Dossier
Recepción: 01 Noviembre 2021
Aprobación: 20 Noviembre 2021
Resumen:
Diversos agentes del espacio social ponen en escena manifestaciones que se tornan multitudinarias, donde los reclamos y festejos de varios sectores sociales organizados se disputan la agenda pública, y la posibilidad de construir sentido a través de sus mensajes.
La intención en nuestro trabajo es profundizar en el análisis de la estructura performática de dos marchas en particular, así como lograr comprender las dinámicas de lo festivo y sus prácticas rituales en constante relación con lo estatal.
La mirada en este texto está situada en Santiago del Estero (provincia argentina) en el año 2003, concentrando el análisis en dos performances que, consideramos, condensan el contexto social y nos ayudan a pensar la coyuntura: las Marchas del Silencio y la primera edición de la Marcha de los Bombos. El enfoque metodológico es cualitativo relacional e incluye relevamientos de repertorios de discursos hegemónicos y entrevistas en profundidad.
Nos preguntamos qué se juega en estas performances, así como qué agentes y recursos se movilizan para la construcción y la experiencia de sentidos identitarios.
Palabras clave: Performance, Construcción de sentido, Identidad, Estado, Santiago del Estero.
Abstract:
Various agents from the social space stage demonstrations that become massive, where the claims and celebrations of various organized social sectors dispute the public agenda, and the possibility of constructing meaning through their messages.
The intention in our work is to explore the analysis of the performatic structure in two marches in particular, and to understand the dynamics of the festive in relation to the state.
The gaze in this text is located in Santiago del Estero (Argentina province) in 2003, concentrating the analysis on two performances that, we consider, condense the social context and help us to think about the situation: The Marchas del Silencio and the first edition of the Marcha de los Bombos. The methodological approach is qualitative and relational. We search in hegemonic repertories and extensive interviews.
We wonder, what is at stake in these two performances, as well as what agents and resources are mobilized for the construction and experience of identitary senses.
Keywords: Performance, Construccions of meaning, Identity, State, Santiago del Estero.
Introducción
Este trabajo forma parte de una investigación más amplia que se propone comprender los procesos de producción de estatalidad en la provincia de Santiago del Estero en el año 2003, a partir de dos performances en el espacio social: las Marchas del Silencio, y las Marchas de los Bombos. Constituye un primer acercamiento a las preguntas por el lugar que ocupan dichas performances en la construcción del estado santiagueño, y qué significados se pueden encontrar en los ritos que las componen. Intuimos que estas performances, cada una a su manera, pusieron en disputa a través de sus discursos nuevos modelo de Estado.
Partimos de la idea de que el investigador se encuentra inmerso en un mundo de significaciones socio-culturales generadas por distintos procesos de sociabilidad, y abordamos este proceso de investigación pensando en la construcción del objeto como una tarea inacabada (Martínez, 2007). Buscamos reconstruir las Marchas para su análisis, teniendo en cuenta el escenario sociopolítico en el que se desarrollan, así como las tramas de relaciones entre los actores situados espacial y temporalmente que intervienen en las mismas. Para llevar a cabo nuestra propuesta hemos trazado un diseño metodológico cualitativo relacional, que incluye el relevamiento de repertorios de discursos hegemónicos (Caggiano, 2012). Los parámetros empíricos para determinar dichos repertorios se pueden establecer a través de dos criterios; 1) el lugar de enunciación del productor de repertorios y su capacidad técnica para reproducirlos; y 2) su circulación y potencia de difusión y receptividad. En este trabajo tomamos como primer repertorio los archivos de los diarios El Liberal y Nuevo Diario de la provincia de Santiago del Estero, abarcando el periodo enero - diciembre del 2003. Como segundo repertorio se incluyeron mapeos de páginas web de las organizaciones involucradas, capturados a lo largo del año 2020. Dialogamos estos repertorios con entrevistas en profundidad, reconociendo los discursos como una forma de elaboración subjetiva, donde el pasado es narrado, re-estructurado y puesto en escena en una construcción para el entrevistador (Villagrán, 2012). Estas entrevistas se realizaron en dos instancias: la primera incluyó a funcionarios provinciales y municipales involucrados en las marchas, efectuadas durante el año 2014 en el marco de un proyecto de investigación grupal. Y una segunda, realizadas durante el año 2020, que incorporó a integrantes de organizaciones sociales como la Fundación del Indio Froilán, y personas que participaron de las marchas, pero no formaron parte de su planificación.
