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Soy un/a productor/a agroecológico/a: diversidad de sujetos sociales en el centro de Santa Fe
I am an agroecological producer: diversity of social subjects in the center of Santa Fe
Pampa. Revista Interuniversitaria de Estudios Territoriales, núm. 27, e0066, 2023
Universidad Nacional del Litoral

Artículos

Pampa. Revista Interuniversitaria de Estudios Territoriales
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN: 1669-3299
ISSN-e: 2314-0208
Periodicidad: Semestral
núm. 27, e0066, 2023

Recepción: 22 Diciembre 2022

Aprobación: 24 Mayo 2023

Resumen: La agroecología surge, en tanto ciencia y práctica, como una alternativa al modelo dominante de producción agropecuaria, basado en el uso de insumos externos de síntesis química, y debido a sus efectos negativos en términos ambientales y sociales. En la provincia de Santa Fe (Argentina), se observa un aumento en el número de productores que se autodenominan agroecológicos, tanto por los relevamientos oficiales como por las consultas, que éstos realizan, a los organismos tecnológicos regionales. Una mirada más profunda sobre estos sujetos demandantes de referencias técnicas permite vislumbrar que, detrás de dicha autodenominación, existe una diversidad de hombres y mujeres con trayectorias socio-profesionales, recursos disponibles y objetivos diferentes. Este trabajo propone una caracterización de un grupo de productores que se autodenominan agroecológicos en el centro de Santa Fe que permita generar insumos para que los organismos tecnológicos regionales puedan revisar el diseño de políticas públicas y estrategias de extensión.

Palabras clave: agroecología, productores agropecuarios, transición productiva, políticas públicas, extensión rural.

Abstract: Agroecology emerges, like a science and a practice, as an alternative to the dominant model of agricultural production, based on the use of external inputs of chemical synthesis, and due to its negative effects in environmental and social terms. In the province of Santa Fe (Argentina), there are more every year producers who call themselves agroecological, registered by official surveys and from the consultations they carry out with regional technological organizations. A deeper look at these subjects demanding technical references allows us to observe that, behind said self-identification, there is a diversity of men and women with socio-professional trajectories, available resources and different goals. This work proposes a characterization of a group of producers who call themselves agroecological in the center of Santa Fe that allows the generation of inputs so that regional technological organizations can review the design of public policies and extension strategies.

Keywords: agroecology, agricultural farmers, productive transition, public politics, rural.

1. Introducción

La agroecología surge, en tanto ciencia y práctica, como una alternativa al modelo dominante de producción agropecuaria basado en tecnologías de insumos y denominado comúnmente como “Revolución Verde” (Blacha, 2017). Entre los impactos de dicho modelo productivo en Argentina se destacan el crecimiento de los rendimientos por unidad de superficie, la degradación del ambiente y la disminución de la población rural (Arrillaga y Grosso, 2010).

A partir de mediados de la década de 1980 y desde diversas organizaciones de la sociedad civil, surgieron voces que pregonaban la necesidad de producir de manera más amigable con el ambiente y en oposición al modelo agropecuario vigente. De esta manera desde movimientos campesinos y sectores académicos (aunque de manera minoritaria en su inicio) se empezó a hablar de producción orgánica, biodinámica, permacultura y en términos generales “agroecología”. Muchos de los propulsores escalaron el cuestionamiento del modelo productivo a la esfera de la comercialización y del consumo, adquiriendo la agroecología, especialmente en Argentina y otras partes de Latinoamérica, una dimensión política que la diferencia en su dinámica temporal de otros contextos, como por ejemplo el francés (Goulet y Meynard, 2012).

Sarandon y Marasas (2015) documentaron la evolución de la agroecología en este país identificando sus referentes y la construcción y consolidación de sus redes desde mediados de la década de 1980. A esta descripción, se agregan como hitos la creación de la Sociedad Argentina de Agroecología (SAAE) en 2018 y de la Dirección Nacional de Agroecología (DNAE), bajo la órbita del ex Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación en 2020. Esta última tiene como objetivo “intervenir en el diseño e instrumentación de políticas, programas y proyectos que promuevan la producción primaria intensiva y extensiva de base agroecológica en todas sus escalas” (DNAE, 2022). Ambos organismos reflejan el avance institucional en el plano académico y político de la agroecología en Argentina.

La DNAE ha definido recientemente como agroecológicos “los sistemas de producción agropecuaria, recolección, pesca, elaboración, comercialización, consumo y comensalidad, que no usan insumos de síntesis química ni organismos genéticamente modificados o generados a partir de edición génica, y que aplican de manera gradual, integral y sostenida los principios agroecológicos”[1](DNAE 2022). Según datos del último Censo Nacional Agropecuario (CNA 2018) había 2309 explotaciones agropecuarias que se “auto percibían” en producción agroecológica, extendiéndose sobre 249.663 hectáreas, o sea, el 0,92% del total del país. Este porcentaje se elevaba al 2,1%, si se consideran también las orgánicas y en producción biodinámica.

