Artículos Libres
Recepción: 18 Enero 2022
Aprobación: 28 Marzo 2023
Publicación: 30 Abril 2023
Resumen: A partir del análisis del impacto de la guerra ítalo-etíope en el diario católico Los Principios (1935-1936) el articulo indaga la relación entre prensa católica, jerarquía eclesiástica de Córdoba y el fascismo italiano. En el trabajo se señala que la guerra ocupó en gran medida la atención del diario católico y propició la construcción y difusión de discursos polisémicos. A manera de hipótesis sostenemos que esta diversidad de sentidos respondió más a una intención del diario de ofrecerles a sus lectores cierto “confort ideológico” en el campo de las derechas que a una dificultad de tomar una única posición. Además, las distintas posiciones y sentidos sobre la guerra ítalo-etíope que convivieron en el diario dan cuenta de la diversidad y matices de las alianzas y acercamientos que mantuvo la jerarquía eclesiástica de Córdoba con sectores de las derechas.
Palabras clave: iglesia, fascismo, Córdoba, clerofascismo, guerra ítalo-etíope.
Abstract: In this article we investigate the relationship between the ecclesiastical hierarchy of Cordoba and the Italian fascism by analysing the impact of the Italo-Ethiopian war on the Catholic newspaper “Los Principios” (1935-1936). The study points out that on the Catholic newspaper the war was a preeminent topic and polysemic discourses were constructed and spread out. This diversity of meanings responded more to an intention of the ecclesiastical hierarchy to offer an “ideological comfort” to its readers in the field of right-wing than to a difficulty in taking a single position. The different positions and meanings about the Italo-Ethiopian war that coexisted in the newspaper show the diversity and nuances of the alliances and approaches that the ecclesiastical hierarchy of Córdoba maintained with sectors of the right-wing.
Keywords: church, fascism, Cordoba, clergyfascism, Italo-Ethiopian war.
Tanto las investigaciones que estudian el fascismo1 y el nacionalismo en Argentina durante los años 30 (Buchrucker, 1987; McGee Deutsch, 1999; Finchelstein, 2010) como aquellas que indagan la historia de la iglesia y el catolicismo durante ese período no dejan de señalar los vínculos que existieron entre una parte importante del mundo católico y los movimientos nacionalistas (Zanatta, 1996; Di Stefano y Zanatta, 2000). En ese sentido, al indagar la relación del nacionalismo con el catolicismo, Deutsch (1999: 196) afirma que el primero se entrelazó con el segundo. Desde esa perspectiva, Finchelstein (2010: 213-229) agrega que la singularidad del fascismo en Argentina estuvo dada precisamente por su relación con éste. Según el autor, para los fascistas argentinos el fascismo no era una teoría en sí misma, sino un instrumento sagrado, un molde para el pensamiento católico. De acuerdo a esta argumentación, para los nacionalistas argentinos la conjunción del fascismo con el catolicismo le otorgaba más sentido a su movimiento que el que le podía otorgar un fascismo secular.
Por otro lado, y en sintonía con el objeto de este trabajo, Roberto Di Stefano y Loris Zanatta (2000) examinan el vínculo de la iglesia con el fascismo. Los autores ponen en discusión la idea de que durante los años 30 la institución eclesiástica haya cultivado el “clerofascismo” en Argentina y niegan que haya procurado establecer alianzas con los movimientos e ideas inspiradas en el fascismo. Más bien, los católicos que propusieron una solución autoritaria aspiraban a instaurar un régimen que restaurara el imperio de la ley de Dios por encima de la del Estado y de los hombres y no uno del tipo fascista. Además, sostienen que en el ámbito de las organizaciones católicas solo un reducido grupo buscó instaurar el fascismo. En términos de Finchelstein (2010), a estos últimos podríamos identificarlos como “clerofascistas”2 y diferenciarlos de aquellos católicos que, si bien estuvieron vinculados al nacionalismo, manifestaron sus dudas respecto al régimen fascista. Por ejemplo, Gustavo Franceschi protagonizó interesantes debates doctrinales donde dio cuenta de sus vacilaciones respecto al vínculo catolicismo-fascismo.3
Con respecto a Córdoba, si bien son escasas las investigaciones sobre el desarrollo del fascismo durante los años 30, son de destacar las pesquisas de César Tcach (2008) y la de Laura Fotia y Bruno Cimatti (2021). En ellas los autores logran identificar los contactos que existieron entre el consulado de Italia y autoridades eclesiásticas. En el caso de Tcach (2008), el investigador ha trabajado de manera comparativa sobre la presencia de dos tipos de fascismos en la provincia. Por un lado, el representado por la Unión Nacional Fascista, liderado por Nimio de Anquín. Por otro, el manifestado por La página de Italia, una publicación semanal financiada por el consulado italiano en el principal diario vinculado al Arzobispado de Córdoba, Los Principios. El autor demuestra que el vínculo entre fascismo italiano y las autoridades del clero de Córdoba se manifestó a través de esta página. A su vez, es significativo que la publicación alcanzó mayor regularidad de entrega a instancias del desenlace de la guerra ítalo-etíope, que oficialmente terminó el 9 de mayo de 1936 con la victoria italiana. La guerra que comenzó el 3 de octubre de 1935 tras la invasión italiana a Etiopía cautivó a la comunidad ítalo-argentina como nunca lo había hecho la ideología fascista (Newton, 1995) y se convirtió en uno de los temas centrales de la página del consulado.4 Durante esos meses uno de los núcleos temáticos articuladores de su contenido fue el vínculo entre colonialismo y religión, legitimado en función del binomio evangelización-civilización (Tcach, 2008). A su vez, la contienda ofreció un contexto de efervescencia para las actividades del fascismo en la región noroeste del país que estaba bajo la jurisdicción del consulado italiano en Córdoba5 (Fotia y Cimatti, 2021). De allí que la diplomacia italiana tuviera intenciones de legitimar el acto bélico a través de La Página de Italia.
