Artículos
Recepción: 03 Septiembre 2022
Aprobación: 17 Noviembre 2022
Publicación: 30 Agosto 2023
Resumen: En 1927 un grupo de jóvenes fundó una biblioteca cultural en un barrio suburbano de la capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina. La trayectoria inicial de esta biblioteca informa una novedosa mixtura entre una sociabilidad barrial y otra de índole juvenil, vinculada al movimiento del reformismo universitario. Para analizarla, este trabajo reconstruye las prácticas culturales auspiciadas, destacando la “veneración” a distintos referentes ideológicos. Asimismo, por medio de un boletín de prensa institucional (1931-1932), examina ciertos usos del pasado motivados por acontecimientos contemporáneos ligados al golpe de estado y la guerra del Chaco. En última instancia, se interroga por la coexistencia entre las manifestaciones ideológicas del núcleo juvenil y la vigencia de un discurso de “apoliticidad” típico del asociacionismo barrial de entreguerras.
Palabras clave: Biblioteca cultural, sociabilidades, veneraciones, usos del pasado, entreguerras.
Abstract: In 1927, a group of young men founded a cultural library in a suburban neighborhood of the capital city in the province of Buenos Aires. The initial trajectory of this library informs a novel mix of neighborhood and youth sociability related to the university reformist movement. In order to analyse it, this article reconstructs the cultural practices sustained, highlighting the "veneration" given to some past ideological referents. In addition, through an institutional press bulletin (1931-1932), it examines certain uses of the past motivated by contemporary events linked to the coup d'etat and the Chaco war. Lastly, it asks about the coexistence between the ideological manifestations of the library members and the "apolitical" discourse typical of neighborhood libraries during the interwar period.
Keywords: Cultural library, sociabilities, venerations, uses of the past, interwar period.
Introducción
Cierta tarde de invierno de 1927, con el propósito de “llenar una necesidad muy grande de cultura e instrucción”, un grupo de jóvenes fundó una biblioteca cultural en su populoso barrio de la ciudad de La Plata. En rigor, se trataba de una salita “de humildad franciscana” que formaba parte de la casa familiar de un integrante de aquel grupo.[1]
Además de compartir el barrio de residencia en la capital bonaerense, aquellos jóvenes preocupados por la cultura, en su mayoría hijos de inmigrantes,[2] cursaban sus estudios secundarios en el mismo colegio, de manera que habían considerado oportuno consultarle al profesor de literatura, Ezequiel Martínez Estrada,[3] un nombre para la biblioteca que se disponían a inaugurar. El escritor sugirió “Euforión” (Euphorion), en referencia a un personaje del Fausto del dramaturgo alemán J.W. Goethe. El personaje goethiano encarnaba la euforia y el riesgo juvenil; en su ansiedad por volar a la guerra, había perecido al arrojarse a los cielos.[4]
Anécdotas de esta coloratura suelen envolver los variopintos orígenes de las bibliotecas populares que desde 1870, como efecto de la Ley 419, se multiplicaban a lo largo de Argentina. Esa diversidad originaria obedecía a que, siguiendo el modelo norteamericano que había inspirado a Sarmiento -artífice de la mencionada ley-, la fundación de estas instituciones culturales quedó en manos de una sociedad civil crecientemente cosmopolita y dueña de una fuerte tradición asociativa (Di Stefano et al., 2002;Planas, 2017).
Así, si bien algunas bibliotecas surgieron con existencia institucional autónoma, en la mayoría de los casos formaron parte de asociaciones mayores de carácter gremial, étnico, recreativo o educativo. Considerando que la cultura impresa asumía cada vez mayor protagonismo en la vida cotidiana, se comprende que estas asociaciones, cuya proliferación fue incesante hacia fines del siglo XIX, hicieran grandes esfuerzos para auspiciar salas públicas de lectura para sus adherentes y el público en general.
El auge de bibliotecas populares se verificó, en particular, durante las décadas de entreguerras -es decir, entre 1910 y 1940-, al calor de procesos como la alfabetización, la escolarización masiva de la población y la expansión de las ciudades. En ellas, como analizaron pioneramente Romero y Gutiérrez (1995) para el caso de Buenos Aires, la formación de nuevos barrios suburbanos motivó la asociación entre vecinos y vecinas frente a necesidades no sólo de carácter edilicio, sino también cultural. Las bibliotecas fueron entonces postuladas como ámbitos de sociabilidad barrial auspiciados por vecinos y vecinas, “sectores populares” en ascenso, cuya identidad otrora contestaria mudaba hacia una popular y reformista.
