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“Ay, Guatemala, vamos a caminar, yo te acompaño”. Entrevista a Gustavo Meoño1
Contenciosa, núm. 12, e0031, 2022
Universidad Nacional del Litoral

Entrevistas

Contenciosa
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN-e: 2347-0011
Periodicidad: Anual
núm. 12, e0031, 2022

Recepción: 22 Agosto 2022

Aprobación: 02 Septiembre 2022


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: La presente entrevista intenta reponer la memoria de la experiencia como militante de Gustavo Meoño a través de sus sentidos, sentires y reflexiones sobre el pasado reciente de Guatemala, un país atravesado por la represión y la violencia política. Gustavo nació en 1949 en la ciudad de Guatemala, fue integrante de un grupo de reflexión y acción social orientado a las comunidades indígenas de origen católico denominado CRÁTER, hasta su disolución a finales de los 60. La mayoría de los integrantes de CRÁTER confluiría con otros militantes en la fundación del Ejército Guerrillero del Pueblo entre los años 1972/74, una de las principales organizaciones político-militares del país. A continuación se despliegan algunos tramos de la memoria de un itinerario de resistencia y lucha política construido a través de un diálogo e interpelación del pasado desde el presente.



Vámonos patria a caminar, yo te acompaño.
Yo bajaré los abismos que me digas. Yo beberé tus cálices amargos.
Yo me quedaré ciego para que tengas ojos.
Yo me quedaré sin voz para que tú cantes.
Yo he de morir para que tú no mueras,
para que emerja tu rostro flameando al horizonte
de cada flor que nazca de mis huesos.
Otto René Castillo 1965
(fue asesinado por el ejército de Guatemala en 1967 junto a Nora Paiz Cárcamo; sus cuerpos nunca fueron encontrados)




Gustavo Meoño, c. 1968

Foto cedida por Gustavo Meoño

¿Qué es lo que a usted lo lleva a ingresar a la militancia política en una organización -el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP)- y cómo fue el recorrido previo?

Yo me incorporé a la militancia prácticamente en la adolescencia (...) entre los años 67 y 68, cuando yo tenía entre 18 y 19 años, yo vengo directamente de un grupo de jóvenes cristianos, todavía no se inventaba el término y el concepto de “Teología de la Liberación”, pero es exactamente en la génesis de la Teología de la Liberación en la que yo me incorporé, un grupo que se llamó (...) CRÁTER en Guatemala.

¿Ustedes tenían referentes, en términos de figuras de sacerdotes, con los cuales se sentían identificados?, ¿o era más un grupo de discusión de ideas?

El grupo estaba directamente liderado por una monja estadounidense de la Orden Maryknoll, su nombre dentro de la orden era Sister Marian Peter, ella se llama Marjorie Bradford -o Margarita-, y con mucha cercanía con dos sacerdotes -también de la Orden Maryknoll, hermanos entre sí-, Tomás y Arturo Melville (...). Es una orden nacida en los Estados Unidos, pero que en, digamos, trabajo de, lo que llamaban, de misión, tuvo presencia en diferentes países de América Latina, del Caribe, de África ; sí es importante dentro de la Iglesia Católica y no caracterizada, necesariamente, por las posiciones progresistas. De alguna manera, la experiencia en Guatemala fue excepcional, por lo menos particular, sí, más que excepcional (…). Varios integrantes de la orden -mujeres y hombres, porque tiene las dos ramas- habían participado incluso vinculados al movimiento revolucionario insurgente, pero el trabajo inicial de esta monja, que se trataba justamente de desarrollar actividades, se llamaba “Cursillos de Capacitación Social”. Ahí sí intervenían los jesuitas, porque ella era la organizadora, la artífice, pero siempre invitando a jesuitas que desarrollaban estos temas muy en la línea de la Doctrina Social de la Iglesia, con afinidades con el socialcristianismo, con la democracia cristiana, realmente con un trasfondo anticomunista fuerte, estos curas jesuitas, pero que abrían el debate (…) abrían la discusión, generaban espacios, que dio como resultado, en muchos casos, lo que me ocurrió a mí en lo personal.

¿Cómo se acerca a esos grupos?

Desde la secundaria, y muy dirigido a los colegios privados, principalmente colegios privados, colegios católicos en Guatemala; en la ciudad de Guatemala, en la capital del país, que eran colegios un tanto elitistas, o por lo menos de clase media acomodada para arriba. No era mi caso, porque yo estuve -estudié- en uno de estos colegios con los Maristas, con la Orden de los Maristas, que es una orden de origen europeo -hay en la Argentina, los Maristas sí tienen presencia en Argentina-, en condiciones que estaban muy por encima de la situación económica de mi familia (...)

¿Qué hacían su papá y su mamá?

Mi padre era chofer, conductor de un camión que transportaba materiales (…) trabajador muy sencillo, casi ninguna escolaridad, porque quedó huérfano muy chiquito y tuvo que trabajar desde niño. Mi madre era secretaria, mi madre sí tuvo un poco más de escolaridad y, digamos, mucho interés por la lectura -a diferencia de mi padre-; mi madre venía de una familia de migrantes alemanes venidos a menos, a mi ya me tocó nacer totalmente en la pobreza de la familia.

¿Eran muchos hermanos ustedes?

No, tres, una hermana mayor y un hermano menor, yo el del medio. Entonces lo que pasaba con muchas familias que el tema de dedicar todos los recursos a la educación de los hijos por encima de otras privaciones, fue lo que ocurrió en nuestro caso, realmente el colegio rebasaba con mucho nuestras posibilidades familiares, “pero esto es lo único”, privaciones de todo tipo, pero “que estudien”, así fue como llegué yo al Liceo Guatemala, colegio de los Maristas, y ahí con otros conocimos -otros compañeros- conocimos el Proyecto del CRÁTER, y de los cursillos, se llamaban Cursillos de Capacitación Social -ése era el nombre-, y donde participaban los jesuitas.

¿El grupo CRÁTER estaba formado desde antes que ustedes?

Así es, sí, sí, yo ya me integré a un grupo que tenía por lo menos unos tres o cuatro años de existencia.

¿Y qué actividades hacían?

Fundamentalmente eran estos Cursillos de Capacitación Social, de mucho debate sobre la realidad nacional, ahí estaba puesto el foco, que de alguna manera tendía a formar cierto liderazgo, que de estos jóvenes fueran saliendo cierto liderazgo político, para algunos, desde una concepción de derecha, de una concepción anticomunista, era la manera como de capacitar futuros líderes socialcristianos pero capaces de debatir, de discutir, y hasta se decía abiertamente, a discutir con los marxistas en la universidad (…) Eran internos, por invitación y cierta selectividad, pero mientras había algunos -principalmente estos curas jesuitas, de esta mentalidad que estoy diciendo, y lo hacían a partir de la Doctrina Social de la Iglesia, las encíclicas, el Papa León XIII, la Rerum novarum, etc-, sin embargo ya estaba en otros toda la impronta del Concilio Vaticano II y de Juan XXIII, que en ese momento -en mi caso estoy hablando de 1966-, el Concilio Vaticano II estaba todavía con toda su fuerza, había muerto Juan XXIII pero estaba Paulo VI, incluso no solo con la finalización del Concilio sino con las encíclicas de Paulo VI, por ejemplo las cartas pastorales que precedieron la publicación de la encíclica “Populorum progressio” que son muy, muy importantes porque no rompieron con la inercia que venía del Concilio sino al contrario, le dieron más fuerza.