En febrero de 2003 se encontraron los cuerpos asesinados de dos mujeres, ellas eran Leyla Bashier y Patricia Villalba. Las primeras hipótesis apuntaban a un sector específico: los “hijos del poder”.12 Coloquialmente llamados así por los familiares de las víctimas, entre los acusados se encontraban el jefe de inteligencia comisario Musa Azar, su hijo Antonio Azar Cejas, y varios funcionarios políticos y policiales de la provincia. En un principio el reclamo de justicia parecía tener pocas probabilidades de éxito (Godoy, 2009; Schnyder, 2011). Para exhortar una respuesta judicial se organizaron las llamadas Marchas del Silencio (de ahora en más en el texto: MDS). Su primera demanda fue la resolución y búsqueda de culpables del crimen. Las familias que participaron de la organización pedían al “pueblo santiagueño” que marche, que no “duerma” ante la injusticia. A medida que cada vez más organizaciones acompañaban este reclamo, mutó, hasta abogar por la intervención federal de la provincia.
Este mismo año por iniciativa de un grupo de músicos y un luthier de bombos, y con apoyo del estado municipal,3 se realiza la primera Marcha de los Bombos (las nombraremos como MDB en el resto del texto).4 Un “homenaje a la cultura popular”, donde la exaltación de rasgos atribuidos a la “santiagueñidad” se materializó hacia su interior en las vestimentas tradicionalistas, en la venta y consumo de comidas y bebidas regionales, así como en la distinción a ciertos personajes de la historia provincial en pequeños actos realizados en el camino, mientras la marcha avanzaba al sonido del repiquetear de bombos.
Dos performances que a simple vista parecieran ser distintas, con formas de emergencia diferentes y objetivos disímiles, tienen en el centro de sus discursos la cuestión de la santiagueñidad. ¿Qué sentidos en disputa podemos encontrar en estas performances? La intención en nuestro trabajo es profundizar en el análisis de la estructura performática de estas dos marchas en particular, así como lograr comprender las dinámicas de lo festivo y sus prácticas rituales en constante relación con lo estatal. La mirada está situada en Santiago del Estero (provincia argentina) en el año 2003, concentrando el análisis en dos performances que consideramos condensan el contexto social y nos ayudan a pensar la coyuntura: las MDS y la MDB. Desde el abordaje de estas dos marchas, tan diferentes y casi simultáneas, podemos rastrear las producciones discursivas del campo político, de la cultura popular santiagueña, así como de sectores subalternos, que por definición carecieron de poder para instalar de forma pública sus propias representaciones (Escolar, 2007).
Performances de lucha: el silencio
La hegemonía del neoliberalismo en los países periféricos y en Latinoamérica tuvo como principal consecuencia el desmantelamiento de los proyectos nacionales de industrialización. A medida que estos países se dirigían a la transición democrática, se impulsaron políticas que redefinieron el Estado (Seoane, Taddei y Algranati, 2001) que en conjunto a la pérdida de derechos ciudadanos provocaron lo que Escolar (2007) llama el estado de malestar. Para comprender los procesos sociales que tuvieron lugar durante el 2003 en Santiago del Estero, debemos tener en cuenta que las políticas del Consenso de Washington aplicadas en América Latina propiciaron la oportunidad de que una fracción de la burguesía local se apropie del mercado provincial, y de esta forma rearticule un aparato político que gobernó desde el autoritarismo y la violencia estatal (Schnyder, 2011; Tenti, 2005). Durante la década del noventa el gobernador Carlos Arturo Juárez5 dio paso a una reforma del estado que marcó nuevas reglas de juego y despliegues de poder en el campo político y económico provincial (Tenti, 2005). Empresas públicas santiagueñas como el Banco de la Provincia, la Caja de Seguros, los juegos de azar y los servicios de agua y energía pasaron a manos de un único empresario: Néstor Ick,6 quien reforzó este poder económico, haciéndose con la propiedad de un amplio porcentaje de los medios de comunicación locales7 (Picco, 2016). Juárez sostuvo su influencia política a través del empleo en la administración pública, la extensión de una red clientelar y toda una trama de vigilancia y represión que surgió antes de la dictadura militar de 1976 y que se mantuvo y expandió en la provincia con la vuelta a la democracia. Todo esto dio lugar a una estructura del campo del poder fuertemente centralizada y quiasmáticamente articulada en torno a dos agentes del campo político y económico local: Carlos Juárez, y Néstor Ick (Martínez, 2007).
