Dossier
Recepción: 25 Octubre 2021
Aprobación: 09 Noviembre 2021
Publicación: 25 Noviembre 2021
Resumen: El artículo ha sido elaborado en el marco de la conmemoración de los 50 años de Para leer al Pato Donald (1971) de modo que no pretende evitar el tono de reconocimiento a una obra que marcó el rumbo del campo de la comunicación en América Latina. El objetivo principal es reconocer el rol histórico de la obra, así como su estatus en el campo. Desde este lugar, se examina el rol del/la intelectual, evitando caer en el falso dilema de «lo científico y lo académico» versus «lo político y lo ideológico», para lo cual se retoma una controversia generada tras la publicación de esta obra, a inicios de los años setenta.
Palabras clave: campo, comunicación, Pato Donald, controversia, política.
Abstract: The article has been prepared in the framework of the commemoration of the 50 years of Para leer al Pato Donald (1971), so it does not pretend to avoid the tone of recognition of a work that will mark the course of the field of communication in Latin America. The main objective is to recognize the historical role of the work, as well as its status in the field. From this place, the role of the intellectual is examined, avoiding falling into the false dilemma of «the scientific and the academic» versus «the political and the ideological», for which a controversy generated after the publication of this work is taken up in the early 1970s.
Keywords: field, communication, Donald Duck, controversies, politics.
Introducción
Existe una tendencia en el campo de la comunicación en Chile a considerar con cierto recelo los aspectos políticos de la actividad epistemológica, teórica y metodológica de la comunicación. Esta tendencia parece actuar prácticamente como un autorreproche, por ejemplo, frente a ciertos hitos que marcaron la agenda del campo.
Por una parte, en este trabajo entiendo que «politics is an intrinsic condition of communication and, therefore, political communication should be understood through a lens of established power relations and control. In this case, the principle would be: there is no communication without politics»1 (del Valle, 2020, p. 458).
Por otra parte, me parece relevante considerar tres dimensiones que es preciso puntualizar respecto del enfoque económico-político de la comunicación, a saber: «(a) la presencia “real” de los “medios de comunicación de masas” en la sociedad, (b) las representaciones teórico-conceptuales que surgirán de esta “presencia”, y (c) las circunstancias socio-históricas propias del contexto de observación y análisis» (del Valle, 2004, p. 21). Esta distinción es importante para este trabajo.
Asimismo, es necesario recordar que la economía política de la comunicación incluye diversas perspectivas, escuelas o corrientes y no es posible reducirla solo a su tradición neomarxista, como se hace con demasiada frecuencia por parte de quienes la critican. No se trata de relativizar o de negar esta tradición, sino más bien de entender que forma parte de un conjunto más amplio de miradas. Lo anterior, por ejemplo, lo podemos observar en el desarrollo complejo de categorías clave como la de «industria cultural» (del Valle, 2004, p. 22).
Finalmente, no cabe duda que el período en el cual se publican Para leer al Pato Donald (1971),[2 de Ariel Dorfman y de Armand Mattelart, y el posterior trabajo de Eliseo Verón (1974), se caracteriza en Chile «por el fuerte componente politico-ideológico, lo cual favorece especialmente una producción científica y/o bibliográfica desde ciertas perspectivas sociocríticas» (del Valle, 2004, p. 72). En este sentido, se destacan las perspectivas semiótica o semiológica, la economía política de las industrias culturales y la comunicación educativa.
Relaciones entre comunicación y política
Para leer al Pato Donald es, sin duda, una de las obras que marcan el hito que se genera en el marco del diseño político popular y antihegemónico que se inscribirá en el gobierno de la Unidad Popular en Chile (1970-1973), y que comienza con las primeras experiencias del trabajo de Armand y de Michéle Mattelart.
El trabajo de los Mattelart combina al menos dos enfoques y una orientación. Los enfoques corresponden al análisis semiodiscursivo y a la economía política crítica de la comunicación y la cultura. En tanto, su orientación es la crítica al rol de las representaciones mediáticas, especialmente, de la prensa hegemónica, nacional e internacional.
En un libro reciente, Semiótica en Chile. Cartografía 1990-2015 (Parra, Meza & Guajardo, 2021), los autores plantean lo que denominan la pseudocontroversia entre Mattelart y Verón, para lo cual circunscriben la discusión política al intercambio en dos revistas que circulaban en esa época y reducen lo político en la comunicación a una pura tensión entre sus autores y sus enfoques, entendidos como ideológicos, sin precisar esta cuestión. Asimismo, sostienen que la polémica solo estaría en el «imaginario» de los «intelectuales» detractores de la revista Lenguajes, principalmente, Héctor «Toto» Schmucler. Ni se trata solo de una polémica surgida en dos revistas ni de las opiniones de algunos intelectuales, sino de un asunto bastante más profundo que entraña, al menos, el qué y el para qué de la investigación.
