmó con un clima de radicalización en el tercer mundo, en particular con la influencia de la revolución cubana. En estas condiciones, la nueva izquierda argentina, y con ello también su vertiente armada, se conformó por el desarrollo de dos cauces principales:
1. La radicalización de una parte del movimiento peronista que se identificó con un peronismo revolucionario, traccionó a sectores con trayectorias diversas como el catolicismo postconciliar y la izquierda no peronista, expresó su afinidad con la revolución cubana y otras experiencias del tercer mundo como la argelina, incorporó elementos del marxismo, adoptó métodos de confrontación crecientes que incluyeron la lucha armada, caracterizó al peronismo como un movimiento de liberación nacional que debía llevar al socialismo, y se diferenció frente a los sectores considerados «traidores» y/o «burgueses» del peronismo.
2. La conformación de una izquierda marxista influida por el marco de crisis y movilización local, estimulada por el ejemplo de la revolución cubana y por otras experiencias del tercer mundo con presencia de corrientes socialistas (Vietnam, China, Argelia), que rompió o se diferenció de los partidos considerados «tradicionales» de la izquierda (en particular el PC y el PS) a los que cuestionó por «institucionalistas» y «gradualistas», que radicalizó sus métodos de lucha (incluyendo la lucha armada), tendió en varias oportunidades a confluir con las experiencias radicalizadas del peronismo, y coincidió en la perspectiva de un futuro socialista.
A lo largo de este recorrido que se extiende desde avanzada la década de 1950 hasta el golpe de Estado de 1976, la nueva izquierda armada desarrolló una trayectoria estrechamente ligada al conjunto de la nueva izquierda y el movimiento popular, aunque con algunas particularidades.
Su período formativo coincide, en primer lugar, con el conjunto de la nueva izquierda, entre fines de los años ’50 y fines de los ’60. Incluye desde la irrupción de Uturuncos en 1959 (Salas, 2006) hasta la emergencia de las FAP en Taco Ralo (Duhalde y Pérez, 2002). Así como estas fuerzas daban cuenta del proceso de radicalización desde el peronismo, otras se inscribían en el guevarismo o el marxismo, como el Ejército Guerrillero del Pueblo dirigido por Masetti (Rot, 2010); las Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional orientadas por Bengochea (Nicanoff y Castellanos, 2004); y la actividad inicial de lo que luego serán las FAL (Rot, 2003). La emergencia de estas organizaciones se dio en un proceso común con otras experiencias no armadas de la nueva izquierda, entre las que se puede señalar al Grupo MIR–Praxis orientado por Silvio Frondizi, el Movimiento de Liberación Nacional «Malena» de Ismael Viñas, el Frente Revolucionario Indoamericano Popular de los hermanos Santucho, Socialismo de Vanguardia que fue a su vez la plataforma para la formación de VC, el PCR, o los peronistas Acción Revolucionaria Peronista de Cooke y Eguren, el Movimiento Revolucionario Peronista de Rearte, o el grupo nucleado alrededor de la revista Cristianismo y Revolución de García Elorrio. Además, se desarrollaron numerosas experiencias estudiantiles, sindicales (entre las que se destaca la CGT de los Argentinos), religiosas (en particular el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo), además de una variedad de propuestas culturales e intelectuales, incluyendo numerosas revistas político culturales enmarcadas en la nueva izquierda. En este período la nueva izquierda armada se caracterizó por el despliegue de experiencias reducidas, locales, de corto desarrollo, eminentemente rurales y con poco o nulo vínculo orgánico con el movimiento popular.
El segundo momento de desarrollo de la nueva izquierda argentina tiene como punto de inflexión al año 1969. El clima de radicalización global se expresaba ya en la influencia de acontecimientos como la muerte del Che Guevara en Bolivia, el mayo francés, o la ofensiva del Tet en Vietnam. En este marco, la irrupción del Cordobazo y la proliferación de puebladas en distintos puntos del país, dieron marco a la ampliación exponencial de experiencias de organización y lucha obrera, estudiantil y del movimiento popular en general. Con ello también se multiplicaron y consolidaron organizaciones políticas de la nueva izquierda peronista y no peronista. En este nuevo marco, el desarrollo de la nueva izquierda armada conoció dos momentos diferenciados: el de la irrupción de las organizaciones armadas de carácter nacional, entre 1970 y 1972/1973; y el que desplegó —tal como lo señalara Salas para el caso de Montoneros—, su fase «más plenamente política» (Salas, 2008:7), entre 1972/1973 y 1975.
