DIPLOMACIA CUBANA
Recepción: 02 Abril 2021
Aprobación: 17 Mayo 2021
Resumen: Se analiza la participación y el protagonismo de Cuba en el Movimiento de Países No Alineados, en el contexto de la política internacional de la época de su surgimiento en el siglo XX hasta la actualidad. Este trabajo constituye un homenaje al aniversario 60 de la organización. En sus páginas queda evidenciada la relevancia del Tercer Mundo, en particular de África, Asia y América Latina, en la política exterior de la Revolución Cubana.
Palabras clave: Cuba, Movimiento de Países No Alineados, Tercer Mundo, Guerra Fría, política exterior, Revolución Cubana, sistema internacional.
Abstract: Cuba's participation and leading role in the Non-Aligned Movement is analyzed in the context of international politics from the time of its emergence in the twentieth century to the present. This work is a tribute to the sixtieth anniversary of the organization and its pages show the relevance of the Third World, particularly Africa, Asia and Latin America, in the foreign policy of the Cuban Revolution.
Keywords: Cuba, Non-Aligned Movement, Third World, Cold War, international system.
INTRODUCCIÓN
Los estudios tradicionales sobre política exterior cubana han enfocado con mayor intensidad la historia de los vínculos de Cuba con la antigua Unión Soviética, el estado anormal de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, así como aquellas con América Latina y el Caribe, sin prestar demasiada atención al No Alineamiento. Se ha considerado que la pertenencia de la isla al Movimiento de Países No Alineados formó parte de una abarcadora estrategia dirigida a incrementar la influencia de la diplomacia cubana, siempre con la meta suprema de romper el aislamiento impuesto por los gobiernos de turno estadounidenses mediante el potenciamiento de sus vínculos con África y Asia.1
Debe recordarse que cuando Cuba se adhiere al Movimiento en 1961 su política exterior se encontraba en una etapa de definición estratégica. Sería difícil conectar ese ingreso a un tercermundismo existente y desenvuelto, más bien se asistió a un desarrollo mayor del No Alineamiento con el posicionamiento antimperialista que la Revolución Cubana contribuyó a forjar en la política internacional. El compromiso de Cuba con el Tercer Mundo fue un pilar de su comportamiento internacionalista, ya sea a través del Movimiento como de la Conferencia Tricontinental y la subsecuente Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL). En el caso de esta última región, diferentes estados comenzaron, una década después, a participar en el Movimiento de Países No Alineados, convirtiéndose, en sí mismo, en un nuevo paradigma tercermundista, cuyas raíces impactaron el pensamiento político y la cultura emancipatoria latinoamericana.
Con esas influencias también quedó confirmado que el objetivo esencial de la política exterior de la Revolución Cubana sería contribuir a la causa del socialismo. Se afirmó categóricamente la decisión de subordinar, en su desenvolvimiento, los intereses de Cuba a los generales de la lucha por el socialismo y el comunismo, de la liberación nacional, la derrota del imperialismo y la eliminación del colonialismo, el neocolonialismo y de toda forma de explotación y discriminación de los pueblos. Ese compromiso exigió una lucha simultánea por la paz y se insertó con otra de las premisas estratégicas de la política exterior de la Revolución Cubana: el internacionalismo (Rodríguez, 1983: 374-375).
Este artículo constituye un homenaje al aniversario 60 del Movimiento de Países No Alineados y su contenido evidencia la relevancia del Tercer Mundo, en particular de los países de África, Asia y América Latina, en la diplomacia de la Revolución Cubana. Abordamos la participación y el protagonismo de Cuba en el contexto de la política internacional del siglo XX, caracterizada por la Guerra Fría, y la situación global en la actualidad, no menos convulsa, turbulenta y violenta debido a la existencia de un orden mundial resquebrajado, desigual e injusto.
DESARROLLO
Una de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial para Latinoamérica fue el auge de los movimientos revolucionarios y nacionalistas. Este despertar de la conciencia y de las fuerzas democráticas en Latinoamérica, se extendería, asimismo, a otras zonas de lo que sería el Tercer Mundo, pero con características diferentes, al no existir en esa etapa una equiparación del desarrollo social entre América Latina, Asia y África. Con sus propias características y singularidades, en estas regiones se iniciaba el proceso descolonizador y de liberación nacional, al cual se opondría la política exterior estadounidense y sus aliados en el bloque de países occidentales.
Al respecto, el académico cubano Reinaldo Sánchez Porro, en su libro “África: Luces, mitos y sombras de la descolonización”, esbozó que “tras la Segunda Guerra Mundial surgió una aguda contradicción entre los dos campos de fuerzas opuestas, el de las potencias capitalistas y el socialista (…) envueltos en lo que fue llamado la Guerra Fría entre las dos potencias líderes, Estados Unidos y la Unión Soviética, y sus bloques aliados. (…) En medio de ella se desarrolló la descolonización a partir, fundamentalmente, del cuestionamiento de las relaciones coloniales de dependencia en todos los planos por cuenta de los movimientos de liberación nacionalistas. Las luchas anticoloniales, como la de Argelia, se tradujo en guerras calientes tras la que se intentaba encontrar la mano de Moscú, la liberación del continente africano se dio en esas condiciones y África también fue “usada como escenario para la confrontación de los dos bloques” (Sánchez, 2016: XI).
Así, una gran parte de los países de Asia y África, que habían sido colonias de las principales potencias europeas, a las cuales acompañaron en las contiendas de la Segunda Guerra Mundial iniciaron, al término de esta, intentos por alcanzar estatus de autonomía o de independencia. Esto fue posible, entre otros factores, por los cambios económicos, demográficos y educacionales que se habían producido en los territorios coloniales, que propiciaron el surgimiento de organizaciones autóctonas con anhelos independentistas, así como por las transformaciones provocadas por la contienda en el escenario internacional, especialmente, el debilitamiento de las metrópolis (Díaz, 2007: 281).
En un siglo por excelencia revolucionario en el ámbito global, se produjeron cambios importantes en el sistema internacional. En primer lugar, se multiplicaron los Estados soberanos y por ende la incorporación a la vida independiente de grandes masas de la población de distintas regiones del Tercer Mundo, en gran medida empobrecidas y bajo el control de los intereses del capital, lo que supuso un reto para el proyecto hegemónico norteamericano, ya que si bien la ruptura de los lazos coloniales significaba nuevos mercados donde colocar sus productos y capitales, no podía abandonar las exigencias de su alianza estratégica con las metrópolis europeas. De 59 países independientes que conformaban el mapa político mundial en 1945, para 1960 la cifra ascendía a 113, de ellos 64 pertenecían a la región afroasiática (Pérez, 1998: 4-15).
Se hizo notable en el escenario internacional la incorporación de nuevos actores, en el contexto de la Organización de Naciones Unidas (ONU), un hecho que favoreció el inicio de la defensa de los intereses políticos del Tercer Mundo en detrimento de la preponderancia estadounidense en la Asamblea General de esa institución, posible, en gran medida, por los votos de los países latinoamericanos y sus aliados occidentales.