En la provincia de Santa Fe, según el mismo relevamiento, había 171 explotaciones que se “auto percibían” como agroecológicas, representando del 0.85% del total. Si bien este número puede parecer pequeño, es creciente la demanda que reciben las Agencias de Extensión Rural (AER) de INTA en los espacios centrales de la provincia de Santa Fe[2] por parte de estos productores autodenominados agroecológicos. Dicha demanda es derivada, en función a sus características, a investigadores del propio INTA y a las universidades situadas en la región (de ahora en más, OTR).

Un ejemplo de ello lo constituye el Grupo Madre Tierra. El mismo surge a partir de la iniciativa de una profesional de la AER INTA Castellanos de convocar a una reunión en Agosto 2021, a productores y productoras que se habían acercado individualmente a la institución en diversas circunstancias. A partir de ese primer encuentro se genera un proceso de reuniones mensuales (tanto virtuales como presenciales) a la que se fueron sumando productores y profesionales de otras AER INTA como Esperanza, Ceres y Carlos Pellegrini. Al cumplir un año de reuniones ininterrumpidas, y como un hito de consolidación colectiva, sus integrantes dan el nombre de “Madre Tierra” al grupo.

La participación en las reuniones de este Grupo, por parte de los autores de este artículo, permitió observar que, detrás de la “etiqueta” de productores agroecológicos o en transición agroecológica, existe una diversidad de sujetos sociales con trayectorias socioproductivas, recursos disponibles e intereses distintos. Por un lado, es posible distinguir a los productores, interlocutores habituales de los OTR, o sea, a sujetos conocedores de la actividad y que desean realizar cambios en la manera de producir; pero también otros que, siendo empleados o teniendo una profesión no vinculada al agro, poseen tierra y quieren hacerla producir agroecológicamente. Y también otros, que, motorizando iniciativas comerciales, están más posicionados desde la mirada de consumidores y son críticos del modelo dominante de producción actual.

La necesidad de ahondar en dicha diversidad y caracterizarla, para construir respuestas técnicas adecuadas, fue lo que generó el principal interrogante de este trabajo: ¿Quiénes y cómo son los productores que se autodenominan agroecológicos en el centro de Santa Fe? Y para dar respuesta al mismo, se movilizaron algunos aportes de la sociología comprensiva, útiles para presentar a la agroecología como un campo en construcción en la provincia de Santa Fe y su región central, y para caracterizar a los productores del grupo Madre Tierra.

2. Elementos teóricos y estrategia metodológica

La aportes de Pierre Bourdieu (1987, 1988 y 1996) sobre la construcción del campo, el rol del habitus y la posesión de los capitales surgen como adecuados para comprender y caracterizar la diversidad de productores y productoras encontradas en el grupo Madre Tierra. Según este autor, cuando se habla de “sujetos sociales” se está posicionando en una conceptualización que considera que los individuos o grupos de individuos están sujetos a determinadas estructuras, a determinadas constantes, a condiciones de existencia, pero que también tienen capacidad de agencia (Bourdieu, 1996). Este autor concibe a lo social como “un mundo hecho cosas y como un mundo hecho cuerpos”. Cuando presenta a lo social “hecho cosas” se refiere a las estructuras: los campos, los capitales que los sujetos detentan y cómo los utilizan. Y cuando presenta lo social como “hecho cuerpos”, habla de los sujetos en esas posiciones y condiciones; sujetos que van elaborando estrategias, portadores de habitus o de determinadas maneras de ver, de percibir la realidad y de organizar sus prácticas sociales en consecuencia; y que producen representaciones en relación a esa interiorización del mundo.

Ciarallo (2016) agrega que es importante trabajar construyendo “ese campo” en el cual están situados los sujetos, los elementos constitutivos y condicionantes, para comprender sus acciones. Y agrega “toda práctica tiene sentido en unas determinadas condiciones de existencia, unas determinadas condiciones de representación de esas prácticas” (pág: 36). Los productores y productoras que se desean caracterizar construyen un nuevo campo en el sistema agroalimentario regional, un campo que emerge en contestación al régimen dominante en medio de tensiones y conflictos.

Otro concepto importante de Bourdieu (1987) es el de los capitales. El autor menciona que un sujeto social puede poseer cuatro tipos de capitales: el económico, el cultural, el social y el simbólico. El económico comprende el dinero y conjunto de bienes materiales que puede tener un sujeto. Si éste trabaja, su tiempo también puede considerarse como capital económico. El social se basa en los recursos que posee el sujeto por pertenecer a diferentes grupos o clases sociales. Depende de la cantidad de conexiones y del capital social de dichas conexiones. Al capital cultural Bourdieu lo divide en tres tipos: el incorporado, el objetivado y el institucionalizado. El incorporado es propio del sujeto, es el conocimiento y las habilidades que posee, la inteligencia emocional y sus valores. El capital cultural objetivado consiste en los objetos con valor cultural que posee, como libros, instrumentos de música u obras de arte, y para aprovechar esos objetos, necesita capital incorporado, porque no le sirve de nada tener una biblioteca o una guitarra si no sabe leer ni conoce de música. El tercer tipo de capital cultural es el institucionalizado, es el que recibe de las instituciones a través de diplomas de colegios y universidades. Y por último, el capital simbólico, que es el prestigio que un sujeto tiene en la sociedad, o sea el reconocimiento, la fama y la confianza que goza de otras personas. Habitualmente cuando un sujeto tiene más capital económico, social y cultural, más capital simbólico recibe.