Historiográficamente, las últimas décadas fueron testigo tanto de la multiplicación como de la renovación de las indagaciones sobre las bibliotecas, que aquí se conciben como ámbitos de sociabilidad cultural en un sentido amplio (Agulhon, 1992; Bruno, 2015). Entre los numerosos aportes que diversificaron escenarios, periodizaciones y actores involucrados en las trayectorias culturales, ha sido destacado el peso que las identidades políticas, regionales, laborales y/o de género tuvieron entre sus animadores (Barrancos, 1996; Pasolini, 1997; Quiroga, 2003; Roldan, 2012, Vignoli, 2015; Agesta, 2016; Lanzilotta y Oviedo, 2018; Fiebelkorn, 2021; Planas, 2021).
En esta última dirección, la trayectoria inicial de la biblioteca Euforión informará el protagonismo de una identidad como la juvenil, fuertemente vinculada al movimiento del reformismo universitario platense, hasta el momento no demasiado transitada por los estudios focalizados en el período de entreguerras.
No obstante, aquel núcleo juvenil compartía, como se anticipó, una pertenencia barrial y la voluntad de intervenir culturalmente sobre ese ámbito cotidiano. Por esta razón, se propone aquí como hipótesis que la mixtura entre una sociabilidad juvenil y otra de índole barrial fue constitutiva de esta primera etapa de la biblioteca (1927-1932).[5] En esos primeros años, se alojan prácticas y discursos que, interrogados en su contexto de emergencia, restituirán sentidos atribuidos por los jóvenes al activismo cultural, a ciertas disputas ideológicas del presente y al rol del pasado en las mismas.
En función de lo anterior, mediante fuentes como actas y memorias institucionales, se atenderá a las prácticas culturales auspiciadas, en particular, al protagonismo de la “veneración” a distintos referentes ideológicos del pasado. Editado entre 1931 y 1932, el boletín de prensa de la biblioteca permitirá interrogarse por la coexistencia entre las manifestaciones ideológicas del núcleo juvenil y la vigencia de un discurso de “apoliticidad” típico del asociacionismo barrial de esos años. Por último, esta fuente posibilitará detectar ciertos usos del pasado motivados por acontecimientos contemporáneos vinculados al golpe de estado y la guerra del Chaco.
1.Entre el colegio y el barrio: una biblioteca juvenil
Popularmente conocido como “El Mondongo”,[6] el barrio de la hoy casi centenaria biblioteca Euforión se encuentra próximo al centro urbano. Por ese motivo, en los años veinte su arteria principal -la diagonal donde se emplazaba la “salita”- estaba asfaltada y comunicada por el servicio de tranvía, mientras que las calles aledañas ofrecían un paisaje de zanjones, barro y carestía de luminaria.
Ese tipo de contrastes eran frecuentes en la joven capital provincial, fundada ad-hoc en 1882 como consecuencia de la federalización de Buenos Aires. La ciudad registraba en entreguerras ostensibles cambios en su fisonomía urbana: al eje cívico-educativo construido velozmente a partir de los criterios modernistas e higienistas de sus fundadores de la Generación del 80, se adicionaban nuevos vecindarios y caseríos suburbanos, habitados por familias trabajadoras, comerciantes y primeros profesionales titulados por la Universidad Nacional de La Plata, fundada en 1889 y nacionalizada en 1905 (Vallejo, 2008). Producto de tal crecimiento urbano, más de cuarenta bibliotecas populares fueron fundadas en aquellas décadas al interior de clubes deportivos, asociaciones culturales y de fomento (Fiebelkorn, 2021).
Uno de los acontecimientos de mayor relevancia para la “breve” historia local se asociaba precisamente a la casa de altos estudios y al movimiento estudiantil reformista que, plegándose a las protestas estudiantiles iniciadas en Córdoba y Buenos Aires, protagonizó aquellas que confluyeron en la “Huelga grande” de 1919-1920 (Biagini, 1999). En tal gesta, no sólo las distintas Facultades fueron nucleamientos decisivos para el movimiento estudiantil, sino también el Colegio Nacional al que asistían los euforionistas, dependiente de la universidad. Sede de cursos y disertaciones populares, numerosos alumnos y exalumnos del Colegio adhirieron a huelgas, mitines y movilizaciones en favor de las cátedras libres, la autonomía universitaria y la participación estudiantil en el gobierno universitario (Buchbinder, 2018).
