Dossier
Recepción: 24 Junio 2022
Aprobación: 19 Agosto 2022
Publicación: 30 Diciembre 2022
Resumen: “Mendozazo” es el nombre que recibieron las jornadas de abril de 1972 en las cuales amplios sectores se movilizaron contra las políticas económicas de la dictadura autodenominada Revolución Argentina. Prestaremos atención a un actor sobre el cual no hay consenso en la historiografía respecto a su participación: el movimiento estudiantil. A partir de la identificación de miradas historiográficas contradictorias sobre la agencia del estudiantado durante el Mendozazo es que nos preguntamos: ¿Estuvo presente el movimiento estudiantil durante las jornadas de abril de 1972? Y si lo hizo, ¿De qué manera participó? Este trabajo busca esbozar algunas respuestas posibles. En ese sentido revisaremos lo que la historiografía señala u omite sobre la participación estudiantil en el Mendozazo, para luego confrontar estas miradas con fuentes primarias como diarios de la época y testimonios orales.
Palabras clave: movimiento estudiantil, Mendozazo, historiografía, memorias, olvido.
Abstract: "Mendozazo" is the name given to the days of April 1972 in which broad sectors mobilized against the economic policies of the dictatorship self-appointed as “Argentine Revolution”. We will pay attention to an actor on which there is no consensus in historiography regarding its participation: the student movement. From the identification of contradictory historiographic views on the student movement during the “Mendozazo”, we formulate the following questions: Was the student movement present during the days of April 1972? And if so, How did the students participate? In this sense, we will review what historiography points out or omits about student participation in the “Mendozazo”, and then confront these views with primary sources such as newspapers of the time and oral testimonies.
Keywords: student movement, Mendozazo, historiography, memories, oblivion.
Introducción1
“Mendozazo” es el nombre que recibieron las jornadas de abril de 1972 que tuvieron lugar en la provincia de Mendoza, en las cuales amplios sectores se movilizaron contra las políticas económicas de la dictadura autodenominada Revolución Argentina. Prestaremos atención a un actor sobre el cual no hay consenso en la historiografía respecto a su participación: el movimiento estudiantil.
Acercarnos al estudio de la historia del movimiento estudiantil es un desafío, tanto por las dificultades que puede presentar el acceso a las fuentes como por tratarse de un campo nuevo, pero que ha ido creciendo en los últimos años (Baigorria, 2021; Bonavena, Califa y Millán, 2007; Califa, 2017; Cobos, 2007, entre otros). En este sentido, hacerlo desde una mirada situada en lo local, particularmente en una provincia como Mendoza es más desafiante aún. Por un lado, porque la historia reciente, si bien a nivel nacional se ha expandido muchísimo, en la provincia cuyana posee aún muchas áreas de vacancia, lo cual conduce a la pregunta de por qué la historiografía mendocina a diferencia de la nacional no ha sido parte de este boom historiográfico sobre todo atendiendo a la década del setenta. Por otro lado, el estudio del movimiento estudiantil mendocino requiere de acceso a fuentes aparentemente escasas o inexistentes. De allí que el desafío sea doble: adentrarse en un pasado poco explorado y zambullirse tras las pistas de actores cuyas huellas parecieran ser, a primera vista, muy difíciles de reconstruir.
Apostamos a una reconstrucción de la historia reciente en clave local, como posibilidad y necesidad de discutir los grandes relatos nacionales y reivindicar las agencias de los actores colectivos en la provincia. Como afirma Silvina Jensen, al referirnos a la Historia Local la pensamos como:
Ni caso, ni ejemplo, sino unidad de análisis que aspira a proporcionar explicaciones que apuran/cuestionan/tensan/complejizan verdades macro y de tipo general, intentando a la vez una reconstrucción pormenorizada de los múltiples y heterogéneos contextos de la acción colectiva en un espacio específico (…). Una historia de un espacio concreto, pero no porque esa unidad espacial tenga algún sentido en sí mismo, sino porque lo que interesa es analizar las relaciones sociales localmente situadas (Jensen, 2010: 1433).
Los testimonios nos permiten un enriquecedor acercamiento para reconstruir el pasado reciente local, dotando de cuerpo, textura y múltiples capas a la reconstrucción de las coyunturas que intentamos aprehender, especialmente resaltando las particularidades que tienen las experiencias que se transitaron en espacios no centrales, periféricos, de provincia, o como aquí preferimos nombrarlos locales o regionales. En ese sentido “la historia oral expresa la historicidad de la experiencia personal y el impacto de la historia en la vida individual” (Portelli, 2014: 13).
Dentro de la historiografía, encontramos posiciones contradictorias respecto al lugar que ocupó el actor social que nos convoca. Por un lado, desde una posición conservadora, historiadores nucleados desde la derecha ideológica, niegan o invisibilizan la participación del movimiento estudiantil. Desde otros lugares de enunciación, las nuevas historias locales, encabezadas en su mayoría por historiadoras mujeres, rescatan actores colectivos de la historia reciente local, entre los cuales encontramos algunas referencias sobre el movimiento estudiantil. Sin embargo es notoria la ausencia de un estudio más sistemático sobre los y las estudiantes en el marco del Mendozazo. De allí nuestro interés en preguntarnos: ¿Quiénes han reconstruido las voces sobre el Mendozazo y el movimiento estudiantil? ¿Con qué intenciones han realizado estas reconstrucciones? ¿A partir de qué fuentes? En base a esto buscamos responder los siguientes interrogantes: ¿Estuvieron presentes los y las estudiantes en las jornadas de abril de 1972? Si lo hicieron ¿de qué maneras participaron? ¿Cuáles fueron sus repertorios? ¿Qué memorias existen sobre la participación estudiantil en las jornadas de abril de 1972?
Este trabajo busca esbozar algunas respuestas posibles. En ese sentido, en primer lugar reconstruiremos sintéticamente las jornadas del Mendozazo. En segundo lugar revisaremos lo que la historiografía señala u omite sobre el estudiantado en abril de 1972, para luego cruzarlo con otras fuentes como la prensa escrita de la época. Finalmente, recurriremos a testimonios orales de personas que fueron partícipes en aquellas jornadas.
Partimos del supuesto de que en el Mendozazo los y las estudiantes participaron activamente, con distintos grados de intensidad según los momentos y lugares en que se desarrollaron los hechos. Por otro lado entendemos que esta experiencia marcó fuertemente a quienes pusieron el cuerpo, al punto tal de que a partir de allí transitaron nuevos espacios de militancia (universitarios, partidos políticos, organizaciones armadas) por lo cual podemos considerar al Mendozazo como una experiencia de acumulación de capital militante (Poupeau, 2007) para quienes vivieron esas jornadas y en especial para la juventud estudiante.
Con estas indagaciones pretendemos aportar a las discusiones sobre el Mendozazo- del cual este año se han cumplido cincuenta años-, los actores sociales y las formas de organización y lucha de la juventud y el movimiento estudiantil mendocino en la historia reciente local.