En el período del proceso de descolonización y de la confrontación Norte-Sur en el escenario político internacional, las regiones de África y Asia se convirtieron en teatros de la Guerra Fría. Ante esta ofensiva, la URSS trató de captar simpatías y aliados apoyando al movimiento descolonizador y a los países recién liberados, mientras Estados Unidos y sus aliados siempre argumentaron la consabida lucha contra el comunismo y se esforzaron por contener la radicalización de aquellos procesos y someterlos a su control bajo la nueva etiqueta del neocolonialismo, cuyos instrumentos favoritos fueron la ayuda económica condicionada, el chantaje y las presiones de todo tipo, e incluso al uso de la fuerza y la intervención militar, como ocurrió en el año 1958 en los casos del Líbano y Jordania, donde desembarcaron tropas inglesas y norteamericanas para apoyar la reacción interna.
Desde el punto de vista socioeconómico y político, los países recién liberados no se asociaban ni al bloque de los estados capitalistas e industrializados de Occidente ni a los del área socialista de Europa del Este, por tanto, iniciaron una política propia, tercermundista2, que devino en una orientación de neutralidad con respecto al enfrentamiento entre los dos grandes bloques ideológicos del período, cuya inicial manifestación práctica fue la Primera Conferencia Afroasiática realizada en Bandung, Indonesia, en el año 1955, que, con la participación de 24 naciones independientes de ambas regiones constituyó el precedente más directo de lo que, seis años más tarde, sería el Movimiento de Países No Alineados. Es importante destacar que ese ejercicio de emancipación colectiva fue, en lo esencial, el reflejo de la soberanía individual de los países participantes y del surgimiento de un nuevo pensamiento independentista y de corrientes de ideas progresistas que preludiaban ya las concepciones antimperialistas que guiarían las primeras décadas de actuación del Movimiento de Países No Alineados. De los países de Europa del Este, Yugoslavia tendría un papel relevante en esta conferencia, en tanto era el único de esa región que no aceptó la imposición y la uniformidad de las disposiciones provenientes del Partido Comunista de la Unión Soviética y defendía su socialismo frente a las políticas agresivas de las potencias imperialistas.
De la conferencia en Bandung se derivó la necesidad de aglutinar a los países de Asia y África, recién liberados del colonialismo europeo, en un movimiento cuya política central fuese la No Alineación a ninguno de los bloques de poder y que tuviera la fuerza suficiente para desplegar un protagonismo militante que les permitiera la defensa de sus derechos e intereses nacionales.
Bajo el liderazgo de los presidentes de Yugoslavia, Josep Broz Tito; de la República Árabe Unida, Gamal Abdel Nasser y de Indonesia, Ahmed Sukarno, a los cuales se asociaron los líderes de la India, Jawaharlal Nehru y de Afganistán, Mohammed Daud Khan, el Movimiento de Países No Alineados tuvo su presentación formal en la Primera Conferencia del MNOAL celebrada en Belgrado, Yugoslavia, del 1ro. al 6 de septiembre de 1961. Cuba tiene el mérito político-diplomático e histórico de haber sido el único país de América Latina y el Caribe que participó en la fundación del movimiento, cuando se agudizaba su conflicto histórico con Estados Unidos, por sus agresiones económicas y amenazas militares, y la Revolución Cubana reafirmaba con profundas transformaciones económicas y sociales su carácter antimperialista. La delegación de la mayor de las Antillas a ese acto fundacional estuvo presidida por Osvaldo Dorticós Torrado, presidente de la República de Cuba.
La presencia de Chou en Lai, Nasser, Nehru, Pham Van Dong y otros líderes tercermundistas, que habían hecho de la lucha por la independencia nacional y contra el colonialismo el centro de las políticas exteriores de sus naciones, condicionó las principales concepciones políticas del movimiento y la aprobación de los Diez Principios de Bandung, que se convertirían por derecho propio en lo que se denominaría, durante muchos años, la quintaesencia del No Alineamiento, o la función del Movimiento de Países No Alineados, todavía con plena vigencia en el siglo XXI, en un sistema internacional en transición de la unipolaridad a la multipolaridad, pero manteniendo exacerbadas las relaciones de poder, el hegemonismo estadounidense y las acciones unilaterales de las grandes potencias, al estilo de la Guerra Fría.
El triunfo de la Revolución Cubana de 1959
En una mirada retrospectiva, se hace necesario indicar que el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, había marcado un desafío para América Latina y el Caribe y, en especial, las relaciones con Estados Unidos, pues el gobierno estadounidense decidió no reconocer al proceso revolucionario en la isla y, a la altura de 1961, esta y sus principales líderes ya habían recibido numerosas agresiones, sabotajes, intentos de asesinato; era víctima de una política de guerra y aislamiento por parte de su poderoso vecino.3
Las ideas rectoras pronunciadas en numerosos discursos por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, donde esclarecía el carácter y los fines de la Revolución Cubana lograron una enorme influencia en las fuerzas progresistas y de liberación nacional a nivel regional e internacional, porque por primera vez en la historia de la humanidad un movimiento guerrillero había llevado a cabo una revolución política y enfrentaba al imperialismo norteamericano en sus propias narices mediante transformaciones de gran calado en su estructura socioeconómica, totalmente opuestas a sus intereses de dominación neocoloniales. El resultado lógico sería el cambio en las dinámicas de las relaciones interamericanas y la mayor expresión de las luchas populares en el hemisferio occidental, en apoyo solidario al primer Estado socialista de América.
En respuesta a las acciones hostiles emprendidas desde 1959 por el gobierno estadounidense, que pusieron en peligro la seguridad y la propia supervivencia de la Revolución Cubana, se produjeron amplias movilizaciones populares en apoyo solidario al proceso lidereado por Fidel Castro Ruz y un grupo de carismáticos guerrilleros, entre los que se encontraba el Comandante Ernesto Che Guevara, también abanderado del tercermundismo y de las revoluciones de liberación nacional en los países más explotados, atrasados y pobres en África, Asia y América Latina. En este contexto de aislamiento regional, la búsqueda de nuevas alianzas políticas y económicas fue imprescindible. La coincidencia histórica entre el proceso de total liberación e independencia de Cuba, el recrudecimiento de las acciones agresivas de Estados Unidos y el auge del movimiento de descolonización mundial, permitió que el gobierno revolucionario cubano dirigiera su atención hacia los países del Tercer Mundo, afín con sus históricas luchas anticoloniales y emancipatorias.
Para iniciar los necesarios contactos, el Gobierno revolucionario envió al comandante y ministro Ernesto Che Guevara a un recorrido, que inició el 12 de junio de 1959, por Egipto, Marruecos, India, Indonesia, Yugoslavia, Ceilán (Sri Lanka), Birmania, Japón y Sudán. Esos encuentros primarios le confirieron una orientación estratégica a la diplomacia cubana, en el sentido de alcanzar la unidad de acción comunes en las relaciones bilaterales con la mayoría de las naciones marginadas. La argumentación de La Habana se correspondió con el principio de la política exterior revolucionaria de subordinación de los intereses nacionales a los generales de la lucha por el socialismo, el comunismo, la liberación nacional, la derrota del imperialismo y la eliminación del colonialismo, el neocolonialismo y toda forma de explotación y discriminación.
