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Resumen: La contribución investiga el desarrollo del pensamiento de Françoise Choay sobre el urbanismo, la arquitectura y la restauración a través de la lente de la fertilización cruzada entre la cultura italiana y la francesa, con base en su propia formación y la atención temprana que en Italia se desarrolló de sus primeros escritos, a partir del famoso L’urbanisme. Utopie et réalités (1965). Figuras clave en este camino son Leon Battista Alberti, cuya obra, estudiada a profundidad por Choay, se difundió en Francia también gracias a su contribución, y Gustavo Giovannoni, descubierto por la académica en los años 80, e identificado por ella como el precursor de la noción de “patrimonio urbano”. No menos importante es el análisis de la contribución más reciente de Choay, que aborda los temas de patrimonio y la globalización, también en este caso leídos desde la perspectiva de su intensa relación con Italia[1].
Palabras clave: Françoise Choay, Italia, urbanismo, arquitectura, restauración.
Françoise Choay e Italia: urbanismo, arquitectura y restauración de Alberti a Giovannoni
No cabe duda de que Françoise Choay ha contribuido de forma decisiva a definir la semántica y las contradicciones del patrimonio cultural con un importante conjunto de escritos publicados entre finales del siglo XX y principios del XXI. El patrimonio –investigado entre la “allégorie” y las “questions”, por citar los títulos de dos de sus famosos volúmenes– constituye, sin embargo, sólo uno de los muchos campos en los que la gran estudiosa francesa ha desarrollado su vasta obra. De hecho, podríamos decir, simplificando, que los intereses de Choay –filósofa de formación, con especial atención al pensamiento de Martin Heidegger– han recorrido todos los ámbitos del construir, habitar, pensar heideggeriano,[2] pasando del campo de las artes plásticas a la arquitectura, la ciudad y el territorio, hasta que, en su madurez, se centró en el tema del patrimonio cultural, con especial predilección por el urbano.
Ya célebre en Italia desde principios de los años setenta, gracias al éxito de L’urbanisme. Utopie et réalités, publicado por primera vez en Francia en 1965, y traducido en Italia con el título La città. Utopie e realtà[3], publicado por Einaudi en 1973, Choay ha sido, ante todo, punto de referencia esencial para la cultura urbana italiana durante al menos treinta años, desde el inicio de la década de 1970 hasta el final del siglo. Desde principios de los años noventa, su nombre aparece, con justa razón, entre los de los estudiosos más autorizados de las cuestiones históricas y teóricas relacionadas con el patrimonio cultural, gracias a su obra L’Allégorie du patrimoine, publicada en francés en 1992 y traducida poco después al italiano (Choay, 1995a).
De manera paralela a la difusión de su obra en Italia, la académica francesa orientó sus intereses hacia la cultura arquitectónica y urbana italiana, hasta el punto de que sus propios temas de investigación se beneficiaron de una progresiva contaminación con los trabajos de los estudiosos del fenómeno urbano del pasado y del presente. Entre estas dos figuras, en apariencia bastante distantes entre sí, no sólo cronológicamente, destacan: Leon Battista Alberti y Gustavo Giovannoni, a quienes la académica ha dedicado importantes estudios. Si en el primer caso Choay favoreció considerablemente el conocimiento y la difusión en Francia de la obra de Alberti –llegando incluso a editar, con Pierre Caye, en 2004, una traducción y edición crítica del De re aedificatoria–, en el segundo puede decirse que su contribución fue realmente decisiva para el redescubrimiento de la figura de Giovannoni, con reflejos incluso en nuestro país. Oscurecida en Italia por una damnatio memoriae de una década, iniciada en los años siguientes a su muerte,[4] la figura del ingeniero romano ha sido, de hecho, por completo rehabilitada gracias también a la contribución de Choay, quien le atribuye un papel fundamental en la definición del concepto de “patrimonio urbano”. A lo largo de este camino, los contactos e intercambios entre la académica francesa y la cultura arquitectónica italiana se fueron intensificando progresivamente, hasta el punto en que desde los años noventa su presencia en Italia fue cada vez más asidua, a menudo como profesora visitante en diversas universidades.