La estrategia metodológica comprendió la observación participante del grupo Madre Tierra en las reuniones mensuales[3] de los meses de abril, junio, julio, agosto, septiembre y diciembre de 2021 y la realización de una encuesta donde en primer lugar se indagó: a) edad; b) nivel máximo de escolaridad alcanzado; c) fuente principal de ingreso del integrante de la familia que asiste a las reuniones; d) superficie trabajada y tipo de tenencia; e) actividades agropecuarias desarrolladas. En segundo lugar y a partir de preguntas abiertas, se relevó información sobre la trayectoria socio profesional del productor o productora (tiempo en la actividad, vinculación con la ruralidad) y los objetivos personales y familiares en relación a la actividad agropecuaria.

Para caracterizar el capital económico se consideraron: la edad; la superficie de tierra trabajada y el tipo de tenencia (propia o alquilada); las actividades agropecuarias realizadas y la principal fuente de ingreso de la persona que asiste a las reuniones del grupo. Para el capital social, la trayectoria rural y agropecuaria del sujeto. En el caso del capital cultural se consideró solo el máximo nivel de escolaridad alcanzado, distinguiendo si el mismo tiene o no vinculación con el sector agropecuario.

Por último, en el campo en construcción de la agroecología los pioneros, o sea, aquellos que más años llevan de experimentación en una nueva forma de producir, son los más escuchados y suelen ser los referentes grupales. Esta legitimidad otorgada por el grupo se considera un atributo de capital simbólico.

3. La construcción del campo de la agroecología en Santa Fe

La provincia de Santa Fe se caracteriza por poseer una herencia rural y agropecuaria vinculada desde el siglo XIX al abastecimiento del mercado interno y a la exportación de commodities (granos, carne y leche). La matriz social agropecuaria en las regiones centro y sur está conformada mayoritariamente por descendientes de inmigrantes europeos. Estos, con distintos grados de capitalización, accedieron a la propiedad de la tierra al inicio del proceso de colonización o más recientemente, con las políticas desarrollistas de la década de 1950 y 1960. Descriptos en la literatura especializada como “chacareros” (Muzlera, 2019), constituyeron una especie de clase media del sector agropecuario pampeano durante gran parte del siglo XX, accediendo de manera exitosa a la primera ola de las tecnologías promovidas por la Revolución Verde: motorización, híbridos y variedades mejoradas.

En el norte provincial, los procesos de colonización convivieron en el territorio con el desarrollo de grandes empresas de capitales extranjeros vinculados a la extracción de recursos, como es el caso del quebracho colorado por La Forestal (Gori, 1974). Cuando estas empresas abandonaron el país después de la Segunda Guerra Mundial, sus trabajadores, la mayoría criollos y descendientes de población originaria, tuvieron distintos destinos: algunos migraron insertándose laboralmente en industrias locales o nacionales; otros accedieron a pequeñas porciones de tierra, tanto de manera formal (procesos de colonización promovidos por la Provincia) como informal (posesión ventiañal), los cuales son denominados en la bibliografía específica como campesinos (Archetti, 1977).

A partir de la década de 1980, y como lo muestran los censos agropecuarios disponibles,[4] se observa una reducción importante de número de explotaciones agropecuarias, con la consecuente concentración en la tenencia de la tierra. Según diversos autores (Cloquell et al., 2007; Gras y Hernández, 2009), fueron los chacareros los sujetos sociales más afectados por, entre otros motivos: la imposibilidad de sostener un modelo productivo agropecuario asociado a un paquete tecnológico dominante que demanda alto capital de inversión; una insuficiente escala de producción para absorber los crecientes costos indirectos (acrecentados a partir de la década de 1990 – Lattuada y Neiman, 2005); y la falta de continuidad por problemas en el traspaso generacional. Muchos de estos sujetos sociales abandonaron la actividad (fueron desplazados), vendiendo o alquilando sus tierras a productores vecinos más grandes o inversores extra sectoriales, lo que les permite obtener una renta y vivir de manera más o menos confortable en los pueblos o ciudades cercanas (Grosso et al., 2013).

En este contexto, la agroecología comienza a visualizarse en el territorio santafesino, encontrando terreno fértil o resistencias, dependiendo de las características y antecedentes sociales, tecnológicos y económicos situados.