Este escenario fue caldo de cultivo de nuevas formas de protesta social, que sirvieron para liberar tensiones, expresar malestar y ofrecer resistencia a los procesos de transformación socioeconómicos. Estas nuevas protestas sociales pueden entenderse como una forma de resocialización y reapropiación de lo público, de alguna forma perdido bajo el modelo neoliberal (Seoane, Taddei y Algranati, 2001). Al aumentar la violencia represiva (no sólo en la provincia, sino en el resto del país) estas novedosas formas de tomar las calles generaron nuevas experiencias identitarias y multiplicaron los espacios públicos de encuentro desde donde se generó la definición social de política (Scribano y Schuster, 2001). La violencia y concentración de poder dieron lugar a que durante la década del noventa se organicen distintas agrupaciones santiagueñas, quienes fueron aunando esfuerzos para ofrecer resistencia a las políticas del gobierno Juarista: Madres del Dolor, MOCASE,8 la Comisión de Familiares y Ex Detenidos Desaparecidos por Motivos Políticos, la Mesa de Tierras (en varios casos contenidas por la Secretaría Diocesana para los Derechos Humanos del Obispado de Santiago del Estero) fueron ganando adeptos y legitimación social (Schnyder, 2011; Tenti, 2005).
Bajo el gobierno de Marina Aragonés de Juárez9 en febrero del año 2003 se produjo el hallazgo de los cadáveres y restos óseos de dos jóvenes en la localidad de la Dársena. El asesinato de Leyla Bashier y Patricia Villalba, trascendió el ámbito local, difundido en medios nacionales como el Doble Crimen de la Dársena. Fueron las organizaciones sociales de resistencia formadas a lo largo de la década del noventa quienes en conjunto con los familiares de las víctimas comenzaron a marchar cada viernes a lo largo de 70 semanas reclamando justicia y pidiendo la intervención del poder judicial. El recorrido de las MDS atravesaba toda la ciudad y finalizaba en la Catedral de la provincia, donde los actores partícipes de las mismas presenciaban la homilía del Obispo Juan Carlos Maccarone,10que usualmente interpelaban públicamente al poder judicial, a las cúpulas del poder policial, a la gobernadora y al ex gobernador Carlos Juárez.11 La marcha avanzaba por las calles hacia el centro histórico de la ciudad y era encabezada por madres y padres de las víctimas, miembros de la comunidad eclesiástica, así como líderes y militantes de organizaciones sociales. Se prendían antorchas, se caminaba al ritmo de música tradicional, y se soltaban globos negros en señal de luto por el Santiago del pasado (Silveti y Saltalamacchia, 2009). A tres meses de realización semanal de las MDS, el 5 de Julio de 2003, Nuevo Diario titula como nota de primera página “Basta, el pueblo santiagueño no aguanta más”.12 En las coberturas periodísticas y entrevistas, los reclamos concluían constantemente en torno a la idea de un “pueblo dormido, que debía salir a la calle y despertar”. De esta forma, se fueron incorporando dentro de la performance diversas simbologías que interpelaban al resto de la población, y transmitían un imaginario sobre “el santiagueño”,13 cuál era su comportamiento y cómo era su relación con el Estado.
En Santiago del Estero las MDS eran el eje central de la agenda pública. Durante los meses de marzo y abril del 2003 estas marchas se consolidaron, ganando adeptos dentro de las organizaciones sociales. El avance sobre el territorio no solo se remontó a las marchas de los viernes, sino que durante los días hábiles los familiares de las víctimas gestionaban ante las autoridades legislativas y judiciales de la provincia que el caso fuera correctamente caratulado y llevado a juicio.
Performance de celebración: el repiquetear de bombos
Durante el año 2003 se daría el 450° aniversario de la Ciudad de Santiago del Estero.14 La Municipalidad de la Capital15 realizó una convocatoria abierta a nuevas formas de celebración que podían incluirse en un conglomerado festivo que duraría todo el mes. De este llamado surgió la idea de la MDB, una celebración organizada por actores de la cultura provincial (que en ese momento no formaban parte de la escena central del folclore local), donde sus participantes se movilizaban a pie por las principales avenidas del norte de la ciudad resonando entre todos un total de 568 bombos legüeros16 para celebrar su identidad, así como la historia y experiencias de la comunidad santiagueña. La primera MDB se realizó el sábado 19 de julio de 2003. La idea estaba clara:
Era el momento de unirnos los santiagueños, nosotros necesitábamos una unión de algo que nos una desde el corazón desde la profundidad del ser, porque Santiago del Estero ha sido postergado por los malos gobiernos y en este momento donde nosotros empezamos a hacer la marcha siempre se le daba la espalda al folclore y al propio santiagueño, entonces creo que la marcha fue en un momento en el que el santiagueño necesitaba encontrarse consigo mismo, con sus hermanos, y unirse sin tener ninguna bandería política sin que nadie les prometa ni les venga a vender nada.17
Pese a no existir antecedentes de una celebración de tal magnitud, Gerardo Zamora,18 en ese momento intendente de la Ciudad Capital, dio lugar a una serie de festejos para todo el mes de Julio (Silveti y Saltalamacchia, 2009). La celebración del 450° aniversario de Santiago del Estero festejando a Francisco de Aguirre, el héroe de la ciudad, junto a las demostraciones de habilidades campestres y folclóricas, pudieron ser una forma de sensibilizar a la población y afianzar liderazgos. En este contexto, diversos agentes estatales iniciaron la organización de un conglomerado festivo (Giori, 2012) donde algunos actores del campo artístico participaron activamente estableciendo demostraciones de lealtad política hacía el ejecutivo municipal que buscaba sumar nuevas adhesiones en el calor del festejo. Así surge la MDB. El despliegue de símbolos identitarios que agrupaba la propuesta la llevó a formar parte del calendario de festejos y, como cuenta Rodolfo Legname,19 fue rápidamente apoyada por el sector estatal.