En ese propio año, el Gobierno revolucionario acordó establecer vínculos diplomáticos con Marruecos y elevar a rango de Embajada la Legación de la República Árabe Unida (Egipto, Siria y Yemen), además de iniciar relaciones con otros países africanos como Túnez y Ghana. Asimismo, se recomendó al ministro de Estado, Raúl Roa García, establecer enlaces diplomáticos también con Libia, Sudán, Etiopía, República de Guinea y Liberia. Al año siguiente se produjo la visita del presidente de Indonesia, Ahmed Sukarno, a Cuba, en tanto que Raúl Castro viajaría a Egipto para participar en los festejos del 26 de julio en Alejandría, donde sostendría reuniones con el líder Gamal Abdel Nasser.
Un hecho trascendental en la política exterior de la Revolución Cubana fue el viaje del Comandante en Jefe Fidel Castro a Nueva York, para participar en la XV Sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que inició el 18 de septiembre de 1960. El ámbito multilateral fue el marco propicio escogido por Fidel para entrevistarse con los mandatarios afroasiáticos más influyentes del momento: Ahmed Sukarno, de Indonesia; Jawaharlal Nerhu, de la India; Gamal Abdel Nasser, de Egipto; Kwame Nkruma de Ghana y Ahmed Sekoú Touré de la República de Guinea. De esa manera comenzó un vínculo político y diplomático muy favorable para que en 1961 Cuba se erigiera en el único país latinoamericano invitado a la primera Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados.
Desde el punto de vista histórico, Cuba guarda una estrecha comunidad de intereses políticos con los países No Alineados en lo que respecta a sus orígenes, herencia, adversarios y aspiraciones. La evolución y desarrollo de la nación cubana está condicionada por el colonialismo, el neocolonialismo, las intervenciones militares y la ocupación ilegal de parte de su territorio por una base militar en la oriental provincia de Guantánamo.
Pertenecer al Movimiento de Países No Alineados simboliza la vocación tercermundista de la política exterior cubana, que comprende también el carácter socialista de su revolución, su pertenencia al Caribe, con un profundo sentimiento integracionista; lo que explica la proyección de la isla en sus relaciones con los países de América Latina, Asia y África, en general, y en el seno de la organización, en particular.
Con toda claridad la ejecutoria internacional de Cuba estaba en correspondencia con los criterios para la expedición de invitaciones a la Conferencia Cumbre de Belgrado, los cuales habían sido establecidos en la Reunión Preparatoria de la Conferencia de Jefes de Estado o Gobiernos de Países No Alineados, celebrada en El Cairo, en el mes de junio de 1961, donde establecieron el procedimiento de que el país invitado debía haber adoptado una política independiente, basada en la coexistencia de los Estados con sistemas políticos y sociales diferentes y en la No Alineación, o demostrar una disposición a favor de esta política. Además, el país que se tratase debía practicar un respaldo consistente a los movimientos de liberación que luchaban por la independencia nacional (Informe, 1961).
Si bien para el año 1961 ya existía una sistemática comunicación y nexo ideológico, político y económico de Cuba con la URSS, el hecho de no formar parte del Pacto de Varsovia, y de tener bien definidos los principios que regirían su política exterior, le permitió cumplir con dicho requisito e integrar el movimiento. Esta posible dicotomía entre el vínculo de La Habana con la URSS y su natural aspiración de pertenecer a la organización de los países No Alineados, quedó explicada en el discurso del presidente Osvaldo Dorticós en la Cumbre de Belgrado, donde esclareció la independencia total de Cuba en lo referido a la no pertenencia y compromisos de ninguna índole con bloques o pactos militares y que los acuerdos militares con la URSS estaban circunscritos a la asistencia técnica.
Pero también afirmó que “esto no quiere decir que no seamos países comprometidos. Estamos comprometidos con nuestros propios principios. Y quienes ostentamos la honrosa delegación de nuestros pueblos, que son pueblos amantes de la paz, que luchan por afirmar sus soberanías y por alcanzar la plenitud del desarrollo nacional, estamos, en fin, comprometidos a responder a esas trascendentes aspiraciones y a no traicionar aquellos principios (…)” (Dorticós, 1961). Este punto es de vital importancia porque también expuso el legítimo derecho de la isla a ser un país socialista, en momentos en que los críticos de la revolución a nivel internacional, esgrimían el “alineamiento” de Cuba a la URSS, para desacreditar su activismo y membresía al Movimiento desde los primeros años.
El país caribeño también encontró en la Cumbre de Belgrado ferviente apoyo y solidaridad a su causa antimperialista y antineocolonial, en contraste con la política de aislamiento ejercida por los gobiernos latinoamericanos dependientes y subordinados a Estados Unidos. En este sentido, la diplomacia cubana se propuso varios objetivos, entre ellos que la conferencia condenase al imperialismo, y que el peso fundamental de esta medida recayera sobre la política estadounidense; obtener el respaldo solidario para los Movimientos de Liberación Nacional de Vietnam, Angola y Guinea Portuguesa; condenar los regímenes imperialistas y solicitar la independencia de Angola, África Suroccidental, Guinea Portuguesa, Guayana Británica y Puerto Rico; obtener un pronunciamiento contra las bases militares en territorios extranjeros y sancionar el emplazamiento de nuevas bases, proclamar el derecho de cada nación a darse la forma de gobierno que estimara más apropiada, condenar la discriminación y agresión en el terreno económico, así como las actividades subversivas y de hostigamiento, en forma directa o indirecta, mediante el empleo de elementos mercenarios, desplegados ya por Estados Unidos contra Cuba.
Parte importante de esas propuestas fueron recogidas en la Declaración Final de la Cumbre, cuyo punto 12 explicitó que: “Los países participantes reconocen que la base militar norteamericana de Guantánamo en Cuba, a cuya permanencia el Gobierno y el pueblo de Cuba han manifestado su oposición, menoscaba la soberanía y la integridad territorial de ese país”; y en el punto 13, inciso b: “Los países participantes creen que debe respetarse el derecho de Cuba, y el de todos los pueblos a elegir libremente el sistema político y social que mejor convenga a sus peculiares condiciones, necesidades y posibilidades” (Declaración, 1961). De esta manera, los temas principales relacionados con Cuba quedaron incluidos en un punto independiente en la Declaración Final.
En el marco regional, entre las Cumbres de Belgrado y El Cairo se produjeron acontecimientos de importancia como la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA), en 1962, la independencia de Jamaica y Trinidad y Tobago, el golpe de Estado contra Juan Bosch en República Dominicana y la Crisis de los Misiles o de Octubre, que puso al mundo al borde del holocausto nuclear. El año 1964 inauguró, con el golpe de Estado a João Goulart, en Brasil, una ola de gobiernos y dictaduras militares que iniciarían un proceso de fascistización en el Cono Sur. Por otra parte, el presidente de Chile, Eduardo Frei, ensayó la primera experiencia demócratacristiana en la América Latina, en un fallido intento de presentar una alternativa a la Revolución Cubana, con miras a insuflarle bríos a la fracasada Alianza para el Progreso que había inaugurado el presidente estadounidense John F. Kennedy en 1961.