El movimiento reformista funcionó en la capital provincial a modo de “catalizador” para el desarrollo de numerosas experiencias culturales durante los años posteriores a las huelgas universitarias de fines de los años diez. Entre las más significativas, puede mencionarse la experiencia del Grupo Renovación, nucleamiento de universitarios liderados por el filósofo Alejandro Korn, que cimentó su práctica cultural en la difusión del idealismo, el espiritualismo y el humanismo; a través de la publicación de revistas como Valoraciones, el patrocinio de una editorial y de un grupo de teatro universitario, entre otras intervenciones (Graciano, 2017).
Los jóvenes euforionistas estaban influenciados por este clima cultural e incluso por este núcleo en particular; de hecho, en 1928, organizaron conferencias con una de las entidades culturales orientadas por Korn.[7] Por eso, a diferencia de numerosas bibliotecas barriales de la época cuyos miembros se autopercibían y proyectaban en la esfera pública como “vecinos” -aun cuando fuesen, etariamente, jóvenes-, en el caso de esta sala sus animadores lo hicieron, desde el momento inicial, como “jóvenes”, identificándose con aquel sujeto político colectivo surgido del reformismo universitario (Cattáneo y Rodríguez, 2000).
Euforión encarnaba, para sus fundadores, “el optimismo de nuestros jóvenes años condensado en las ocho letras del helénico nombre”.[8] Así, en virtud de la centralidad identitaria que asumió el componente juvenil y de las afinidades ideológicas que, como se profundizará, aglutinaron a sus mentores, resulta clave entramar a esta entidad dentro de los amplios alcances del movimiento político cultural de la Reforma Universitaria propagado entre 1914 y 1928 (Bustelo, 2014).[9]
La tarde de inauguración de la biblioteca, el discurso de su primer presidente y referente vitalicio, Nicodemo Scenna (18),[10] reflejó la mixtura entre el idealismo juvenilista y la voluntad de proyección sobre el ámbito barrial que aglutinaba al grupo fundador:
Los esfuerzos y las energías perdidas poco importaran (sic) cuando se trata de una mejora que redunde en beneficio de este barrio; para el (sic) consagraremos nuestras más nobles acciones, nuestros entusiasmos juveniles, volando en pos de todo aquello que sea útil y provechoso, para así arrojarlo sobre la iluminada frente de éste (…) Espadachines modernos, disponemos de una nueva arma que tiene la virtud maravillosa de no herir aunque sirva para el combate (…) Esta arma que jamás un buen Quijote olvidó de llevar en sus andanzas por el mundo son los libros, que los hallareis en nuestra biblioteca.[11]
Plena de figuras aladas y luminosas, la alocución de Scenna contribuyó a que la “humilde” salita se convirtiera, formalmente, en una biblioteca. Al respecto, cabe aclarar que si bien fue fundada como sala “pública” de lectura, no alcanzó el estatuto de “popular” conferido por el estado, vía su Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, sino hasta décadas posteriores.[12] En cualquier caso, funcionó como tal en la práctica: abría sus puertas un par de horas por día en horario vespertino o nocturno, garantizaba acceso irrestricto al público y ofrecía consulta de impresos en sala, o bien, retirarlos a domicilio por una mínima suscripción mensual.[13]
El préstamo de libros era sólo una -y no precisamente aún la más convocante- de las actividades auspiciadas, entre las que se contaban “infinidad de reuniones de carácter cultural y social” como torneos de ajedrez, bailes vecinales y picnics estivales en las playas del río; y eventos más mesurados, como homenajes y conferencias.[14] Acaso conscientes de aquella variedad, en el quinto aniversario institucional, sus animadores admitieron haber descuidado “el sentido estático que suelen tener las bibliotecas para darle esa agilidad que requiere y debe tener toda agrupación de hombres jóvenes”.[15]
2.De la sala al barrio: el boletín de prensa (1931-1932)
En aquel sostenido marco de activismo cultural e incurriendo en una práctica típica de las formaciones culturales reformistas y, también, del asociacionismo barrial, los animadores de Euforión se lanzaron en 1931 a la arena periodística con la publicación de un “órgano oficial de la biblioteca”, al que eligieron titular como la sala homónima.
En su primer número, el boletín se autoproclamó como “el portador del sentir y el pensar de la juventud que lucha por un ideal noble y sano, por el engrandecimiento de nuestra biblioteca, que es y será siempre orgullo del barrio donde actuamos”.[16] Este énfasis territorial, que glorificaba al dispositivo cultural “barrio” (Gorelik, 1998), tenía su correlato en el interlocutor privilegiado por los redactores: “el vecino” del barrio este, al que se procuraba acercar a la biblioteca apelando a un formato que, puede conjeturarse, resultaría amable en tiempos de consumo masivo de diarios, revistas y otras formas de publicación periódica (Delgado y Rogers, 2016).
