RELACIONES INTERNACIONALES
Recepción: 12 Marzo 2021
Aprobación: 17 Junio 2021
Resumen: El artículo explica el papel de la Cuarta Teoría Política en el contexto del desarrollo actual de la lucha de liberación nacional de América Latina. El autor sugiere el concepto de integración del continente latinoamericano para crear un polo de orden mundial multipolar a gran escala. El texto subraya la necesidad de realizar un salto futurista más allá del liberalismo, el comunismo y el nacionalismo y de elaborar una nueva versión de la estrategia antimperialista (anticolonialismo) contrahegemónica para las sociedades de Iberoamérica.
Palabras clave: Cuarta Teoría Política, contrahegemonía, antiimperialismo, lucha de liberación nacional.
Abstract: The article explains the role of Fourth Political Theory in the context of the current development of the national-liberation struggle of Latin America. The author suggests concept of integration of Latin America in order to create full scale pole of multipolar world order. The article emphasizes the need to accomplish a futuristic leap beyond liberalism, communism and nationalism and to elaborate a new version of antiimperialist (anticolonialismo) counter-hegemonic strategy for societies of Latin America.
Keywords: Fourth Political Theory, counter-hegemony, anti-imperialism, national liberation struggle.
INTRODUCCIÓN
Latinoamérica se ha hecho de nuevo relevante para Rusia
Si queremos hablar con propiedad acerca de América Latina* y el papel que desempeña en los procesos que afectan nuestro mundo, primero necesitamos hacer un esbozo de la forma en que Rusia observa la realidad mundial actual. Esta perspectiva determina igualmente nuestra posición frente a los países latinoamericanos.
Rusia no considera que el sistema planetario siga siendo unipolar o bipolar. Nuestro objetivo es construir un mundo multipolar, donde la misma Rusia sería un polo entre otros varios polos mundiales (Dugin, 2015), junto con el área Asia-Pacífico, el mundo islámico, América Latina y otros "grandes espacios". Estas ideas distinguen significativamente a la Rusia de hoy de otros períodos históricos por los que a atravesado en el pasado:
En la época soviética, Moscú actuaba como uno de los dos polos ideológicos existentes, mientras se esforzaba por extender su influencia sobre el mundo tanto como le fuera posible, oponiéndose al otro polo que existía en ese entonces: el mundo capitalista. Esta oposición determinaba su política hacia América Latina, en particular en casos como los de Cuba, Nicaragua, Venezuela, etc.;
Durante la década de los 90 del siglo XX, Rusia se convirtió, temporalmente, en una potencia regional de segundo orden, sometida por completo a las directrices trazadas por Occidente y Estados Unidos, lo que llevó a nuestro país a abandonar gran parte de su presencia a nivel mundial, reconociendo como una realidad legítima la existencia de un mundo unipolar y buscando integrarse en este sistema global que era liderado por Estados Unidos, lo cual predeterminó muy particularmente su escaso interés hacia América Latina y especialmente hacia los movimientos de la izquierda antiimperialista.
La Rusia de Putin ya no es ni la URSS y mucho menos es la Rusia de Yeltsin. En las últimas décadas, Moscú ha decidido apoyar la construcción de un orden mundial multipolar que sea completamente diferente al sistema bipolar y al sistema unipolar (Dugin, 2012). Sin embargo, este sistema aún no se ha construido realmente al interior de la Federación Rusa, y mucho menos ha adquirido una consistencia real a nivel mundial, ya que en este plano siguen prevaleciendo los clichés geopolíticos y políticos que están asociados al bipolarismo o al unipolarismo. Por lo tanto, las realidades fantasmales tanto de la bipolaridad como de la unipolaridad predeterminan casi siempre el contexto de muchos de los procesos políticos, diplomáticos y económicos actuales. Pero en la práctica, el pensamiento estratégico de Putin ha cambiado esta situación de una manera irreversible. La Rusia contemporánea ha elegido (de una manera cada vez más consciente y sistemática) seguir el curso que conduce a la multipolaridad. En consecuencia, el interés que Rusia tiene en América Latina, como uno de los posibles polos de ese orden mundial, crece naturalmente en la medida en que todo se desarrolla en esta dirección. Y su atención no hará sino aumentar cada vez más con el paso del tiempo.
DESARROLLO
La multipolaridad vs la unipolaridad
Sin embargo, la novedad producida por un giro semejante requiere que prestemos una mayor atención a la política internacional. Rusia juega un papel totalmente diferente con respecto a América Latina: Moscú ya no está interesado en exportar su ideología (como sucedía durante la época soviética), pero tampoco se mantiene indiferente frente a una región tan importante, como sucedió en los años 90 del siglo XX. Nuestro pais siente mucho interés por América del Sur y América Central desde una perspectiva nueva. Y necesitamos aclarar e interpretar ese atención creciente. Además, resulta obvio que orientarse hacia la creación de ese sistema multipolar contradice por completo a las fuerzas globalistas que quieren preservar a cualquier costo el modelo de un mundo unipolar, surgido después del colapso de la URSS. Esto significa que no nos encontramos en un proceso de transición pacífica hacia algo más, sino en un estado de lucha encarnizada entre los partidarios de la unipolaridad contra los partidarios de la multipolaridad. Por lo tanto, ha sido creado un mapa conflictológico completamente nuevo y la elección con respecto a tal o cual posición asumida al interior de este mapa determina la importancia de los diferentes países, continentes, civilizaciones y fuerzas políticas. Hoy en día ya no es tan importante si un régimen o la política de un gobierno es de derecha o de izquierda, sino si eligen seguir la unipolaridad o la multipolaridad.