Ese contexto propició que el tema latinoamericano estuviera entre los objetivos que la delegación cubana debía incluir en la agenda de la II Cumbre del Movimiento. Entre las orientaciones que recibió la representación de la ínsula para la reunión preparatoria, celebrada en Colombo, Ceilán, del 23 al 28 de marzo de 1964, estuvo propiciar la invitación de los países de América Latina con los cuales mantenía relaciones y oponerse, aunque con matices, a que fueran invitados los que no tenían relaciones con Cuba, particularmente Venezuela, en el entendido de que los estados que rompieron relaciones con La Habana se habían alineado junto al imperialismo, seguido sus dictados, prestándose al desarrollo de la política de Guerra Fría en la región; igualmente debía aludirse a la cuestión de Panamá y defender su derecho a la revisión del Tratado con Estados Unidos referente a la zona del Canal, así como patentizar el apoyo de la isla a la lucha del pueblo panameño en favor de su independencia, soberanía e integridad territorial (Declaración, 1961).
En la Conferencia de El Cairo, en 1964, presidida por el presidente de la República de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado, la mayor de las Antillas sería también el único país latinoamericano que participó como miembro del Movimiento. No obstante, de los diez estados observadores que asistieron a la Conferencia, nueve fueron latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Jamaica, México, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela. A diferencia de Ecuador —había estado en la conferencia anterior de espectador— que se ausentó en esta oportunidad. De igual forma, el Movimiento por la Independencia de Puerto Rico, posteriormente Partido Socialista Puertorriqueño, estuvo invitado y presente en la reunión de El Cairo.
La Conferencia condenó las manifestaciones de colonialismo y neocolonialismo en América Latina, y se pronunció por la aplicación en esta región del derecho de los pueblos a la autodeterminación y a la independencia. La reunión advirtió, con pesar, que Guadalupe, Martinica y otras islas de las Antillas no habían conseguido aún su autonomía. En ese sentido, llamó la atención del Comité Especial de Descolonización de Naciones Unidas sobre el caso de Puerto Rico, solicitando a ese comité que examinara la situación de estos territorios, de conformidad con lo dispuesto en la resolución 1514 de la Asamblea General de esa organización, lo cual evidenció un mayor interés del Movimiento hacia la problemática latinoamericana y caribeña.
Con respecto a Cuba, al igual que sucedió en Belgrado, la conferencia condenó las presiones e injerencia en los asuntos internos de la isla con el fin de imponer la modificación del sistema político, económico y social elegido por su pueblo; solicitó al gobierno de los Estados Unidos la suspensión del bloqueo comercial y financiero impuesto desde el año 1961 y exigió la devolución del territorio ilegalmente ocupado por los norteamericanos en Guantánamo, sin que mencionara la Crisis de los Misiles, un episodio políticamente complejo que puso en tensión a la humanidad en torno al armamento nuclear de las potencias líderes de los bloques militares existentes en el sistema internacional bipolar, hegemonizado por Estados Unidos y la Unión Soviética.
Esta paradoja puede ser explicada por el hecho de que la instalación de cohetes nucleares en Cuba fue un acto de legítima defensa, ante la posibilidad real de una invasión militar a la Isla por parte de Estados Unidos. Sin embargo, la vía diplomática bilateral entre grandes potencias, utilizada por John F. Kennedy y Nikita Jruschov permitió un acuerdo entre ellos sin tener en cuenta la posición cubana; ello hizo comprender al gobierno cubano el lugar que ocupaba la Isla en el juego de poder global de la época. El 28 de octubre de 1962, el acuerdo que establecía la retirada de los cohetes de Cuba se hizo público y el primer ministro Fidel Castro Ruz, al igual que la opinión pública, se enteró por la prensa internacional. Las relaciones entre Cuba y la URSS se afectaron, pero luego mejoraron y llegaron a ser excelentes en las diferentes etapas históricas, prácticamente hasta su desaparición, a pesar de que el último gobierno de ese país, encabezado por Mijaíl Gorbachov, abandonó a sus aliados y renunció a sus intereses y compromisos internacionalistas con los países socialistas.
Sin embargo, los sucesos de octubre de 1962 contribuyeron a que las circunstancias del conflicto Cuba-Estados Unidos trascendiera el marco regional para convertirse en un problema mundial. Al respecto, el entonces Ministro de Relaciones Exteriores Raúl Roa García, en una entrevista con su homólogo de la República Árabe Unida, celebrada en la Embajada de Cuba en El Cairo, planteó: “No aspiramos a que el caso Cuba constituyera el punto central de la Conferencia, pero si aspirábamos, en que, en alguna forma, fuera mencionado en el comunicado final, ya que esto nos prestaría fuerza para la Asamblea General de las Naciones Unidas. Expusimos que el caso de Cuba no era local, ni siquiera regional, sino de carácter mundial, como se había demostrado en ocasión de la Crisis del Caribe. El problema cubano interesa a todos por igual, y podemos decir que las potencias occidentales que mantienen relaciones comerciales con Cuba, que son muchas, están profundamente preocupadas por la situación creada por la política de los Estados Unidos en relación con nuestro país, ya que ellas mismas están siendo objeto de presiones de todo género para impedirles el comercio con nuestro país (…)” (Declaración, 1961),
Si por un lado después de la Crisis de Octubre, la posición cubana en el Movimiento de Países No Alineados resultó más difícil de defender, por el otro, la política hacia África en el bienio 1963-1964, que asumiría los riesgos del apoyo militar a Argelia frente a la agresión marroquí, a los lumumbistas en el actual Zaire, y a los revolucionarios de las colonias portuguesas, le hizo ganar nuevas simpatías, mantener y fortalecer su prestigio e influencia en la lucha internacionalista junto a otros pueblos contra el imperialismo y por su independencia nacional.
Así también sucedió con el apoyo y la cooperación a los movimientos guerrilleros que inspirados en la Revolución Cubana comenzaron a gestarse en América Latina contra el colonialismo y el neocolonialismo, mecanismo de dominación asentado en esta región. La isla se convirtió en el puente de las relaciones entre el sector más revolucionario latinoamericano y el Movimiento de Países No Alineados, iniciándose una especie de vínculo o integración que pensamos contribuyó al afianzamiento del reconocimiento de La Habana al interior de los No Alineados, un proceso cuyos antecedentes pueden identificarse a partir de la II Cumbre celebrada en El Cairo, del 5 al 10 de octubre de 1964.
En ella se demostró de manera temprana la vocación antimperialista del Movimiento. Tres de los capítulos del documento final acordado por los Jefes de Estado expresaron la disposición a desarrollar acciones concertadas para la liberación de los países dependientes, la eliminación del colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo; el respeto al derecho de los pueblos a la autodeterminación y condena del uso de la fuerza contra el ejercicio de ese derecho; a la soberanía de los Estados y su integridad territorial. La lucha, durante los primeros años del Movimiento, se centró en consolidar el anticolonialismo y el antimperialismo como la filosofía básica y el fundamento superior del pensamiento No Alineado.
