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Los estudios culturales como contextualismo radical[1]
A lo largo de las cinco décadas de su existencia explícita los estudios culturales han sido descalificados por lo menos cinco veces: primero, por los marxistas quienes los acusan de tomar muy en serio a la cultura; segundo, por los estructuralistas quienes los acusan de tomar muy en serio la agencia humana; tercero, por los posestructuralistas quienes los acusan de tomar muy en serio las estructuras; cuarto, por los posmodernos quienes los acusan de tomar muy en serio la realidad; y, actualmente, por los pensadores post-ilustrados quienes los acusan de tomar muy en serio los contextos.
Los estudios culturales se enfocan en cómo se producen realidades específicas, entendidas como contextos. Su práctica intelectual puede ser descrita como contextualismo radical. Responde a las demandas de contingencia y la especificidad de los contextos. Por ende, los estudios culturales rechazan cualquier tipo de encantos universales o esencialistas, una oposición que comparten con un buen número de prácticas críticas que intentan “descolonizar” el pensamiento; pero de las no creen que las implicaciones políticas del conocimiento (o de cualquier cosa) puedan ser conocidas en la base de su origen social. La novelista Barbara Claypole White una vez me dijo que uno no tenía que saber el final para escribir el comienzo. Yo iría un paso más allá y diría que uno no puede saber o garantizar el final de una historia basado en el comienzo. Tampoco es suficiente deconstruir y multiplicar las demandas de conocimiento por mucho que los estudios culturales acojan la diferencia y la multiplicidad. Los estudios culturales insisten en tomar posición, pero de forma provisional, siempre hay que seguirse moviendo, seguir trabajando.
Tal enfoque no solo es consistente con, sino que parece venir de la asunción de que cada realidad, cada situación, es una configuración de relaciones; la realidad existe relacionalmente. Las cosas son lo que son únicamente por la virtud de las relaciones en las que están inscritas. Pero ninguna relación es necesaria o universalmente garantizada de antemano. Y sin embargo, al mismo tiempo, las relaciones son reales (y no ilusorias), son el resultado de luchas y trabajo, y tienen efectos reales –y usualmente complejos-. Ellas son los sitios de contestación en los cuales las realidades históricas son construidas, deconstruidas y reconstruidas. Esto significa abandonar las asunciones gemelas de necesidad y universalidad – de las organizaciones sociales, de las estructuras de poder, de las definiciones de normalidad y humanidad, de los modos de racionalidad, etc.- que legitimaron las barbaridades llevadas a cabo en el nombre de varias versiones de la razón ilustrada y la civilización moderna.
Esto también significa que uno tiene que evitar las seducciones de la reducción y simplificación, como si cualquier evento o situación fuera de alguna manera, sea en primera o en última instancia, al comienzo o al final, causado por o la expresión de una sola cosa. El conocimiento crítico tiene que evitar buscar un punto final, una única historia que cosería todo en un paquete armonioso, simple y unificado, identificar al malo de un lado y al bueno del otro. Para los estudios culturales, nunca nada es acerca de una sola cosa. Nunca nada es reducible a un único plano de efectos, una única estructura de poder, un único espacio político. Debe evitar también, otras dos asunciones: por un lado, asumir que el pensamiento binario de alguna manera escapa del cargo de simplificación – porque pensar que las cosas son A o B, no es mucho mejor que pensar que todo es A o todo es B- y, por otro, pensar que la afirmación de multiplicidad absoluta (sin ningún tipo de unidades, o estructuras) de alguna manera no es un reduccionismo.
