Cartas al editor
Recepción: 23 Marzo 2021
Aprobación: 19 Mayo 2021
URL: http://portal.amelica.org/ameli/journal/408/4082493016/
DOI: https://doi.org/https://doi.org10.18273/revfil.v21n1-2022015
Forma de citar (APA): Correa-Castañeda, D. F. (2022). Carta al editor. Tributo a María Helena Henao y Jaime Moreno. A la memoria de María Helena Henao. Caruquia. Revista Filosofía UIS, 21(1). https://doi.org10.18273/revfil.v21n1-2022015
La primera noticia que recibió Diego sobre Caruquia fue a los dieciséis años, cuando llegó a vivir a Carolina del Príncipe. Ya en aquel entonces el nombre de aquella región le resultó algo extraño. Sonaba como a un lugar muy distante, alejado, y remitía sin ninguna duda a un paraje sumido en el más total atraso. Aquellas montañas eran de un verde oscuro, demasiado oscuro pensaba él, y reflejaban más tristeza que alegría, de ahí que no invitaran a visitarlas o adentrarse en ellas. No era raro escuchar comentarios sobre los misterios que encerraban, como que en algunas de sus laderas se encontraban restos arqueológicos de unas tribus indígenas que habitaron, hace ya mucho tiempo, aquella región. Lo tupido del monte era otra forma que las montañas habían adoptado para impedir que los curiosos hurgaran en sus entrañas. Los altos helechos, los bellos, pequeños y esbeltos sietecueros, los yarumos y las siempre presentes zarzas eran una red que el monte había creado y que hacía prácticamente imposible penetrar en él. Más tarde, cuando el nuevo inquilino del pueblo tuvo la pretensión de dedicarse al oficio de la pintura, todos estos elementos pasaron a formar parte del repertorio de sus cuadros.
Tiempo después, descubriría no solo el motivo por el que los cuadros le quedaban tan cargados de verde oscuro, sino también que por aquella misma región habían transcurrido las vivencias de otro joven, Jaime, quizás deberíamos decir, de otro niño.
El río Guadalupe marca la frontera entre Carolina del Príncipe y Gómez Plata. De ahí que Caruquia sea una vereda que comparta estos dos municipios del norte de Antioquia. Al menos, eso es lo que Diego siempre creyó. Son de esas cosas de las cuales nunca se tiene la clara certeza, pero que se afirman con total rotundidad. En esta región limítrofe tuvieron lugar las vivencias de los dos jóvenes. Diego recuerda con agrado los soleados días que disfrutó de la pesca de la sabaleta. Aquellas espectaculares gargantas, por las que bajan cristalinas quebradas, están aún en su memoria. Los profundos charcos atravesados por arremolinadas aguas que con su transparencia dejaban ver las blancas piedras del fondo en las que se proyectaba la amarilla luz del sol invitaban a sumergirse en ellos y nadar fundiéndose al unísono con el ritmo del movimiento que el fondo del río reflejaba. La alegría evocada por Diego contrastaba con la tristeza y amargura de Jaime. Los largos paseos y caminatas que emprendió este último tenían otro objeto: ir y venir de forma infatigable a la finca de la familia a recoger los productos agrícolas cosechados. Las personas que estaban a cargo de aquel futuro Orfeo ojizarco confundían al niño con una bestia de carga, de ahí que le otorgaran la tarea y el trabajo que estaba destinado a este tipo de animales, que hacen el trabajo porque no tienen la opción de elegir, cosa bastante paradójica, ya que el niño, por su misma condición de sumisión y dependencia, tampoco estaba en condición de hacerlo.