Los criterios anteriores lograron realización práctica y una visibilidad mundial con la celebración de la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana, celebrada del 3 al 15 de enero de 1966. A la misma asistieron más de quinientos representantes de movimientos políticos, sindicales, estudiantiles, femeninos, de organismos internacionales y de países socialistas, entre los que se encontraban Amílcar Cabral, de Cabo Verde; Salvador Allende, de Chile; Pedro Medina Silva, de Venezuela; Luis Augusto Turcios Lima, de Guatemala; Rodney Arismendi, de Uruguay; Cheddy Jagan, de Guyana y Nguyen Van Tien, de Vietnam del Sur, entre otros. En esta importante reunión, Cuba consolidó su liderazgo político indiscutido en la alianza internacionalista de los países del Tercer Mundo
Esta Conferencia se planteó constituir un proyecto de lucha común, toda vez que, como dijera Said Bouamama, autor del libro “La Tricontinental: Los pueblos del Tercer Mundo al asalto del cielo”, en entrevista al Diario de Nuestra América, “ (…) ya no se trata de que cada pueblo dominado se enfrente a una sola y única potencia colonial, al contrario, ahora deben enfrentarse al imperialismo, es decir, a todo un sistema de dominación a nivel mundial; en segundo lugar, ya no se trata únicamente de luchar por una independencia de tipo político, sino de luchar para lograr una independencia económica real; todas estas transformaciones de conciencia política permiten el acercamiento a las luchas que se están llevando a cabo en América Latina, donde los pueblos se enfrentan desde hace décadas al nuevo rostro de la dominación imperialista, a saber, el neocolonialismo. Todas estas luchas en los tres continentes se desarrollan al mismo tiempo, y como consecuencia de esto se constituye el proyecto de una lucha común Tricontinental” (Anfrus y Morgantini, 2017).
Con un trascendental impacto político, la I Conferencia Tricontinental dio lugar a la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), cuyo objetivo fue promover y coordinar un frente común de lucha contra el colonialismo, el neocolonialismo, el imperialismo norteamericano y de apoyo a los movimientos de liberación nacional, coincidiendo con los del Movimiento de Países No Alineados. Lo singularizaba el hecho de que, por primera vez, organizaciones de izquierda de los tres continentes se reunían para debatir la mejor manera de hacer realidad esa lucha.
Uno de los mayores logros de la OSPAAAL fue la creación de la Revista Tricontinental, su órgano difusor. Publicada en varios idiomas, se convirtió en el lazo de unión entre los militantes de los tres continentes y en un medio de denuncia del imperialismo y de defensa de los movimientos de liberación nacional. En ella muchos intelectuales, políticos e investigadores reflejaron, a través de sus obras de arte, los artículos publicados, sus análisis, visiones, y diversas perspectivas teóricas, la situación del Tercer Mundo y sus problemas más acuciantes.
Desde el inicio, Estados Unidos y sus aliados vieron en este movimiento una amenaza a sus intereses y posiciones dominantes a nivel global. A pesar de la contraofensiva desatada por las fuerzas imperialistas, la política desarrollada por Cuba en este periodo facilitó el acercamiento y concertación entre los tres continentes envueltos en luchas por la liberación nacional, de defensa de la libre autodeterminación de los pueblos y contra el imperialismo, lo que inevitablemente repercutió en el papel, cada vez más activo, que Cuba asumiría en el Movimiento de Países No Alineados.
Si bien hubo fuerzas políticas pertenecientes y ajenas al Movimiento que intentaron simplificar sus objetivos y circunscribirlos a la identificación de iniciativas que pudieran mantener a sus integrantes al margen de la Guerra Fría o la confrontación bipolar soviético-norteamericana en ascenso, dejando de lado los principios más radicales identificados en Bandung, la realidad histórica demostró que el Movimiento de Países No Alineados no solo surgió con un fuerte componente antimperialista, con vocación de lucha contra el colonialismo, el neocolonialismo y el apartheid, y como vehículo para defender y fomentar los principios rectores del Derecho Internacional, sino que también tuvo su cometido, muy singular, en los esfuerzos por salvaguardar la soberanía, la independencia, rechazar el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, condenar la injerencia en los asuntos internos de los Estados y respaldar el desarrollo económico de los países pobres.
La fuerza rectora de los movimientos y partidos políticos progresistas admitió la transformación de los argumentos e intenciones de quienes abogaban por la “neutralidad” ante los acuciantes problemas del mundo de la época, pero también se sumó a los principios de vanguardia cuando, en lo fundamental, el Movimiento necesitaba que sus integrantes no formaran parte de las alianzas militares que el imperialismo norteamericano comenzó a fomentar en el Tercer Mundo. Fue el momento en que se iniciaron los esfuerzos de Estados Unidos por convertir a la OTASO (Organización del Tratado del Sudeste Asiático), al CENTO (Organización del Tratado Central, originalmente conocida como el Pacto de Bagdad o la Organización del Tratado del Medio Oriente) y al ANZUS (Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos), por solo mencionar algunas agrupaciones militares, en el pilar de una política de contención que impidiese la expansión de las ideas revolucionarias, progresistas y socialistas.
Cuando llegó la celebración de la esperada III Conferencia No Alineada de Lusaka, en 1970, tras un prolongado periodo de preparación y de decisión sobre cuál sería su sede, Cuba tenía ya una idea aproximada sobre su proyección internacional en el Movimiento. A los declarados deseos de aplacar el aislamiento, de poner los problemas latinoamericanos en el foro del organismo, de propiciar la participación de los países de la región, de influir en la discusión de principios, de acopiar prestigio, se agregaba ahora su activismo como aliado estratégico de la URSS en el seno de la organización. Por ejemplo, ante la posibilidad de que en Lusaka se mencionase la intervención en Checoslovaquia, para Cuba era fundamental el rechazo de modo categórico de cualquier intento de usar la Conferencia como tribuna antisoviética o contra los países socialistas con los cuales desarrollaba cada vez más sus vínculos políticos, económicos y comerciales ante el criminal e injusto bloqueo de Estados Unidos.
Se hizo patente que los cubanos debían asumir un mayor protagonismo si es que en verdad esperaban que el Movimiento avanzara por el rumbo deseado. Y fue en ese escenario africano de Lusaka donde la diplomacia de la isla desplegó una intensa actividad y un posicionamiento que fue determinante para la coordinación de la acción de un grupo de más de veinte países que tuvieron un rol decisivo en la formulación final de los distintos documentos y resoluciones aprobadas por la Conferencia. Los resultados de Lusaka fueron propicios para insuflar mayor contenido antimperialista al Movimiento, en el sentido de la concepción de Cuba de conjunto con otros países, impactando en la política internacional, pues los integrantes del Movimiento contribuían a la expansión del sistema internacional al constituir la mitad de la membresía de la ONU, lo cual reflejó un cambio no solo cuantitativo sino también cualitativo en los años sesenta del siglo XX, cuando ocurre un cambio en la correlación de fuerzas favorable a los países socialistas y a los movimientos políticos progresistas y revolucionarios.
