Artículos libres
Recepción: 08 Febrero 2021
Aprobación: 15 Mayo 2021
Publicación: 30 Agosto 2022
Resumen: Este trabajo se propone reconstruir y analizar algunos ensayos, colaboraciones e intervenciones efectuadas en diversas publicaciones periódicas por parte de intelectuales, políticos y/o publicistas de origen argentino que, hacia el último cuarto del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, se lanzaron a recobrar, revisar y difundir cierta versión sobre la naturaleza de José de San Martín y su rol durante las revoluciones de independencia hispanoamericanas. Para ello, se prestará especial atención a las comparaciones efectuadas con otros personajes históricos –principalmente, Simón Bolívar– a partir de las cuales no solo fue posible la definición y representación identitaria del héroe en cuestión, sino también la consolidación y popularización de una narrativa dirigida a justificar históricamente la hegemonía argentina sobre el resto de América Latina.
Palabras clave: San Martín, Identidad nacional, Publicaciones periódicas, Argentina, Bolívar.
Abstract: This work aims to reconstruct and analyze some essays, collaborations and interventions made in various periodical publications by Argentine intellectuals, politicians and/or publicists, towards the last quarter of the nineteenth century and first third of the twentieth century. All of wich were launched to recover, review and disseminate a certain version about the nature of José de San Martín and his role during the Spanish-American independence revolutions. To this end, special attention will be paid to comparisons made with other historical figures –mainly, Simón Bolívar– form which it was possible not only to define and represent the identity of the hero in question, but also to consolidate and popularize a narrative aimed at historically justifying Argentina’s hegemony over the rest of Latin America.
Keywords: San Martín, National identity, Periodical publications, Argentina, Bolívar.
Introducción
La reflexión acerca de la nación y el continente adquirió, hacia el último cuarto del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, una importancia decisiva en la Argentina. Fue en ese contexto que, a través de resonantes y agudas batallas por los usos y las representaciones del pasado conducidas por un vasto elenco de intelectuales, políticos y otros actores de la cultura, la construcción simbólica y material de la nación experimentó un renovado ímpetu ante la necesidad de abordar una serie de temas y problemas inéditos que desafiaban a la identidad nacional (Romero, 2001; Mailhe, 2005; Funes, 2006; Cattaruzza, 2007; Degiovanni, 2007).
Así pues, “la historia del poder y de la cultura” aparecían, una vez más, “como inseparables, en constantes y complejas contiendas por forjar las sociedades nacionales” (Tutino, 1997: 532), en las cuales el pasado revolucionario y la gesta llevada a cabo por sus principales protagonistas constituían un insumo fundamental disponible para ser usado, revisado y/o reapropiado en función de las búsquedas, intereses y preocupaciones de los actores políticos y sociales del momento.
De modo que uno de los hilos a partir de los cuales es posible volver a examinar la relación entre política y cultura en esa etapa decisiva del proceso de consolidación de las identidades y los panteones nacionales es justamente observando las formas en que los héroes patrios y sus acciones fueron representadas y rememoradas. Este trabajo procura, entonces, reconstruir y analizar algunos ensayos, colaboraciones e intervenciones efectuadas en diversas publicaciones periódicas por parte de intelectuales, políticos y/o publicistas de origen argentino que, entre 1878 y 1930,2 se lanzaron a recobrar, revisar y difundir cierta versión sobre la naturaleza de José de San Martín y su rol durante las revoluciones de independencia hispanoamericanas. En consecuencia, por fuera de las obras canónicas sobre San Martín difundidas en la época, aquí se hará especial hincapié en una serie de textos de “segunda línea” que no han sido recogidos por la historiografía y que también contribuyeron a difundir y consolidar cierta imagen del héroe patrio y la nación argentina en conjuntos extendidos de la población.
Ahora bien, como apunta Elías Palti, este escrito no tendrá como objetivo
desmontar el tópico y revelar el carácter mítico de esas construcciones intelectuales. No se trata, en fin, de oponerle a ellas otras percepciones alegadamente menos míticas o fieles a la realidad. De lo que se trata aquí es de ver cómo estos mitos son, no obstante, reales en tanto que tales. Más allá de que sean ciertos o no en cuanto a sus contenidos, son siempre verdaderos, tienen repercusiones concretas en la realidad, condicionando el accionar de los actores (2010:15).
Por lo tanto, se buscará reflexionar cómo –en plena expansión de la prensa periódica y ampliación del público lector (Eujanián, 1999a, 1999b; Altamirano y Sarlo, 1997; Cattaruzza y Eujanián, 2002; Delgado, 2006; Prieto, 2006; Saítta, 2012; Delgado, Mailhe y Rogers, 2014)– la figura de San Martín fue constituyéndose en un elemento indispensable del ser nacional, es decir, en una piedra angular de virtud, grandeza y heroísmo destinada a guiar y otorgar cierta coherencia a una sociedad que se transformaba rápidamente, así como legitimar cierta idea de lo nacional.3 Para ello, se prestará especial atención a las comparaciones efectuadas con otros personajes históricos –principalmente, Simón Bolívar– a partir de las cuales no solo fue posible la definición y representación identitaria del héroe en cuestión, sino también la consolidación y popularización de una narrativa dirigida a justificar históricamente la hegemonía argentina sobre el resto de América Latina.
Algunos antecedentes
La preocupación por afirmar la naturaleza y el orden de la joven nación, así como por sacralizar el culto patriótico de la misma se combinó, durante aquel período histórico, con una firme voluntad por “nacionalizar” y “civilizar” a las masas. Aunque atendiendo a objetos y temporalidades distintas, múltiples trabajos coincidieron en sostener que, hacia finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, las problemáticas cruciales de diferentes actores gubernamentales y de la sociedad civil estuvieron estrechamente ligadas a la nacionalización, disciplinamiento, integración y/o movilización de una sociedad cada vez más numerosa y heterogénea, siendo la historia, la educación y la literatura tres herramientas decisivas para conseguir aquellos objetivos (Bertoni, 1992, 2001; Shumway, 1993; Altamirano y Sarlo, 1997; Terán, 2000; Palti, 2000; Cattaruzza y Eujanián, 2002; Sommer, 2004; Cattaruzza, 2007; Degiovanni, 2007; Gayol, 2012; Bisso, 2014; Blasco, 2015; Montaldo, 2016).
En ese marco, las conmemoraciones de los centenarios del nacimiento de San Martín (1878) y, posteriormente, del proceso de independencia rioplatense (1910/1916) se convirtieron enhitos trascendentales; y, ciertamente, la exaltación de las glorias pasadas encabezadas por aquél cobraron un fuerte protagonismo no solo a la hora de profundizar aquellos esfuerzos pedagógicos y nacionalizadores, sino también al momento de legitimar los ordenamientos políticos en ese entonces vigentes e, incluso, tejer o afianzar alianzas políticas en la región (Bertoni, 1992, 2001; Blasco, 2015; Ortemberg, 2015; Bragoni, 2019).
Ahora bien y en cuanto al objeto de estudio aquí propuesto, es posible rastrear un abanico de escritos –abocados al análisis de obras y proyectos considerados clásicos o paradigmáticos que sentaron las bases para la construcción, valorización y/o revisión de la figura y trayectoria de San Martín– los cuales, más allá de no haber reparado en las numerosas iniciativas e intervenciones de “segunda línea” que también buscaron contribuir a esa empresa y que circularon paralelamente en las publicaciones periódicas de la época, constituyen importantes antecedentes para la presente investigación.