El boletín contó con apenas siete salidas: cinco durante el año 1931, dos en 1932.[17] De aspecto materialmente asimilable al de una revista, su tirada fue inicialmente de 1000 ejemplares, mientras que a partir del tercer número alcanzó los 1500. Su extensión también registró un aumento gradual: las iniciales dos páginas, se convirtieron pronto en seis.
Sin embargo, su discontinuidad temporal y escasez de números informa de las dificultades de la iniciativa periodística en aquellos dos años particularmente golpeados por la crisis económica y social. En efecto, el “humilde periódico” -como lo presentaban a menudo sus redactores- se distribuía de manera gratuita en el barrio y su financiamiento dependía enteramente de los avisos publicitarios de casas comerciales y de profesionales de la zona.[18]
A lo largo de sus apariciones, Euforión estandarizó secciones ilustrativas de los intereses de sus impulsores, reflejando la mixtura entre el componente barrial y el juvenil. Así, la sección “Nuestra obra”, anunciaba conferencias y actos culturales en el recinto bibliotecario; “Zona este”, estaba consagrada a la denuncia de los problemas edilicios del barrio con fotografías alusivas; “Literarias”, ofrecía un espacio para que socios, socias y simpatizantes publicaran sus composiciones narrativas. Por su parte, las columnas “Escuela nº43” y “Escuela nº45”, publicaban composiciones escritas de sus respectivos alumnados y, además, comunicaban las acciones de la biblioteca en beneficio de dichas instituciones: donación de útiles, libros y guardapolvos, entrega de premios de estímulo a sus mejores alumnos y alumnas, entre otras.[19]
Más allá de estas secciones recurrentes, cada número del boletín contuvo un alto número de sueltos heterogéneos: listados de nuevos socios, citas de artículos del estatuto, adhesiones a actos y homenajes, notas de opinión sobre sucesos de actualidad, citas de referentes ideológicos, transcripciones de conferencias libradas en el local. En suma, a partir de este repertorio heterogéneo de secciones y sueltos, puede señalarse que sus páginas replicaban cierta estructura miscelánea típica de los populares magazines de entreguerras, caracterizados por la yuxtaposición de textos con retóricas y objetivos diferentes, pero con la forma breve como elemento común (Sarlo, 1985).
Uno de los tópicos más reiterados en las páginas de Euforión fue la aclaración respecto a que la institución guardaba “prescindencia política”, como puede leerse en el primer editorial:
Damos a la luz y para vosotros, esta página (…) en beneficio de todos nuestros vecinos, sin distinción de colores políticos, puesto que nunca nos embanderamos con nadie, ni lo haremos, porque siempre quisimos que esta biblioteca fuera para todos (…).[20]
Incluso la página aledaña contuvo una cita del estatuto, reiterada en números posteriores: “la institución no auspicia ninguna idea política ni de ninguna otra índole que pueda afectar su desenvolvimiento”.[21] El interés por esclarecer este aspecto obedecía a que para la mayoría de las asociaciones barriales de entreguerras, la defensa de la prescindencia política funcionaba como una marca de identidad y legitimidad frente a la comunidad barrial, debido a que delimitaba un espacio de actividades propias de la práctica asociativa por fuera de los intereses partidarios o municipales (De Privitellio, 2003).
A diferencia de documentos institucionales como estatutos o actas institucionales, donde esa “apoliticidad” era proclamada con insistencia, las páginas del boletín exhiben, al mismo tiempo, un conjunto de referentes ideológicos y de posicionamientos ante acontecimientos contemporáneos, si bien hoy fácilmente asimilables como “políticos”, no necesariamente definidos en esos términos por los euforionistas.
3. Veneraciones y usos del pasado
Honrar el recuerdo de los
verdaderos maestros es deber de toda generación.[22]
Si, como sintetiza el epígrafe extraído del Boletín, recordar a ciertos “maestros” era un deber generacional para los integrantes de esta biblioteca cultural, aquel ejercicio de memoria se tradujo en la frecuente organización de conferencias y actos homenajes a hombres ejemplares en el recinto euforionista. En este sentido, la “veneración” de un conjunto de referentes del pasado considerados “maestros”, puede destacarse entre los motivos recurrentes de la obra cultural.