A partir de todo lo anterior este trabajo pretende examinar con mayor profundidad las relaciones entre la prensa católica, la jerarquía eclesiástica y el fascismo italiano en Córdoba durante los años 30. En ese sentido, proponemos estudiar las interpretaciones y acciones que promovió el diario Los Principios a partir del desarrollo de la guerra ítalo-etíope (1935-1936). En especial, pretendemos analizar en qué medida y cómo se dio la relación entre fascismo y el sector del catolicismo cordobés vinculado al Arzobispado. El diario se editó desde 1894 hasta 1977 y, como otras publicaciones relacionadas a la jerarquía eclesiástica, se constituyó en eje de un conjunto de prácticas políticas y difusión dogmática.6 A su vez, entendemos que Los Principios y la página del consulado deben comprenderse a partir del contexto de expansión del catolicismo de masas y de diversificación y crecimiento de la industria cultural católica que se dio en las décadas del 30 y 40 en Argentina. Durante ese tiempo se desarrollaron diferentes experiencias (prensa, radio, editoriales y folletos de propaganda) que buscaron no solo transmitir los valores católicos, sino también constituirse en actores de peso en la sociedad y en la política de entreguerras (Lida, 2016). En ese sentido, el diario no se limitó a ser un transmisor de las ideas de la jerarquía eclesiástica de Córdoba, sino que también se interesó por mantener y ampliar el mercado que lo consumía.7 Es interesante indagar la posición que se tomó desde sus páginas en un momento en el que representantes del clero y el diario cordobés se mostraban muy cercanos al consulado italiano. También, se trató de un momento en el que el radicalismo de la mano de Amadeo Sabattini se consagraba ganador de las elecciones de gobernador y el diario se ubicó como parte de la oposición. De allí que la pesquisa busca develar los matices e impactos que le imprimió el propio contexto cordobés. Para ello se examinará la totalidad del diario, no solo la publicación de la página del consulado.
A modo de hipótesis sostenemos que la guerra ítalo-etíope ocupó en gran medida la atención del diario católico y propició la construcción y difusión de discursos polisémicos. Esto respondió más a su intención de ofrecer en el campo de las derechas cierto “confort ideológico” a sus lectores que a una dificultad de tomar una única posición. Es decir, quien leyera sobre el conflicto en Los Principios podía, en cierta manera, elegir entre una amplia diversidad de sentidos para interpretar el conflicto internacional. En consecuencia, a partir de la campaña italiana en África, por un lado, el diario defendió y justificó el avance de Mussolini desde un discurso filofascista cercano al de la diplomacia italiana. Por otro, también llamó a los católicos a movilizarse en favor de la paz en Etiopía a partir de una apelación acorde al catolicismo integral8 hegemónico en la iglesia de esos años. Todas las posiciones y sentidos sobre la guerra ítalo-etíope convivieron en el diario y dan cuenta de la diversidad y matices de las alianzas y acercamientos que mantuvo la jerarquía eclesiástica de Córdoba y la prensa vinculada a ella con sectores de las derechas. Si bien el diario no fue el órgano oficial de la jerarquía eclesiástica de Córdoba ni se comportó exclusivamente como su vocero, durante el período estudiado no buscó interpelarla ni contradecirla. Por el contrario, a la vez que persiguió intereses propios, desde sus páginas buscó defender los de la institución religiosa. Dar cuenta de esto último posibilita develar el amplio campo de alianzas que mantuvo la iglesia cordobesa en ese momento y que podían ser tanto el resultado de coincidencias ideológicas como de acercamientos coyunturales.
A continuación, primero se examinará el apoyo que recibió el fascismo en el diario y en la página del consulado buscando identificar y explicar los matices que adelantamos. Luego, se reconstruirá en sus diversas modulaciones una prédica antibritánica que fue desplegada por algunas de las plumas que colaboraban con la publicación. En tercer lugar, se analizará la construcción de un discurso que en clave integralista ubicó al papa como autoridad y árbitro internacional. Por último, se brindarán algunas reflexiones que dan cuenta del camino recorrido en este trabajo y de interrogantes que aún quedan por resolver.
Un apoyo con matices
En relación al apoyo que el diario dio a la empresa italiana en África podemos puntualizar y desarrollar algunos episodios que propiciaron esta clase de manifestaciones. En ese sentido, en varias editoriales defendió las acciones que italianos llevaban a cabo en su país para repudiar las sanciones económicas y financieras que, bajo el impulso de Gran Bretaña, la Sociedad de Naciones había impuesto a Italia tras la invasión a Etiopía. Para ello, el diario resaltaba el “sacrificio heroico” que estaba dispuesto a realizar el pueblo italiano bajo el liderazgo de Mussolini a la vez que exaltaba la imagen del líder: “¿cabe una prueba más terminante y hermosa de lo que puede un gobernante investido de autoridad y de prestigio?”9 Más adelante, la misma editorial realizaba una aclaración que quizás era necesaria hacerle a una parte de sus lectores:
Italia salió vencida de una guerra victoriosa. Su pueblo estaba minado por corrientes fatales. Y el caos era un hecho. Pero del mismo caos la sacó el brazo del Duce (…) en política interna ha eliminado, no sólo por la fuerza, por la convicción también, hasta la probabilidad de una oposición seria: hoy toda Italia es fascista. Y ser fascista quiere decir: ser lo que Mussolini quiera.10
Según esta editorial de enero de 1936, el fascismo no era sólo fuerza y violencia como señalaban muchos antifascistas, sino que implicaba racionalidad y convicción. Es decir, para este editorial y en oposición a lo que afirmaba el antifascismo, la sociedad italiana era fascista por propia voluntad, no por una imposición violenta. Además, fascismo y Mussolini serían equiparables, no habría fascismo sin el Duce. Según Los Principios, la adhesión al fascismo podía explicarse por los cambios trascendentales y reales que llevó a cabo un líder de rasgos heroicos. Las caracterizaciones que hacían de Mussolini el jefe absoluto e indiscutido del fascismo y glorificaban su figura podemos vincularlas, en parte, al culto y mito del Duce, propios del fascismo en Italia (Gentile, 2007: 213-242). La exaltación del líder y difusión del mito que lo convertía en creador del fascismo, renovador de la sociedad y jefe del pueblo italiano, se reforzó a partir de abril de 1936 en La Página de Italia. De manera que aquella editorial de principios de 1936, y otras del mismo tenor, estuvieron en consonancia con el contenido propagandístico que tuvo después la página auspiciada por el consulado de Italia.