3.1. Los inicios: el norte campesino y el sur urbano y huertero

A partir de la década de 1990 y a escala de la provincia de Santa Fe, dos programas nacionales generaron los espacios de encuentro de las distintas voces que desde hacía tiempo pregonaban la necesidad de producir de manera más amigable con el medio ambiente y más justa socialmente: el Prohuerta (creado en 1989 con fondos del Ministerio de Desarrollo Social e implementado por el INTA) y el Programa Social Agropecuario (PSA- creado en 1993 en la entonces Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, devenido en 2006, la Secretaría -o Subsecretaría dependiendo el momento político- de Agricultura Familiar, actualmente Instituto).

El Prohuerta, gracias a la amplia cobertura territorial de INTA, llegó a todos los Departamentos de la Provincia, generando impactos diversos en función de las características y antecedentes de los territorios y el compromiso de sus agentes. Su eje de trabajo fue y es la autoproducción de alimentos (huertas) a escala familiar y comunitaria de manera agroecológica (Prohuerta, 2022)

El PSA, destinado a pequeños productores, se localizó en el norte de la Provincia (ciudad de Reconquista), y extendió su accionar hacia el resto del territorio en función de la identificación de grupos de “beneficiarios”. Se caracterizó en sus inicios, con una fuerte articulación con la gestión provincial (entonces Ministerio de Agricultura, Ganadería, Industria y Comercio), el INTA y diversas ONG’s de trayectoria local y regional. Otorgaba créditos, capacitaciones, asistencia técnica y organizacional. Sus beneficiarios eran chacareros descapitalizados (desplazados del modelo modernizante), campesinos, descendientes de pueblos originarios y trabajadores rurales.

Estos Programas, además de cumplir con sus objetivos fundacionales, fueron consolidando una red de productores, técnicos y académicos que, a través del cuestionamiento del modelo productivo dominante, divulgaba la necesidad de repensar las relaciones entre producción y consumo, hombre y naturaleza. La palabra “agroecología” aparecía tímidamente confundiéndose con producción orgánica o libre de pesticidas. En algunos lugares el accionar de estos Programas se asentó sobre experiencias previas, las que le dieron anclaje y proyección territorial (Juarez, 2016).

En este sentido, en el norte provincial se destaca el trabajo de INCUPO, de Fundapaz (creada en 1973 y con sede en Vera) y de las Escuelas de la Familia Agrícola (EFA). El primero de ellos, creado a inicios de la década de 1970 y de inspiración cristiana tiene aún una fuerte presencia en Chaco, Santiago del Estero, Corrientes, Formosa y el norte santafesino; trabaja en educación popular con comunidades campesinas y pueblos indígenas. INCUPO preocupado por las crisis de ciertas producciones regionales (especialmente el algodón), promovió la recuperación de prácticas productivas ancestrales en dialogo con la ciencia (en su equipo técnico es posible encontrar agrónomos y veterinarios), y a inicios de la década de 1990 comienza a utilizar el vocablo de agroecología desarrollando experiencias productivas, de uso múltiple del bosque en un marco de economía social y solidaria. A estas experiencias se debe sumar la de la granja “Naturaleza Viva” de la familia Vénica (en Guadalupe Norte), que desde la década de 1980 practica la agricultura biodinámica en 180 hectáreas. Su mensaje, ampliamente difundido, promueve la agroecología y la soberanía alimentaria, y constituye desde hace más de treinta años un faro para todos aquellos que buscan producir de una manera diferente al modelo dominante (Sarandon y Marasas, 2015).

En el sur provincial, en la ciudad de Rosario se conformó a fines de la década de 1980 el Centro de Estudios sobre Producciones Agroecológicas (CEPAR), que se focalizó en el desarrollo de huertas urbanas buscando recrear tecnologías apropiadas[5] para centenares de productores empobrecidos y migrantes del norte del país. Desarrolló un importante trabajo en la valorización de las semillas nativas y en la articulación entre la producción y comercialización a partir de la instalación de ferias francas (Ottmann et al, 2003), que años más tarde dio lugar al Programa de Agricultura Urbana de la ciudad de Rosario (PAU Rosario), primera experiencia de institucionalización de la agroecología en el territorio santafesino y propuesta para contribuir a la sustentabilidad en las ciudades.

3.2. La agroecología en el centro de Santa Fe: más que una alternativa para los espacios periurbanos

El centro provincial no fue un territorio de mucha influencia del PSA, dado que su matriz social agropecuaria predominante estaba constituida por medianos productores vinculados a la lechería y la acción del Prohuerta, tan importante en la zona de Rosario, quedo circunscripta a las huertas familiares, escolares o comunitarias de pequeña escala.

La agroecología comienza a ganar terreno, especialmente en los ámbitos de discusión, a partir de las manifestaciones populares provocadas por los efectos negativos sobre la salud y el ambiente de las pulverizaciones agrícolas. En el caso santafesino, el modelo productivo asociado al paquete tecnológico “siembra directa (SD) + soja OGM + glifosato + silobolsa” se extendió rápidamente a partir de la aprobación de la primera soja genéticamente modificada (OGM- año 1996). Este proceso produjo el desplazamiento de la ganadería de leche y confinó a la ganadería de carne a los espacios más marginales desde el punto de vista productivo (Grosso et al., 2013).

