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Mestizaje y petróleo: Las deudas culturales e institucionales en el reconocimiento de la afrovenezolanidad
Intervenciones en estudios culturales, vol.. 3, núm. 4, 2017
Pontificia Universidad Javeriana

Artículos



Resumen: En Venezuela hay pardos, morenos, pero nunca negros: “aquí todos somos café con leche”. A lo largo del texto analizaré la relación existente entre la construcción del Estado petrolero y la consolidación de un discurso integracionista del mestizaje, así como de la venezolanidad, que olvida progresivamente las desigualdades bajo una idea, si se quiere, extractivista y redistribucionista de la nación. Es necesario problematizar el mestizaje como ideología de armonía e igualdad en el pueblo, de modo que, cuestionando el discurso de “democracia racial” imperante durante el sistema bipartidista del siglo XX, trataré de explorar su impacto en la actualidad, así como su deterioro hasta la consolidación de la propuesta multiétnica y pluricultural llevada adelante por Hugo Chávez y su movimiento a partir del Socialismo del siglo XXI. Es necesario develar las prácticas racistas que prevalecen en ambas, siendo la primera un esfuerzo por desdibujar la diferencia a través de una visión inclusiva, mestiza y homogénea de una sociedad, así como la segunda una iniciativa incompleta que, a nivel institucional excluye sistemáticamente la afro-descendencia nacional, privilegiando la herencia indígena, pero que además rompe el ideal armónico de la democracia racial “mestiza” al inaugurar un discurso de polarización política racializada, donde se quiere asociar al chavismo a lo negro, lo indio, lo popular, construyendo al antichavismo como blanco, europeo y xenófobo.

Palabras clave: afrovenezolanxs, democracia racial, racismo, nación petrolera, chavismo.

Consideraciones iniciales

Al igual que otros gobiernos progresistas que llegaban al poder durante la década de los 90 en América Latina, el chavismo se propuso refundar moral y éticamente la nación, basándose en el descontento de una serie de políticas neoliberales que habían empobrecido y desposeído a las minorías históricas del país; la nueva Constitución de 1999 ha propuesto reconocer el carácter multiétnico y pluricultural del Estado, así como el respeto a la diversidad y reconocimiento de la interculturalidad como principio rector en todos los órdenes (Preámbulo Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, CRBV en adelante, 1999).

En esta nueva Venezuela bolivariana los pueblos indígenas alcanzan una histórica participación constitucional, pues como está consignado en los artículos 119 al 126, se les reconoce derechos de territorialidad, de propiedad colectiva sobre la tierra, de jurisdicción, de acceso a la educación intercultural y, entre otros, de participación política. A diferencia de países vecinos como Nicaragua, Brasil, Colombia o Ecuador, la población afro ha permanecido en la ilegibilidad, no logrando ser reconocida como parte de la diversidad étnica del país, esto último puede no resultar sorprendente al considerar que lxs descendientes de africanxs en Venezuela desaparecieron jurídicamente a partir de la abolición de la esclavitud en 1854 y ello continúa así hasta el día de hoy.

A lo largo de todo el marco institucional que fue soportando el surgimiento del Estado nación, la presencia negra fue invisibilizada, borrada y cuando aparecía, fue confinada a un distante pasado colonial donde su presencia, siempre secundaria, se redujo a la formación de la sociedad esclavista y, posteriormente, su participación en las luchas independentistas. Poco a poco, con la llegada del Estado “moderno”, el mito de la integración racial basado en una temprana historia de mestizaje que se remonta al siglo XVI, sirvió para construir un imaginario de homogeneidad de lo racial que olvida progresivamente las diferencias, en particular de la herencia afrodescendiente.

Construyendo la nación mestiza

Ahora bien, el borramiento que ha querido imponerse desde el plano institucionalhasta el imaginario popular es completamente virtual. Se calcula que cerca de780.000 personas habitaban el territorio venezolano después de que la gesta independentista culminó en 1810, aproximadamente el 45 por ciento de estas personas pertenecía a una de las castas o pardos -grupos multirraciales que incluían mestizos, mulatos, zambos, entre otras- cuya marca era la posesión de rastros de ascendencia africana. Aunado a esto, los negros esclavos constituían el 15 por ciento de la población total, de tal forma que al final de la esa colonial, cerca del 60 por ciento de los llamados venezolanos poseía orígenes africanos con una sustancial influencia aborigen; la población india constituía un 15 por ciento del total de habitantes (Wright 1993).