En el mundo, pese a todas las contradicciones, había una iglesia muy tradicional, una iglesia incluso con complicidades terribles con el nazismo, con el imperialismo estadounidense, etc., etc., y el anticomunismo, pero al mismo tiempo, con todos estos planteamientos, principalmente la opción preferencial por los pobres, que es lo que sienta las bases de la Teología de la Liberación, muy poquito tiempo después; entonces, en medio de estas contradicciones y este debate, algo que yo valoro muchísimo, es como una experiencia vital, porque muy joven, eso invitaba a leer, y esta práctica del debate, de la discusión, resultaba muy formativa. Ahora, estaba muy dirigido -la actividad del CRÁTER- también al conocimiento de la realidad nacional guatemalteca, de decir “bueno, leamos, conozcamos”, “¿y qué es esa realidad?”, definitivamente es explotación, es opresión, es discriminación. Todo con mucha cercanía con las comunidades indígenas, entonces, rápidamente implicaba entrar en contacto con otra realidad, con otra realidad igualmente contradictoria, porque en muchos casos había curas que se acercaban a las comunidades indígenas con un criterio absolutamente paternalista, y además que no solamente iban a ayudar a estos pobrecitos indios, sino a sacarlos de la ignorancia, e incluso, desde el punto de vista religioso, de esas ideas prácticamente paganas. Incluso se usaba ese término, el paganismo, que implicaba ser lejos de haber el menor respeto, la menor valoración por una cosmovisión, por una espiritualidad diferente, que partían de eso “estas son expresiones de atraso y de paganismo”. Repito, se usaba la palabra, “son paganos”, o sea, algunos partían de eso, en el fondo con una buena dosis de racismo y discriminación. Otros no, aunque siempre con una dosis de paternalismo (…) y muy pocos realmente cuestionándose todo, asumiendo posiciones más progresistas y hasta revolucionarias.

Y ese grupo CRÁTER, ¿cuál era su objetivo en esa relación, en ese salir y buscar a las comunidades, ese acercamiento?

La síntesis era concientizar.

¿Sobre la opresión?, ¿concientizar sobre la opresión?

Sin, digamos, sin una postura de direccionar abiertamente, sino de propiciar el conocimiento de la realidad, y que fuera la realidad misma la que, incluso el término religioso se decía, la “conversión”, que se produzca una conversión a partir de ese contacto con la realidad, de ese choque con la realidad; todo esto era mucho el pensamiento de esta monja, me estoy refiriendo bastante a los términos generales de cómo empezó, porque obviamente tuvo desarrollo y tuvo una radicalización.

Claro, ¿y ese grupo estaba constituido por adolescentes mujeres y varones?, ¿la escuela era mixta?

Sí, las escuelas en su mayoría eran diferenciadas de hombres y mujeres, pero el grupo, sí, era totalmente mixto, y el hecho de que fuera una mujer la que lo dirigía, recordemos, estamos hablando de los años 60, no era lo más frecuente. También yo valoro muchísimo esa experiencia porque mi primer referente, digamos, el primer liderazgo que yo reconocí y que yo seguí, fue una mujer, y una mujer que yo admiré y admiro -está viva todavía, ya muy mayor- muchísimo; ha publicado libros y hay bastante sobre ella (...)

¿Usted hasta qué año participó ahí en ese grupo?

Empecé, todavía, mi último año de la secundaria, 1966 -fue cuando yo salí del bachillerato en el colegio-, y todo el año 67 hasta la disolución (…) en el año 68 (…)

O sea que usted podía participar del proyecto aunque ya no estuviera más en la escuela.

Así es, y de hecho varios de los integrantes, cuando yo entré, ya estaban en la universidad y eran estudiantes universitarios que habían empezado estos Cursillos de Capacitación Social.

A mí me pasó algo, en lo personal, muy fuerte, muy intenso, que ya con todas estas inquietudes que estaba relatando de los cursillos y de los debates, las discusiones, con un compañero -muy querido- cuando terminamos el colegio decidimos que queríamos hacer un viaje para conocer el país -a Guatemala-. Guatemala es más pequeño que la provincia de Santa Fe, para que se ubiquen (…) pero es un país con una diversidad de todo tipo, desde el nivel del mar y las playas, selvas tropicales, hasta montañas muy elevadas. Volcanes de 4.000 metros de altura, quedan ahí a no más de 200 kilómetros de distancia, hay un altiplano muy importante y sobre todo muy poblado, con una densidad de población muy fuerte, mayoritariamente indígena.

Entonces, simplemente mi amigo y yo decidimos que queríamos viajar y conocer Guatemala. Teníamos una situación económica muy parecida, por eso éramos amigos tan cercanos y no teníamos un quinto para viajar. Se llamaba Eduardo Sierra y le decíamos “Guayo”. Entonces se nos ocurrió algo que tenía mucho que ver con nuestras actividades con el CRÁTER, y con cursillos y cuestiones de los jóvenes cristianos. Se nos ocurrió dirigirnos al primer pueblo, buscar al primer cura, la primer parroquia, y contarle esto, que queríamos viajar y conocer porque no teníamos un quinto, y que no teníamos donde dormir, que nos dieran de comer y que nos permitiera conocer ahí, y luego que nos diera para el boleto, el siguiente tramo y una cartita para que el otro cura nos recibiera. Y funcionó de una manera genial. El primero que se lo hicimos, se reía el cura “que descarados son ustedes, quieren que les de comida y que después les tengo que pagar el pasaje”, pero se rió mucho y funcionó, (…) Así que logramos armar, realmente, un periplo que duró un poco más de un mes (...) y nos permitió entonces conocer lo que no imaginábamos. Y un choque brutal, todos los días era un choque con la pobreza, pero claramente con la explotación más despiadada, la opresión, la discriminación, el racismo, todos los días, a toda hora, en todo lugar.

En su infancia-adolescencia ¿había tenido la oportunidad de viajar por Guatemala, conocer otra realidad que la ciudad capital?

Pero muy poco, muy muy poco, más por razones familiares, pero, digamos, en el fondo un desconocimiento muy grande, por eso digo, a pesar de ser un país tan pequeño. Tampoco existía eso como tradición, en la mayoría de los casos las aspiraciones de viaje eran al extranjero antes que pensar conocer el propio país, sobre todo en esos años. Yo sí venía, digamos, de una familia con posiciones medianamente progresistas, porque en Guatemala hay una larguísima historia de dictaduras y de gobiernos militares casi ininterrumpidos en 200 años hasta el día de hoy. Apenas hubo un período que se conoce como “la primavera democrática” -que casualmente coincide mucho con los años del peronismo en la Argentina-, del 44 al 54 con los gobiernos de Arévalo y Árbenz, con todo lo que eso implicó. Realmente transformaciones muy profundas, autonomía municipal, autonomía universitaria, educación pública, salud pública, código de trabajo, voto para las mujeres y para los analfabetos (que era la mayoría de la población) y sobre todo la reforma agraria.

Todo eso dio como resultado la intervención de los Estados Unidos en 1954 para borrar del mapa todas estas conquistas, y ahí sí darle inicio a una sucesión de gobiernos militares, con una fachada democrática muy muy superficial (…). Los golpes de estado fueron, digamos, puntuales y con una temporalidad no muy prolongada, porque en definitiva eran reacomodos, más que nada acomodos internos. Ello con una clase económica, una élite oligárquica absolutamente coludida, absolutamente aliada al poder militar. Así que mis padres sí tenían una profunda admiración por los gobiernos de Arévalo y Árbenz, y eso me transmitió a mí una cierta perspectiva, una cierta apertura, muy básica, pero sí como un punto de partida de todo eso que estoy relatando.

Pero volviendo a este viaje, fue realmente muy impactante en ambos, Guayo Sierra y yo terminábamos llorando casi a diario ante las cosas que nos topábamos, cosas que no imaginábamos la dimensión que pudiera tener todas estas situaciones de miseria, de explotación, de discriminación, de opresión. Realmente lo que era Guatemala, particularmente sobre los pueblos indígenas. Porque todo el recorrido lo hicimos por el altiplano, el altiplano central, que es todo poblaciones indígenas; hoy se habla del pueblo maya y en esa época todavía no. El uso de ese concepto de manera generalizada es algo relativamente nuevo. La diferenciación por las comunidades lingüísticas era así como muy marcada: el área Kaqchiquel, el área Quiché, el área Mam, que fue por donde nosotros nos movimos.