El curso de la vida llevó a los dos infantes por distintos derroteros. El más joven de ellos, Diego, era presa de los vaivenes de la vida. Recibía los golpes sin saber muy bien de dónde venían. Por muy buenas intenciones que tuviera, por muy fuerte que fuera su determinación, el medio social en el que creció y desarrolló sus tempranas pasiones lo guiaban por senderos cada vez más enmarañados. Era como si Shakespeare lo hubiera dispuesto, como si el bosque de Birnam se hubiera trasladado en el tiempo desde la lejana y antigua Escocia a la triste Caruquia, como si las torpes y oscuras montañas con su follaje se hubieran trasladado a las conciencias de las personas y le impidieran ver con claridad la realidad que lo rodeaba. La confusión era tan real y concreta, se había convertido en algo tan determinante en su quehacer cotidiano que se vio inevitablemente arrastrado por esas mismas fuerzas en todas las facetas de su vida. Amaba la lectura, pero no sabía muy bien por qué, leía con avidez, pero cualquier cosa que cayera en sus manos. Para él era totalmente normal leer novela, poesía, cuento, ficción, filosofía e, incluso, esoterismo y misterio. Lo esencial era acumular conocimientos, no importaba para qué, ni tener claro el propósito; se trataba de crear en torno de sí una atmosfera mágica que envolviera todo lo que tocara. Los pintores impresionistas fueron los referentes artísticos de entonces. Nuevamente, sin tener la menor idea del porqué, los chorros y pegotes de pintura pasaron a formar parte del mundo multicolor en el que imaginaba vivir. En medio de esta vorágine se convirtió también en padre de familia. Con diecinueve años emprendió un proyecto para el que quizás nunca estuvo preparado. Sin siquiera aparecer en el horizonte la forma de un hombre, se enfrentaba a la enorme tarea de dotar de sentido la vida de la recién llegada.
A la edad de diez años Jaime fue expulsado de la vivienda familiar por su madre. La recompensa por la ardua labor realizada fue la expulsión del paraíso. Como si de un hijo de Leónidas se tratara, como si la misión fuera hacer de él un invencible guerrero espartano para que se enfrentara a las huestes de Jerjes, se vio de frente ante la cruda realidad sin las armas con las qué poder defenderse. Quizás este hecho sea el más determinante en toda su vida. Él marcó no solo su férreo temperamento, sino también su inquebrantable deseo de vivir y de superación. Solo así se pueden explicar muchas de sus actitudes ante la vida y ante las personas que lo acompañaron. La sinrazón y brutalidad que forjó su primera sensibilidad ayudaron, sin saberlo, a la construcción de un sujeto agrio y esquivo. Lo duro de la vida y el trato recibido lo empujaron por la senda de la supervivencia y la astucia campesina. Todos estos elementos primitivos y salvajes le permitieron abrirse hueco en una sociedad no muy alejada de los presupuestos de los que fue excluido cuando niño. Al entrar a formar parte del gran cuerpo social era como si hubiera sido nuevamente recibido en la casa materna.
Este espíritu guerrero le sirvió a Jaime de guía para moverse por lo ancho del territorio nacional. Fue algo así como un nómada, un paria. Cuando se entablaban conversaciones con él, eran frecuentes sus alusiones a muchos lugares apartados de la geografía del país. Ese largo callejear y recorrer recónditos espacios le permitieron hacerse un cuadro preciso de las costumbres locales. A través de este peregrinar, su percepción de la realidad se agudizó. Caminar sin rumbo, detenerse esporádicamente ante un hecho en apariencia insignificante, pasear lentamente al ritmo que marcaba su propio interés, muy alejado del ajetreo y del frenesí que lo rodeaban fueron elementos que estilizaron en primera instancia y de manera totalmente involuntaria la figura ya ceñuda y pulida por la fuerza de la misma realidad en la que se movía.
De una situación vivencial tan marcada tenía por fuerza que surgir algún tipo de individuo, no importa de qué clase, pero una persona por necesidad. Lo normal es que la fuerza de la realidad te aplaste, te dirija de forma no racional por los laberintos que ella misma te impone. Pero, en el caso de Jaime, las influencias de ese primer momento irracional, de ese espacio de la realidad cotidiana aún ciega para él, produjeron un hombre activo que supo llevar a la práctica todo ese potencial oculto. Esto no solo se debió a las marcas que imprimieron en él las fuerzas sociales, de ser así, difícilmente se podrían superar esas primeras instancias. Las influencias tuvieron también una importante dosis individual.
