RELACIONES INTERNACIONALES

Configuración multipolar del sistema internacional del siglo XXI

Multipolar configuration of the international system in the 21st century

Leyde E. Rodríguez Hernández
Instituto Superior de Relaciones Internacionales. “Raúl Roa García”, Cuba

Política Internacional

Instituto Superior de Relaciones Internacionales "Raúl Roa García", Cuba

ISSN: 1810-9330

ISSN-e: 2707-7330

Periodicidad: Trimestral

vol. 4, núm. 1, 2022

politicainternacionaldigital@gmail.com

Recepción: 08 Octubre 2021

Aprobación: 06 Diciembre 2021



Resumen: El sistema internacional del siglo XXI se encuentra en plena transformación multipolar, tras el final de la confrontación bipolar (1947-1991) y luego de las llamadas guerras contra el terrorismo, se acentuó la pérdida de la hegemonía de los Estados Unidos y el proceso decadencia como única superpotencia; precisamente, en el contexto de la crisis multidimensional del sistema capitalista mundial.

Palabras clave: Estados Unidos, polaridad, multipolaridad, hegemonía, decadencia, guerra, terrorismo.

Abstract: The international system of the 21st century is in full multipolar transformation, after the end of the bipolar confrontation (1947-1991) and the so-called wars against terrorism, the loss of hegemony of the United States and the process of decline as the only superpower was accentuated, precisely in the context of the multidimensional crisis of the world capitalist system.

Keywords: United States, polarity, multipolarity, hegemony, decline, war, terrorism.

INTRODUCCIÓN

En la tercera década del siglo XXI el sistema internacional atraviesa una nueva reorganización, en la que el poder se encuentra, por primera vez en la historia, distribuido de manera global de forma multipolar.

Los estados han dejado de ser los únicos agentes activos de poder, pero un grupo de potencias medias y emergentes pugnan y actúan en alianzas para estabilizar una nueva distribución de poder mundial, que va dejando atrás la coalición unipolar encabezada por Estados Unidos, tras la desaparición de la comunidad de Estados socialistas en la Europa del Este, de la URSS y de los sucesos del 11 de septiembre del 2001, en Nueva York, que condujeron a la fracasada “guerra contra el terrorismo”.

Es importante definir que un sistema puede ser conceptualizado como un conjunto de elementos en interacción, formando una totalidad y manifestando una cierta organización. En el caso de las relaciones internacionales se considera que las interacciones entre los actores constituyen un sistema que presenta ciertos rasgos característicos. Esas particularidades, que representan la estructura del sistema, se distinguen bajo la forma de reglas de juegos y ellas pesan, como obligaciones, en el comportamiento de los actores.

Entre los elementos que estructuran un sistema y que van a contribuir a diferenciarlo de otros existentes o que hayan existido, es importante la configuración de polos de poder. La polaridad connota, precisamente, una supuesta distribución de fuerzas. De ahí que, en el estudio de las Relaciones Internacionales, analicemos las estructuras alternativas del sistema internacional: bipolar, unipolar, multipolar y pluripolar (Rodríguez, 2017).

El sistema bipolar:

En este sistema dos potencias dominan a sus rivales hasta el punto que se convierten, cada una de ellas, en el centro de una coalición, viéndose obligados los actores secundarios a situarse en relación con los bloques, uniéndose a uno u otro, a no ser que tengan la capacidad de abstenerse. Los actores principales persiguen el objetivo de no encontrarse a merced de su rival e impedirle la adquisición de medios superiores a los suyos. Las alianzas son permanentes y existe un sistema de premios y castigos dentro de cada bloque.

Algunos teóricos de las Relaciones Internacionales han considerado que el equilibrio bipolar es el más eficaz, como ocurrió durante la “guerra fría” desde 1960 hasta 1991. Aunque la existencia de diversos actores de peso global le concedió, en ese periodo histórico, un carácter policéntrico al sistema internacional; lo cierto es que sobresalía la bipolaridad soviético-estadounidense.

El sistema unipolar:

La característica distintiva de este sistema radica en que un actor absorbe a los demás eliminándolos como agentes internacionales. El ejemplo clásico es el Imperio Romano donde las unidades políticas eran conquistadas y pasaban a formar parte del sistema imperial, con mayor o menor grado de dependencia, pero todas ellas respondían al mismo centro hegemónico.

En el siglo XX, el sistema internacional fue unipolar entre los años 1945-1950 y entre el siglo XX, en 1991, y el XXI, desde mi punto de vista, hasta alrededor del 2011, con el fracaso de las guerras estadounidenses “antiterroristas” y el veto, por primera vez, de China y Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU de una resolución contra Siria, país que Estados Unidos no pudo invadir ni derrotar militarmente, lo cual puede también cuestionarse con el argumento de que la existencia de una única superpotencia mundial no llegó al punto de la disolución del sistema internacional históricamente multicéntrico. En el caso de todo el periodo posterior a 1991 Estados Unidos, en su estatus de única superpotencia, no pudo ganar ni una sola guerra, pese a su notable sobredimensionamiento militar.

El sistema multipolar:

La particularidad de estos sistemas radica en que las potencias principales son más de tres y sus fuerzas no son demasiado desiguales. En este sistema aumenta la previsibilidad y disminuye la posibilidad de conflicto y la negociación diplomática debe anteponerse a la guerra para poder mantener el equilibrio. Un ejemplo, en la historia de las relaciones internacionales, fue la Europa de los siglos XVIII y XIX.

En el siglo XX el sistema internacional fue multipolar entre los años 1929-1945, abarcando así el periodo de la Segunda Guerra Mundial. La alternativa de un sistema internacional multipolar con centros de decisión autónomos, incorporaría a un conjunto de países, tanto del Sur como del Norte, en los procesos de desarrollo de la economía mundial. Esta configuración de fuerzas internacionales tiene implicaciones que van mucho más allá de lo económico. Significa que ningún Estado tendría predominio sobre el sistema internacional y aparecerían un conjunto de centros de poder que estarían en condiciones de tomar decisiones sobre los diversos y complejos temas de la política internacional.

Relacionado con la multipolaridad, desde el Sur, se ha utilizado la expresión pluripolaridad de las relaciones internacionales porque se trata de una configuración de fuerzas geopolíticas bien heterogéneas, con identidades culturales distintas, heterogéneas también en lo ideológico y político, propio de los casos de América Latina y el Caribe, en los marcos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos) (ALBA-TCP) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en los que existe la reivindicación de construir en la diversidad, con otros polos de poder mundial, un sistema internacional pluripolar.