En su lugar, los estudios culturales abrazan la complejidad, la multiplicidad, las diferencias del mundo, y parte de esa complejidad responde a que está estructurado o unificado en una variedad de formas. No sostienen que el mundo no haya sido siempre complejo, aunque tal vez la complejidad se haya hecho más visible e ineludible que en eras anteriores. Tampoco asume que los intelectuales se hayan dado cuenta apenas recientemente de la necesidad de un concepto de complejidad. Pero acoger la complejidad tiene implicaciones profundas. El mundo es muy complicado para que los momentos históricos sean simplemente distribuidos u organizados en épocas fácilmente divididas, lo viejo y lo nuevo, el antes y el después, lo local y lo global. Las formaciones sociales no son simples continuaciones o repeticiones del pasado, lo mismo de siempre. Las cosas sí cambian: esa es la naturaleza de la historia y de los mundos. Pero muy raramente, si es que alguna vez, cambian a través de rupturas absolutas o radicales con el pasado determinadas enteramente por la emergencia de lo nuevo; ellas son articulaciones de lo viejo y lo nuevo. Lo viejo sigue operando, a veces de una manera muy similar, a veces de maneras diferentes porque se ubica en otras relaciones, operando en un contexto distinto.
Las cosas cambian porque nuevas relaciones comienzan a existir, cambiando las capacidades y los efectos de los elementos que continúan, que se han trasladado al presente, trayendo únicamente algunas de sus viejas relaciones y efectos consigo. Nuevos elementos entran en la mezcla que compone la realidad del presente, bien sea por su emergencia, su transformación radical o invención. Estos nuevos elementos no sólo producen efectos nuevos e inesperados sino que también transforman los efectos de elementos y relaciones anteriores. La cuestión es siempre entender el balance entre lo viejo y lo nuevo, entender qué es viejo y qué es nuevo, y cómo se impactan el uno al otro. Así, por ejemplo, el hecho de que la izquierda diga algunas de las mismas cosas que ha dicho antes no garantiza que éstas se escuchen de la misma manera, o que tengan las mismas resonancias. En cualquier caso, los modos específicos en que los eventos o declaraciones toman forma y los efectos específicos que producen –distribuidos a través de diferentes regiones y poblaciones- son los resultados cambiantes de la articulación de lo viejo y lo nuevo.
Este compromiso con la complejidad y oposición al reduccionismo se extiende a cuestiones de poder; el poder no puede ser reducido a algún principio o fuerza singular de determinación. Los estudios culturales no favorecen ninguna dimensión -ya sea el problema del capitalismo y la clase, la biopolítica y el cuerpo, la raza, el género, la colonialidad, el ecologismo, etc. Se niega a definir su propia responsabilidad apelando a intereses pre-constituidos, a perspectivas de una circunscripción política específica o a la posición social. Se niega tanto el individualismo y universalismo del liberalismo, como el particularismo demasiado común del comunitarismo, con sus impermeables límites de diferencia, comprometidos únicamente con los hechos después de haber vestido a la coyuntura de raza, género, clase, etc., una unidad frágil de multiplicidades en las relaciones. Esto nos obliga a investigar el alcance, las implicaciones, la fuerza y la hibridación de eventos específicos emergentes, incluyendo las tecnologías y organizaciones de poder, y cómo contribuyen a constituir y participan en la construcción y organización de un ensamblaje complejo y, en particular, de una coyuntura.
Esto significa que el resultado de cualquier proyecto de poder en sí no está garantizado; ninguna estructura del poder es perennemente un éxito rotundo; las estructuras de poder siempre tienen fugas. Por lo tanto, las relaciones de poder que definen la lucha en curso para mantener o transformar el estado actual de las cosas tienen que ser entendidas en términos de un equilibrio más bien frágil y móvil en un campo complejo de fuerzas, en lugar de en términos del potencial para la victoria completa de un campo coherente y homogéneo sobre otro, o la fragmentación completa y dispersión de energía. Más aún, el poder es siempre resistido y la subordinación siempre se vive de forma activa. No es suficiente, de acuerdo con los estudios culturales, describir al poder como si fuera exitoso y luego, casi como una idea tardía, destacar las resistencias o los escapes, ya que el poder siempre está siendo reformado por y en respuesta a dichas resistencias y escapes. A veces el poder es acerca del cambio; otras veces es sobre el mantenimiento y la estabilización, y aún en otras veces, se trata de controlar el fracaso, ya que los proyectos rara vez producen los resultados esperados, rara vez llegan a buen término.