Un caso ilustrativo ofrece la figura del poeta Pedro E. Palacios (1854-1917), popularmente conocido como Almafuerte, fallecido en la ciudad y vecino del barrio donde se emplazaba la biblioteca. En memoria del poeta - “aquel grande que fue mísero”, según expresaba el boletín-,[23] Euforión motorizó y adhirió a numerosos homenajes, conferencias y proyectos de monumentos almafuerteanos. En uno de aquellos actos aniversario, el euforionista Scenna manifestó que “en América, tan propensa al recuerdo de sus militares, el cariño y la veneración de un poeta es algo digno y reconfortante”.[24]
Desde luego, el término “veneración” trascendía su uso sacro y, en ámbitos de sociabilidad laica como la biblioteca, expresaba el máximo respeto y honra hacia figuras del ámbito político, artístico o educativo. Así, teniendo en cuenta la centralidad que, bajo diversas formas, este motivo de fuerte impronta romántica asumió en la vida cultural euforionista, no sorprende que el boletín de prensa contuviese un conjunto de veneraciones “textuales”; o, en otras palabras, que sus redactores publicaran allí escuetas semblanzas, evocaciones y citas textuales de referentes del pasado considerados “maestros”, una figura altamente significativa entre la juventud universitaria.
Ahora bien, además del poeta Almafuerte, ¿qué otras figuras se presentaron como “venerables” para aquel grupo de jóvenes? Por su liderazgo en la Reforma Universitaria, un lugar destacado lo ocupaba el denominado “maestro de la juventud”, el filósofo José Ingenieros (1877-1925). Los primeros números del boletín contuvieron breves citas de Las fuerzas morales alusivos a la juventud como renovadora del mundo moral y otras extraídas de su clásico El hombre mediocre sobre idealismo y perfectibilidad espiritual.
El escritor romántico de la Generación del 37, Esteban Echeverría (1805-1851) era evocado como “hombre ejemplar y aleccionador”, aquel que confirió un papel central a la educación e instrucción del pueblo. Se publicaron fragmentos de “La salud del pueblo” y “El hombre de honor”, mientras que su Manual de enseñanza moral fue conceptuado por los euforionistas como “una especie de evangelio social y político al alcance del niño, futuro ciudadano de una nación moderna”.[25]
Por su parte, “el recuerdo del maestro Rodó” convocaba la fortaleza espiritual de los pueblos americanos en su “marcha por la conquista de un ideal”. Más aún, su Ariel (1900), obra clave para el movimiento estudiantil reformista, ratificaba su vigencia, a punto tal que los redactores no dudaron en consustanciar al personaje goethiano con las virtudes arielistas: “para nosotros Euforión es el producto de una nueva civilización; es el genio alado de Ariel que dulcifica las cosas de la vida”.[26]
Contenidas en el Boletín, las veneraciones “textuales” a estos maestros contribuyeron a construir y exteriorizar un discurso filiatorio para los euforionistas, edificado en torno a nociones de progreso social, juvenilismo, espiritualismo y americanismo, que condensaban y al mismo tiempo actualizaban los legados ideológicos del reformismo universitario.
Ahora bien, estas formas de recordar no fueron los únicos modos de aproximación al pasado visualizables en el espacio del boletín. Más bien, se observa la coexistencia con visiones del pasado expresadas en “menciones casi al descuido incluidas en textos que se referían no a la historia, sino a otros problemas”, esencialmente del presente (Cattaruzza, 2001: 455). En particular, ante dos acontecimientos contemporáneos como el golpe de estado de 1930 y la guerra del Chaco desatada en 1932, los euforionistas apelaron al pasado para legitimar los posicionamientos ideológicos del presente de cara a la comunidad barrial, sin que ello implicase renunciar a la legitimante marca de “apoliticidad” institucional.
El legado de los patriotas ante la amenaza fascista
La dictadura encabezada por José Félix Uriburu que en 1930 puso fin a la experiencia democrática del gobierno yrigoyenista afectó uno de los ámbitos de sociabilidad cotidiana de los euforionistas: el universitario. En efecto, algunos de los otrora colegiales habían iniciado sus carreras universitarias hacia 1928, vía promisoria del ascenso social para aquella primera generación nacionalizada.
En virtud de supuestas “tendencias ideológicas perturbadoras de la tranquilidad pública”, la dictadura uriburista intervino la universidad local en julio de 1931, exoneró profesores y suspendió estudiantes (Vallejo, 2019). En ese marco, distintas acciones de protesta nuclearon a los sectores universitarios locales y los euforionistas se alinearon tras la defensa de la autonomía universitaria.