Para Rusia, que ha elegido sin ninguna ambigüedad la multipolaridad, se han convertido en aliados estratégicos todos los países que han hecho la misma elección. Es importante tener en cuenta que, en semejante situación, Moscù debe mantener sus vínculos con todos sus antiguos socios, en primer lugar con los regímenes de izquierda – socialistas - de América Latina, principalmente con Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, pero también con otros estados, si es que en ellos se manifiestan tendencias políticas lo suficientemente fuertes y que estén dirigidas a buscar su independencia frente a Estados Unidos, la globalización y la unipolaridad. Además, la Rusia contemporánea ya no es en sí misma un país socialista (sin dejar de ser un Estado de bienestar) y basa su estrategia global mucho más en la geopolítica que en la ideología. Es muy importante tener esto en cuenta si deseamos comprender el algoritmo de este nuevo sistema de relaciones que está surgiendo entre Rusia y América Latina. La geopolítica, la multipolaridad y el principio de soberanía (realismo en las relaciones internacionales) (Dugin, 2014) son de primer orden y reemplazan al antiguo modelo ideológico de la bipolaridad.
El polo latinoamericano
Partiendo desde este contexto de la multipolaridad, podemos comprender de forma clara y definida el tipo de futuro que le gustaría a Rusia ver que se desarrollase en los países latinoamericanos y las tendencias que Moscú debe apoyar y asistir en estos países.
Rusia está interesada principalmente en el hecho de que América Latina se convierta en un polo independiente y que sea completamente soberano. Un único Estado es incapaz de convertirse en un polo de esa clase. Por lo que es necesario hablar de un conjunto de los estados que sean capaces de formar un bloque geopolítico y civilizatorio, el único actor que puede convertirse en un polo en todo el sentido de la palabra es una civilización que se haya integrado y organizado. Solo bajo estas condiciones se puede conseguir una integración geopolítica que afecte la política, cree alianzas militares y estratégicas, económicas y energéticas, para la formación de una civilización latinoamericana que tenga como fin el conseguir la fuerza necesaria para reclamar sus propios intereses, al mismo tiempo que protege y afirma sus propios valores.
Para convertirse en un polo en todo el sentido que ello implica, los diferentes países y regímenes de América Latina, tanto del Sur como del Centro, deben crear un "gran espacio" (Carl Schmitt) (Schmitt, 2008) o unirse en una "ecúmene" iberoamericana (Buela, 1990). Es imposible convertirse en un polo sin llevar a cabo esta integración. Debido a esta falta de la unidad, todo el territorio de América Latina siguió siendo, durante mucho tiempo, un campo donde las fuerzas externas, tanto del Occidente capitalista como del Oriente socialista, chocaban entre sí. Pero durante los últimos 30 años, la situación ha cambiado de una manera irreversible. Ahora los países latinoamericanos tienen un objetivo diferente: unir esfuerzos y potencializar su unificación más allá de los campos ideológicos propios de la política de derecha o de izquierda. Para ello, es necesario buscar una plataforma cultural e ideológica que pueda convertirse en un denominador común de toda la civilización latinoamericana, desde Cuba hasta Argentina, desde Venezuela hasta el Brasil, desde Chile hasta el Perú.
El primer proyecto panamericano y anticolonialista
El antimperialismo (anticolonialismo) en América Latina tiene una historia bastante larga. Podemos considerar como los padres fundadores de las ideas de lucha anticolonialista a Simón Bolívar y a José de San Martín. Tanto Bolívar como San Martín creían que el futuro de una América Latina libre no debía ser encarnado por un montón de Estados nacionales separados, sino por la formación de una Confederación unida. Tanto la idea de la Gran Colombia, que incluía a Venezuela y otros territorios, como la unificación de los territorios de las regiones patagónicas de América del Sur por parte de San Martín, en un solo Estado procedían de una misma premisa geopolítica que era absolutamente verdadera: los pueblos liberados -criollos, indígenas y afro-latino– debían construir un sistema político independiente, que estuviera unido por una Identidad latina y católica (que se diferenciaba de la América del Norte anglosajona predominantemente protestante), en el contexto de un solo espacio integrado como una especie de Estados Unidos de América del Sur.
Aquí se pueden ver las primeras formulaciones de una utopía sudamericana, que es significativamente diferente de la versión norteamericana, anglosajona y protestante de una "ciudad en la colina", que más tarde se convirtió en el Destino Manifiesto. El Sueño Latinoamericano estaba inspirado en un cuadro futurológico completamente original basado en una comunidad latina y orientado por esos valores culturales (más que por un carácter colectivista) entre los que destacaban la justicia social, la solidaridad y la armonía que superaran el individualismo y el pragmatismo propio de sus vecinos del Norte. La identidad latina, tanto desde una perspectiva histórica (los lazos entre España y Portugal, al igual que la fe católica) como futurológica contrastan fuertemente con los ideales de América del Norte. De hecho, se trataba de dos utopías, dos imágenes del futuro, dos sistemas sociales ideales: el norteamericano y el sudamericano. Tanto el Norte anglosajón y protestante como el Sur latino y católico lucharon por liberarse de sus respectivas metrópolis europeas. Pero, así como estas metrópolis representaban los dos polos de la civilización europea: la protestante y la católica, la germánica y la latina, la talasocrática y la telurocrática, la progresista y la conservadora, el Norte y el Sur, la estructura de las dos Américas terminó por heredar esta estructura dual. Por lo tanto, la revolución estadounidense creó no solo los Estados Unidos y su sistema civilizatorio, sino que también delineó algo más que las oponía entre sí: una civilización alternativa basada en principios, valores y fundamentos completamente diversos.