Al mismo tiempo, los estudios culturales se niegan a ser abrumados por la multiplicidad, la complejidad, las contradicciones y las diferencias, que ofrecen otro tipo de seducción que nos empuja demasiado rápido en la singularidad o en la hiperdiferenciación de lo particular y el caos de la acumulación de particularidades. Las relaciones siempre están articuladas en organizaciones concretas (ensamblajes, formaciones) y contextos de la realidad vivida y el poder. Por lo tanto, los estudios culturales pretenden analizar los procesos y las prácticas reales gracias a las cuales cualquier contexto se construye como una organización de relaciones. Acogen lo que Marx llamó la especificidad histórica; y es por esto que me he referido a ellos como una práctica del contextualismo radical. Siempre están intentando comprender los acontecimientos en el mundo como partes de contextos contingentes. Un contexto aquí no se refiere a un fragmento espacio-temporal aislado, o a un fondo más bien amorfo, sino a un complicado y contradictorio conjunto de relaciones, unidades diferenciadas, multiplicidades organizadas. Esta dialéctica de complejidad y organización significa que los contextos existentes de la realidad vivida, como en cualquier relación, nunca son garantizados de antemano; sus estructuras nunca son necesarias e inevitables; sus efectos y expresiones nunca son ineludibles. Hubo y siempre habrá otras posibilidades. Las realidades en las que vivimos son contingentes, producto de procesos y luchas, naturales y sociales, de las diversas formas de la agencia, que forjan relaciones y condicionan sus efectos. Los seres humanos son sin duda parte de esta historia continua, pero eso no quiere decir que los seres humanos están de alguna manera en control.
Los estudios culturales creen que siempre hay que empezar por desnaturalizar lo que parece ser evidente y se da por sentado -llamémoslo desmitificación, defetichización o desarticulación- comprende, separa relaciones que parecen ser naturales, inevitables, necesarias y universales mostrando la forma en que se han construido. Exigen una apertura a ser sorprendido, una disposición auto-crítica a mostrar a sus conceptos en su incapacidad para llevarnos más lejos. Piden que estemos dispuestos a descubrir que lo que está en juego políticamente es distinto de lo que especulamos que era, a ver que el mundo no es lo que pensamos que era, que no está funcionando según nuestras suposiciones teóricas o políticas. Los estudios culturales buscan descubrir lo que no sepan de antemano, lo que sus conceptos dados por sentado no les permiten ver o decir; tienen que acercarse a sus propias herramientas con recelo y la vacilación. Operan en la confrontación de la teoría, la política y las realidades empíricas. Esto no significa que lo empírico esté disponible sin trabajo teórico (conceptual). Comprender el mundo depende de algún tipo de confrontación o conversación entre la invención de conceptos y el mapeo de las relaciones empíricas concretas. De hecho, los conceptos son herramientas para mapear, para organizar, la de alguna manera impenetrabla complejidad del mundo empírico.
La teoría en sí tiene que ser constantemente cuestionada, tratada como un conjunto profano de herramientas que uno toma, remodela o deja de lado en función de su capacidad de arrojar luz sobre un contexto particular, y abrir nuevas posibilidades para la lucha por rearticular ese contexto. Los estudios culturales luchan activamente contra los hábitos académicos que permiten que cada vez más la teoría (ontología) defina de antemano sus diagnósticos de realidades empíricas y posibilidades políticas, como si uno pudiera estar seguro de la verdad y la utilidad de sus propios conceptos y supuestos teóricos. Las teorías pueden aparecer para garantizar sus análisis y, en ese proceso, excluir a quienes son escépticos sobre el punto de partida teórico, o quienes bien pueden optar por no entrar en el país de las maravillas conceptual. Por lo tanto, puede cerrar rápidamente la conversación o limitarla en formas demasiado predecibles. La teoría nos exime de responsabilidad con demasiada facilidad, nos dice de antemano lo que sabemos, o simplemente repite lo que queremos oír, en lugar de llevarnos a explorar lo que no sabemos y no esperamos. Los estudios culturales argumentan que la teoría sirve como un conjunto de herramientas que nos permite escuchar las preguntas realizadas, y comenzar a responderlas en formas que hacen visibles algunas cosas, incluyendo posibilidades; de lo contrario no vistas. Pero la figura de la caja de herramientas tal vez oscurece el hecho de que, como dijo Marx, “incluso las categorías más abstractas […] son […] ellas mismas producto de relaciones históricas y poseen toda su validez solo para y dentro de estas las relaciones” (citado en Hall [2003] 2010: 98). Los estudios culturales son construidos, en palabras de Hall, en “la articulación mutua del movimiento histórico y la reflexión teórica” (p. 100), la compleja relación de conceptos y contextos sociales. Esto no significa que los conceptos estén atados completamente a sus orígenes -lo cual iría en contradicción al supuesto de la contingencia- sino que para hacer uso de conceptos en otros contextos, estos “tienen que ser desenterrados con delicadeza de su arraigo histórico concreto y específico y trasplantados al nuevo suelo con mucho cuidado y paciencia” (Hall 1996: 413).