Por lo tanto, la configuración de fuerzas o de polos de poder es un elemento esencial utilizado, desde hace varias décadas, para definir la estructura del sistema internacional. Existen otras características que se relacionan con la anterior, pero que, aisladamente, en el análisis teórico de las relaciones internacionales, ocupan un lugar secundario: la jerarquía de las potencias, la homogeneidad y la existencia de regímenes internacionales: o sea, un conjunto de normas en el ámbito de las relaciones internacionales, como el comercio, las comunicaciones, la navegación, a través de las cuales es regulada la interacción entre los estados y se pueden establecer relaciones menos conflictivas.

En el caso de los actores estatales, ellos trasladan los intereses de sus políticas internas al escenario internacional, generando no pocas veces conflictividad. Por eso, un segundo elemento, en el análisis sistémico de las relaciones internacionales, es la diferenciación entre los aspectos internos y externos del sistema. El interno está sometido a las demandas provenientes del exterior (escenario o ambiente), respondiendo o no, el sistema tratará de mantener su estabilidad. Esas demandas podrían llevar al sistema a adaptar sus estructuras o no y sus respuestas tendrían, en su momento, un efecto modificador del escenario o ambiente internacional.

A diferencia de otros sistemas (por ejemplo, el nacional), el sistema internacional actual es global y cerrado, lo que significa que no puede exportar sus contradicciones y, al estar obligado a asumirlas, obliga a cada una de sus unidades constitutivas a la tentación o a la obligación de trasladar sobre los otros actores el peso de sus propias tensiones internas (Merle, 1988: 359).

La noción de sistema puede también ser utilizada a diferentes niveles. En el siglo XX se describió la existencia de un sistema internacional dividido en dos subsistemas: el capitalista, liderado por Estados Unidos, como líder de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y el socialista, teniendo como cabeza de bloque de la Organización del Tratado de Varsovia (OTV), a la Unión Soviética. Los subsistemas también pueden corresponder a las interacciones en un área específica o muy particular: regionales, internacional económico, monetario y financiero, para solo citar algunos ejemplos.

También se ha pretendido presentar las relaciones internacionales como una sucesión de sistemas o de su reconfiguración. La aproximación sistémica, aplicada al periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, ha permitido distinguir cuatro fases. La primera denominada de la Guerra Fría (1947-1962), marcado por la construcción de las reglas de funcionamiento del sistema bipolar. El periodo de la distensión (1963-1979), caracterizado por la cooperación y la competencia en un escenario internacional bipolar, seguido de la etapa 1980-1989 diferenciada por la abrupta degradación del proceso de distensión, agudizando la confrontación bipolar, y dando lugar a una coyuntural unipolaridad del sistema internacional en 1991, tras la desaparición de la URSS y la emergencia de una única superpotencia en las relaciones internacionales.

Claros ejemplos de ese momento unipolar fueron la guerra del Golfo Arábigo Pérsico (1991), la “intervención humanitaria” en Somalia (1992), los indiscriminados bombardeos contra Yugoslavia (1999) y las guerras injustas contra Iraq (2001), Afganistán (2003) y Libia (2011). El “nuevo” intervencionismo imperialista puso en práctica un sangriento terrorismo de Estado bajo la dirección del Complejo Militar-Industrial de Estados Unidos por el control geopolítico de vastos territorios en otros continentes y el apoderamiento de los principales recursos energéticos y minerales en beneficio de las transnacionales estadounidenses y otras potencias capitalistas aliadas al proyecto de dominación global de Estados Unidos, que con esos fines logró colocar una red de alrededor de 737 bases militares en más de 130 países (Blum, 2005: 460).

Este trabajo tiene el objetivo de evidenciar y admitir que la unipolaridad, en la dimensión militar y política del poder, se correspondió con la realidad global de los años 1991-2011, pero ahora persiste una correlación de fuerzas internacionales caracterizado por una etapa multipolar que podría consolidarse en medio de profundas tensiones y conflictividad en un medio global caracterizado por la heterogeneidad y diversidad de las fuerzas y entidades actuantes.

DESARROLLO

En un sistema internacional que estuvo dominado en el orden estratégico y militar por una superpotencia, las guerras contra Afganistán, Iraq y Siria resultaron un fracaso militar para Estados Unidos. La repercusión ha sido un escenario global más incierto, inseguro e inestable.

El intento de las administraciones de George W. Bush y Barack Obama de conformar un “nuevo orden mundial”, mediante la “guerra contra el terrorismo”, quebrantó los principios básicos de la Carta de las Naciones Unidas y erosionó el orden jurídico internacional, con la puesta en práctica de nuevas interpretaciones y conceptos como: “soberanía limitada”, “intervención humanitaria”, “responsabilidad de proteger” y “legítima defensa preventiva”, que sustentarían las proyecciones de las potencias imperialistas. El “antiterrorismo” de Estados Unidos abrió una fase inédita de conflictividad e intervencionismo imperialista.

La actuación e influencia de los estados en una dinámica de guerra global contribuyó al surgimiento de nuevos procesos y a la reconfiguración del sistema internacional. Si bien ha existido una sola superpotencia en el escenario mundial con todos los atributos del poder delineados en lo político, económico y militar, en las dos últimas décadas disminuyó la capacidad económica de Estados Unidos, así como sus posibilidades para dominar el planeta por mecanismos de coerción económica y militar. La Unión Europea, en crisis económica, pero con un gran potencial tecnológico y mediático-comunicativo, se ha mantenido, en general, acomodada a la estrategia de dominación estadounidense en los marcos de la OTAN, respaldando, de esta manera, una correlación de fuerzas favorable al bloque de países occidentales en las primeras décadas del siglo XXI.

En ese contexto, la influencia económica mundial y regional de China y la India ha sido cada vez más creciente. La agresividad y el militarismo de Estados Unidos continuó acercando las posiciones de Rusia y China en el terreno político-diplomático, económico, tecnológico y militar, y en sus visiones sobre quién es el máximo responsable de los problemas que afectan la paz y seguridad internacional.

La política exterior de Rusia evolucionó hacia actitudes más críticas sobre el accionar agresivo y militarista de Estados Unidos. Las diferencias ruso-estadounidenses sobre importantes cuestiones de defensa y seguridad global, tienden a acrecentarse por el impulso norteamericano a la carrera armamentista y sus pasos unilaterales hacia el despliegue del sistema de “defensa” antimisil europeo en República Checa y Polonia, el expansionismo de la OTAN hacia el Este y en las fronteras con Ucrania. Rusia es un centro de poder activo y efectivo en la toma de decisiones de la política internacional actual, pero su actuación también se ha visto limitada por parámetros económicos o tecnológicos, lo cual intenta sobrepasar con sus propios esfuerzos o mediante el tejido de alianzas internacionales con China y otras potencias medias.