Desde 1970 se hicieron públicas una serie de organizaciones armadas con presencia en distintos puntos del país, que se centraron en el escenario urbano, valoraron a la clase obrera como sujeto político fundamental, lograron una mayor persistencia en el tiempo y demostraron mayor capacidad operativa en el plano militar. Entonces, junto a la recomposición y extensión de las FAP (Duhalde y Pérez, 2002; Raimundo, 2004), se dieron a conocer las FAL (Grenat, 2010; Hendler, 2010), Montoneros (Gillespie, 2011; Lanusse, 2005; Salas, 2008; Slipak, 2015), las FAR (Cormick, 2023b; Custer, 2016; González Canosa, 2021) y el ERP, como brazo armado del PRT que había sido formado unos años antes (Carnovale, 2011; Cormick, 2021; Pozzi, 2004). Junto a estas expresiones de mayor gravitación, se desplegaron numerosas organizaciones más focalizadas, entre las que se destacan Descamisados (Campos, 2012), el Frente Revolucionario Peronista – Ejército de Liberación Nacional (FRP–ELN) (Correa, 2011), la Guerrilla del Ejército Libertador (Campos y Rot, 2010), y el GOR (Cortina Orero, 2011). Más allá de su diversidad, todas estas fuerzas se enmarcaban en las perspectivas de la nueva izquierda: se diferenciaban del peronismo y la izquierda tradicionales; tenían una perspectiva de revolución a corto plazo; rechazaban las que entendían como vías «reformistas»; tomaban el ejemplo de Cuba, del Che Guevara y del «hombre nuevo»; adherían a la «violencia revolucionaria» y planteaban una perspectiva de «liberación» y «socialismo». Aunque en general su militancia tenía experiencia previa en la actividad política, gremial y social, y en algunos casos la sostuvieron mientras iniciaban la lucha armada, el centro de su protagonismo en este período estuvo marcado por la actividad militar con la que buscaron desgastar a la dictadura y lograron un protagonismo inédito.
Las modificaciones en la realidad nacional, con la convocatoria a elecciones, el cambio de régimen y el retorno del peronismo al gobierno, abrieron un nuevo marco político que llevó a una actualización en las formas de intervención política que atravesó a diversas expresiones de la nueva izquierda, y también a sus organizaciones armadas. Ya en el marco previo a la apertura se observan reconfiguraciones. Algunas de las organizaciones armadas más gravitantes mostraron un repliegue, tal como sucedió con las FAP que perdieron protagonismo en el marco de su viraje hacia una postura «alternativista» en el peronismo y su campaña de homogenización interna, y se observó también en la implosión de las FAL golpeadas por la represión y las diferencias internas. También otras fuerzas más pequeñas se disolvieron o integraron en otras mayores. En contraste, Montoneros, PRT–ERP y FAR, fueron asumiendo un creciente protagonismo aún antes de la apertura democrática. En los tres casos —aunque con distintos perfiles y dimensiones—, su mayor gravitación fue de la mano de una articulación de iniciativas que incluyeron el sostenimiento o ampliación del accionar militar, junto a una creciente inserción en el movimiento de masas y una mayor atención a la dimensión política no militar. En el marco de la apertura, además, se registró la aparición de otras organizaciones de la nueva izquierda armada. Así, Poder Obrero llegó a tener presencia en varias provincias, participó de algunos de los conflictos populares más importantes del período y desplegó una iniciativa militar de cierta envergadura (Cormick, 2015; Mohaded, 2009). Y junto a esa experiencia, se dieron otras más focalizadas, en algunos casos a partir de rupturas, como sucedió con las FAL Che; las FAL 22 de Agosto, las FAL América en Armas (Grenat, 2010; Hendler, 2010), Montoneros Columna Sabino Navarro (Seminara, 2015), el ERP 22 de Agosto (Weisz, 2005) o el PRT Fracción Roja (Cormick, 2012). En este nuevo marco, la nueva izquierda armada asumiría su mayor protagonismo y también mostraría una mayor amplitud en cuanto a los recursos políticos puestos en juego.