Como fruto de la claridad lograda, por fin comenzaba a distinguirse a un hombre o, al menos, algo parecido, ya que los fragmentos dislocados de una silueta pueden llevarnos al engaño y hacernos creer que la forma reflejada por un espejo roto representa en verdad a una figura humana completa, cuando creemos ver reflejado en uno de los trozos un rostro humano. La tarea consistía ahora en identificar esos fragmentos y darles forma; pero, ¿cómo hacerlo?, ¿qué directrices seguir?, ¿en qué orden colocar las piezas para que encajen y que de su combinación se logre una figura reconocible, que como mínimo tenga aspecto humano? En medio de esta labor de reconstrucción aparecieron en el horizonte la actividad de la política y una mujer. ¿A cuál de estas dos formas de relación se debe estar más atento? Si tenemos en cuenta que la actividad de la política es en donde se ponen en marcha, de una manera más clara, los requerimientos de un verdadero hombre práctico, no hace falta hacer mucho esfuerzo para saber por cuál de las dos formas de relación sentía una mayor inclinación y que, en definitiva, fue la que lo llevó, estando aún muy joven, a tener contacto con dicho ámbito.
Pero por muy determinante que sea la vida práctica, las relaciones con los demás son otra de las fuentes que contribuyen a consolidarnos como sujetos, de ahí que ante la presencia de una bella figura femenina se deba estar atento, y más cuando de la unión se puede lograr una proyección de mayor alcance. A pesar de que el afán de tener una relación y la curiosidad por tener acceso a un mundo en apariencia mágico hayan sido los impulsos que sintió ella, sin dejar de lado la atracción física y erótica, se produjo una larga relación, de la cual surgió la figura singular de María Helena Henao.
Pero, ¿cómo hacer la conciliación y la transición de esos difíciles primeros momentos a otros cargados de una mayor significación social? Al fin y al cabo, permitir que una mujer entrara a formar parte de su vida debería ser una decisión muy medida y razonada. La primera situación dramática requería ser bien asimilada para poder ser superada en un nuevo escenario. Había quedado claro que la parte afectiva en las relaciones familiares, la que nos aporta una importante dosis de autocontrol y seguridad, había fracasado totalmente como para facilitar que la amarga experiencia contara con nuevos espacios para gestarse nuevamente en tragedia y volver a producir dolor. Si los seres con los que nos tenemos que sentir más seguros y los que nos deben hacer sentir un mayor cariño y afecto son los que nos infringen un mayor daño, nada seguro se debe esperar ante el eventual compromiso con otra persona. De ahí que el inicio de la relación comenzase con unos presupuestos no muy cariñosos ni halagüeños. Yo no soy novio ni marido de nadie, no quiero tener ningún compromiso que de cara a la galería sea visto como políticamente correcto, ni mucho menos adoptar el papel de un hombre responsable que sabe cumplir con sus deberes maritales. Lo que puedo ofrecerte a cambio, le transmitió Jaime a María Helena con mucha claridad, es una relación de pareja de mutuo respeto en donde los espacios de crecimiento y de dedicación al estudio sean los que tengan un mayor protagonismo.
Sin abandonar desde luego las actividades que el resto de las personas consideran nucleares y centrales en sus vidas, ella, en un primer instante, aceptó sin hacer miramientos. Esos bellos ojos verdes, esa figura esbelta y bien delineada, en definitiva, toda su masculina y hermosa figura eran motivos suficientes para aceptar la invitación. Aunque la belleza femenina de ella no demeritaba en nada. Su formación profesional y la educación recibida en la cuna de una buena familia eran motivos más que suficientes para ser aceptados como dote por cualquier pretendiente. Sin embargo, vio con buenos ojos que la propuesta arriesgada de él incluía aspectos nada comunes entre las personas del lugar. Reconoció como válidos los argumentos en contra de ver la relación desde la óptica de los sentimientos, de las bonitas palabras y de los superficiales afectos que se muestran las personas cuando hablan de amor y compromiso. Aceptó a cambio el camino del reconocimiento al que tendría que llegar para no solo sentirse mujer, sino ser tratada como tal. Los referentes que tenía como modelo y que eran los que deberían servir como ejemplo estaban bastante alejados de aquellas altas metas.
