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Recuerdo de Néstor
Memory of Nestor
Revista de la Sociedad Argentina de Diabetes, vol. 56, núm. 3, pp. 81-82, 2022
Sociedad Argentina de Diabetes

Editorial

Revista de la Sociedad Argentina de Diabetes
Sociedad Argentina de Diabetes, Argentina
ISSN: 0325-5247
ISSN-e: 2346-9420
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 56, núm. 3, 2022

Recepción: 01 Octubre 2022

Aprobación: 15 Noviembre 2022

La Revista de la SAD está licenciada bajo Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Cada 14 de noviembre se conmemora el aniversario del nacimiento del Dr. Frederick Banting quien junto con el estudiante Charles Best descubrieron la insulina hace ya 100 años.

El descubrimiento generó gran repercusión internacional, en especial para los niños y jóvenes con diabetes mellitus que tenían una expectativa de vida de 6 meses desde su diagnóstico y que experimentaron cambiar completamente su pronóstico letal con la inyección de la hormona. El primero de ellos fue Leonhard Thompson, un adolescente con un coma diabético irreversible que, gracias al nuevo medicamento, salvó su vida. En Argentina, el 1º de agosto de 1923 se administró por primera vez insulina a una persona por la acción mancomunada de los profesores Bernardo Houssay y Pedro Escudero.

En la actualidad la diabetes mellitus afecta a aproximadamente 500 millones de personas y en el mundo diversos profesionales médicos se han ocupado y se ocupan de esta enfermedad; en nuestro país uno de ellos ha sido el Dr. Néstor Serantes, un profesor de gran personalidad y carácter que dedicó su vida al tratamiento de la diabetes, en especial de la diabetes y el embarazo. Estas líneas son un sentido homenaje a su trayectoria.

Conocí a Néstor Serantes a principios de la década de 1960, en una reunión de la Sociedad Argentina de Diabetes (SAD), entonces filial de la Asociación Médica Argentina, por lo que sesionaba en el edificio de la Avenida Santa Fe 1171, todavía gallardamente en pie.

Su figura no era imponente, de estatura mediana y con una ligera inclinación de la cabeza, armoniosa en sus formas y cubierta por un pelo más canoso que oscuro. La frente era voluntariosa; las cejas fuertes, daban sombra a unos ojos de un brillo excepcional que fijaban la mirada en el interlocutor con un dejo de interrogación benevolente. Una sonrisa revoloteaba en la cara para configurar una fisonomía atractiva, con el brillo de la inteligencia y el sello de la bondad. No era habitual encontrarlo quieto, pequeños pasos recorrían la habitación o el salón haciéndolo testigo permanente de lo que ocurría a su alrededor.

Lo que sabía de él hasta ese momento era que vivía en San Isidro, que se había formado en el Instituto de la Nutrición creado por Pedro Escudero y que tenía varios hijos.

Al poco tiempo, en 1968, fue elegido Presidente de la SAD, el Secretario era el Dr. Jorge Sires, gran pediatra y diabetólogo; por mi parte, en esa misma elección fui designado Prosecretario. Sires atravesaba momentos difíciles a causa de una enfermedad que finalmente segó la vida de una de sus hijas de corta edad; durante esos 2 años tuve que cubrir su puesto y allí tomé un contacto más cercano con Néstor Serantes.

Si tendría que definirlo con palabras, serían trabajo y orden. Su capacidad de trabajo era proverbial: la docencia, la investigación y la asistencia de numerosos enfermos, tanto en el hospital como en su práctica privada. Esta tarea nunca fue óbice para que fuera un gran padre de familia y un gran esposo. En esa época conocí también a Dorita, con una combinación de inteligencia, sensibilidad y sosiego que se acoplaba a la perfección a la personalidad de su marido.

La colaboración continuada me permitió una comunicación más estrecha y poder apreciar de cerca las virtudes del Presidente; en primer lugar: su laboriosidad.

Néstor era un hombre de pensamiento y de fe y, a su vez, de una amplísima grandeza de espíritu. Sus conocimientos sobre Filosofía y Teología eran profundos; la claridad de sus conceptos, notable; la coherencia entre su pensar y su hacer, unívoca. Pero, a pesar de ser un hombre de pensamiento, su actividad era lo que más se destacaba. Una actividad asordinada pero continua, planificada y ordenada.

Otra de sus grandes virtudes fue el respeto por los demás. Sabía escuchar, practicaba el diálogo con el objetivo de una mejor comprensión entre las personas. Una evidencia de este respeto por el otro era la puntualidad: las sesiones de la SAD o las reuniones de la Comisión Directiva (que a veces se hacían en el viejo Instituto de la Nutrición de Córdoba y Agüero) comenzaban a la hora exacta, con o sin público.

El culto de la amistad fue otra de sus características sobresalientes. Cuando terminamos la tarea en la SAD, continuamos con una relación que tenía mucho de filial de mi parte y mucho de paternal de la suya, con un tono amigable alimentado por tantas cosas en común.

En 1980, en Caracas, fue elegido Presidente de la Asociación Latinoamericana de Diabetes y su deseo fue que lo acompañara como Secretario durante su mandato.

Después de 10 años su carácter tenía la misma fortaleza demostrada en la SAD, con su clara mentalidad supo desarrollar una tarea ardua, en un continente con problemas de comunicación y diferencias regionales.

En este período fue designado Profesor Titular Interino de la Cátedra de Nutrición del Hospital de Clínicas de Buenos Aires. Su alma era de docente y organizó la Cátedra orientando su quehacer hacia la excelencia. No dejó ninguna de sus tareas anteriores y la carga laboral se le hizo pesada.

Fue aquí cuando sufrió su primer infarto de miocardio. Estaba internado en la Unidad Coronaria de la entonces Pequeña Compañía de María. Allí lo visitaba todos los días.

Su preocupación mayor era que le llevara la correspondencia de la Asociación para contestarla en fecha. Cumplí con su pedido porque pensé que mantenerlo alejado de su responsabilidad hubiera sido negativo para su espíritu y su cuerpo.

Ahí tomé conciencia de un hecho que muy pocas veces volví a ver en un enfermo: Néstor había decidido que su vida iba a continuar por el mismo derrotero que se había fijado muchos años atrás y que, con o sin infarto, tenía una misión y una tarea inacabadas que debían culminarse, puede ser que con el corazón maltrecho, pero con el espíritu incólume.

Su vida de trabajo continuó, su familiar tarea patriarcal se mantuvo, y así inauguró un Servicio con una fuerte orientación hacia la diabetes y el embarazo en el Hospital de San Isidro.

La enfermedad lo golpeó repetidas veces; en los últimos tiempos su mirada brillante reemplazaba a la palabra dificultosa.

Fue también Vicepresidente de la International Diabetes Federation, Fundador y Primer Presidente de la Academia de Artes y Ciencias de San Isidro, Miembro Honorario de numerosas Sociedades e Instituciones, incluso hizo un repaso de su vida en un valioso libro de recuerdos, entre muchas otras labores. Pero su mayor trascendencia estriba en aquella frase que Antonio Machado elaboró para definirse a sí mismo “en el mejor sentido de la palabra, bueno”.

Información adicional

Edita: Sello Editorial Lugones, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.



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