EL MUNDO EN QUE VIVIMOS
Recepción: 13 Enero 2021
Aprobación: 17 Marzo 2021
Resumen:
Luego de una carrera o salto en el tiempo, persiste la necesidad de seguir complementando visiones sobre el hecho histórico del descubrimiento de América en su perspectiva actual, en función de lo que representa en el proceso general de internacionalización de las civilizaciones y de lo que significa para los pueblos de la comunidad americana y el mundo de hoy. Así, al margen de las diferentes versiones ideológicas e historiográficas que se han referido a él, la controversia entre el espacio histórico de confluencias, confrontaciones y trasfondos culturales que lo distinguen, continúa siendo eje del contraste de denominaciones y conceptualizaciones teóricas -no siempre auténticas-, que aluden a este evento proverbial reconocido como Nuevo Mundo.
Atraída por este pensamiento, solo se pretende compartir el intento de participación en la discusión colectiva en torno a una temática de múltiples y complejas aristas: la memoria histórica, pues más allá de la invitación o insinuación a su olvido y hasta la obligación a ello, cobra mayor fuerza aun la justificación de las continuas tutelas a la cada vez más creciente dicotomía entre colonización/emancipación, bajo la cual se ha estado escondiendo desde antaño una honda vocación expansionista y una voluntad siempre generadora e instigadora de problemas globales como la práctica o progresión de una nueva cara o alternativa de colonialismo. Tal es el caso, por ejemplo, de potencias como Estados Unidos, en cuyo afán por ser el dueño del mundo ha revelado sin vacilaciones, ni ocultamientos, ni disimulos, su empeño por hacer de todo el resto de América “el Nuevo Mundo” del siglo XXI.
Palabras clave: descubrimiento, internacionalización de las civilizaciones, memoria histórica, dicotomía colonización / emancipación, retórica vocación expansionista, colonialismo, Nuevo Mundo.
Abstract:
After a race or a leap in time, the need persists to continue complementing visions of the historical fact of the discovery in its current perspective, depending on what the general process of internationalization of civilizations denotes and what it means for the peoples of the American community and today’s world. Thus, regardless of the different ideological and historiographic versions that have referred to it, the controversy between the historical space of confluences, confrontations and cultural backgrounds that distinguish it, remains the axis of the contrast of denominations and theoretical conceptualizations - not always authentic - that allude to this proverbial event recognized as the New World.
Attracted by the thought, we only intended to share the attempt to approach participation once again, in the collective discussion around a theme of multiple and complex edges: historical memory, well beyond the invitation or insinuation to their forgetfulness and even the obligation to do so, the justification of the continuous guardianships to the increasingly growing dichotomy between colonization / emancipation, under which an expansionist sling has long been hiding and an always generating and instigating will of global problems like colonialism, or a new face or alternative of colonialism. Such is the case, for example, of powers such as that of the United States, whose eagerness to be the owner of the world, has revealed without hesitation, concealment, or secrecy, its commitment to make the rest of America “the New World” of the XXI century.
Keywords: discovery, internationalization of civilizations, historical memory, colonization / emancipation dichotomy, rhetoric expansionist vocation, colonialism, The new World.
INTRODUCCIÓN
Una vez más, como acto de fe a la memoria histórica, la historiografía universal, al igual que otras ciencias sociales y políticas de despunte mucho más recientes, le ha prestado especial atención a diversos tópicos vinculados con tendencias y voluntades coloniales, nacidos desde el propio descubrimiento o redescubrimiento de América, y surgidos con el advenimiento y evolución de la emancipación hispanoamericana desde la propia llegada de metrópolis al área.
No obstante, pese al abundante y prolijo posicionamiento temático, no siempre se ha alcanzado a plenitud la amplia dimensión que caracteriza a los tres grandes momentos que definen el advenimiento a América como hecho histórico: el desafío al mandato o sistema colonial, la lucha por la emancipación de nuestras naciones y las expresiones de resistencia probadas ante la expansión cultural, política y, sobre todo, económica, de antiguas y nuevas potencias que han atentado hasta nuestros días contra la total independencia americana.