Así que la táctica nos funcionó a la perfección, porque de verdad nadie nos negó ni posada, ni comida, ni dinero para el siguiente tramo, y justo cuando regresamos, ya avanzado el mes de diciembre -año 66-, justo se iba a realizar un cursillo del CRÁTER, digamos, el cursillo de mayor nivel, que nosotros dos no habíamos pasado todavía, directamente con estos curas jesuitas que llegaban de otros países a dar este cursillo, entonces fue como el remate de nuestro periplo.

Este cursillo del CRÁTER -del año 66- fue definitivo dentro de esa pequeña organización porque fue de ruptura, ahí se produjo una definición profunda. Los curas jesuitas encargados de impartir el cursillo eran personajes interesantes. Uno de ellos, Jesús Rodríguez Jalón, fue uno de los fundadores de esos cursillos a nivel latinoamericano. También había un jesuita argentino, Alejandro del Corro, quien trabajó en México con el CIDOC (Centro Intercultural de Documentación fundado por Iván Illich en Cuernavaca en 1966), muy cercano al obispo Sergio Méndez Arceo, que es un referente importante de la Teología de la Liberación en América Latina (…). Entonces, este cursillo fue de ruptura, porque el guión anticomunista, el guión Doctrina Social de la Iglesia, pero con mucha propensión demócrata cristiana, socialcristiana, etc., dio lugar a una respuesta y a una discusión, de quienes estábamos recibiendo los cursillos, que no se la esperaban: “pero, ¿por qué?”, y entonces -¿“y Cuba”?-. Ya conocíamos los primeros escritos de Gustavo Gutiérrez -que es precursor de la Teología de la Liberación- y sobre todo estaba el ejemplo del Padre Camilo Torres, algo muy muy fuerte en Colombia. Y entonces ocurrió en este cursillo lo que no esperaban los curas que se vieron acorralados y no tenían respuesta. Les resultaron respondones y cuestionadores los patojos (pibes). Los jesuitas no supieron cómo manejarlo, se sintieron cuestionados y desautorizados, y se terminaron yendo, no terminaron ellos el cursillo porque sentían que ahí se les estaba faltando el respeto.

Para tener una idea: ¿cuántos asistentes estudiantes había?

Unos 35 estudiantes. En este caso el cursillo se desarrolló en un departamento en el nor-occidente de Guatemala, que se llama Huehuetenango (…), y buena parte de los jóvenes que estaban participando en el cursillo eran estudiantes (…) de colegios católicos de Huehuetenango. El caso es que ese cursillo marcó absolutamente un antes y un después, un verdadero parteaguas para este grupo. En particular para Guayo Sierra y para mí después de ese viaje que habíamos hecho, este cursillo fue absolutamente definitivo. Cuando se fueron los curas la discusión siguió, “bueno, el cursillo sigue, se fueron ellos pero estamos nosotros y seguimos”. Entonces sí empieza a tener ya una perspectiva militante y de compromiso, y justamente por el ejemplo de Camilo Torres, el tema de la lucha armada empieza ahí, y Cuba como ejemplo, empieza a ponerse sobre la mesa; esto es diciembre de 1966.

Y para mí, en lo personal, fue decisivo porque ahí mismo se planteó la posibilidad de asumir mayores compromisos. El CRÁTER también hacía actividades asistencialistas, y habían habido algunos cursillos de alfabetización y cosas como esa, pero también campañas de vacunación, se habían realizado con las comunidades indígenas. El encargado de una de estas campañas de vacunación, un estudiante de medicina a quien llamábamos Quico planteó el problema. En ese tiempo el sistema de salud en Guatemala no garantizaba las vacunas (...) y eran tres dosis, y faltaba aplicar la tercera dosis en algunas comunidades de Huehuetenango. El problema radicaba en que las vacunas disponibles estaban por vencer, entonces había que aplicarlas, no solo para cumplir con la tercera dosis en esas comunidades donde ya se habían aplicado las anteriores, sino para que fuera antes de que se vencieran las vacunas. Pero eso coincidía con la navidad (…), entonces el problema era quién estaba dispuesto y quién podía comprometerse a una campaña de vacunación justo para las fiestas.

Yo me ofrecí de voluntario y fui, y, bueno, al final eso abrió un período muy intenso para mí. Tenía 17 años en ese momento -estaba por cumplir los 18 el febrero siguiente-, y tengo mucha conciencia de un momento que resultó definitivo (…). En uno de esos días llegó una señora muy joven, casi niña, en una aldea, aldea La Montaña se llamaba, o se llama, que es un lugar muy frío. Ella llevaba dos niñitos gemelos y empezó a destaparlos para que pudieran ser vacunados. Eran dos niños absolutamente desnutridos, yo sentía que ni llorar podían, tenían un llanto ahogado. Ya todo eso me impresionó muchísimo, y empecé a anotar. Cuando le pregunté a la señora la edad, ella me dijo “3 años”. Al verlos tan pequeñitos “3 meses, respondí yo, tal vez se equivocó”. Y ella reiteró “no, 3 años”, tenían 3 años los niños y para mí parecían de 3 meses por el grado de desnutrición que padecían.

Y me quebré, me alejé y lloré desconsoladamente. Como que eso fue la gota que rebalsó el vaso. Lo ubico como el momento en el que me juré a mí mismo, le juré a la vida, que algo tenía que hacer. No sabía, no tenía idea pero algo había que hacer. Para mí era imposible no asumir un compromiso ante eso. Y entonces ya no paré. Me tocaba entrar a la universidad, ya estaba incluso inscripto, pero empecé a participar en más actividades del CRÁTER y me fui metiendo cada vez más en el trabajo en las comunidades. Una experiencia también muy fuerte porque yo no entendía el idioma de las comunidades indígenas, siempre necesitaba alguien que tradujera.

El tema era el cooperativismo, porque estos curas Maryknoll, en general la Orden Maryknoll estaba haciendo todo un proyecto que le llamaban “colonización de la selva del Ixcán”, en el norte de Guatemala, dirigido a campesinos sin tierra, que se veían obligados todos los años a migrar a las fincas productoras de café, principalmente, pero también de algodón. Miles de familias campesinas que sobrevivían únicamente de esa manera, dentro del mecanismo perverso de vivir todo el tiempo con deudas, ir a trabajar para pagar la deuda, y toda la explotación que eso implicaba, hasta el traslado como ganado humano, porque así trasladaban a la gente del altiplano a las fincas, generalmente de la Costa Sur o a lo que en Guatemala se llama Boca costa, donde está concentrada la mayor producción cafetalera [sobre la costa del] Pacífico.

Dentro de todo este plan, los curas Mariknoll habían adquirido grandes extensiones de tierra, compradas en el Ixcán, y ofrecían a los campesinos sin tierra la posibilidad de migrar al Ixcán y obtener una parcela de tierra. Realmente una parcela grande, suficiente para la subsistencia familiar, más la construcción de un centro urbano y un lote urbano para tener una casa y tener una huerta. Era un proyecto muy interesante, pero todo sobre la base del sistema de cooperativa. La condición era incluso ir ya afiliado a la cooperativa porque todo el funcionamiento estaba pensado desde una estrategia cooperativista.

¿Y eso tenía el apoyo de las comunidades?