La IV Conferencia Cumbre del Movimiento, celebrada en Argel del 5 al 9 de septiembre de 1973, marcó un hito y un nuevo punto de viraje. En primer lugar, y a pesar de fuertes discrepancias, dio definitivamente al traste con las ideas de “neutralidad” que habían seguido permeando los debates de algunas de las conferencias anteriores, al discutir y llegar a acuerdos sobre la necesidad de afianzar la alianza natural entre los Países No Alineados y la comunidad socialista de entonces. Pero, también tomó decisiones que fueron trascendentes para una nueva dimensión en la actuación no alineada en materia de soberanía. El Movimiento identificó y tomó decisiones acerca del control permanente de los países subdesarrollados sobre sus recursos naturales y de la amenaza de las corporaciones transnacionales al ejercicio pleno de esa reivindicación de las naciones. Sin duda, visto ahora, desde el siglo XXI, en una etapa de agudización de esas problemáticas globales, da cuenta de las posiciones adelantadas de la política del No Alineamiento.
De Argel surgió el fermento de lo que al año siguiente sería la Declaración y Programa de Acción para el Establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional, un tema introducido con mucha fuerza en el discurso de la política exterior de Cuba, y dos años más tarde de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, documentos que guiaron la discusión multilateral sobre los problemas inherentes a las relaciones económicas internacionales durante más de una década y que, además de abogar por un sistema financiero mundial de nuevo tipo, tenían su base en el ejercicio por parte de los países del Sur de su soberanía no solo sobre sus recursos naturales, sino también sobre sus actividades económicas, y se sustentaban en el reclamo de que se respetase dicho derecho.
Estas nuevas dimensiones se consolidarían seis años más tarde en la Sexta Cumbre en La Habana, con el documento más completo e integral concebido por el Movimiento en materia de solidaridad, antimperialismo, cohesión y unidad de todas las fuerzas políticas progresistas del mundo por el cumplimiento de los principios del Derecho Internacional, y con el llamado a las negociaciones globales sobre Desarrollo y Cooperación Económica Internacional.
Incluso la prensa occidental de la época no pudo evitar el reconocimiento al rol protagónico de Cuba desde el comienzo de esta reunión de los tercermundistas, y el deseo de La Habana de que la Sexta Cumbre constituyera un hito en la historia de los No Alineados, exactamente igual a lo que fue para el Movimiento la reunión de Argel en 1973 (Basterra, 1979).
Se difundió que el objetivo del líder cubano Fidel Castro Ruz era radicalizar el Movimiento No Alineado, pero que este estaba muy consciente de su carácter heterogéneo y que en el mismo convivían países fuertemente, alineados en las posiciones prooccidentales, por ejemplo, Marruecos, Egipto, Zaire, entre otros. La posición inicial de Cuba consistió en denunciar las maniobras occidentales apoyadas por China, al tiempo que multiplicó acciones para fortalecer el No Alineamiento con respecto a todas las tendencias existentes en el mismo. Paralelamente, el líder histórico cubano trató de llegar a un acuerdo con el presidente yugoslavo, Tito, fundador sobreviviente de los No Alineados en aquel momento, para persuadirle de la necesidad de convertir la organización en un factor más activo y militante, sin romper sus principios esenciales (Basterra, 1979).
Hacia 1979 los cubanos podían sentirse más que satisfechos con su política exterior en el seno del Movimiento de Países No Alineados, pues conseguida la presidencia del foro adquirieron un poder de influencia inédito. Habían logrado congeniar sus identidades múltiples, es más, sus calidades de país no alineado, socialista, subdesarrollado y latinoamericano se complementaron y potenciaron en su interrelación. Todas las dimensiones de la política exterior de Cuba se habían aglutinado en torno a posiciones de principios sobresaliendo su antimperialismo en tanto común denominador que interpelaba con similar fuerza persuasiva a sus pares socialistas, no alineados y latinoamericanos (Alburquerque, 2007).
Cuba, una pequeña isla del Caribe insular contaba ahora con una política exterior de potencia al conjugar todas esas dimensiones y un proceso revolucionario que en el orden interno incrementaba sin cesar las realizaciones concretas de su población en bienestar social, sobresaliendo sus indicadores de salud, educación, logros deportivos y científicos.
La reinserción de la Isla en el contexto diplomático latinoamericano, la presencia de miles de soldados cubanos en tierras africanas, la presidencia del Movimiento de Países No Alineados y la agudización del conflicto Cuba-Estados Unidos durante el gobierno republicano de Ronald Reagan, son algunos de los elementos que permiten catalogar a este decenio como uno de los de mayor activismo de la política exterior cubana, repercutiendo, con toda su magnitud y posibilidades, en el contenido político y las proyecciones contenidas en las próximas cumbres y sus declaraciones finales.
La Séptima Conferencia Cumbre, efectuada en Nueva Delhi en 1983 definió que la “común dedicación” del Movimiento era la lucha por la paz, la justicia y la cooperación internacional, la eliminación del imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo, la erradicación del apartheid, el racismo, incluido el sionismo, y todas las formas de dominación, agresión, intervención, ocupación y presiones extranjeras, la aceleración del proceso de libre determinación de los pueblos bajo dominio colonial y foráneo y la consolidación de la independencia nacional, la soberanía y la integridad territorial de los Estados y el desarrollo social y económico de sus pueblos.
La Octava Cumbre, celebrada en Harare, Zimbabwe, en 1986, esbozó cómo se había cumplido la función de la No Alineación a lo largo de los años, incluidos sus principios y objetivos, y también dejó claro que a juicio del Movimiento la no intervención y la no injerencia en los asuntos internos y externos de los Estados son principios fundamentales que deben observarse estrictamente, porque la violación de esos principios resultaba injustificable e inaceptable en cualquier circunstancia, afirmando el derecho de todos los Estados a procurar su propio desarrollo político, social y económico sin intimidaciones, obstrucciones ni presiones.
Sin embargo, al finalizar la década de 1980 la situación internacional comenzó a modificarse y el entorno en que el Movimiento de Países No Alineados debía actuar devino más complejo y contradictorio. La ofensiva imperialista y contrarrevolucionaria de Estados Unidos en la última etapa de la Guerra Fría habían hecho mella en las fuerzas progresistas, revolucionarias y nacionalistas en todo el mundo y la Unión Soviética agonizaba, entre los años 1989-1991, a causa de los procesos autodestructivos desatados por su liderazgo político, teniendo a Mijaíl Gorbachov, Primer Secretario del Partido Comunista, entre los principales ideólogos de unas reformas que contribuyeron al derrumbe de una potencia y al desencadenamiento de una catástrofe geopolítica mundial que cambió la correlación internacional de fuerzas, pero ahora favorable al bloque de países occidentales y se transitaba de la bipolaridad a un sistema internacional unipolar en el orden político y militar, caracterizado por la emergencia del poderío hegemónico de Estados Unidos y su sobredimensionamiento militarista en distintas regiones y países.