Fundamentalmente, los estudios culturales tratan de producir conocimiento útil que se pueda poner al servicio de la lucha política y los cambios históricos. Como en otras versiones de trabajo crítico, la lucha política y la imaginación a menudo van de la mano con la difícil tarea de producción de conocimiento, trabajo que en ocasiones puede contradecir nuestras suposiciones teóricas, hipótesis empíricas y estrategias políticas más preciadas. Pero no presupone la naturaleza de una relación, ni prescribe una normativa particular a la práctica de una relación, ya sea con la teoría, la investigación empírica, o la intervención estratégica y el activismo. Lo que sí propone es un objeto de estudio particular y único.
El objeto de los estudios culturales no es ninguno de los objetos habituales de las disciplinas, y tampoco es la cultura; son los contextos en sí mismos, pero también hacen una especificación adicional; toman una decisión política de operar en un determinado nivel de abstracción y eficacia, al que se refieren como coyunturas. Mientras que algunas personas usan la coyuntura para referirse simplemente a un contexto particular, los estudios culturales la utilizan para señalar su apuesta sobre qué clases de conocimientos y estrategias políticas podrían tener una mejor oportunidad de mover el mundo en direcciones más humanas. Siempre hay muchos niveles de contextos, muchas formas de comprensión y luchas, y no pretendo hacerlos ininteligibles o invisibles. Por el contrario, quiero hacer hincapié en que desde el punto de vista de los estudios culturales, todos los niveles de abstracción se caracterizan por sus propias formas específicas de complejidad y multiplicidad, por un lado, y por sus propias organizaciones o “estructuras de dominación” de esas complejidades. Cada nivel, desde el gran alcance de las épocas a lo concreto de las situaciones, tiene sus propias luchas políticas y posibilidades. Las coyunturas no se definen únicamente por eventos específicos o situaciones, por los límites espacio-temporales definitivos (localismos), ni por las extensiones más grandes de épocas que pueden prolongarse a través de los siglos, a menudo señalando grandes cambios en las estructuras fundamentales del poder. Pero una coyuntura tampoco es simplemente el hecho de la complejidad de una formación social.
El análisis coyuntural intenta mapear las multiplicidades y heterogeneidades temporales, espaciales y causales, así como las interacciones de múltiples determinaciones, las crisis, luchas y conspiraciones. Este mapeo es un acto creativo. En lugar de asumir que todas las piezas de alguna manera encajan perfectamente y que estas unidades pueden ser conocidas de antemano, se ve este tipo de articulaciones como el lugar de la práctica de la lucha de poder: el esfuerzo de crear relaciones y formas de organización (por ejemplo, de los conjuntos relacionales, formaciones discursivas, aparatos de poder y alianzas políticas específicas), capaces de ofrecer un nuevo “acuerdo”, un nuevo equilibrio temporal en los campos de fuerzas, una nueva comprensión del presente y posibilidades de futuro.