Por tanto, los líderes de la lucha de los pueblos latinoamericanos por la libertad y la independencia se encontraban determinados no solo con respecto a su relación frente a sus propias capitales europeas, sino también frente a Estados Unidos como centro alternativo de poder. Y toda la historia posterior del Nuevo Mundo se desarrolló precisamente como una competencia y un enfrentamiento entre estos dos polos de unidad alternativa: el Norte y el Sur, lo que llevó en gran medida al fortalecimiento de la posición del Norte protestante anglosajón frente al Sur católico latino. Los líderes que lucharon por la independencia de América Latina sabían que la fuerza de sus países radicaba en la unidad. La creación de Estados nacionales completamente independientes, que estuvieran a menudo en guerra entre ellos, pospuso durante algún tiempo el surgimiento de esa civilización Sudamérica y no permitió formular claramente los principios de su unidad civilizatoria. América del Sur no pudo convertirse en un sujeto que estuviera en paridad frente a Estados Unidos y ello predeterminó su gradual transformación en un objeto de la geopolítica, empezando por la conquista de los territorios mexicanos por parte de Estados Unidos y terminando con la proclamación abierta de la Doctrina Monroe que establecía directamente el control de dicho país sobre todo el continente.
Por lo tanto, cuando hoy en día la gente habla de América, por lo general se refieren a Estados Unidos y la expresión "cultura americana" es prácticamente lo mismo que decir "cultura norteamericana". América Latina no fue capaz de defender su sueño, su imagen del futuro, su futurología civilizatoria. Y en el siglo XXI, el humillante proyecto propuesto por Trump de construir un muro subraya esta desigualdad fundamental que humilla la identidad latina. Al Norte del "Muro de Trump" se encuentra la "civilización", mientras que al Sur se encuentra una zona de barbarie, corrupción, caos, criminalidad y pobreza.
Semejante estado de cosas está directamente relacionado con el hecho de que los Estados Unidos de América Latina nunca llegaron a crearse y las contradicciones internas entre los Estados postcoloniales, que eran completamente artificiales mientras que todos ellos eran habitados esencialmente por un solo pueblo (basado en la identidad lingüística), no permitieron la unión y la sumatoria de todos los posibles esfuerzos que pudieran haber defendido su independencia y llevar a la consolidación de los recursos suficientes que hubieran permitido el establecimiento irreversible de una estructura estratégica, económica y social basada en su misma subjetividad cultural.
Así que el llamamiento que hicieron los héroes de la lucha anticolonial por la construcción de un proyecto panamericano, nos obliga a volvernos a centrar en el futuro que ellos mismos concibieron, pero que no está destinado -todavía- a convertirse en una realidad. Este futuro, y, en consecuencia, la completa culminación de la lucha de América Latina por su independencia, llegará cuando se cree una alianza que abarque a todo el continente y que cree una Gran América Latina.
Los proyectos de la izquierda para América Latina
El hecho de que históricamente el continente latinoamericano decidiera optar por la creación de Estados nacionales es un dado histórico que no puede ser obviado. Pero debemos enfatizar que esta realidad fue el resultado y la continuación de las políticas colonialistas impuestas tanto por las potencias europeas como por Estados Unidos, lo que gradualmente llevó a estos países a dejar de lado su antigua identidad colonial para convertirse en un nuevo centro de colonización. En su lucha contra Inglaterra, Estados Unidos terminó por convertirse en sus herederos y continuar las mismas relaciones de su metrópolis con respecto a los Estados latinos. En el siglo XX, la mayoría de los regímenes capitalistas de derecha, incluidas las dictaduras militares, desempeñaron el papel de un instrumento directo de control de Estados Unidos sobre la América Central y del Sur. Fue en contra de esta unión lógica entre la política de derecha y la geopolítica de Estados Unidos contra lo que se rebelaron los movimientos de izquierda durante el siglo XX. Así que la iniciativa de continuar la descolonización, iniciada por los héroes de las luchas de liberación del siglo XIX, fue retomada por los movimientos de izquierda de carácter socialista y comunista. Y nuevamente, como en la época donde se produjo la primera ola de descolonización, volvieron a revivir las ideas que hablaban de una solidaridad colonial y una unidad civilizatoria. El proyecto de la revolución socialista tuvo inicialmente un alcance continental: primero logró triunfar en Cuba a finales de 1958 y principios de 1959, liderado por Fidel Castro, pero también participaron en esta lucha varios residentes de otros países latinoamericanos, como el argentino Ernesto Che Guevara y muchos otros más. Generalmente para izquierdistas en America del Sur, la victoria del socialismo en Cuba fue el símbolo de que se había iniciado una nueva época para la integración continental que proclamaba la libertad y la independencia frente a Estados Unidos. Pero incluso antes de que aconteciera la Revolución Cubana, hubo guerras de liberación nacional en muchos países de América Latina que fueron libradas bajo los estandartes de la izquierda, como por ejemplo sucedió en Nicaragua con Augusto César Sandino. También hubo luchas posteriores, como las que sucedieron en Chile bajo Salvador Allende, o en Nicaragua tras la victoria de la Revolución Sandinista, en Perú durante la época de Juan Velasco Alvarado o en Venezuela bajo el liderazgo de Hugo Chávez. De todos modos, los políticos que se orientaban hacia la izquierda veían como una necesidad histórica una futura unificación de todo el espacio de América Latina.