Sí, y mucho, mucho porque la situación era terrible, el minifundismo llevado ya a unos extremos enormes por la minúscula dimensión de la tierra, pero también tierras empobrecidas que cada vez producían menos. Poca tierra y muy improductiva. Cada vez más se iba extendiendo el uso de abonos químicos, pero eso suponía más gastos, que en la mayoría de los casos los campesinos no tenían con qué comprar el abono químico. La cantidad de gente que se iba inscribiendo para esos proyectos de “colonización” era importante. Y ahí fue donde encajábamos quienes estábamos dispuestos a dar cursillos sobre cooperativismo. Yo me formé lo más que pude, muy rápidamente, en los temas que había que ir desarrollando directamente en las aldeas con los futuros cooperativistas (…). Ahí me involucré cada día más y eso me fue amarrando cada vez más a vivir en las aldeas, o a quedarme por temporadas en las aldeas donde se estaban dando estos cursillos, siempre con algún traductor porque prácticamente eran personas que únicamente hablaban su idioma.

¿En esas comunidades, por lo que usted cuenta, no había presencia del Estado? ¿Había más presencia de las órdenes religiosas?

Así es, totalmente, ausencia del Estado, cero escuelas, cero hospitales, cero carreteras, pero muy fuerte el poder económico local a través de los terratenientes o de sus capataces. Ahí se daba una doble figura de control, el poder económico y el control sobre la vida de las comunidades. En unos casos era lo que llamaban el “colonato a distancia” (…), los mismos terratenientes de las fincas de la Costa Sur (…) en la llamada “tierra caliente”, se hacían propietarios de grandes extensiones de terrenos comunales en “tierra fría” y había una cantidad importante de comunidades viviendo en esas tierras. Les dejaban trabajar, sembrar maíz y frijol, exclusivamente, pero eso los obligaba automáticamente en la época de la cosecha a tener que desplazarse a las fincas cafetaleras-algodoneras de la costa sur (…) para pagar las deudas adquiridas de manera obligatoria (…)

Existía ese mecanismo, y el otro, el sistema de los llamados “habilitadores”, que eran como los contratistas, que se dedicaban a prestar dinero -pequeñas cantidades de dinero- a las personas para su sobrevivencia, o para una enfermedad, para una emergencia, lo que fuera, pero eso ya automáticamente los enganchaba, los amarraba, para tener -en la época de la cosecha- que ir a desquitar esos préstamos, o a recibir mínimos pagos. Mediante estos dos mecanismos tenían en definitiva los terratenientes el control total sobre la población.

Y la presencia del Estado se terminaba manifestando en la existencia de comisionados militares. Era casi la única figura, había un alcalde en el municipio, generalmente un ladino -en Guatemala se llamaba ladinos a los mestizos-, y alcaldes auxiliares indígenas (sin pago) para cada aldea y algunos caseríos importantes, y los comisionados militares relacionados directamente con el ejército. (...) Eran los ojos y los oídos del ejército, en primer lugar. Pero además los encargados del reclutamiento forzoso de los jóvenes indígenas, porque el servicio militar abiertamente era obligatorio únicamente para los pobres. Eso no era algo encubierto, los jóvenes indígenas tenían que hacer dos años de servicio militar obligatorio, por las buenas o por las malas, si no se presentaban voluntariamente, eran literalmente cazados, hacían cacerías los días de mercado, en los caminos, o en un campo del fútbol, como fuera. En cambio en las ciudades, los jóvenes de clase media para arriba podían hacer unas prácticas que eran nada más los fines de semana y consistían en ir a marchar un par de horas.

El asunto es que a mí ya me llevó esto a mi primer dilema existencial, porque me tocaba entrar a la universidad, ya estaba inscripto y mi familia se había sacrificado toda la vida en razón de eso, de estudiar y justamente entrar a la universidad (…) Yo había pensado estudiar derecho, incluso derecho laboral, que era lo que más me imaginaba que tenía que ver con esas inquietudes que tenía en aquel momento. Mi dilema fue “dejo el trabajo y me voy a la universidad, o me quedo aquí y me comprometo más”. Sabía que para mi familia iba a ser devastador que yo les dijera que optaba por quedarme en las comunidades indígenas. Pero decidí quedarme y nunca fui a la universidad.

¿En esa época usted dónde vivía?

En un municipio que se llama Santa Eulelalia, en el departamento de Huehuetenango. Pertenece a la comunidad lingüística Q’anjob’al y está en la Sierra de los Cuchumatanes. Esta es la cordillera más elevada de Guatemala, con alturas de hasta 4.000 metros. Va de occidente a oriente, paralela a la frontera con México (…)

¿Y usted en el 67, 68, tiene que exiliarse a México?

Sí. Estas decisiones que estoy relatando no fueron solo mías, en ese dilema nos vimos varios de los integrantes del CRÁTER. Todo tenía que ver mucho con ese cursillo de diciembre del 66 que relaté. Esa ruptura ya implicaba una cierta militancia, ya implicaba un compromiso que obviamente yo no sabía que iba a desembocar en una militancia política, que iba a desembocar en un compromiso con la lucha armada de varios de nosotros aunque no se hablara directamente, pero cada vez más todo conducía a eso. El tema de Camilo Torres era permanente, leer sus escritos, las revistas que publicaba, sus discursos.

¿Y la Revolución Cubana impactaba en esto?, ¿O era más una mirada hacia lo que estaba pasando en el ámbito religioso?

No, cada vez con más conocimiento, de la Revolución Cubana, todavía muy básico, muy elemental, pero sin dudas fue ya cada vez más un referente. Y los primeros atisbos, digamos, de otros referentes latinoamericanos, la propia Revolución Mexicana, Zapata, Pancho Villa, Sandino en Nicaragua, eran ejemplos fuertes.

¿El Che Guevara?

Todavía muy poco

¿Vietnam?

Vietnam un referente que igualmente se iba presentando cada vez más. Hay que recordar que éramos un grupo cristiano, no teníamos acceso a otras lecturas, o a otras miradas que, por ejemplo, jóvenes del Partido Comunista seguramente sí tenían y viajaban a los países socialistas, nosotros no. En Guatemala, en aquellos años, cero acceso a los libros, los libros llegaban de contrabando (…) todo el tiempo había que cuidarse de eso. Siempre se les llamó “oreja” a los espías de la policía o de la inteligencia militar, “ese es oreja, cuidado, que parece oreja”, o “ese debe ser oreja”. Era realmente un temor muy generalizado y muy metido después de tantos años de dictadura militar levemente disfrazada.

Y esto aunque hubiera elecciones. Justo en ese momento (1966) había un presidente civil (Julio César Méndez Montenegro), pero era evidente que se trataba solamente de un prestanombres, un monigote de los militares. Años después se conoció hasta el documento que firmó (se hizo público), con todos los compromisos que adquiría frente al ejército para que le permitieran ser presidente. Todo eso se traducía en una cultura de temor, de control (…). La prensa era absolutamente complaciente con los gobiernos militares. Cero prensa independiente o de izquierda, ni pensarlo.

Existía el Partido Comunista pero en la absoluta clandestinidad. La lucha armada en Guatemala venía desde 1960, y estaba el referente, primero, del Movimiento Revolucionario 13 de noviembre -el MR13-, y luego las FAR -Fuerzas Armadas Rebeldes- y algunos de sus principales dirigentes que venían del propio ejército. Se trataba de jóvenes oficiales militares que fueron los que encabezaron la lucha armada (…): Marco Antonio Yon Sosa y Luis Turcios Lima, los dos dirigentes más conocidos. Turcios murió en un accidente, o atentado -eso hasta el día de hoy no está claro- en octubre del año 66. O sea que cuando sucedió todo esto que estoy relatando ya había muerto Turcios, y había un nuevo dirigente de las FAR, que se llamaba César Montes.

Esos eran nuestros referentes, y estaba en el ambiente, pero repito nada era definitivo, nada era categórico, pero todo el tiempo era el trasfondo de lo que estábamos haciendo, y al menos de una manera intuitiva, sentíamos que eso iba a desembocar en la lucha armada.