El trabajo pionero de Tulio Halperín Donghi titulado “La imagen argentina de Bolívar, de Funes a Mitre” (1987), pese a concentrarse en un período previo y una temática distinta, recoge, no obstante, algunos de los primeros paralelos entre San Martín y Bolívar delineados por figuras argentinas, como por ejemplo, Domingo F. Sarmiento. Así pues, según la lectura del Facundo efectuada por el mencionado historiador argentino,
La oposición entre Bolívar y San Martín es la que se da entre quien surge firmemente arraigado en la realidad que intenta revolucionar y quien nunca logra del todo –ni en rigor se propone– enraizarse en ella, una oposición que el romanticismo al que se adscribía Sarmiento había enseñado a resolver en una clara preferencia por la primera alternativa (1987: 118).
Ahora bien, Halperín explica que Sarmiento –preocupado, en última instancia, por el destino de la Argentina y el rol histórico que ésta debía llegar a desempeñar–, termina sosteniendo que “el genio de Bolívar” no logra triunfar “sobre ese modelo alternativo de jefe militar que ofrece San Martín”, el cual habría sido, en última instancia, el auténtico responsable de extender la fuerza revolucionaria y civilizadora de Buenos Aires al resto del subcontinente.
Pero lo que en Facundo aparece solo concisamente bosquejado encontrará, de acuerdo con el autor, mayor desarrollo y profundidad en la obra de Bartolomé Mitre, en donde “la contraposición entre los dos libertadores (…) se constituye en el instrumento privilegiado para explorar las contradicciones que condicionan el proceso emancipador” (1987: 119), desembocando en un “juicio sustancialmente negativo sobre el Libertador del Norte”.
Para Mitre, explica Halperín, Bolívar se habría visto caracterizado –a diferencia de San Martín– por la indisciplina, desmesura y una carencia de armonía interior, volviendo a la gesta emancipadora sudamericana la proyección externa de su drama personal. A su vez, el héroe caraqueño era culpable de haber querido fundar en los estados independientes imperios con presidencias vitalicias “en pugna con el nuevo derecho de gentes inaugurado por la hegemonía argentina” (1987: 130).
De modo que la derrota de Bolívar significó la victoria del proyecto argentino y sanmartiniano sobre el colombiano y bolivariano. Con todo, eso no implica una reivindicación ilusa de San Martín, a quien lejos de buscar engrandecer, Mitre se habría esforzado por asignar “sus verdaderas dimensiones”, destacando principalmente que su desinterés por la política y abnegación en el plano militar también daban cuenta de una falta de “inspiración intelectual” y “vocación política”.
Los trabajos de Martín Kohan (2003, 2005a, 2005b) sobre la canonización de San Martín, los intentos por humanizarlo y el proceso de conversión en “Padre de la Patria” resultan también interesantes puntos de referencia para pensar cómo, a pesar de que la glorificación del héroe oriundo de Yapeyú se vio estrechamente vinculada a ciertos intentos por legitimar la preeminencia de Argentina sobre el resto de América Latina (en donde la labor de Mitre resultó clave), ello habría encontrado su límite con la famosa entrevista de Guayaquil acontecida en 1822. Es que, de acuerdo con el autor, ésta
marca el punto final para las acciones del héroe argentino, además del punto en el que se debilita la eficacia simbólica de su figura (el poderoso título de ‘Protector’, en presencia de Bolívar, mengua en su valor: sólo indica que, en verdad, el título de 'Libertador’ le corresponde al otro). En Guayaquil se agota la certeza de que, en América Latina, no les tocaba —no podía tocarles— otra alternativa a los argentinos que la de imperar y prevalecer (2003: 36).
No obstante las observaciones de Kohan, lo cierto es que las tentativas argentinas por enaltecer la figura de San Martín y posicionarlo por encima de Bolívar fueron múltiples y persistentes en el tiempo. Las contribuciones de Beatriz Bragoni (2012, 2013, 2016, 2019) sobre los contextos e iniciativas políticas e intelectuales que contribuyeron a elevar al primero a la cúspide del panteón nacional argentino constituyen otros precedentes fundamentales para este estudio.
Así, la autora muestra cómo el relato del marino Gabriel Lafond de Lurcy publicado en 1843 sirvió de fundamento para la generación romántica del ’37 al momento de velar las preferencias monárquicas de San Martín en beneficio de su entronización republicana. Específicamente, sería Sarmiento quien, en 1847 en el discurso de recepción en el “Instituto Histórico de París” –que curiosamente Halperín Donghi no utiliza en su trabajo–, trazaría un contrapunto entre los diferentes estilos militares de ambos libertadores y bosquejaría, por medio de ellos, los contrastes que habrían distinguido a la revolución del norte de la del sur, cuestionando, de esa manera, el modelo constitucional bolivariano y reivindicando el carácter republicano de la revolución rioplatense.
Esa lectura basada en el “desinterés” sanmartiniano volvería a aparecer en la biografía escrita por Juan María Gutiérrez en 1862 y, según apunta Bragoni, hallaría “mayor estilización historiográfica” en la reconocida obra de Mitre. Tiempo después, en los treinta, tanto la autora como Alejandro Cattaruzza (2007) refieren a la reactualización del culto a San Martín en clave militar –a raíz del protagonismo de las fuerzas armadas– que incluyó la transformación del 17 de agosto en feriado nacional y la creación del Instituto Sanmartiniano (Quattrocchi-Woisson, 1995).
A este respecto, los mencionados investigadores señalan que esa nueva imagen del héroe de Maipú y Chacabuco –condensada en la obra del historiador nacionalista, católico y fundador del mencionado instituto, José Pacífico Otero– sería cuestionada por el opositor radical Ricardo Rojas en El santo de la espada (1933), quien se propuso refutar aquella versión militarista y, en su lugar, presentar a San Martín como un “héroe civil”.
En relación a esto último, el estudio de Fabio Muruci dos Santos (2009) en torno a la biografía escrita por Rojas ofrece, igualmente, algunas referencias valiosas sobre las comparaciones trazadas entre San Martín y Bolívar. En efecto, el autor muestra de qué manera la pluma del intelectual argentino contribuyó al establecimiento de un núcleo de oposiciones entre los dos personajes al adoptar una “enfática” postura a favor del primero y sus “cualidades republicanas” en contraposición a un Bolívar napoleónico, conquistador, ambicioso y autoritario.
Con todo, es posible afirmar que ésta aún constituye una temática poco explorada. Más allá de aquellos análisis o breves consideraciones sobre algunos de los más célebres libros y/o discursos de hombres de la política e intelectuales argentinos que se propusieron disputar –en términos políticos e historiográficos– las narrativas independentistas y los honores correspondientes a San Martín, existe un universo todavía más amplio de producciones culturales que abonaron dicha iniciativa y cuya indagación permitirá ahondar en el análisis de la construcción simbólica de la argentinidad, su mitología política y su protagonista canónico en una etapa clave del proceso de consolidación de la identidad y el panteón nacional. Precisamente, es esa esfera sobre la que viene a ahondar, a continuación, el presente escrito.