La lucha antimperialista fue vista por los políticos de izquierda como sinónimo de un enfrentamiento contra Estados Unidos, es decir, contra América del Norte y, en consecuencia, las propias fuerzas de la izquierda – que se veían a sí mismas como los protagonistas centrales de esta guerra – eran la vanguardia que buscaba fundar una nueva soberanía geopolítica, mientras que sus oponentes, la derecha, eran los instrumentos políticos al servicio del capitalismo, de la America del Norte y del resto de los países de Occidente. De hecho, mientras los movimientos de izquierda de América Latina eran claramente antimperialistas, los políticos de derecha, incluidos los regímenes más nacionalistas y las dictaduras militares, dependían mucho de Estados Unidos, del liberalismo y de la democracia burguesa. Además, si estos regímenes incluyeron elementos “nacionalistas” en su ideología fue precisamente en la medida en que contribuían al debilitamiento de la soberanía geopolítica del continente latinoamericano en su conjunto. Por lo tanto, la definición que se hacía de la política y las fuerzas políticas de derecha como los agentes al servicio del "imperialismo" no se encontraba muy lejos de la verdad.
Otra cuestión es que el carácter dogmático del marxismo no permitió dotar a la lucha de América Latina de un carácter civilizatorio, lo que hubiera permitido incluir las realidades culturales propias que se encontraban detrás de esta lucha de liberación y abordar el problema de la identidad. Y si en algunos casos, como en Bolivia o Perú, los partidos políticos de extrema izquierda se alinearon estrechamente con las etnias indígenas, sucedió que la identidad criolla y especialmente la identidad católica de los pueblos latinoamericanos no fue aceptada con la misma facilidad por los movimientos de izquierda, reduciendo toda la lucha a un internacionalismo abstracto y a un enfoque económico centrado en la clase social. En consecuencia, una masa significativa, si no crítica, de las mismas sociedades latinoamericanas fue dividida en dos polos opuestos, ninguno de los cuales resultaba verdaderamente satisfactorio como un todo. En el polo de la izquierda, el antimperialismo (anticolonialismo), que era completamente legítimo, terminó por combinarse con un internacionalismo abstracto, y en el polo de la derecha, a veces instrumentalizado por agentes externos, la apelación a la identidad latina fue acompañada por un "nacionalismo mezquino" que se orientaba hacia Estados Unidos y hacia el individualismo liberal que destruía los mismos cimientos de la conciencia comunitaria.
El antimperialismo de derecha: el peronismo
Sin embargo, no todos los regímenes de derecha en América Latina estuvieron orientados de forma estricta hacia Estados Unidos o terminaron siendo los héroes de esa quinta columna al servicio del Norte capitalista. Encontramos elementos claramente antmperialistas en el famoso político argentino Juan Domingo Perón (Perón, 2013), quien, siendo conservador y tradicionalista, rechazó tajantemente la influencia del capitalismo estadounidense y proclamó como su objetivo el culminar el proceso de descolonización completa del continente que había sido comenzado un siglo antes. Perón no solo propuso una "tercera vía" que fuera más allá del liberalismo y el marxismo, denominando a su teoría política como "justicialismo", sino que también planteó que su objetivo principal era la integración de toda América Latina y su transformación en una nueva superpotencia que fuera capaz de defender su soberanía tanto frente a Oriente como frente a Occidente.
En este sentido, Perón propuso la creación de una alianza estratégica entre las tres principales potencias de América del Sur: Argentina, Chile y Brasil. Esta idea era compartida parcialmente por otro político latinoamericano, Getulio Vargas, ex presidente de Brasil. Incluso en Chile, que tradicionalmente había competido con Argentina, este proyecto llegó a ser considerado seriamente. Según Perón, las otras potencias latinoamericanas deberían unirse posteriormente a esta alianza.
Al mismo tiempo, en las ideas políticas de Perón se produce una combinación entre las ideas de derecha (conservadurismo, familia, religión, etc.) e izquierda (justicia social, clase obrera, sindicatos, comunidad organizada, etc.), siendo igualmente un portador del antimperialismo que se oponía al capitalismo y a Estados Unidos. Y aunque los antimperialistas de derecha se oponían a la izquierda, puede notarse que, hasta cierto punto, existían perspectivas geopolíticas comunes, como sus referencias a los líderes de la primera ola de descolonización, además del rechazo unánime de ambos movimientos hacia las dictaduras apoyadas por Estados Unidos y el hecho de que ambos luchaban por una integración geopolítica de todo el continente latinoamericano.