Por tanto, ignorar este pasado y contemplar el presente en la lucha por la descolonización como un puente hacia un futuro libre y soberano es no reconocer que aun muchos de los pueblos o poblaciones pertenecientes al llamado Nuevo Mundo, todavía viven bajo la sombra o abrigo de las potencias que los conquistaron y colonizaron y, pese a que han cambiado significativamente los rumbos de las relaciones existentes entre los conquistadores y los conquistados, se han puesto en curso una serie de propiedades vinculantes y de otros paradigmas de poder y dependencia análogos, transparentados después del proceso de dominación colonial, que marcan nuevos senderos, conexiones y aplicaciones con arreglo a contextos particulares.
Se trata, pues, de realidades en las que los exterminios primero y el despliegue de la esclavitud después, generaron un efecto de rebote ante el arrojo imperial que se perfilaba, y cristaliza una de las escenas más triste y dolorosa de la historia americana, que bien puede servir de punto de partida para dar la razón a la percepción de que el evento histórico del “descubrimiento de América” puede entenderse como la puerta que abre la primera etapa del colonialismo europeo y el proceso general de internacionalización de las civilizaciones en la zona, y prueba además, la importancia que este tema tiene hoy día en los estudios internacionales, teniendo en cuenta que esto, en opinión de M. Cecilia Costero (2012:153-154), implica partir de la vinculación entre viejas y nuevas tendencias que explican los procesos de recomposición de fuerzas, la aparición de actores nuevos (…) la definición de temas específicos en la actualidad (…) la referencia a procesos de internacionalización que partieron de la expansión capitalista y la conformación de los estados modernos; pero también de otros sucesos, entre los que sobresalen las transformaciones globales de la humanidad mediante los intercambios civilizatorios [que] han modificado las formas de relación entre los grupos sociales.
En rigor, las propuestas sobre la complejidad de situaciones o interpretaciones concretas de esta área geográfica, hacen posible que cualquier intento de conceptualización tenga un lugar en las distintas disciplinas científicas, en tanto que —aunque planteado en términos también diferentes— el punto de partida teórico es coincidente: el sentido y los efectos del drama colonizador, desde donde la historia americana se inserta en la universal; se inicia el colonialismo como expresión del proceso de expansión y/o despliegue colonial e imperial de Europa Occidental hacia América; se postula una civilización como superior ante el resto del mundo “bárbaro” que va descubriendo; se sientan las bases para la creación y desarrollo del mercado mundial y del proceso de acumulación originaria del capital.
En esta dirección, la conducta lingüística y la elección de un conjunto de estrategias de interpretación y cotejos históricos sirven para dar cuenta de hechos que, por un lado, dejan ver la historia de América, doblemente compartida por las distintas metrópolis que participaron primero en la conquista y, luego, en la colonización a la que fueron sometidos todos los pueblos que la integran y, por otro, permiten valorar y comprender esa historia memoria sufrida, de llanto y de dolor, desencadenada por el exterminio de los indios y la destrucción de las grandes culturas americanas y, más adelante, por el violento sistema de explotación al que fueron sometidos los negros procedentes de diferentes puntos de África, y originan en este “nuevo mundo extraño”, una forma diferente de pensar, distinta raza física, otra cultura, en la cual el sentido poético de la vida, la espiritualidad de resistencia y combate, la relación espontánea con la naturaleza, forman un cuerpo único con la solidaridad y la interpretación optimista y trascendente de la vida.
DESARROLLO
los
Al amparo de estos asientos y de los peligros que implican las generalizaciones, se tendrá en consideración como soporte para el análisis de las diferentes nominaciones que suelen adjudicarle al supuesto descubrimiento, los tres momentos en los que transcurre la búsqueda de un modo de ser americano: connotación y alcance de la llegada de los europeos al Nuevo Mundo, desafío y resistencia al orden colonial y lucha por la independencia y, finalmente, el efecto del cruce en el desarrollo de nuestras naciones ante los propósitos de expansión y establecimiento de relaciones socioeconómicas, políticas y culturales de nuevo tipo entre los poblados ya existentes en la zona y las potencias instaladas en ella.