El 19 de Julio de 2003 se publicó tanto en el diario El Liberal, como Nuevo Diario (los diarios de mayor tirada de la provincia) la noticia de que se llevaría a cabo la MDB, una celebración inédita20 en el marco del aniversario de la ciudad. Los organizadores esperaban que sea considerada la “mayor manifestación de percusionistas, con más de 400 bombos repiqueteando”. Formaban parte de la organización Eduardo Mizoguchi, Tere Castronuovo y Froilán Gonzalez.21 Se incorporó al nombre de la celebración, un slogan: “Despierta ashpa al son de los bombos y marcha”. Este slogan incorporaba un vocablo en quichua, ashpa, que significa tierra. Tere Castronuovo decía:
lo importante es que marche la tierra, (…) el despertar de la tierra, y nosotros, seres humanos, como personas que componemos la tierra y estamos dormidos, (…) tenemos que salir en defensa de nuestro pueblo, a defender nuestras cosas. No estamos marchando en la vida, es la realidad, estamos quietos.22
En total, la marcha realizada el 19 de Julio de 2003 contó con 568 bombos inscriptos, superando la meta de 450 a la que aspiraba la organización. Estas inscripciones se realizaron en la explanada de la Municipalidad de la Capital, que brindó los elementos necesarios para que esta marcha se realizara. La MDB integró un conglomerado festivo junto a otras formas de celebración planteadas por agentes y organizaciones de la sociedad civil, donde se “registró el uso de prácticas y producciones que provenían de la cultura popular de la región” (Gómez, 2016). El apoyo estatal propició la repetición de la celebración año tras año, incentivando la participación de cada vez más sectores en el festejo, sin perder por esto el acento en lo autóctono y tradicional como expresión del “ser Santiagueño”. La celebración de las MDB contrasta con los discursos transmitidos en las protestas: la imagen transmitida era la de Santiagueños festejando en cercanía de agentes estatales y gubernamentales, de los cuales las MDS pretendían separarse y oponerse.
El Estado fue un agente movilizador de recursos para la construcción y experiencia de las configuraciones identitarias frente al aniversario de la ciudad, convirtiéndose esta en una instancia de intensa puesta en escena. La primera MDB inició en el Patio del Indio Froilán, un patio de tierra, rodeado de flora autóctona con un escenario de madera para los grupos musicales y cantantes que se presentan cada domingo a brindar un espectáculo folclórico. Estaba provisto de mesas y bancos de madera artesanal para comodidad de quien visitaba el lugar. Se repartió matecocido, tortilla y chipaco (bebida y panificados regionales) entre las personas que iban llegando al patio como un desayuno. Una vez que el patio se fue llenando los organizadores arengaban a los participantes. Transmitieron, en parlantes dispuestos a lo largo del patio, reflexiones sobre Santiago y su actualidad política, sobre el festejo del aniversario, y sobre una fiesta “sin dueño, horizontal, pluralista y democrática”.23 Como parte de la celebración se izaron las banderas de la nación y de la provincia en un mástil dispuesto frente al atril que servía de escenario para los músicos y organizadores. Un sacerdote bendijo la marcha y en columna tras sus organizadores partió hacia la calle Belgrano donde inició su recorrido hacia el centro de la ciudad. Culminó en la Plaza Libertad, centro comercial y social de la ciudad, donde debido a su histórica disposición de herencia colonial, también se encontraban la Catedral, el Palacio Municipal y la Jefatura de Policía.