Aquello que se llamó “Mendozazo”
Mendoza es una provincia ubicada en el centro-oeste argentino, sobre la cordillera de Los Andes. Más allá de la gesta sanmartiniana o el desarrollo vitivinícola –dos tópicos privilegiados para las historiografías tradicionales-, encontramos procesos sociales en la Mendoza contemporánea que desde hace unos años han ido cobrando interés entre nuevas generaciones de investigadoras e investigadores. Una de esas experiencias de rescate historiográfico y memorial ha sido la del Mendozazo (Scodeller, 2009; Rodríguez Agüero; 2014, Colectivo Fantomas, 2012).
Desde 1966, la Argentina se encontraba transitando una dictadura militar de corte conservador y antipopular. Ni la primera ni la última que viviera nuestro país en el siglo XX, esta dictadura sentó las bases ideológicas y los métodos de represión que se profundizarían durante el periodo del Terrorismo de Estado. Encabezada primero por el general Onganía (1966-1970), le sucedió el general Levingstone (1970-1971) y finalmente el general Lanusse (1971-1973) fue el encargado de la transición democrática mediante el Gran Acuerdo Nacional. Como señala Pilar Calveiro, esta dictadura a diferencia de sus antecesoras, no se propuso traspasar el poder a los civiles, más bien buscaba “desaparecer lo político” (Calveiro, 2005) y para ello postulaba la necesidad de superar la estructura política partidaria considerada ineficiente.
Los primeros años, conocidos también como “Onganiato” se caracterizaron por un marcado conservadurismo en lo ideológico y un proyecto de modernización autoritaria en lo económico y burocrático (Tcach, 2007). La racionalidad y la tecnocracia pasaron a ser los ejes articuladores de las políticas económicas y sociales. Así, mientras se producían una serie de recortes en el ámbito público, se favorecía selectivamente a los capitales privados.
Es necesario recordar que desde 1955 el peronismo se encontraba proscripto, su líder estaba exiliado y sus seguidores fueron forzados a militar en la clandestinidad. Los partidos políticos se encontraban prohibidos, los sindicatos intervenidos, lo mismo que las universidades. El contexto ideológico de la Guerra Fría fue fuertemente instrumentalizado por el gobierno militar, identificado con el bloque norteamericano y occidental. Ya desde mediados de la década del cincuenta era posible notar en las Fuerzas Armadas la influencia de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), corpus teórico y práctico para la lucha contra el “enemigo interno” que se institucionalizó durante el Onganiato.
Entre los aspectos ideológicos de la dictadura también podemos destacar el sesgo nacionalista y clerical que esgrimían sectores golpistas, sumado a un exacerbado anticomunismo. La militarización de la vida se vio reflejada en una serie de medidas orientadas al control y la censura del grupo social que se consideraba potencialmente peligroso: la juventud. Prohibiciones como vestir minifalda o regular los cortes del cabello, formaban parte del dispositivo de disciplinamiento con valores castrenses que se buscaba imponer (Calveiro, 2005). Esto explica en parte la dura intervención que el gobierno militar realizó en las universidades nacionales, espacio donde convergían las identidades de joven y estudiante.
En un contexto de efervescencia social y revolucionaria, especialmente entre la juventud (pensemos en la Revolución Cubana de 1959 o el Mayo francés de 1968 y también en experiencias que marcarían fuertemente a la juventud mendocina como el ascenso de Allende en 1970), amplios sectores se movilizaron para resistir a la dictadura. El punto de inflexión de la movilización social se dio en Córdoba en mayo de 1969, durante el Cordobazo, cuyo ejemplo de lucha y unidad obrero-estudiantil tuvo eco en distintas regiones. El Cordobazo marcó no sólo la estocada final del Onganiato sino que significó también un protagonismo del movimiento estudiantil como actor abiertamente opositor a la dictadura de la “revolución argentina” (Califa, 2017).
Las movilizaciones ocurridas en Mendoza formaron parte de aquel ciclo de luchas que tuvieron lugar en distintas provincias y que fueron la estocada final de la dictadura, conocido como los “azos”: Tucumanazo, Rosariazo, Viborazo, Mendozazo, entre otros.
En la provincia de Mendoza gobernaba Francisco Gabrielli, referente de la derecha conservadora perteneciente al Partido Demócrata. Pese a que regía el decreto de disolución de los partidos políticos, los demócratas en alianza con los militares mantuvieron una fachada civil, colocando como gobernadores- interventores a miembros de sus filas (Mellado, 2008).
En Mendoza, las protestas de sectores trabajadores y estudiantiles se venían desarrollando con fuerza desde 1969. Ya en los primeros meses de 1972 era evidente la agudización de las tensiones sociales, especialmente ante el congelamiento de los salarios y el marcado aumento de los productos básicos:
Eran momentos de inflación: en 1971, el incremento del costo de vida respecto del año anterior había sido del 42% y en 1972 del 73%. El poder adquisitivo de los salarios se deterioraba rápidamente. Durante 1972, los principales perjudicados fueron los empleados de la administración pública y los docentes, mientras que en 1972 le tocaría el turno al sector industrial (Colectivo Fantomas, 2012: 189).
A fines de febrero e inicios de marzo se produjo un paro general convocado a nivel nacional con muy alto acatamiento en la provincia. Entre los sectores que se estaban movilizando se encontraban los contratistas de viña, el magisterio – que venía protagonizando meses de una histórica huelga por lo cual no habían iniciado las clases-, trabajadores cementistas, de salud, entre otros. Respecto al sector docente, Laura Rodríguez Agüero señala:
El hecho de que no se actualizaran los salarios a los índices establecidos -por el Estatuto Docente-, había colocado al magisterio en la situación salarial más atrasada de la administración pública provincial. Es decir, que la idea de la docencia como la de un sector compuesto por profesionales de clase media y “apóstoles” de la educación, no se condecía con las condiciones materiales en que vivían (Rodríguez Agüero, 2013: 78).
En este contexto, el gobierno nacional anunció el aumento del costo del servicio de luz en un 300%. Esta medida generó un rechazo transversal entre amplios sectores de la población: “Hubo familias de trabajadores a quienes se les pasaron facturas por diez o quince mil pesos en concepto de consumo de energía eléctrica y esos trabajadores no ganaban más que veinte o veinticinco mil pesos por mes” (Marianetti, 1972: 7).
En Mendoza existía con anterioridad una organización social, donde además de la presencia de fuerzas políticas como el peronismo y el comunismo, se contaba con la estructura de uniones vecinales y coordinadoras barriales lo cual permitió que estos espacios canalizaran el descontento de vecinos y vecinas. De esta manera, desde las asambleas y coordinadoras se garantizaba una participación más horizontal. Si bien había presencia de partidos políticos, esta organización los excedía, ya que recuperaba como referencia central la identidad vecinal, donde la participación de las mujeres era muy importante así como también la presencia intergeneracional.