Una coyuntura describe una unidad compleja y articulada donde no preexiste una lucha política o trabajo intelectual, con grados de estabilidad específicos y cambiantes. Siempre es en sí misma una construcción de la articulación, desarticulación, rearticulación de las relaciones, que no es ni simplemente determinada por la agenda del analista ni está objetivamente a la espera de ser descubierta por un observador imparcial. Tiene que ser tallada como si fuera una configuración de fuerzas que produce un “lugar” temporal dentro de una geografía más complicada de lugares y espacios vinculados entre sí. Eso nunca está completamente cerrado o aislado ya que siempre hay líneas de conexión y determinación, cooperación y antagonismo, conectándola a través de geografías e historias más amplias.
Cada coyuntura lleva consigo una exterioridad que está operando dentro de sus espacios, siempre es localizable dentro de las configuraciones más grandes de coyunturas. Por lo tanto, el análisis coyuntural también nos obliga a mirar el equilibrio entre las fuerzas específicas a la coyuntura, las que se extienden a través coyunturas, y las que operan sólo a nivel local o situacional. En consecuencia, una coyuntura no puede definirse como un período histórico o un lugar geográfico específico, aunque estos pueden ser el resultado de los límites de nuestra capacidad para construir la coyuntura. De hecho, es la compleja articulación de los esfuerzos en el análisis político y transformación. Por lo tanto, pensar coyunturalmente no es lo mismo que pensar localmente; bien puede requerir que uno piense globalmente, pero al mismo tiempo, no es la negación de lo local, puesto que la cuestión es una cuestión política: ¿cómo se puede organizar la lucha política, y cómo puede uno mover a la gente de donde está para conseguir que piensen en lo global como una parte integral e inmediata de su vida?
Una coyuntura es una respuesta política y analítica para un período de relativa inestabilidad, no por una única o singular contradicción o lucha, sino por la articulación, la acumulación o condensación de múltiples luchas, contradicciones y vectores, con diferentes espacialidades y temporalidades, la fabricación de una “totalidad”, temporal, frágil y compleja, sin una unidad simple o identidad. Estas contradicciones, en su conjunto, interrumpen o desestabilizan las estructuras que se dan por sentado de la identidad y la estabilidad, creando un sentido de crisis social (aunque si las múltiples crisis se funden en un solo momento es en sí mismo parte de la historia coyuntural), a menudo se experimenta como una especie de interrupción o perturbación histórica, un cambio de la textura y el ritmo de la vida cotidiana, marcado por la aparición de nuevos conjuntos de relaciones. Esta sensación de inestabilidad social e incertidumbre lleva a una buscar asentamientos, nuevas estructuras y recursos que podrían ofrecer algún tipo de resolución. Cómo se desarrolla esta historia coyuntural es, en consecuencia, nunca garantizado de antemano; su cumplimiento específico no es nunca necesario. La coyuntura es lo que David Scott (2004) llama “un espacio problemático”, plantea sus propias preguntas y demandas. Fallar en entender el espacio problemático -aunque puede haber más de uno que pueda ser escuchado o visibilizado- es no entender lo que sucede y, por tanto, dejar de abrir posibilidades políticas viables. O en otros términos, una coyuntura es el intento de “representar” y re-articular una “crisis orgánica”.
Por lo tanto, los estudios culturales no se ofrecen a sí mismos o a su práctica de contextualismo radical como una nueva práctica universal, sino como una intervención estratégica, operando a lo que se necesita para ser un nivel de abstracción política importante, al interior de una crisis orgánica. Es un proyecto auto-reflexivo en la medida en que se considera a sí mismo como una respuesta contextual específica a la complejidad. No es la complejidad o la contingencia la que los convoca a la existencia, sino las formas específicas de la complejidad y la contingencia de estos “tiempos oscuros” (Arendt 1970). Una vez más, los estudios culturales son una respuesta a la aparición de una “crisis orgánica” y, en particular, a la crisis orgánica que comenzó a tomar forma después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, los estudios culturales se imaginan la posibilidad de su propia muerte, en un momento en que su proyecto particular de contextualismo radical, cuando sus prácticas particulares de rigor, autoridad y provisionalidad podrían no ser, estratégicamente, la manera más útil de contar mejores historias.