Performances, discursos y Estado
Para acercarnos a su análisis, entendemos las MDS y MDB como producciones performáticas a través de las cuales diversos agentes harían, como parte de un espacio social flexible, contradictorio, variable y conflictivo, Estado. Fueron una puesta en escena de las estructuras culturales, sucesos complejos realizados en un tiempo y un lugar especial, con prácticas y códigos específicos donde se pusieron en juego significaciones y distintas configuraciones culturales. Estas marchas son la forma en la que diversos agentes pudieron visibilizar sus experiencias y reclamos. Actos performáticos desde los cuales proyectar significados y darles un curso institucional. Blázquez (2012b) comprende la performatividad como el poder reiterativo del discurso para producir los fenómenos que regula y re- crea, por lo tanto, se vuelve necesaria la comprensión de la dimensión performativa de los procesos sociales en la formación de los estados. Nos interesa pensar en un estado sin “el brillo de la E mayúscula” (Blázquez, 2012a), donde a través de prácticas y discursos performativos se cita, una y otra vez, representándose a sí mismo, mostrándose desde formas estetizadas que apelan a los sujetos desde la estimulación de su sensorio.
Para Richard Schechner (2000), las performances se componen de tres espacios: la Reunión, la Representación y la Dispersión24. Las MDS iniciaban a las seis de la tarde, momento que siguiendo a Schechner podría denominarse como Reunión. Es un espacio de la solidaridad, donde no hay conflicto. Una vez que las organizaciones sociales se habían agrupado en la Capilla La Salette, iniciaba la representación de las acciones. La marcha se componía de una columna encabezada por la madre de Patricia y el padre de Leila como principales actores. Además, se encontraban representantes de las organizaciones sociales que acompañaban el reclamo. El punto de encuentro y partida se encontraba en la ciudad de La Banda, dividida de la ciudad Capital por el Río Dulce. De esta forma al atravesarla a pie, la visibilidad del reclamo creció, la marcha avanzó sobre nuevos barrios, y sumó adeptos. Se organizaron diferentes puntos de encuentro desde barrios que se sumaban al recorrido, e incluso, en ciudades del interior provincial, como Fernández y Frías, diversas asociaciones replicaron en el mismo horario marchas en protesta y pedido de justicia (Silveti, 2006). Se entonaron cánticos en pedido de justicia levantando pancartas con los rostros de las víctimas y leyendas dirigidas a la población santiagueña. La representación incluye los mecanismos necesarios para la transformación a través del intercambio, y los momentos de la performance dan paso a los significados simbólicos de la misma. Cada viernes durante 70 semanas se cruzó por las ciudades a pie. En la marcha que correspondía al 25 de Julio, el día del aniversario de Santiago del Estero, el recorrido se realizó encabezado por el obispo Maccarone y un grupo de cincuenta sacerdotes dedicados al trabajo pastoral en barrios de Santiago y en el interior provincial. Vestidos con túnicas blancas, fueron al encuentro de los familiares, que soltaron globos negros, como una metáfora, “como un símbolo de luto por la sepultura del viejo Santiago, cuyo deceso daría lugar a una ‘nueva’ provincia” (Silveti et al., 2004: 26). La MDS como conducta restaurada (Schechner, 2000) pudo marcar identidades y contar una historia. Dado que ninguna repetición es una copia exacta de la anterior es que podemos ver como el reclamo de justicia se fue complejizando con el pasar de los meses. El pedido por el “despertar del pueblo” que se leía en las pancartas fue encontrando una respuesta en algunos sectores políticos. En la entrevista a Marta Pelloni publicada por Nuevo Diario se pueden encontrar las primeras pistas de un proyecto impulsado por la senadora Diana Conti, donde se proponía la intervención al poder judicial en Santiago del Estero. Tres semanas después, el jueves 17 de Julio de 2003, con el titular en primera página ‘COMPLOT’, Nuevo Diario presentó los rumores de intervención federal que se barajaban en algunos sectores gubernamentales, acusando a funcionarios públicos de buscar tomar provecho político y económico de la misma, en detrimento de la sociedad general. “Desde las sombras y sin apoyo popular, procuran la intervención federal de los tres poderes provinciales” sostiene la nota de las páginas 4 y 5,25 donde exponen un detallado perfil de quienes son los que movilizan el proyecto interventor, y cuáles son las ventajas que planean obtener. El momento de dispersión llegaba luego de la homilía, donde los discursos de identidad se reforzaban en la búsqueda de energía para encontrarse nuevamente, luego de una semana.