De forma similar, durante el siglo XIX en ausencia de un gobierno centralizado, la figura de los caudillos jugó un papel vital en la configuración política del territorio; en ese contexto que basaba su poderío en el valor militar, la raza no jugaba un papel importante en la selección de los liderazgos donde, dependiendo de la región, los cabecillas podían variar en una múltiple gama de colores. Sin embargo, a partir de 1890, las élites liberales –políticos e intelectuales—que empezaban a vislumbrar sus proyectos de Estado desde la capital, imponían ideas latentes concernientes a la raza. Así, durante las dictaduras centralistas que prevalecieron a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se inició una campaña de blanqueamiento de la población: la producción literaria, política e intelectual en general lamentaba la falta de blancos, así como atribuía la inestabilidad y el estancamiento económico a la presencia predominante de población racialmente mixta (Wright 1993).

Jesús María Herrera Salas (2004) señala cómo durante ese período los gobernantes y sus ideólogos positivistas atribuían como causa a los males del país al hecho de poseer una población golpeada por las constantes mezclas entre blancos, indios y negros, razón que lleva a un buen número de gobernantes, entre ellos, Guzmán Blanco -siglo XIX–; López Contreras -siglo XX–; y Pérez Jiménez -mitad del siglo XX–, a impulsar la migración europea a gran escala y la restricción de la migración negra o de cualquier minoría étnica.

De hecho, hasta inicios del siglo XX no se permitía el ingreso al país de personas cuyo origen no fuese europeo. Ya desde 1840 se excluía, por primera vez, a los “perjudiciales al país” sin exponer concretamente que se entendía por perjudiciales2 (Schwarz 2012), siendo revisada y ampliada en la ley de inmigración y colonización de 1912-1918 que estipulaba: “No serán aceptados como inmigrantes ni tendrán derecho a los beneficios concebidos por la presente Ley: 1. Los individuos que no sean de raza europea [en 1918: “o insulares de raza amarilla del hemisferio Norte]”(“Ley de inmigración y colonización, en Schwarz 2012:54)

Pese a esto, la muerte de Juan Vicente Gómez, el último caudillo, los asomos de las luchas democráticas, así como el cambio del modelo productivo del país que empezaba a asomarse en los años treinta, trajeron consigo un incremento sin precedentes de los montos en los ingresos fiscales y el surgimiento propiamente del Estado nacional, cuyo poder se empezaba a reflejar en la mejor distribución del gasto público; el impacto en la estructura social y cultural venezolana fue inmediata. Las consecuencias destructivas que el modelo petrolero tuvo en la agricultura de exportación acentuó la migración del campo a la ciudad, así como el aumento de ingresos masificó los procesos sociales que dan acceso a la educación, a la salud y en general, a la movilidad social.

La época representa muchos logros de libertades públicas, la Constitución de Venezuela de 1947 garantiza por primera vez en la democracia venezolana el voto universal, directo y secreto; el voto femenino y de analfabetos, la masificación de la educación básica y un sistema público de salud; facilidades para la naturalización de migración latinoamericana, española y caribeña. Paralelamente, el surgimiento de múltiples medios de comunicación que proporcionaban acceso a la información; así como la consolidación del sistema de partidos (Bolívar et al. 2007). En conjunto estos factores contribuyeron a fortalecer el sentimiento igualitario de que las oportunidades no eran exclusivas de los blancos: nacía en el imaginario político y social el valor de la democracia racial.

Si bien no se alteran completamente la relación clase-raza heredada desde la colonia, la alta movilidad social modificó la estructura de clases de forma significativa a lo largo del siglo XX. La movilidad territorial que promueve la industria petrolera (o consecuentemente la de la construcción), facilita la integración y el mestizaje, así como el ascenso social de negros e indígenas a partir del momento en que pueden acceder a mejores empleos y a la educación propia y la de sus hijos.