Además, Choay –que creció en la escuela de André Chastel en el culto del Renacimiento italiano– nunca ha ocultado su “italianidad” y su marcada predilección por la cultura del Bel Paese, tanto que en noviembre de 2001 tituló su lectio para la concesión de un título honoris causa en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Génova, Partire per l’Italia. Con esta expresión se refiere a la necesidad ineludible, para todo estudioso francés que se precie de serlo, de sumergirse profundamente en la cultura italiana, en busca de las raíces, conscientes e inconscientes, de su propia identidad cultural (Choay, 2008c). Queda claro, por tanto, que la figura de Choay es un caso emblemático de fertilización cruzada entre las culturas italiana y francesa –es decir, la circulación de ideas entre los intelectuales de ambos países– en el ámbito del urbanismo, la arquitectura y la restauración, que merece ser investigado más a fondo, como intentaremos hacer a continuación.
Formación y primeras experiencias entre la filosofía, las artes plásticas y la arquitectura, 1954-1964
Descendiente de una antigua familia protestante de origen alsaciano, Françoise Choay, cuyo apellido de soltera es Weiss, nació el 25 de marzo de 1925;[5] creció en un medio cultural y social elevado, en el que, como ha observado Thierry Paquot, “el protestantismo alsaciano y el judaísmo republicano se mezclan y se abren al progreso social”[6] (Paquot, 2019: 275). Desde muy joven participó en la Resistencia Francesa, siguiendo a su madre al departamento de Corrèze, donde llevó a cabo tareas de relevos de mensajes como parte de un grupo de resistencia de inspiración estalinista, mientras estudiaba filosofía por correspondencia en la Universidad de Toulouse. Después de 1945, la familia se trasladó al departamento de Hérault para seguir el trabajo de su padre, que entretanto había sido nombrado prefecto en esa localidad, y Françoise obtuvo su licenciatura en Filosofía en la Universidad de Montpellier. Mientras, habiendo adquirido una considerable familiaridad con el inglés y el alemán, encontró trabajo en Bruselas en una asociación internacional destinada a compensar a las víctimas de la guerra (Paquot, 2019: 275-276). Sin embargo, decidió continuar sus estudios en la Sorbona, donde siguió los cursos de Jean Hyppolite y Gaston Bachelard, pero también de Claude Lévi-Strauss, a quien permanecerá fuertemente unida.
Como ella misma ha recordado en varias ocasiones, Italia no parecía jugar un papel importante en los años de su juventud y en sus primeras experiencias como estudiosa. Por el contrario, Choay conocía muy bien el mundo anglosajón, sobre todo el germánico, cuya tradición de pensamiento apreciaba, así como las artes figurativas.[7] Su aproximación a la arquitectura se inició en el fértil campo del arte contemporáneo, del que Choay ha sido una crítica militante desde 1954 para diversas publicaciones francesas, como France-Observateur, L’Œil y La Quinzaine Littéraire. Fue sobre todo con la revista de arte franco-suiza L’Œil, fundada en 1955 y dirigida al gran público, que Choay se fue interesando en la crítica de arte, sin mostrar, sin embargo, ninguna inclinación particular hacia el medio italiano. De hecho, con excepción de las largas reseñas dedicadas a las 29ª y 30ª Bienales de Venecia (Choay, 1958a; 1960a), el contexto cultural de la península no fue objeto de atención específica.