Para Balbi y Boivin (2008), es necesario desmontar la escenificación de las performances y desandar los caminos de los actores involucrados, para de esta forma abrir las puertas a deconstruir los sentidos y a reformular conceptos, no solo académicos, si no del sentido común. Las pugnas que atravesaban a Santiago del Estero en la década del 2000 se hicieron visibles en estas Marchas, desde donde podemos entender los lugares que el Estado ocupaba y las demandas sociales a las que respondía. En cada una de ellas, los agentes que participaron realizaron un intercambio de acuerdo a sus intereses sociales, a los habitus del campo, y al capital simbólico que detentaban (Bourdieu y Wacquant, 2005). Las MDS por el Doble Crimen de la Dársena son el resultado de la organización de los movimientos de protesta. Buscaban impulsar cambios en las cúpulas de poder político y económico en la provincia a través de la participación de los actores sociales en la protesta, en la toma del espacio. En las marchas se gestó la idea de que, a través de la participación social, se podría influir en un control vertical en los actos de gobierno (Silveti y otros, 2004). Si en cada espacio social se puede decir que hay relaciones de poder, en cada configuración, el poder actúa desde las formas que la hegemonía le imparte. Es así como se generan sentidos comunes y se naturalizan subalternidades (Abu Lughod, 2005). Las MDS, son una expresión actuada, hecha cuerpo, de una ideología en contra de la estructura política dominante, materializada en la protesta pública, con un poder de significación que trasciende a los individuos que participaban de ellas. Esta expresión de subalternidad tiene una respuesta desde el Estado, entendido como un poder hegemónico. Una primera hipótesis sería pensar que, si bien en un momento de liminaridad la respuesta comunitaria es marchar en pedido de justicia, desde el Estado lo que se busca es reforzar los sentidos de pertenencia para estabilizar nuevamente la estructura social. El aniversario de la ciudad es el marco necesario para establecer el tiempo de fiesta, para romper la cotidianeidad y con ella el malestar político. De esta forma, la hegemonía establece un lenguaje para la pugna, marca el campo desde el cual puede desarrollarse la misma (Grimson, 2011).
Percibimos la cultura como un sistema de clasificación, cuyas unidades son los símbolos que se ven materializados en la experiencia, y forman parte de una red de sentidos mucho más amplia (Wilde y Schamber, 2006). A su vez, nos servimos del concepto de configuraciones culturales, entendidas como el espacio en el que confluyen tramas históricas compartidas, desigualdad de poderes e historicidad, haciendo evidente la heterogeneidad de los sistemas, que se articulan de una forma específica en cada contexto (Grimson, 2007). Entendemos que los actores se encuentran socialmente formados dentro de patrones culturales que se transmiten y de los cuales se apropian a través de la experiencia para formar su propia subjetividad. Dentro de las diferentes formas de percepción y significación, dentro de las configuraciones culturales hechas cuerpo, podemos ver las desigualdades, legitimidades, y las posibilidades de trasformación de una sociedad en particular. Las relaciones de poder no están ajenas a las construcciones culturales en tanto consideremos la hegemonía como un espacio de producción de sentidos comunes y subalternidades, desde la cual se establece un lenguaje y un campo de posibilidades para el conflicto. Si hay relación social, hay relación de poder (Grimson, 2011).
Entre los componentes de las relaciones de poder, entendemos el Estado como un activo protagonista en la producción de clasificaciones sociales y de las formas en las que lo percibimos, un proyecto en constante producción de coerción y consenso, donde se pone en juego la creación de un marco discursivo común (Roseberry, 1994). Para Das y Poole (2008), las experiencias que se juegan en los márgenes son creativas, diversos agentes de diferentes espacios sociales, a través de reclamos y demandas que tienen que ver con sus realidades, buscan incidir en las políticas que surgen desde el Estado (Das y Poole, 2004). Entendemos que las articulaciones que el Estado logra son de carácter situado y transitorio, por lo que las historias y escenarios que lo componen son las mismas generadoras de los puntos de ruptura dentro del marco discursivo hegemónico (Manzano y Ramos, 2015).
Nos interesa indagar en performances de Estado donde la cultura es interpretada como un recurso (Yúdice, 2002). A través de las marchas y sus rituales performativos ciertas configuraciones culturales se vuelven recursos políticos y económicos. De esta forma, las experiencias individuales y colectivas adquieren una fuerza performativa: la cultura constituye la realidad. Consideramos necesario no dotar de un único sentido a la noción de Estado y abordarlo desde la comprensión de actores socialmente situados, para así incrementar nuestra capacidad analítica de sus procesos (Balbi y Boivin, 2008). Los mundos locales y el Estado se encuentran íntimamente relacionados, por eso resulta tan interesante pensar las prácticas que componen las MDS y MDB, qué simbolismos construyen y de qué forma contribuyen a la creación de Estado.