Desde las organizaciones barriales se difundió la consigna “No pague la luz”, reclamo inicial a partir del cual las demandas se fueron complejizando, llegando ciertos sectores a cuestionar el modelo económico en sí y a la dictadura que lo sostenía. En este sentido, se conformó la Coordinadora Provincial No Pague la Luz en la cual convergieron coordinadoras zonales y uniones vecinales, así como también sindicatos y organizaciones estudiantiles: la Federación de Estudiantes Secundarios y el Movimiento de Organización Reformista (MOR), rama estudiantil del Partido Comunista (PC) (Colectivo Fantomas, 2012). Los comercios se sumaron al reclamo contra el aumento y junto con la Coordinadora decidieron realizar el primer apagón el 30 de marzo. Desde dicha Coordinadora se resolvió una jornada de movilización para el domingo 2 de abril. Los distintos sindicatos se fueron plegando fortaleciendo este reclamo y la propuesta de no pagar la luz se impuso como medida conjunta.
El domingo 2 de abril, en la primera gran jornada de movilizaciones, aproximadamente unas veinte mil personas se manifestaron desde la Casa de Gobierno para luego protestar frente a la sede de Agua y Energía (Marianetti, 1972). El cierre se realizó en la Plaza Independencia donde se decidió la adhesión al paro que la C.G.T. local había convocado para el 4 de abril. El día martes fue el central tanto por el nivel de agitación social como por la desmedida represión. Se realizaron distintas movilizaciones por intersecciones de la ciudad hasta llegar a la Casa de Gobierno. Así por ejemplo trabajadoras del magisterio se congregaban en la sede de calle Montevideo para desde allí sumarse a las otras columnas en dirección al edificio del Ejecutivo.
Las docentes fueron las primeras en ser reprimidas por la policía en su sede gremial. Para “dispersarlas” se recurrió tanto a la policía montada como a la utilización de gases lacrimógenos y carros hidrantes que tiñeron sus guardapolvos. El símbolo de los guardapolvos manchados con el líquido de los carros como resultado del ataque policial pasó a la memoria colectiva, cristalizando la imagen de las docentes como protagonistas del Mendozazo.
El ataque a las maestras despertó indignación entre las otras columnas de trabajadores que llegaban a Casa de Gobierno. Pero además las docentes experimentaron en estas jornadas un proceso de maduración política y de construcción de su propia identidad de clase (Rodríguez Agüero, 2014). Una vez los distintos sindicatos y uniones vecinales llegaron a Casa de Gobierno la represión se amplió, con la acción conjunta de fuerzas policiales, efectivos del Ejército y la Gendarmería:
En Casa de Gobierno, ante el ataque policial las masas se arman para enfrentar a la fuerza armada político-estatal. En el momento del enfrentamiento, la mayoría de las columnas de las uniones vecinales junto a las maestras abandonaron el campo de batalla. Quienes lucharon fueron los obreros, empleados y estudiantes (Scodeller, 2006: 85).
Además de un gran número de personas heridas, un trabajador peronista del sindicato de canillitas, Ramón Quiroga, fue asesinado de un balazo, convirtiéndose en la primera víctima mortal de la represión reconocida oficialmente. Las protestas se extendieron desde Casa de Gobierno hacia toda la zona del centro cívico. Autos y colectivos incendiados formaron una enorme humareda que se levantó, cubriendo la sede del poder local.
La provincia fue declarada por el Ejecutivo nacional como “zona de emergencia” y se instauró el toque de queda. Gabrielli debió renunciar y en su lugar asumió un interventor militar, Luis Gómez Centurión. Sin embargo, las protestas no cesaron y la resistencia se fue territorializando, especialmente hacia zonas consideradas populares en los departamentos de Guaymallén y Las Heras, este último proclamado “primer territorio libre de Mendoza” por los vecinos y vecinas, al cual no podían ingresar las fuerzas militares ni policiales (Marianetti, 1972). Ese día hubo aproximadamente mil personas detenidas (Vélez, 1999: 52).
Al día siguiente, el 5 de abril una procesión acompañó el cajón de Ramón Quiroga hacia el cementerio de Capital. Estudiantes y obreros realizaron el acto de homenaje y fueron dispersados por las fuerzas de seguridad. Distintas barricadas marcaron los límites de las zonas ocupadas por el pueblo, especialmente en el centro de Las Heras y Pedro Molina en Guaymallén. Desde las casas, vecinos y vecinas apedreaban los carros militares y policiales que lograban ingresar.
Esta situación se extendió por unos días y tuvo un costo en vidas. Luis Mallea, estudiante de dieciocho años y Susana Gil de Aragón, empleada de comercio, fueron asesinados en Las Heras. Según señala Benito Marianetti, las autoridades informaron que en el caso de Susana se trató de una bala perdida mientras que en el de Mallea la muerte se produjo “en un confuso incidente” (Marianetti, 1972: 19).
El viernes 7 de abril la ciudad estaba paralizada, las clases suspendidas, no había transporte público ni negocios abiertos. La CGT había convocado a un nuevo paro el cual tuvo gran adhesión. Los operativos “antidisturbios”, el patrullaje por los barrios y las detenciones arbitrarias de cientos de personas continuaban. Por la noche Lanusse anunció que se daba marcha atrás con el aumento de las tarifas en todo el país.
En los barrios la movilización continuó hasta el día siguiente y luego fue mermando. El lunes 10 de abril las Fuerzas Armadas y el gobierno realizaron una misa de “acción gracias por la pacificación” en la plaza central del departamento que resistió con mayor fuerza, Las Heras. El 12 de abril, por decreto, la provincia dejó de ser zona de emergencia mientras que asumía un gobernador demócrata, Félix Gibbs. Dos sindicatos vieron en el Mendozazo su hito fundacional: el SUTE (Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación) y el SOEP (Sindicato de Obreros y Empleados Públicos). Como señala Laura Rodríguez:
Estas dos nuevas organizaciones gremiales, tuvieron un papel decisivo en el movimiento de protesta de los años que siguieron, además, ambos sectores dejaron de llamarse docentes y empleados públicos, y comenzaron a denominarse trabajadores/as de la educación y del Estado, respectivamente (Rodríguez Agüero, 2013: 72).
En dictadura el pueblo de Mendoza resistió a las políticas económicas, se movilizó por días y logró la renuncia de un gobernador que era el principal referente del conservadorismo provincial. Este proceso, entroncado con otros similares a nivel nacional, pasó a denominarse “Mendozazo”.
La disputa historiográfica: del silencio a la enunciación
Hemos realizado, a muy grandes trazos, una reconstrucción de lo que fue el Mendozazo. Siguiendo los objetivos de este trabajo, nos interesa ahora revisar desde qué autores y corrientes historiográficas se ha abordado el tema del Mendozazo, poniendo nuestro foco en las formas de reconstruir la participación del movimiento estudiantil en el mismo.