En cambio, es su encuentro personal con Jean Prouvé a lo que se debe el primer contacto de la estudiosa con el campo de la producción arquitectónica, madurado en relación con el tema del proyecto contemporáneo del habitar. De hecho, a mediados de los años cincuenta, Prouvé se distinguió por haber creado la “Maison des jours meilleurs”, una arquitectura de emergencia en la que también participó el activista social Abbé Pierre, destinada a alojar a los más pobres tras el duro invierno de 1954, que había costado la vida a muchos indigentes. Visitada por Choay, esta edificación dio lugar a su primer ensayo sobre arquitectura, que apareció en France-Observateur en marzo de 1956,[8] mientras que dos años más tarde dedicó otro artículo a la obra de Prouvé en L’Œil, publicado en 1958 (Choay, 1958d). Ese mismo año, además, Choay exaltó las virtudes plásticas del cemento armado, firmando una entusiasta introducción al volumen Le siège de l’Unesco à Paris,[9] dedicado a ilustrar la nueva sede parisina de la UNESCO, realizada conforme a un proyecto de Marcel Breuer, Pier Luigi Nervi y Bernard Zehrfuss, inaugurada el 3 de noviembre de 1958. A partir de ese momento, los artículos dedicados a la arquitectura aumentaron considerablemente, y la académica no tardó en alcanzar una considerable fama: siempre en L’Œil, Choay se centró primero en el pabellón brasileño construido por Le Corbusier para la Cité Universitaire de París (Choay, 1959b), y luego amplió sus horizontes hacia la ciudad y el territorio, cuestionándose sobre el tema de la expansión urbana. Esto llevó a la creación de estudios profundos sobre las ciudades fundacionales, tanto a gran escala (Brasilia) (Choay, 1959d) como a pequeña escala (la ville nouvelle de Bagnols-sur-Cèze y su relación con la ciudad histórica) (Choay, 1959a), así como precoces reflexiones sobre el tema de las ciudades-jardín (Choay, 1959c).
En esencia, a principios de los años sesenta, Choay demostró su dominio del vasto campo de la crítica arquitectónica, incluyendo comentarios acerca de los temas más actuales del debate sobre las transformaciones urbanas en París, como el concurso para la Gare d’Orsay y, unos años más tarde, el candente problema de las Halles (Choay, 1962).[10] Sus artículos de temas arquitectónicos y urbanos aparecieron también con creciente intensidad en otras revistas, como Connaissance des arts, Art de France, Revue d’esthétique, donde abarcó desde el diseño industrial hasta los grands ensembles de París, hasta la propuesta de un balance sobre los veinte años de arquitectura desde la posguerra (Choay, 1964a; 1964b; 1967a). En este contexto, su postura frente a la arquitectura y el urbanismo racionalistas propugnados por el CIAM no es aún clara, y así lo demuestra su apertura hacia Le Corbusier, a quien Choay dedica su primera monografía, escrita directamente en inglés, que surge de su encuentro con el fotógrafo Lucien Hervé, mediado una vez más por Jean Prouvé (Choay, 1994a: 3).
Publicado en 1960 en Nueva York por el editor George Braziller, y traducido al mismo tiempo en Italia por Il Saggiatore (Choay, 1960b; 1960c), el volumen en cuestión marca también –precisamente a través de esta tempranísima edición italiana– el primer contacto directo entre los escritos de Choay y el público italiano, que supera incluso a Francia: es significativo, en este sentido, que aún no exista una edición francesa de esta obra.[11] El texto llega a nuestro país en un momento especialmente significativo para los estudios de Le Corbusier, que ya han alcanzado una extensión considerable y parecen concentrarse en el giro estilístico que marca la producción del maestro tras la Segunda Guerra Mundial y, en particular, en la capilla de Ronchamp.[12]
Choay aborda a Le Corbusier, que todavía estaba en plena actividad, sin entregarse ni a una exaltación incondicional de su talento ni a una impugnación sistemática de sus ideas y realizaciones, algo que sí se producirá, de forma cada vez más intensa, en sus escritos de los años sucesivos.[13] En este texto conciso pero eficaz de 1960, la estudiosa recorre toda la actividad del arquitecto suizo, destacando su temperamento polémico y poniendo su producción arquitectónica en estrecha relación con su producción como ensayista, entendida “como dos expresiones de una misma concepción”, apuntando en este sentido “a la búsqueda del sentido y del espíritu de la obra de Le Corbusier”.[14] El aspecto más interesante del libro consiste en la refutación de la visión exclusivamente funcionalista que la crítica quiere atribuir a Le Corbusier, en la que Choay identifica una responsabilidad italiana, debida en particular a la obra de Bruno Zevi, a quien demuestra conocer directamente.[15] Para Choay, por el contrario, Le Corbusier es un arquitecto que siempre pone al hombre en el centro de sus proyectos, desde la escala dimensional hasta el uso de los materiales.