La forma colectiva de celebrar esconde tramas de constitución como grupo social. Todo modelo festivo encierra en sí mismo la necesidad de festejar-nos, de establecer una conexión con el otro, de reafirmar el vínculo con la sociedad y festejar la comunidad (Giori, 2013). Un modelo festivo, es la conjunción de prácticas culturales que se organizan de forma coherente y están relacionadas en cuanto a sus objetos, formas de hacer, o experiencias. El modelo busca ser puesto en marcha, tiene la fuerza necesaria para volverse realidad. Es una estructura plausible de volverse hegemónica y reproducirse como una cultura total, cuando es solo una configuración. La fiesta es una demostración de fuerzas, la celebración implica una apuesta en capital. Cada participante manifiesta en ella una razón para la experiencia, entonces la apuesta encuentra una respuesta en los beneficios simbólicos que puede obtener. Las disputas identitarias y las luchas sociales atraviesan la festividad, haciendo visible las pugnas hegemónicas en las que se encuentra la sociedad que se festeja. De esta forma podemos hablar de modelos festivos, como resultado de las relaciones que componen una hegemonía, cada participante realiza un intercambio de dones en base a su experiencia social, al campo y sus habitus, generando tensiones, visibilizando e invisibilizando prácticas desde los rituales que constituyen el modelo (Giori, 2013). Durante el tiempo que dura la fiesta, los sentidos se intensifican, reforzando los vínculos sociales. Los roles hegemónicos se profundizan, y los conflictos sociales encuentran espacios de canalización. Cecilia Hopkins (2008), sostiene que la fiesta es una práctica colectiva, y una institución social. Esta institución se constituye desde un espacio y un tiempo determinados, y su objetivo es concretar una celebración. La fiesta, es un hecho social que posee diversas formas de expresión de las tensiones de una sociedad específica, su tiempo es excepcional, y suspende de forma cíclica y puntual la cotidianidad de una comunidad.
Para Goffman (1959) todas las interacciones sociales están escenificadas; los papeles sociales se preparan “detrás del escenario” y recién una vez en “escena” se representan rutinas e interacciones sociales claves. Las MDB iniciaban por la mañana, a las 8hs. El momento de la reunión se daba en un patio de tierra tradicional, compartiendo el desayuno entre los presentes. Agrupaciones gauchas, bailarines, integrantes de grupos folclóricos iniciaban los preparativos ataviándose de los trajes tradicionales compuestos por bombachas gauchas, alpargatas, camisas y boinas para los hombres, y trajes de paisana para las mujeres. La imagen del gaucho como bastión de la identidad santiagueña se produce a fines del siglo XIX y principios del XX, en medio de las discusiones entre el mestizaje y el criollismo, y el auge de las disputas por la definición de un ser nacional y un ser provincial (Adamovsky, 2016).
La representación iniciaba con la arenga a los participantes por parte de los organizadores, quienes incitan a marchar para “honrar la identidad santiagueña” y demostrar que “el santiagueño está despierto”. Alrededor de las 9hs, los participantes se ubicaban en columna tras Froilán Gonzales y demás organizadores para abandonar el patio y dirigirse al centro de la Ciudad Capital a través de las principales avenidas. Al igual que en las MDS, el recorrido se acompañaba con música popular folclórica que se transmitía a través de parlantes cargados en camiones delante de la marcha. En este caso, la vestimenta tradicional y los bombos repiqueteando funcionaban como interpretaciones positivas, así como adhesiones a una identidad santiagueña de la que se sentía orgullo. La dispersión sucedía ya en la plaza principal, donde luego de saludar a las autoridades municipales la columna se disolvía.
