Ciberactivismo interconectado entre norte y sur global ¿La nueva cara de los sujetos políticos?
Interconnected cyberactivism between north and global south. The new face of policy subjects?
Ciencias Sociales Revista Multidisciplinaria
Arkho Ediciones, Argentina
ISSN-e: 2683-6777
Periodicidad: Semestral
vol. 4, núm. 2, 2022
Recepción: 14 Noviembre 2022
Aprobación: 25 Febrero 2023
Publicación: 17 Marzo 2023
Resumen:
Sujeto y modernidad se yuxtaponen en el presente escrito, puesto que es el sujeto quien adquiere centralidad en lo político, al concebirse como aquel humano con conciencia propia de su lugar en la sociedad, autónomo y activo del cambio desde su participación en distintas reivindicaciones. En la actualidad, este “cambio” se pauta con la adhesión de internet a las estructuras de poder global a través de plataformas virtuales de las que emanan participaciones con nociones democratizadoras e incluso ciber-utópicas; donde las sociedades sitúan a internet como recurso moderno civilizador, las democracia(s) en internet se conjuga con la democracia tradicional, y el conglomerado social de manera paulatina se adapta sin cuestionarse. En este sentido, el objetivo aquí esbozado es reflexionar acerca de las reactualizaciones en las formas de relacionamiento entre los sujetos, cristalizados como nuevas generaciones de activistas individuales o colectivos que experimentan formas alternas de incidencia en la política mediante la organización y acción autónoma en entornos digitales, aunado a una discusión de los postulados ciber-optimistas de autores como Castells, así como de los pragmatismos que despojan de deseos, antagonismos, contradicciones e intereses individuales a los actores ciberactivistas por un lado, y clickactivistas por otro.
Palabras clave: Ciberactivismo, internet, era digital, modernidad, democracia..
Abstract:
Subject and modernity are juxtaposed in this paper, given that is the subject who acquires centrality in the political sphere, by idea of himself as a human being with self-awareness of his place in society, autonomous and active in the change from him-self participation in different revindications. At present, this “change” go to by the adhesion of internet in the global power structures, through virtual platforms which participations emanate democratizer notions and even cyber-utopian ; where society site internet as modern civilize resource, network democracy(s) is conjugated with traditional democracy, and social conglomerate gradually adjust these rules without ask yourself. In this sense, the objective outlined here is reflection about the re-actualization in relationship forms between subjects, who crystallized as new generations of individual or collectives activism that experience alternatives forms of impact in policy, through organize and autonomy action in digital environment, coupled with discussion of cyber-optimism postulates of authors such as Castells, as well as of the pragmatism that strips cyberactivist actors on the one hand, and clickactivists on the other, of their desires, antagonisms, contradictions and individual interests.
Keywords: Cyberactivism, networks, digital age, modernity, democracy..
Introducción
Las sociedades marchan en una serie de arritmias socio-históricas que se conjugan en ajustes dentro del sistema de poder moderno, expresado en el estrecho panorama entre vida digital y poder político aludido por Pleyers (2018). Para autores como Mignolo (2007) y García (2019); internet permite la apertura de espacios democratizadores ubicuos llamados ciberactivismos y sus diferentes derivaciones para la democracia (expuestas en el presente artículo), los cuales facilitan la apropiación y participación individual no tradicional en la virtualidad.
En palabras de García Canclini (2019), la característica del siglo XXI termina recayendo en el “alejamiento de partidos y sindicatos” (p. 35), además del acercamiento a redes informales virtuales como nuevas formas para reivindicar demandas con prácticas participativas en un plano más allá de lo local, cuyas “new forms of ad hoc social organizations” (p. 194) debaten, denuncian y expresan los abusos de poder para dar paso a disrupciones en la democracia (sea procedimental, liberal, directa, o camuflada), además de otros sistemas y regímenes políticos (Owen, 2015). Es aquí donde se enmarcan los eventos de la Plaza Tahrir, la Primavera Árabe, el Ocuppy Wall Street, hasta la Revolución Pingüina en América Latina.
Otro síntoma de ello se evidencia en Alemania, desde su posición como país vanguardia en canalizar las transformaciones digitales en un partido político; su nombre es Pirate Party, y es ícono representante de la revolución digital desde posiciones “closely connected to the global digital activist movement” (Owen, 2015, p. 192), mediante la defensa de la privacidad en internet, la neutralidad de la red y los derechos de autor. Gradualmente países como Suecia, Italia, Austria, Noruega, Francia y Países Bajos también han ganado terreno en esta materia (Owen, 2015).
Tales acontecimientos han sido tema de diversos debates acerca del lugar que pasa a ocupar la democracia en internet e internet en la democracia, donde el análisis en las ciencias sociales se hace partícipe en dos vertientes. El primero referente a las cibercampañas o el uso de la virtualidad por partidos, candidatos y políticos con propósito de ganar adeptos; y segundo, el uso de las plataformas virtuales por activistas además de movimientos sociales contemporáneos, en aras de actuar como núcleos de presión en las agendas de épocas electorales o de agitación social.