Tampoco se trata de una oposición binaria entre ciencia y política/ideología, en la cual caen los mismos autores del análisis, puesto que lejos de explicar una supuesta pseudocontroversia lo que hacen es exponer claramente los términos de la controversia existente, los espacios en los cuales esta se dio, los autores involucrados y las condiciones epocales que la originaron. Lamentablemente, solo hacen referencia a dicha controversia y nunca entran en los pormenores. Lo que más bien opera es una racionalidad despolitizadora, como mecanismo para una pretendida legitimación de la semiótica en Chile (que es el objetivo del libro), que los lleva a caer, precisamente, en el maniqueísmo que le critican a Schmucler, al oponer ciencia y política. Evidentemente, lo anterior se ve reforzado porque el de los autores del mencionado libro es un esfuerzo de reivindicación de la semiótica y no del campo de la comunicación.
Siempre resultará infructuoso oponer en forma binaria dos categorías, como lo son «ciencia» y «política», para explicar, precisamente, la necesidad de superar dicha oposición. Para hablar de las relaciones entre comunicación y política no basta con referir episodios históricos, reduciéndolos a una «construcción imaginaria», para luego seguir el camino de la semiótica en Chile, sin más. Para leer al Pato Donald ([1971] 2005) es un hito en el campo de la comunicación en Chile, más allá de las tensiones y las polémicas de la época. Estas controversias no solo se refieren al modo en que se comprende el campo y a cómo se lo relaciona con las condiciones de la época. Se trata, más bien, de las condiciones políticas del campo expresadas en una época determinada.
En definitiva, lo que resulta evidente es que no basta con las referencias consignadas en el texto para catalogar el carácter del debate como pseudocontroversial y, lo que es más importante aún, para levantar luego la crítica a la falsa oposición entre ciencia y política, al considerarla como una «lectura equivocada de Schmucler» (Parra, Meza & Guajardo, 2021, p. 64); en circunstancias en las que los argumentos que siguen se sostienen en dicha dicotomía, pero tomando posición por Verón (1974), para quien –por cierto– se trata de una escisión de dicha dicotomía, como veremos. La dicotomía, entonces, existe en Verón y en Schmucler, y desde luego en Para leer al Pato Donald, también la controversia.
Lo que probablemente no existe es una respuesta a dicha controversia por parte de Verón y de los autores del libro aquí comentado. Pero la falta de respuesta a una controversia no evita que esta exista, como veremos, en los textos de los propios autores. Más adelante, en el libro se repiten las falsas dicotomías, como es el caso de los «intelectuales políticos» de la economía política de la comunicación y la cultura, y los «científicos» (¿intelectuales de la semiótica?). Son bastante controversiales estas declaraciones, como las de Verón en su momento. Espero que en décadas posteriores no se diga que ésta es una falsa controversia o una pseudocontroversia imaginada por los intelectuales políticos de la economía política de la comunicación y la cultura. Porque decir –como se plantea en el libro– que hacer una crítica teórico-metodológica sobre determinadas condiciones de producción, a las cuales se considera, por cierto, meramente «intuitivas», no es animar una controversia, solo es posible cuando la lectura se hace «desde arriba» y no de manera horizontal.
En relación con este punto, lo que se hace en este libro (Parra, Meza & Guajardo, 2021) es, básicamente, producto de un ensimismamiento y de un intento de despolitización forzada, para justificar en el campo una opción en detrimento de otra.
La crítica como acción política y controversial
No cabe duda de que un trabajo como Para leer al Pato Donald ([1971] 2005) forma parte de un proyecto político en el campo de la comunicación. La semiótica y los estudios semiodiscursivos también forman parte de otro proyecto político. La crítica siempre es una acción política. Pretender que no lo es, también.
En su trabajo, Verón (1974) realiza una comparación sobre la introducción del enfoque estructuralista (él habla de «inspiración») entre la experiencia de Argentina y de Chile. En el caso de la Argentina, precisa, la perspectiva estructuralista «ha sido siempre exclusivamente académica» y «no ha sido nunca percibida como especialmente vinculada al pensamiento marxista» (p. 98), de modo que aquí se «reprodujo hasta cierto punto las reacciones contradictorias que el estructuralismo despertó, dentro del campo marxista, en la misma Francia» (p. 99). En cambio, señala que «el estructuralismo y la semiología chilenos recibieron una marca cultural diferente», puesto que los autores estarían «vinculados a grupos intelectuales muy activos políticamente en el campo de la izquierda marxista» (p. 99). El análisis se centra, evidentemente, en una oposición entre «lo académico» y «lo político e ideológico». La controversia de Verón (1974) no está en realizar un análisis exhaustivo, sino en la proyección de las categorías utilizadas para hacerlo.