Asimismo, en este sistema de democracia racial donde la movilidad es posible, para el imaginario blanco/mestizo, la vestimenta, la educación, el lenguaje, la posición social y la acumulación de la riqueza se combinaban para hacer a un individuo más blanco en el contexto social. De acuerdo a tal lógica, podría negarse el racismo al argüir que la discriminación se daba en contra de los individuos solo por razones económicas, no aceptando o no queriendo a los “negros” porque mayormente vivían en la pobreza. Por su parte, los afrovenezolanos que habían logrado con éxito posicionarse socialmente tendían a romper su pasado negro y asumían exactamente la misma actitud, así como las normas de la sociedad blanco/mestiza en la que habían sido admitidos.

De modo que, aunque en la temprana República los líderes fundacionales del país variaban en su mayoría entre pardos, negros e indios, las élites culturales se esforzaron por borrar las huellas africanas de la demografía nacional, pretendiendo siempre parecer una nación europeizada. Igualmente, durante el siglo XX las contribuciones históricas y culturales negras fueron menospreciadas, tergiversadas e ignoradas en el discurso oficial sobre el autorretrato del pueblo. Su evidencia más notable, señala Jun Ishibashi, se encuentra en la historia contada desde los textos escolares; este autor resalta uno de los años 90 en el cuál los “negros” son referidos de la siguiente manera: “fueron traídos del continente africano en calidad de esclavos. Desempeñaron los trabajos más duros y pesados. Este grupo socialmente no tuvo importancia” (Anónimo en Ishibashi 2007: 27).3

Sólo a partir de la década del 40 inició un interés desde la academia por descubrir la cultura afro en Venezuela como parte esencial de nuestro “folclore”, en consecuencia, en la actualidad la música popular afrovenezolana es ampliamente difundida desde los medios y desde la escuela. Así, en la celebración de carnaval todxs nos hemos disfrazamos de negritxs y sabemos bailar tambores, pero poco sabemos de las luchas contra el racismo.

Por otro lado, diferentes autores se refieren a un racismo que, a diferencia de naciones como Estados Unidos de América o Surafrica, se manifiesta como una práctica individual y no colectiva. W. Wright (1993) afirma que si bien es palpable el asunto de la discriminación racial en ambas naciones; en el imaginario estadounidense una gota de sangre hace a un individuo negro a los ojos de las élites dominantes blancas. En Venezuela, el ideario del mestizaje convierte a todos en morenos, con sangre afrodescendiente, india y blanca siempre latente, donde solo la piel realmente oscura, cuyos rasgos y facciones no pueden ser negadas, es lo propiamente negro. En este sentido, es el color y no la sangre lo que genera prejuicios. En una lógica si se quiere inversa a la anglosajona, una gota de sangre africana no hace a nadie negro, pero una gota de sangre blanca hace a un individuo menos negro, racialmente superior. Así, negros y mulatos pasan a ser pardos y morenos.

Más aún, resulta evidente cómo la categoría Morenx, así como su lugar en la interpretación racial de una sociedad que quiere relatarse menos negra, o tal vez más mestiza, resulta de la asimilación de una homogeneidad que hace sus cerramientos en forma de apuestas políticas: menos negrxs y más morenxs. Salvo las veces en las que le toca cruzarse con un guajiro (no cabe duda de que en Venezuela efectivamente hay racismo y está especialmente articulado en el imaginario del indio), el venezolano promedio vivirá su vida asumiéndose y a los demás como morenxs ¿qué es un morenx? Alguien ni tan negro ni tan catire4 que, aunque se acercase demasiado a cualquiera de esos dos extremos, siempre hay un antepasado del color opuesto que da cuenta de su mestizaje. Esa “democracia racial” que Dinorah Castro de Guerra y María Suárez (2010) señalan, ha venido perfeccionándose como discurso hasta llegar al siglo XXI y según éste, el color de la piel no es razón para que existan prejuicios o discriminación entre los venezolanos. La práctica de la democracia racial asume que Venezuela es un país de blancos, catires, morenos o pardos, trigueños, negros e indios; que no existen dicotomías o tipologías tajantes para diferenciar a las personas, porque el color de la piel presenta una infinita variedad de matices que se aclaran o se oscurecen en una gama multicolor.