Solamente en América Latina se han producido nuevos procesos progresistas en un intento de los nuevos sectores de izquierda de producir un cambio social en “Nuestra América” frente al neoliberal y la dominación estadounidense. En esta región se produjo un avance en el proceso de transformaciones progresistas, que desafiaron la unipolaridad de las potencias occidentales, en las proximidades de las fronteras nacionales de Estados Unidos. La influencia regional de la Revolución Bolivariana en Venezuela, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos) (ALBA-TCP) y la concertación en los marcos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), sin la presencia de Estados Unidos y Canadá, aportaron elementos cualitativamente diferentes para la construcción de un sistema internacional pluripolar, en alternativa a la conformación por las principales potencias imperialistas, de alianzas multipolares que impidan la modificación de la injusta realidad internacional.

Ningún otro periodo histórico de las relaciones internacionales conoció los actuales peligros de la difusión del poder global, que se caracteriza por la proliferación de las armas nucleares, la amenaza de guerra nuclear y el fenómeno del terrorismo transnacional. El empleo de apenas un centenar de esas armas sería suficiente para crear un invierno nuclear que provocaría una muerte espantosa en breve tiempo a todos los seres humanos que habitan el planeta. La guerra, incluso con armas nucleares, es un peligroso fantasma que persigue y amenaza en el tiempo presente y futuro a la especie humana. Una guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia, China o Irán1, agravaría la crisis de funcionamiento del sistema internacional, tendría terribles consecuencias para la economía mundial y acercaría las posibilidades del uso del arma nuclear en una región, en el caso del país persa, donde Israel acumula cientos de armas nucleares en plena disposición combativa, y cuyo carácter de fuerte potencia nuclear ni se admite ni se niega (Castro, 2012b).

Los Estados Unidos atraviesan el revés estratégico de su propia doctrina de política exterior, porque, con la “guerra preventiva” contra el “terrorismo”, desplegó ambiciosas metas militaristas y de dominación global que han influido inevitablemente en su clara declinación económica y en sus perspectivas futuras como potencia mundial. El desenlace de estas contradicciones será perjudicial para el devenir de una nación que invirtió enormes recursos políticos, económicos y militares en un conjunto de guerras que no evitaron el proceso de decadencia de una superpotencia que ha insistido en expandirse mediante el uso de la fuerza militar, dejando la huella indeleble de su debilidad.

Por lo tanto, también aquí queda implícita la tesis sobre la ridícula posibilidad de que Estados Unidos sea eternamente el amo del mundo. A largo plazo, la política internacional está condenada a hacerse cada vez menos propicia a la concentración de un poder hegemónico en las manos de un Estado. Visto así, Estados Unidos no solo ha sido la primera superpotencia global, sino que muy probablemente será la última.

La razón profunda se encuentra en la evolución de su economía. El poder económico también corre el peligro de dispersarse. En las próximas décadas ningún país será susceptible de alcanzar aproximadamente el 30 % del Producto Interno Bruto Mundial (PIB), cifra mantenida por Estados Unidos durante la mayor parte del siglo XX, que llegó a ser del 50 % en el año 1945. Después del inicio del declive del liderazgo estadounidense, ningún Estado en solitario podrá obtener la supremacía que gozó Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Este objetivo declive del poderío estadounidense favorece el cambio inexorable del sistema internacional hacia la multipolaridad, pues como advierten las lecciones de la historia, las pretensiones de dominio global por un Imperio, siempre tuvieron un efecto inverso: el ascenso vertiginoso de las potencias emergentes y la caída segura del principal centro de poder en el sistema internacional2.

La configuración de la estructura multipolar del sistema internacional

Estados Unidos:

La superpotencia se enfrenta a un fuerte deterioro de su imagen internacional y al resentimiento antiestadounidense en el Medio Oriente, Asia y Europa tras las agresiones militares en Iraq, Afganistán, Libia y los bombardeos con aviones sin tripulación, “drones”, en Paquistán, lo que está relacionado con la erosión del modelo económico y político de Estados Unidos.

Los Estados Unidos atraviesan una crisis de legitimidad y de liderazgo, porque frente a la imagen trascendida por la propaganda estadounidense sobre la existencia de un “eje del mal” que afectaba su “seguridad nacional”, vastos sectores de la opinión pública internacional creen que Estados Unidos se comporta en las relaciones internacionales como una potencia egoísta, injusta, brutal, irresponsable e hipócrita puesto que combate el terrorismo con más terrorismo y manipulando a los terroristas, según sus intereses de dominación global. Es una potencia peligrosa para la seguridad internacional porque promueve y mantiene el caos al asegurar, “en río revuelto”, un mejor control de las relaciones internacionales.

Si bien el polo que constituye Estados Unidos está bien identificado, todavía no queda claro cuántos otros polos tendrán la configuración multipolar y cómo serán constituidas las relaciones internacionales de ese tipo de sistema internacional. La Unión Europea, en mi opinión, seguirá siendo un polo, pero también cabe la pregunta: ¿se mantendrá o se desintegrará, después de la crisis económica y las contradicciones políticas que la afecta? ¿Habrá simplemente el polo China o un polo China-Japón o un polo Rusia-China? ¿Continuará el fortalecimiento de Rusia hacia otro polo de poder mundial? ¿Podrá Brasil reconstituirse en el cabeza de polo del conjunto latinoamericano y caribeño?

Sobre cada una de estas preguntas, relacionadas con el lugar que ocupará cada una de las principales potencias en la configuración del sistema internacional del siglo XXI, existe todavía un grado considerable de incertidumbre, sabiendo que las transformaciones estructurales del medio internacional se inscriben ordinariamente en el largo plazo. Sin embargo, estas tendencias pueden ser aceleradas, retrasadas por variables económicas, bélicas o las catástrofes asociadas al cambio climático global. Si aceptamos la idea de que para la potencia estadounidense la cúspide de su poderío ya pasó, es necesario también observar que la evolución hacia un sistema Internacional multipolar o pluripolar no equivale a la declinación total de Estados Unidos. La declinación significa una disminución del poder, un fracaso o decadencia en una o algunas de las dimensiones del poderío, pero no en todas; por lo que el ascenso de otros actores indica el inicio de un período de descenso acompasado de la influencia estadounidense, como parte del proceso de caída de la superpotencia.