Sin embargo, más allá de la propaganda que el diario hizo del fascismo italiano y de su líder, es necesario también indagar su posición respecto al fascismo en Argentina y, en particular, en Córdoba. En relación a ello, podemos mencionar un episodio ante el cual la publicación asumió una posición que distaba bastante de aquella editorial en la que elogiaba al régimen italiano.
En octubre de 1935 la justicia argentina había encarcelado al director del Giornale d’Italia, Folco Testena,11 bajo la acusación de injuriar al delegado argentino Enrique Ruiz Guiñazú en la Sociedad de Naciones que había votado a favor de las sanciones a Italia. Ante la agresión al diplomático, el diario cordobés marcó su diferencia respecto a la comunidad ítalo-argentina defendiendo la política exterior del gobierno de Justo y exaltando el trabajo del delegado argentino en Ginebra. Para ello, apeló a tópicos de la tradición liberal argentina y se pronunció contra Testena y sus connacionales residentes en el país:
(…) han probado en nuestro suelo cuanto son efectivas la libertad y generosidad de nuestra carta fundamental desde el instante mismo en que pisaron este suelo, en medio tal que, hasta proferir la blasfemia, que singularizó el órgano periodístico impreso en su propio idioma allende su patria, se han prevalecido de una de las conquistas más preciadas de nuestra libertad.12
Al día siguiente, la pluma de la editorial fue más conciliatoria con la colectividad y sostuvo que existía una histórica “amistad” entre Italia y Argentina que aseguraría el no rompimiento de los vínculos con la península.13De esta forma, resaltando las buenas relaciones entre ambos países, el diario buscó apaciguar y tranquilizar a sus lectores filofascistas que se mostraban en desacuerdo con la política justista. De igual manera procedió con motivo del manifiesto que publicó el Comité Argentino Pro Italia, en el que recusaba la aplicación de las medidas contra Italia en Argentina. En ese momento, la editorial católica le respondió al Comité:
Los argentinos de origen italiano son antes que todo argentinos, y desde este punto de vista, en un orden de cuestiones internacionales, como es del asunto que se trata, deben por lo menos resignarse a los decretos y resoluciones que sobre el punto dicte el gobierno de Estado que, repetimos, no ha de llegar en momento alguno a traducir excesos, si se tiene en cuenta el afecto bien consolidado que se profesa a Italia y la tradicional política diplomática de la Argentina, singularizada invariablemente por su cordialidad y pacifismo, y en este caso, por sus sentimientos tantas veces probados de leal y sincera amistad hacia aquellas.14
Este apoyo y defensa del gobierno nacional no puede explicarse exclusivamente por una adhesión ideológica al justismo y, menos aún, al liberalismo. Este cierre de filas en torno a la coalición gobernante nacional tuvo lugar en plena campaña electoral. En ese momento, la jerarquía católica de Córdoba y el diario se veían amenazados ante la candidatura y anticlericalismo de Amadeo Sabattini y, en este contexto, Justo se convertía en su mejor aliado contra el radicalismo. De allí que las editoriales se decidieran más por ratificar las alianzas que tenían con el justismo que apostar por aquellas que vinculaban al diario con la comunidad ítalo-argentina y, más precisamente, con el fascismo del consulado. A su vez, los ataques al gobierno de Justo dan cuenta de los límites que tenía el diario católico para apoyar al fascismo y de su interés por congraciarse con lectores liberales y antisabattinistas.
Sin embargo, luego de conocerse el triunfo del radicalismo en Córdoba a principios de noviembre de 1935 la editorial católica mostró sus simpatías por un régimen como el fascista italiano en el que no se celebraban elecciones. En ese sentido, se preguntaba: “¿qué mayor democracia que la de la Italia fascista, cuyos gobernantes cuentan con la ratificación absoluta de todos sus actos?”15 A la vez que reprobaba el gobierno de la Concordancia y sus prácticas fraudulentas porque no lograban con ellas mantenerse en el gobierno:
Comparemos las estrategias de nuestros políticos, que rara vez consiguen ganar elecciones desde el poder, porque no saben interpretar al pueblo y deduzcamos qué es más democrático, si viciar las instituciones o fortificarlas con disciplina y el orden. El pueblo se deja engañar desde el llano, pero es más difícil engañarlo desde el poder.16
En esta ocasión, utilizando el término “democracia” defendían un sistema político sin elecciones que se encontrara bajo la autoridad de un líder fuerte. Esta concepción de democracia se encontraba en consonancia con la de la iglesia. La institución reivindicaba el principio democrático, pero entendiéndolo de una manera distinta a la que proponía el sistema representativo liberal. La democracia era entendida desde una concepción “organicista” o “corporativista” de la sociedad (Di Stefano y Zanatta, 2000: 421). En el diario, la referencia positiva al fascismo italiano solo tuvo lugar en los días posteriores a las elecciones del 3 de noviembre de 1935, luego de constatar que en Córdoba la alianza de la iglesia con el presidente Justo en la lucha anticomunista17había fracasado. Es decir, el Partido Demócrata que gobernaba hasta ese momento no había logrado mantenerse en el poder y limitar el avance del sabattinismo o, como lo interpretaban, del comunismo. De manera que los resultados de los comicios representaban una verdadera tragedia para la jerarquía eclesiástica de Córdoba porque le significaba el advenimiento del anticatolicismo, del comunismo. Luego de que Sabattini asumiera como gobernador de Córdoba las editoriales de Los Principios acusaron al líder radical de comunista y desplegaron analogías entre el escenario cordobés y el español. El diario católico le demandó al gobierno nacional la intervención de la provincia durante la gestión radical (Tcach, 2007).