Por lo anterior, las líneas siguientes se proponen exponer algunas reflexiones producto de la puesta en diálogo interdisciplinar de las ciencias sociales, acerca del papel de internet en la democracia(s) y la democracia(s) en internet, las transformaciones en la participación política, junto a las reconfiguraciones en los escenarios de sociabilidad humana entre el norte y sur global presentados hasta el año 2018.
La teorización de norte y sur global, se realiza en alusión a un espacio geográfico y epistemológico especialmente latinoamericano, que se conecta con internet como elemento que no se desmarca de los dos grandes sistemas de dominación: capitalismo y colonialismo; expresados desde la mercantilización de las relaciones virtuales, junto a la apertura de posibilidades y a su vez de obstáculos para la democratización de la democracia en expresión de Sousa Santos (2018).
Así, la investigación en ciencias sociales vista como un trabajo artesanal entre norte y sur, permite pensar, comparar, encontrar puntos nodales y desmantelar prácticas de los distintos movimientos en escena en el siglo XXI, tomados a menudo como un simple producto de la globalización, o como consecuencia de la “colonización” de internet. Es por ello que “la epistemología del sur” de Sousa Santos (2018) se retoma, en tanto que no se sataniza a internet, y por el contrario, se usa para ampliar el análisis dentro del propio seno de la modernidad capitalista.
El ciberactivismo se considera fruto de la relación imbricada entre internet, modernidad y democracia, que se refleja desde la apropiación de los espacios democráticos por fuera de las propias instituciones que se declaran democráticas tanto en el norte y sur global en consonancia con Sousa (2018), aun cuando las democracias estadounidense y europea, se vendan como el modelo a seguir. Empero, estas expresiones en ambos espacios se dan de manera distinta; en latinoamérica por ejemplo, los ciberactivismos conviven con las prácticas comunitarias históricas, con experiencias distintas a los ciberactivismos norteamericanos o europeos que cuentan con una mayor cobertura de internet y digitalización.
Internet en la democracia(s) entre Estados Unidos, Europa y América Latina: Teorización de los diversos modelos participativos en internet
Internet como nuevo espacio para la democracia, es manifestada en norteamérica con aunados esfuerzos por organizar un Estado fuerte y una administración gubernamental efectiva. En este caso, internet se dirige en dirección a promover democracias competitivas, mediante su uso por partidos políticos y líderes en busca de apoyo electoral (van Dijk, 2006), cuyo propósito ahonda en una visión de democracia mercantilista traducida en votantes como clientes por convencer.
Por otra parte, existen otras visiones de internet con estrategias radicalmente diferenciadoras entre sí. La primera es una de tipo plebiscitario o teledemocrático, basado en una democracia que deja de lado la representación para dar paso a una participación directa que revive —según sus defensores— la democracia del ágora ateniense, al posibilitar decisiones políticas con inmediatez y consensos en torno a la determinación decisiva directa de las discusiones electrónicas entre ciudadanos, gobierno y organizaciones sociales (van Dijk, 2006).
El segundo tipo, surge como respuesta a lo que supondría dicha tiranía de la mayoría formada por la teledemocracia, condensada en una democracia pluralista que pone de presente que “democracy is not the will of the majority but that of a constantly changing coalition of minorities” (van Dijk, 2006, p. 103). En otras palabras, es una democracia doblemente delegativa con excusa pluralista que, augura mayores oportunidades para las minorías mediante los movimientos sociales, a raíz de las discusiones directas entre movimientos y ciudadanos con el uso de recursos virtuales.
Otra práctica es la democracia con inclinación fuerte hacia la participación, y aunque no pierde de vista el elemento directo, su crucialidad es la búsqueda de una ciudadanía activa, capaz de formarse opiniones sobre asuntos políticos sobre la base del internet, y por consiguiente posibilitar tres instrumentos principales en este tipo de democracia: los debates públicos, la educación pública y una ciudadanía participativa (van Dijk, 2006).
De la mano a esta exaltación por la participación sumada a la democracia plebiscitaria, se encuentra la democracia libertaria; un modelo que concibe lo sustancial de la democracia en la autonomía ciudadana del uso comunicativo horizontal posibilitado por internet, con objetivo de reemplazar la política institucional tradicional por una política creada colectivamente en redes (van Dijk, 2006).
Así las cosas, el ejercicio democrático representativo directo e indirecto en internet, también se bifurca en las conceptualizaciones de la democracia digital, electrónica y virtual. En la democracia digital, las sociedades experimentan una democracia preocupada por la participación ciudadana, caracterizada por la inexistencia de límites temporales, espaciales y físicos, dado el vigor direccionado a usar todos los medios de información y comunicación en las prácticas políticas sin sustituir las prácticas tradicionales, es decir, un sistema político concatenado al gobierno electrónico (E-government) para el procesamiento, comunicación y transacción de información desde la aplicación de las tecnologías de la información y comunicación para mejorar la gobernabilidad (Hacker & van Dijk, 2000).