El Boletín se hizo eco de los sucesos y frente a una solicitud hecha por la Federación universitaria local (Fulp), los euforionistas contestaron con una columna titulada “Nuestra universidad”:
No analizaremos los móviles que motivaron tan extrema medida, cercenando los estatutos y exonerando a varios profesores (…) No puede ni debe haber otra autoridad dentro de ella [UNLP], que aquella que emana del seno mismo de las asambleas de profesores y alumnos. Hacer lo contrario implica desconocer sus fueros y la democrática función que ejerce. Nuestra palabra prescinde, como institución apolítica que es, de toda cuestión política, auscultando el mal en toda la gravedad de su repercusión cultural y social.[27]
La condena al escenario abierto tras el golpe de estado no se agotó en esta previsible defensa de la autonomía universitaria, cuyo antecedente abrevaba en el ciclo de protestas de fines de los diez. El órgano contuvo también declaraciones contra la pena de muerte, en favor del llamado a elecciones libres y del levantamiento del Estado de Sitio ante la proximidad de los comicios electorales de 1931, en todos los casos reiterando el argumento de “apoliticidad” de la institución cultural.
En ese contexto, apareció una columna titulada “Carta abierta a los niños de la escuela 43. Del verdadero sentimiento de patria”, firmada por Scenna, quien aclaraba haber sido ex alumno de esa institución. El euforionista manifestaba allí un abierto rechazo al reclutamiento de escolares por parte de la Legión Cívica Infantil, organización paramilitar de extrema derecha, surgida a inicios de 1931 en defensa del régimen uriburista (Mc Gee Deutsch, 2004).[28]
De acuerdo al referente de la biblioteca, lejos de los tambores y el adiestramiento militar, el “verdadero sentimiento de patria” lo hallarían los alumnos en el espíritu, en la vida y en la obra “de nuestros grandes hombres: Moreno, Rivadavia, Alberdi, Sarmiento, Mitre, Avellaneda e Ingenieros”. Un consejo remataba la epístola:
Adiestraós, jóvenes alumnos, sí, pero no en marchas marciales, ni en instrucciones de mortíferas y fraticidas armas, sino en el cultivo de la inteligencia como el mejor tributo que podemos depositar en el altar de la patria. Que la mentira patriótica, tan explotada y tan fácil a las malas sugestiones, no hinche de vanidad vuestros débiles pechos (…).[29]
Con esta evocación de figuras claves del panteón liberal, Scenna desplegaba una visión del pasado generalizada desde fines del siglo XIX por el estado, intelectuales y partidos políticos modernos, afín a la tradición liberal-republicana iniciada con la Revolución de Mayo (Cattaruzza, 2001). Entretanto, la adición del recientemente fallecido Ingenieros a la sucesión de líderes decimonónicos, se comprende por su referida condición de “maestro de la juventud” en las páginas del Boletín.
Acaso mayor novedad que la selección, reporte el uso “defensivo” de este panteón: frente a la proliferación de formaciones nacionalistas, que en el barrio se expresó en el reclutamiento de escolares por la Legión Cívica, la evocación de esas figuras funcionaba como “faro” liberal-democrático que, continuando con la metáfora, alumbraba el verdadero “sendero” patriótico.
Incluso una vez concluida la dictadura, la “amenaza fascista” continuaba vigente en el país, de acuerdo a otro artículo titulado “¿Fascismo argentino?”, publicado en el boletín en 1932. Su anónimo articulista argumentaba que en contraposición con el “espíritu ciudadano, libre y democrático” forjado a lo largo de la historia nacional por los mencionados hombres ejemplares, el fascismo encarnaba “la negación de todas las libertades individuales y colectivas”; y sobre todo, una forma de gobierno completamente “extraña a nuestro ambiente y a nuestras normas democráticas”. Ante esa amenaza foránea, “obreros, estudiantes, el pueblo todo”, debía conformar un frente único “en defensa de nuestra democracia, una vez más amenazada”.[30]
Contra la guerra del Chaco: americanismo y antibelicismo
Además de los episodios derivados del golpe de estado, otro acontecimiento contemporáneo agitó los ánimos euforionistas. Porque si en las páginas del Boletín el “venerado recuerdo del maestro Rodó” convocó a menudo el americanismo heredado de la Reforma, epitomizado en la etérea figura de Ariel, lo cierto es que la guerra entre Bolivia y Paraguay motivó una serie de artículos y conferencias de encendida prédica antimperialista y antibelicista.[31]