A nosotros esto nos puede parecer raro o exagerado, pero solo tienen que levantar la cabeza y dirigir la mirada a las personas que los rodean. Miren a su pareja a los ojos, a sus hijos, padres, hermanos y amigos. ¿Qué tipo de relaciones ven? ¿Qué clase de trato hay entre ellos? ¿Por asomo, hay la más mínima distancia con esa instancia inmediata y superficial que lo impregna todo? ¿Acaso ven unas relaciones que estén por encima del carácter narcótico y, por tanto, anestesiado, de una sociedad sumida en el más atroz de los atrasos?
No hay que ser muy crueles con estas consideraciones, pero lamentablemente, la gran mayoría se mueve dentro de este escenario. Quizás sin saberlo, y eso es lo más doloroso, comparten la vida que les ha sido regalada dentro de los límites en los que se mueven sus propias mascotas. ¿Acaso no obedecen ante los estímulos del mundo exterior desde los reflejos incondicionados? ¿No salivan todos, o casi todos, al percibir el delicioso aroma de una comida conocida que sale de la cocina? ¿Los domingos por las tardes no se les regocija en corazón y entran en estado espiritual al escuchar el replicar de las campanas que llaman a la misa de las seis? Ese perro de un tal Pávlov está más presente en los comportamientos de las personas de lo que ellas mismas pueden llegar a imaginar. Este no es un comportamiento propio de los pueblos atrasados del cinturón de miseria del planeta, se puede ver y apreciar con la misma claridad en las sociedades más desarrolladas. La riqueza y la posición social no son garantía para escapar de estos presupuestos.
Cuesta mucho trabajo lograr el nivel de reconocimiento que nos sirva para alejarnos y pasar por encima de lo antes expuesto. Dar el salto de esa primera etapa existencial a una más vivencial es una tarea que no todos están en condiciones de asumir ni de hacer. Pasar de unas relaciones anodinas e inertes a otras de mayor calado humano no es sencillo. Es tan notoria la diferencia en estos modos de vida que la unión de nuestros protagonistas era vista en algunas ocasiones y por algunas personas como algo anormal, pero esta es una cuestión de constitución como sujetos. Si ante una vida triste, vacía, narcotizada no se tienen los elementos suficientes para gozar de los mismos regalos que te ofrece la vida, si ves todo lo que te rodea como un simple espacio de supervivencia en donde se libra una guerra a ciegas por obtener los recursos para perpetuar la subsistencia, ¿cómo se puede esperar que capten y recepcionen la gran diferencia marcada por unas personas que no solo han llegado a una esfera superior, sino que la gozan y la disfrutan plenamente?
Pero vaya paradoja, la meta lograda sería el nivel en el que todos deberían estar, es la vida plena de la que todos podrían gozar y que, por las mismas circunstancias adversas de la vida, por haber estado siempre de espaldas a nuestro propio desarrollo, por haber creado el mundo —en apariencia humano— hostil a nuestros propios intereses, hemos caído prisioneros, sin darnos cuenta, del producto de nuestras propias manos. Y la mayor tragedia es ver cómo se defiende esa impostura como la única realidad verdadera y, por tanto, las relaciones surgidas de ellas como las auténticas humanas.