Para establecer un diagnóstico sobre el proceso de declinación, es necesario profundizar en el análisis de si Estados Unidos está en condiciones de reconstruir las capacidades económicas perdidas y si su sistema imperialista está en posibilidades de salvarse mediante nuevas soluciones a sus propias contradicciones internas. Los modelos matemáticos de la dinámica geopolítica global llegan a la conclusión que una victoria a gran escala, en una guerra llevada a cabo por medios convencionales, sería la única opción para que Estados Unidos revierta el rápido colapso de su estatus geopolítico. Si la actual dinámica geopolítica persiste, el cambio en el liderazgo global se podría esperar para el 2030, y la única manera que Estados Unidos puede hacer descarrilar el proceso sería desatando una guerra a gran escala3, pero las consecuencias de un error podrían ser devastadoras porque su posición dominante en la política internacional no es la misma que en los años inmediatos a 1991.

A corto y mediano plazo, lo más probable es que Estados Unidos seguirá siendo una de las potencias centrales del sistema internacional sin que se reconozca el mantenimiento de la privilegiada posición de unipolaridad que obtuvo tras la desaparición de la URSS en 1991. Esto no significa que el Imperio ceda en política internacional, sino más bien actuará en concertación con otras potencias mundiales afines o como un imperialismo colectivo sin facilitar la transición hacia una multipolaridad organizada, mediante la promoción de la rivalidad con agrupaciones como el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), formado, en 2007, por Estados Unidos con la India, Japón y Australia o el pacto tripartito de seguridad entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia (Aukus), constituido en 2021, para defender de manera conjunta sus intereses en la zona del Indo-Pacífico y contener el poderío de China, lo cual también permitirá a Australia dotarse de submarinos de propulsión nuclear, en detrimento de un programa multimillonario, de tecnología francesa.

Esas alianzas relanzan la carrera armamentista entre las grandes y medias potencias, establecen, como en los tiempos de la “guerra fría”, bloques de carácter militar que favorecen las políticas de fuerzas al borde de la guerra, al estilo de las provocaciones militaristas en Ucrania, el intervencionismo activo estadounidense en la cuestión de Taiwán y el despliegue de la estrategia de “defensa” antimisil en Europa y Asia para preservar sus beneficios militares y económicos.

En lo fundamental, la estructura multipolar del sistema internacional está sustentada en las cinco principales economías mundiales y que, en orden de importancia, es como sigue: Estados Unidos, China, Unión Europea, India y Japón, además, Rusia, que es parte de este grupo, sobre todo, por su poderío militar y potencialidades económicas.

Esa configuración de fuerzas es consecuencia de los cambios que avanzan desde lo más profundo de las estructuras económicas instituidas en Estados Unidos (Wall Street) y pasan por Inglaterra (City londinense) y Japón, como un orden distributivo no compacto que trata de amalgamarse en el poder estadounidense y progresan en un sentido oscilante y de colisión con las redes que encabeza China junto a Rusia y a las de India, inmersas en una situación de atracción de las fuerzas europeas, en este caso, encabezada por Alemania que consolida su control en su zona de influencia, a pesar de las contradicciones de poder existentes entre las potencias europeas.

En realidad, el movimiento hacia el estableciendo de un sistema internacional multipolar está impulsado por la gran crisis económica capitalista iniciada en 2008, el agotamiento de las fuerzas occidentales y la expansión de China. Algunos economistas han anticipado que el dólar, como principal divisa internacional, está ciertamente cerca del final de su reinado, lo que podría dar lugar a graves penurias económicas para Estados Unidos. El gobierno estadounidense, exacerbada la crisis en tiempos de la pandemia de Covid-19, se enfrenta a una asfixiante deuda, a un mercado de bienes raíces fracasado, a una carga récord de deuda personal, a un sistema bancario inflado y sus ciudadanos padecen un desempleo persistentemente alto, que ofrecen el espectáculo de una economía tambaleante. Esa no es la imagen de una verdadera superpotencia digna de los privilegios obtenidos de la moneda de comercio mundial. Y es por eso, como señalamos, que otros Estados, al observar este proceso de decadencia de la superpotencia, ya comenzaron a utilizar otras monedas en sus transacciones comerciales y financieras internacionales.

Rusia:

En el caso de Rusia, la evolución es bien diferente a la de Estados Unidos. Después de la desaparición de la URSS, el Estado ruso tuvo una pérdida enorme en todas las dimensiones del poder. A pesar de esa situación no tardó en emerger sobre la base de las capacidades militares de la URSS, pues mantuvo la ambición de reconstruir su poderío e influencia mundial, lo que ha hecho que Estados Unidos la haya denominado como “un socio especial” en política internacional, aunque en temas de prioridad estratégica para sus intereses desoiga sus consideraciones, pero sin romper del todo el diálogo con el presidente Vladimir Putin.

Finalmente, Rusia quedó excluida, contradiciendo el sueño de Mijaíl Gorbachov, de entrar en la construcción de la Unión Europea. La manera en que se realizó la expansión de la OTAN y de la construcción europea propició la exclusión del gigante euroasiático de lo que un día Gorbachov denominó la “Casa Común Europea”, porque ser parte de la casa europea implica ser miembro de la OTAN y del bloque político y comercial occidental. Por consiguiente, Rusia persigue un poderío propio e independiente apoyada en su capacidad militar y sus recursos naturales, en alianza con los estados vecinos, con los que ha firmado tratados o neutralizado, comprometiéndolos en la visión de un sistema internacional multipolar. Esta es, probablemente, la posición más acorde con su configuración geopolítica, que es de una potencia ubicada entre dos regiones: Europa y Asia.

En estas condiciones, el gobierno ruso ha hecho un gran esfuerzo por convertir la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en una alianza político- militar, pero ha debido enfrentar la desconfianza mutua de la mayoría de sus miembros e incluso entre ellos mismos, además de las diferencias existentes en sus agendas de seguridad. La incapacidad de sus miembros de identificar, determinar las amenazas internas y separarlas de las externas y de acordar los métodos de contrarrestarlas, es un problema que no ha podido solucionar la OTSC. Si bien la Unión Europea se ha mantenido subordinada a la gran estrategia de Estados Unidos, Rusia ha buscado contrapeso del lado asiático, incrementando su cooperación con las antiguas repúblicas soviéticas, y, en particular, con China, que ya casi es la principal potencia del sistema internacional del siglo XXI.

El fracaso de las guerras "antiterroristas" han estado en el centro de la transformación multipolar del sistema internacional.
Fig.1.
El fracaso de las guerras "antiterroristas" han estado en el centro de la transformación multipolar del sistema internacional.

Sin embargo, los principales estados europeos: Alemania, Francia, e Italia sí reconocen en Rusia una potencia, pero fuera de los marcos de la Unión, considerando su capacidad energética y enfrentando la estrategia de seducción del Kremlin en ese sector estratégico; pero el realismo político sigue siendo el núcleo de las relaciones de Moscú con las potencias occidentales.