En parte, ese esfuerzo se define por un sentido diferente de la autoridad y la verdad. Los estudios culturales aceptan que fallarán siempre en comprender la totalidad indefinible, por lo que ofrecer conclusiones es siempre una tarea arriesgada, pero la necesidad política de responder las preguntas formuladas por el espacio problemático para hacer frente a la crisis orgánica, como mejor se puede, exige que uno no renuncie a toda autoridad, que uno no abandone el esfuerzo para contar una historia mejor. Sin embargo, los propios análisis son siempre provisionales, siempre incompletos, ofrecidos sin certeza, sin lo que Stuart Hall una vez llamó “el consuelo del cierre” (1996: 138). Es cierto que la visión de los estudios culturales que he ofrecido es la de un proyecto, una imaginación del trabajo intelectual; tal vez nunca se haya realizado plenamente pero eso no le resta valor al esfuerzo. Por otra parte, el proyecto no dicta de antemano cómo podría llevarse a cabo en cualquier contexto específico. Es decir, la formación específica de los estudios culturales depende en parte de las formas particulares en que el espacio problemático se exprese, las maneras en las que llama a la vida al análisis coyuntural y a la política, así como en los recursos intelectuales y políticos que están disponibles para él.[2]
Los estudios culturales son un trabajo duro, probablemente no es lo mejor pensarlos como una tarea para un solo intelectual aislado o una comunidad de acuerdo y experiencia común (aunque dado el estado de la academia, esta es a menudo la forma en que parece estar siendo realizado). Como ya he dicho, hay muchas maneras de hacerlos, y cuál es la que más probablemente produzca el tipo de entendimientos útiles que uno busca depende en parte de la variación contextual particular de la coyuntura que uno escoge. Pero quiero al menos tratar de ofrecer un sentido de algunas de las formas en las que los estudios culturales podrían alentar maneras de experimentación intelectual: pienso en tales experimentos como modos de mapear una coyuntura, mirando a través de los mapas para ver sus relaciones, así como articular los esfuerzos propios con aquellos de los demás involucrados en la conversación. Pienso en esos mapas como mega-rompecabezas sin la imagen que te permite saber lo que estás tratando de volver a montar. Cada pieza es probable que cambie tu sentido de lo que está pasando, y cada pieza añadida puede modificar el significado de todas las otras piezas. Por lo que el rompecabezas está en constante cambio, re-haciéndose constantemente. Ahora habría que imaginar, en última instancia, un rompecabezas multi-dimensional, para tener un cierto sentido de la tarea a la que nos enfrentamos. Mientras más ricos sean nuestros esfuerzos, mientras construyamos y relacionemos más mapas, mejor será nuestra comprensión de la coyuntura y la imaginación de sus posible transformaciones.
Quiero identificar algunos de los mapas que pueden ser ensamblados por el bien del análisis coyuntural, y quiero ampliar las posibilidades más allá de las prácticas de la izquierda intelectual que se dan por sentado, así como reconocer el impacto de otros proyectos político-teóricos, incluyendo los nuevos materialismos y el giro ontológico. En primer lugar, se puede construir lo que podría llamarse un mapa estructural-materialista de las estructuras de y las relaciones entre las instancias o dimensiones políticas, económicas, culturales y sociales. Esto es tal vez con lo que nos sentimos más a gusto, aunque es probable que cada uno de nosotros se mantenga dentro de los cómodos confines de nuestros propios objetos disciplinares -el resultado de cortar algún subconjunto de las relaciones y objetivar una realidad en y de sí misma, a menudo empujando la autonomía relativa de cada instancia en la ilusión de autonomía absoluta- e incluso de nuestros propios compromisos teóricos y metodológicos en la disciplina.