A grandes rasgos podemos afirmar que desde la historiografía tradicional, la cual posee una fuerte impronta conservadora que observa y prioriza los procesos institucionales “desde arriba”, los sectores sociales no son aprehendidos como hacedores de historia, por ello no suelen ser considerados per se como objeto de estudio. De allí que, ante esta invisibilización de actores sociales, el movimiento estudiantil haya corrido la misma suerte que otros grupos como las mujeres, movimiento obrero, entre otros.
Desde esta corriente, algunos trabajos caracterizan al Mendozazo como producto del accionar de infiltrados de otras provincias, o como un hecho excepcional y poco memorable en la historia provincial. Como ejemplo de esta historia tradicional encontramos a los historiadores Pedro Santos Martínez, Adolfo Omar Cueto, Pablo Sacchero, Aníbal Romano, entre otros. En estos casos se trata de historiadores varones, que provienen de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo (FFYL-UNCu) y que en la mayoría de los casos ocupan o han ocupado cargos de gestión y/o espacios de poder claves en la misma, es decir que pertenecen a un grupo académico con capital suficiente para hegemonizar sus lecturas del pasado.
Cueto, Sacchero y Romano publicaron una Historia de Mendoza a través de veintiocho fascículos editados por diario Los Andes, el principal periódico de la provincia. Los mismos fueron elaborados en 1995 sin embargo por su llegada masiva a la población y por constituirse hasta el presente como bibliografía obligatoria en la carrera de Historia de la UNCuyo, entendemos que es un material realizado con la intencionalidad de construir un sentido común respecto a la historia de la provincia. Estos autores afirman, sin base empírica que lo sostenga, la teoría de que el Mendozazo fue producto de agentes externos al pueblo mendocino:
se formó así una concentración popular de características poco comunes, tanto por la cantidad de personas intervinientes, como así también por la heterogeneidad de sus componentes, ya que era fácil observar a los grupos infiltrados en la marcha que no pertenecían al nucleamiento docente o al movimiento obrero (Cueto, Sacchero, Romano, 1995, tomo 23, s/n).
Si bien, como hemos señalado, los historiadores de este grupo tradicional-conservador desestiman la reconstrucción histórica desde los actores sociales, encontramos un texto de Aníbal Romano (2009) presentado en el marco de su incorporación a la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, centrado específicamente en el Mendozazo donde el tradicional silencio frente a la participación estudiantil se rompe y quedan explicitadas ciertas miradas representativas de este grupo académico.
Según Romano, la “revolución” –manera en que denomina la dictadura iniciada en 1966- colocó en Mendoza a personas de prestigio y con trayectorias políticas reconocidas, de allí que Gabrielli era el indicado para ser gobernador y en sus palabras “no podía ser otro”. Sobre el Mendozazo como causante de la renuncia del gobernador, el autor entiende que la gestión de Gabrielli finalizó de manera “traumática y para nada gratificante” (Romano, 2009: 179). En el mismo sentido realiza apreciaciones sobre su mandato tildándolo entre otras cosas de “progresista y beneficioso para la provincia” (Romano, 2009: 181).
Desde esta óptica, el Mendozazo es entendido como excepcionalidad y anomalía, como una atípica y desafortunada interrupción de la “tranquilidad mendocina”. Lejos de ser parte de un proceso de organización social desde la misma ciudadanía, en el Mendozazo la sociedad habría sido manipulada: “Lo que ocurrió no fue producto de la mentalidad mendocina, sino de la acción de algunos jóvenes exaltados, muy bien aprovechados por los subversivos profesionales” (Romano, 2009: 188).
Su posición queda explicitada también en la selección de sujetos a quienes les habilita la voz. En este caso, se trata de un grupo reducido de varones que ocupaban cargos de jerarquía. Por un lado, el autor toma el testimonio del gobernador Francisco Gabrielli y por otro del encargado de la represión de Gendarmería y el Ejército, el general Gómez Centurión quien asumió interinamente la gobernación tras la renuncia de Gabrielli. Estos actores serían los únicos con autoridad para leer lo que pasó en estas jornadas, a juzgar por las voces seleccionadas por el autor.
De esta manera, el Mendozazo aparece casi como un recambio de silla más que como un proceso social. Y en todo caso, si los actores sociales son mencionados no es más que para etiquetarlos junto a las nociones de desorden, desbando, vandalismo. Hay una mirada “desde arriba”, donde quienes hacen y tienen autoridad para contar la historia son los varones “prestigiosos”, de trayectoria.
Volviendo la mirada hacia el movimiento estudiantil y su participación en las jornadas del Mendozazo, el autor sostiene la tesis sobre la nula participación estudiantil, de allí que refiera a una “ausencia notoria” de estudiantes universitarios en el Mendozazo. Sin embargo no funda esta suposición en ninguna fuente:
En el “Cordobazo” (29 de mayo de 1969) se observa una alianza entre los sectores estudiantiles y obreros, hay un marcado proyecto político basado en la necesidad de modificar el estado de cosas existentes; en el “Mendozazo” los reclamos y peticiones son muy concretos: aumento del salario docente y disminución del incremento de las tarifas eléctricas; los estudiantes como actores sociales están ausentes en el estallido del 4 de abril (Romano, 2009: 192).
El Cordobazo, como modelo a reproducir o evitar según las posiciones, ha sido una referencia indiscutible a la hora de revisar el Mendozazo. Para Romano, la participación estudiantil es uno de los elementos que marca diferencia entre ambos “azos”. En el Cordobazo habría operado la voluntad de cambiar las cosas, un “proyecto político” donde la nota característica fue la participación de obreros y estudiantes. El Mendozazo, según este autor, quedaba entonces reducido a la espontaneidad de su explosión y al aprovechamiento de la situación por grupos extremistas y subversivos. Los estudiantes “estuvieron ausentes”.
Desde concepciones político-académicas diferentes, encontramos una nueva corriente de investigadoras que realizan cruces entre la Historia Social, la Historia Reciente y los Estudios de Memoria para reconstruir los procesos sociales “desde abajo”. Desde estos trabajos se puede percibir una renovación historiográfica a nivel local que en los últimos quince años se ha ido fortaleciendo. Las mujeres, el movimiento obrero, los proyectos revolucionarios aparecen como tópicos recurrentes y entre estos, el movimiento estudiantil también ha sido incluido.
Gabriela Scodeller es una historiadora cuya investigación doctoral trató sobre el borramiento historiográfico del Mendozazo, focalizando en la reconstrucción sociohistórica de las luchas del movimiento obrero mendocino. Scodeller no descuida de mencionar la participación del sector estudiantil. En su capítulo del libro Mendoza Setenta, titulado “Paso, paso, paso… se viene el Mendozazo” (2006) señala a las luchas del estudiantado a fines de los sesenta e inicios de los setenta como antecedentes del clima de descontento que convergería en las jornadas de abril de 1972.