Más adelante, Verón (1974) plantea al menos dos agudas críticas a Para leer al Pato Donald. La primera es que el lenguaje técnico así como «toda preocupación teórica o metodológica ha sido abandonada» y que aunque «no es mucho, tampoco es igual a cero» (p. 124). Verón alude, aquí, al trabajo del semiólogo. ¿Dorfman y Mattelart hablan del mismo trabajo? ¿O se trata de otro? La segunda crítica es mayor, puesto que señala que el trabajo
[…] es incorrecto, no solo respecto de su objeto específico (la historia del Pato Donald) sino también respecto de la concepción implícita acerca de lo que es un texto, de cómo manipularlo para describir la ideología, de qué relación debe tener la descripción con el texto. Es cierto que sabemos poco, pero ese poco basta para invalidar aproximaciones como la del ensayo de Mattelart y Dorfman (Verón, 1974, p. 124).
Como veremos luego, estas críticas resultan algo precipitadas y obedecen más bien a un problema de estatus de ciertos objetos de estudio, más que de su especificidad. Tenemos ejemplos recientes similares, como es el caso del estatus del «meme» como objeto de estudio.
En Para leer al Pato Donald ([1971] 2005), Dorfman y Mattelart parten de un hecho interesante, que delimita perfectamente el campo de la economía política de la comunicación y la cultura, al indicar que no podemos entender a Walt Disney solo en una clave económica. Esto, sin negar su carácter comercial industrial, equivalente en la actualidad a analizar, por ejemplo, la compleja narrativa que opera en las series televisivas de la industria cultural transnacional, ya sea exaltando determinados valores (Sánchez y otros, 2017) o explotando la ambigüedad bien y mal, donde este último es relativizado para convertir a los narcotraficantes, simultáneamente, en héroes y en villanos (del Valle, 2021). Esto es, se trabaja con un amplio espectro de enfoques y de contenidos.
Los autores irán planteando algunas categorías para el análisis, a saber, la «representación colectiva», la «naturalización del mundo» (p. 41) y otras derivadas de los propios registros socioculturales del contexto epocal: identidad, residencia, raza, talla, vestimenta, costumbres sexuales, cualidades morales, entretenciones, idioma, base económica, estructura política, religión, emblema nacional, color nacional, animal nacional, virtudes mágicas y ritos fúnebres (pp. 46-50). No cabe duda de que se trata de un análisis del régimen sociopolítico y cultural de la época, a partir de las bases de un proyecto civilizatorio en desarrollo, donde el niño representa al «buen salvaje».
Las articulaciones entre las categorías observadas y los análisis realizados al contenido del Pato Donald, permitirán establecer algunas macro categorías interesantes como la disneylandización en tanto dinerización. Las interpretaciones a través del pensamiento de Marx contribuyen a un proceso de crítica desmitificadora, del mismo modo como Theodor Adorno y Max Horkheimer ([1944] 1998) lo realizan, especialmente, en el capítulo «La industria cultural. Ilustración como engaño de masas», de Dialéctica de la Ilustración. Ambos trabajos, por cierto, constituyen aportes relevantes para la comprensión de nuestras sociedades.
Es interesante cómo en la misma obra Dorfman y Mattelart ([1971] 2005) se anticipan a algunas críticas que, efectivamente, luego recibirán. De hecho, lo que hace Verón (1974) es, precisamente, estigmatizarlos como «cultivadores del “marxismo-ficción”» (p. 97). En este sentido, no cabe duda de que la crítica global desde la economía política que se hace en Para leer al Pato Donald ([1971] 2005) es controversial en su época, como también lo es la crítica posterior de Verón (1974) o el reciente ejercicio de atribuir a este episodio de debate intelectual un carácter de supuesta «pseudocontroversialidad». Estamos en medio de una interesante controversia revivificada.
Desde luego, el corpus utilizado por los autores es pequeño, compuesto por algunas piezas-viñetas, que conforman «una colección finita de materiales predeterminada por el analista en base a una cierta arbitrariedad (inevitable) y sobre la cual trabajará» (Barthes, 1971, p. 100). El tamaño del corpus dependerá: del tipo de materiales, de las dimensiones conocidas (categorías previas), de las evidencias para la saturación, y del tiempo de recolección y de análisis (Bauer & Gaskell, 2008). Lo anterior, si se sigue, por ejemplo, un modelo de «las condiciones derivadas del nivel ideológico característico de las formaciones sociales “modernas” o “burguesas” en sentido general para la literatura» (Rodríguez, 1990, p. 5), o bien, si se considera el marco de la intencionalidad editorial (Espeche, 2005). Procedimiento, por cierto, muy extendido en los análisis de tipo cualitativo que observamos en la actualidad.