Un héroe para la nación. Colaboraciones, intervenciones y ensayos en torno a la memoria sanmartiniana
Tras un período de silencio e, incluso, indiferencia hacia la figura de San Martín,4 los intentos por recuperar, resignificar y exaltar su imagen comenzaron a activarse y volverse sistemáticos sobre todo en el último cuarto del siglo XIX, coincidiendo con la necesidad más urgente y general de delinear una identidad y conciencia nacional capaz de aglutinar una sociedad de orígenes étnicos diversos todavía signada por inquietantes discordias político-partidarias.
Con Sarmiento y Mitre como sus principales precursores,5 la preocupación por reflexionar sobre la naturaleza de la nacionalidad argentina sería recogida, no obstante, por distintas personalidades insertas en el mundo de la política y la cultura, así como por populares publicaciones periódicas, evidenciando una vasta e incesante empresa por reconstruir y representar el pasado independentista y, en especial, el accionar de San Martín como forma de condensar y terminar de configurar una narrativa para la nación.
De este modo, emergerían un sinnúmero de colaboraciones, intervenciones y ensayos preocupados no tanto por efectuar una reconstrucción precisa o exhaustiva del pasado revolucionario, sino más bien por restaurar, rectificar y circular la memoria sanmartiniana, así como el lugar singular que le valía al prócer y a la Argentina en el proceso emancipador. En este sentido, el 24 de febrero de 1878 El Mosquito conmemoraba los cien años del nacimiento de San Martín con un importante editorial titulado “Apoteosis”, el cual proponía un recorrido por la vida del general deteniéndose en aquellos episodios considerados más decisivos y relevantes de su “misión redentora”; misión que nada tenía que envidiar a las grandes proezas ocurridas en el viejo continente:
Cuando se supo en Europa la homérica hazaña de San Martín (…) se dijo que Napoleón tenía un émulo en el Nuevo Mundo; y que Aníbal, inmortalizado en la historia por su paso de los Alpes no era el solo digno de la trompa épica.6
Así y todo, aquella “homérica hazaña” –que incluía naturalmente la campaña llevada a cabo tanto en Chile como en Perú– se habría visto coartada en tanto “no le fué (sic) dado consagrarse á (sic) radicar las instituciones libres en esos pueblos”. Es que, explicaba el semanario ilustrado,
La emulación de la gloria arrojó á (sic) su paso el águila altanera de Colombia ¡Bolívar! Bolívar que creía que se le usurpaba un derecho, cuando otro guerrero triunfaba de los españoles. Bolívar que hallaba estrecho el ámbito de la América para que resonára (sic) el ruido de sus victorias, le dijo un día en Guayaquil: Los dos no cabemos en América! – Sí, le contestó San Martín, cabemos si nos colocamos bien: sea Vd. el primero, jeneral (sic) Bolívar, yo seré el segundo. – Quiero ser solo! repuso el orgulloso colombiano. – Bien, sea, dijo el héroe arjentino (sic), jamás me ocupé de mi mismo: he luchado por la independencia de América y he vencido hasta aquí; concluya Vd. la jugada, yo me voy. (…)
La envidia y la calumnia se apoderaron de la pájina (sic) de oro en que la musa de la historia escribió sus hazañas.
A la austeridad de su carácter, se le llamó hipocresía: á (sic) la grandiosidad de sus proyectos, dirección extraña de hombres medianos: á (sic) sus victorias, sucesos causales sin ningún mérito militar: á (sic) las instituciones que preparaba la instalación de los Gobiernos libres, rasgos de despotismo y propensión á (sic) la tiranía. El despreció la envidia y guardó el más noble silencio ante la calumnia.
El juicio imparcial de la posteridad le ha vengado. San Martín es una gloria de América, en tanto que sus enemigos son apenas el polvo que se deposita al pié (sic) de sus estátuas (sic).7
En vísperas del fin del proceso de organización nacional, El Mosquito hacía a un lado la sátira que lo caracterizaba y recogía la tarea iniciada por algunas de las figuras más prominentes de la escena argentina que se habían propuesto respaldar y promover la idea del “desinterés” sanmartiniano. La certeza compartida era que San Martín había sido injustamente tratado y recordado –incluso entre sus propios compatriotas–, por lo cual todavía parecía necesario despejar su nombre de cualquier rumor o calumnia y, así, asegurar su lugar primordial no solo en el panteón argentino, sino también americano.
Restablecer la verdad de los hechos suponía, entonces, detenerse en un episodio fundamental en la trayectoria del héroe: la controvertida entrevista de Guayaquil. La reconstrucción propuesta en la edición conmemorativa de El Mosquito, que incluso recreaba el diálogo mantenido en una de las conferencias de julio de 1822, era lapidaria. La codicia, envidia y orgullo del prócer caraqueño habían obligado a la retirada silenciosa y honorable de San Martín.
Un poco más de dos años después, a raíz de la repatriación de los restos del prócer y luego de las elecciones presidenciales que llevarían a Julio A. Roca a la presidencia, El Mosquito ya noarremetía contra el accionar de Bolívar ni discurría sobre la conducta de San Martín, sino censuraba y amonestaba a las elites políticas argentinas por haber desairado durante largo tiempo al héroe argentino pero, sobre todo, por la persistente atmósfera de desorden y rivalidad que aun caracterizaba a la vida político-institucional argentina.8
De esta manera, la repatriación de los restos del general parecía servir como excusa para intervenir en la coyuntura política e impulsar una demanda de orden y estabilidad para la república. “Cuando pedía á (sic) mis conciudadanos la repatricion (sic) de mis restos, no pensé que la anarquía fuera más duradera que la ingratitud”, rezaba el epígrafe de la importante litografía que ocupaba la segunda página de la entrega representando la llegada de los restos de San Martín a la ciudad de Buenos Aires.9
El proceso de encumbramiento de San Martín conduciría al semanario en cuestión a equiparar su obra con la de otros personajes históricos considerados ejemplares como George Washington o el Conde de Mirabeau.10 Es que la excepcionalidad y virtuosismo de esas “tres glorias julias” posibilitaron una serie de hazañas que El Mosquito –por su relevancia y coincidencia calendaria– juzgaba pertinente conmemorar de manera conjunta, bautizándolas como “los tres aniversarios inmortales”.