La coyuntura internacional afectó inevitablemente la efectividad y la pujanza que habíamos observado en el Movimiento de Países No Alineados. La Presidencia de Yugoslavia, tras la Novena Cumbre de 1989, y sus compromisos con la Unión Europea condicionados por una futura inserción en dicha agrupación, la desaparición de la comunidad socialista europea y, sobre todo, el desmembramiento de la Unión Soviética, introdujeron variables de impacto universal, con nefastas consecuencias para el Movimiento. Las fuerzas progresistas que sobrevivieron tuvieron que actuar con rapidez para tratar de evitar que el Movimiento de Países No Alineados, de una agrupación pujante, vibrante, siempre a la ofensiva, pasase de inmediato a una agrupación permeada por el derrotismo y la desidia, e incluso que desapareciera (Moreno, 2006).
Comenzaron a surgir tesis interesadas y falaces sobre la no pertinencia del Movimiento de Países No Alineados en un mundo en que habían desaparecido la Guerra Fría y la discrepancia entre las grandes potencias. Se introdujeron ideas acerca de la creación de una gran agrupación de los países del Sur del planeta que se dedicara exclusivamente a la cooperación económica. Se cuestionó la quintaesencia del Movimiento, se trató de obviar sus principios rectores, se le debilitó, casi se le inutilizó como vehículo para defender la soberanía, la independencia y la integridad territorial de sus integrantes. Se disminuyó a su mínima expresión el papel catalizador que los No Alineados habían asumido necesariamente durante casi tres décadas (Moreno, 2006).
Si bien las Cumbres de Jakarta en 1992, Cartagena de Indias en 1995, Durban, en 1998 y Kuala Lumpur en el 2003 reafirmaron sin tibieza los objetivos rectores del Movimiento, la realidad nos muestra que, a diferencia del pasado, esos conceptos no se reflejaron en acciones prácticas audaces y principistas en los ámbitos de actuación de la No Alineación, a pesar de que Estados Unidos y sus aliados occidentales no abandonaron su naturaleza imperialista y que siguieron existiendo los motivos que dieron lugar a la lucha política internacional del Movimiento.
Por ejemplo, el principio de la solidaridad entre sus integrantes, que desempeñó un importante papel en décadas anteriores, se convirtió en letra muerta. Al Movimiento le resultó casi imposible llegar a acuerdos que entrañen una confrontación con las grandes potencias y, muy particularmente con Estados Unidos. Así sucedió con la imposibilidad de arribar a posiciones comunes en torno a la guerra contra Iraq, ni en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas ni en la Comisión de Derechos Humanos, entre muchos otros conflictos internacionales acaecidos con posterioridad.
No obstante, resulta justo reconocer el esfuerzo de un grupo de países, sobre todo asiáticos y de Cuba, para evitar la desaparición del Movimiento de Países No Alineados. Ya en el año 2006 la actuación del Movimiento no tenía semejanza alguna a su similar de una o dos décadas atrás, pero la XIV Conferencia Cumbre de los No Alineados tendría lugar en septiembre en La Habana. La elección de la Isla para presidir la organización fue un genuino reconocimiento a su trayectoria y defensa de los principios del Derecho Internacional. Fue también un homenaje a la resistencia del pueblo cubano, en su lucha contra el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos y a los cientos de miles de médicos cubanos que han cumplido honrosas misiones internacionalistas, salvando vidas en países del Tercer Mundo (Rodríguez, 2013).
Cuba y otras fuerzas progresistas enfrentaron el gran desafío. El movimiento analizó las consecuencias de la cruenta ocupación militar de Estados Unidos y sus aliados en Iraq, Afganistán, y las amenazas de nuevas “guerras preventivas” contra otros países del Sur. Reconoció la necesidad de contribuir a la paz mundial a través de la ampliación del perfil de sus iniciativas diplomáticas a fin de exigir, en pleno, el cese inmediato de la guerra imperialista en el Medio Oriente y evitar, en lo posible, que Estados Unidos continuara con su estrategia guerrerista, la cual se propuso destruir la soberanía, independencia e integridad territorial de un grupo significativo de países No Alineados.
Por consiguiente, el Movimiento hizo un análisis crítico y exhaustivo sobre las relaciones Norte-Sur durante las últimas décadas de eufórica globalización neoliberal impulsada por los principales centros hegemónicos del capitalismo, cuyos resultados más notables han sido el incremento de las diferencias económicas y comerciales entre países ricos y pobres, el debilitamiento de la capacidad de los Estados que abrieron aceleradamente sus economías a la competencia y depredación de los recursos naturales por las transnacionales y multinacionales al servicio de las potencias capitalistas.
La consecuencia inmediata fue que el Tercer Mundo, en su conjunto, se ha visto afectado por políticas proteccionistas que obstaculizan la entrada de sus productos en los mercados de los países industrializados permaneciendo al margen de los principales flujos financieros, de comercio e inversión. Hoy el mayor volumen de comercio mundial tiene lugar entre los países ubicados en el Norte. En suma, unido a la grave crisis económica y social del mundo subdesarrollado, las corrientes migratorias constituyen otro aspecto esencial de la tendencia a la marginación de los pueblos del Sur y de las persistentes concepciones discriminatorias, xenófobas en el Norte, donde se levantan muros para enfrentar la avalancha migratoria sin la voluntad política de resolver las causas que motivan ese complejo fenómeno.
La política exterior de Cuba durante su segunda presidencia del Movimiento asumió el reto de la denuncia de los problemas globales, así como de la injusta evolución de las relaciones internacionales, al tiempo que exigió el diseño de una nueva arquitectura financiera Internacional que fuese acompañada de un Nuevo Orden Mundial, pues creer que un orden económico y social que ha demostrado ser insostenible pueda mantenerse por la fuerza es una idea sencillamente absurda. La presidencia cubana recordó que como dijera el presidente Fidel Castro Ruz en octubre de 1979 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: "El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia y la justa rebeldía de los pueblos" (Castro, 2006).
Pero esas esperanzas solo se alcanzarían si el Movimiento emprendía, al mismo tiempo, la eliminación de sus porfías y divergencias internas que conspiraban contra la cohesión y el consenso entre sus miembros; conflictos que en muchos casos tienen sus orígenes en los siglos de avasallamiento colonial y neocolonial del imperialismo. La presidencia cubana transcurrió en una coyuntura de auge de nuevos procesos revolucionarios en Venezuela y Bolivia, con la posibilidad de extenderse a otros países, los que junto a la isla representaron la concertación de una avanzada del polo de Sudamérica hacia la construcción de varios bloques de poder plural e ideales que propicien una modificación en la correlación de fuerzas internacionales favorable a los países del Tercer Mundo, representados en esa tribuna de los No Alineados que, por segunda vez en la historia, y primera en el siglo XXI, se reunía en La Habana conducido por el liderazgo político cubano que de Fidel a Raúl Castro Ruz, tuvieron por partida doble ese privilegio.
Desde entonces otras cuatro cumbres se han celebrado en Egipto (2009), Irán (2012), Venezuela (2016) y Azerbaiyán (2019), todas signadas por la necesidad del establecimiento de una política coherente y creíble para el Movimiento de Países No Alineados; y el desafío de llevar a sus miembros a un desarrollo superior de su sentido de pertenencia a la agrupación y a la realización de acciones políticas y diplomáticas que no solo conduzcan a la defensa de la soberanía, la autodeterminación e integridad territorial de sus miembros, sino también a su desarrollo económico y social.