Así se fue pasando el año 67, tuve algunas incursiones en la universidad porque estaba inscripto (…), pero era más como una inquietud política. Mi opción, mi decisión, estaba tomada, iba a seguir en las comunidades indígenas donde pasaba la mayor parte del tiempo. Yo percibía que el liderazgo de la monja, la Sister Mariam Peter, iba más allá; como que ella tenía más claridad sobre hacia dónde dirigir todos estos esfuerzos, pero tampoco terminaba de entenderlo.

En esos días sufrimos un accidente yendo de la capital del país hacia los departamentos y las aldeas en los que trabajábamos. La madrugada del 9 de septiembre de 1967 tuvimos un grave accidente de auto, el que manejaba era mi amigo Guayo Sierra -con el que yo había hecho el viaje que les conté-, y murió allí. Para mí fue un golpe fortísimo. Era realmente mi amigo del alma, mi hermano. Murió en mis brazos y eso me marcó y de alguna manera también reafirmó mi compromiso, yo sentía que también frente a él tenía más obligación, más compromiso.

(…). Yo sufrí algunas fracturas menores y me recuperé rápido. Sin embargo la policía -por algo que nunca quedó claro- señaló en el parte que en el momento del accidente alguien había visto que se habían sacado unas armas del vehículo en el que íbamos. Nos querían llevar a la cárcel pero logramos que nos metieran en un hospital, pero estábamos bajo custodia de la policía. Fue una primera experiencia…

De la represión estatal.

En ese período, en los primeros días de octubre, me encontré con un compañero de colegio con el que me identificaba bastante. Le conté en qué andaba, con mucho entusiasmo, y entonces él me preguntó si yo tenía contacto con alguna organización guerrillera, le dije que no. Me dijo que él conocía a unos amigos y que me los podía presentar, no lo dudé un segundo y acepté. Me presentó con ellos y yo, con una ingenuidad absoluta les expliqué lo que hacíamos desde el CRÁTER. Ellos le informaron a sus responsables, y estos les dijeron que querían hablar conmigo. Así terminé en mi primera reunión clandestina. Me subieron a un vehículo, me pusieron una capucha y me llevaron a un lugar desconocido. Eran militantes del 13 de noviembre, del Movimiento Revolucionario 13 de noviembre. Yo estaba feliz, “aquí encontré lo que buscaba”, pensé.

¿En ciudad de Guatemala?

Si, en la ciudad de Guatemala, en una casa de seguridad que yo conocí, por primera vez, el ABC de la clandestinidad. Recuerdo que al salir de la reunión, en el auto que me llevaban pusieron el noticiero de la tarde y la noticia central reportaba la muerte del Che en Bolivia. Tengo tan presente escuchar la noticia, “habían matado al Che en Bolivia”. Probablemente haya sido el 10 de octubre del 67.

(…)

Les pedí a mis compañeros de CRÁTER una reunión urgente. Yo feliz para contarles sobre los contactos que había tenido, y se murieron, “¿pero qué hiciste?”, “¿con quiénes fuiste a hablar sobre lo que estamos haciendo?”. Y eso dio lugar a que por primera vez me contaran lo que yo no sabía, que ya había contactos con las FAR, las Fuerzas Armadas Rebeldes, organización enfrentada en ese momento con el 13 de Noviembre, dentro de las pugnas de la izquierda. Se tuvieron que sincerar conmigo y decirme “no, desde hace varios meses estamos en contacto con las FAR”, “y a vos ya te íbamos a hablar, ya te íbamos a decir”.

Y esa experiencia con el 13 de noviembre, ¿te acordás algo de eso?, ¿escuchabas?, ¿tenías que hablar?

A los dos dirigentes del 13 de Noviembre que conocí en la reunión les interesaba muchísimo que yo relatara lo que estábamos haciendo, y cómo lo hacíamos y dónde, y la receptividad de la gente. Me preguntaban: “pero la gente escucha, participa, se interesan, se comprometen”. Sin duda descubrieron una veta enorme y nuevas posibilidades. Hasta ese momento la lucha armada en Guatemala se había desarrollado dentro de población no indígena, en el nor-oriente de Guatemala, campesinos pobres, pero campesinos ladinos, o sea, población mestiza. Ahí nació la guerrilla y ahí se había desarrollado el Movimiento -tanto el 13 de noviembre como las FAR- durante esos años. A esas alturas la guerrilla ya estaba enfrentando las mayores ofensivas que el ejército lanzó en contra de la insurgencia, los primeros arrasamientos de aldeas campesinas, porque desde finales de 1966, a partir de la muerte de Turcios, el ejército lanzó una gran ofensiva en el nor-oriente del país.

La reunión para mí había sido muy impactante, en primer lugar porque estaba descubriendo lo que tanto había buscado, y ellos muy interesados porque veían eso, una veta y una posibilidad. La problemática entre las organizaciones insurgentes era muy fuerte en ese momento, pero yo lo desconocía por completo. El 13 de Noviembre había establecido una alianza con algunos grupos trotskistas -sobre todo trotskistas mexicanos- de la Corriente Posadista que tenía su origen en Argentina. Algunos trotskistas argentinos estuvieron en Guatemala, Adolfo Gilly por ejemplo. Todos de la tendencia Posadista de la Cuarta Internacional (…)

Esa tendencia tenía mucha influencia dentro del trotskismo mexicano, o un sector del trotskismo mexicano y disidencias del Partido Comunista mexicano, que fueron los que hicieron contacto con el primer movimiento guerrillero en Guatemala. Eso pesó mucho en la ruptura entre el MR13 y las FAR. Las FAR tenían más vinculación con el Partido Comunista -Partido Guatemalteco del Trabajo –PGT-. Eso dio lugar -así lo veo hoy- a una sobredimensión de los problemas, se sobredimensionó el papel de los trotskistas, la penetración trotskista, etc., lo que no solo dio lugar a una ruptura, sino también a acusaciones mutuas que pasaron a la historia de la izquierda.

Por eso mi imprudencia resultaba tan preocupante para mis compañeros del CRÁTER: (…) “nosotros estamos vinculados a las FAR, y tenemos relación directa con el actual comandante de las FAR, César Montes”. Desde varios meses atrás había aparecido en el CRÁTER un personaje -que yo no conocía- de nombre Juan Lojo, y entonces ya me dijeron “no, es que Juan es directamente la persona que designó el comandante César Montes para trabajar con nosotros”. Resultaba que había planes y había cosas muy importantes que yo desconocía.

Así que me tocó ir a disculparme con los otros compañeros, para no simplemente desaparecerme, pero hasta ahí llegó esa relación. A partir de ese momento -octubre del 67- la situación cambió para mí porque entonces sí ya entendí muchas cosas que antes no me quedaban claras. Entendí que había planes, entendí que había ya una cierta mirada estratégica, pero también tuve conciencia por primera vez de toda esta problemática interna de la izquierda y de la insurgencia guatemalteca. Por un lado el 13 de Noviembre y la supuesta influencia trotskista, y por otro lado un Partido Comunista muy vinculado a la Unión Soviética y con resabios estalinistas, y jóvenes de la Juventud Comunista que cuestionaban esas posturas burocráticas, etc., más ligado a la lucha armada.

Así que también significó para mí empezar a descubrir toda esta maraña de contradicciones, de tendencias, de cuestionamientos, pero en una línea en la que yo me sentía muy cómodo porque nuestros referentes, o las personas con las que nos relacionábamos -miembros de las FAR- entendían, respetaban nuestro trabajo. Yo no encontraba ninguna contradicción, ningún conflicto entre nuestro pensamiento o la referencia a Camilo Torres -que seguía siendo muy fuerte. La muerte del Che -por lo menos en el espacio en el que yo estaba- puso más a la vista su pensamiento, su figura y sus planteamientos, y con esto la Revolución Cubana.