En ese tiempo la cultura católica remitía a un concepto positivo de democracia muy ambiguo: mientras refería a concepciones elitistas también evocaba distintas formas de corporativismo (Zanatta, 1996: 121). El corporativismo católico era un tema que había adquirido centralidad en el mundo católico durante estos años con motivo del contexto internacional signado por la consolidación del fascismo italiano, el ascenso del nazismo en Alemania y el giro antiliberal en algunos países europeos y latinoamericanos (Mauro, 2021: 92). Estas discusiones dieron lugar a que dentro del mundo católico existieran distintas concepciones de corporativismo que no siempre eran coincidentes entre sí. Empero, en general, la apelación al corporativismo tenía la función no solo de oponer la lucha de clases a la colaboración entre ellas, sino la de evocar una concepción organicista de la sociedad, estructurada a partir de cuerpos y no de individuos (Di Stefano y Zanatta, 2000: 428).
Entonces, en el contexto de la guerra ítalo-etíope la adhesión del diario cordobés al fascismo coincidió con las posiciones ambiguas y diversas que mantuvo la iglesia argentina. En sus páginas podemos rastrear desde un cierto coqueteo con un régimen como el italiano hasta una manifiesta discrepancia con la comunidad ítalo-argentina que lo defendía. Esto permitió a los lectores de Los Principios encontrar un amplio margen de identificaciones: desde la oposición a Mussolini y su régimen, hasta la adhesión plena, pasando por el intermedio del apoyo leve. Todo este dilatado campo de sentidos podemos ejemplificarlo a través de un fragmento de una editorial cargada de ironía:
Mussolini, en un discurso que sus admiradores, con disculpable hipérbole han calificado de histórico, siendo, sí, muy interesante, como casi todos los del formidable orador que es el ‘Duce’. (…) Como todos los regímenes, tiene grandezas innegables; pero como todos, también, miserias ocultas. Y acaso muchas de aquellas que vino a arrancar de cuajo y no ha sabido o no ha podido arrancar.18
El lector católico podía elegir quedarse con el régimen de “grandezas innegables” o con aquel que “no ha sabido” o con el que “no ha podido”. El pulso del contexto local hizo que la pluma católica se inclinara por alguna de estas opciones cada vez que lo creyese necesario. La adhesión ideológica al fascismo resultó por momentos clara, pero no suficiente cuando el escenario político provincial amenazó los propios intereses de la iglesia cordobesa y se requirió avivar la alianza con el gobierno nacional.
En cambio, en el orden de las prácticas de la iglesia de Córdoba esos matices y ambigüedades quizás no fueron tan fáciles de mostrar y distinguir. La imagen que el Arzobispado de Córdoba entregó con sus acciones era de una relación asidua y armónica con el fascismo italiano y sus representantes locales. Esta imagen fue difundida también por el principal periódico fascista de la colectividad en Argentina, Il Mattino d’Italia (Fotia y Cimatti, 2021: 130-131). Quien encarnó en gran medida ese vínculo entre la iglesia y el fascismo en Córdoba fue Rafael D’Auria, un sacerdote que se definió a sí mismo como “italiano y católico”.
Desde principios de agosto de 1935 D’Auria comenzó a escribir periódicamente columnas de opinión en Los Principios. Allí solía interpelar a la comunidad italiana desde un “nosotros italianos en el exterior” y buscaba fijar qué debían pensar como colectividad ante algunas cuestiones, principalmente ante la guerra y el rol internacional jugado por Inglaterra y Francia. Esta colaboración en el diario inició con su regreso a la ciudad mediterránea luego de un viaje por Europa donde participó de la organización de la Exposición de la Prensa Católica que se realizaría el año siguiente en el Vaticano.19 Desde abril de 1936 D’Auria se encargó de la publicación semanal de La Página de Italia.
La actividad de D’Auria no se circunscribió a las columnas del diario ni a La Página de Italia sino que, desde el mismo día de iniciada la guerra, dirigió un programa radial en LV2 llamado “La hora italiana”. De su inauguración participaron el cónsul de Italia en Córdoba y el presidente del Comité Argentino Pro-Italia, Luis Bakunin. Los Principios se encargó de dar a conocer detalles del acto y de recordarle a sus lectores las emisiones radiales. Luego de cuatro meses de consolidada la presencia del consulado italiano en el diario católico con su página semanal, el sacerdote italiano acompañó al Dr. Nasi -cónsul de Italia en Córdoba- en un viaje a Tucumán y Salta, provincias que se encontraban bajo su jurisdicción diplomática. En Salta fueron recibidos por el agente consular italiano Domingo Baccaro y “gran número de personas destacadas de la colectividad italiana”.20 Durante el recorrido mantuvieron reuniones con autoridades eclesiásticas salteñas: con el Arzobispo Monseñor Tavella, el sacerdote franciscano Higinio De Petris y el reverendo padre José Collalunga, Superior del Convento de San Francisco. También, D’Auria y Nasi se encontraron con el director del diario católico El Pueblo y con autoridades políticas locales, como el vicegobernador, Alberto Rovaletti; el ministro de gobierno, Víctor Cornejo Arias y el intendente de Salta, Ceferino Velarde. La travesía finalizó con una reunión en los salones de la Sociedad Italiana de Salta donde Nasi “en forma brillante se refirió a temas italianos de palpitante actualidad”.21 Esta vez, a diferencia de la respuesta que dio con motivo de las acciones ítalo-argentinas contra las sanciones, el diario rescató en buenos términos el patriotismo de la colectividad.