La ampliación del repertorio de acción política de la nueva izquierda armada
El momento más relevante para pensar en la gravitación de la nueva izquierda armada es aquel iniciado entre 1972 y 1973 y extendido hasta 1975, cuando varias de estas fuerzas asumieron un lugar relevante en la dinámica de organización y movilización popular. Se trata de un período clave de la historia argentina, en donde la perspectiva y concreción de la apertura política que llevó al peronismo a la presidencia después de 18 años de proscripción, abrió un momento de disputas políticas con fuerte presencia de la movilización popular. Si la breve presidencia de Cámpora entre mayo y junio de 1973 expresó el momento de mayores expectativas para amplias franjas del movimiento popular, ya desde mediados de año la «masacre» de Ezeiza y la renuncia de Cámpora mostraron la creciente influencia y capacidad de disputa de la ortodoxia sindical y la derecha peronista. Estas tensiones atravesaron la presidencia de Perón entre fines de 1973 y su fallecimiento en julio de 1974, y desde entonces abrieron un escenario de abierta conflictividad bajo la presidencia de Estela Martínez de Perón. A lo largo de este ciclo se desplegaron diversas formas de movilización popular, cuyo último ejemplo significativo fueron las jornadas de junio y julio de 1975 que incluyeron la conformación de coordinadoras obreras interfabriles y una huelga general.
En este período, en la izquierda peronista se destacó la creciente participación e influencia de Montoneros en la Juventud Peronista (JP) de las Regionales y en las campañas «luche y vuelve» y electoral durante 1972, que llevaron a la organización a convertirse en la conducción política de un amplio movimiento popular, principalmente juvenil. En este recorrido, Montoneros incorporó a importantes sectores de la militancia de la JP, de Descamisados, a un sector de la FAP, y a comienzos de 1973 inició un proceso de fusión con las FAR que culminó en octubre de ese año. Con ello, FAR–Montoneros asumieron una incidencia inédita, y la desplegaron conformando una serie de frentes por sector de militancia (sindical, villero, secundario, universitario y de mujeres, principalmente), cuya constitución fue el fruto de la confluencia de numerosos agrupamientos preexistentes, en su mayoría de la JP, y que quedaron bajo la conducción política de FAR–Montoneros como parte de la llamada Tendencia Revolucionaria del peronismo, con las banderas del trasvasamiento generacional y el socialismo nacional. Este despliegue incluyó la repetida movilización de decenas de miles, cuando no más de un centenar de miles, además de dar lugar a la participación activa en instancias de gobierno y gestión, principalmente en algunos gobiernos provinciales y en la universidad (Cormick, 2023a; Friedemann, 2021a; Gillespie, 2011; González Canosa, 2021; Lanusse, 2005; Pacheco, 2014; Salas, 2008; Tocho, 2020). Aunque no alcanzaron la misma incidencia, otras experiencias armadas del peronismo desarrollaron políticas de movilización e intervención política como sucedió con las FAP y el Peronismo de Base, con el FRP y su militancia clasista (principalmente en la CGT de Salta), entre otros (Correa, 2011; Duhalde y Pérez, 2002; Raimundo, 2004; Stavale, 2021).
En una escala menor, también las organizaciones armadas de la izquierda no peronista, conocieron en este período su mayor despliegue. La más gravitante, el PRT–ERP, realizó convocatorias que superaban las 10.000 y en algunos casos las 20.000 personas, promovió movilizaciones, actos, conflictos y encuentros sindicales. Se destaca allí la experiencia del Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS), de la que fueron parte desde referentes de izquierda no peronista como Agustín Tosco y Silvio Frondizi hasta los peronistas Armando Jaime, Alicia Eguren y Rodolfo Ortega Peña, a donde asistieron numerosos agrupamientos de la nueva izquierda tanto organizaciones armadas, como partidos no armados y expresiones gremiales y populares, nuevamente bajo las banderas de la «liberación» y el «socialismo» (Carnovale, 2011; Cormick, 2021; Pozzi, 2004; Silva Mariños, 2017; Stavale, 2019). También en ese período OCPO ocupó un lugar relevante en algunos conflictos obreros del período (como el Villazo de 1974 y las Coordinadoras Interfabriles de 1975) y exploró diversas iniciativas políticas, además de desplegar la lucha armada por medio de los Piquetes Obreros Armados y las Brigadas Rojas (Castro, e Iturburu, 2004; Cormick, 2015; Costilla, 2018; Mohaded, 2009).