En este sentido, vale la pena retomar la idea de que, en ocasión de la conmemoración del quinto centenario de la llegada de los europeos a América, el proceso de conquista y colonización fue declinando desde el punto de vista conceptual hacia planteos menos teóricos y más técnicos, vinculados directamente con una temática que cada día más se rejuvenece, a saber:
Descubrimiento. Se trata de una definición tradicional, cuyo enfoque es eurocentrista, pues nace del criterio de que “todo lo que no forma parte de Europa podía ser “descubierto” por los europeos, aunque en esa tierra ya vivieran pueblos que habían creado altas culturas”, (Colectivo de autores, 1991: 2). América —como sabemos— ya existía en el momento de la llegada de los europeos al mal llamado Nuevo Mundo, por lo tanto, ya había sido descubierta por sus habitantes muchos años antes.
Descubrimiento mutuo. De lo anterior se infiere que, si queremos ser justos, habría que aceptar que ambos Mundos nos conocimos; de ahí que la dicotomía sería el descubrimiento recíproco del Nuevo y el Viejo Mundo al mismo tiempo.
Encuentro de dos mundos. Con esta declaración estamos totalmente de acuerdo, por cuanto realmente se ajusta mucho más a lo que ocurrió: los europeos, en su búsqueda de nuevos cauces para su desarrollo económico y comercial se encuentran con las civilizaciones o grupos culturales nativos que, aunque no habían alcanzado igual nivel de evolución, tampoco merecían la calificación de “bárbaros”, otorgadas por los arribantes a América
Encuentro mutuo o encontronazo. No obstante, el carácter sinonímico que puede comprobarse cuando se analiza el significado de estas dos creencias, se puede reconocer —fundamentalmente en el segundo término— que se induce una hipótesis de referencia al enfrentamiento o lucha entre ambos Mundos, cuando en realidad significó el inicio de la destrucción despiadada de la sociedad y de la cultura de los nativos, así como de la matanza desenfrenada de millones de hombres. Esto lo argumenta la imposición de estructuras trasplantadas por las metrópolis, génesis de la deformación estructural de América Latina, cuyo elemento central fue la aparición de formas precapitalistas de producción, el establecimiento del monopolio comercial, la plantación y otros mecanismos similares.
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Conforme con esta idea, advierte Fernández Díaz (2009) que la historia de la conquista desde la visión colonial presenta al indio domesticado como algo normal, y al indio rebelde como un caso especial. Esta visión, utilizada para justificar el carácter pacífico de la colonización, ha sido desmentida por personalidades de la talla de Simón Bolívar, quien sin olvidar que formamos parte del mundo de Colón, tomó partido y, en carta de agosto de 1815, dirigida al editor de The Royal Gazzette escribió: “sería inútil llamar la atención de usted a los incomparables asesinatos y atrocidades cometidas por los españoles para destruir a los habitantes de América después de la conquista, con el fin de conseguir la tranquila posesión de su suelo”.
Un encuentro de culturas. La reflexión cultural de los “extraños” en nuestra región, en consonancia con las formas históricas de dominación demostradas, colocan las culturas americanas en una posición marginada respecto de las suyas. Sin embargo, esto es perfectamente explicable si se tiene en cuenta la posición periférica en que se ubica al Nuevo Mundo en relación con la manera y el estatus con que se inserta en el sistema de relaciones capitalistas primero, e imperialistas, después.