En estas performances festivas “los sujetos se materializan cuando se (re)conocen y (des)conocen en la imagen que el estereotipo les ofrece y devuelve de su self” (Blázquez, 2008: 21). La performance MDB surge en un momento de crisis, donde es necesario renovar los valores y creencias de la sociedad santiagueña, así como sus marcos de interpretación de las configuraciones culturales. Cada una de las instancias de esta performance están compuestas por prácticas rituales, “entendidas no solo como mantenedores del orden social, sino también como vehículos de la acción simbólica y dinamizadores del cambio social” (Wilde y Schamber, 2006: 25). Las prácticas rituales, según las define Turner, tienen como finalidad generar metáforas para conciliar dos polos de actividad social. El primero, “estructurado, diferenciado, jerárquico (…) cognitivo y racional de la conducta, la política y la legalidad” (Wilde y Schamber, 2006: 25), y en el extremo opuesto, el segundo, diferenciado por su ambigüedad, abierto y sin jerarquía, relacionado mucho más a lo afectivo que a lo racional. Estos polos nos acercan al concepto de Drama Social. Para Turner (1982) los dramas sociales son unidades de procesos inarmónicos que se desarrollan en situaciones de conflicto. Posee cuatro etapas, que finalizan con la reintegración del grupo social, reconociendo el quiebre que se genera en la primera etapa de crisis. El drama social es el caldero de la creación estética cultural y, en el caso de Santiago del Estero, los acontecimientos del año 2003 abrieron un periodo de ruptura y crisis dentro de la sociedad. La emergencia de la MDB como espacio de festejo se produce en el quiebre institucional generado por el doble crimen de la Dársena. Víctor Turner (1992) considera que la sociedad se sostiene en estructuras, momentos de orden instrumental y jerárquico, donde el statu quo predomina en la forma de implementar las relaciones sociales. La crisis de 2003 en Santiago desencadena el proceso del drama social, donde la antiestructura prima, un tiempo caracterizado principalmente por la experiencia de compañerismo, donde prevalece la emoción. Este tiempo de antiestructura, de liminaridad, desencadena una nueva forma de interacción social. Los sujetos en condición de iguales frente al tiempo de crisis encuentran en la interacción social la forma de expresar las tensiones y conflictos. El 450º aniversario de Santiago del Estero se presentaba como una fecha que traía consigo la posibilidad de reforzar configuraciones identitarias, y de posicionar la provincia como “Madre de Ciudades”, la primera en ser fundada dentro del territorio nacional. Con la MDB y el festejo del aniversario se pudo afirmar el liderazgo político del Intendente de la Capital, Gerardo Zamora, que se posicionaba frente a los pedidos de intervención y renuncia de Nina Juárez como un posible candidato a la gobernación.
Reflexiones finales
Las MDS y MDB fueron el avance de una comunidad sobre el territorio desde dos polos de sentido. Por un lado, la diferenciación con el estado, el pedido de justicia y verdad frente a la ruptura, y por el otro un mensaje de unidad, pertenencia, de comunidad armónica que festeja su identidad.
Las metáforas que significan las Marchas se hacen cuerpo a través de la acción performática sobre las prácticas rituales que la componen. En los momentos de antiestructura las expresiones de liminaridad conducen a la creación de ciertas performances sociales, que representan la communitas y su desarrollo, en oposición a las estructuras hegemónicas que colapsan. En cada performance los elementos de la estructura social se interpretan de formas diferentes, no es una simple representación, sino que cada una de ellas es distinta en cuanto resolución de tensiones de poder y habitus de los sujetos involucrados en ellas. La corporalización del rito puede combinar expresiones verbales, corporales, musicales, recursos visuales e incluso de olfato y gusto. Las performances se caracterizan por tener una estructura más o menos definida, rasgos de estilo identificables y una serie de percepciones y significaciones identificables con el evento. Las Marchas del Silencio y la Marcha de los Bombos, son formas de habitar un espacio en la antiestructura, tomarlo de forma activa, ejecutar acciones con un sentido particular, en íntima relación con la cosmovisión de la sociedad que compone estas acciones. Las marchas son parte de un ciclo de fuera de la cotidianeidad y cada una posee un inicio, desarrollo y cierre con diferentes adhesiones y oposiciones simbólicas propias del horizonte cultural en el que se enmarcan.
Las Marchas son dispositivos de transmisión de identidad generados por agentividades estatales y sociales. Las prácticas que la componen forman parte del mensaje, compuesto de las representaciones que los grupos hacen de lo que consideran “la identidad santiagueña”. De esta forma podemos ver las relaciones de fuerza de las hegemonías que naturalizan dichas prácticas dentro de la cultura evocando a un pasado formador común, que opera como marco de una identidad definida, de un universo y un todo que constituye la cotidianeidad.
El año 2003 alberga la emergencia de estas dos expresiones de la sociedad santiagueña, donde Marchar es la forma que se encuentra para expresar, por un lado, indignación y un pedido de justicia; y por el otro, orgullo y pertenencia, la exaltación de la idea de lo santiagueño como ancestral y autóctono.
En este trabajo el interés se encontró en profundizar el análisis en la estructura performática de la MDB y MDS y de las prácticas rituales a través de las cuales se lleva a cabo dicha performance. Nos interesa seguir indagando en los significados que se desprenden de estas performances, así como en la figura del “santiagueño dormido” y su posterior “despertar”, puestos en escena en cada una de estas marchas. Entendemos que las MDS y MDB, en tanto performances y cada una a su manera, ponen en disputa a través de sus discursos, los procesos políticos de formación del estado santiagueño. Estos sentidos en disputa pueden funcionar como base para configurar políticas públicas gubernamentales, definiendo a través de éstas las condiciones del posjuarizmo en la provincia de Santiago del Estero. Es a partir de estas premisas que continuaremos indagando sobre estas dos expresiones.
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Notas