“Nos hallamos en el período de esta trinidad de fechas cuya trascendencia es inconmensurable en la historia de la humanidad. Dos pueblos grandes y uno naciente celebran estos memorables aniversarios de la aurora de su independencia”, afirmaba el periódico mientas sugería que los acontecimientos de julio de 1816 encontraban en el prócer argentino a su máximo exponente.11
Ahora bien y como ya había sucedido con anterioridad, la figura de San Martín y, en este caso, la comparación del pueblo argentino con el francés y el estadounidense también servirían de puntapié para efectuar un duro diagnóstico sobre la sociedad argentina y ciertas dinámicas inherentes a su sistema de gobierno:
Francia y Estados Unidos han llegado, por su trabajo, su perseverancia, su progreso, á (sic) colocar sobre cimientos imperecederos el gobierno democrático de la Nación por el pueblo. La República Argentina, tan rica en promesas, carece aun de verdadero pueblo trabajador y educado que sepa usar sus derechos, para ser tan digna como sus hermanas mayores, de ser gobernada democráticamente (…)
Los pueblos tienen los gobiernos que merecen y si nuestros gobernantes abusan á (sic) veces del poder, cometen ilegalidades, no se debe culpar sino al pueblo demasiado despreocupado (quizás por culpa de la riqueza, de este suelo que hace vida tan fácil) indolente, indiferente é (sic) ignorante de sus deberes (…)
Inspirado por los tres grandes aniversarios patrios, hacemos voto para que el pueblo argentino conquiste, á (sic) fuerza de trabajo, de sacrificios y de perseverancia, el puesto que debe ocupar al lado de Francia y de los Estados Unidos.12
En plena crisis política que hacía resurgir los fantasmas del pasado, El Mosquito –abiertamente aliado a estas alturas al sector roquista del Partido Autonomista Nacional (Román, 2010)–, aprovechaba el 76° aniversario de la independencia argentina para señalar que la causa de la inestabilidad que todavía signaba a la nación y dificultaba la construcción de un país moderno era, a fin de cuentas, el carácter inmaduro del pueblo argentino, el cual adolecía aun de ciertas virtudes fundamentales –como el “sacrificio” y la “perseverancia”– que el periódico atribuía al máximo héroe nacional.13
Erigido en responsable de sacar a la revolución “de sus estrechos límites para extenderla en la América entera”, el nombre y la vida de San Martín eran presentados cada vez más asiduamente como ejemplares, al igual que la idea de que “sus virtudes y su altura moral –más que sus campañas militares (…)–” habían formado “a su alrededor un nimbo resplandeciente”.1415
Sin embargo, la percepción de que ese reconocimiento por parte de sus compatriotas había llegado demasiado e injustamente tarde también se estaba volviendo un discurso más habitual. En este sentido, el periodista Jorge Mitre señalaba, en una nota publicada en Caras y Caretas bajo el seudónimo Figarillo, que “La República fue injusta con sus hijos más esclarecidos y pagó con sangre de sus venas en la larga noche del caudillaje, su negra ingratitud”.
El cronista se refería específicamente a San Martín y Juan Martín Pueyrredón, presentados como “la acción eficiente de la revolución”, los cuales
fueron pospuestos á (sic) militares y á (sic) políticos de corte gauchesco, que sin coraje ni pensamiento, se contentaron en gobernaron al país como un cacicazgo, imponiendo á (sic) las poblaciones, para empresas de depredación mutua, sacrificios más cruentos que lo que ellos le impusieron para llevar á (sic) cabo la libertad de medio continente.16
De este modo, Mitre proponía otra comparación en la que San Martín era exhibido, junto a Pueyrredón, como una de las dos figuras más relevantes de todo el proceso emancipador ocurrido en el subcontinente; no obstante lo cual –y como sucedió con el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata– se vio obligado a concluir sus días exiliado en París “decepcionado también y vencido por el espíritu localista que á (sic) pesar de sus gloriosas hazañas se le había sobrepuesto, sublevando las malas pasiones de las masas y suscitándole odios que cerraban para siempre las puertas de la patria” (ídem).
El recambio de siglo y, especialmente, la proximidad de los centenarios de “independencia” supusieron un aumento de las reflexiones e intervenciones en torno a la memoria sanmartiniana. El 25 de mayo de 1900, Caras y Caretas publicaba una misiva surgida de la pluma de San Martín, en la que “el invicto capitán” rechazaba un grado militar con que el gobierno de Buenos Aires había querido “vincularlo á (sic) sus destinos”.17 El editorial continuaba:
Es rasgo peculiarísimo en el carácter del ilustre guerrero, su desprendimiento de todo lo que pueda significar propio interés, y pasando en revista todos los actos de su vida no se encuentra ninguno en que su persona haya podido influir en la resolución correspondiente.
En Guayaquil, frente á (sic) su adversario, mide sus fuerzas, pesa concienzudamente las consecuencias que puede traer su predominio y abandona el campo á (sic) su rival con tal de que no se malogren sus esfuerzos.
Aquí le solicitan y le tientan pueblos y gobiernos, pero él resiste á (sic) todos y es el único militar de las gloriosas campañas que no empaña el brillo de su espada poniéndola al servicio de las contiendas de partido.18
Así pues, el semanario popular se abocaba a la tarea de conmemorar el inicio de la gesta emancipadora contribuyendo a la exaltación de un San Martín abnegado, heroico y magnánimo. Pero si el “invicto capitán” era el más auténtico protagonista de las “gloriosas campañas” emancipatorias, su principal antagonista era nuevamente Bolívar, frente al cual el primero –luego de un escrupuloso examen de conciencia– habría decidido hacerse a un lado con tal de no menoscabar las conquistas obtenidas ni su “misión histórica”: la liberación de América.
La opinión de que la abnegación y sacrificio de San Martín explicaban tanto su renunciamiento como el encumbramiento y la victoria final de Bolívar se iría volviendo, así, objeto de consenso entre diferentes publicaciones y figuras letradas que se habían propuesto intervenir en la escena político-cultural argentina a fin de terminar de definir y consagrar cierta representación del primero que, al menos en términos morales, lo instalara como la más noble “gloria americana”.19
Para el abogado, escritor y militar Pastor S. Obligado, la difícil decisión de alejarse de la causa revolucionaria, dejándola inconclusa, pudo haber respondido a diferentes variables, como que “en el Perú pululaban aún muchos condes, duques y marqueses; que el pueblo no se hallaba preparado para la democracia republicana, o que el soberbio colombiano minaba toda tropa fuera de su mando”.20 Pero lo cierto era que, “Cansado el Protector de oirse (sic) vilipendiar en prosecución de una corona, fué (sic) inspirado por el acto de abnegación que más le engrandece, franqueando el paso a su émulo y ofreciendo elementos para el más próximo final”.21
Ahora bien, al posibilitar la derrota realista y, como consecuencia de ello, el ascenso y protagonismo del prócer caraqueño, el corrimiento de San Martín también habría sentado las condiciones para el despliegue de las pasiones y afanes de Bolívar. En este sentido, el periodista e historiador Manuel María Oliver sostenía en un artículo publicado en La Nota en 1915, que “las ambiciones cesáricas del Libertador” se encontraban “grabadas en todos los documentos de su puño y letra” y que las Provincias Unidas del Río de La Plata habrían sido “víctimas de sus devaneos imperiales, si la política de Rivadavia” no hubiera rechazado “la ‘filantrópica caridad del guerrero de Colombia’”.