Fue mucho tiempo después cuando por fin se produjo la convergencia entre los puntos de vista de la derecha y de la izquierda acerca del futuro de América Latina, lo cual se manifestó muy claramente en la cosmovisión del peronista argentino Norberto Ceresole (Ceresole, 1998), quien se convirtió en uno de los ideólogos más influyentes de Venezuela bajo el líder de izquierda Hugo Chávez, además de influir sobre otros políticos argentinos como Aldo Rico y Adolfo Rodríguez Saá.
La teología de la liberación y la teología del pueblo
El antimperialismo y las tendencias contra la hegemonía estadounidense en América Latina no solamente se expresaron a nivel de los movimientos políticos e ideologías, sino también en el contexto de la religión católica. La forma más llamativa de esta tendencia fue la "teología de la liberación", la cual es una tendencia del catolicismo que llegó a definirse claramente solo después del Concilio Vaticano II y se trataba de un llamado a continuar la lucha por la independencia (de ahí su apelativo a la "liberación"), pero teniendo en cuenta las exigencias relacionadas con la justicia social. Los ideólogos de la teología de la liberación como Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Juan Luis Segundo o Jon Sobrino han enfatizado que las sociedades latinoamericanas son pobres, al menos comparadas con los países del “Norte rico” y son explotadas tanto por las élites norteamericanas como por sus propias élites locales, que son encarnadas por la gran burguesía, la oligarquía y, a veces, las dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos. La Teología de la Liberación hizo énfasis en aquellos aspectos de la doctrina cristiana que estaban asociados con el amor que Cristo sentía por los pobres, por los “pequeños” y los “desfavorecidos”. Pero a diferencia de las enseñanzas impartidas por el ateísmo, no se trataba tanto de la exigencia de una justicia social inmanente, sino de una ética cristiana basada en el amor voluntario hacia el prójimo. La "liberación" no es algo que se logra mediante una lucha armada contra los capitalistas y las nuevas estructuras de colonización creadas por la política y la economía, sino a través de la transformación moral de la sociedad, apelando al núcleo cristiano de las culturas latinoamericanas.
Sin embargo, los partidarios de la "Teología de la liberación" y los socialistas y comunistas latinoamericanos, aunque partían de métodos diferentes e incluso opuestos, tenían un enemigo común y luchaban por un objetivo social común: construir una sociedad justa para los más desfavorecidos y contra aquellos que explotaban a la mayoría debido a su propio estatuto social. La pobreza general de los países de América Latina llevó a que este continente y su cultura latina fueran asumidos como un símbolo de todas las víctimas sometidas a la explotación. Y los subsidios otorgados por el Norte rico y sus instituciones financieras -como la Armada de Estados Unidos o el Banco Mundial- solo agravaban esta situación de desesperación que ponía a toda la civilización latinoamericana en un estado de "deuda eterna". A cambio de aplazar el pago de las deudas e incluso los intereses producidos por esas deudas, este continente económicamente pobre se vio obligado a aceptar la voluntad del "Norte rico", lo que produjo que abandonara su libertad e independencia. Contra esta tendencia se oponía la "teología de la liberación", dándole preeminencia al factor religioso: el Norte rico de América era predominantemente protestante y existe una conexión entre el protestantismo y el capitalismo que había sido establecida desde hacía tiempo por Max Weber (Weber, 1990). La pobreza de las sociedades católicas fue interpretada en el contexto de la “Teología de la liberación” como una expresión de esa alteridad propia de la cultura católica, que principalmente no estaba basada en la acumulación de riquezas materiales, sino en la búsqueda de una plenitud existencial centrada en los valores comunitarios y la espiritualidad. Si para los protestantes, especialmente los calvinistas, solo la existencia terrenal era importante, ya que era en este ámbito donde tenía lugar la predestinación, expresada en la riqueza de algunos (los justos) y la pobreza de los otros (los pecadores), entonces para los católicos el verdadero juicio se encontraba fuera de los límites de la existencia terrena.
Ciertos cultos fronterizos como la Madre Muerte se han convertido en una forma extrema de estas ideas sobre la retribución verdadera sucedida después de la muerte. Otra versión contrahegemónica del catolicismo fue la "teología del pueblo" (Saranyana, Alejos-Grau, (2002). Si la "Teología de la liberación" en muchos aspectos se acercó a las tendencias izquierdistas y socialistas, entonces la "teología del pueblo", por el contrario, estaba en consonancia con corrientes que pertenecían a la derecha y eran conservadoras, pero que igualmente rechazaban el colonialismo y el imperialismo, insistiendo en el significado primordial de la identidad cultural e histórica del continente y rechazando, en contraste con otras formas de nacionalismos de derecha, cualquier fidelidad hacia Estados Unidos. Los representantes más famosos de esta corriente, sin embargo, como fue el caso de la "Teología de la liberación", eran también los jesuitas. Los principios básicos de la teología del pueblo fueron formulados por Alberto Methol Ferre, Lucio Gera, Rafael Tello, Juan Carlos Scannon, etc. Es importante señalar que, en esta versión del pensamiento católico, que en cierta forma está en consonancia con la “teología de la liberación”, se hace énfasis precisamente en el “pueblo” como unidad orgánica, como colectivo unido por un destino común. Aquí se concibe a las personas casi de la misma manera que la teología ortodoxa entiende a la "Iglesia", como el cuerpo de Cristo. Esto se diferencia de la doctrina católica clásica donde se considera que la Iglesia, en el pleno sentido del término, es únicamente el "clero", "el sacerdocio". Por lo tanto, la "teología del pueblo" es una interpretación muy original de la misma doctrina católica.