A esas alturas me enteré que incluso uno de los principales dirigentes jóvenes del CRÁTER, uno de mis compañeros que había salido del país, no era cierto que estuviera en un viaje de estudios en Europa, sino que estaba en Cuba, y que había ido a Cuba a entrenarse. Entonces, ya la cosa iba mucho más lejos. A este compañero, Gustavo Porras, le decíamos de apodo “el Sholón” (…).

Supe entonces que Juan Lojo era un miembro destacado de las FAR, dedicado a tiempo completo para trabajar con nosotros, y que estaba embarcado en la formulación de planes operativos y planes tácticos que le daban mucho más sentido al trabajo que estábamos haciendo de acercamiento y de vínculos con las comunidades indígenas. Comunidades que en perspectiva se iban a trasladar a una zona selvática -en este caso a la selva de Ixcán- y ahí había una perspectiva político-militar. Claro, me sentí mal porque no habían confiado en mí desde el principio, “hijos de puta, ¿desde cuándo saben esto?, por qué no me lo habían dicho desde el principio.”

Claro, había toda una estrategia paralela, clandestina ahí, que usted desconocía.

Entendí que la "subversiva" principal era la Marian Peter, que conoció a Turcios. Ahí empecé a saber que ella conoció al comandante Turcios y que se reunió varias veces con él. Supe también que después de la muerte de Turcios, César Montes fue nombrado como nuevo comandante de las FAR y que la monja también se había reunido con él.

Aquí hay un dato importante. Uno de los curas Maryknoll que mencioné al principio, Tomás Melville, encabezaba una cooperativa, no en el Ixcán sino en la selva de El Petén en el norte de Guatemala en las riberas del río La Pasión.

El cura Tomás Melville había constituído y dirigía la Cooperativa Juan XXIII en un lugar denominado San Juan Acul en Petén y en aquel momento me enteré que Juan Lojo y otros dos compañeros del CRÁTER estaban en la selva haciendo exploraciones del terreno y evaluando la posibilidad de que el lugar pudiera servir para entrenamiento guerrillero y para la ubicación de buzones con alimentos, equipo y medicinas.

Una base.

Una base, o sea, estaba todo muchísimo más avanzado de lo que yo sabía o imaginaba, seguramente también por inexperiencia e ingenuidades de mi parte.

¿Y por qué cree que no le habían comentado de esto?

Bueno, yo era de los más jóvenes y no venía del grupo original como les conté. La monja y varios de mis compañeros ya tenían por lo menos tres años o un poco más, trabajando juntos cuando yo me sumé.

Los dirigentes de ese grupo, ¿eran de los sectores medios-altos de Guatemala?

Sí, familias más acomodadas. Para no alargar tanto la historia, ya todo el final del año 67 todo esto se dinamizó mucho más. A partir de ahí me dieron participación en las reuniones, hablé directamente con Juan Lojo y me contaron y compartieron todo. No sé en qué momento me habrían hablado si yo no hubiera hecho ese contacto con gente del 13 de Noviembre.

Sí, porque usted estaba empezando a hacer su propio recorrido por otro lado.

Estaba haciendo mi propia búsqueda. En ese mismo período la monja y los curas empezaron a hablar con otros sacerdotes, con algunos sacerdotes indígenas (…) y algunos sacerdotes españoles de la Orden del Sagrado Corazón. Esto con el propósito de ampliar el número de curas involucrados en un proyecto político-militar vinculado a las FAR, pero con cierta independencia y fisonomía propia por su origen cristiano. O sea con su propio carácter cristiano, católico.

Repito que aún no se hablaba de la Teología de la Liberación, pero cada vez se expresaban más los elementos básicos de lo que muy poco tiempo después ya tuvo ese nombre (…).

A inicios del mes de diciembre hubo una reunión importante de curas para hacerles ese planteamiento y ocurrió algo muy grave. Uno de los curas, español, con el que venían hablando desde hacía unos meses, entró en un conflicto moral muy fuerte, pues le pareció que aquello era una aventura muy peligrosa que podía tener consecuencias mortales. Pensó que de alguna manera se estaba manipulando a las comunidades y que podía morir gente inocente. Como buen cura que respetaba la jerarquía decidió hablar con su superior, que en este caso era el Cardenal Mario Casariego, un grandísimo hijo de puta. Un tipo que durante muchos años había sido capellán general del ejército, con muchos vínculos con la oligarquía.

Y los vendió a todos (…)

Y nos denunció con nombres y apellidos a unos 20 miembros del CRÁTER.

¿Ustedes en el camino no se fueron entrenando militarmente?

No.

Estaban todavía debatiendo, decidiéndose.

Así es. Yo me mantuve en las actividades sobre cooperativismo, a las que les encontraba todo el sentido, toda la razón de ser. Pensaba “después voy a estar en el Ixcán; cuando se vayan las comunidades a las cooperativas yo me voy también”. Para mí tenía pleno valor todo lo que yo estaba haciendo. Había crecido el número de estudiantes que participaban en el CRÁTER, aunque el grupo que sabía, o sabíamos todo el trasfondo político seguía siendo muy pequeño. En aquel momento el CRÁTER pudo haber llegado a tener unos 200 estudiantes.

Es mucho (…) pero la cantera era siempre la misma, colegio, formación religiosa, convocatoria de cursos de formación.

Sí, aunque la convocatoria se abrió a algunos institutos públicos donde había gente de extracción más popular, extendido a estudiantes de Huehuetenango. Además se convocaba a participar en actividades de alfabetización y vacunación en las aldeas indígenas. Todo bajo el mismo punto de partida cristiano, y en todos los casos el referente seguía siendo la monja que se movía en todos esos ámbitos.

El cruce era ella.

Sí, y realmente una mujer con un carisma impresionante, una capacidad inagotable de trabajo.

Y si bien tenían vinculaciones con las FAR, no eran orgánicamente de las FAR.

En teoría sí -eso va a ser muy importante después en el relato-, porque el propio comandante en jefe de las FAR -César Montes- era quien nos había incorporado, había aprobado los planes que se estaban llevando adelante y había designado como responsable a un cuadro de su absoluta confianza.

A mí me intriga ese rol de la monja como lidereza. Usted nombró que tenía carisma. ¿Qué otros atributos la veía ejerciendo en ese rol?

Una mujer muy inteligente, audaz y valiente, con una cultura política muy grande, porque leía, devoraba libros. Muy abierta en todo sentido, sus ideas hoy serían feministas, aunque tampoco manejábamos ese concepto en aquel momento.

Ella era de origen norteamericano.

Sí, con ciertas raíces mexicanas, pero nacida en los Estados Unidos, enteramente formada con el inglés como el idioma materno. Abordaba temas como el aborto, la diversidad sexual, que para muchos eran tabú. Además una oradora excelente que hablaba un español perfecto. Su carisma devenía de la suma de todos esos elementos.

¿Y su figura no entraba en contradicción con la de los sacerdotes?, ¿los sacerdotes respondían a su liderazgo?

Sí, habían algunas contradicciones porque obviamente también había una carga machista, patriarcal muy fuerte. Rompía todos los esquemas y además el liderazgo lo ejercía. Era capaz de callar a alguien o decirle “estás equivocado, esto que estás diciendo no es correcto”. Creo que era la suma de esos elementos, que en aquel momento resultaban muy adelantados para Guatemala, para su momento y su tiempo.

¿Ella qué edad tenía?

No llegaba a los 40, treinta y pico, debe haber tenido 38. Claro, teniendo yo 18 me parecía una anciana (…) ella se casó con el cura Tomás Melville.

Abandonan la iglesia.

Sí, ambos dejaron la orden religiosa y se hicieron pareja poco tiempo después, que también decía mucho de su actitud.