Dicho parecer se fundamentaba en una epístola del 23 de abril de 1826 escrita por Bolívar y difundida en el Boletín de la Academia Nacional de Historia de Venezuela, en la cual el prócer caraqueño habría afirmado:
El Río de La Plata tiene que temer al emperador y a la anarquía que ha aumentado con la variación del gobierno de Buenos Aires. Chile tiene el corazón conmigo y su gobierno está aliado a Rivadavia. Córdoba me convida para que sea protector de la federación entre Buenos Aires, Chile y Bolivia. Este proyecto es del general Alvear, que quiere cumplirlo a todo trance.22
“Delirios de un espíritu deslumbrado e incitaciones antipatrióticas producidas por un estado morboso de discordias civiles que es mejor olvidar” fue la conclusión de Oliver para luego efectuar el siguiente interrogante a quienes achacaban “a San Martín su monarquismo: ¿Cuál fue más monarquista: Bolívar o San Martín?”. La sentencia por él provista condujo a una nueva comparación entre los héroes:
Tan grande fué (sic) San Martín en los campos de batalla como en Punchauca, en Guayaquil, en Lima, como en el instante en que abandonaba los patrios lares para sumergirse en el destierro voluntario. Su temperamento fue lógico, sistemático, sereno, sobrio y sintético (…) En cambio, qué curiosa genialidad la de Bolívar, que mientras escandalizaba a la clásica y recatada sociedad de Lima, estampa este pensamiento en un libro del moralista y filósofo inglés lord Chésterfield (sic): ‘La enseñanza de las buenas costumbres o hábitos sociales es tan esencial como la instrucción; por eso debe tenerse especial cuidado en que aprenda en las cartas de lord Chésterfield (sic) a su hijo los principios y modales de un caballero’.23
De este modo y a fin de realzar la sobriedad y congruencia del comportamiento de San Martín, Oliver no solo denunciaba las “ambiciones cesáricas” de Bolívar, sino también el carácter contradictorio de su discurso caballeresco y cortés al aludir, por ejemplo, al controversial vínculo extramatrimonial que Bolívar había tejido en Lima con Francisca Zubiega de Gamarra, esposa del político y militar Agustín Gamarra –quien, al enterarse de aquella aventura, se habría convertido en su adversario y objetado la presencia colombiana en Bolivia–. “Será siempre tarea grata alejar la cavilación de los espíritus prevenidos de aquellos a los que alarma el renombre mundial de San Martín y procuran como corolario a su recelo desvirtuar y desfigurar la historia”, remataba el intelectual argentino su tentativa por custodiar la memoria de San Martín.24
Casi paralelamente, Ernesto Quesada emprendía aquella misma batalla cuando se propuso esclarecer “las causas ocultas del ostracismo del General San Martín” y, de esa forma, rebatir algunos libelos que, en su opinión, continuaban falseando y tratando “sin piedad” la trayectoria del héroe argentino:
En la vida pública y en la vida privada, fué (sic) consecuente con su temperamento. Se trazó un plan y lo ejecutó, sin miramientos y sin vacilaciones. Desdeñó la político y no fió más que en su estrella (…) era un iluminado, para quien los límites de la patria se confundían con los del continente entero: convencido de su misión histórica, no admitió trabas ni compromisos que pudieran hacerlo peligrar. Por ello, cuando en un momento de pavorosa anarquía (…) el gobierno lo llama a su socorro (…) no vacila San Martín: desobedece (…) y, como uno de esos geniales condotieri (sic) medioevales, reune (sic) un ejército, lo hace pasar por los Andes y se lanza a batallar (…) la independencia de América era lo único que lo ocupaba y preocupaba; para obtenerla era necesario destruir el foco del poder enemigo en el Perú, y, al logro de ese objeto, todo lo sacrificó (…)
Volvió el éxito a coronar sus esfuerzos, y quedó San Martín consagrado como el guerrero más genial de América, como el hombre más grande del continente (…).25
Sin embargo, continuaba explicando Quesada, la obra del “guerrero más genial de América” no pudo verse concluida en la medida que “no podía solo obtener el anhelado y supremo triunfo: le era menester contar con Bolívar y sus guerreros colombianos”. Lo que resolvió este problema habría sido la entrevista de Guayaquil, donde “Bolívar, tan poseído como San Martín de su misión histórica, consideró fríamente la situación y no se le ocultaron las ventajas que tenía: su ejército era superior en número y (…) podía disponer de recursos en hombres y dinero” que San Martín no poseía. De modo que “fué (sic), pues, lógico Bolívar al exigir para sí la gloria de tentar la victoria suprema; como fué (sic) lógico San Martín al reconocer la inferioridad de su situación”.26
Ahora bien, si Bolívar había imperado en el plano militar, el abogado y sociólogo argentino se ocuparía, no obstante, de despejar cualquier duda relativa a la superioridad moral de San Martín respecto a su émulo: “al consumar el sacrificio de su eliminación” –dado que “su presencia en el teatro de la guerra habría sido un obstáculo insuperable para la acción de Bolívar”– lo que aquél puso verdaderamente al descubierto fue la “grandeza” de su “alma”.27
Demostrar la gloria de San Martín comprendía, sin dudas, la tarea de reflexionar sobre su vida pública, pero al estar ésta entrelazada a ciertos episodios de su vida privada, Quesada se vería obligado a atender y desacreditar una serie de rumores en torno a la resolución tomada por San Martín, luego del triunfo de Maipú y Chacabuco, de enviar a su esposa a Buenos Aires y regresar a Chile a fin de preparar la expedición al Perú.
Es que ciertos libelos de la época habían sostenido que aquel repentino cambio de decisión –en tanto se suponía que el prócer argentino también viajaría a la capital a reunirse con Pueyrredón–, se encontraba estrechamente ligado a otro fallo del mismo: el desplazamiento y postergación de dos oficiales de mérito por haber sido “tertulianos infaltables a la casa de la señora de San Martín”.28 Según esos escritos, éste se habría enterado de aquellos acontecimientos por una esclava de su esposa, con quien –a modo de “recompensa”– habría tenido un hijo bastardo.
Aunque consideraba falaz esta versión de los hechos, Quesada afirmaría solo por si acaso: “si desliz hubo, fué (sic) pasajero” ya que “San Martín alejó de sí a la mulata, y en Lima ni siquiera pudo acordarse de ella, interesado como estaba en galantear a la seductora Rosa Campuzano para arrancarla los secretos de los generales realistas, que la habían hecho su Egeria”.29
Con todo y a diferencia de los devaneos de Bolívar, los infortunios y romances del prócer argentino –hayan sido éstos con fines estratégicos o no, reales o inventados– no debían empañar su lealtad ni caballerosidad puesto que:
La leyenda de la mulata y su hijo, por otra parte, se encuentra implícitamente rebatida por este solo hecho: cuando San Martín vino a Buenos Aires hizo grabar, en la tumba de su esposa, esta sentida inscripción: “Aquí yace Remedios Escalada de San Martín, esposa y amiga del General San Martín”. ¿Cómo conciliar ese homenaje póstumo con el resentimiento que se le atribuye y que aparentemente justifica su alejamiento sistemático? ¿Era acaso arrepentimiento? No: era el testimonio del cariño profundo, pero rudo, del guerrero que, sin quererlo quizá, no dejó de ser “soldadote”, como afectuosamente se le denominaba...30
De esta forma, Quesada también se esmeraba en argumentar la premisa de que San Martín era “una gloria americana más que argentina”,31 cuyo genio y honra podían verse fácilmente comprobados al inspeccionar su proceder tanto público como privado. A esos esfuerzos se sumaron otros como los de N. Rodríguez del Busto, quien desde Tucumán escribía para Fray Mocho:
Las conferencias precipitadas que celebrara nuestro héroe con otro valiente soldado del Norte lejos de disminuir la cotización moral de San Martín en cuanto con su modestia permitió el brillo y fausto momentáneo de aquél, hace resplandecer más y mejor la inmaculada esfera de su acción profundamente noble, perfilando con señales de un inmenso valor espiritual la ausencia absoluta de pasiones que pudieran empequeñecer o empañar, cualquiera sea la proporción de la mácula que los enemigos pretendan lanzar, lo que ya constituía el relieve de una gloria descollante frente al vasto escenario americano (…) No fué (sic) San Martín un déspota ni un caudillo, ni quiso usufructuar los regalos que acostumbraban los caudillos cuando saboreaban la omnipotencia o cualquier gala que les brinda el poder (…) Su austeridad, la gravedad de los principios que manejaba, la autoridad moral que solía imprimir a su conducta (…) dando a sus procedimientos un sello de lealtad y pureza inconfundible (…) destruyen por su base la maledicencia y la acechanza que falsas historias le imputan desde el limpio proceder de su vida doméstica, a la que tanto amaba, hasta los resonantes trámites de sus empresas militares, siempre consecuente con la sencillez que rodeaba a su persona.32
Así, la mesura, pureza y generosidad de San Martín sobresalían como sus rasgos más significativos, los cuales –al menos en términos éticos– eran suficientes para elevarlo por encima de cualquier otra figura destacada del proceso de independencia hispanoamericano, incluido Bolívar, aquel “soldado del Norte”, cuya valentía y “fausto momentáneo” no lograron compensar su espíritu ambicioso, corriente y, en ocasiones, licencioso. De modo que, para Rodríguez del Busto, héroe había un solo y ese era San Martín.