Una versión de la "teología del pueblo" está siendo desarrollada por el teólogo y jesuita argentino contemporáneo, el padre Alfredo Sáenz, quien combina la identidad latina católica con los métodos de la Revolución Cultural de Antonio Gramsci (Sáenz, 2006). En los escritos de este autor, los procesos sociales y geopolíticos de nuestro tiempo son considerados en un contexto apocalíptico (Sáenz, 2005), lo que le da a la lucha antimperialista del continente latinoamericano un carácter escatológico.
Así, además de las tendencias puramente políticas encaminadas a construir una teoría contrahegemónica en el contexto de América Latina, también tenemos doctrinas religiosas que, con todas sus peculiaridades, se orientan hacia un mismo objetivo y pueden combinarse armónicamente con otras clases de pensamiento que son también antimperialistas.
Los pueblos y etnias de América Latina: el Logos criollo
En el contexto general de la estrategia de lucha antimperialista (anticolonial) es importante prestar atención a dos direcciones concretas que representan así mismo tendencias que a veces son antagónicas. Por un lado, existe un llamado a la liberación y a la descolonización que pone su énfasis en las reivindicaciones de los pueblos autóctonos de América del Sur y América Central, los cuales serían la vanguardia que lucharía por la liberación continental, ya que estos pueblos fueron víctimas de la primera colonización española y portuguesa. Esta tendencia se llama "indigenismo" (Baud, 2009). En algunos casos, como en Bolivia y Perú, la restauración de los derechos de la población indígena adquirió un carácter político muy marcado y, especialmente bajo la presidencia de Evo Morales, fue la base de todas las políticas públicas de Bolivia. Sin embargo, la mayoría de las sociedades indígenas de América Latina son grupos étnicos o incluso tribales dispersos que difícilmente son capaces de convertirse en un movimiento donde sean capaces de converger todas las fuerzas que luchan por una liberación que tenga un alcance continental. La restitución y la justicia que reclaman los pueblos autóctonos es completamente legítima, al igual que el hecho de que se preste mayor atención a la cultura de los pueblos indígenas y a sus tradiciones. Pero es fácil ver que la oposición artificial de los indios de América Latina contra la población principalmente criolla de este continente sirve muy a menudo a los intereses prácticos que sostienen las fuerzas coloniales y neocoloniales. Los grupos étnicos indios, así como los afro-latino, que son descendientes de los esclavos importados de África deben encontrar, por supuesto, su lugar en el contexto de la civilización latinoamericana y obtener el pleno derecho a preservar y revivir su identidad cultural, así como sus tradiciones. Pero es imposible fundamentar un proyecto de integración que busque crear un "gran espacio" en esta parte de la población. La inmensa mayoría de los latinoamericanos son descendientes de los conquistadores ibéricos o son mestizos que conforman lo que se llama la población criolla, es decir, la totalidad de los descendientes de europeos (principalmente ibéricos) nacidos en América Latina y que identifican su patria y su destino con estas tierras. Esta identidad criolla, abierta y separada de las estrechas fronteras de la etnia, crea un pueblo Latino-americano en la unidad estratégica con la que pueden encontrar un lugar, tanto las etnias indígenas como los afro-latinos). Y si miramos más de cerca esta sociedad criolla y su cultura, podemos reconocer en ella no solo una continuación de la cultura católica latina europea, sino también muchas características completamente originales y peculiares, algunas de las cuales han sido tomadas de los pueblos autóctonos o afro-latino, y algunas otras se han desarrollado en el curso de la historia moderna, pero que en conjunto conforman una identidad latinoamericana común.
Y si la corriente indigenista, que tiene razón en sus reivindicaciones, divide en la práctica a la sociedad latinoamericana, generando profundas líneas de tensión y graves enfrentamientos que muchas veces están a favor del neocolonialismo, entonces la "idea criolla", el "Logos criollo" (Roig, 2009) es, por el contrario, la base desde la cual se puede crear una nueva clase de estrategia antimperialista. Y es dentro de tal civilización criolla, y no fuera de ella, donde el indigenismo debe encontrar un espacio propio que sea digno y honorable para él mismo.
Futurismo geopolítico latinoamericano
Semejante civilización nueva no es únicamente fruto del regreso a las raíces, sino también es una creación que debe estar orientada hacia el futuro. Para América Latina, debido a las peculiaridades propias de su historia, el futuro es mucho más importante que el pasado. En este caso, estamos hablando de un continente del futuro. La idea de crear un bloque continental latinoamericano, una ecúmene, un "gran espacio", debe antes que nada ser orientado hacia el futuro. Es una especie de futurismo geopolítico. Y eso es lo que realmente se necesita: un futurismo geopolítico latinoamericano.
Para llegar a construir y expresar este futurismo geopolítico, primero se debe desarrollar una nueva plataforma intelectual e ideológica.
Y mientras se construye esa plataforma, se debe contar con el impulso que dan a la misma los líderes de los procesos de descolonización que son representados por el socialismo latinoamericano, el peronismo, la Teología de la liberación y la teología del pueblo. También es necesario dar un salto intelectual hacia el futuro que permita alcanzar horizontes nuevos en esta búsqueda.