Retomando el hilo del relato (…) este Cardenal Casariego, que como dije era cómplice de los militares, del poder económico, de los terratenientes, inmediatamente puso la información que recibió del cura en conocimiento del Ministro de la Defensa, el coronel Rafael Arriaga Bosque, para que el ejército estuviera enterado, y del embajador de los Estados Unidos, John Gordon Mein, porque había curas y monjas estadounidenses, y del superior de la Orden de los Maryknoll. Y se volvió eso, el asunto es que terminaron el Cardenal (y) el embajador de los Estados Unidos. El ministro de la defensa los reunió a todos, incluyendo la monja, los hermanos Melville y otro sacerdote Maryknoll, Blas Bonpane, y les dijo que él no podía garantizar nada en términos de seguridad, porque al fin y al cabo terminábamos siendo comunistas, guerrilleros, subversivos. Expresó que él podía controlar al ejército, pero no a los civiles anticomunistas (los escuadrones de la muerte ya estaban totalmente instituidos y actuaban abiertamente bajo el nombre de “la Mano Blanca”), con el pretexto de que “existen grupos que no están bajo nuestro control, grupos que escapan a nuestra autoridad y entonces ahí yo no puedo garantizar nada (…)”.

El asunto es que lo único que el coronel Arriaga Bosque concedía era algún tipo de inmunidad para los ciudadanos estadounidenses, porque se lo pedía el Embajador de Estados Unidos y el superior de los Maryknoll -que también era gringo-, a condición de que abandonaran el país inmediatamente. Al principio el coronel decía “ahora, a los guatemaltecos implicados no les puedo garantizar nada”, sosteniendo en la mano una lista con unos 18 nombres, entre los que se encontraba el mío.

La monja, los Melville y Blas Bonpane se plantaron, amenazaron con hacer un escándalo público y dijeron que no saldrían del país hasta que los estudiantes guatemaltecos estuviéramos a salvo. Lograron negociar y el coronel dio un plazo de 72 horas para que quienes habíamos sido denunciados por el cura delator pudiéramos salir de Guatemala. Eso debe haber ocurrido el 14 de diciembre, el plazo concedido vencía el 17 a la media noche.

Sin saber nada de lo que estaba ocurriendo, cuatro de los denunciados nos encontrábamos en Huehuetenango (…) Literalmente nos cagamos del susto. Yo en particular sentí un miedo que no había experimentado hasta ese momento. (…). Esa misma noche salimos para la ciudad de Guatemala, pero por la mala condición de las carreteras el viaje de unos 300 kilómetros nos podía llevar más de 8 horas (…) Sabíamos que con el nivel de represión que había en ese momento, sobre todo por la actuación de los escuadrones de la muerte, una amenaza de esas de verdad podía significar el secuestro, la tortura y la muerte.

Yo estaba muy asustado, sobre todo porque ni siquiera tenía pasaporte para poder salir del país. Viajamos lo más rápido que pudimos, de noche, de madrugada. Al nada más llegar a la ciudad comencé los trámites para conseguir el pasaporte, para lo cual debía contar con la libreta de inscripción militar que no tenía. Me tocó ir a un cuartel militar a inscribirme. El trámite en migración era totalmente anacrónico, burocrático. Me dijeron que me entregaban el documento en 15 días. Armé un teatro ahí, lloré, inventé una tragedia familiar, pero funcionó.

El director de migración, “el Colorado” Lemus, un conocido matón con el que logré hablar, terminó consolándome para que dejara de llorar y ordenó que me extendieran el pasaporte en ese momento. Era obvio que el tipo aún no sabía nada, pues aún no habían circulado nuestros nombres.

Pero a mí y otros dos compañeros, Arturo Taracena (hoy) un historiador muy respetado y Luis Tuchán (hoy) actor y director de teatro, ya no nos dio tiempo para tramitar la visa para poder entrar a México. El plan era ese, viajar todos a México por separado habiendo establecido lugares y fechas para reencontrarnos unas semanas después. La monja nos hizo llegar algún dinero para movilizarnos y sobrevivir durante ese tiempo.

La monja se va a Estados Unidos ¿o también a México?

El ministro y el embajador le exigían viajar a los Estados Unidos, pero ellos decidieron -igualmente como nosotros- ir a México.

¿Ustedes se autogestionaron esto? De irse de ese pueblo, de la ciudad de Guatemala, sacar el pasaporte…salvo ese dinero que les llegó, no tuvieron ningún otro apoyo de la organización.

No, no, nada. Todo fue entre nosotros, entre la misma gente del CRÁTER. El asunto fue que Arturo Taracena, Luis Tuchán y yo no pudimos sacar visa para viajar a México (…). Entonces lo que se nos ocurrió, lo que nos quedaba, era salir por Centroamérica, salir a El Salvador (…) Conseguimos una persona que nos llevaría en auto a la frontera de El Salvador, pero igual hubo atrasos y llegamos a la frontera y la encontramos cerrada por la hora. El amigo del auto que nos llevó se regresó a la ciudad de Guatemala y nos quedamos solos los tres. Los policías encargados nos decían que teníamos que esperar para pasar al día siguiente.

Claro, ¿tenemos este tiempo ?

Pensábamos “¿en qué momento pasan nuestros nombres?”. Igual, ahí tuvimos que inventar historias y suplicar para que nos dejaran pasar a pie y lo logramos. (…) Así lo hicimos y en esa ciudad pudimos comprar los boletos para Costa Rica, vía Nicaragua. El viaje por Centroamérica se volvía tan largo por el mal estado de las carreteras, por lo que había que hacer escala en la capital nicaragüense. Llegamos a Managua entrando la noche. Era la Nicaragua de Somoza, donde todo estaba bajo el control del dictador (…). Nos hospedamos en un hotelucho cercano a la terminal de buses porque había que dormir. Nosotros ya nos sentíamos libres, felices, con la sensación de que nos habíamos salvado.

Ya estábamos durmiendo cuando fueron a tocar fuertemente la puerta del cuarto en el que estábamos. Eran policías de particular de la seguridad de Somoza que nos exigieron identificarnos. Nosotros no sabíamos de qué manera funcionaba ese sistema de control; ser jóvenes y extranjeros, era suficiente para vernos como sospechosos. Pero claro, nosotros pensábamos “ya nos denunciaron, nos salvamos en Guatemala, pero venimos a caer acá en manos de Somoza”. Al final resultó que era solamente para comprobar que teníamos los papeles en regla. Nosotros estábamos asustadísimos, pero el cansancio pudo más y nos dormimos de nuevo (…)

¿En Nicaragua no tuvieron contacto con nadie?

Con nadie, todo el tiempo solos. En Costa Rica fue complicado porque el abuelo de Arturo tuvo una mala actitud: “bueno, vos sos mi nieto y te apoyo, pero no tengo por qué ayudar a esos dos que ni conozco”, “esto solo me va a traer problemas”. Pero Arturo le dijo “a los tres o nada, si no los ayudas, yo igual que ellos miro qué hacer”. Al final habló por nosotros con el embajador de México, porque en teoría las visas solamente se pueden tramitar en el país de origen. Además, era exactamente la época navideña, fin de año y eso complicaba aún más las cosas. Con todos estos vericuetos logramos viajar el 31 de diciembre de San José, Costa Rica, a la ciudad de México. (…) La mayor preocupación en ese momento era cuidar el dinero, porque se nos agotaba día a día y nos tenía que alcanzar hasta que lográramos hacer contacto con nuestros compañeros.

Y ahí en México ¿ustedes se quedaron los tres juntos o se encontraron con los otros compañeros?

No, porque había que esperar, no transcurrió mucho tiempo, pero sí pasamos unos diez días solos los tres mientras llegaba la fecha del primer encuentro.