La autora afirma que en el Mendozazo “quienes lucharon fueron los obreros, empleados y estudiantes” (Scodeller, 2006: 86). Es decir que reconoce una participación activa y protagónica del movimiento estudiantil pero no ahonda en esta afirmación. ¿Qué sector del estudiantado? ¿Cómo participaron? En su tesis doctoral encontramos algunas pistas. Por ejemplo, cuando se remonta a las luchas contra el limitacionismo de 1971,2 señala:
De esta manera, los estudiantes secundarios y universitarios van avanzando desde el plano reivindicativo a la lucha político-teórica, convirtiéndose la universidad en un espacio fundamental de disputa, proceso del que no están ajenas las universidades privadas (Scodeller, 2009: 71).
Scodeller identifica tres grupos dentro del movimiento estudiantil mendocino: universitarios públicos, universitarios privados y estudiantes secundarios. Esta distinción se vuelve difusa luego ya que al referirse al Mendozazo se hace mención de los “estudiantes” en forma genérica. Ahora bien, la autora en su trabajo deja abierta la propuesta para “observar la participación de un actor que hasta aquí aparece como periférico: los estudiantes” (Scodeller, 2009: 125).
Si bien encontramos otros trabajos que se detienen en la reconstrucción del movimiento estudiantil local durante la década del setenta (Cobos, Crombas, Delgado e Hidalgo, 2006; Baigorria, 2021), éstos no reconstruyen la coyuntura del Mendozazo, pero sí retoman procesos anteriores y posteriores al mismo. Una excepción en este sentido puede ser el trabajo de Ayelén Cobos (2007) en el cual se detiene a reconstruir las luchas del movimiento estudiantil mendocino entre los años 1971-1973. En este breve periodo la autora si bien no profundiza sobre las dinámicas de participación en las jornadas del Mendozazo, se basa en la recuperación de fragmentos de la revista Claves para afirmar que en estas movilizaciones, así como en el Cordobazo, “hubo conjunción organizada y combativa de obreros, estudiantes y vecinalistas” (Cobos, 2007:11).
Desde las nuevas historias locales encontramos investigaciones como la de Violeta Ayles, quien reconstruye el accionar del PRT-ERP en Mendoza. A partir de la realización de entrevistas, la autora observa que entre militantes de esta organización, el Mendozazo aparece como un punto de referencia central:
(...) la gran mayoría de nuestros/as entrevistados/as afirma que su proceso de politización se inició en el marco de las disputas universitarias (tanto en la Universidad Nacional de Cuyo como en la Universidad Tecnológica Nacional) y que encontró su hito en el Mendozazo. Al conocer a la organización se integraron a ella como continuidad de este camino político que habían emprendido (Ayles, 2012: 79).
Investigaciones como la de Ayles demuestran que no puede comprenderse la radicalización de la militancia de los setenta, en este caso estudiantil, sin la experiencia del Mendozazo.
Por otro lado, desde el campo de los testimonios destaca el libro de Roberto Vélez “La represión en la UNCuyo” (1999). En este trabajo se dedica bastante espacio al Mendozazo, reconstruido tanto desde su experiencia como dirigente estudiantil del MOR, como desde la de su padre, quien fue dirigente sindical del Partido Comunista. Vélez realiza una reconstrucción del proceso que condujo al Mendozazo, en el cual participó como estudiante, por lo tanto su perspectiva aporta una nueva mirada respecto a los actores de aquel momento, ya que el estudio de la militancia sindical ha opacado otras formas de participación, como en este caso de estudiantes universitarios y secundarios.
A partir de esta síntesis sobre los abordajes historiográficos –tomando algunos textos de referencia-, se desprende que los estudios que de alguna manera refieren al Mendozazo en pocos casos han atendido a la presencia del movimiento estudiantil. Incluso desde el grupo conservador se ha negado su participación.
Por otro lado, los trabajos que se especializan en el movimiento estudiantil no han revisado la experiencia del Mendozazo desde este sector, ya sea por falta de fuentes o quizás por no tratarse de una movilización surgida a partir de reivindicaciones específicas estudiantiles, por lo tanto entendemos que existe una vacancia frente a la reconstrucción de la participación del movimiento estudiantil durante las jornadas del Mendozazo, por lo cual nos remitiremos a la revisión de fuentes tanto de la prensa de la época como de testimonios orales, para poder indagar en este sentido.
Hacia una posible reconstrucción histórica del movimiento estudiantil
Hecha la revisión historiográfica, pasaremos a revisar fuentes primarias que nos permitan ampliar y contrastar datos sobre el movimiento estudiantil y la coyuntura del Mendozazo. Tomando como referencia la prensa de la época – diarios Los Andes, El Andino y Mendoza- y algunas entrevistas en profundidad a dirigentes estudiantiles de los setenta, intentaremos dar respuestas para las siguientes preguntas: ¿Qué hacían los y las estudiantes antes del Mendozazo? ¿Qué ocurrió con el estudiantado durante el Mendozazo? ¿Cómo impactó en el movimiento estudiantil?
Un año antes de que Mendoza fuera noticia nacional por su propio “azo”, el movimiento estudiantil universitario a nivel nacional y local, llevó adelante una profunda lucha contra las políticas educativas de la dictadura, en especial el ya mencionado limitacionismo. En el marco de estas protestas, los y las estudiantes salieron a las calles y se enfrentaron a las fuerzas de seguridad en reiteradas ocasiones. También tomaron edificios de la universidad, como el rectorado y sedes de distintas facultades. Para nuestra provincia, las movilizaciones estudiantiles y las distintas acciones llevadas a cabo por parte de este sector durante 1971, marcaron la irrupción con fuerza de un sector social que se rebelaba contra la dictadura, en consonancia con otros puntos del país.
En este sentido, el año 1972 comenzó reactualizando entre el estudiantado el debate contra las políticas limitacionistas, dado que se aproximaba el inicio del ciclo lectivo. En enero de 1972 se ordenó la detención de veinticuatro estudiantes de la UNCuyo, quienes fueron aprehendidos en sus hogares por policías que, vestidos de civil, se hicieron pasar por compañeros de estudio, según denunciaron los familiares.3 Los y las jóvenes, estudiantes de Ingeniería en Petróleo de la UNCuyo, estaban acusados de delito de usurpación, por haber tomado las instalaciones de la facultad durante las movilizaciones llevadas a cabo en 1971. Si bien al día siguiente fueron dejados en libertad, estas detenciones y, en especial, la dudosa legalidad en el proceder policial, activaron alertas entre las agrupaciones estudiantiles.