Superar esa situación requiere de una labor ardua y difícil, de un compromiso serio y de una dedicación completa. No son gratuitas las largas horas pegadas a los libros, las eternas noches de lectura y reflexión. Esta tarea requiere de unos espacios y de una disposición sin miramientos. María Helena facilitó con su propio esfuerzo el escenario para que esa misión se cumpliera. La infinita sed compartida de conocimientos y el trabajo incesante en la búsqueda de la verdad la tuvieron a ella como protagonista central. En su múltiple tarea de primera receptora de los logros obtenidos, compañera de vivencias y demás ocupaciones de la vida cotidiana, se supo mover al ritmo que el titánico esfuerzo requería. También tuvo sus momentos de duda y de temor. No es fácil ser Dios. La fuerza de la costumbre social empañó por momentos su vista. De ahí que las vicisitudes que tuvo adquirieron también relevancia real.
¿Estaba ella en las condiciones de cumplir la tarea de un Cíclope? ¿Podría sostener con sus delicadas manos el pesado martillo y golpear con él sobre el yunque que sostenía el Hefestos paisa en su fragua para la elaboración de las herramientas de los dioses? Con toda seguridad que no. Pero, ¿quién estaría en condiciones de hacerlo? Lo más probable es que ella corría a esconderse asustada a un rincón para protegerse del fuego abrazador y purificador que salpicaba de la fragua. Acurrucada le caían chispas al lado y su resplandor le permitía observar la terrible escena en la que la realidad se abría paso. Esto bastó para que su relación con la vida cambiara. De aquellos destellos no surgieron solo tridentes, escudos y martillos, también contribuyeron a la estilización de un ser humano completo. La mujer que comenzaba a emerger dejaba tras de sí la silueta de un sujeto que marcaba una profunda diferencia.
El camino que habían recorrido en común, los grandes esfuerzos por mantener el ritmo, aun con la notable hostilidad del entorno no solo natural, sino también social, deberían conducir a la obtención de un sujeto completo y plenamente integrado. De aquellos primeros fragmentos irreconocibles se tendría que lograr una forma compacta y sólida que sirviera de base para moldear en ella el objeto por fin buscado. Del amasijo informe de los inicios no se pretendía crear una obra cualquiera. La tarea de creación no era la transformación de la materia en un objeto vulgar y corriente, ni siquiera darle forma a la misma a través de un cuadro, un texto o una escultura. La misión era esculpir a una persona, que de esas primeras instancias deformes apareciera por fin algún tipo de individuo, el cual, aun dentro de lo duro y agreste del material, tuviera la capacidad de la fluidez y la flexibilidad para soportar el peso de lo real, pero también la sensibilidad concreta para disfrutar plenamente de la vida. Y no nos equivoquemos. Los espectros que se suelen ver deambular por la calle llaman a engaño. Las vidas vacías y anodinas, la proyección de lo humano fuera de sí, la férrea creencia en esferas supraterrenales traicionando la misma esencia del proceso histórico, la falta de reconocimiento en definitiva y la ceguera general marcan el compás de los tiempos no solo pasados, sino también presentes. En medio de este ambiente desolador y triste, la correlación de crecimiento de nuestros dos protagonistas avanzaba. Las lecturas en común y la reflexión compartida, las conclusiones sacadas y la puesta en práctica de lo aprendido comenzaban a dar sus frutos.