Finalmente, en el cierre de Para leer al Pato Donald, indican:
Es justamente para saber cuánto de Pato Donald queda todavía en todos los estratos de la realidad chilena. Mientras su cara risueña deambule inocentemente por las calles de nuestro país, mientras Donald sea poder y representación colectiva, el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos (Dorfman & Mattelart, [1971] 2005, p. 159).
Observo un rumbo similar al de algunas palabras que cierran el capítulo «La industria cultural. Ilustración como engaño de masas», en Dialéctica de la Ilustración ([1944] 1998):
Hoy, la industria cultural ha heredado la función civilizadora de la democracia de las fronteras y de los empresarios, cuya sensibilidad para las diferencias de orden espiritual no fue nunca excesivamente desarrollada […]. Pero la libertad en la elección de la ideología, que refleja siempre la coacción económica, se revela en todos los sectores como la libertad para siempre lo mismo. La forma en que una muchacha acepta y cursa el compromiso obligatorio, el tono de la voz en el teléfono y en la situación más familiar, la elección de las palabras en la conversación, la entera vida íntima, ordenada según los conceptos del psicoanálisis vulgarizado, revela el intento de convertirse en el aparato adaptado al éxito, conformado, hasta en los movimientos instintivos, al modelo que ofrece la industria cultural. Las reacciones más íntimas de los hombres están tan perfectamente reificadas a sus propios ojos que la idea de lo que les es específico y peculiar sobrevive solo en la forma más abstracta: «personalidad» no significa para ellos, en la práctica, más que dientes blancos y libertad frente al sudor y las emociones. Es el triunfo de la publicidad en la industria cultural, la asimilación forzada de los consumidores a las mercancías culturales, desenmascaradas ya en su significado (Adorno & Horkheimer, [1944] 1998, p. 212).
Es el tono a la vez crítico y sombrío del intelectual. Es el mensaje político que sigue al análisis.
Consideraciones finales
Claramente, el análisis realizado por Dorfman y por Mattelart en Para leer al Pato Donald ([1971] 2005) supera las categorías propias de los análisis semiodiscursivos que se debatían en la época. He aquí el eje más importante de la controversia. Se trata de una disciplina científica intentando analizar el despliegue y las proyecciones de otra, utilizando para ello sus propias categorías y tensiones epistémicas, teóricas y metodológicas. La crítica de Verón (1974) no es sino la propia crítica de la sociosemiótica, cuyo desarrollo tendrá tanta importancia para el campo de la comunicación.
Los principios sobre los cuales se plantean las críticas en Para leer al Pato Donald ([1971] 2005) son de elocuente actualidad:
En toda sociedad donde una clase social es dueña de los medios de producir la vida, también esa misma clase es la propietaria del modo de producir las ideas, los sentimientos, las intuiciones, en una palabra, el sentido del mundo (Dorfman & Mattelart, [1971] 2005, pp. 151-152).
La misma elocuencia la encontramos en las palabras finales del texto, donde los autores se anticipan a la crítica por el supuesto carácter destructivo y no propositivo de los análisis:
Nadie puede proponer desde su voluntad individual una solución a estos problemas, no hay expertos en reformulación de la cultura. Lo que vendrá después de Disney surgirá, o no, desde la práctica social de las masas que buscan su emancipación. Las vanguardias, organizadas en partidos políticos, deberán justamente recoger y facilitar la expresión de toda esta nueva práctica humana (Dorfman & Mattelart, [1971] 2005, p. 160).
Tuve la oportunidad de hablar con ambos autores sobre esta controversia. Con Mattelart, en 2007, en Temuco, y con Verón, en 2008, en Santiago de Chile. La recuerdan, pero con la distancia de los múltiples cambios acontecidos luego de varias décadas de trabajos, que marcaron el rumbo del campo de la comunicación, de una u otra manera.
Finalmente, considero relevante, a propósito de Para leer al Pato Donald ([1971] 2005), destacar las experiencias recientes de la señal educativa infantil Paka-Paka en la Argentina, la iniciativa que constituye un hito en América Latina, en tanto canal educativo y público para los/as niños/as de Argentina y de América Latina, con una amplia apertura cultural. Sin duda, «un camino interesante» que se «debería recorrer e imitar» (González & Novomisky, 2012, p. 85).
Referencias
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Notas