Pienso en cómo fue posible que esa amorfa gama multicolor se cohesionase en una idea de Venezuela, ¿cómo esos blancos, catires, morenos o pardos, trigueños, negros e indios se pusieron de acuerdo en que eran venezolanos? La pregunta, por cierto, interpela a muchos procesos en la conformación de los Estados nacionales en América Latina, cuya experiencia de la modernidad está profundamente atravesada por la organización colonial del mundo impuesta por Europa que, así como absorbe la totalidad del tiempo y el espacio en una narrativa universal que subordina a todas las culturas, pueblos y territorios del planeta (Lander 2000), impone un modelo de Estado capitalista presente tanto en las sociedades “avanzadas” como en las periféricas que se presenta como la culminación de autonomía, independencia y autodeterminación, pero a la luz de la relación entre la formación global de los Estados y del capitalismo, vemos que todos los Estados nacionales se constituyen como mediadores de un orden que es simultáneamente nacional e internacional, político, racial y territorial (Coronil 2002).

Castro de Guerra y Suárez (2010) señalan cómo el pensamiento de venezolanos notables, desde Simón Bolívar hasta Arturo Uslar Pietri5, contribuyó a forjar una asimilación del mestizaje que se fundamenta en una idea reiterada: Venezuela es parda en la piel, parda en la mente y en la vida social, los venezolanos son un nuevo tiempo, una construcción novedosa y única en el contexto latinoamericano -pues, además, su pionera gesta independentista la precede–.

Uslar Pietri, muy a modo de la raza cósmica de Vasconcelos, sostiene que ese magno encuentro entre colonizadores españoles, aborígenes y africanos dio origen a un nuevo rumbo, un nuevo hecho que atraviesa los ámbitos de la cultura y la ideología: los venezolanos son representantes de un mestizaje único porque pertenecen a la civilización occidental y al Tercer Mundo, porque tienen vínculos naturales con África y Asia, supone entonces que Venezuela en el siglo XXI es resultado de un mestizaje que favorece el intercambio en todos los órdenes de la vida y que históricamente el país ha llegado a un punto de equilibrio después de siglos de cruces (Castro de Guerra y Suárez 2010).

Ahora bien, la selección de esos dos “notables” pensadores no es del todo casual, pues si bien es cierto que el mito fundacional descansa en la figura de Simón Bolívar como padre y su pensamiento espíritu y origen del Estado nación, también lo es la relación constitutiva que existe entre la transformación de Venezuela en nación petrolera y el surgimiento del Estado como cuerpo político unificado y moderno, en el pasado un frágil tejido crónicamente afectado por caudillos regionales.

Coronil (2002) resalta la forma cómo el liberalismo rentista que fundaba la industria petrolera fundió los ideales liberales originales de los padres de la patria y su concepción comunitaria de república, con los ideales liberales transfigurados de esos actores sociales que imaginaban la Venezuela moderna como una colectividad de ciudadanos unidos por el vínculo común con el cuerpo natural de su patria. Con el manto de Bolívar arropando a Venezuela, “compartir” el poder social empezaba a significar compartir entre los ciudadanos de la misma tierra los derechos políticos y la riqueza petrolera. Por inverosímil que pueda resultar, una mercancía se presenta como identidad de una comunidad nacional, lo resaltante es cuan común es identificar a una nación neocolonial con su producto principal de exportación y cómo esto es naturalizado al punto que ciertas mercancías llegan a determinar todo el aparato productivo y las relaciones sociales de una nación.

Más aún, es sorprendente que aunque el ensamblaje entre nación y petróleo se produjo recientemente -en la décadade 1930– haya alcanzado, como lo sñala Coronil (2002), una realidad atemporal e inmemorial, en un proceso similar de olvido o “amnesia nacionalista” que envuelve todos los ámbitos de la sociedad venezolana y produce un discurso que exalta una economía homogéneizante de lo racial: como en Uslar Pietri hemos visto, existe una estrecha relación entre el surgimiento del petro Estado y la consolidación de un discurso integracionista del mestizaje. El Estado venezolano llegó a poseer tanto el monopolio de la violencia política como el de la riqueza natural y, en ese sentido, el venezolano se ha construido como una fuerza cohesiva, racialmente unificada a través de la producción de fantasías de integración colectiva en instituciones políticas centralizadas.