Iniciativas de democracia electrónica se encuentran en Reino Unido y Canadá, donde comunidades sin ánimo de lucro desde los años noventa del siglo XX, adelantan proyectos enlazados a la creación de comunidades virtuales o E- democracy. En Reino Unido, el proyecto recibe por nombre: UK Citizens Online Democracy y The U.K Hansard Society, y Canadá lo llama “Nova Scotia Electronic Democracy Forum” (Chadwick, 2006).
América Latina también se posiciona con gobiernos moldeados por la democracia electrónica, desde que algunas Organizaciones no Gubernamentales en 2014 impulsaran proyectos de democratización mediante plataformas de código abierto. Caso tal es la página argentina llamada “Democracia en Red”, donde cualquier ciudadano puede proponer discusiones de proyectos de ley, obtener información política e incluso presentar propuestas de políticas públicas (Bianchi, 2014).
Lo crucial del modelo es su propio reconocimiento como nivel interfaz, que puede o no interferir en las estructuras formales de los gobiernos, aunque deja abierta la posibilidad de ser un puente para lograr relación entre ambos (Chadwick, 2006). Así, la democracia electrónica se diferencia de la democracia digital en dos ejes; primero, son comunidades creadas por los ciudadanos u organizaciones no gubernamentales, y por ende, no hay finalidad de mejorar la gobernabilidad, por el contrario, su propósito es posibilitar la discusión y compartir información entre ciudadanos sobre temas que pueden o no repercutir en las decisiones gubernamentales.
Baste subrayar que dichos modelos son los más discutidos y reconocidos de democracia en internet, y pese a marcar pautas, no siempre son llevadas indistintamente en los países. Las teorizaciones no son absolutas, y es cada situación espacio-tiempo, cada institución pública-gubernamental, tendencia cultural, e inclusive cada grado de accesibilidad a la red, los elementos que configuran los vocablos para describir fenómenos vigentes. Conforme a Dorantes (2016), por lo general el lenguaje se apropia de términos conocidos o metafóricos en un intento por explicar nuevas dimensiones sociales, razón por la que pueden encontrarse expresiones que no se apeguen a cabalidad a las formulaciones expuestas.
En países como México por ejemplo, el neologismo de democracia electrónica se confunde con la democracia digital expuesta por Hacker & van Dijk (2000), cuya relación estrecha con la democracia directa vía aplicaciones, plataformas y redes digitales, tienen por intención mejorar procesos al interior de democracias representativas según Dorantes (2016), que a su vez, también recibe por nombre democracia remota, ciberdemocracia y ciudadanía digital en otros países. Tales discrepancias ocurren también con la democracia digital referida por Dorantes (2016), al indicar como su precedente la dialéctica ciberoptimista de internet del ágora ateniense tras los sucesos revolucionarios en algunos países del Medio Oriente del 2010-2011.
Por ello, distinguir aspectos generales sobre los modelos de democracias en internet bien sea representativa, directa e indirecta, recae en aspectos como la localización del pensamiento en tiempo-espacio, el grado de acercamiento o alejamiento de los esquemas democráticos tradicionales, el fin que persiga —si busca brindar mayor gobernabilidad o sólo empoderar la ciudadanía con información y espacios de discusión—, si nace de iniciativa propiamente ciudadana a través de organizaciones sin fines de lucro o individuos, o si es una estrategia directa de los gobiernos.
Finalmente, el último modelo identificado es la democracia virtual, referida a la búsqueda del empoderamiento ciudadano en las agendas políticas, con la posibilidad de despliegue de actores individuales y colectivos con asidero en internet agrupados en comunidades denominadas ciberactivistas que en definitiva no buscan estar al margen del sistema político para incidir, al contrario, se insertan en él desde la periferia (ver esquema 1).
Democracia virtual y modernidad entre nodos ciberactivistas
Los ciberactivismos en las democracias liberales son sinónimo de reactivación en la deliberación democrática apoyada en el accionar de políticos activistas y escritos de estudiosos, que permiten vislumbrar personas comunes —antes apartadas— unidas en redes virtuales para debatir y compartir ideas entre sí (Chadwick, 2006). Por tal razón la alusión de las tecnologías digitales como fomentadoras de mayor información, espacios de discusión y debate (García, 2019), contribuye categóricamente a la dialéctica de la modernidad y la democracia en internet.
La modernidad cuyo propósito es la liberación propia de la masa dominada y el paso al sujeto con consciencia sobre sí (Touraine, 1994), con internet en las democracias se potencia, advirtiéndola además, como una de las razones robustas de reducción en las restricciones espaciales tradicionales que impiden la participación. Pese a esto no está clara la relación directa de internet igual a mayores posibilidades de acción política, disminución en la apatía e incremento de la participación ciudadana, aunque el vínculo entre actividad virtual, sociedad civil y formuladores políticos, corresponde la pauta de cambios decisivos a juicio de Chadwick (2006).