Un intercambio. Desde el punto de vista cultural, el Estado español se esforzó por incrementar el desarrollo de sus colonias en el marco de las ideas básicas de dominación que imperó durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, no valen para América los períodos artísticos europeos, pues lo que en Europa es perfectamente el siglo XVI pudo darse en el Nuevo Mundo un siglo después como una manifestación válida, sin consideraciones estéticas de arcaísmo o de carencia de actualidad, puesto que las motivaciones fueron diferentes. América y, en particular, cada región natural tiene sus propias cronologías, con retrasos y adelantos en relación con lo europeo, pero explicables si se tienen en cuenta las circunstancias en que se producen las obras artísticas y, sobre todo el contexto geográfico, por ser un factor determinante para su producción. Con todo, se puede decir que el panorama cultural americano, anterior a la llegada de los conquistadores, aunque muestra notables desniveles, deja algunas huellas en la del invasor.
Un choque genocida. En efecto, la invasión a América dio inicio a una verdadera cruzada genocida, pues siglo y medio después de aquel hecho habían desaparecido casi 100 millones de americanos. Tanto el proceso de conquista como el de colonización, pueden calificarse de genocidas si nos atenemos a las magnitudes que se expresaron en la imposición y reordenamiento de las nuevas formas de vida, según los intereses y apetencias del descubridor. En realidad, lo que realmente sucedió fue el sometimiento económico, político, cultural y religioso que no solo sustrajo la riqueza material, sino algo más grave: desconoció la cultura, la identidad y la historia. Por consiguiente, la conquista y colonización fue un genocidio múltiple: más que descubrimiento fue un “encubrimiento” de prácticas culturales de dominación muy bien pensadas. (Ibid.)
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En el caso del Caribe, por ser el primer escenario en el que los recién llegados europeos ensayaron el saqueo del continente, esta praxis genocida se hace sentir con mayor fuerza y, en consecuencia, “como frontera imperial, ha de ser esta zona, donde se libren las grandes batallas de las guerras coloniales de rapiña en América. A la existencia de valores explotables de una parte y al papel que desempeñó en función del imperio, hay que agregar la importancia que adquirió como explotación económica en sí misma” (Correo de la UNESCO, 1981: 4).
Las islas caribeñas, con una base indígena común, fueron abrazadas por un proceso colonizador que cayó sobre estos pueblos y originó un sistema de aniquilación en el que la barbarie de la explotación estuvo acompañada por enfermedades y epidemias, entre otros elementos. El exterminio al que fue sometida su población en su conjunto, determinó que el colonizador pensara en sustituirla por hombres y mujeres procedentes de distintos puntos del África Subsahariana, por lo que, para la segunda mitad del siglo XVIII, la creciente producción azucarera en función de la economía de plantación hizo posible y viable la introducción masiva y de forma creciente de esclavos africanos.
En general, el trabajo de los pueblos colonizados, la aniquilación casi completa de hombres, mujeres y niños, la destrucción de las grandes civilizaciones de Asia, África y América, la devastación de pueblos enteros, sirvieron de abono al capitalismo europeo. En relación con esto, advierte Marx (2018) que “el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento de la población aborigen en las minas, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”.
Sin duda, de aquellos espantosos acontecimientos en los que directa o indirectamente también la Iglesia se involucró, dan fe diferentes documentos y autores e, incluso, algunos sacerdotes que denunciaron los crímenes y abusos cometidos, entre los que sobresale el humanista y fraile Bartolomé de las Casas (1992), quien en su descripción sobre la manera en que fueron tratados los pobladores de América y, particularmente del Caribe, expresó:
Todas estas universas e infinitas gentes … crió Dios las más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad; que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores. Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas.
En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán .
En fin, el sistema colonial español al trasplantar e imponer estructuras propias de las metrópolis en las nuevas tierras conquistadas, cuya población destruyó, deformó estructuralmente a América Latina. La aparición de formas precapitalistas de producción, el establecimiento del monopolio comercial, la plantación y otros mecanismos similares que lo ampararon, obstaculizaron el avance de un proceso de acumulación originaria de capital en el Nuevo Mundo. Mas, desde el punto de vista político e ideológico, también fue perjudicial para el continente, pues limitó el desarrollo del pensamiento a favor de la identidad y la salvación de América que, aunque anticolonialista, fue incapaz de evitar el regionalismo y caudillismo futuros.