Si usamos el concepto de socialismo, debemos aclarar que por él entendemos un socialismo orgánico, es decir, un socialismo comunitario que esté ligado a una comunidad organizada (Comunidad, sf): específicamente se trata más que nada de la comunidad y no tanto de la sociedad. Es un comunitarismo fundamentado en los pueblos y sociedades orgánicas y que está arraigado en esa identidad.
Al mismo tiempo, resultaría insuficiente un simple retorno a las formas de vida premodernas. Para defender la soberanía en las nuevas condiciones que nos plantea el mundo moderno, no son suficientes ni las comunas pacíficas agicoles, ni tampoco los Estados nacionales que surgieron como construcciones postcoloniales artificiales. Por lo tanto, el pensamiento político de América Latina debe orientarse hacia una escala continental, hacia la creación de una especie de poder supranacional. Y esto tampoco tiene que ver únicamente con la preservación y la protección de algo que existe, sino con un paso audaz y atrevido hacia el futuro. El Estado nacional es algo que debemos superar y tal osadía requiere una vez más de un gran coraje futurológico.
La Cuarta Teoría Política y su relevancia
Ahora nos referiremos a la Cuarta Teoría Política (Dugin, 2009) y el significado que esta tiene para la civilización latinoamericana en la actualidad.
La idea principal de la Cuarta Teoría Política es llevar a cabo una descolonización de nuestra conciencia política y llegar a alcanzar un nuevo nivel de autoconciencia propia. Así que, desde el principio, esta teoría encuentra resonancia en las luchas antimperialistas latinoamericanas.
Por lo general, pensamos la política bajo un sistema de coordenadas que se halla estrictamente definido: este sistema de coordenadas ha sido desarrollado por la Europa Occidental de los Nuevos Tiempos, es decir, por la Modernidad. Un rasgo de la Modernidad política es el "materialismo político" que se encuentra fundamentado en el nominalismo, el utilitarismo y en una comprensión puramente corporal de la misma política, algo que se corresponde perfectamente con el carácter comercial del Imperio Británico, indisolublemente ligado al fenómeno del capitalismo. Ya hemos mencionado la conexión entre el capitalismo y el protestantismo, por lo tanto, esta comprensión de la política – como una especie de materialismo político – se desarrolló precisamente en los países protestantes. Y desde allí se extendió a todos los demás pueblos del mundo junto con la colonización y la occidentalización. Este materialismo político desbordó las fronteras de Europa y terminó por extenderse a toda la humanidad.
Estas tres formas dominaron el pensamiento político moderno. En todo el mundo, la “política” terminó por ser entendida como algo que había aparecido en Europa Occidental en la época moderna y que se reflejaba en estas raíces ideológicas sostenidas por un paradigma común. En el siglo XX, estas tres ideologías lucharon ferozmente entre sí, en Europa y más allá de ella. Al principio, el liberalismo, junto con el socialismo, derrotaron al fascismo. Luego, durante la Guerra Fría, el liberalismo derrotó al socialismo. Así que de las tres ideologías políticas quedó únicamente una, el liberalismo, que sentó los fundamentos de la globalización durante la década de los noventa del siglo XX.
En América Latina también son visibles estas mismas ideologías que continúan existiendo hasta el día de hoy. Los regímenes y países que se encuentran dominados por el gran capital y la oligarquía financiera están subordinados a Estados Unidos y al liberalismo. En la etapa anterior, estos sistemas politicos se habían opuesto a las tendencias de la izquierda y habían actuado como el principal portador de todas las políticas imperialistas. Esto resulta importante, ya que el liberalismo en América Latina ha sido y sigue siendo el principal instrumento ideológico de explotación y hegemonía política. Por tanto, es contra el liberalismo en todas sus formas que debe dirigirse la lucha a favor de la independencia y la libertad.
Pero el problema es que las ideologías antiliberales de izquierda (comunismo, socialismo) y las de derecha (nacionalismo) también pertenecen a la política tal y como surgió en la Modernidad, cuyos fundamentos se encuentran en ese materialismo político eurocéntrico. Esto significa que son productos que continúan dominando nuestra conciencia política. Tanto el socialismo como el nacionalismo, es decir, la Segunda y la Tercera Teoría Política, están contaminados con el virus que ha extendido la idea política eurocéntrica y que fue creado por los Nuevos Tiempos. Además, después del triunfo planetario del liberalismo, tanto el comunismo como el nacionalismo son sirvientes de la ideología política que salió victoriosa de la guerra y ahora son instrumentos que fortalecen su dominación global. Los nacionalistas de derecha son generalmente anticomunistas. Y los propios comunistas, en lugar de luchar contra su principal enemigo (el capitalismo, el liberalismo y el globalismo), gastan la mayor parte de su fuerza y energía en oponerse a la derecha, acusándola indiscriminadamente de "fascismo". Tal división entre la derecha y la izquierda en nuestro tiempo está exclusivamente en manos de los liberales. Habiendo derrotado tanto al fascismo como al comunismo en el siglo XX, los liberales son los poseedores de todas las habilidades técnicas necesarias para convertir, con total tranquilidad, a las dos versiones alternativas del pensamiento político occidental en nada más que sirvientes de su invulnerable voluntad. De acuerdo con el principio de “divide y vencerás”, las élites liberales globalistas en América Latina oponen por igual a la “derecha” y a la “izquierda”, a los “indigenistas” contra los “hispanistas”, a los “nacionalistas” contra los “internacionalistas”, enfrentando a los diferentes Estados latinoamericanos los unos contra los otros, y de ese modo mantienen las estructuras de dominio que ellos crearon.