Dichos cambios para Gutiérrez (2020) son divididos en sociales y políticos a partir de la eclosión ciberactivista global; sin embargo, esto no se traduce en que los movimientos sociales sean excluyentes de los movimientos políticos y viceversa, por el contrario, ambos movimientos navegan el campo político desde la disputa por la política representativa[2]. De modo que el presente análisis se agrupa lo social y político como elementos interdependientes de nuevas reivindicaciones alzadas en internet con fines políticos determinados, que van de grandes hitos nodales entre Medio Oriente, África del Norte[3], América del Norte, América Latina y Europa.
El punto emergente que enlaza los hitos históricos ciberactivistas cuenta con caminos que se bifurcan entre la Primavera Árabe en Medio Oriente (incluida la zona del Magreb), y la Revolución Pingüina chilena. No obstante, para el caso de la Primavera Árabe, ésta no solo demostró el uso político favorable que representa para países colonizadores el proyecto político democrático para incidir en la soberanía, sino que además marcó el precedente de la ola reivindicatoria contemporánea global que se valió de internet para conseguir eco (Castells, 2012; Dorantes, 2016; Pleyers, 2018).
A partir de tales acontecimientos, se desprendieron nodos de resistencia cibernauta con publicaciones en redes sociales virtuales; desde los Indignados de España en 2011 o 15-M, que inspiró una ola de indignados mundiales destacados en Chile, Colombia y Paraguay con movimientos estudiantiles reemergidos, entrelazados a su vez con protestas contra la desigualdad social y el cambio climático, por el derecho a la ciudad, las libertades de expresión, prensa y digitales.
Así las cosas, las protestas contra la ley Sinde en España durante el 2011 desembocaron en el 15M español, e inspiró al tiempo las protestas de la ley Lleras en Colombia. Asimismo, el Occupy Wall Street concatenó con movimientos Occupy en Brasil y peticiones frente al cambio climático, y por último, la oleada de movimientos feministas se reforzaron con reivindicaciones nacidas en redes sociales virtuales por el Slut Walk de Canadá que se extendió y retroalimentó con movimientos globales bajo la consigna de la Marcha de las Putas (Gutiérrez, 2016; Gutiérrez, 2020) (Ver esquema 2).
Los eventos ciberactivistas ilustrados no son lineales ni tampoco marcan pautas de causa o consecuencia; son eventos nodales que se constituyen como movimientos local-global dado su surgimiento en redes virtuales o expansión a través de ellas. Los nodos dan cuenta de características semejantes entre movimientos frente a peticiones, desencadenamientos y tipos de emergencias que pueden ser auto-convocadas mediante redes sociales virtuales, o expandidas y potencializadas en ellas.
Dichos movimientos son evidencia del malestar generalizado que animó movimientos sorpresivos con acciones callejeras multitudinarias convocadas en días o semanas vía teléfonos móviles, constituyéndose como pauta de la gesta activista de la sociedad red (Castells, 2012; García, 2019), o alter-activista como apuesta de actores progresistas o conservadores con deseo de transformar la realidad y actuar en ella (Pleyers, 2018).
Tras este despertar los ciberactivistas o alter-activistas según Pleyers (2018), llevan la connotación de comunidades libres de espacios participativos cooptados por instituciones políticas nunca exentas de intereses, así como de toda carga simbólica e histórica de los movimientos sociales tradicionales (Castells, 2012). De igual forma sus participantes son sujetos políticos en confluencia entre mundo virtual-plazas públicas y vida cotidiana-vida política (Pleyers, 2018), pues usan la auto-comunicación para crear mensajes horizontales y deliberados en redes sociales y comunidades virtuales, todo gracias a la autonomía en el seno de los movimientos sociales en internet, que permite un ejercicio per se de contrapoder debido a la autonomía comunicacional esencial para apartar su control de los poderosos, y dar vía a la construcción de autonomía como actor social en sus participaciones (Castells, 2012).
A partir de entonces se crea una cultura manifestante crítica de la clase política, con proyectos claros que resaltan afinidades individuales sin cerrar posibilidades colaborativas esporádicas con organizaciones militantes o acuerdos de apoyo a algún candidato político, e incluso la opción de presentarse ellos mismos a cargos públicos. Pese a esto, son activismos que toman distancia de organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos (Pleyers, 2018), puesto que nacen “as an organized public effort, making collective claim(s) of target authority(s), in which civic initiators or supporters use digital media” (Edwards et al., 2013, p.10), rebelados a raíz de identidades compartidas y aspiraciones con movimientos sociales de cada país que impactan en protestas callejeras promovidas por grupos o individuos con pretensión de cambios gubernamentales (Pleyers, 2018).
En este sentido el ciberactivismo no siempre proviene de luchas agrupadas en movimientos sociales, ya que son comunidades virtuales con fines políticos de incidencia en las opiniones de usuarios que navegan en las redes sociales virtuales, agendas políticas y medios de comunicación tradicionales. En concreto, son aquellas amplias colectividades constituidas por voluntad propia sobre la base de pasiones compartidas, descontentos, intereses y formas de pensar, “whose force derives from the fact that participants are attempting to archive something concrete, such as getting their job done” (Chadwick, 2006, p. 106).