Los casos San Jorge (año 2010 en Santa Fe) e Ituzaingó (entre 2008-2012 en Córdoba)[6] constituyeron dos hitos altamente mediatizados y que, sumados al accionar del movimiento “Paren de Fumigarnos” (Grosso et al., 2017), colocaron el cuestionamiento de las pulverizaciones agrícolas, y en consecuencia del modelo productivo dominante, en la agenda pública. A partir de ese momento, diversos gobiernos locales se adhirieron a la Ley Provincial de Fitosanitarios 11.273 (vigente desde 1995), la cual era prácticamente desconocida por ellos y estableciendo las “líneas agronómicas”[7]en los pueblos y ciudades.

En el departamento Las Colonias, las organizaciones vinculadas al sector agropecuario y los gobiernos locales a través de la Comisión para el Desarrollo Tecnológico (CODETEA-Grosso et al. 2018), priorizaron trabajar en conjunto en el año 2013 sobre “el conflicto en el periurbano”, como se denomina comúnmente a la situación antes descripta, por sobre otros temas tradicionales como la transitabilidad de los caminos rurales, la calidad del servicio de la energía eléctrica o el abigeato y la falta de seguridad en el espacio rural, inaugurando un espacio de interacción más intenso con los OTR presentes en el territorio. Es así que entre el INTA y la Universidad Nacional del Litoral (a través de su Facultad de Ciencias Agrarias-FCA-UNL) surge el primer proyecto de investigación acción participativa en 2015,[8] para la creación de herramientas que colaboren con los gobiernos locales en la gestión de la problemática del uso de fitosanitarios y la generación de alternativas productivas para los productores situados en espacios periurbanos con restricción de uso de plaguicidas.

Mientras tanto, en la comuna de Hersilia, un grupo de ambientalistas locales comienza a promover la práctica de la agroecología a partir de la creación de una ordenanza que restringe 800 metros alrededor del pueblo la aplicación de fitosanitarios (año 2011) y dando inicio a una de las primeras experiencias productivas en agricultura extensiva en la región (Grosso, et al., 2017). Unos años antes, había surgido en la ciudad de Santa Fe la feria franca La Verdecita. Esta es una asociación civil, que en 2008 se convirtió en el Consorcio de Pequeños/as Productores/as de La Verdecita. Está formada por unas sesenta familias que producen frutas y hortalizas sin pesticidas en tierras de las que en su mayoría no son dueñas (La Verdecita, 2022). La Verdecita contó con apoyo de los gobiernos locales, algunos académicos de la UNL y más tarde fue uno de los íconos del Programa Provincial de Producción Sustentable de Alimentos (PSAP) creado en 2017, el cual se detalla más adelante.

Por otro lado, en la ciudad de Esperanza se crea en 2015 el grupo “La Enredadera”, que cuenta actualmente con más de cien integrantes. Este se autodefine como un grupo agroecológico de adhesión voluntaria, tendiente a la promoción de huertas familiares para la soberanía y seguridad alimentaria. Basado en la filosofía de la educación popular, sus miembros definen una agenda de capacitación anual que recorre aspectos vinculados a la producción, consumo y calidad de alimentos, y promueven eventos de intercambios y circuitos cortos de comercialización. A éste se suma el grupo “Naturaleza amiga”, unos años más tarde, conformado bajo la misma preocupación y por integrantes de trayectoria urbana.

El único intento registrado a nivel provincial de institucionalización de la agroecología surge en 2017 con el Programa Provincial de Producción Sustentable de Alimentos (PSAP) de la Secretaría de Desarrollo Territorial del Ministerio de Producción, vinculado conceptual y metodológicamente al Programa de Agricultura Urbana de Rosario. Su objetivo era fomentar producciones alternativas a la convencional en las áreas periurbanas, para la cual se contrataron 24 ingenieros agrónomos y obtuvo importantes logros.[9]

Desde este Ministerio y en colaboración con el Colegio de Ingenieros Agrónomos (CIASFE), se realizó en 2019, un curso para profesionales sobre Agroecología. En 2018, la FCA-UNL ofreció el primer (y único a estos días) curso de posgrado en la temática.

Con el cambio de la gestión provincial de fines de 2019, y a pesar de los resultados obtenidos, se desmanteló el PSAP dejando trunca la proyección del aumento de las experiencias de base agroecológica, al menos desde la política pública. Paralelamente se crea, como se mencionó, a nivel nacional la DNAE, la que se encuentra sin financiamiento al momento de la redacción de este trabajo. Una de sus acciones es la promoción y creación de Nodos Agroecológicos Territoriales (NAT), o sea, de consolidar y visibilizar una red de sujetos individuales y colectivos, asociándose con actores locales, para cuantificar y caracterizar el movimiento. En mayo de 2022 se lanzó un NAT en la localidad de Zavalla (con epicentro en la FCA-UNR) y se está actualmente en tratativas de replicar la experiencia en Esperanza (motorizado por un grupo de docentes de la FCA-UNL).