La Venus de Botticelli se cubre con pudor los pechos con sus brazos y la genitalidad con su frondosa mata de pelo. María Helena Henao no necesitaba de ningún elemento para cubrir su desnudez, había llegado a la plenitud de la madurez femenina sin que el rubor subiera a sus mejillas. Algunos podrían llegar a pensar que detrás de su figura se ocultaba una persona ordinaria, parca o con mal gusto. No adivinaban que la sencillez de sus formas era debido a todo lo contrario. Era plenamente consciente de su propia imagen, de la postura de su cuerpo, de lo lento pero seguro de sus movimientos. En lugar de la ostentación y la apariencia, que por lo regular reviste vaciedad y mentira, ella hacía gala de una elegancia poco habitual, así su atuendo fuera simple: un pantalón, una blusa con un jersey y un bolso de lo más común en el que guardaba la merienda preparada en casa que luego compartirían frugalmente en cualquier lugar. El espacio que ocupaba tenía una dimensión sobrecogedora. Lo silencioso de su presencia se hacía notar más que el ruido y la algarabía. Sus breves intervenciones eran precisas y exactas, no necesitaba alzar la voz para que se la escuchara. Encontraba siempre el momento justo para dar su opinión que, al igual que su semblanza, nunca dejaba indiferencia. En ella estaban ausentes la vanidad y la coquetería. No necesitaba pintarse los labios de rojo sangre ni sus parpados de color lila. Los pendientes, los aretes, las cadenas y demás artilugios de los ritos antiguos no formaban parte de su repertorio. Era consciente de que el hombre los había dejado atrás hacía muchísimo tiempo, de ahí que traerlos al presente significara para ella retrotraer momentos ancestrales cargados de aspectos mágicos. Su magnetismo emanaba de su propia condición de ser humano y no de ningún arabesco que colgara de su cuerpo.
Todo esto hacía que la manera de comportarse de María Helena adoptase las formas más delicadas y sensibles. Lo normal ante su presencia era notar la ternura y la atención con que se enfrentaba a cualquier situación. Tanto al preparar una deliciosa comida como al servirla mantenía una postura de silencio y respeto. Esas saludables ensaladas acompañadas de un filete de pescado a la plancha y de una fresca limonada casera. Era común en ella buscar y seleccionar los mejores cafés que se estuvieran produciendo y de ponerlos a tu disposición si así lo insinuabas. Después de la ardua búsqueda y de las gestiones para tenerlos dispuestos en casa, se deleitaba en la preparación y el disfrute junto con sus invitados. ¡Cómo olvidar esos momentos en los que se compartieron esas tazas de café con ellos! Ante su presencia el café adquiría otra dimensión. Ya no era la simple ingesta o degustación, sino el mismo momento vivido. Con solo manifestar que el producto era excelente ella corría a realizar las llamadas para que lo más pronto posible lo tuvieras en tus manos. Lo del coste o el transporte no importaba, lo esencial era que tú gozaras de los logros y los descubrimientos que ella había hecho. De esta manera, los espacios y los ratos se transformaban en otra cosa. Era como si lo común de la vida cotidiana hubiera tomado otra forma; como si lo ordinario y lo sencillo de los pequeños momentos de la vida más insignificantes se hubieran metamorfoseado en otro tipo de vivencia. Con ellos, sin apenas darse uno cuenta, se pasaba de un estado a otro. La dimensión cotidiana de sus vidas transportaba a un nivel superior. Se podía palpar en el aire el tránsito de la esfera múltiple de lo cotidiano a lo estético del nuevo ser.
Aquí no estaba en juego la simple observación del hecho natural, ni siquiera del social. No se trataba de interiorizar lo aprendido para que tu aparato sensorial se transformara y de esta manera pudieras ver la realidad con nuevos ojos. No, el sentimentalismo, la sensibilidad ordinaria y carente del más mínimo contacto con la realidad está precisamente oculta en regiones incógnitas para el ser. Si Stendhal se derrumbó ante la belleza de la Basílica de la Santa Cruz en Florencia —al parecer sufrió un shock emocional— y con este extraño acto marcó el camino de gran parte del romanticismo, las enseñanzas de nuestros amigos estaban encaminadas en un sentido muy diferente. Es fácil caer de bruces, llorar y balbucear ante un hecho, bien sea artístico o de cualquier otro tipo. No es que tu sensibilidad se haga fina y tiemble ante el menor soplo del viento, sino en reconocerte como sujeto histórico y saber ver que lo que tienes en frente es el fruto de tu propio trabajo.