Si bien en este tipo de activismo político han sido los jóvenes los principales protagonistas, la característica primordial recae en su forma de irrupción producto de un suceso difundido en la red, las posturas no radicales acerca de la democracia o forma de gobierno imperante e inexistencia de símbolos ideológicos, además de liderazgos vertiginosos o nebulosos (en algunos casos transformados en liderazgos colectivos), pero todos atados a la estructura comunicacional horizontal en internet y redes sociales virtuales (Castells, 2012; Rodríguez, 2012; Gutiérrez, 2016; Gutiérrez, 2020).
En espacios latinoamericanos ciberactivistas, conviven la comunicación horizontal y el liderazgo colectivo on/offline, a razón de las prácticas comunitarias de la minga, el anyi, el tequio y mutirão, que permiten varias de las resistencias territoriales y dan lugar a fusiones estratégicas de organización horizontal. Colombia es un caso claro, considerando que durante el Paro Agrario del 2013 se visibilizó la convivencia entre la resistencia territorial de la minga, yuxtapuesta a convocatorias en redes sociales virtuales por activistas individuales y colectivos, es decir, una sincronía transversal entre entornos rurales-urbanos y territorial-virtual (Gutiérrez, 2016).
Lo anterior desencadena la evasiva perfecta al ciberoptimismo proselitista, o la creencia romantizada de emancipación representada en internet promulgada por internet-centristas (Dorantes, 2016), junto a una cultura ciberactivista principalmente protagonizada por jóvenes, preocupada por enlazar la difusión de material político o social en redes sociales virtuales con la participación ciudadana.
Sin embargo, el ciberactivismo no siempre es democrático bajo el lente legal, dado que las resistencias desde redes insurgentes, subalternas o clandestinas mencionadas por Sousa Santos (2018) ya no son únicamente desde el espacio físico, sino también desde lugares virtuales y externos a las instituciones democráticas con activismo(s) de infoguerra, desobediencia civil electrónica y actividad hacker politizada.
La infoguerra usa internet como entorno de acción a través de guerra propagandista; la desobediencia civil electrónica como resistencia con el bloqueo de entornos de la red (Wray, 1999); y la actividad hacker también conocida como activismo, es protesta política generalmente anónima en un software libre, gestados como espacios de exigencia de ciudadanos contra abusos de poder, corrupción, o todo suceso indignante que provenga de los gobernantes de turno con el uso de herramientas hacker. En América Latina fue el caso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), Anonymus y WikiLeaks quienes han forjado una cultura hacker manifestante, conforme con Arditi (2016a).
Esta distinción no siempre es clara, pues para Dorantes (2016) la firma electrónica de peticiones, debates o discusiones políticas, asociaciones de usuarios de acuerdo a fines comunes, donaciones a candidatos, organizaciones políticas o causas sociales, convocatoria de mítines o manifestaciones, son sinónimo de hacktivismo, olvidando que pese a ser activismos en internet, existen distinciones en su accionar.
Latinoamérica ciberactivista 2006-2018
Una vez visto lo anterior, vale la pena ahondar de qué manera latinoamérica participó hasta el 2018 en la ola de reivindicaciones apoyadas en internet, que se rastrea desde su primera manifestación en 2006 en un ambiente electoral presidencial pese a los bajos niveles de conectividad regional[4]. En 2006, fue tal la importancia de internet y las redes sociales en las elecciones en Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, México, Nicaragua, Perú y Venezuela, que un primer estudio presidido por Carmen Fernández (2006) abrió paso a la creación del índice ciberpolítico regional a partir de indicadores referentes al uso de internet para informarse o actuar políticamente.
La ciberpolítica se hace palpitante dadas las realidades emergentes ligadas a internet en la polis, el demos y el cratos (Cotalero y Gil, 2017), identificados como los tres elementos políticos que conforman un ciclo de nuevos movimientos sociales latinoamericanos encarnados en ciudadanos ciberactivistas o ciudadanos digitales, cuya acción de leer, compartir, promover hashtags, enviar correos y SMS para la promoción de un candidato, intentar entablar diálogos con candidatos, convocar o asistir a una concentración política, e inclusive aportar dinero online a determinada campaña, son nuevas formas de activar la política (Fernández, 2006; 2008).
Aun así, el ciberactivismo no siempre parte del apoyo a un candidato en época electoral mediante las formas antes mencionadas. La creación de ciberactivismos también parte de movimientos sociales que luego son usados durante elecciones y viceversa, los ciberactivismos nacidos en apoyo a un candidato también son susceptibles de convertirse en grupos políticos o movimientos sociales. “Por ejemplo, los activistas de Internet se pueden mover entre diferentes «grupos» sin dejar de ser activistas, o pueden reenfocar su política para…pasar de la resistencia a una determinada posición política” (Postill, citado por Pink et al., 2019, p.129).