Todos pudieron salir de Guatemala, nadie quedó…

Así es, todos, al final éramos 18 estudiantes más la monja, los dos hermanos Melville -Tomás y Arturo- y Juan Lojo. Los compañeros que estaban en el Petén, en esa exploración que mencioné, salieron directamente a Belice y ahí a México.

De ese grupo ¿eran todos estudiantes varones o había también estudiantes mujeres?

Solo una mujer, solo una compañera.

¿Se acuerda el nombre?

María Cristina Arathon, Titina o la Negra. Venía también de una familia de clase media-alta, pero, digamos, una familia de cierto relumbrón en Guatemala. Además de la monja era la única mujer en el grupo.

El lugar de contacto previsto -que eran esas cosas tan pintorescas e ingenuas- era la Pirámide del Sol (…). O sea, un lugar medio exótico para hacer contacto, en la cúspide de la Pirámide del Sol, ahí nos teníamos que juntar. Fue también algo muy lindo cómo íbamos llegando cada uno, porque hasta ese momento no sabíamos nada de nada. No existía ninguna forma de comunicación en esa época. Pero bueno, estábamos todos, nadie tuvo problemas. Cada quien con las historias sobre las peripecias que tuvo que pasar. Porque algunos pasaron momentos peligrosos.

Por ejemplo, Juan Lojo tampoco tenía pasaporte y lo único que pudieron hacer fue darle el documento del Sholón Porras, el compañero que se estaba entrenando en Cuba. Resultaba riesgoso porque el parecido entre ambos era lejano -piel blanca, ayudaba que ambos tenían ojos claros, pelo castaño y nada más. Entonces, sin ningún cambio en el pasaporte con la foto del “Sholón” lograron pasar a Belice y en la frontera entre Belice y México lograron que les dieran la visa para entrar a territorio mexicano. Increíble, pero funcionó.

A partir del reencuentro empezó para todos una nueva etapa cualitativamente diferente. Seguíamos sintiéndonos “el grupo del CRÁTER” en México, mientras en Guatemala estalló el escándalo en grande.

En lo personal ocurrió algo muy fuerte, que incluso hasta el día de hoy me sigue pesando. Cuando desde Huehuetenango llegué a la ciudad de Guatemala el 16 de diciembre, sabiendo que habíamos sido denunciados, y que el ejército tenía nuestros nombres, pensé que ir a mi casa para contarles a mis papás lo que estaba pasando era peligroso, porque los ponía en riesgo a ellos y a mi hermano pero también me ponía en riesgo yo mismo. Pensé que si ya tenían mi nombre era muy fácil tener mi dirección, y decidí -totalmente en lo personal- no contactar a mi familia. Opté por buscar al padre de Eduardo “Guayo” Sierra, el compañero –mi gran amigo- que había muerto en el reciente accidente que mencioné. Pensé que este señor me apreciaba y que además nos unía la muerte de su hijo a quien yo acompañaba en el momento del accidente.

Le conté todo, le dije todo, y le pedí por favor que me diera el plazo que yo necesitaba para salir del país, y que entonces él fuera a buscar a mis papás y les contara todo en detalle para que estuvieran relativamente tranquilos (…). Pero el hijo de puta nunca fue, le dio mucho miedo cuando estalló la noticia.

Se hizo público.

Se hizo público y los nombres aparecieron en los periódicos. Los titulares eran “monja guerrillera”, “monja y cura guerrilleros”, “el CRÁTER era un nido de guerrilleros”, “monja comunista”. Los nombres de algunos de los compañeros sonaban más porque se trataba de apellidos conocidos, cercanos a la burguesía; algunos hasta sonaban a aristocracia. Ese no era mi caso, por supuesto. (…) Yo estaba seguro de que mi familia estaba informada y que por lo tanto estarían más tranquilos. Pero en realidad no sabían absolutamente nada y fue horrible porque para mi familia yo era un desaparecido. Simplemente ya no llegué, no me comuniqué y nadie les decía nada.

Mucha angustia.

En ese momento ellos no conocían a las familias de los otros compañeros, porque nuestros estratos económicos eran diferentes. Fue horrible la angustia que vivieron, mi mamá iba a buscar a los hospitales y a la morgue con cada noticia que aparecía con el aparecimiento del cadáver de un joven. Eso lo supe tiempo después.

¿Y cuánto tiempo pasó hasta que se enteraron que vos estabas en México?

Meses.

¿Usted estuvo en México cuánto tiempo?

Dos años.

Dos años en México. ¿Volvieron recién en el 70?

Sí en el 70. Yo entré a México el último día del año 67 y salí para Guatemala el último día del año 69. Casualmente un 31 de diciembre entré y un 31 de diciembre salí, ya clandestinamente hacia Guatemala. Volviendo al relato, digo me pesa todavía hoy cuando lo recuerdo, porque me puedo imaginar lo que sufrieron mis papás, porque para ellos era un desaparecido. Mi papá no aguantaba, es la historia de siempre en todas partes, y era mi mamá la que terminaba buscándome en la morgue. Y las cosas que vió…

¿Cómo logró avisarle a su familia que usted estaba en México?

Ellos empezaron a buscar por su cuenta. Como salieron publicados los nombres y tenían algunas referencias sobre las otras familias, comenzaron a buscar cómo hacer contacto por diferentes medios. Ahí resultó hasta una relación familiar un poco lejana con uno de los compañeros – lo que ni imaginábamos- y eso les sirvió para contactar a la mamá de Ricardo “el Chucho Gobaud”. Ella sí tenía contacto con su hijo y así fue como volvimos a estar en comunicación. Pero ya habían pasado por lo menos tres meses de angustia.

A partir de aquí Gustavo empieza a relatar su experiencia en México, pero esto ya es parte de otro tramo de su itinerario militante…




Gustavo Meoño en la selva de Ixcán, norte de Guatemala, 1984.

Foto cedida por Gustavo Meoño.

Notas

1 El equipo que integra la Cátedra de Problemática Contemporánea de América Latina fue quien realizó la entrevista. La materia corresponde a las carreras de Profesorado y Licenciatura en Historia que se dictan en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Litoral. La entrevista se llevó a cabo el día 10 de agosto de 2022 en la sede del Museo Internacional para la Democracia de la ciudad de Rosario.

Notas de autor

* Hugo Daniel Ramos es Licenciado y Profesor en Historia por la Universidad Nacional del Litoral (UNL), Magíster en Integración y Cooperación Internacional y Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario. Profesor Adjunto de la cátedra Problemática Contemporánea de América Latina y Director del CAI+D “Identidades políticas y memorias del pasado reciente en actores colectivos de Argentina y Brasil”, ambos de la Facultad de Humanidades y Ciencias (UNL). Investigador Asistente de CONICET y miembro del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (IHUCSO-CONICET-UNL).
* María Gracia Tell es Licenciada y Profesora en Historia por la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y Doctora en Estudios de Género por la Universidad Nacional de Córdoba. Docente de nivel superior en distintos institutos de formación docente y en la Facultad de Humanidades y Ciencias (UNL). Investigadora en el marco de proyectos vinculados a la Historia Reciente, a la Historia de Género y a la Educación Sexual Integral.
* Enzo Vicentin es Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Ayudante de Cátedra de las asignaturas Problemática Contemporánea de América Latina y Seminario de Historia Argentina y Americana ambas de la Facultad de Humanidades y Ciencias (UNL). Investigador en el marco de proyectos vinculados a la Historia Económica, la Historia de la Industria y la Historia de las Empresas.

Información adicional

Acerca de la entrevista: El equipo que integra la Cátedra de Problemática Contemporánea de América Latina fue quien realizó la entrevista. La materia corresponde a las carreras de Profesorado y Licenciatura en Historia que se dictan en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Litoral. La entrevista se llevó a cabo el día 10 de agosto de 2022 en la sede del Museo Internacional para la Democracia de la ciudad de Rosario.



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