La Cuarta Teoría Política propone ir más allá de semejante definición eurocéntrica de la política que es sostenida por la Modernidad. Además, algo semejante se puede lograr mediante el regreso a lo premoderno, ya sea europeo o no europeo, y también al dar un paso hacia el futuro posmoderno. Pero no por medio de un "posmodernismo" liberal, que es una continuación de la hegemonía occidental, sino por medio de un nuevo posmodernismo alternativo y multipolar, que reconozca al mismo tiempo la pluralidad de culturas y civilizaciones y su derecho sagrado a construir sus sociedades y sistemas políticos según la manera en que la mayoría de su población lo desee, sin tener en cuenta estándares “universales” y especialmente los dogmas propios del liberalismo moderno deshumanizante y pervertido que destruye todas las formas de identidad colectiva en nombre de un individualismo absoluto.
La Cuarta Teoría Política no es solo un llamado a unir los esfuerzos de los antimperialistas de derecha e izquierda, sino que en sí misma debe ser un paso preliminar hacia algo más importante que vaya más allá de las fronteras de la Modernidad política europea en su totalidad. Además, simultáneamente en ambas direcciones, ya sea hacia el pasado profundo de Europa, la Edad Media o el mundo prehispánico, indigenista, o hacia el futuro de América Latina, la Cuarta Teoría Política propone dar un salto cualitativo: no espera a que se produzca una "evolución del liberalismo", que jamás sucederá (y, si sucede, entonces nos llevará hacia algo peor que será mucho más horrible y nos llevará hacia nuestra destrucción), sino que es una invitación a que comencemos por establecer una civilización independiente, libre y soberana, que se convierta en un polo independiente al interior de un mundo multipolar.
Además, para traspasar los límites de la Modernidad política y superar la hegemonía capitalista de Europa occidental, hoy plenamente representada por el liberalismo, sería necesario poner en el centro de atención, por buenas razones, a un nuevo sujeto: el pueblo, el cual debe ser rescatado teniendo en cuenta su identidad cultural, histórica y religiosa, como el sujeto verdadero de nuestra reflexión. Este sería, en cierto sentido, una continuación lógica y el triunfo positivo tanto de la teología de la liberación como de la teología del pueblo.
4TP, multipolaridad y Rusia
Y aquí vemos nuevamente la conexión entre América Latina y Federación Rusa. Después de todo, Rusia es igualmente ajena al liberalismo (que hoy es rechazado incondicionalmente por Putin y nuestra sociedad) como al nacionalismo (que es incompatible con el carácter multiétnico -euroasiático- de nuestro país) y el comunismo (que es rechazado por los rusos precisamente por su carácter materialista, ateo y abstracto). Rusia ha elegido sin lugar a dudas la multipolaridad y un orden mundial pluricéntrico. Al mismo tiempo, está buscando un modelo político que no esté ligado a la Europa occidental moderna, tarea que se hace cada vez más urgente. La descolonización de nuestra conciencia política es un objetivo que es relevante tanto para los rusos como para los latinoamericanos. Por lo tanto, la Cuarta Teoría Política está diseñada para que unamos nuestros esfuerzos en uno solo. Esta teoría no es rusa. En sus orígenes, es la creación de un grupo de filósofos rusos y franceses (de los filósofos euroasiáticos junto con Alain de Benoist y el movimiento GRECE de Francia), y al día de hoy esta teoría se ha desarrollado en Italia, España, Estados Unidos, Europa del Este, así como en Irán, Pakistán, Turquía y el mundo árabe. El interés por la Cuarta Teoría Política está creciendo tanto en Occidente como en los países del Tercer Mundo y del Segundo Mundo. Paralelamente, se están difundiendo las ideas que fundamentan la multipolaridad y que cada vez encuentran más apoyo en países como China e India y también en África. Estamos pasando gradualmente de las ideas y teorías a la práctica, a la creación de estructuras regionales multipolares como la Organización de Cooperación de Shanghái, los BRICS, la Comunidad Económica Eurasiática, etc.
CONCLUSIONES
América Latina tiene muchas razones para participar activamente en este proceso de la multipolaridad e impulsarlo usando todos sus esfuerzos. La Cuarta Teoría Política no es una creación dogmática ni universal y no pretende serlo. El reconocimiento de la existencia de una pluralidad de civilizaciones y la negativa categórica a construir cualquier tipo de jerarquía entre ellas - incluso según el criterio liberal "desarrollados"/"no desarrollados" - conduce lógicamente a la conclusión de que cada civilización independiente sea parte de esta estructura multipolar, cada polo debe tener su propia versión de la Cuarta Teoría Política, basada en su Logos, en su identidad y en el espíritu de su pueblo. Esta diferencia creará un verdadero pluralismo frente a la humanidad y dará nacimiento a una verdadera democracia, así como a la amistad y la cooperación pacífica entre todos.
Pero el desarrollo de una Cuarta Teoría Política para América Latina no se puede confiar a los rusos, ni a los franceses ni a nadie más. Debe ser antes que nada una creación de los mismos latinoamericanos.
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