Por consiguiente se vivencia una reactualización semántica de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos conjugada a nuevos movimientos políticos, debido que su mención ya no es a los movimientos sociales nacidos a finales del siglo XX e inicios del XXI con el escenario político protagónico de campesinos, indígenas y afrodescendientes como actores que posicionan demandas que giran en torno a una imaginación política necesariamente progresista como lo indica Sousa Santos (2010). Los nuevos movimientos latinoamericanos surgen desde el uso de redes sociales por cibernautas del común; desde la destitución presidencial ecuatoriana en 2005 de Lucio Gutiérrez, las elecciones del 2006, la Revolución Pingüina en el mismo año, las movilizaciones del 2008 en Colombia, las movilizaciones de los estudiantes mexicanos en 2012, las protestas en Brasil durante el 2013, las luchas feministas del 2015, junto a las campañas en Argentina pro aborto durante el 2018 (Fernández, 2006; Gutiérrez, 2016; Martínez y Avella, 2016; SocialTIC, 2018; García, 2019; Gutiérrez, 2020).
Todos estos movimientos desde el 2005 dan visos de una América Latina ciberactivista, pero son el movimiento mexicano “yo soy 132” de la mano a las “jornadas bunho” en Brasil, los que terminan de “situar a América Latina en un nuevo mapa-paradigma global de acción y protesta en red” (Gutiérrez, 2016, p.6). Sin embargo, el movimiento mexicano yo soy 132 pese a recibir enorme apoyo de otros movimientos globales y tener gran impacto en la agenda nacional, no se enlazó con otros movimientos globales en contraste a las jornadas bunho en Brasil; esta última atada a nodos activistas local-global con el Occupy Wall Street.
En adelante los movimientos latinoamericanos feministas, ecologistas e indignados, formaron nodos ciberactivistas, a excepción del movimiento #Yosoy132 dada su génesis apartada de otras luchas globales como lo plantea Rodríguez (2012) y Gutiérrez (2020), cuya distinción da como resultado el primer movimiento ciberactivista autóctono del cono sur surgido del seno virtual de las redes sociales virtuales, interrelacionado a la convulsión nacional por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa (Arditi, 2016b).
#Yosoy132 emergió posterior a que 131 estudiantes de la Universidad Iberoamericana en 2012 (una universidad privada, con una de las matrículas de más alto costo), fueran objeto de campañas negras promovidas por el equipo del entonces candidato presidencial Peña Nieto en represalia a la acción estudiantil de recibimiento al candidato con carteles de protesta y preguntas “desagradables”, como lo fue el caso de su responsabilidad sobre la represión en San Salvador Atenco en 2006. Los medios televisivos no tardaron en juzgarlos de grupos extremistas con propósito descalificador y juego de complicidad entre partidos políticos y medios tradicionales de comunicación (García, 2019), que desplegó la publicación de un video de los propios estudiantes desmintiendo los señalamientos, junto al descontento reflejado en redes sociales impulsado por los hashtags de apoyo de la politóloga Denise Dresser; desde #somosmásde131, #yotambiénsoy131, #yosoyel132 y finalmente con #yosoy132 (Gutiérrez, 2016).
No obstante, el movimiento Yo soy 132, sí posee cierta continuidad con la lucha interna del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) respecto a “imaginarios, narrativa y métodos auto-organizativos” (Gutiérrez, 2016, p.22), al mismo tiempo que el movimiento EZLN es un significativo antecedente de activismos que han usado internet como estrategia comunicativa, y por ende, precede, permea y funciona como bocina de los nuevos movimientos sociales de Estados Unidos y Europa, debido a su expansión a través de internet por personas quizá externas al movimiento. En Occupy Wall Street los zapatistas fueron una valiosa referencia en la forma deliberativa del Spokes council inspirada en los caracoles zapatistas, e incluso el lema “We are the 99%” fue inspirado de la consigna “no estoy yo, están ustedes” (Harvey, 2014; Dorantes, 2016; Gutiérrez, 2016).
Es claro que el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) no fue un movimiento gestado en internet, pero indudablemente con él se marca la historia de movimientos de rápido alcance mundial coadyuvados con activismos distintos a los tradicionales, de modo que el líder zapatista llamado a sí mismo como “Sub-comandante Marcos”, es el primer líder social que logró reconocimiento mundial gracias a internet (Dorantes, 2016; Bianchi, 2014).
Luego del “Yo soy 132” en México, los estudiantes brasileños se levantaron en las denominadas jornadas bunho del 2013 ligada al hashtag en redes sociales “Passe Livre”. De forma similar al accionar ciberactivista europeo, éstas peticiones no tenían bandera ideológica o postura política a favor o en contra del gobierno de turno; lo que posteriormente fue aprovechado por la plataforma derechista del país con un movimiento de nombre similar al original, llamado Brasil Livre (Gutiérrez, 2020).