4. Los productores “autodenominados” agroecológicos

El grupo Madre Tierra, al momento de la redacción de este trabajo, contaba con 21 productores y productoras que representaban 18 sistemas de producción localizados en los departamentos Castellanos, Las Colonias, San Cristóbal y San Martín de la provincia de Santa Fe y San Justo de Córdoba. En la Tabla n° 1, se pueden observar los atributos relevados.[10] Es necesario mencionar que, durante el lapso observado, han asistido más personas a las reuniones pero que, dada la intermitencia de la participación, solo se han retenido 18 casos para este análisis.

Tabla 1.


Los sistemas productivos analizados son todos familiares y si bien existen diferencias en términos de superficie trabajada (de 1 a 725 ha) y actividades agropecuarias, los sujetos se caracterizan por expresar una relación de respeto y convivencia hacia la naturaleza, la que trasladan hacia sus prácticas de producción y consumo, particularidad que también fue encontrada por Cáceres et al. (2023) en provincia de Córdoba y que se expresa de manera reiterada en las reuniones, donde muchos la movilizan para diferenciarse de sus vecinos “sojeros” (Bianco & Neimann, 2020).

No todos los sistemas productivos son agroecológicos, de acuerdo a la definición de la DNAE, sino, que se encuentran en distintos procesos de transición hacia la agroecología. Es decir que, los sujetos que los gerencian y trabajan realizan diversas prácticas productivas, comerciales y de consumo aspirando a mejorar su relación con la naturaleza pero donde coexisten visiones que van de la sostenibilidad fuerte a la débil (Leal, 2008), o sea, desde aquellos que pregonan un cambio radical en las relaciones económicas mundiales (sostenibilidad fuerte) a aquellos que confían en la tecnología, como medio para ir superando los obstáculos que surgen de la sobreutilización de los recursos naturales y las demandas alimentarias globales (sostenibilidad débil). Y entre ambos posicionamientos, es posible observar diversas trayectorias elegidas (caminos) y velocidades en los procesos de transición hacia la agroecología, que están vinculadas a la provisión de capitales de los sujetos observados y a su capacidad de agencia en relación a los otros miembros de sus familias.

Todos los sistemas se desarrollan sobre tierra propia y el 39% además, alquila superficie. Solo un caso tiene parte de la superficie arrendada a terceros. El poseer tierra propia, en el territorio de estudio, los diferencia de los movimientos campesinos e indígenas, situados en otras regiones del país y la Provincia, donde la posesión de este recurso tan caro material y emocionalmente, es uno de los estandartes de la lucha política.

Otra particularidad es la juventud relativa (promedio 44 años) de los productores en relación a la observada en otros ámbitos agropecuarios.

El análisis más profundo permite distinguir en este Grupo al menos tres subgrupos con trayectorias socio-profesionales, intereses y disponibilidad de capitales y que se denominaron: productores en transición agroecológica; urbanos herederos de capital fundiario y emprendedores preocupados por la calidad de vida, como se describe a continuación.

4.1. Productores en transición agroecológica

En este subgrupo se sitúan diez sistemas productivos (55%), o sea, los casos: 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 10, 12 y 15 de la Tabla n°1.

Los sujetos sociales que los administran se caracterizan porque iniciaron el proceso de transición agroecológica siendo responsables de la gestión y manejo de las empresas agropecuarias, motivo por el cual cuentan con más capital económico y financiero, en relación a los otros subgrupos, para apalancar la transición. Algunos poseen otras fuentes de ingreso (propia o de miembros de la familia) que les permiten compensar la estacionalidad de las ventas agropecuarias, pero la actividad primaria es, en términos relativos, la principal proveedora de recursos.

Se dedican a la producción de carne y leche principalmente, algunos cultivan soja, maíz, trigo, mijo, los cuales están asociados a la producción animal o intentan comercializarlos en circuitos cortos. La mayoría produce huevos y frutas para autoconsumo de la familia. Tratan de no utilizar insumos de síntesis química, pero ante una eventualidad los aplican. Aquellos que realizan cultivos agrícolas manifiestan haber reducido significativamente el uso de insumos externos como semillas (cultivan variedades), herbicidas (utilizan cultivos de servicios) e insecticidas (aplican el manejo integrado de plagas -MIP- y de ser necesario, bioinsumos de menor toxicidad).

Estos sujetos poseen una trayectoria socio-profesional rural y agropecuaria y algunos además son técnicos o ingenieros agrónomos, los que los sitúa con más capital cultural que el resto de los perfiles y se traduce, en los nuevos espacios de intercambio técnico, en un mayor capital simbólico: son los sujetos escuchados, referentes, cuasi líderes.