La falsa nación multiétnica y pluricultural

Es posible que, debido a lo expuesto hasta ahora, no exista una conciencia colectiva de los afrovenezolanos como grupo étnico-racial; tampoco un reconocimiento político-institucional de los mismos; ni que se hayan desarrollado, de un modo visible, los movimientos cívicos de esas minorías que denuncien el racismo.

De hecho, por primera vez en la historia, en el 2011 se incluyó en un censo nacional de población la variable afrodescendiente (las comunidades indígenas fueron incluídas por primera vez en el censo de 1982), aunque como señala Blas Regnault (2005), anteriormente y de formas poco ortodoxas desde el punto de vista estadístico, se utilizó el Censo General de Población 2001 para seleccionar 10 municipios donde se creía, sin base estadística alguna, había concentración de población afrodescendiente, esto de acuerdo a información provista por miembros de la Red de Organizaciones Afrovenezolanas, según la coincidencia de los siguientes tres criterios (i) el criterio fenotípico: alta presencia de población con rasgos “negroides”; (ii) Criterio histórico: antiguos enclaves negros y (iii) criterio cultural: sobrevivencia de tradiciones musicales de ancestría africana.

De vuelta al censo realizado en 2011 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), cuando se les preguntó a las personas acerca de su origen étnico-racial, un 42,2% dijo ser Blancx, con un 49,9% identificándose como Morenx, un 2,8% como Negrx, el 2,7% como Indígena y tan solo un 0,7 dijo ser afrodescendiente. El panorama planteado por esta consulta hace surgir no pocas preguntas: ¿cómo es posible que solo menos del 3 por ciento de la población reconociera su pertenencia a los pueblos indígenas?, ¿a qué lógica obedece que se conserven dentro del cuestionario tanto la categoría racializada como “la políticamente correcta” de negro afrodescendiente?. Más aún, ¿qué es exactamente eso de morenx? dónde puede localizarse en el discurso del mestizaje esa difusa categoría de moreno, en la que se ubica la mitad de Venezuela. Una indagación posterior en el Informe sobre el Censo Nacional 2011 me confirmó que, precisamente, Morena/Moreno: “Es toda persona cuyas características fenotípicas son menos marcadas o pronunciadas que de la persona definida como negra o negro. Es un término que en algunos contextos puede ser utilizado para suavizar las implicaciones discriminatorias que conlleva ser una persona negra.” (p. 66)

Es notable lo problemático que resultan los censos de 2001 y 2011 a nivel material y discursivo en el tratamiento de la raza y el racismo. Ambos esfuerzos, a propósito, dentro del marco de la nueva constitución de 1999 llevada adelante por Hugo Chávez que además de renombrar la República6, se propone reconocer el carácter multiétnico y prulicultural del Estado, así como el respeto a la diversidad y reconocimiento de la interculturalidad como principio rector en todos los órdenes.

Por un lado, bien lo señala Regnault (2005), con la débil base empírica de la selección hecha en el censo de 2001, no puede inferirse que los resultados de esos municipios puedan ser expandidos como condición de toda la población negra de Venezuela, municipios que, entre otros, formaban parte de comunidades donde tradicionalmente hubo comunidades negras desde la colonia. En este sentido y muy en estrecha relación con la cuestión del reconocimiento a las poblaciones indígenas iniciado en 1982, en el censo de 1992 se introduce el autoreconocimiento étnico que, como forma de recopilar información, considera que en la definición de las identidades intervienen diversos factores que no solamente están ligados al idioma de un grupo, sino también al proceso de enculturación que atraviesa todo ser humano desde que nace en una cultura específica. Además, dicho grupo no necesariamente está restringido a las comunidades específicas, sino que suele ser parte de los procesos migratorios que ha atravesado el país en las últimas décadas, es decir, no se encuentra únicamente en los asentamientos tradicionales, sino que reside también en áreas urbanas.7