Siguiendo a la prensa, podemos ver cómo las luchas protagonizadas hasta entonces por el movimiento estudiantil, habían tenido su costo: desde juicios contra estudiantes, detenciones legales e ilegales y hasta atentados contra algunos militantes estudiantiles. En un contexto de dictadura que ya estaba entrando en su tramo final, los diarios locales reflejaban una de las principales consignas que levantaban los estudiantes: “libertad de todos los presos políticos, gremiales y estudiantiles del país”.4
Además del PC y otras organizaciones de izquierda, había una fuerte influencia del peronismo dentro del movimiento estudiantil. Desde este sector, los estudiantes entendían los problemas de la universidad inscriptos en el contexto nacional, dentro de lo cual una de las primeras consignas era el llamado a elecciones y el retorno de Perón. En un comunicado de prensa, dirigentes estudiantiles peronistas afirmaban: “Para nosotros, la Universidad como cualquier institución del sistema juega un papel eminentemente político y de dominación (…) Nuestra crítica está inscripta en la única política de liberación de la Argentina, que no es otra que la del movimiento peronista”.5
En marzo de 1972 se conformó la Comisión Intersindical Provincial, en un contexto de fuertes luchas de trabajadoras de la educación, obreros de Corcemar, contratistas de viña, trabajadores/as de la salud, entre otros. Agrupaciones estudiantiles vinculadas al Partido Comunista (PC) como la Federación de Estudiantes Secundarios y el Movimiento de Orientación Reformista (MOR) se solidarizaron con los distintos reclamos obreros y acompañaron de cerca las huelgas que se organizaron desde esta comisión. Sabemos, tanto por fuentes escritas como por testimonios orales, que también tenían importante presencia en la UNCuyo y UTN otras organizaciones estudiantiles que se proponían la unidad obrero-estudiantil y en ese sentido acompañaban las luchas obreras. Entre estos espacios estaban TUPAC (Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa), agrupación estudiantil vinculada a Vanguardia Comunista, FAUDI (Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda) rama estudiantil del Partido Comunista Revolucionario y el Peronismo de Base (PB), entre otras.
Durante el plenario de Maestros, cuando se votó paro por tiempo indeterminado, se compartieron una serie de adhesiones desde distintos sindicatos, entre los cuales “se dio lectura a un comunicado enviado por agrupaciones estudiantiles universitarias y secundarias, en el que los jóvenes adhieren a los reclamos del magisterio”.6 Hasta aquí el movimiento estudiantil aparece como un actor que seguía de cerca lo que ocurría a nivel nacional y provincial, se involucraba con otros sectores y tenía una clara posición respecto a qué universidad y país querían.
Ya en los días previos al Mendozazo, es posible observar una participación sectorizada de estudiantes del Movimiento de Orientación Reformista en la Coordinadora No Pague la Luz. A través de testimonios sabemos que algunos representantes estudiantiles formaron parte de esta coordinadora que articulaba organizaciones vecinales, sindicales y partidos políticos. Uno de los integrantes, Juan Carlos Carrizo (dirigente estudiantil de la Universidad Tecnológica Nacional-regional Mendoza y militante del MOR), señala:
Los universitarios organizadamente no participaron de la organización de la lucha previa del Mendozazo, sólo nosotros por esta excepción que te digo yo (refiere a que eran del PC) pero sin representar al movimiento estudiantil, solamente a la agrupación. Y pusimos a disposición me acuerdo el mimeógrafo que teníamos de la agrupación y sacamos muchos volantes, es más muchos compañeros en el Mendozazo cayeron por el uso de ese mimeógrafo porque había llegado a oído de la policía quiénes estaban haciendo la impresión de los volantes.7
Desde la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo, Jaime Valls como estudiante de Sociología y militante del FAUDI, recuerda que en los días previos al Mendozazo surgió el Comité de Resistencia Popular, conformado por estudiantes de FAUDI, TUPAC y Peronismo de Base. Este espacio, según Valls fue algo “muy artesanal, no tan organizado como lo de la Coordinadora” (en referencia a la Coordinadora No Pague la Luz):
Formamos este comité, hicimos miles de volantes y salimos estudiantes de acá de las tres fuerzas que te digo (FAUDI,TUPAC, PB) a volantear por los barrios en Guaymallén, Las Heras, barrios de Capital, volantear el tema “No pago la luz” e ir a la concentración del 4 de abril.8
Jaime Valls señala que desde este espacio se organizaron unos días antes del Mendozazo, e incluso recuerda una anécdota al respecto:
Vino una compañía de teatro por esos días a Mendoza, el grupo de Juan Carlos Gené integrado por Norma Aleandro, Federico Luppi, Marilina Ross y vinieron a hacer una obra en el teatro Avenida, debe haber sido el uno de abril o por ahí…y en ese momento Federico Luppi militaba en el PCR, entonces le fuimos a decir que leyera el comunicado del Comité de Resistencia Popular. Así es que fuimos al teatro, vimos la obra y cuando terminó la obra Federico Luppi leyó el comunicado al público, que terminaba convocando al 4 de abril a la Casa de Gobierno.9
El día 4 de abril, fecha clave del Mendozazo, también aparece como un momento de quiebre respecto al movimiento estudiantil, ya que si bien hasta ahí “participaron a nivel individual como personas, muchísimos estudiantes pero sin carteles ni cosas previas como estábamos acostumbrados”,10 o como señalaba una ex dirigente estudiantil peronista, lxs estudiantes estaban en las calles como ciudadanos, no como movimiento estudiantil; la desmedida represión y el asesinato de Ramón Quiroga, entre otras cosas, fueron impulsores de una mayor y más organizada participación estudiantil, sobre todo acompañando la resistencia en los barrios en los días posteriores.
Una excepción en este sentido parece haber sido la pequeña pero significativa experiencia del Comité de Resistencia Popular, ya que fue un espacio creado con el fin de generar estrategias como organización estudiantil, pese a no haberse tratado de un grupo muy numeroso, siendo aproximadamente unos 25 militantes. Además de los espacios de discusión previos, el día cuatro de abril participaron de la movilización de manera organizada, reuniéndose junto a la columna que partió desde la sede de la CGT y también previeron llevar un equipo de sonido “para poder cantar nuestras consignas”.11
Es decir que desde la gestación del Mendozazo si bien los y las estudiantes no habrían participado en forma conjunta de las instancias previas tampoco estuvieron ausentes. Algunas de las razones, según las entrevistas, apuntan a cuestiones de calendario, como que las clases aún no comenzaban, entonces había bastante dispersión y además los primeros días del Mendozazo coincidieron con el receso de Semana Santa. Esto dificultó la participación orgánica de la juventud, tal vez con la excepción de quienes militaban en el PC, FAUDI o en alguna otra agrupación específica.