Incluso para quienes consideraban a Bolívar como “otro gigante” digno de admiración, el carácter excepcional del comportamiento del general argentino era evidencia de su indiscutible y extraordinaria superioridad de espíritu. En una nota para Fray Mocho, el intelectual anarquista Alberto Ghiraldo insistiría en que el único “ideal” de San Martín había sido
la libertad de América, fuera de la política pequeña, baja, mezquina y local, que no logra nunca (…) mancharlo con su lodo, va como una intención que nada podrá torcer, de victoria en victoria, con una sola sorpresa trágica –“Cancha Rayada”,– rayo en su noche o tempestad en su día, hasta coronar su distancia con el destierro voluntario, rasgo de abnegación único en el Continente, solo comparable en grandeza al gesto de altivez, de intransigencia y de confianza en sí mismo, del otro gigante, del otro capitán que es su hermano, y que con su actitud, única también por lo afirmativa y completa, lo obliga al ostracismo. El, sólo El, en silencio augusto, parte porque sabe que frente a la otra voluntad debe en apariencia quebrarse la suya, en realidad más fuerte que ninguna. El, sólo El, sabe que no hay virtudes más grandes que las de la abnegación y el silencio.33
De modo que Ghiraldo –aun cuando elogiaba a Bolívar y lo presentaba como el “hermano” de San Martín– reforzaba la tensión entre estos al sugerir que las actuaciones y decisiones disímiles que los mencionados personajes históricos habían puesto en marcha tras Guayaquil ponían en primer plano y legitimaban por sí solas la idea de supremacía moral construida en torno al prócer argentino y, como consecuencia implícita de ello, la de inferioridad en el plano ético-político del “otro capitán”.
Por su parte, el periodista y escritor Juan José de Soiza Reilly, en un artículo de Caras y Caretas titulado “¡Las estatuas piensan!”, imaginaba el “asombro” que habría experimentado San Martín “ante las maravillas de su pueblo” cien años después, lo cual le serviría de puntapié para aludir nuevamente a la rivalidad entre ambos próceres y zanjarla a favor del primero:
A los pies de San Martín, Buenos Aires se extiende como un símbolo de toda la República.
– ¡Oh, qué estupendo milagro de mis hijos! Esta enorme ciudad es aquella modesta reunión de casitas de adobe, bajo cuyos techos de paja ardiera la revolución. Y, sin embargo, sigue siendo la misma ciudad belicosa de siempre. Cien años no han logrado extinguir sus orgullos… Cien años no han logrado apagar el vigor de la raza (…)
Luego (…) sonríe con la misma sonrisa apostólica que entristeció su rostro en Guayaquil.
– ¡He triunfado Bolívar! Todos los países que libertó mi brazo conservan, después de un siglo, las mismas fronteras que yo les señalé. ¡Todos han respetado las leyes de mi espada! Ninguno ha intentado deshacer los mojones que coloqué en “mi América”…
Un viento vibrante de músicas marciales le hace bajar los ojos (…) Un regimiento avanza (…) De pronto ve que los soldados dejan sus armas y sus uniformes para que otros más jóvenes los vistan. Ellos, en vez de fusiles empuñan arados, volantes, manubrios, martillos. Transformándose en obreros. Desfilan bajo el prócer al son de las sirenas que llaman al trabajo. Y San Martín viéndolos pasar hace la venia. Reconoce en aquellos músculos de acero y en aquellos corazones tornidos a sus propios soldados. Capaces de libertar pueblos y capaces de hacerlos…34
Dando cuenta de las transformaciones urbanas y sociales ocurridas al calor del proceso de modernización, el autor proponía, a su vez, una idea tan novedosa como paradójica: el ejército revolucionario comandado por San Martín era ahora un ejército de obreros disciplinado y al servicio del desarrollo industrial.
En esta línea y tras un período de intensa conflictividad social y creciente presencia de las fuerzas de izquierda en el espacio público (Lobato y Suriano, 2003), Adolfo Rodríguez –intelectual cercano a La Liga Patriótica Argentina (LPA)–35 también apelaría a la figura de San Martín, publicando en 1922 –bajo el seudónimo Gustavo Lenns– el libro de lecturas Patria y Belleza. Dirigido a “tonificar el alma argentina (…) ante el avance del exotismo”, éste se iniciaba con un ensayo que exaltaba y presentaba al general argentino como el máximo realizador y defensor del “credo republicano”:
Si del carácter de una época depende la figuración del que deba condensarla, San Martín sobrepujó a la suya por haber sido, si no el apóstol del credo republicano, el que coadyuvó más que ninguno a que fuera realizable, tanto en el terreno de la idea como en el campo de la acción. Y no obstante, jamás, ni aun a despecho de las más encontradas aspiraciones, de las tendencias más opuestas o de los contrastes más extremos, desmintió de cuanto fuera, a pesar de lo magno de su obra y de la ingratitud que a éstasiguióle. (…)
Cuando murió no pareció sino que el corazón de América se hubiese desgarrado, porque si él late con la pujanza hercúlea de los pueblos que son libres, lo debe al que dióle con su idea y con su espada el primer impulso que debía regular eternamente su marcha presurosa hacia destinos de progreso, de justicia y bienestar.36
Tiempo después, otra publicación de la Revista Atlántida firmada bajo el seudónimo A.D.R –además de insistir en el carácter prudente y despojado de la conducta de San Martín al no haberse dejado guiar por las pasiones ni seducir por el poder– volvía a situar la atención en “el menosprecio”, “la indiferencia pública” y “la ingratitud de sus contemporáneos”; todo ello puesto en evidencia en dos momentos centrales de la trayectoria del héroe: cuando éste decidió correrse de la escena política-militar en 1822 y cuando regresó de Europa en 1829 con la expectativa de establecerse en “la tierra de sus amores”:
A fines de 1823 partía San Martín para el destierro que voluntariamente se impusiera, dolorido el corazón por la ingratitud de sus contemporáneos. Su alma era demasiado grande para que se dejara dominar por la pasión proterva de los ambiciosos, y una vez que consideró concluida su misión, pensó en expatriarse para que su grandeza no fuera obstáculo para nadie. Por otra parte, el menosprecio y la indiferencia pública con que fué (sic) recibido en Buenos Aires al volver de Mendoza después de su abdicación, le indicaron claramente el camino que debía adoptar un espíritu altivo como el suyo (…)
Cinco años más tarde volvía San Martín a la tierra de sus amores (…) La guerra entre la Argentina y el Brasil acababa de terminar con el triunfo de la primera. San Martín llegó a la rada de Buenos Aires el 12 de febrero de 1829, aniversario de sus triunfos de San Lorenzo y Chacabuco, para encontrarse a las puertas de la patria con un letrero escrito por manos argentinas, que decía textualmente: «El general San Martín ha vuelto a su país después de cinco años de ausencia: pero después de haber sabido que se han hecho las paces con el emperador del Brasil».