En virtud de todo esto, las distintas palabras con las que se ha intentado denominar a un proceso tan traumático para América: descubrimiento, encuentro de dos mundos o entre dos culturas, intercambio, encontronazo o choque genocida, no borran los efectos o consecuencias que trajo este hecho para nuestros pueblos. Si acaso existe algo desconocido no es precisamente su significado, sino una inédita manera léxica de tratarlo y, lo más interesante, el reconocimiento unánime de un fenómeno que con cualquier nombre que se le atribuya, hace alusión siempre a la misma razón que le da origen y lo acompaña: extender su dominio territorial y someter a la explotación capitalista a los territorios colonizados mediante cualquier medio. Sucede, pues, que Europa penetró en América y nos subyugaron, nos cristianizaron, nos asignaron una lengua y una cultura. Con esa apariencia nos dieron a conocer, pero encubrieron al mismo tiempo, lo mejor de las civilizaciones aborígenes.
Con todo, el afán de extensión de las grandes potencias de entonces, los mecanismos de rigor que se fueron estableciendo por los colonizadores, la brutal agresión y afrenta a los nativos, el saqueo y el comercio forzado impuesto a las colonias, el infame tráfico y explotación de los esclavos, el régimen fiscal establecido por los dominadores a las poblaciones vencidas, así como los conflictos entre las distintas metrópolis que se disputaron la propiedad de la zona y la agudización extrema de las contradicciones entre las colonias y las metrópolis, contribuyeron indudablemente a exacerbar el sentimiento anticolonialista y, en consecuencia, a acrecentar las muestras de resistencia, ya mostradas en menor o mayor medida por los habitantes sometidos desde el propio inicio de la conquista. Esta circunstancia deja ver poco a poco la necesidad de acceder al segundo momento de la historia americana: el estallido de las insurrecciones independentistas, cuyas raíces fueron gestándose desde el inicio de la propia conquista de América.
Sin embargo, si nos atenemos a la concepción política de independencia que, como respuesta al colonialismo europeo, surge con la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776 , la cual luego se amplía a partir de la nueva dimensión que se le añade a esta definición primaria: el principio de no intervención y el derecho de autodeterminación de los pueblos (tanto en lo que se refiere al derecho de un país a decidir sus formas de gobiernos, su modelo económico, social y cultural), comprobamos que, a pesar de las declaraciones de independencia de los países latinoamericanos oprimidos por el Imperio español, y del tiempo transcurrido, aún falta mucho por hacer en América para lograr la total y definitiva independencia, porque su consecución se ha visto agredida en muchos casos por injerencias externas de los que se han proclamado o querido erigirse o autocalificarse como los nuevos dominadores de esta zona, hasta del mundo.
Tampoco hay que olvidar que determinados factores de orden interno y externo favorecieron, además, el surgimiento de las luchas por la independencia de la América Latina. Sobresalen, por un lado, un gran número de movimientos sociales, más bien populares y locales que las condicionaron y, por otro, la repercusión de hechos como la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica, la Revolución Francesa y, sobre todo, la Revolución de Haití, por ser la promotora de la abolición de la trata y de la esclavitud e iniciadora del proceso independentista de América Latina.
Muchos fueron los escollos que tanto desde el punto de vista económico como político tuvieron que afrontar los pueblos redimidos. La incapacidad de superar las relaciones precapitalistas y desarrollar una burguesía nacional, el carácter conservador y liberal de las políticas que caracterizaron aquella época, sirvieron de asidero para la intromisión de nuevas potencias hegemónicas como Gran Bretaña y Estados Unidos en los distintos países y, de esta manera, emergió el capital extranjero como causante de una estructura socioeconómica reducida, subdesarrollada y dependiente del capital extranjero, que lejos de mejorar la situación económica y comercial de nuestros países, se acrecentó con el auge que adquirió la inversión de capitales y el dominio del comercio exterior de nuestras repúblicas con la llegada de la fase imperialista de producción.