Sin embargo, nuestros/as entrevistados/as recuerdan haber estado el día cuatro de las protestas y haber notado la presencia de otros/as estudiantes en la concentración de Casa de Gobierno. Incluso un dirigente estudiantil de Línea Nacional de la Facultad de Ciencias Económicas recuerda haberse agrupado con otros compañeros para “conducir el movimiento”, viendo finalmente como éste “les pasó por encima”. Otros testimonios reconocen que a lo largo de la jornada del día cuatro el movimiento estudiantil se organizó para participar, ya que el nivel de movilización y de represión había sido imprevisto:
El 4 de abril… no teníamos ni piedras cuando empezó el despelote con la represión policial, por eso se quemaron autos, porque no teníamos ni siquiera molotov, que sabíamos hacer y todo porque las habíamos usado, por ejemplo contra la represión que hubo por el ingreso irrestricto en el 71. Teníamos experiencia en eso, pero no habíamos llevado nada, ni piedras… Eso generó el antecedente de la reacción popular ante la represión de sacar de donde se pudiera, por eso se daba vuelta los autos para prender fuego y armar barricadas y por eso se rompieron muchas de esas cunetas de las piedras bola. Algunos compañeros me acuerdo haber visto, universitarios de otras facultades, uno de ciencias agrarias consiguió una barreta de hierro, no sé de dónde la sacó, y entró a sacar piedras de la acequias, piedras enteras y así fue. No se tenía previsto el grado que hubo sino nos hubiéramos preparado un poco más.12
El impacto de las luchas callejeras, la unidad obrero-estudiantil experimentada sobre todo desde el día cuatro, los niveles de represión y el encarcelamiento de sus pares hacen que en los días posteriores se vayan concretando con mayor organicidad sus acciones:
Cuando nos enteramos que habían matado a Quiroga, evidentemente al otro día, ya las agrupaciones universitarias jugaron un rol importante, pero no es que recae en ellas la resistencia, ahí se organizan, nos organizamos, porque también me incluyo allí como agrupación. Pero no recayó en el movimiento estudiantil la resistencia.13
Hasta aquí podemos ver que, como también han remarcado los distintos testimonios, hubo una convergencia de espontaneidad y organización que sirvió como impulso para que estudiantes que ya participaban en organizaciones estuvieran el día de la movilización como integrantes de las mismas, mientras que un número importante de estudiantes independientes, se autoconvocara y se sumara a la movilización dentro de las columnas obreras y vecinales.
Otra experiencia intrínsecamente ligada al Mendozazo, pero que pocas veces se recuerda como tal, es la implementación por parte de estudiantes de juicios populares o académicos a profesores. Sobre esto sí encontramos menciones en el libro colectivo Apuntes de Memoria: política, reforma y represión en la Universidad Nacional de Cuyo en la década del 70 (2014) y en el trabajo del Colectivo Fantomas (2012), además del testimonio escrito de Roberto Vélez y referencias que aparecieron en algunas entrevistas. Tras el Mendozazo, estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo se reunieron en asamblea para exigir la renuncia del profesor teniente coronel Gómez Rueda, quien dictaba la cátedra de Geopolítica y estuvo a cargo de la represión durante el Mendozazo en el departamento de Las Heras, en el marco de lo cual se decía que torturó a estudiantes. Algunos dirigentes estudiantiles recuerdan este proceso, tal es el caso de Carmelo Cortese, quien cursaba la carrera de Sociología y en ese marco era alumno de Gómez Rueda y formó parte de la asamblea realizada para su expulsión:
Nosotros que ya lo teníamos de reojo porque la materia Geopolítica estaba dada bajo un poco el enfoque de geógrafos alemanes (…) Entonces teníamos movimientos ya de crítica del profesor; cuando nos enteramos que él había sido el comandante militar encargado de la represión en el Mendozazo planteamos la expulsión. El movimiento empezó con huelgas directas, y se hace una gran asamblea ya en la Facultad de Ciencias Políticas en el Centro Universitario y en una aula muy grande, muy repleta.14
Cortese agrega que el teniente-profesor cuestionado increpó a la asamblea estudiantil justificando su posición:
Gómez Rueda concurrió a la asamblea y pidió hablar, lo dejamos e hizo una gran arenga en contra del “trapo rojo”: el sucio trapo rojo, la defensa de la bandera, contra la subversión… vos pensá que yo tenía veinte años… y no es que vos hablas mal del teniente coronel, sino a la cara a Gómez Rueda decirle: usted es un asesino que ha reprimido. Y en mi barrio –yo vivía en Las Heras- Sergio Gómez que fue detenido y torturado y usted era el responsable; y nos da enseñanzas fascistas.15
Tras esta asamblea y la movilización estudiantil, Gómez Rueda debió dejar la cátedra. Entre 1973-1974 tendrían lugar experiencias similares contra profesores considerados expresión del “continuismo” dictatorial, como Dardo Pérez Guilhou quien había sido ministro de Educación de Onganía (entre 1969 y 1970) y el rector de la UNCu Julio Herrera (1969-1973).
Resulta importante destacar la participación del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (CECPYS), ya que según testimonio de Roberto Vélez (1999), este centro fue el único que participó como tal no sólo en el juicio a Gómez Rueda, sino durante todo el proceso del Mendozazo. Si bien hubo agrupaciones estudiantiles identificadas tanto del comunismo como peronistas, como órgano gremial estudiantil el CECPYS habría sido una excepción, lo cual también conduce a la pregunta de por qué las ausencias del resto de las facultades y universidades. Esto lo dejaremos abierto por el momento, ya que no contamos con las fuentes suficientes para profundizar.
Para finalizar, a partir de las entrevistas pudimos observar que un recurrente en las memorias del Mendozazo, es el sentido reivindicativo de la militancia local que se le atribuye. Así como Córdoba había tenido su Cordobazo, ahora Mendoza asomaba a nivel nacional como una provincia combativa con el Mendozazo. Y al respecto Cortese recuerda:
Nunca supe si fue real o era una anécdota, que los estudiantes cordobeses habían mandado unas bolsas de maíz en el tren porque mientras los estudiantes cordobeses habían estado en el Cordobazo acá era todo conservadurismo. Eso no era tan así porque hubo muchas cosas previas pero…ya estábamos reivindicados por el Mendozazo.16
La anécdota referida aparece en otras entrevistas y es recordada como una ofensa para el movimiento estudiantil local, el cual se vio desafiado por sus pares cordobeses quienes los percibían como desmovilizados.
Vale señalar, que desde una mirada peronista, se entroncan las memorias de lucha del Mendozazo con la militancia por el retorno del líder exiliado. Desde esta visión, sostenida por dirigentes estudiantiles peronistas, las movilizaciones de 1972 no se pueden entender sin el contexto mayor de lucha por la democracia y el retorno de Perón. Así recuerda una dirigente estudiantil de Filosofía y Letras:
El Mendozazo sí marcó. Pero también el peronismo (…) la lucha para que Perón vuelva al país fue impresionante, la cantidad de marchas que hicimos fueron enormes y en Mendoza eso movilizó a mucha gente.17
Finalmente, los entrevistados coinciden en que el Mendozazo fue una marca importante para todos los sectores que participaron:
Para el año 71 ya habíamos transitado todo un año de lucha, teníamos cierto entrenamiento, por ejemplo salir todos con documento y llevar un teléfono con el número de un abogado…Pero el Mendozazo…para el movimiento estudiantil fue un gran cambio, fue nuestro bautismo de fuego.18
El Mendozazo hace un click en la cabeza de muchas personas, en el pueblo en realidad y cosas muy políticas por supuesto, salir a manifestar contra el golpe de Estado, todavía no se sabía lo que iba a ser Pinochet pero ya se sabía cómo venía la mano. Eso fue tal vez también un despertar popular producto de haber tenido un objetivo y haber logrado un objetivo con el Mendozazo. (…) El Mendozazo fue un hecho que le dio sentido a la existencia de la organización popular.19
Consideraciones finales
Retomando nuestra pregunta inicial, efectivamente podemos afirmar que hubo participación del estudiantado en las jornadas del Mendozazo. Más allá de posiciones que desde corrientes historiográficas conservadoras entienden la supuesta “ausencia” de estudiantes en las movilizaciones mendocinas como una diferencia cualitativa con otros “azos”, las fuentes escritas y los testimonios demuestran lo contrario. Hubo una significativa participación de estudiantes que se unieron a los distintos cauces de lucha que tuvieron lugar durante el Mendozazo.