Por un lado, Rusia, continúa el desarrollo ascendente de sus fuerzas armadas con lo más sofisticado de la inteligencia artificial y la robótica. Su programa de armamentos estratégicos hipersónicos contiene misiles balísticos intercontinentales con base en tierra y en mar, submarinos porta misiles estratégicos, submarinos multifuncionales, buques de guerra, y aparatos espaciales de uso militar, aviones de la más avanzada tecnología, incluyendo los aviones caza de quinta generación, helicópteros, complejos sistemas de misiles S-500, complejos de misiles Iskander-M y nuevos tanques. La triada nuclear consta de aviones de largo alcance y misiles nucleares de mar y tierra. Todo ello forma parte de las fuerzas nucleares estratégicas y constituye un recordatorio a los militaristas estadounidenses respecto al stock de armamento nuclear en su poder.

Por el otro, Rusia trabaja en el fortalecimiento de la Unión Euroasiática y ha mantenido a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) como otro hito de la multipolaridad en el que sobresale el Acuerdo Estratégico Militar con China. Ambas potencias se opusieron a la agresión a Siria y evitaron que fuese aprobada en el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución favorable a una operación militar aérea contra Damasco. Estos hechos deben anotarse en los registros históricos como el inicio del punto de inflexión hacia un sistema internacional multipolar -siguiendo cierta lógica basada en el balance de fuerzas- con un mayor grado de estabilidad y paz en las relaciones internacionales, cuyo idealismo nos hace pensar que es un escenario que podría ganar terreno y adeptos en la política internacional.

Sobre el nuevo rol de Rusia en la geopolítica mundial, la dirigencia rusa ha afirmado que el esquema de un único polo de fuerza es incapaz de garantizar la estabilidad del sistema internacional y que el creciente carácter impredecible de los procesos económicos y de la situación político-militar demandan una cooperación responsable y de confianza entre los estados, especialmente de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. La visión crítica de Rusia sobre la política internacional considera que los mayores centros de poder económicos tradicionales, en lugar de servir de locomotoras del desarrollo y ofrecer mayor estabilidad para la economía mundial, cada vez crean más riesgos e incertidumbre.

Ante dichos desajustes, Rusia se ha propuesto la reconstrucción de su poderío económico, eliminar la pobreza, crear una fuerza laboral profesional y una clase media amplia, para estar a la altura del proceso tectónico de transformación global, expresión de un cambio hacia una nueva época cultural, económica, tecnológica y en la geopolítica mundial, lo cual no ha estado exento de desafíos internos y externos provocados por las medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos con la colaboración de la Unión Europea para afectar la economía rusa y mantenerla bajo presión militar mediante la expansión de la OTAN hacia sus fronteras y la continuación del conflicto ucraniano.

China:

La actuación de China se asemeja a otra superpotencia de un nuevo sistema internacional bipolar, porque en rigor considero que no existe o al menos como lo observamos en el siglo XX entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero lo cierto es que China alcanzará el rango de superpotencia muy pronto, si la evolución en que ella se desarrolla, desde finales de los años 70’ del siglo XX, continúa, y si no se ve afectada por una guerra de connotación regional o mundial. China es por excelencia la principal potencia asiática, con importante presencia en Europa, África y en América Latina-Caribe. Se prevé que, en los próximos años, China adelante a Estados Unidos en el volumen del Producto Interno Bruto (PIB) y que se convierta en la primera economía a nivel global. Por el momento, la nación asiática ya es el líder mundial en algunos ámbitos económicos, sociales y tecnológicos.

China tiene una política exterior enfilada a obtener reconocimiento y respeto internacional, mientras prioriza su desarrollo económico, tecnológico y militar, en particular en el sector de la marina y del espacio cósmico, donde coopera con Rusia. China está inmersa en una expansión del sector militar y ha advertido a Estados Unidos sobre el peligro de una confrontación por el alto riesgo que entraña la militarización del espacio extraterrestre y las constantes maniobras militares que desarrolla muy cerca de sus costas en torno a Taiwán o el conflicto en la península coreana.

Todo parece indicar que China logrará evadir los desafíos actuales y los peligros de la crisis económica capitalista que, desde el 2008, la amenaza y perjudica la estabilidad, aunque las mayores afectaciones hayan sido para las economías de la Unión Europea, Estados Unidos y Japón, incluyendo a Rusia.

China es una gran potencia con la cual la mayoría de los estados desean impulsar sus relaciones políticas, económicas y comerciales mediante la ruta de la seda terrestre y marítima sobre la base del respeto mutuo y un “destino común compartido”.

India:

Es un país de más de mil millones de habitantes, con una economía abierta al mercado y en expansión con la pretensión de acceder al escenario del club de las grandes potencias. Dotada del arma nuclear, la India se encuentra, en cuanto a su poderío integral, detrás de China, y su ascenso, como potencia, ha sido menos espectacular o impresionante que el chino. Los inversionistas extranjeros no se interesan por la India, como lo hicieron por China y los Tigres Asiáticos del Este, pero en su poderío ha influido que no fue fuertemente afectada por la crisis económica capitalista de las últimas décadas porque el estado ha tenido una considerable intervención en su economía.

Cada vez más, Estados Unidos deberá lidiar con la evolución multipolar global.
Fig.2.
Cada vez más, Estados Unidos deberá lidiar con la evolución multipolar global.

La India sigue afectada por la situación de pobreza de amplios sectores de su población. La mitad de la población es analfabeta. Sus infraestructuras siguen siendo insuficientes. La distribución de las riquezas es todavía muy desigual por lo que su imagen internacional sigue siendo asociada al subdesarrollo. La inestabilidad política interna suele asociarse a esos problemas y al separatismo de los Tigres de l’ Assan, en el Noreste, y los Sikh en el Punjab, y las tensiones interconfesionales entre hindúes (85 % de la población) y musulmanes (11 % de la población), por el bloqueo social que constituye el sistema de castas.

Los Estados Unidos han buscado en la India un contrapeso al ascenso del poderío chino y ha visto en la posibilidad de conflicto chino-indio un escenario favorable a sus intereses en la región. Es esa la razón por la cual no ha sido considerada un rival estratégico en el juego de la política internacional. La India tiene en sus fundamentos de política exterior un alto criterio de la independencia nacional, las relaciones bilaterales con Rusia son estratégicas y también en el marco de la ONU, sin que ninguna de las partes participe en alianzas hostiles que las perjudique mutuamente.