Como parte de un censo que busca reconocer la diversidad, parece no solocontravenir su propósito, sino reforzar la problemática que aborda: la invisibilización histórica de la diversidad étnico- racial en Venezuela: vemos que una vez hecha la pregunta del autoreconocimiento (indígena) en 1992, la misma no se hace extensiva a la comunidades negras hasta 2011, donde de forma literalmente dispersa se plantea la cuestión afro en tres categorías: morenx, negrx, afrodescendiente. Sin defender en modo alguno cualquier esencialismo de que las categorías étnico raciales sean mutuamente excluyentes (o se es negro o se es indio, no los dos), me niego también a pensar que las distintas dimensiones políticas de una misma categoría también lo sean. Es decir, que si yo soy una morena venezolana y mi mamá de es de Bobures, pero en mi casa mi papá me dice negrita, yo tengo que ubicarme en una de esas tres para determinar (y jerarquizar) mi negritud. Y es que, de hecho, hubo muchos inconvenientes para los empadronadores del censo de 2011, derivados de lo que fue la formulación de la pregunta numero siete (7) referida al auto reconocimiento, al no haberse hecho correctamente en muchísimos casos la consulta correspondiente.8

A pesar de ello, no cabe duda de que Hugo Chávez buscó, sin ningún precedente dar luz y reconocimiento a las minorías históricamente marginadas de la historia venezolana. En sus discursos no sólo realzaba su “autenticidad” ligada a la figura del pueblo, proclamando su herencia negra, india y campesina, sino que inauguró un debate político que pretende polarizar a la sociedad en términos raciales, a modo de proclamar reivindicaciones históricas respecto a esas minorías. Tal postura calaría profundamente e impulsaría las reformas constitucionales de las que hablamos al principio. Ishibashi (2007) destaca cómo la práctica racista comúnmente observada en Venezuela no había aparecido en forma agresiva y colectiva entre unos contra otros, resulta un fenómeno novedoso inaugurado en el contexto de emergencia del chavismo donde se busca diferenciar un grupo social del otro por el índice racializado. En el marco de tal polarización, la oposición manifiesta su desprecio a Chávez y sus seguidores utilizando expresiones como “analfabetos”, “pobres”, “monos”, “indios”, “ignorantes”.

Sin embargo, es una falacia querer presentar tal realidad, puesto que la fisonomía de un grupo y de otro es completamente multiforme: existen miles de antichavistas de fisonomía india o africana, así como chavistas de tez clara o blanca. De hecho, en una indagación socio-demográfica sobre los seguidores de Chávez y la oposición realizada por Friederich Welsch y Gabriel Reyes (2006), no se encontró una diferencia marcada entre ambos grupos respecto al estrato social, a nivel de educación, ni a la conciencia racial-étnica subjetiva. El discurso que categoriza a los chavistas como negros e indios y a los opositores como blancos es producto de una intención de acaparar la opinión pública a favor de uno u otro bando (Ishibashi 2007).

Es aún más lamentable que, cuando Chávez fue reelecto en 2007 para un segundo período y manifiesta la necesidad de avanzar y acelerar la marcha al “Socialismo del siglo XXI” proponiendo una reforma constitucional, ninguno de los puntos planteados por la Red de Organizaciones Afrodescendientes (ROA) sobre las tierras, espiritualidad e incorporación curricular de lo afro, así como acciones para combatir el racismo institucional fueron tomados en cuenta. De modo que, aunque no fue aprobada, la modificación constitucional volvía a dejar ausentes a los afrodescendientes como sujetos activos de la sociedad venezolana.