Ahora bien, a partir del cruce entre fuentes escritas y orales hemos observado que esta experiencia estudiantil fue variando, desde una primera instancia de presencia más bien sectorial hasta una participación masiva. El salto cualitativo se habría producido el cuatro de abril. Antes de ese día, los y las estudiantes tuvieron una participación limitada a organizaciones vinculadas al PC, FAUDI, TUPAC y al peronismo. Es probable –y aquí entramos en el terreno de la deducción- que el 2 de abril, la primera jornada de movilización popular contra el aumento de la luz, estudiantes hayan participado según su pertenencia barrial, ya que la convocatoria era más bien de carácter vecinal.20
Distinta fue la jornada de protestas del martes 4 de abril, la cual tuvo un carácter marcadamente obrero. En este marco se produjo una gran movilización, cuya respuesta oficial fue la represión conjunta por parte de distintas fuerzas de seguridad. Ante el asesinato de un obrero peronista, los cientos de heridos/as y más de mil detenidos/as, la resistencia popular se sostuvo por varios días. Este fue el contexto en el cual el movimiento estudiantil se plegó de forma más organizada, teniendo ya en ese momento entre sus filas varias personas detenidas. Por los testimonios y algunas menciones en la prensa, sabemos que estuvieron en los barrios de Guaymallén y Las Heras así como también participaron de forma organizada del entierro de Ramón Quiroga, el cual fue todo un acto político de resistencia (Vélez, 1999).
En el contexto de luchas en la zona de Las Heras, un estudiante de dieciocho años, Luis Mallea, fue asesinado de un disparo. Y aquí se nos abren nuevos interrogantes, porque no hemos encontrado hasta el momento expresiones de repudio ni lecturas posteriores sobre este hecho específico dentro del movimiento estudiantil. Esto no quiere decir que no las haya habido, pero o bien desde la prensa se omitieron, o bien el repudio provino desde medios diseñados por los propios órganos estudiantiles, como revistas, folletos, carteleras, a los cuales no hemos podido acceder. Por otro lado, en los testimonios aparece el asesinato de Quiroga como punto de inflexión, lo cual es lógico dado que fue la primera víctima fatal. Sin embargo, no sucede lo mismo con el asesinato de Mallea.
En las fuentes que hemos consultado, las menciones hacia Mallea son mínimas en algunos casos, inexistentes en otros. Son muy pocos los datos que tenemos de Luis Mallea: sabemos que era estudiante secundario, que tenía sólo dieciocho años, pero desconocemos cuál era su lugar en la resistencia que se venía dando en el departamento de Las Heras. Aparentemente su asesinato no desencadenó ninguna investigación, lo mismo podemos decir para los otros dos casos de víctimas fatales. Ni investigación, ni proceso, ni responsables. Estos crímenes quedaron impunes.
Hace unos meses, en setiembre de 2021, se colocó en el Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos ex D-2 de Mendoza una baldosa con el nombre de Luis Mallea, en el marco de una actividad centrada en jóvenes víctimas del terrorismo de Estado. De esta manera, casi cincuenta años después, en un espacio público se reconocía a Mallea como estudiante y víctima del Mendozazo. Pero más allá de este hecho, con fuerte carga simbólica, no hubo comunicado ni reconocimiento alguno por parte del movimiento estudiantil que acompañara este homenaje. Mallea no forma parte de las memorias del movimiento estudiantil local, distinto por ejemplo a lo que ocurre con Santiago Pampillón,21 que si bien era mendocino, estudiaba y trabajaba en Córdoba y sin embargo es evocado en distintos espacios por su lucha.
En base a lo expuesto, podemos extraer dos reflexiones finales. Por un lado, el Mendozazo fue una instancia significativa para el movimiento estudiantil local y marcó un crecimiento cualitativo en cuanto a experiencia de lucha y posicionamiento político. Por otro lado, no hubo apropiación de la memoria de Mallea por parte del movimiento estudiantil. Luis Mallea, la única víctima fatal estudiantil en el Mendozazo, no habría sido reivindicado por sus pares contemporáneos, como tampoco lo fue a la posteridad. Imperan silencios y olvidos en torno al Mendozazo en general, lo cual hace que el caso de Mallea forme parte de una doble operación de olvido: de la historia reciente local y del movimiento estudiantil en particular.
Retomando lo primero, habíamos recuperado la categoría de Franck Poupeau (2007) sobre capital militante, entendiendo la experiencia del Mendozazo como una coyuntura de “acumulación de capital militante” para el movimiento estudiantil. El concepto de capital militante, al cual el autor distingue de capital político, apunta a las competencias y al saber-hacer que se adquiere en una grupalidad mediante la práctica misma. Este capital adquirido es valioso para la práctica militante y se transfiere en experiencias políticas posteriores. Entendemos que este saber-hacer refiere a los aprendizajes que pasan por el cuerpo y que son elaborados en el grupo de referencia a posterior e implican un crecimiento cualitativo en cuanto conciencia política.
En este sentido, para el movimiento estudiantil el Mendozazo significó un salto cualitativo ya que se produjo el paso de la consigna a la acción. La “unidad obrero-estudiantil” se concretó en la lucha callejera durante días. Esta experiencia fue nueva y marcó las trayectorias de militantes estudiantiles, en algunos casos por ser el primer enfrentamiento con fuerzas de seguridad y por los niveles de la represión (encarcelamiento, heridas, corridas, entre otras), pero sobre todo por haber estado “codo a codo” con el movimiento obrero y sectores populares. A su vez la organización posterior del centro de estudiantes de Ciencias Políticas también abrió el camino a lo que posteriormente se realizaría con mayor sistematicidad, que serían los juicios políticos a profesores cómplices de la dictadura de la autodenominada “Revolución Argentina”.
Revisar la participación del movimiento estudiantil en el Mendozazo y articularla con las trayectorias posteriores que siguieron los y las militantes que allí participaron es una tarea pendiente pero necesaria para poder trazar las experiencias y luchas de la juventud en los años previos al terrorismo de Estado.
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Notas