Pero también se observa que, al haber optado por un sistema productivo diferente al regionalmente dominante, ven alteradas sus redes sociales y conexiones vinculadas con la actividad (capital social previo), algunas de las cuales transcienden o impactan también en su vida privada, generando, en algunos casos, conflictos identitarios: “¿Es posible producir agroecológicamente y vivir de ello? ¿O es cosa de hippies y nos tenemos que conformar con hacer agroecología solo en la huerta?” Estos y otros cuestionamientos surgen y sienten la necesidad de demostrar su performance a los “otros productores”, especialmente los vecinos geográficos.

4.2. Urbanos herederos de capital fundiario

Cinco casos son ubicados en este subgrupo (27%), los 5, 9, 14, 15 y 16 (Tabla n°1).

Quienes los representan son sujetos sociales que han heredado un capital fundiario. Gozan de la tenencia de sus tierras y se registra un caso que arrienda una parte. Son hijos/as o nietos/as de productores agropecuarios y algunos han habitado en el espacio rural durante su niñez, mientras que, en otros casos, el vínculo se reduce a recuerdos de vacaciones de la infancia o a fines de semana. La toma de posesión del capital fundiario es, para algunos, la oportunidad de retomar el legado familiar y cultural, con toda la emotividad que ello trae aparejado.

La mayoría posee estudios terciarios o universitarios ajenos a la actividad agropecuaria, que les ha permitido un desarrollo laboral o profesional en el ámbito urbano. O sea, no poseen un capital cultural institucionalizado en relación a la actividad agropecuaria, pero sí las herramientas (habitus) para posicionarse con relativa rapidez en los espacios de intercambio técnico agropecuario. Además del menor conocimiento sobre la actividad, encuentran que los recursos financieros para la “puesta en marcha del campo” son altos en relación a sus ingresos personales y/o familiares, los que los sitúa con menos capital económico que el resto del grupo.

Ciertos sujetos optan por iniciar la transición en una porción del campo, financiándose con la agricultura convencional o la renta del resto de la superficie que permanece en manos de terceros. Esta decisión también está condicionada por “el resto de la familia”, muchos de los cuales no están interesados por la actividad agropecuaria y/o no están dispuestos a renunciar a los ingresos de la renta fundiaria.

Se observa que son los sujetos sociales más ávidos de conocimientos agropecuarios y de referencias técnicas.

4.3. Emprendedores preocupados por la calidad de vida

Tres casos del grupo Madre Tierra se identifican en este subgrupo (17%): 11, 17 y 18 (Tabla n°1).

Estos sujetos sociales son habitantes urbanos o recientes residentes en el espacio rural (neorrurales). En términos relativos poseen menos tierra que los dos subgrupos previamente descriptos. Algunos son herederos fundiarios, otros han adquirido la tierra o viviendas situadas en el campo, rodeadas por una pequeña superficie que les permite realizar una huerta y criar animales menores. En estos sujetos prima lo rural como un espacio que les ofrece mejor calidad de vida que lo urbano. Aquellos que aún mantienen una residencia en los pueblos o ciudades, lo hacen por motivos laborales o de escolaridad de sus hijos, proyectando un futuro en el espacio rural.

Los principales ingresos de las familias provienen de actividades no agropecuarias (comercios, empleos en relación de dependencia, etc.) y en el predio cultivan hortalizas y frutales, crían aves y mamíferos menores. Los tres casos observados han iniciado experiencias de comercialización en ámbitos de consumo diferenciado.

Son sujetos dinámicos, ávidos lectores y participantes de las redes sociales que difunden una manera diferente de producir amigable con la naturaleza.

5. Consideraciones finales

Este trabajo pone en evidencia, en primer lugar, la emergencia de un campo asociado a la agroecología en el centro de Santa Fe vinculado tanto a la producción intensiva (hortalizas, huevos, frutas) como extensiva (granos, carne, leche) y animadas por sujetos sociales de distinta trayectoria socio-profesional. La construcción del campo de la agroecología, en términos bourdelianos, presenta una dinámica que se acelera en los últimos años, tanto por la presencia de políticas públicas (promoción de la agroecología o por restricciones al uso de plaguicidas) como por decisiones personales vinculadas a cambios de hábitos de consumos que repercuten en la opciones tecnológicas a la hora de producir y relacionarse con la naturaleza.

En segundo lugar, se distinguieron tres subgrupos de sujetos sociales que se autodenominan productores agroecológicos, los que poseen características propias y que se traducen hacia los OTR. Los productores desean conformar redes de intercambio que les permitan sentirse acompañados en sus experimentaciones por especialistas (actualmente ciertos técnicos del INTA). A algunos se los percibe seguros en el camino elegido, a otros, no tanto. Son considerados los ejemplos a seguir por los otros sujetos sociales y sus sistemas productivos, y los primeros elegidos por los profesionales de INTA para visitar sus sistemas como “demostradores” (Rogers et al., 1974).