Por otra parte, Los Principios también colaboró en la difusión de las actividades que la comunidad italiana organizó principalmente en Buenos Aires y en Córdoba en torno a la guerra ítalo-etíope. El diario informó, aunque en menor medida y solo a principios del conflicto, de aquellas iniciativas organizadas en contra del avance italiano en África.22 En cambio, dio mayor publicidad a las acciones llevadas a cabo por italianos a favor de la guerra y, en algunos casos, convocó a sus lectores a que participaran de ellas. Por ejemplo, invitó a la kermesse que organizaban Las Damas Italianas de Córdoba a favor de la Cruz Roja Italiana en abril de 1936.23 También se explayó sobre los italianos que desde Córdoba partían a África para sumarse al ejército italiano,24 las campañas de donación de alianzas matrimoniales que hacían las mujeres de la colectividad para solventar los gastos de la guerra y sobre las ceremonias religiosas que se celebraron en dichas ocasiones.25 Además, la publicación informó sobre los festejos organizados por el Dopolavoro en la ciudad de Córdoba y en Bell Ville con motivo de la toma italiana de Addis Abeba por Italia.26
En relación a estas conmemoraciones, reuniones y conferencias, sería interesante conocer si en el marco de ellas el cónsul y/o algún otro miembro de la comunidad ítalo-argentina repudió la política exterior de Argentina y cómo reaccionaron los miembros del clero ante ello. Empero, según lo que se desprende de la publicación cordobesa todas estas actividades transcurrieron en perfecta armonía, en consonancia con la “amistad” entre Italia y Argentina que recurrentemente señalaba en sus páginas. Así, los matices y tensiones entre el fascismo y el catolicismo que se desprendían de Los Principios no se tradujeron en las fotografías que mostraron a miembros del clero y autoridades del fascismo italiano sonrientes y cercanos.
Prédicas antibritánicas
Un tema que resulta interesante indagar es la posición de Los Principios respecto al papel jugado por Gran Bretaña en la Sociedad de Naciones como impulsora de las sanciones a Italia. Esta cuestión nos remite a preguntarnos sobre las confluencias y divergencias que tuvo el diario con sectores fascistas, nacionalistas y conservadores. Por un lado, la embestida contra Gran Bretaña en Los Principios se hizo, principalmente, bajo la pluma de Rafael D’Auria, tanto en sus columnas como en La Página de Italia. Allí el sacerdote “italiano y católico” denunció reiteradamente la intromisión de la potencia británica en un asunto que, a su juicio, le concernía exclusivamente a Etiopía e Italia:
El viejo afán por interesarse en cosas ajenas, hace que naciones, como comadres de barrio, se asomen a los balcones, a las ventanas, vociferan y se mezclen en la disputa de las vecinas, mientras los niños, abandonados, gritan en casa propia y los bollos se queman en el horno. Este último es el caso de Inglaterra que ha salido ganando si hubiera sido prescindente (…).27
Asimismo, D’Auria responsabilizó a Inglaterra de la imposibilidad de llegar a un acuerdo entre Italia y Etiopía, de apoyar al país africano y de impedir la “campaña civilizatoria” italiana.28 La afrenta de D’Auria contra el accionar británico en la Liga mostraba sus coincidencias con el fascismo italiano en cuanto a las razones que daba para explicar la expansión italiana. La idea de misión civilizatoria y de una necesidad italiana concreta de tierras estuvo presente en los escritos del columnista y en el propio Mussolini. Para el líder italiano la expansión sobre Etiopía no era imperialista, sino colonizadora. A su vez, afirmaba que Italia en Etiopía estaba haciendo lo mismo que había hecho Gran Bretaña en otros lugares.29 Por su parte, D’Auria también utilizó un tono defensivo al afirmar que no se trataba de una empresa imperialista, por ejemplo, cuando una vez conquistada Etiopía enfatizó en La Página de Italia: “La guerra de Italia, lo he dicho y lo vuelvo a repetir, no me parece una guerra imperialista. Para mi es algo más grande, más noble (…)”.30
Esta apelación antibritánica adquirió otro matiz en las columnas de D’Auria31 y las editoriales del diario católico cuando fue traducida a un antiimperialismo con reclamos de soberanía sobre las Islas Malvinas:
No podemos olvidar en esta oportunidad el atropello a toda ley, al más elemental concepto de derecho cometido por Gran Bretaña contra nuestro propio país, al apoderarse de las Malvinas en verdadero acto de piratería. A cada renovación del pedido argentino de devolución de las islas, debía tener presente Inglaterra su actitud frente a Italia en defensa de Abisinia.32
Este reclamo excedía al mundo católico y fascista, ya que la cuestión de la soberanía argentina sobre las islas fue una preocupación que compartieron intelectuales argentinos de diversas extracciones partidarias. Entre ellos, podemos desatacar a Arturo Jauretche y a Julio y Rodolfo Irazusta, autores de dos obras que desde una apelación antiimperialista se refirieron y denunciaron la ocupación de las islas: El paso de Los Libres33. La Argentina y el Imperialismo Británico.34 Durante los años 30 también fue relevante la acción de Alfredo Palacios respecto a esta cuestión: en 1936 promovió la Ley 11.904 que disponía la distribución gratuita en todos los establecimientos educativos del país de la traducción del libro Les Îles Malouines de Paul Groussac. Luego, en 1939 el dirigente socialista se desempeñó como presidente de la Junta de Recuperación de las Malvinas, organismo que tenía por objeto la difusión del tema en la sociedad a través de la realización de conferencias, publicaciones y exposiciones. Asimismo, fue una de las consignas bajo las cuales se movilizó el nacionalismo durante la gestión de Justo. Entonces, el reclamo por las islas en el diario católico implicó más bien una retórica de carácter nacionalista y antiimperialista en la que, en ese momento, convergían otros sectores de la política argentina. Algunos de estos que reclamaban la soberanía argentina sobre las islas, hasta se encontraban en las antípodas del fascismo o eran identificados como enemigos por el catolicismo integral.