Asimismo, Ishibashi (2007) devela una importante economía que podría explicar el propio racismo implícito en el no reconocimiento constitucional de las poblaciones afrodescendientes desde el chavismo. Ya que en esa historia de marginación las mayores poblaciones de ascendencia africana se encuentra en los barrios y comunidades urbanas excluidas, así como teniendo en cuenta que las clases populares son precisamente la base más sólida que soporta al gobierno bolivariano y que son atendidas a través de los programas sociales conocidos como “Misiones” con la inyección directa de los recursos provenientes del ingreso petrolero, podría decirse que la identidad política “barrio-chavista” permanece firme. En cambio, la población negra en Venezuela nunca se ha contabilizado en forma de censo y, como vimos anteriormente, el único esfuerzo realizado fue por decir lo poco, confuso y paupérrimo, dar paso a la conformación de una identidad política afrodescendiente en Venezuela es un juego sin retorno político-electoral visible.

Aunque el chavismo proclame una revolución democrática que presuntamente privilegia el desarrollo humano y social de las clases populares, no ha alcanzado a priorizar una visión crítica sobre la relación entre racismo y estratificación socioeconómica de las minorías, de hecho, parece contribuir a intensificarla. La constatación de que esas minorías permanecen en el estrato más bajo de la sociedad, generación tras generación, es la prueba de la permanencia de una estructura racista y oligopólica de privilegios y limitación del ascenso social.

Por otro lado, bien lo exponía Svampa (2011), el Estado suele no tener un interés en reconocer las luchas sociales cuando las mismas contravienen los intereses trasnacionales. Así como en el caso de los gobiernos progresistas del cono sur, del cual Chávez fue por mucho tiempo rostro y benefactor el Estado puede inclinarse a la defensa de las minorías, no cabe duda de que en Venezuela nos encontramos ante un caso paradójico que demanda repensarse los anteriores postulados. ¿Qué pasa cuando el Estado desplaza a las trasnacionales y se convierte en el principal extractivista?, en este caso lo hace en nombre de las reivindicaciones sociales y de la lucha por “democratizar” los ingresos de la renta, por dar al pueblo, lo que es del pueblo.

Sin embargo, al igual que para los gobiernos redistribucioncitas que lo antecedieron, el pueblo es visto como una masa amorfa cuyas diferencias étnico- raciales son negadas en nombre del renacimiento de la lucha de clases, una lucha que además se resignifica e introduce el tema de la raza en el debate público, pero curiosamente no introduce dichas diferencias en el plano institucional.

Las políticas públicas que la nueva constitución inauguraba para las comunidades indígenas nunca llegaron, letra muerta, pero al menos letra, en el caso de las comunidades afro las reivindicaciones nunca llegaron, ni siquiera el anhelado reconocimiento. La promesa de la “Misión”, la más conocida de ellas “Barrio Adentro” es, como el nombre señala, una invitación a permanecer en el barrio, en la masa, a la espera de que el mesías deposite la pensión, curiosamente la renta no solo alcanza para eso, sino para financiar a todos los gobiernos “progresistas” del bloque: Bolivia, Ecuador, Uruguay, Nicaragua, Argentina, Cuba, la lista sigue y sigue, pero eso sí, como dijo un distinguidísimo ministro chavista “no vamos a sacarlos de la pobreza para que se vuelvan escuálidos”9.

Recientemente, el sucesor del proyecto, Nicolás Maduro anunciaba de forma descarada el final de la V República instaurada por Chávez convocando la elaboración de una nueva Carta Magna: “Será una constituyente ciudadana y chavista en la que no participarán las viejas estructuras de los partidos políticos”10 en lugar de ellos, será ideada por 500 delegados, de los cuales únicamente la mitad será elegida a través del voto universal, directo y secreto, los 250 se escogerán de entre beneficiarios las misiones: pensionados, jóvenes, madres e indígenas… en sus intentos últimos intentos por cobrar la ficha de la dádiva rentista a sus seguidores y mantener a flote la moribunda Revolución Bolivariana, el chavismo olvida nuevamente la descendencia afro que su máximo líder tanto se esforzó por auto-mostrar, así como la suprime políticamente y le niega a ese grupo tan históricamente presente formas de imaginar o transformar la ciudadanía.

Finalmente, no se trata de despreciar a unos anhelando un pasado mejor, pues lo cierto es que la invisibilización de las minorías es un constructo histórico tan inmemorial y aparentemente tan atemporal como el Estado petrolero. Y aunque no es sorprendente que las desigualdades permanezcan, si lo es el hecho de que el imaginario y la institución se nieguen a reconocer, aún para este siglo, la ascendencia y la herencia afro tan vigente en nuestro país. Del mismo modo, la estructura social-racial prevalece tan inadvertida como la magia petrolera que sostiene a la nación.