Los urbanos herederos persiguen el mismo objetivo que los productores, pero se encuentran en un peldaño inferior en cuanto a conocimientos sobre la actividad agropecuaria, lo que lleva a pensar la necesidad de generar instancias de formación específicas. Sin embargo, se observa que capitalizan aceleradamente la experiencia del primer subgrupo, aunque a veces la disponibilidad de capital económico o las restricciones familiares hacen que los cambios productivos sean más lentos.

Los emprendedores están más preocupados por la construcción de un espacio de intercambio socio-productivo que por la búsqueda de referencias técnicas. Aportan al grupo la mirada de los consumidores y expresan continuamente la necesidad de pensar nuevas formas de producir y consumir, acordes con la salud de las personas y del planeta.

En tercer lugar, se considera que los OTR deberían tener en cuenta que estos sujetos están transitando un proceso de construcción de una identidad colectiva que les permita ser escuchados como “nuevos destinatarios” del sistema. Y también que, como todo colectivo en construcción, el espacio no es ajeno a tensiones. A veces, los sujetos denominados aquí emprendedores son sumamente críticos del modelo productivo dominante, modelo en que muchos del primer subgrupo “aún no se han corrido”, generando cuestionamientos sobre una identidad y una herencia agropecuaria de generaciones, que los puede hacer sentir incómodos.

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Notas

[1] El citado documento identifica y caracteriza los siguientes principios: 1) Diversidad; 2) Regeneración y cuidado del suelo; 3) Sinergias; 4) Reciclaje; 5) Salud y bienestar animal; 6) Eficiencia en el uso de los recursos; 7) Resiliencia; 8) Creación conjunta de conocimientos y diálogo de saberes; 9) Valores sociales y derechos humanos; 10) Participación intersectorial; 11) Soberanía y seguridad alimentaria; 12) Economía circular y solidaria y 13) Enfoque territorial e integración al paisaje.
[2] Se considera en este artículo como centro de Santa Fe el área geográfica ocupada por los departamentos Castellanos, Las Colonias, San Martín, San Jerónimo y La Capital; los cuales están en el área de influencia de la Estación Experimental INTA Rafaela y la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNL
[3] Las reuniones habitualmente son de 9 a 16 hs y las observadas tuvieron dos dinámicas específicas: a gabinete (abril, julio y septiembre) y a campo (junio, agosto y diciembre) visitando sistemas productivos en Cañada Rosquín, Lehmann y Esperanza. En el primer caso se abordaron temas de preocupación del grupo: metodologías para analizar los costos agropecuarios; importancia de los corredores para la biodiversidad de los sistemas agropecuarios (ambas en la AER INTA Castellanos); árboles nativos y frutales adaptados en la región (FCA-UNL). En las reuniones a campo, el productor presentó su empresa, los problemas que lo inquietan y su experiencia en producción agroecológica.
[4] Datos de los CNA 1988, 2002 y 2018.
[5] El concepto de tecnología social se originó en los debates sobre la asistencia a los países en vías de desarrollo en la década de 1960 y se consolidó como un movimiento ampliamente hasta comienzos de los años ’80. Desde entonces, el movimiento de Tecnología Apropiada buscó redefinir la tecnología como un instrumento para el desarrollo. Los actores e instituciones que participan de este movimiento son heterogéneos e incluyen activistas, extensionistas, instituciones educativas, técnicos e instituciones públicas (Thomas et al., 2015).
[6] En San Jorge, en 2010 la Justicia Provincial dicta un fallo que prohíbe las pulverizaciones con glifosato en cercanías de su zona urbana. En el barrio Ituzaingó Anexo un fallo judicial de la Cámara Primera del crimen en 2012, encuentra culpable a un productor agrícola y a un aero aplicador por contaminación ambiental dolosa, a raíz de pulverizaciones ilegales realizadas en sus proximidades.
[7] El establecimiento de la “línea agronómica” es potestad del gobierno local y sirve para delimitar el espacio, coincidente o superior al ejido urbano, a partir de la cual comienza a aplicarse la Ley Provincial 11.273 establece qué productos fitosanitarios pueden utilizarse y cómo.
[8] Con financiamiento del INTA al inicio, y posteriormente de la UNL.
[9] Entre los logros del PSAP se cuentan: la adhesión de 23 gobiernos locales a la propuesta; 1.300 ha., de superficie periurbana en transición (sobre un total de 16.000); 140 ha., en producción intensiva agroecológica que abastecían a unos 65.000 habitantes; instalación de 7 biofábricas públicas con la intención de intervenir en la cadena de insumos; alianzas para encadenar la producción primaria de trigo con el procesamiento (producción de harina agroecológica); generación de trabajo local; mejoras en la seguridad y soberanía alimentaria a escala regional y la formación de profesionales con visión agroecológica (PSAP, 2019)
[10] En los tres sistemas con más de un productor o productora que concurre a las reuniones, se consideró la edad y nivel de formación del integrante que más veces asistió a las reuniones observadas.


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