Para él, “construir es esencialmente una actividad social dirigida al hombre y a la solución de sus problemas. La obra de Le Corbusier lleva la impronta tanto del racionalismo como de la imagen del hombre. Pero esta imagen juega un papel complejo”[16] (Choay, 1960c: 18).
La ciudad entre utopías y realidad, 1965-1973
Desde principios de los años sesenta, Choay abordó progresivamente el tema de la ciudad. Un primer testimonio, en este sentido, lo constituye el ya mencionado artículo sobre “Grands ensembles et petites constructions”, publicado en 1964, en el que la estudiosa critica con dureza la primera fase de la gran descentralización parisina –iniciada en 1955– vislumbrando alguna esperanza en el nuevo rumbo del urbanismo francés. Su condena de estos primeros experimentos de grands ensembles –desprovistos de “signos y símbolos expresivos”, ideados “por un De Chirico miserabilista”, oprimidos por la “tiranía de la calle”, donde “la presencia humana sólo es evocada por las bancas y las antenas de televisión”[17]– marca así el momento de ruptura con la confianza en el urbanismo de los CIAM.[18]
En este contexto de reflexión, Choay comenzó a trabajar en lo que sin duda se convertiría en su libro seminal, destinado a darle una extraordinaria reputación internacional que atravesaría varias generaciones de estudiosos: L’urbanisme. Utopies et réalités, publicado por primera vez en París, en 1965. El libro fue publicado por Éditions du Seuil –la editorial a la que Choay confiaría más tarde casi todas sus obras– que, apenas un año antes, había abordado el tema de la ciudad, con la traducción de un volumen fundamental para la cultura urbana de la segunda mitad del siglo XX, The city in history, de Lewis Mumford (1961; 1964).[19]
Como ella misma recordó más tarde, L’Urbanisme. Utopies et réalités es una obra que parte de una cuestión ineludible y molesta para la época en que se escribió el libro: rastrear los pretendidos fundamentos científicos del urbanismo y demostrar sus ambigüedades y contradicciones, a la luz de la crisis de la ciudad industrial y de la reconocida incapacidad de sus actores para gobernar sus procesos (Choay, 1996a: 15-16). La respuesta se busca en los textos fundadores de la disciplina, seleccionados desde principios del siglo XIX, que se presentan en forma antológica para sellar la tesis de una sustancial falta de estatus científico del urbanismo, denunciando “la impostura de una disciplina que, en un periodo de construcción febril, impuso su autoridad incondicionalmente”[20] (Choay, 1996a: 16).
Acostumbrada por formación al estudio de las fuentes primarias, y fuertemente inclinada a la docencia, Choay ofrece, pues, en el volumen, un florilegio de textos sobre la ciudad y el urbanismo, muchos de los cuales hasta entonces eran poco conocidos por el público francés debido a la ausencia de traducciones.[21] El conjunto de textos se subdivide en categorías que la estudiosa justifica y motiva en su largo ensayo introductorio, aunque es consciente del carácter provisional y de la falacia de cualquier distinción demasiado clara.[22] Aquí se agrupan, pues, en primer lugar, los escritos que preceden al nacimiento de la disciplina en el plano técnico, adscritos a una fase de “preurbanismo”, o los de teóricos, historiadores y economistas que entienden la crisis de la ciudad en estrecha dependencia con la de la sociedad. Frente al desorden social y urbano, estos últimos se refugian en la utopía, dirigiéndose hacia dos modelos opuestos, según el vector temporal: el “progresista”, que cree con optimismo en el futuro (que incluye, entre otros, a Owen, Fourier, Proudhon, Richardson) y el “culturalista”, que mira con nostalgia al pasado (Pugin, Ruskin, Morris). Pero también hay preurbanistas “sin modelo”, y entre ellos Choay sitúa a dos pensadores del calibre de Engels y Marx, junto a Kropotkin.