El alma de San Martín, de recia contextura heroica, dió (sic) al infame escrito la respuesta que se merecía. El libertador volvió nuevamente al destierro.37
Es que, según algunas opiniones de la época, el prócer argentino –tildado de “cobarde”– había decidido volver a su tierra natal una vez finalizada la guerra con Brasil y ocurrida la renuncia de Rivadavia con un único objetivo: “apoderarse del gobierno en nombre de algún rey europeo”.38
Así, en el “centenario” del “inmenso dolor” que habría sentido San Martín al regresar a Buenos Aires, la popular revista El Hogar publicaba un artículo firmado con el seudónimo Ataliva Ruiz Palazuelos, el cual se proponía desmentir aquellas acusaciones y encumbrar, una vez más, la imagen intachable del “héroe de los Andes”, al tiempo que aprovechaba a denunciar al culpable de aquellas difamaciones y de un exilio considerado, en este caso, involuntario:
DESPUÉS de libertar a varios pueblos, San Martín, contra su voluntad, se refugió en Europa. Hubiera permanecido con placer en su campito de Mendoza, labrando la tierra. Pero, los hombres de su época temían que el héroe les quitase la gloria oficial. Y él, para demostrarles que no pretendía nada, les dejó el campo libre. Se marchó… (…)
Se embarcó de vuelta a Buenos Aires en 1828 (…) y el pueblo (…) en vez de recibirlo con los brazos abiertos, distribuyó en las calles carteles que lo injuriaban (…)
San Martín lloró por primera vez en su vida (…) Fué (sic) tan grande su pena, y tanta la vergüenza que le inspiró la piara de sus detractores, que prefirió volverse. (…) Las injurias de aquella pueblada mulata de 1828 fué (sic) su bautismo de mártir. Ya era un héroe completo.39
De acuerdo con el autor, la ingratitud, mezquindad e injurias hacia San Martín –pese a haberle causado “pena”, “vergüenza” y hasta el sacrificio de un doble destierro– posibilitaron, en última instancia, su conversión en mártir, esto es, en un “héroe completo” que, aun en 1928, era necesario seguir redimiendo.40
En efecto, hacia julio de ese mismo año, el historiador y militar Juan José Biedma narraba en Caras y Caretas un episodio sucedido en las vísperas de la batalla de Maipú, en el que el General Brayer –a causa de una herida que lo aquejaba– solicitó permiso a San Martín para darse un baño termal antes que se iniciaran las acciones bélicas. Visiblemente enojado por el pedido, este último habría dado de baja al general francés en un acto que, a ojos de Biedma, daba cuenta del carácter ejemplar y responsable del héroe oriundo de Yapeyú.
Aún más, Biedma no se privaría de aprovechar la anécdota para continuar reivindicando la supremacía de San Martín por sobre Bolívar e, inclusive, presentar el acontecimiento en cuestión como una de las grandes gestas que pusieron fin al Antiguo Régimen colonial. Al respecto, el autor declaraba: “Se van a librar a los resultados de una batalla los destinos de un mundo republicano. De Maipú depende la suerte de América. Hoy sabemos que sin Maipú no habríamos cantado a Ayacucho”.41
La labor nacionalista dirigida a glorificar la figura de San Martín podía admitir, a su vez, otros elementos que hacían resonar las corrientes ideológicas nativistas o culturales activadas en la época del centenario que habían comenzado a ceder su lugar a los nacionalismos de derecha, algunos de los cuales recogían de las primeras cierto interés por lo autóctono frente a los peligros de las fuerzas extranjerizantes.42 Así, Nicolás Avellaneda, hijo del ex presidente y miembro de la LPA,43 planteaba una recuperación del héroe en clave americanista y localista:
Este olvido de sí mismo en San Martín no era sistemático, como el del espartano en Lacedemonia, u ostentoso como el del estoico en Atenas, sino primitivo e ingénito como el de cualquier indio misionero, nacido también en el pueblo de Yapeyú. Era justo que la tierra americana revistiera con su corteza de piedra a su grande hombre de guerra.
Don José de San Martín no tuvo sino un pensamiento: la independencia de América.44
En tiempos en los que cada vez más sectores creían que “la clave para la construcción de una sociedad ordenada jerárquicamente era el ejército” (Cattaruzza, 2009: 117), aquel “grande hombre de guerra” también sería reivindicado –a través de las palabras de Mitre– por haber fundado “el primer escuadrón de granaderos a caballo en que se educó una generación de héroes”, formando “soldado por soldado”, “apasionándolos por el deber” e inculcando “ese fanatismo frío del coraje que se considera invencible”.45 De esta manera, el semanario popular exaltaba “tan hermosos y preciosos rasgos, debidos a la elocuente pluma del gran ciudadano que biógrafo a San Martín”, los cuales definían, “con trazos de oro, todo el esfuerzo del organizador, todo el entusiasmo del patriota, toda la grandeza de ánimo conque (sic) se preparaban las huestes”.46
En esta línea, las vísperas de un golpe de estado que paradójicamente se jactaría de restituir las libertades constitucionales (Cattaruzza, 2009) servirían de marco para que Caras y Caretas recordara y encumbrara –al aludir al Paso de los Andes– a un San Martín y un ejército esencialmente libertarios: “el 18 de enero de 1817, el glorioso ejército de San Martín abandonó Mendoza para comenzar su épico cruce andino, y en los primeros días de febrero tuvieron lugar las acciones guerreras contra los realistas. Los argentinos llevaban la libertad en sus mochilas”.47
Por lo tanto, los múltiples esfuerzos por recobrar y representar la imagen de un San Martín patriótico, heroico, desinteresado, sincero y humilde –los cuales involucraron casi siempre su paralelo con diferentes personajes históricos considerados ejemplares y/o antagónicos– encontraron, entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, un canal privilegiado en la prosa cotidiana de un vasto elenco de intelectuales y publicistas argentinos de diferente signo político-ideológico que, por medio de publicaciones periódicas dirigidas a públicos amplios y diversos, se propusieron contribuir a cristalizar la mirada de la historia y la identidad nacional inicialmente promovida por Mitre,48 aunque dejando atrás las limitaciones y apreciaciones críticas que éste había atribuido al Libertador argentino.