Unos meses antes del estallido bélico, en julio de 1932, una columna titulada “El despertar de un nuevo sentimiento”, manifestaba que el “aún joven siglo XX” podía vanagloriarse de haber hecho nacer “en los corazones de los pueblos” el sentimiento de paz y el antimilitarismo. Un ejemplo edificante en este sentido lo ofrecía el socialista francés Jean Jaurès, encarnación del “elevado sentimiento de humanidad” contrario a la masacre bélica de 1914. Pero si para las potencias centrales el “dorado sueño” del desarme universal resultaba aún una utopía mundial, los pueblos americanos podían, en cambio, enorgullecerse de la armonía internacional que representaban, “solo perturbada por la valiente defensa que el General Sandino hace al avance imperialista de la gran república del Norte”.[32]
La guerra entre Bolivia y Paraguay estalló finalmente en septiembre de 1932 y el último número de Euforión estuvo casi por completo consagrado a su repudio a través de columnas de opinión, transcripciones de conferencias, crónicas sobre la “exposición pictórica contra la guerra” y convocatorias a mitines.[33]
Así, este número pone de manifiesto que la biblioteca formó parte de aquel entramado de agrupaciones estudiantiles y de izquierdas que mediante las redes de solidaridad previamente constituidas en la capital bonaerense, orquestaron un contundente ciclo de protestas y acciones antibelicistas.[34] De hecho, el local de Euforión funcionó como sede de conferencias y muestras artísticas, punto de encuentro para estudiantes, militantes políticos y miembros de entidades culturales movilizados por el repudio a la guerra.[35]
En este convulsionado contexto, es significativo mencionar que un conjunto de intelectuales reformistas locales como Alejandro Korn se habían ido sumando a una militancia política activa en el Partido Socialista (Graciano, 2008). Y muchos jóvenes universitarios confluyeron también en el socialismo hacia fines de 1932, entre ellos, Nicodemo Scenna y puede conjeturarse que otros miembros de la biblioteca lo hicieran.[36]
Respecto al contenido textual del boletín, los artículos coincidieron en señalar como causa real de la guerra boliviano-paraguaya la pugna de intereses económicos entre las potencias imperialistas. Se transcribió una conferencia librada en la biblioteca, a cargo del entonces líder de la Fulp, José María Lunazzi, que discurrió sobre las determinaciones económicas de una guerra que “sólo interesaba a los capitales norteamericanos y angloargentinos que desean poseer el Chaco boreal por el petróleo”.[37]
Por su parte, la conferencia “Por la paz de América”, a cargo de Nicodemo Scenna, repudiaba el “odioso espectáculo” de la lucha fratricida y llamaba a mantener una paz duradera en “nuestra hasta ayer tranquila América”. En la misma clave que Lunazzi, el euforionista interpretaba el acontecimiento citando como referencia un editorial de Nervio, revista contemporánea de orientación anarquista, que preanunciaba el trágico desenlace:
En el centro de Sudamérica, Bolivia, con sus aduanas, su estaño y su cobre en poder de los americanos, disputa con el Paraguay si el petróleo chaqueño será explotado por la Standar Oil o por la Shell Mex y un día de estos estas disputas de los imperialismos Yanqui e Inglés con la complicidad de los gobiernos boliviano y paraguayos llevarán a la guerra a dos pueblos que son uno mismo y que nada tienen que ver en la querrella.[38]
Una vez más, Scenna acudía al pasado para sustentar su exposición: a lo largo de la historia, las guerras habían ocasionado la destrucción infernal de hombres y cosas, como lo demostraba el recuerdo aún fresco de la Gran Guerra, el espectáculo “dantesco” de la vida en las trincheras, del cual no ahorraba estremecedoras metáforas como “el cañón hecho un monstruo vomitando proyectiles”, o bien, “los submarinos como diabólicos peces de idéntica locura”.[39] Ante estas postales de lo trágico, la inspiración arielista emergía en su alocución, porque correspondía a la “noble juventud” alzarse rebelde contra esa y, en definitiva, contra cualquier otra guerra. Su consigna final: “por la unión de nuestros pueblos hermanos: ¡guerra a la guerra!”, expresaba la confluencia del americanismo antimperialista con un pacifismo de posguerra edificado, en parte, sobre la trágica experiencia de la historia reciente.