El reto radica, asimismo, en conducir al Movimiento a que de forma unida y coherente, se inserte una vez más en la búsqueda de soluciones a los principales problemas globales y tome partido activo en la lucha entre el unilateralismo y el multilateralismo, por la defensa a ultranza de los principios del Derecho Internacional y del papel protagónico y democrático que deben desempeñar las Naciones Unidas ante los alevosos intentos de unirla cada día más a las políticas exteriores de las grandes potencias a través de procesos de reforma viciados de parcialidad y conservadurismo.
En la Cumbre virtual convocada por Azerbaiyán, en abril de 2020, para intercambiar sobre los esfuerzos urgentes y necesarios para enfrentar la pandemia de la Covid-19, el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez recordó que en la XVIII Cumbre de Bakú, en octubre de 2019, Cuba convocó a fortalecer el Movimiento ante los desafíos internacionales, en condiciones de unidad para salvarlo y liderar las acciones para la eliminación de la impagable deuda externa que cargan los países subdesarrollados y para el levantamiento de las medidas coercitivas unilaterales a las que algunos de sus miembros están sometidos, que junto a los efectos socioeconómicos de la Covid-19 amenazan el desarrollo sostenible de los pueblos. Cuba reiteró que apremia enfrentar el egoísmo y estar conscientes de que la ayuda proveniente del Norte industrializado será escasa; por eso los Países No Alineados deberían complementarse, compartir lo que tienen, apoyarse mutuamente y aprender de experiencias exitosas. Una opción útil podría ser retomar en el futuro los encuentros anuales de Ministros de Salud del Movimiento de Países No Alineados, en el marco de la Asamblea Mundial de la Salud (Díaz-Canel, 2020).
El Movimiento de Países No Alineados requiere de la ejecución de un programa de acciones concretas y sistemáticas de los países miembros; consiste también en volver a crear mecanismos certeros de concertación de posiciones; y en saber resistir colectivamente las presiones, las amenazas, el chantaje y la corrupción a que el imperialismo somete a muchos de sus integrantes. El hecho de que en el siglo XXI existan fuerzas en el seno del Movimiento comprometidas con su existencia y revitalización es una fuente de esperanza. Pero no es suficiente, porque se requiere de una nueva maduración de la conciencia política del sur global frente a los problemas que amenazan la supervivencia de nuestra especie y amenazan la paz y la seguridad internacional, al punto de la autodestrucción colectiva.
Cuba sigue comprometida con los principios y la pertinencia del Movimiento, en la búsqueda y promoción de la unidad global, la solidaridad y la cooperación internacional; en la eliminación de las medidas coercitivas unilaterales que violan el Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas y limitan la capacidad de los Estados para enfrentar eficazmente la pandemia de la Covid-19. La prueba de esa afirmación se encuentra en la felicitación del gobierno cubano a Uganda, que asumirá la Presidencia del Movimiento a partir del año 2022, al asegurarle todo el apoyo de la isla y deseos de éxitos en su gestión (Díaz-Canel, 2020).
CONCLUSIONES
Los factores que condujeron al acercamiento de Cuba y su activa pertenencia al Movimiento de Países No Alineados se relaciona con su condición de actor soberano fundado por un grupo de países, en su mayoría de Asia y África, con el objetivo principal de defender la independencia de los países que lo integraban y contribuir a que otras naciones y territorios sometidos a la dominación colonial y extranjera deviniesen Estados soberanos.
En el periodo de 1961 a 1966 ocurrieron los primeros pasos para el acercamiento entre América Latina y el Caribe y los países de Asia y África, en un contexto signado por el inicio y desarrollo de la Guerra Fría, el reacomodo del sistema internacional impactado por el movimiento de descolonización surgido en el continente africano y asiático tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial; y por el auge de los movimientos revolucionarios en América Latina, a partir del triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959, que puso en peligro el sistema de dominación imperial impuesto por Estados Unidos a la región.
Este vínculo interregional se propició a través del Movimiento de Países No Alineados, y dentro de este, la labor desarrollada por Cuba fue de vital importancia. Así, desde la I Cumbre del MNOAL celebrada en Belgrado, Yugoslavia, en 1961, la delegación cubana apoyó la defensa de los movimientos de liberación nacional, en general, y los de América Latina, en particular, con la iniciativa de que ese objetivo quedase reflejado en el documento final, como una forma de contribuir a la legitimación de los mismos y condenar al imperialismo norteamericano. Esta posición asumida por Cuba estuvo en consonancia con los principios de la política exterior revolucionaria, que la definen socialista, antimperialista, latinoamericanista y No Alineada.
Los principios del No Alineamiento estuvieron a la vanguardia de las relaciones internacionales durante décadas, y todavía siguen teniendo importancia para la política exterior de Cuba en su relación con las fuerzas más progresistas del Tercer Mundo. El pensamiento No Alineado, a partir de 1973, abandonó definitivamente las ideas sobre “neutralidad” que lo habían permeado desde su creación y amplió su radio de actuación a las relaciones económicas internacionales con mucha más fuerza que en su periodo precedente, en defensa de un Nuevo Orden Económico Internacional, teniendo Cuba, a partir de la Cumbre en La Habana de 1979 y la influencia del liderazgo de Fidel Castro Ruz, un peso significativo en la radicalización de sus concepciones políticas en la diplomacia mundial y los foros más progresistas de la época.
Aunque Cuba reiteró en múltiples escenarios la vigencia de los principios del No Alineamiento, el Movimiento, tras la desaparición de la comunidad socialista y el papel hegemónico de Estados Unidos, no fue capaz de adaptarse a las nuevas realidades y de percatarse de que su actuación autónoma y de principios era aún más necesaria en un sistema internacional unipolar, en el que ya comenzaba a perfilarse el unilateralismo y el irrespeto al Derecho Internacional que todavía hoy prevalece.
Desde entonces, a diferencia del pasado en que constituyó un actor de alcance mundial, no es una fuerza superior de las relaciones internacionales; su ámbito de actuación se ha reducido, silenciado y su capacidad para trabajar concertadamente ha disminuido de manera notable, a pesar del esfuerzo de un grupo de países asiáticos y latinoamericanos, entre ellos Cuba, de revitalizarlo y reconducirlo hacia su fortalecimiento, en reconocimiento de las glorias de la lucha por el fin del colonialismo y del Apartheid, y de una quintaesencia que galvanizó en el Tercer Mundo y le permitió actuar en el escenario internacional en defensa de sus justas causas y potencialidad colectiva.
Aunque requiera esfuerzo y lucha, hay reservas de dignidad en el Movimiento de Países No Alineados que, aunque no lo conduzcan a volver a ser lo que fue en décadas pasadas en lo inmediato, la acción coordinada y concertada sí le permitiría desempeñar un accionar más influyente en las relaciones internacionales de hoy, en defensa de la soberanía y la independencia de sus integrantes, para lo cual existen declaraciones oficiales del gobierno cubano que manifiestan su compromiso y disposición internacionalista.
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