Asimismo con antecedente en el Slut Walk originado en Canadá, una fuerte revolución global sexual twittera con repercusión en las calles se abrió paso en América Latina durante el 2015 con un post de la periodista argentina Marcela Ojeda en rechazo a los constantes asesinatos de mujeres, puesto que tras su publicación, Ojeda recibió no sólo mensajes amenazantes e insultos, sino también mensajes de apoyo que invitaban a participar de una gran movilización en junio del mismo año mediante la consigna #NiUnaMenos. Este hashtag se masificó al punto de formarse como arquitectura feminista de tendencia mundial en redes y marchas en América Latina, Estados Unidos, Europa, Asia y Oceanía (Tarrow, 2011; Gutiérrez, 2020).
Para Bianchi (2014) todos estos nuevos movimientos latinoamericanos que trascienden mecanismos tradicionales de participación e imprimen consciencia pública, evidencian la presencia simultánea en la región de “nuevos adultos que son a la vez nativos democráticos y nativos digitales” (p.37) formados bajo la esperanza de la participación activa como transformación democrática que puede alcanzar una organización con sentido social. Por ende, son ciudadanos activistas oscilantes entre descontentos en redes, acciones estratégicas y demandas de derechos con agendas globales pero con localización territorial.
Dichos actores latinoamericanos se insertan en la democracia virtual con exigencias de mayor justicia social, mayor participación ciudadana y transparencia institucional con temas concretos de derechos sexuales, derechos de los pueblos indígenas, educación gratuita y de calidad, libertades de expresión, prensa y digitales, junto a acciones contra el cambio climático. En efecto “no intentan eludir a las instituciones políticas sino conquistar espacio en ellas, a las que siguen considerando como fundamentales para el cambio social” (Bianchi, 2014, p. 68).
Por tanto los movimientos campesinos, indígenas y afrodescendientes re-emergen y se conjugan con los movimientos urbanos en la escena latinoamericana, desde una identidad predominantemente estudiantil, ecologista y feminista, con estrechez en las tecnologías digitales, desconfiados u opuestos a la política representativa de partidos políticos o políticos profesionales, con proyectos en algunos casos progresistas y en otros de extrema derecha como el huracán Bolsonaro en Brasil, que pueden o no ser aliados posteriores en campañas electorales (Dorantes, 2016; Arditi, 2016b; García, 2019; Gutiérrez, 2020).
La hibridez entre formas auto-organizativas horizontales y comunitarias, las calles y las redes sociales virtuales, el liderazgo juvenil principalmente sin participación política tradicional, la visibilización mediante hashtags concordantes a un fuerte activismo en internet, alejado de componentes ideológicos (inicialmente), con liderazgos nebulosos perturbadores de actores de izquierdas tradicionales, son para Gutiérrez (2016; 2020) los patrones ciberactivistas tanto latinoamericano como europeo, según se plasmó en el anterior esquema 2. Al respecto Rodríguez (2012) expresa,
…se ha sostenido (y la historia parece darles la razón de manera contundente) que las nuevas generaciones sí quieren participar, siempre y cuando las ofertas al respecto sean transparentes, estén alejadas de la manipulación, la corrupción y el clientelismo, y apelen realmente al ejercicio de derechos ciudadanos, a través de espacios y formatos atractivos, modernos, que incluyan un uso intensivo de redes sociales y cuenten con un importante protagonismo de los propios jóvenes (p.32).
Pese a lo anterior, las rebeliones ciberactivistas no son muestra de una actividad propiamente de sujetos políticos como lo arguye la dialéctica moderna, dado que el comportamiento del conglomerado ciudadano no deja de ser impulsado por otros grupos o individuos que menguan la capacidad de agencia individual. Conforme a Torres (2013), los líderes de opinión influyen indirecta o directamente en la motivación del usuario y vuelven “casi todo acto público en un proceso viral, contagioso pero…efímero” (p. 8).
Tras ello emanan opiniones de lo político como espacio vaciado limitado a la externalización de descontentos reducidos a un fenómeno clickactivista, y en consecuencia la eliminación de capacidad de reflexión y debate. Las opiniones, peticiones o reivindicaciones no pueden recorrer la virtualidad sin intervención de cuerpos que cooptan el poder, como tampoco tener intención de ser promotor político en redes sociales es puerta segura para ser escuchados y leídos.
Matriz moderna ciberactivista ¿la nueva cara de los sujetos políticos?
El escenario de la modernidad, como ya se ha mencionado, se aúna con el capitalismo y la democracia, donde cuya relación en la actualidad es manifestada en su apuesta por ocupar los espacios en internet a través de los activismos en redes sociales, y dada las rupturas y continuidades que ello marca dentro de las estructuras de resistencia y las metamorfosis histórico-mundiales de poder, la asocia con un grado democratizador de la democracia (Santos, 2018; Han, 2014; Pleyers 2018).