Todos estos aspectos estaban a disposición del que los quisiera ver. Los intentos por transmitir esas vivencias a otros eran constantes. La pareja abría las puertas de su casa a todo aquel que estuviera dispuesto a aprender. No solo eran espléndidas meriendas, sanas comidas o deliciosos cafés en torno a una plácida y formadora conversación lo que te ofrecían; también ponían en tus manos copias de materiales literarios desconocidos y difíciles de conseguir. Los libros valiosos iban y venían, no importaba el coste o el valor, daba igual, lo único que importaba de verdad era que los tuvieras en tus manos. El único compromiso que adquirías con ellos era que aprendieras; la única tarea, que después les ofrecieras tu propia lectura. La confrontación con lo aprendido era tan dura y dolorosa que en ocasiones quebraba tu ánimo y el primer impulso se detenía. Sin entender por aquel entonces que esta dialéctica de muerte y resurrección es necesaria para poder dar saltos cualitativos hacia adelante. La entrega total que habían hecho de sus vidas al conocimiento chocaba con el desinterés y la falta de compromiso de los demás. No es fácil dejarse la piel tratando de comprender el gran legado humano depositado en las obras filosóficas, desde los griegos hasta la actualidad, para ver la desidia con la que otros se enfrentan a los retos que se les proponen solo en aras de su propio crecimiento.
Si por alguna circunstancia adversa te veías en la obligación de pedirles algún tipo de ayuda, no dudaban en ningún momento en que se materializara sin pedirte la más mínima explicación. Confiaban en el hombre y se habían puesto como meta su transformación. Así fuera desde el más discreto silencio y, entre un grupo reducido de personas, la misión iba adquiriendo forma. Ante la eventual devolución del favor prestado, la respuesta más normal era que utilizaras el dinero para comprar una obra aún ausente de tu pequeña y humilde biblioteca. De esta forma la Estética de Hegel pasó a ocupar un lugar en la vacia, por el momento, estantería de uno de aquellos afortunados.
¡Cómo no van a marcar la vida de una persona este tipo de vivencias! ¡Cómo no va a estar alguien eternamente agradecido con este tipo de comportamiento! Aunque no fueron muchos los que verdaderamente supieron ver la riqueza que se ocultaba detrás de este par de seres humanos, el ramillete al fin se seleccionó. Se podrían dar cuenta de unas tres o cuatro personas que supieron ver y apreciar el regalo ofrecido. Ronnall Castro recuerda que, en una ocasión, buscando libros de filosofía, se agachó a coger un tomo de las obras completas de Lenin. En ese momento, una pareja que estaba al lado se dirigió a él. Se trataba de María Helena y de Jaime Moreno. Ahí estaban en Bogotá, buscando libros usados y entrando en contacto con otras personas en el momento justo y preciso. A Ronnall este encuentro le salvó la vida. Aquel día lo acompañaba un amigo, que también recibió con gusto las enseñanzas y los consejos y que desafortunadamente se confundió en los laberintos ocultos detrás del velo de lo real. Se había perdido la vida de alguien con quien tuvo contacto por haberse desviado del recto sendero de la búsqueda de la verdad a la que se le había invitado a participar. El amigo ausente y Ronnall sabían esto muy bien. De ahí que este último reconozca el valor del encuentro y lo marque como momento determinante en el transcurso de su vida.
El caso de Diego Correa adquiere la misma dimensión. En una librería de libros usados en Medellín estableció el primer contacto con ellos. Comentando y haciendo referencia a un libro de Kant, recibió las primeras y duras lecciones sobre aspectos de la filosofía que eran totalmente desconocidos para él. La pareja de María Helena y Jaime extendió sus influencias a aspectos directamente relacionados con su forma de vida. Diego descubrió otra manera de ver actitudes que hubieran permanecido ciegas sin la aparición de este par de amigos. Gracias a unas palabras justas y certeras pronunciadas en la forma y el momento adecuado emprendió un cambio radical en su comportamiento. La pasión ciega, el deseo de posesión, confundidos ante la ingenuidad y la fragilidad de su compañera de vivencias comenzaron lentamente a transformarse en un trato más próximo y cercano. Su visión de la relación con la compañera dio un giro, lo que a la larga redundó en el bienestar de ambos y de la familia en general. No hay ninguna duda que de aquellos primeros intentos fue de donde surgió la unión fuerte y duradera que aún mantiene firme y solida la relación.