Importa aclarar, no obstante, que la historia de América no solo está determinada por las actuaciones y funciones de las metrópolis que nos colonizaron; sino también, por el interés revelador de la política expansionista de Estados Unidos hacia América Latina desde el mismo momento en que nuestras naciones comenzaron su emancipación colonial, a pesar de la doblez manifiesta con la proclamación de su famosa Doctrina Monroe, su doctrina ideológica del Panamericanismo y los diversos mecanismos aplicados para lograr sus objetivos. En este sentido, basta mantener viva en la memoria palabras como la de José Martí (1975), cuando señaló que
... Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potente, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española, la hora de declarar su segunda independencia...
CONCLUSIONES
Como puede observarse, estos apuntes se ubican a medio camino respecto de la reflexión teórica que se ha hecho sobre el concepto de “descubrimiento y emancipación”, así como los diferentes términos sinonímicos con los que durante siglos, la primera se ha emparentado históricamente, aunque la inferencia semántica que de alguna manera pudiera acercarnos a las definiciones deseadas, no da siempre cuenta de la profundidad y amplitud del fenómeno que se trata ni de la dificultad parar abordarlo, aun cuando parezca evidente que la línea conceptual de la mayoría de los interesados por este tema, en lo fundamental, ha ceñido el conflicto interpretativo a la consideración de dos puntos sustantivos: independencia de las metrópolis, por un lado, e independencia con dependencia política o, principalmente económica en algunos de los casos, de una nueva metrópoli: la de Estados Unidos de Norteamérica.
De este modo, la llegada del bicentenario de la emancipación hispanoamericana, por tanto, actualiza la problemática de la “cuestión nacional” latinoamericana y, en particular, el carácter dependiente de las sociedades nacionales en el siglo XX y hasta en el XXI. Así, la multiplicidad de sentidos con los que puede hablarse y evaluarse este hecho invita una vez más a reflexionar sobre lo que está obligado a hacer todavía cada uno de nosotros por darle el más completo y pleno significado a la verdadera “libre determinación” de Nuestra América, por ser un principio de elevada importancia para poder comprender mejor las diferentes evaluaciones o basamentos teóricos en los que se ha sustentado el criterio de independencia económica, política, social y cultural, desde los tiempos de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo hasta nuestros días.
En efecto, dos siglos de conmociones han ido uniendo, fundiendo y refundiendo una común conciencia latinoamericana, pero la nación a la manera que soñaran próceres como Bolívar, San Martín, Martí, Maceo, Betances, entre muchos otros, no está hecha aun, ni su gran masa está integrada todavía. Es a nosotros, pues, a quienes corresponderá crear y agotar códigos y vías nuevas, para no diferir la consolidación de una definitiva y total independencia y Nuestra América sea capaz de integrar “el nuevo reino de su propio mundo”.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Colectivo de autores. (1991). América y Europa. Encuentro de dos mundos. La Habana: Editorial Pueblo y Educación.
Costero, M. C. (2012). El estudio de las relaciones internacionales y sus temáticas actuales. Revista de El Colegio de San Luis. 2(8), enero/ junio, pp.152-171. México: El Colegio de San Luis. AC.
De las Casas, B. (1992). Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Edición de Ignacio Pérez Fernández. Madrid: Editorial Tecnos.
Fernández, D. (2009). Conferencia en Universidad de La Habana. La Habana. Cuba
Martí, J. (1975). Obras completas. Tomo XVI. p. 61. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Marx, C. (2018). Izquierda Diario.es. Apud. Recuperado 12 octubre 2018, de Genocidio, saqueo, explotación y lucha. La Izquierda Diario. Recuperado 26 de mayo en https://www.laizquierdadiario.com
Revista Correo de la UNESCO. (1981). Lo que el Caribe ha dado al mundo. En El Caribe: voces múltiples de un archipiélago mestizo, diciembre, pp.4-46.