Las relaciones con China han continuado, independientemente de las contradicciones territoriales entre los dos países y la tradicional rivalidad en Asia. La India y China coinciden en el rechazo a la supremacía occidental bajo el liderazgo de Estados Unidos, la necesidad de un nuevo orden económico internacional, el rechazo al “derecho” de injerencia humanitaria. Por el momento, a diferencia de China, es más difícil observar en la India una próxima superpotencia.

El conflicto con Pakistán, por el territorio de Cachemira, sigue siendo de preocupación para la seguridad regional e internacional, porque se trata de dos estados dotados de armas nucleares, aunque ambas partes hayan firmado, en 2007, un acuerdo sobre la reducción de los riesgos de accidentes vinculados a las armas nucleares. No obstante, el aspecto nuclear de la India demuestra que ella se piensa y desea en el rango de gran potencia en desarrollo, y no solamente a escala del subcontinente indio, sino también asiático y del sistema internacional. La India no se encuentra en una situación de militarismo deliberado, pero sí tiene gastos militares crecientes y participa en la carrera de armamentos nucleares y convencionales, priorizando la tecnología espacial, misilística y la marina. El presupuesto militar de la India, en proporción con el PIB, es superior al de China, pero sus gastos todavía son, en volumen, inferiores a los de Francia, Alemania, Reino Unido y bien alejados de los que utiliza Estados Unidos.

La India es una potencia regional en Asia y es la potencia del subcontinente indio, alrededor de la cual giran otros Estados como Bután y Sri Lanka. En la política internacional, es miembro del Movimiento de Países No Alineados, por su ascendente poderío, aspira a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y muestra posiciones más fuertes en la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero, en sentido general, está menos presente que China en otros foros y temas, lo que no impide su creciente peso internacional. Por todo eso, la India tiene la voluntad de llegar y ser reconocida como una gran potencia y un polo de poder influyente del sistema internacional multipolar. Con esas pretensiones despliega una política activa en el escenario internacional, sin descartar un el futuro un mejoramiento de las relaciones con China, evitando la conflictividad, y un acercamiento a Rusia en el plano militar.

Japón:

Cuando la “guerra fría” concluyó se apreciaba que Japón había alcanzado la condición de gigante económico. Por ese poderío ambicionaba ocupar un asiento de miembro permanente del Consejo de Seguridad, lo que de haberse concretado significaba su aceptación entre las grandes potencias y la habilitación de su actuación internacional, como todos los otros actores de mayor significación.

A partir de 1992 se ha visto afectado por la crisis económica y financiera, política y del modelo de acumulación. Japón, que parecía particularmente adaptado al mundo del comercio, de la competencia y las nuevas tecnologías, ha estado afectado —durante “una década perdida”— por la recesión económica, a pesar de los planes de rescate presupuestarios y monetarios.

Entre fines del 2003 y comienzo del 2004, Japón inició el crecimiento económico y, en el 2005, se pensaba que había salido de una década funesta; sin embargo, sus debilidades estructurales no desaparecieron: envejecimiento de la población, su extrema dependencia desde el punto de vista de la energía, la situación de sus empresas, un sistema bancario en dificultades —poco saneado— y una enorme deuda pública, además de que su crecimiento también depende del dinamismo de la economía china.

Desde el 2008, Japón como otras potencias capitalistas, cayó en la crisis y estuvo entre los países más severamente afectados. Sin embargo, esa grave y sostenida crisis no debe generar equívocos sobre lo que representa para Asia y las relaciones internacionales. Sus pretensiones no se corresponden con la de un Estado subalterno. La experiencia de la crisis y las transformaciones del contexto regional e internacional podrían estimular el ascenso nipón, dejando atrás la tradicional denominación de enano político. Pero su perfil sigue siendo el mismo: una potencia regional que continúa a la sombra de Estados Unidos, en términos de seguridad y políticos, lo que quedó evidenciado cuando decidió integrarse al programa del sistema antimisiles de teatro estadounidense. Su posición en el sistema internacional no cambió después del 11 de septiembre de 2001 y de las “guerras contra el terrorismo” desatadas por Estados Unidos.

Los vínculos con Estados Unidos se fortalecieron y Japón se ha distinguido por seguir al pie de la letra las orientaciones estadounidenses, mientras mantiene incólume el sueño de convertirse en una potencia militar mediante la revisión del artículo 9 de la constitución pacifista de 1947.

Unión Europea:

Este es un polo regional en un laberinto multipolar. En un primer círculo encontramos los estados de su entorno más cercano. Los que tienen la vocación de devenir miembros o aspirantes al bloque. En el círculo intermedio, la Unión Europea se sitúa entre los estados que están dentro y afuera, expandiendo su influencia en toda la región.

Sin embargo, todos están sometidos a un proceso de interiorización progresiva de los objetivos trazados por las instituciones que, desde Bruselas, conducen la construcción europea. Ellos deben adaptar sus leyes internas a las normas del derecho comunitario, desarrollar el denominado Estado de derecho, las reglas de la democracia burguesa, luchar contra la corrupción, garantizar los derechos humanos y proteger a las minorías. Sus candidaturas los obligan a realizar cambios jurídicos e institucionales, considerando que recibirán ventajas en los marcos de la integración en el mediano plazo.

La considerable expansión de la Unión Europea ha implicado una sensible disminución de los estándares europeos en todos los aspectos que fueron mencionados en el párrafo anterior, porque el proceso de ampliación ha tenido lugar en una época de desmontaje del Estado de Bienestar General, construido con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, como resultado de la disminución de los gastos y de las inversiones sociales por la draconiana política económica neoliberal impuesta a los sectores sociales, también conocida con el eufemismo de “austeridad”, aplicada por la troika: Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, en la que Alemania tiene una enorme influencia, por ser el centro de esas políticas en su condición de principal potencia económica en la región y, por tanto, locomotora de la construcción de la Unión Europea.

Un segundo círculo está constituido por los países que utilizan la “política de vecindad”, cuyos contornos geográficos y materiales están todavía mal definidos y no está claro si será admitida su entrada al bloque. Su lógica reposa sobre la atracción y no sobre la dominación. Si los países beneficiarios deben plegarse a determinadas condiciones, eso tiene su explicación en la esperanza de que ellos obtendrán ventajas siguiendo un mecanismo de supuestas reciprocidades para los estados partes.

Se puede agregar aquí el proyecto de la Unión Mediterránea promovido por Francia, como transformación del proceso de Barcelona, con el fin de fortalecer la influencia de la Unión Europea en un espacio donde los caracteres culturales, políticos, económicos son diversos y contrastan fuertemente con los principios, los valores y los métodos europeos. Pero este proyecto chocó con las fuertes resistencias encontradas en el seno mismo de la Unión Europea, especialmente de Alemania.