En el marco de estas experiencias, se difundieron masivamente revistas políticas y político culturales, periódicos de alcance nacional como Noticias y El Mundo, se desarrollaron iniciativas artísticas que buscaban la articulación con sectores populares, e infinidad de experiencias sociales y culturales. De esta forma, la nueva izquierda armada se constituyó en un actor gravitante en el movimiento popular. Tanto es así, que resultaría difícil considerar la mayoría de las iniciativas y luchas populares del período, sin reconocer que en ella fueron partícipes (y en algunos casos ocuparon un lugar dirigente) estas organizaciones armadas. Así, en muchas de las movilizaciones de 1973 como el Devotazo (que llevó a la inmediata liberación de presos/as políticos/as) o el proceso de las tomas de establecimientos, en la huelga obrera de Villa Constitución que en 1974 culminó con un triunfo obrero y el apoyo de la población (el «villazo»), la movilización del 1º de mayo de ese año donde la izquierda peronista confrontó con Perón, y hasta en las coordinadoras de 1975, además de decenas de actos y convocatorias, fue notable la presencia y en algunos casos la hegemonía de la nueva izquierda armada.
La articulación de las distintas formas de acción política armada y no armada de la nueva izquierda armada dio lugar a tres momentos diferenciados en el marco de la apertura democrática.
En primer lugar, durante la llamada «primavera camporista», se asistió a una suerte de «tregua» en el plano militar, y se observó un completo protagonismo de la acción política no armada y la movilización popular. Aunque con distintos énfasis, este repliegue en el plano militar fue extensivo a las distintas corrientes políticas, peronistas y no peronistas, lo que derivó en una merma muy significativa de las acciones militares. De este modo, prácticamente la totalidad de la nueva izquierda armada se volcó a diversas formas del activismo político no armado, promoviendo la organización gremial, estudiantil o territorial, participando de movilizaciones, huelgas y acciones de masas, desplegando orientaciones políticas y programáticas que buscaban disputar el rumbo del proceso político, desarrollando la propaganda ideológica para ampliar la incidencia de sus perspectivas revolucionarias, y en algunos casos participando también de ámbitos institucionales.
En segundo lugar, en el período que coincide con la presidencia de Perón, en un clima ya enrarecido tras la «masacre de Ezeiza», la lucha armada volvió a ocupar un rol relevante, aunque no protagónico. Entre agosto y septiembre de 1973, una serie de acciones realizadas por distintas organizaciones (FAP, PRT–ERP, FAR–Montoneros, ERP 22 de agosto) cuyos puntos más significativos fueron el asalto al Comando de Sanidad del Ejército por el ERP y la muerte de Rucci por FAR–Montoneros, quebraron aquella suerte de «tregua». A partir de entonces, mientras los sectores que buscaban un mayor nivel de entendimiento con Perón (en particular Montoneros) tendieron a replegar sus iniciativas militares (aunque fueron foco de ataques sistemáticos por parte de la derecha peronista y la naciente Triple A), en cambio los sectores más críticos con el gobierno de Perón (desde PRT–ERP hasta las FAP–Comando Nacional) fueron ampliando su actividad militar. Aún con ello, en este momento siguió ocupando un lugar privilegiado el despliegue de diversas formas de acción política no militar con movilizaciones, actos, huelgas, campañas políticas y participación institucional.
Finalmente, durante el gobierno de Martínez de Perón, señalado por la gran mayoría de la nueva izquierda como un proyecto opuesto a los intereses populares y caracterizado por ampliar exponencialmente la represión estatal y paraestatal, se reanimó ampliamente la actividad militar de la nueva izquierda armada. Junto a Montoneros, PRT–ERP y OCPO —las tres fuerzas con mayor gravitación y capacidad operativa militar en el período—, también otras expresiones más chicas desplegaron iniciativas armadas. Las acciones militares del período alcanzaron una dimensión mayor al multiplicar los asaltos a guarniciones militares, explorar el desarrollo de una guerrilla rural, y contar con numerosas «ejecuciones» a integrantes de las fuerzas de seguridad, empresarios o referentes del poder político y gremial. Aún en este marco, a diferencia de la actividad política desplegada con anterioridad a 1972, el peso de las iniciativas no militares de la nueva izquierda armada fue significativo. De hecho, su incidencia fue notable en algunos de los conflictos obreros más importantes del período (como las huelgas de Villa Constitución y las Coordinadoras Interfabriles de 1975) y la exploración de canales políticos se expresó en el impulso de diversas estructuras políticas (Frente Antiimperialista por el Socialismo, Frente Democrático, Movimiento Socialista Revolucionario, Movimiento Auténtico, Partido Auténtico) y de publicaciones afines (Nuevo Hombre [segunda época], El Auténtico, Respuesta, entre otras), que buscaban canalizar la actividad política del movimiento popular. De esta forma, al menos hasta avanzado el año 1975, la nueva izquierda armada seguía siendo un canal destacado para la actividad política de franjas significativas del movimiento popular. El golpe militar de 1976 cortó radicalmente este proceso, cerrando el ciclo de radicalización y diluyendo a la nueva izquierda.