La confluencia entre nacionalistas y católicos en la Argentina de entreguerras no es una novedad para la historiografía argentina, ya que la inmensa mayoría de los militantes nacionalistas se identificaron como católicos (Rubinzal, 2012: 180). Sin embargo, lo interesante es indagar las fronteras entre ambos grupos para así develar la complejidad y heterogeneidad en el interior de cada uno y cómo tuvieron lugar esos acercamientos y distanciamientos. En este caso, a partir del contexto brindado por la guerra ítalo-etíope el diario cordobés develó una faz antibritánica que implicó, por momentos, una apelación antiimperialista que recogía el reclamo por las islas sostenido por la retórica nacionalista. Aquí ya no hacían referencia a la buena amistad de Argentina con Gran Bretaña como cuando aplaudían la política exterior del gobierno de Justo. Empero, a diferencia de las manifestaciones nacionalistas de la época que interpelaban al gobierno nacional, el diario y D’Auria dirigieron sus reclamos sobre Malvinas a la potencia anglosajona y no a la gestión justista. De esta manera preservaban en buenos términos la relación con los conservadores y, a su vez, ofrecían retóricas amplias que no sólo buscaron interpelar al público católico y fascista, sino también a otros sectores del complejo y heterogéneo campo de las derechas.
Durante todo el desarrollo del conflicto ítalo-etíope, D’Auria también se encargó de construir un discurso antibritánico destinado exclusivamente a lectores católicos. Para ello señaló como premisa de su argumento el anticatolicismo de Gran Bretaña. A partir de allí el sacerdote infería que las diferencias entre Italia y Gran Bretaña por la cuestión etíope develaban la oposición entre protestantismo y catolicismo. Su razonamiento fue complejizándose y, una vez terminada la guerra, en La Página de Italia explicó que el Estado italiano necesitaba tierras para colonizar porque debido a su moral cristiana y designios papales no había accedido a aplicar políticas malthusianas a fin de detener el crecimiento de su población. De allí la “noble” y, también, “cristiana” gesta italiana en Etiopía. En cambio, según D’Auria, Gran Bretaña sí habría buscado controlar el crecimiento de su población porque el protestantismo se lo permitía.35
Empero, estas asociaciones que hizo el columnista entre catolicismo-fascismo-Italia en oposición a protestantismo-Gran Bretaña ya habían sido tempranamente discutidas por otro colaborador del diario: Emilio Gourian, un “católico francés”. En el marco de las discusiones por la aplicación de sanciones a Italia, el francés buscó defender el acercamiento de Francia a Inglaterra y rechazó de raíz el planteo del sacerdote asegurando que
(…) la suerte de la Iglesia no está ligada a ninguna nación, a ninguna cultura, a ninguna civilización. Estas morirán. Aquello quedará. No son ellas las que le dan estabilidad, sino que es Ella quien las hace sólidas. La Iglesia desea la paz.36
En primer lugar, la discusión que abrió Gourian con D’Auria revela que el antibritanismo en los términos planteados por este último no fue aceptado por una parte de los católicos que escribían en el diario vinculado al Arzobispado. Lo que sucedía es que los textos de D’Auria buscaban interpelar a un público bien delimitado: esa importante colectividad italiana que residía en Córdoba. Asimismo, el diario dio lugar a expresiones que no se sentían representadas por ese universo fascista italiano porque su público lector era más amplio que el católico filofascista. En ese sentido, Los Principios tampoco criticó a Gran Bretaña cuando defendió la política exterior del gobierno nacional de votar a favor de las sanciones. En esa ocasión argumentó que existía una amistad con el país anglosajón, pero a diferencia de lo que había hecho con Italia no lo hizo para recomponer la relación con la comunidad británica. En este caso, el diario refería a una relación amistosa para justificar la neutralidad argentina frente al conflicto. Es decir, según este argumento el país era neutral porque conservaba una buena relación con las dos partes que se encontraban en disputa en la Liga. En consecuencia, bajo esta premisa en agosto de 1935 Los Principios describió a Ruíz Guiñazú como una persona experimentada y neutral para presidir la asamblea del organismo internacional.37
En segundo lugar, la última afirmación de Gourian de la cita anterior hacía referencia a alocuciones que en septiembre de 1935 había pronunciado el papa en favor de la paz entre Italia y Etiopía. El pronunciamiento papal promovió una serie de discursos en el diario que planteó cierta oposición entre fascismo e iglesia y el fomento de una campaña que buscaba ubicar al papa como árbitro internacional.
El papa: árbitro internacional designado por Dios
El posicionamiento de Pío XI ante el conflicto ítalo-etíope fue un tema que llamó la atención de Los Principios y del director de La Página de Italia. El papa se pronunció contra la contienda en diferentes discursos de septiembre de 1935 y luego, ante las presiones del gobierno italiano, se llamó al silencio (Ceci, 2013: 182-185). Sin embargo, esos episodios fueron suficientes para que durante los ocho meses que duró la guerra un sector importante del mundo católico que se expresaba en Los Principios manifestara desde allí una prédica pacifista.
Según el diario, el mensaje papal era compartido por la mayoría de los delegados de la Liga e interpretaba el sentimiento de los pueblos católicos, “incluso el italiano”.38 En consecuencia, aquí se diferenciaba la voluntad del papa y del pueblo italiano de la de Mussolini. No estaba presente el mito del Duce que era parte de la liturgia fascista y que sí podemos encontrar en las columnas de D’Auria y, sobre todo, en La Página de Italia. De acuerdo a este mito, que en Italia fue acompañado por un culto al Duce, Mussolini era el máximo intérprete del fascismo y de su misión histórica, el más grande de los hombres de todos los tiempos, un nuevo César por quien debía darse la vida (Gentile, 2007: 218-220). Por el contrario, a raíz del mensaje papal, Los Principios buscaron dejar en claro que “el más grande de los hombres de todos los tiempos” no era el líder fascista, sino el papa.