La proyección que irradiaba la pareja de amigos se extiende a los demás integrantes del grupo. Los hijos de varios de los amigos cercanos, Yennifer, Santiago o Mateo son fieles herederos de aquella rica herencia. Los intermediarios se quedan con la satisfacción de compartir de una forma más íntegra los regalos que la vida da en compañía de los seres más queridos y próximos, y con la gratificación de pasar el testigo de la lucha por la vida a sus descendientes más directos, sin que esto signifique que no se hayan incluido en el círculo de influencia a otras personas cercanas o amigas.
Hay casos en los que se ha logrado que personas despiertas y atentas beban también de la fuente, con lo que el ramaje de las influencias y las interacciones han alcanzado a otros en la distancia. Como mínimo, hay dos casos de estudiantes que se han visto arrastrados a cambiar sus temas de investigación por la fuerza de lo real. Un entrañable amigo español, estudiante del grado en filosofía, ha realizado el tránsito de la astrología y de la estética fascista de la muerte a la estética marxista de representar la esperanza de la vida en un reconocimiento humano de lo social y lo real. También está el caso de un amigo peruano, doctorando en filosofía, Aldo Gaspary, que realiza su estancia de investigación en España, que ha dado de momento muestras de querer pasar del existencialismo heideggeriano a la estética crítica de Adorno. Lentamente se va acercando a la cúspide de la nueva concepción ontológica de la humanidad de nuestro gran amigo y apreciado Lukács. El acercamiento es pálido y difuso pero los signos son inequívocos.
María Helena y Jaime Moreno han cumplido con una tarea encomiable. La gratitud hacia ellos estará siempre presente. Esa larga tarea que emprendieron hace más de cincuenta y dos años ha dado buenos resultados. Para ellos siempre resultó gratificante poder disfrutar de los maravillosos regalos que ofrece la vida. Vivieron cada momento como irrepetible. Gozaron cada instante de forma inolvidable no solo para ellos, sino para las personas que los acompañaron. Su objeto no fue tanto conseguir el reconocimiento de los demás, sino que los otros lograran el autorreconocimiento. Nunca esperaron nada a cambio, solo que los demás fueran capaces de producir una transformación propia.
El amor por la vida y los momentos compartidos no encontraron obstáculo incluso dentro de las mayores limitaciones físicas. Las últimas dolencias óseas que estaba padeciendo ella, antes de morir, los dirigió por un trabajo de recuperación a través de una ardua tarea de masajes y de tratamientos con productos naturales. El deseo por dar un paseo juntos, el anhelo de él por poder volver a verla caminar, así fuera de forma breve por la calle, embargó de ánimo la vida de nuestros dos queridos amigos. Ya había quedado atrás el deseo de dar un paseo juntos por las antiguas calles coloniales de Mompós. De visitar las enormes y bellas librerías de Buenos Aires para ver si se podía encontrar la última joya de Lukács o de un realista ruso y volver a sentir la vida. Al fin y al cabo, al menos habían aprendido a leer y esto les permitía gozar de logros a los que muy pocos pueden llegar. La luz del universo entraba de lleno produciendo la sintaxis de la vida ante la lectura de un pasaje de la Madre de Gorki. Ella sentía tanta alegría ante la belleza y la claridad de la verdad desvelada que decía: solo por estos momentos valió la pena haber vivido la vida y haberlo hecho a tu lado, te agradezco compañero por hacerme estos maravillosos regalos. ¡Qué feliz soy!
Diego Fernando Correa
Leipzig, 23 de septiembre de 2021
Notas de autor
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Forma de citar (APA): Correa-Castañeda,
D. F. (2022). Carta al editor. Tributo a María Helena Henao y Jaime Moreno. A la memoria
de María Helena Henao. Caruquia. Revista Filosofía UIS, 21(1). https://doi.org10.18273/revfil.v21n1-2022015