Referencias citadas

Bolívar, Adriana et al. 2007. “Discurso y racismo en Venezuela: un país ‘café con leche’. En Teun van Dijk (coord). Racismo y Discurso en América Latina. Pp. 371-423.Barcelona: Gedisa.

Castro de Guerra, Dinorah y Suárez, María M. 2010. Sobre el proceso de mestizaje en Venezuela. Interciencia, 35 (9): 654-658. Disponible en:en:<http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=33914212004> ISSN 0378-1844 ISSN 0378-1844

Coronil, Fernando. 2002. El Estado mágico. Naturaleza, dinero y modernidad en Venezuela. Caracas: Nueva Sociedad.

Herrera Salas, Jesús María. 2004. Racismo y discurso político en Venezuela. Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 10 (2, mayo-agosto): 111- 128. Recuperado: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=17710208

Ishibashi, Jun. 2007. Multiculturalismo y racismo en la época de Chávez: Etnogénesis afrovenezolana en el proceso bolivariano. Humania del Sur. Año 2 (3, julio-diciembre): 25-41.

Lander, Edgardo. 2000. Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos. En: Edgardo Lander (Comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Pp. 11-40. Buenos Aires: Clacso, Unesco.

Regnault, Blas. 2005. La población indígena y afrodescendiente de Venezuela y el aporte del censo indígena en el estudio de la asistencia escolar. Cepal. Chile

Schwarz, Tobias. 2012. Políticas de inmigración en América Latina: el extranjero indeseable en las normas nacionales, de la Independencia hasta los años de 1930. Procesos Revista Ecuatoriana de Historia (36): 39-72.

Svampa, Maristella. 2011. Extractivismo neodesarrollista y movimientos sociales: ¿Un giro eco-territorial hacia nuevas alternativas? Ponencia en FLACSO. 15 de Marzo, Universidad de La Plata, Argentina.

Welsch, Friederich y Reyes, Gabriel. 2006. ¿Quiénes son los revolucionarios? Perfil socio-demográfico e ideopolítico del Chavismo. Stockholm Review on Latin American Studies (1): 58-65

Wright, Winthrop R. 1993. Café Con Leche: Race, Class, and National Image in Venezuela. University of Texas Press. Austin

XIV Censo Nacional de Población y Vivienda. Resultados Total Nacional de la República Bolivariana de Venezuela. Gerencia General de Estadísticas Demográficas Gerencia de Censo de Población y Vivienda. Mayo 2015. Disponible en: http://www.ine.gob.ve/documentos/Demografia/CensodePoblacionyVivienda/pdf/nacional.pdf

Notas

2. “Ley de 12 de mayo de 1840”, art. 6.
3. El texto referido por Ishibashi es de 1992 y fue títulado “Enciclopedia Popular. Escuela Básica, 3er grado”.
4. En Venezuela, persona rubia y de ojos claros.
5. Prolífico intelectual y político venezolano (1906-2001) conocido por sus obras y consideraciones alrededor del surgimiento de la nación petrolera en Venezuela, es considerado uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, así como por su notable carrera política durante el nacimiento y ascenso de la democracia de partidos; en distintos gobiernos ocupó cargos como el de senador, secretario de la presidencia, ministro de hacienda, de relaciones exteriores y de educación.
6. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV 1999) deroga a La Constitución de la República de Venezuela (CRV 1961).
7. Boletín de Población Indígena de Venezuela Censo 2011. http://www.venescopio.org.ve/web/wp-content/uploads/BoletinPoblacionIndigena.pdf fecha de acceso: 08-11-2016
8. Negro + moreno + afrodescendientes = somos mayoría. Por: César Quintero Quijada. http://www.aporrea.org/actualidad/a148186.html fecha de acceso: 08-11-2016
9. Término utilizado por Chávez para referirse a la oposición. 10. Extracto del discurso de Nicolás Maduro en cadena nacional el 01/05/2017.


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