Así pues, es posible sostener que, en pleno avance de la inmigración y el cosmopolitismo, las intervenciones y las revistas aquí tratadas se constituyeron en un lugar de moralidad, desde el cual se volvía posible posible “purificar” ciertas tradiciones (Julliard, 1987), ratificarlas y popularizarlas, bajo la expectativa de que el rescate, rememoración e idealización del máximo héroe argentino –y americano– podía, por un lado, confirmar el lugar insigne y precursor que le correspondía a la Argentina en la liberación del subcontinente y su ingreso o contacto con la modernidad; y, por el otro, aglutinar, ordenar y servir de ejemplo a un pueblo que, pese a los intentos oficiales, se tornaba cada vez más heterogéneo y todavía debía ser elevado en términos morales y pedagógicos.
Consideraciones finales
Este trabajo –lejos de intentar trazar un inventario de todas las intervenciones políticas y letradas en torno a la memoria sanmartiniana en las revistas populares de la época– buscó poner de relieve, a partir del análisis de algunas de esas mediaciones, de qué maneras los usos y representaciones de San Martín allí volcados tuvieron un papel determinante en la perfección, reproducción y difusión de un discurso nacionalista moderno convencido de la singularidad histórica del caso argentino.
Es así que, además de las conmemoraciones patrias, los monumentos, las escuelas públicas y ciertas obras canónicas como la de Mitre, aquella empresa más cotidiana y menos resonante –que involucró una multiplicidad de voces unidas por una preocupación y una convicción común– también sirvió para erigir a San Martín en un principio legitimador, ordenador, civilizador, de prestigio e identificación capaz de contribuir, en última instancia, a estructurar, cristalizar y extender una tradición, una conciencia y una historia nacionales.
Provenientes de diferentes hombres de la cultura y la política colocados bajo el signo de la ideología del progreso que, como Mitre, defendieron una visión “de un proceso histórico en que el pasado” contenía “ya la promesa cierta de un brillante futuro” (Halperín Donghi, 1996: 59), la mayoría de los editoriales, ensayos y colaboraciones aquí examinados asumieron la función directiva de seguir consolidando y popularizando el panteón nacional; lo cual permitiría, a su vez, cimentar la nacionalidad, integrar la sociedad y proyectar la supuesta excepcionalidad del pasado de la Argentina –expresada en el carácter extraordinario de la trayectoria de San Martín– al presente y futuro de aquélla.
Esta empresa político-cultural dirigida a construir y encumbrar una memoria depurada de manchas debió apelar a numerosos personajes históricos como términos de comparación, en donde la figura de Bolívar –no siempre presentado como enemigo del héroe argentino aunque sí indiscutible y necesariamente inferior en cuanto a virtuosismo y altura moral– se constituyó en un componente infaltable en las reflexiones sobre San Martín y la gesta emancipadora.
Establecida la grandeza del prócer argentino –al ser situado por encima del otro Libertador y al nivel de célebres líderes o estadistas de imperios y naciones tanto antiguos como modernos–, se volvía posible otra operación más. De esta manera, aquellas intervenciones pedagógicas y pretendidamente edificantes se inscribieron en un objetivo mayor: fueron también una forma de justificar históricamente por qué el país debía ubicarse al frente del concierto de naciones latinoamericanas y guardar un lugar destacado junto a los Estados más avanzados y/o civilizados de Occidente. La grandeza de San Martín se correspondía, pues, con la grandeza de la Argentina.
Siguiendo a François-Xavier Guerra, es posible sostener, entonces, que la revisión de la historia independentista y, sobre todo, el encumbramiento del mito sanmartiniano fueron vistos por aquellas minorías políticas e intelectuales “como un acto político en el sentido etimológico de la palabra: el del ciudadano defendiendo su polis, narrando la epopeya de los héroes que la fundaron” (1989: 595).
De modo que, entre los dos proyectos más célebres y ambiciosos que abren y cierran este período histórico –es decir, las obras de Mitre y Rojas–, existieron numerosas intervenciones “menores” que, pese a haberse limitado a “enriquecer un caudal de datos” todavía encuadrado “en las firmes estructuras interpretativas” provistas por el primero (Halperín Donghi, 1987: 137), tuvieron un papel decisivo al momento de erigir y estabilizar una identidad y un panteón nacional nucleados alrededor de la figura de San Martín. Todo ello através de publicaciones periódicas de gran tiraje, las cuales funcionaban como foco de (re)producción e irradiación de imágenes, ideas, valores y debates que, al menos a sus ojos, podían servir a la elevación y homogeneización del pueblo y, en estrecha relación, a la concreción del destino histórico de la Argentina moderna.
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Notas
Por otro lado, según señala Adolfo Prieto, a partir de la década del ochenta, “la prensa periódica sirvió (…) de práctica inicial a los nuevos contingentes de lectores (…) y creció con el ritmo con que éstos crecían. El número de títulos, la variedad de los mismos, la cantidad de ejemplares impresos acreditan para la prensa argentina de esos años la movilidad de una onda expansiva casi sin paralelo en el mundo contemporáneo (…) La prensa periódica vino a proveer así un novedoso espacio de lectura potencialmente compartible; el enmarcamiento y, de alguna manera, la tendencia a la nivelación de los códigos expresivos con que concurrían los distintos segmentos de la articulación social” (2006:14).
Teniendo todo eso en cuenta, es que el presente escrito insiste en la pertinencia de estudiar el papel que habrían desempeñado las publicaciones periódicas de la época –en tanto soporte clave de numerosas intervenciones políticas e intelectuales–en la producción y divulgación de la memoria sanmartiniana.
“Al poco rato, fijándose los anteojos la señora Balcarce y alzando la cinta que la ya consolada nietecilla dejó caer”, la hija del prócer habría objetado: “–Padre, ¿no se ha fijado en lo que dió (sic) a la niña?¡Es la cinta de la condecoración que el gobierno de España acordó a usted como vencedor en Bailén!”.
“–¿Y qué?… ¿Para qué sirven todos estos cintajos y condecoraciones, si no alcanzan a detener las lágrimas de un niño?”, habría sido –según rememoraba el semanario– la delicada respuesta del héroe argentino (Mundo Argentino. 3 de septiembre de 1913, nº 139).
Desconociendo el carácter de San Martín, la generación de 1828 creyó ver en el prócer un aventurero. Los políticos le tuvieron miedo.
El héroe de los Andes no traía intenciones de aprovechar la sublevación de Lavalle. La verdad cruda y cruel de su viaje era otra. Venía a buscar, simplemente, un empleo (…) Si eligió para volver a su patria la caída de Rivadavia, fué (sic), precisamente, porque, eliminado su “peor enemigo”, le sería más fácil encontrar un empleo” (El Hogar. 18 de mayo de 1928, nº 970, p. 7).
Somos otra vez nuestros dueños; somos otra vez nosotros. En pocas horas hemos afirmado nuestra razón de ser como entidad republicana. (…)
Buenos Aires ha respondido al llamado de la Patria. Por ella, por su pueblo valiente, por sus soldados, ha de renacer la tranquilidad para bien de la conciencia ciudadana, y ésta, en las magníficas jornadas pacíficas que depara el voto libre, demostrará que no ha sido inútil el hecho hazañoso y que nuestra República debe seguir siendo escuela de libertad y hogar tranquilo y auspicioso para todos los hombres de bien que quieran acogerse a ella” (13 de septiembre de 1930, nº 1667, p. 67).