Con demasiada frecuencia, los intelectuales formados en la disciplina asumen que pueden simplemente añadir estos conocimientos disciplinarios y llegar a una totalidad interdisciplinaria que es mayor que la suma de sus partes. Necesitamos tomar más en serio los retos de la interdisciplinariedad, no solo en términos de una conversación entre las disciplinas, sino también como un requisito previo para tal conversación. Es decir, cada disciplina tiene que convertirse en una formación interdisciplinar en su propio derecho, volver a insertar su objeto en la complejidad de las relaciones en las que está incrustado, a fin de que haya una realidad común como base de nuestra conversación interdisciplinaria. Si cada dimensión tiene sus propias prácticas, lógicas y temporalidad, también es el caso de que al ser articuladas juntas, cada una proporcione condiciones y resistencias a los otras, cada una en parte construye y deconstruye las otras. ¡Trabajo duro de verdad! Por ejemplo, en lugar de pensar la política en términos de una diferencia preconstituida entre bloques gobernantes, burocracias y “el pueblo”, podríamos empezar a pensar en ello como una amplia gama de aparatos de gobierno, incluyendo los biopolíticos (disciplina, normalización, titulación), culturales (ideológico, afectivo), subjetivantes, organizacionales, diferenciadores y violentos, así como una serie de aparatos contraorganizacionales de resistencia, cooperación y escape.
No se supone que los estudios culturales sean fáciles, y casi siempre contradicen las costumbres de la academia. Depende de ver la producción de conocimiento como una conversación heterogénea en curso. Esta conversación debe ser más amplia que los estudios culturales, incluso más amplia que la academia. Esto tiene que involucrar a los intelectuales a través de una vasta gama de instituciones, así como a activistas, educadores y trabajadores de la cultura. Probablemente tiene que involucrar a las personas que están, por el momento, inseguros de dónde quieren localizarse a sí mismos en el espacio entre el status quo y las posibilidades de transformación. Tiene que ser histórico y espacial -tanto en términos de su contexto particular, como en términos de la distribución de las relaciones constitutivas del contexto –incluso mientras reconoce numerosas formas de especialización[3] y temporalidad. Tiene que hablar muchos idiomas, hacer muchas preguntas y abrazar muchas respuestas, todo al tiempo que va buscando las maneras organizarlos, para ver los puntos en común a través de las diferencias, mientras se niega a subsumir o subordinar las diferencias con respecto a los puntos en común. Los estudios culturales son un trabajo arriesgado, tanto en términos de sus resultados y de los sistemas de premios académicos. Pero al mismo tiempo, el trabajo interesante e importante -ya sea intelectual o políticosiempre lo es. Es posible si nos acercamos a ellos con pasión y rigor, con generosidad y humildad, tomándolos como siempre significativos e inevitablemente provisionales.
Desde mi propia posición como intelectual (con suerte) abordando a otros intelectuales políticamente simpáticos e intelectuales simpáticos de izquierda, creo que nos enfrentamos a una tarea urgente de transformar las prácticas - y las instituciones- de producción de conocimiento. Esta no es una tarea que sólo le concierne a la universidad, sino que no podemos darnos el lujo de abandonar las posibilidades imaginativas de la universidad. La lucha para reinventar la universidad en maneras que nos permitan abordar (y responder) las crisis de conocimientos, que reconstruyan los términos de valoración de la institución, que abracen la legitimidad de las muchas formas de conocimiento, que actúen y hagan visible la naturaleza de la conversación continua del conocimiento mismo, y que reconozcan la responsabilidad política del intelectual: esto es tan importante como cualquier otra lucha que enfrentemos.
Referencias
Arendt, Hannah. 1970. Men in Dark Times. Mariner Books.
Grossberg, Lawrence. 2014. Cultural Studies and Deleuze-Guattari, Part 1. Cultural Studies (28): 1-28.
_______. 2012. Estudios culturales en tiempo futuro: cómo es el trabajo intelectual que requiere el mundo de hoy. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Grossberg, Lawrence, Carey Hardin and Michael Palm. 2014. Contributions to a conjunctural theory of value. Rethinking Marxism 26 (3): 306-335.
Hall, Stuart. 2010 [2003]. “Notas de Marx sobre el método: una ‘lectura’ de la Introducción de 1857”. En: Stuart Hall, Sin garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios culturales. pp. 95-131. Popayán-Lima-Quito: Envión Editores-IEP- Instituto Pensar-Universidad Andina Simón Bolívar.
_______. 1996. Critical Dialogues in Cultural Studies. Routledge.
Scott, David. 2004. Conscripts of Modernity. Duke University Press.
Notas
Notas de autor