Algunas conclusiones
El crecimiento de los estudios sobre la nueva izquierda de las décadas del ’60 y ’70 en Argentina dio lugar a señalamientos críticos sobre su viabilidad, composición y periodización, lo que a su vez plantea el reto de seguir precisando los contornos de ese campo de investigación. Se debe recordar que las consideraciones sobre la delimitación de la nueva izquierda han sido variables en los distintos casos nacionales (por ejemplo entre la perspectiva europea/norteamericana forjada a partir del cuestionamiento a la socialdemocracia y el estalinismo, y las experiencias latinoamericanas influidas por la revolución cubana), ponderando distintos elementos de ruptura o inflexión (política, social, intelectual, cultural), y que en el caso argentino se trata de una categoría no nativa sino de carácter analítico, ya que buena parte de los involucrados no se pensaron a sí mismos como nueva izquierda.
Existiendo una diversidad de elementos de inflexión que dieron lugar a reflexiones sobre la nueva izquierda en distintas latitudes, se trata en nuestro caso, de considerar cuáles son aquellos aspectos característicos y determinantes para el desarrollo de esta renovada experiencia en la Argentina. En este sentido, coincidiendo con la mayoría de los estudios del campo, señalamos que esta perspectiva se encuentra fuertemente ligada al proceso de radicalización social y política protagonizado por un amplio movimiento popular entre mediados y fines de los años ’50 y el golpe de Estado de 1976. Por supuesto, en el marco de dicho proceso de radicalización y cambio, se observaron numerosas inflexiones en las prácticas sociales y en las lógicas del movimiento popular, incluyendo nuevas dinámicas organizativas y cambios en pautas culturales (generacionales, sexoafectivas, artísticas). Sin embargo, el aspecto más influyente y significativo que marcó la impronta de la nueva izquierda en la experiencia argentina tuvo que ver con la emergencia de una renovada perspectiva política. Entre los rasgos sobresalientes de esta perspectiva política se incluyen la delimitación frente al peronismo y la izquierda «tradicionales», el rechazo de las vías consideradas «reformistas», la voluntad de desarrollar un proceso revolucionario en tiempo presente, la influencia de la experiencia cubana y del modelo del «hombre nuevo», la aceptación o práctica de la violencia como parte del proceso de cambio, y la aspiración a la conquista de una sociedad socialmente igualitaria, señalada —ya avanzado el período— como la «patria socialista». No es ocioso aclarar que al referirnos a una perspectiva política, no nos circunscribimos a determinadas formas de organización política. De hecho, estos vectores políticos que caracterizaron a la nueva izquierda argentina, atravesaron a distintas experiencias organizativas (sean estas partidos, movimientos, representaciones gremiales, colectivos culturales, entre otros) y se extendieron más allá de esos límites organizativos. Por supuesto, tal como se ha señalado, tampoco aquellos sectores que se identificaron con la perspectiva política que caracterizó a la nueva izquierda argentina fueron actores excluyentes del proceso de movilización, confrontación, organización y disputa política que caracterizó al período. Por el contrario, en esa dinámica la nueva izquierda confluyó con expresiones «tradicionales» de la política y la organización popular, sea a través de partidos preexistentes de la izquierda, el peronismo y otras fuerzas políticas, o por medio de diversos organismos como los sindicatos y otras estructuras gremiales y reivindicativas. Los elementos novedosos y definitorios de esta nueva izquierda, a su vez, se formaron partiendo y recuperando tradiciones y prácticas políticas preexistentes. Se desplegaron así, sobre dos cauces principales, el peronismo y la izquierda marxista no peronista, aunque en ambos casos expresando una novedad al dar nacimiento a la izquierda peronista y a una renovada izquierda marxista que reinterpretaban en la clave revolucionaria de la nueva izquierda sus propias tradiciones políticas. Esto habilitó articulaciones a partir de campos políticos preexistentes, estableciendo puentes entre la izquierda peronista y otras expresiones «tradicionales» del peronismo, y en el mismo sentido, entre la nueva izquierda no peronista y otras corrientes de izquierda. Pero al mismo tiempo, dio lugar al desarrollo de una perspectiva política, y en gran medida de una cultura política propia de la nueva izquierda que habilitó numerosas coincidencias y confluencias en el marco del proceso de radicalización entre sus diversos actores, incluyendo a sus expresiones peronistas y no peronistas, y articulando experiencias políticas, sociales y culturales.