Un último artículo firmado por Alberto Fernández Leys[40] denota los esfuerzos por refutar la “mentira patriótica” y aportar, en contrapartida, una filiación antibelicista. Aquí fueron aportadas una serie de memorias estadísticas sobre la Gran Guerra: número de muertos, destrucciones de bosques, cultivos, escuelas, edificios públicos; incremento de los presupuestos de guerra de las naciones. Por otro lado, Fernández Leys apeló a distintos literatos y políticos críticos de la guerra. A la cabeza de estos referentes antibelicistas, apareció el escritor libertario y conocedor de la realidad paraguaya, Rafael Barrett (1876-1910), para quien el sentimiento patriótico era funcional a los explotadores y “no a quienes día a día engendraban la patria con su trabajo, como el labrador, el obrero o el médico”. Fernández Leys también evocó las contundentes palabras finales de la novela Iván el terrible, del escritor ruso León Tolstoi (1828-1910): “cuando pienso en todos los males que he visto y sufrido a causa de los odios nacionales, digo que eso se basa sobre una grosera mentira: el amor a la patria”.[41]
El articulista evocó asimismo a dos figuras fundamentales de la Generación del 37. El largamente venerado Esteban Etcheverría, aparecía en esta ocasión reivindicado por el “aliento libertario” que condensaba su vida, extrayéndose de su Dogma Socialista la definición de la patria como libertad.
Mientras que en el caso de Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Fernández Leys apeló a fragmentos de El crimen de la guerra dedicados a denunciar a los jefes de las naciones como los verdaderos autores de las guerras. En este punto, resulta oportuno destacar que la reivindicación de la figura de Alberdi tuvo mayores repercusiones en los itinerarios euforionistas: en la década de 1940, probablemente en virtud de la ley provincial que instaba a las bibliotecas a adoptar “un nombre que se refiera a una personalidad argentina” como condición para acceder al fomento público bonaerense (Fiebelkorn, 2021: 12), la biblioteca eligió al autor de las Bases.
En síntesis, ante sucesos contemporáneos como la emergencia de formaciones de extrema derecha y el estallido de la guerra en Sudamérica, que desafiaron consensos ideológicos previos relativos al liberalismo y la paz continental, estas figuras y visiones del pasado “sumarias, accidentales y fragmentarias” cimentaron los posicionamientos que los euforionistas compartieron con la comunidad barrial por medio del Boletín (Cattaruzza, 2007). Para ellos, este tipo de intervenciones no contradijo la proclamada línea de “apoliticidad” institucional, la cual parecía circunscribirse a la no intervención de intereses estrictamente partidarios o de gestión municipal.
Bajo esa lógica, la “apoliticidad” no equivalía a carencia de “ideología”. Las palabras pronunciadas por un socio euforionista en una asamblea de 1933 resultan, al respecto, sumamente esclarecedoras: “interpretando el contenido ideológico de la palabra cultural que forma parte de nuestra institución”, la biblioteca no podía permanecer independiente “ante un crimen” como era la guerra.[1][42]
Consideraciones finales
Este trabajo exploró la trayectoria inicial de una biblioteca cultural caracterizada por la mixtura entre una sociabilidad barrial y otra de índole juvenil. Sobre este último aspecto, se intentó precisar que la autoidentificación como “jóvenes” del núcleo fundador obedeció a la adhesión a un conjunto de referentes ideológicos y de prácticas culturales gravitantes entre el reformismo universitario de la capital bonaerense. Para ese núcleo juvenil, como demostró la centralidad de la veneración, honrar la memoria de referentes considerados “maestros” -como Almafuerte, Ingenieros, Rodó y Echeverría-,se anotó entre las prioridades de la obra cultural.
La mixtura constitutiva de los años iniciales de la biblioteca, entonces, implicó coexistencias entre prácticas y discursos ligados al asociacionismo barrial y otros propios de las formaciones estudiantiles reformistas. Una fuente como el boletín de prensa expresó y reforzó lo antedicho: sin abandonar el discurso de apoliticidad típico del asociacionismo barrial, ni el interés por asuntos cotidianos del barrio, los jóvenes también utilizaron sus páginas para venerar a sus referentes ideológicos y, más aún, para posicionarse ante sucesos conmocionantes del presente, como la intervención universitaria de 1931, el reclutamiento de la Legión Cívica Infantil y la guerra del Chaco.
Esos posicionamientos se cimentaron en la apelación a determinadas figuras y visiones del pasado, si bien fragmentarias, no por ello menos eficaces para la disputa ideológica del momento. Así, el avance de la extrema derecha tras el golpe de estado motivó la evocación de un panteón liberal-republicano, actualizado con la adición de José Ingenieros. Mientras que el estallido de la guerra del Chaco provocó la alusión a estremecedoras postales de la Gran Guerra, como también la selección de figuras de prédica antibelicista, entre las que eligió a Jaurès, Barrett, Echeverria y Alberdi.
Por último, este conjunto de prácticas, discursos y referentes ideológicos explorados, se estandarizarían en la trayectoria ulterior de la biblioteca, pero restituidos a su contexto de emergencia, se espera hayan contribuido a desplegar algunos de los sentidos que los actores imprimieron al activismo cultural sustentado.
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Notas