En adición, en este espacio se encuentran otras grandes potencias que tienen más vocación de competidores y rivales que de socios e integrantes de la Unión Europea, tal es el caso de Gran Bretaña, que tras su salida de la Unión Europea (Brexit) sigue más a Estados Unidos que a Bruselas, como ocurre con las posturas a asumir sobre la solución del conflicto israelí-palestino.

El modelo de construcción de la Unión Europea ha estado sujeto a un orden regional impulsado por la reconciliación franco-alemana que ha constituido el milagro de las relaciones internacionales después de 1945, en beneficio de la paz en el continente europeo. En ese sentido, en el 2013, Alemania y Francia conformaron el eje de la Unión Europea. Este límite le es consustancial, pero, aún extendiendo sus fronteras, la Unión Europea no ha logrado, en las condiciones de crisis económica y financiera, un amplio y sostenido protagonismo en la reorganización global de los vínculos internacionales. Dado su poderío, ese criterio no excluye su influencia universal e incluso de dominación en la periferia del sistema-mundo, pero, en todo caso, la Unión Europea neoliberal ha perdido credibilidad y prestigio para mantener una eficaz preponderancia mundial y erguirse en un paradigma a seguir por otras naciones o regiones del sistema internacional.

Toda empresa de dominación mundial de la Unión Europea se ve limitada por su menguada dimensión de poder militar. El bloque no está en capacidad de asegurar la seguridad internacional, incluso ni a nivel de todo el “viejo continente”. Por sí sola ella no puede intervenir con éxito en el exterior. Y su propia seguridad se mantiene bajo un protectorado de Estados Unidos, institucionalizado en la OTAN, que la hace dependiente y subordinada a la estrategia militar estadounidense. Habría que preguntarse si una defensa europea más autónoma podría desarrollarse al interior de la alianza atlántica, como se ha pretendido diseñar para la “nueva” política exterior francesa.

Aun así, los estados de la Unión Europea tienen independencia para expresar sus puntos de vistas en política internacional. En la ONU, por ejemplo, los países miembros de la Unión presentan sus propias posiciones políticas, las que no siempre necesariamente convergen, pues el bloque no ha logrado consolidar una Política Exterior y de Seguridad Común (PESC). Pese esta debilidad, la Unión Europea no podría ser desintegrada desde el exterior, pero sí fragmentada en su interior como consecuencia de las divisiones de sus estados miembros por la naturaleza de sus distintas diferencias políticas, objetivos y medios. Sus estados miembros son, colectivamente, los principales contribuyentes al presupuesto de la ONU —más de una tercera parte—, pero este vigor financiero no se ha transformado en influencia política.

La Unión Europea es un polo de la multipolaridad del sistema internacional del siglo XXI que también se ha opuesto al unilateralismo de la política exterior estadounidense, en contraposición al hegemonismo de la única superpotencia, aunque no lo haga de manera frontal. Sin llegar a una ruptura con Estados Unidos, en el curso de los últimos años las contradicciones entre ambas partes se hicieron visibles sobre el recurso unilateral del uso de la fuerza contra Iraq y Siria, el compromiso de los países europeos con la preservación del medio ambiente y la limitación de las consecuencias del cambio climático mediante la acción multilateral.

Muy simbólica resultó la confrontación desarrollada en torno a la Corte Penal Internacional (CPI). Los Estados Unidos se emplearon en concluir los acuerdos bilaterales con los Estados partes en la Convención de Roma, tendiente a exonerar a sus ciudadanos residentes en el extranjero de la jurisdicción de la CPI, mientras que los países europeos se enfrentaron a una pretensión que ellos consideran contraria a la convención. Estas divergencias jurídicas llegaron al Consejo de Seguridad a propósito de la inmunidad de las fuerzas militares estadounidenses comprometidas en las operaciones de paz. Los países europeos fueron el centro de esta confrontación jurídica que, de forma clara, no pudieron ganar.

En términos constitucionales, la Unión Europea es una entidad separada del poder y de las instituciones de Estados Unidos y, en perspectiva, es un anhelo de muchos estados europeos, y en otras regiones, que pueda evolucionar hacia un factor de equilibrio en un sistema internacional multipolar. En el plano político, una rivalidad silenciosa existe entre la OTAN y la Unión Europea: los Estados Unidos utilizan la alianza militar como un mecanismo de coacción para influir sobre la adhesión a la Unión Europea, y tienden así a orientar y controlar su expansión evocando una alianza occidental de democracias en un hipotético sistema internacional sin fronteras desde la América del Norte hasta Australia.

En el caso de la Unión Europea, valdría la pena cuestionarse si ella sabrá dotarse de los instrumentos indispensables que le permitan convertirse en una superpotencia en el siglo XXI, en un actor integral de las relaciones internacionales que deje atrás la época en que sobresalió como un peón de la dominación de Estados Unidos.

Atisbando las próximas décadas del sistema internacional, el desafío para los Estados Unidos no está solamente en una Unión Europea que disienta con mayor frecuencia a su exacerbado militarismo y a sus políticas en general, sino también en las grandes potencias emergentes, o reemergentes que, como Rusia, se desarrollan siguiendo una lógica muy diferente a la unipolaridad estadounidense, y sin abandonar sus pretensiones de gran potencia, pretenden contribuir a un diseño prospectivo diferente de la política internacional.

Frente a Rusia, la Unión Europea administra con cuidado su dependencia energética; frente a otras potencias en seguro ascenso como China y la India, asume la competencia por los hidrocarburos y las materias primas; frente a otros productores, acepta la rivalidad en el sector de las exportaciones agrícolas; frente a un número creciente de países, ha visto una reducción de la competitividad de sus servicios; el proceso de deslocalización hacia las potencias emergentes contribuye a reducir su aparato industrial; pocos de sus socios están dispuestos a negociar la política que reduce los flujos migratorios. En el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Unión Europea dispone de una fuerte capacidad de negociación, pero esta institución internacional se ha mostrado paralizada frente a los acuerdos regionales y bilaterales que tienden a sustituir las reglas multilaterales.

Mientras tanto, persiste la conflictividad internacional y los peligros de guerras regionales, que la existencia misma de la Unión Europea, como actor internacional, no ha podido evitar. Por ejemplo, Sudan versus Sudan del Sur, Kosovo versus Serbia, Armenia versus Azerbaiyán, Arabia Saudita e Israel versus Irán y Yemen, Turquía versus Siria, Corea del Sur versus Corea del Norte y la permanente agresión de Israel contra el pueblo palestino, entre otros.