Cuando el emperador etíope agradeció a Pío XI el pedido de paz, el diario católico sostuvo que “si todos los gobernantes pensaran sinceramente lo mismo, la paz estaría asegurada sin costosas delegaciones ni asambleas de farsa”. Y agregó: “El conflicto ítalo-etíope está teniendo derivaciones insospechadas: ha venido a demostrar la necesidad de reconocer una alta autoridad universal que defina los diferendos y asegure sanciones para quienes no respeten sus fallos”.39 De manera que la voluntad papal fue interpretada como una revelación de la autoridad que el papa tenía a nivel supranacional y como mediador en el concierto mundial: “En el juego de intereses que está matando a la Liga de las Naciones, el Pontífice es el único faro de verdad, sinceridad y desinterés”.40
En sintonía con lo que planteaba el catolicismo integral estas expresiones concebían que el Santo Pontífice, en tanto representante de Dios en la Tierra, tenía mayor capacidad que la Liga de Naciones para resolver disputas internacionales. También, sería el poseedor de la verdad, no así el Duce ni Gran Bretaña. En consecuencia, según el diario, los deseos de paz de Pío XI se enfrentaban a los del líder fascista y a los de los antifascistas: “todas las declaraciones del papa han sido inútiles, pues los extremistas de ambos bandos han conseguido silenciarlas o torcerlas.”41 Además, hacía alusión a una publicación cordobesa calificándola de “cuadernillo de escasa circulación y de franca tendencia masónico-socializante” que buscaba desacreditar al papa vinculándolo con la invasión en Etiopía. Esta referencia se vincula a un discurso que existió y circuló en Córdoba entre los sectores antifascistas. Por ejemplo, Deodoro Roca en Flecha afirmó en reiteradas oportunidades que el papa se mantenía en silencio sobre la cuestión etíope porque avalaba la empresa imperialista de Italia.42 De esta manera, la publicación buscó despegar la figura del líder católico no solo del fascismo, sino del antifascismo que desplegaba un discurso pacifista.
A través de estas editoriales el diario podría haber tenido la intención de interpelar a un público católico que se veía más atraído por una retórica pacifista que por aquella beligerante y filofascista expresada por D’Auria. Pero, sobre todo, desde una visión integralista estaban instando a los católicos a que siguieran a la Acción Católica: “que ha llegado a ser una organización poderosísima en la memoria de las naciones; y sus miembros en todas partes están atentos y listos a los llamados y a las instrucciones del Santo Padre”.43 En consecuencia, encomendaban a sus lectores: “hacer todo lo que esté de su parte, tanto individual como colectivamente, para ayudar al papa en sus esfuerzos para preservar la paz”.44
En definitiva, convocaban a los laicos a una militancia a favor del papa. Esto implicaba no solo tomar distancia de las posturas a favor de la empresa italiana en África, sino combatirlas. Asimismo, las posiciones y discursos que apoyaban la invasión italiana continuaron estando presentes en el diario. La Página de Italia hacía de Etiopía un “nuevo campo de evangelización” que legitimaba la relación entre colonialismo y religión (Tcach, 2008). Esta imagen se correspondía a la difundida en Italia, donde la guerra había logrado concebirse como una cruzada o misión nacional y católica que recibía un amplio apoyo del mundo católico (Ceci, 2013: 183-188). Por todo ello, es relevante examinar cómo se pronunció D’Auria respecto al pedido de paz de Pío XI.
La doble identidad católica e italiana con la que se presentaba el sacerdote fue el eje de su respuesta ante el mandato papal. En primer lugar, D’Auria reivindicó el gobierno de Mussolini afirmando que “ha restituido el Crucifijo a las escuelas, ha disuelto las asociaciones masónicas, comunistas, liberal-democráticas, etc. que han sido siempre en todo lugar y en todos los tiempos, enemigos irreconciliables de la Iglesia”.45 Luego, accedió al pedido de paz lamentando la decisión de Pío XI: “desgraciadamente, si la Iglesia desea la paz, si el Santo Padre pide la paz, si de los pechos católicos brota este grito cristiano”46lo aceptaba. Con esto develaba la verticalidad de la institución a la que pertenecía: era un sacerdote con fuertes vínculos con el consulado italiano, pero no era el cónsul, era un miembro del clero. Aceptar el mandato papal era lo que debía hacer en ese momento.
Sin embargo, estaba claro que también lo movilizaba una lealtad al Duce, o más precisamente, al fascismo italiano de Córdoba. En consecuencia, es interesante su argumento de por qué adhería a la voluntad de paz del papa, allí expresa lo siguiente:
Como católico y como italiano estoy con la paz; con la paz que pide el Santo Padre en este momento de tribulación para el mundo, pero nunca con la ‘paz’ que predican los partidos ‘pacifistas’, con la `paz’ que amenaza hacer revivir los días aciagos de 1914-1918. 47
A diferencia de las editoriales que señalaban a fascistas y antifascistas como contrarios a la voluntad papal, D’Auria sólo apuntó sus proyectiles contra el antifascismo. Según su argumento, los antifascistas al reclamar por la aplicación de las sanciones estaban propiciando el estallido de la guerra. En cambio, los fascistas “piden la neutralidad que es la paz, la no aplicación de las sanciones que es la paz. Claman porque el conflicto ítalo-etíope quede reducido a una simple guerra colonial; tan simple y colonial como las hechas por Inglaterra, España, Francia, Portugal”.48 En definitiva, para D’Auria la paz del Pontífice también podía ser la paz de una “simple guerra colonial”.49
Por otro lado, D’Auria en ningún momento alentó la idea de que el papa fuese un árbitro internacional, tampoco expresó lo contrario. En La Página de Italia apuntó contra la Sociedad de Naciones sin buscarle un reemplazo por designio divino. En la página se calificó de “masónico-bolchevique” el propósito del organismo internacional, afirmando que se trataba de “una movilización inspirada en un propósito claro y preciso: derrocar a la Italia fascista, baluarte contra la fuerza disolvente de la irreligiosidad y de la revolución”.50Entonces, estaba claro que para D’Auria el papa no era el único líder con capacidad de resolver los problemas que agitaban el mundo. Esto porque para el sacerdote y la línea editorial de la página del consulado, el conflicto no se encontraba en Etiopía, sino en el avance de la masonería y el comunismo. Y, siguiendo el mito mussoliniano, el líder italiano era el único líder capaz de derrocarlos. En consecuencia, para D’Auria y el consulado la paz no se conseguiría mediante la diplomacia, ni por un reemplazo divino de la Sociedad de Naciones, sino por el desarrollo de esa “simple guerra colonial” liderada por el Duce.