Las resistencias que irrumpen patrones anteriores, conviven entonces en el sistema democrático como representación del ejercicio de presión que permite la democracia. Pero la modernidad también, reproduce los postulados de la democracia como única forma válida de participar en política, y continúa con las perennes dicotomías entre nosotros-ellos y centro-periferia a través de las amplias brechas digitales global-nacional que posiciona en inferioridad a culturas sin acceso a internet entre el norte y sur; por lo que, cabe preguntarse sí los activismos en internet juegan un rol antisistémico en términos de Agustín Lao-Montes (2009), o por el contrario, son activismos que no trascienden en cambios estructurales.
Para Lao-Montes, los activismos disruptivos generalmente son connotados como antisistémicos, y se constituyen en luchas y formas organizativas “capaces de desafiar y transformar el orden global en diferentes momentos claves de la historia mundial” (2009, p. 214), lo cual para Castells (2012), se condensan en la sociedad red resultado de un ejercicio per sé de contrapoder, debido a su comunicación autónoma exenta de control institucional. Empero, con ello surgen más preguntas que respuestas respecto al contrapoder que ejercen dichos activismos en red, su excepción de control institucional, y la opción de lucha propuesta por los movimientos mencionados.
Así las cosas, se alude al conglomerado ciberciudadano como el sujeto que divulga lo que sucede a su alrededor desde los embotellamientos, desórdenes, actos de corrupción, abusos de poder (verdaderos o falsos), formando un conjunto emancipador justiciero y autónomo de encontrar alternativas activistas gracias a las plataformas digitales (Garcia Canclini, 2019).
No obstante, la idea utópica de las plataformas digitales y la red en sí misma como propiciadoras del capital social, profundización de la participación y mayor preocupación por asuntos públicos queda a la deriva, al tener en cuenta que en las redes sociales virtuales hay quienes son espectadores activos o usuarios que producen y consumen información con fines políticos y sin más no ser ciudadano, ya que la consciencia puede mostrarse en redes pero no en acciones concretas (García Canclini, 2019).
Su derivación es el sentimiento apaciblemente cómodo digital sin un compromiso manifestado en hechos, que como plantea Fernández (2016), constituye un accionar desde la distancia estética y empatía ocasional sin comprensión de lo percibido. Esto se conjuga con el clickactivismo, dado que teatraliza los fenómenos socio-políticos siguiendo los pasos del espectáculo cegador de la imagen televisiva y convirtiendo un espacio emancipador en un espectáculo de “golosina embriagadora” deshumanizada basada en raiting proporcionado por los likes. Así entonces, se cosifican las problemáticas bajo presunta consciencia, pero esconde su ánimo de popularidad o reconocimiento social por la “mesurada intelectualidad” (Fernández, 2016; García, 2019).
La inmediatez del mundo de la red paradójicamente deteriora su propio tejido; obstruye la capacidad individual de ir más allá de lo leído o visto, ciega la comunicación empática a un clic y limita la indagación rigurosa de los acontecimientos (Fernández, 2016). Así, cada segundo la red almacena nuevos apoyos a causas sociales, información verdadera o falsa, aparecen nuevas interpretaciones, y el debate de un minuto anterior es obsoleto al siguiente.
Hallazgos
El espacio virtual y las redes sociales virtuales han abierto lo que en ocasiones pudiese ser una caja de pandora, comúnmente condensado en la mención del “sujeto” y “ciudadano” como aquel participante activo en la construcción de las sociedades con visión politizada; cuya expectativa no es ser consumidor de información sino actor político que promueve la participación política en doble sentido. Desde el ciudadano/sujeto comprometido, y desde el individuo cómodo, guiado por las acciones y opinión de otros, pues aunque el ciberactivismo se distinga del clickactivismo, en él también se manifiesta una trazada incapacidad de desarrollar un nosotros sostenido en el tiempo, porque es justamente ahora donde se ha dejado de ser una masa accionaria para convertirse en un cúmulo de individuos aislados, solitarios, incoherentes sentados frente a un monitor, conformados en ocasiones como colectivos, pero fugaces (Han, 2014).
Sobre esta línea cabría indagarse sí, el ciberactivismo usado como base electoral para conformarse como candidatura a los próximos cargos públicos (Pleyers, 2018), es una actividad propiamente preocupada por el bienestar general y una muestra de acción real/materializada no salvaguardada únicamente en un clickactivismo, o si termina por no escapar de sus deseos individuales y recurre a él para satisfacer su subjetividad a través del individualismo.
No obstante, internet es reivindicación y voz para los silenciados, rompe con la unidireccionalidad discursiva u orden de las situaciones de la férula de poderes informativos, que en su deber ser visibiliza voces ciberactivistas propositivas, argumentativas, serias, diferenciadas de cualquier influencer estéril (Fernández, 2016). En otras palabras, los ciberactivistas diferentes a los influencer, son sujetos, ciudadanos, actores políticos, preocupados y activos por las problemáticas sociales, que además, teniendo en cuenta a Mignolo, re-piense los activismos y movimientos más allá de la opinión, individualidad y proselitismo (2007).
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Notas