Entre los elementos políticos que caracterizaron a la nueva izquierda argentina, uno de ellos es la aceptación o práctica de la violencia política. En una sociedad atravesada por la inestabilidad política y los golpes de Estado, las experiencias convergentes de la resistencia peronista y de las revoluciones del tercer mundo (en particular la cubana) contribuyeron a una valoración de la política en donde la violencia y la lucha armada eran parte de los repertorios de acción colectiva incorporados. De allí que hayan sido rasgos propios de esta nueva izquierda la participación y reivindicación de la violencia popular (con mayor amplitud a partir del Cordobazo), la apuesta y preparación para eventuales situaciones insurreccionales, y la conformación de organizaciones armadas, dando forma a la nueva izquierda armada. Como se ha observado, el lugar de la nueva izquierda armada en relación al conjunto de la nueva izquierda ha sido abordado de formas diversas. Sin duda es improcedente la igualación de ambas categorías ya que desdibuja la importancia de un campo más vasto de nueva izquierda (algo que en la historiografía fue de la mano de un planteo demonizador que presentó a la nueva izquierda armada aislada de la sociedad y como co–responsable de la deriva que llevó al golpe militar y el terrorismo de Estado). Y a su vez, el reconocimiento de otras facetas (como el campo intelectual), y la consideración de la nueva izquierda como un campo mucho más vasto, no debería desdibujar el rol efectivamente asumido por la nueva izquierda armada. Para ello hemos propuesto el análisis de su trayectoria y su incidencia relativa en el marco de la nueva izquierda y del movimiento popular, a partir de una periodización. De ella se deduce que la nueva izquierda armada partió de tener una incidencia secundaria en los años ’60, conoció un mayor nivel de protagonismo a inicios de la década del ’70 principalmente gracias al impacto de su actividad militar, y alcanzó finalmente su mayor nivel de influencia entre 1972/1973 y 1975, cuando las organizaciones armadas fueron asumiendo un lugar hegemónico en el marco de la nueva izquierda y en algunas experiencias de movilización popular más amplias. Una de las características destacadas de este tercer momento, es la diversidad de prácticas políticas asumidas por esta nueva izquierda armada, que incluyó el accionar militar, pero también (y en algunos momentos principalmente) el desarrollo de iniciativas políticas, institucionales, de movilización y de organización popular. Así, expresiones de la nueva izquierda armada pudieron en este momento convocar y organizar bajo su orientación a amplios sectores de la nueva izquierda que participaban de muy diversas expresiones de organización popular (sindical, estudiantil, cultural, territorial), que en su mayoría no habían tenido una práctica militar, pero que al mismo tiempo se encuadraban bajo las orientaciones de expresiones de esta nueva izquierda armada. Ejemplos notables de este proceso lo constituyen la Tendencia Revolucionaria del Peronismo orientada por Montoneros y FAR, y en menor medida, el impulso del Frente Antiimperialista y por el Socialismo orientado principalmente por el PRT–ERP, del que participaron también otras organizaciones armadas como FRP–ELN y OCPO.
En la actualidad, una serie de trabajos volcados principalmente a analizar experiencias políticas no militares (de movilización y organización popular, institucionales, de iniciativas culturales, entre otras) que fueron impulsadas o contaron con la participación protagónica de la nueva izquierda armada, están aportando a una perspectiva más amplia sobre esta nueva izquierda armada, que no se restringe exclusivamente a sus prácticas militares y definiciones ideológicas, y que contribuye a recalibrar el peso de estas experiencias en el período. Se trata de un cauce de investigación que tiene gran potencial, en la medida en que, en vez de entender a la nueva izquierda armada como un emergente excepcional —aislado y dominado por pulsiones guerreras y determinaciones ideológicas—, la enmarca en una sociedad donde la aceptación de la violencia política estuvo presente e impregnó a buena parte del activismo que exploraba los caminos para alcanzar una sociedad más justa e igualitaria.
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Notas de autor