Reflexiones finales
En este trabajo nos preguntamos cómo desde las páginas de un diario católico se tramitó el vínculo catolicismo-fascismo durante la guerra ítalo-etíope, en particular con el fascismo del consulado italiano en Córdoba. Para dar respuesta a nuestro interrogante examinamos el impacto de la guerra ítalo-etíope en Los Principios y dimos cuenta de la polifonía de voces y posiciones que convivieron en sus páginas. Esta diversidad de matices que encontramos en sus páginas es interesante si la contraponemos a la imagen monolítica de la relación iglesia-fascismo en Córdoba que podemos encontrar en otras fuentes, como por ejemplo el periódico fascista Il Mattino d’Italia. También, porque nos entrega una imagen más compleja del vínculo que la que dio la misma iglesia cordobesa cuando se mostraba públicamente tan cerca del consulado italiano.
El estudio dialoga también con investigaciones sobre el fascismo y, en particular, aquellos que analizan la relación de éste con el catolicismo. De allí que desde la perspectiva aquí adoptada contribuyamos a complementar la imagen del “clerofascismo” propuesta por Finchelstein cuando analiza a los fascistas argentinos. Desde nuestra visión de la relación, Los Principios nos muestran que existieron diversas maneras de instrumentalizar el fascismo en el ámbito católico. La síntesis entre fascismo y catolicismo fue nítida sólo en algunos momentos y acciones: a nivel discursivo, cuando defendió la invasión italiana en Etiopía en términos evangelizadores y civilizatorios; en la práctica, cuando acompañó y auspició actividades junto al Consulado Italiano. Sin embargo, esto no impidió al diario manifestar sus divergencias con el fascismo cuando veía peligrar sus intereses.
Entonces, si para los nacionalistas argentinos el fascismo fue un molde para el pensamiento católico (Finchelstein: 2010: 213), para el diario católico de Córdoba los clerofascistas formaban parte del amplio público lector que consumía la publicación. Pero de ningún modo fueron los únicos ni constituyeron la mayoría. Mientras, la iglesia cordobesa tejió alianzas y se vinculó con distintas fuerzas y actores políticos del campo de las derechas. La manera en que la institución tramitó estas relaciones permitió que a través de la prensa se mostrase cercana tanto al fascismo italiano como al nacionalismo y a los sectores conservadores. Asimismo, a fin de proteger sus propios intereses, cuando lo creyó conveniente marcó sus diferencias respecto a ellos. En consecuencia, la relación de la jerarquía eclesiástica con el fascismo fue más de instrumentalización que de una unión armónica sin matices. Asimismo, creemos necesario indagar otras fuentes que puedan iluminarnos el otro lado de la relación. Es decir, que puedan sugerirnos cómo el fascismo italiano de Córdoba gestionó los vínculos con la iglesia, quizás allí podemos ver más acabadamente la relación sinérgica que señala Finchelstein entre fascismo y catolicismo. Por el momento, solo podemos reconocer que en Córdoba y en la práctica, la diplomacia italiana se mostró cercana y llevando a cabo acciones de manera conjunta con la iglesia.
No obstante, para la iglesia y el diario, la máxima autoridad siempre terminó siendo el papa, no el Duce ni Justo. De manera que coincidimos con lo señalado por Di Stefano y Zanatta (2000) respecto a los católicos que aspiraban a soluciones autoritarias: no buscaban instaurar el fascismo sino uno que restaurara el imperio de la ley de Dios. Interpretación de la realidad que se encontraba en sintonía con la tendencia ideológica predominante en ese momento dentro del catolicismo, el integralismo. De allí que a través de las páginas del diario se dio lugar a una apelación que buscó colocar a la figura papal por encima de los Estados y, en consecuencia, del Estado fascista. La aparición de este discurso integral fue propiciada por pronunciamientos del papa y permitió remarcar los límites de esa frontera tan lábil entre la jerarquía católica de Córdoba y el fascismo italiano. Sin embargo, esto no supuso la desaparición de las publicaciones filofascistas como las de D’Auria y la de La Página de Italia.
En consecuencia, la publicación se ocupó de ofrecer lecturas a ese público católico filofascista. Un ejemplo de ello fue la gran cantidad de notas donde el diario desplegó un marcado antibritanismo desde el cual la colectividad ítalo-argentina católica podía identificarse a instancias del conflicto por las sanciones impuestas a Italia en Ginebra. Por otro lado, y lo que es más interesante, ese antibritanismo también buscó interpelar a interlocutores que iban más allá del mundo católico y fascista. Por ejemplo, a sectores nacionalistas que podían identificarse en el reclamo de Malvinas que realizó el diario.
En suma, a partir de este trabajo se buscó tender un puente con la producción historiográfica sobre las derechas en Argentina51 y aportar a la reflexión desde las particularidades del caso cordobés con la inminente llegada del sabattinismo al poder. Es decir, un momento complejo para las derechas de la provincia mediterránea por el triunfo del radicalismo. De allí la relevancia de preguntarnos sobre los vínculos e influencias que en ese momento tejió la prensa católica cercana al Arzobispado de Córdoba e identificar sus interlocutores. De esta manera hemos podido dar cuenta de que el diario, sin descuidar su apelación integralista, buscó cuidar y ampliar su campo lector y el de relaciones de la iglesia institucional. Así se ubicó como un actor que expresó los intereses de las derechas cordobesas y, a la vez, los ordenaba bajo la autoridad religiosa.
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