Brasil y América Latina-Caribe:

Brasil desplazó al Reino Unido como sexta economía mundial, detrás de Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Francia. Aunque Brasil es la primera economía latinoamericana, necesita al menos 20 años para alcanzar el nivel de vida europeo, porque todavía requiere invertir más en las áreas social y económica, creciendo más que los países europeos, para aumentar el empleo y la renta de la población.

También forma parte del grupo de naciones emergentes que conforman el mecanismo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), las llamadas nuevas potencias emergentes del siglo XXI, que han puesto en duda el predominio único de Estados Unidos en el sistema internacional. El creciente peso económico de las potencias emergentes en el cambio de la configuración de fuerzas en el escenario internacional, ha hecho que el centro de gravedad mundial ya no está solo en los países del centro capitalista más desarrollado. En este contexto, la tendencia es que Brasil se mantenga entre las mayores economías del sistema internacional en los próximos años.

Los éxitos económicos de Brasil están en línea directa con las políticas económicas y sociales puestas en práctica durante los dos periodos presidenciales de Luiz Inácio Lula da Silva y durante el mandato de Dilma Rousseff. Este gigante suramericano, que es el tercer país más grande del hemisferio con una superficie territorial de alrededor de 8,5 millones de kms², que lo convierte en el más extenso de América del Sur, está llamado a ser, por la integralidad de sus dimensiones del poder, el líder natural de la región y la locomotora que impulse el desarrollo del polo suramericano.

A pesar de sus dificultades endógenas y los desafíos externos, América Latina y el Caribe es el único polo del sistema internacional con gobiernos antineoliberales que construyen procesos de integración regional autónomos respecto de Estados Unidos. Aun cuando tuvieron lugar en la época de la profunda y prolongada crisis económica de los países del centro capitalista, esos países latinoamericanos antineoliberales no han dejado de expandir sus economías y, sobre todo, de combatir la miseria y la desigualdad social.

La existencia de la Revolución Cubana y la estrategia diseñada por la Revolución Bolivariana de Venezuela, permitió el desarrollo de nuevas relaciones entre un grupo numeroso de países de América Latina y el Caribe. Los resultados concretos en política internacional se encuentran en el despliegue de los mecanismos de integración como PETROCARIBE, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), y el ingreso al Mercado Común del Sur (MERCOSUR). De carácter estratégico ha sido el desarrollo de una televisión contrahegemónica desde el Sur (TeleSur) y el interés de lograr una nueva arquitectura financiera regional y mundial mediante el Banco del Sur.

La política exterior bolivariana también impactó a África. Entre los importantes avances en las relaciones con esta región, se destacan las cumbres de los países de América del Sur y África (ASA); y cada vez cobran más vitalidad los vínculos de Caracas con China, Rusia, Vietnam, Corea del Norte, Irán, Turquía y Bielorrusia. En ningún otro periodo de su historia, Venezuela desarrolló una política exterior tan amplia, solidaria y diversa en beneficio propio y de otras naciones, lo cual se ha visto afectada por la agresión externa, el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto y el robo de sus recursos financieros desde el Reino Unido y Estados Unidos.

En esos escenarios de multipolaridad, los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, México y Argentina, entre otros, representan la concertación de una avanzada del polo de América Latina y el Caribe hacia la construcción de un sistema internacional multipolar en el siglo XXI.

CONCLUSIONES

La unipolaridad, en la dimensión militar y política del poder, se correspondió con la realidad global de los años 1991-2011. En el momento actual persiste una correlación de fuerzas internacionales que evidencia la existencia de una configuración multipolar del sistema internacional caracterizado por la heterogeneidad y diversidad de los actores en el juego de la política internacional del siglo XXI.

La crisis sistémica multidimensional de la economía europea y estadounidense, más la ascensión de la economía China, fueron determinantes en la profundización de la multipolaridad del sistema internacional.

En el futuro previsible, lo más probable es que Estados Unidos seguirá siendo una de las potencias centrales del sistema internacional con gran capacidad de poder global, pero sin que se reconozca la privilegiada posición de unipolaridad que obtuvo tras la desaparición de la URSS en 1991. Su accionar inevitable será el intento de concertación de alianzas con otras potencias regionales en Europa y Asia-Pacífico, con el objetivo de intentar contener o revertir la multipolaridad, recurriendo a medidas coercitivas unilaterales hacia distintos estados, el uso de políticas agresivas y al borde del conflicto militar o la guerra hacia China, Rusia e Irán, en un intento de desestabilizar o mantener bajo presión nuclear a sus principales rivales en la política internacional.

La estructura multipolar del sistema internacional está sustentada en las cinco principales economías mundiales, las cuales, en orden de importancia, es como sigue: Estados Unidos, China, Unión Europea, India y Japón, además, Rusia, que es parte de este grupo, sobresale por su poderío militar y potencialidades económicas, a partir de sus nuevas tecnologías militares y los importantes recursos naturales en función de su proyección geopolítica en el contexto europeo e internacional.

América Latina y el Caribe es un factor esencial en la nueva estructura multipolar, pues sobresale como único polo con gobiernos antineoliberales que se proponen procesos de integración autónomos respecto a Estados Unidos. Cuestionan así su hegemonía regional mediante el establecimiento de vínculos políticos y económicos con China, Rusia e Irán. Los movimientos sociales existentes, a favor de un cambio en las condiciones de desigualdad e injusticia social, vislumbran la posibilidad de que nuevos partidos o formaciones políticas de izquierda lleguen al poder en distintos países de Sudamérica y se propongan la reactivación de los procesos de integración en torno a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Cuando analizamos la correlación de fuerzas internacionales en un escenario prospectivo, observamos la incapacidad estadounidense de imponer su dominación integral en el sistema internacional y de sobrepasar el poderío de Rusia, en lo que respecta al armamento estratégico, y de China, en el plano económico-comercial. A partir de esta nueva etapa, la potencia o las potencias más influyentes en la dinámica internacional serán las que mejor gestionen la conmoción social y económica que significa la creciente rivalidad estratégica entre la triada Estados Unidos-China-Rusia, la cuarta revolución industrial, el cambio climático y las crisis pandémicas, cuyo ejemplo global más nefasto ha sido la enfermedad de la Covid-19.

Esos fenómenos y procesos interrelacionados plantean importantes desafíos y consecuencias para el comercio mundial, la estabilidad regional, la seguridad internacional, el bienestar o la supervivencia de la especie humana. Es un paisaje característico de un mundo en profunda transformación, propio de un complejo sistema internacional multipolar y multicéntrico.

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