También en el segundo grupo de escritos –los correspondientes a la fase del “urbanismo” real, casi todos procedentes de un horizonte técnico– es posible, según Choay, identificar los dos modelos antes mencionados, el progresista y el culturalista, pero no sólo éstos, como veremos. Al primer modelo le atribuye, en primer lugar, las elaboraciones de Tony Garnier, pero sobre todo las de Le Corbusier, pronto fundidas en la actividad de las CIAM, de las que la estudiosa se muestra más crítica que en la monografía de 1960. A la prédica de la Carta de Atenas, Choay atribuye, en efecto, la indiferencia por la topografía y el contexto típico de los planes de Le Corbusier y sus seguidores: “Así nació la ‘arquitectura del bulldozer’, que nivela montañas y rellena valles”.[23] Al segundo modelo, el culturalista, pueden referirse en cambio a las aportaciones de Camillo Sitte, Ebenezer Howard, Raymond Unwin, que Choay une por la sutil presencia de un “modelo nostálgico”. Además de los dos conjuntos anteriores, y en paralelo a las tendencias antiurbanistas americanas ya destacadas en la fase preurbanista, la estudiosa identifica el nacimiento de un nuevo modelo “naturalista” en la primera mitad del siglo XX, encarnado por la figura de Frank Lloyd Wright y su Broadacre City, verdadera antítesis del urbanismo coercitivo de los CIAM.[24]
“La respuesta a los problemas urbanos planteados por la sociedad industrial”, añade Choay, sin embargo, “no se agota ni en los modelos de urbanismo ni en las realizaciones concretas que inspiraron”: existe, de hecho, “una crítica de segundo orden”[25] que se desarrolló durante el siglo XX y que debe ser cuidadosamente considerada (Choay, 1973: 51). En este contexto, Choay atribuye un papel fundamental a la obra de Patrick Geddes y a la de su más fiel discípulo Lewis Mumford, ambos defensores de un “urbanismo de la continuidad”. Este último debería tener como objetivo la reintegración del “hombre concreto y completo en el proceso de planificación urbana”[26] (Choay, 1973: 57), por medio de un sistema de “indagaciones” que abarquen la más amplia gama de conocimientos, desde la sociología hasta la historia. A las aportaciones de Geddes y Mumford, concluye la académica, debemos la formación de una conciencia crítica que ha influido fuertemente en el entorno de los países anglosajones, dando lugar al nacimiento de los estudios urbanos (Choay, 1973: 60). Por último, siempre en el ámbito de la crítica de segundo grado, Choay identifica otras dos vertientes actuales, la de la “higiene mental” –entendida como un enfoque más destinado a poner de manifiesto los límites del urbanismo progresista, procedente de psiquiatras, sociólogos, activistas, como en el caso de Jane Jacobs y su famoso libro The death and life of great American cities (1961)– y la de la “percepción urbana”, atestiguada por los estudios de Kevin Lynch. De estas reflexiones Choay extrae la conclusión de que “el macrolenguaje del urbanismo es imperativo y coercitivo”, dejando al ciudadano al margen de cualquier proceso de decisión: “el urbanista monologa o arenga, el habitante se ve obligado a escuchar, a veces sin entender”[27] (Choay, 1973: 78).
Como ya habrá notado el lector, en este examen articulado del horizonte teórico del urbanismo, Italia está por completo ausente, aunque aparezcan algunas referencias bibliográficas de los estudios de Zevi y Argan. Esto confirma lo que ya se ha observado en la introducción, a saber, que el verdadero acercamiento de Choay a la cultura italiana debe remitirse a años posteriores. Es cierto que, incluso con un mejor conocimiento del contexto italiano, no habría habido muchos teóricos italianos que pudieran ser citados en la antología, pero es seguro que una figura como Gustavo Giovannoni, después tan apreciado por Choay, habría merecido un lugar en ella. Sin embargo, como sabemos, a mediados de los años sesenta el ingeniero romano seguía sufriendo un ostracismo radical en su propio país, lo que dificultaba el conocimiento de su obra fuera de las fronteras italianas. Este distanciamiento sustancial de Choay del contexto cultural de la península se mantendría hasta principios de los años setenta, como demuestran los posteriores escritos de la estudiosa dedicados a la ciudad.
En 1967, sólo dos años después de la publicación de L’urbanisme. Utopies et réalités, Choay aborda el tema de la relación entre semiología y urbanismo, entrando en el debate –entonces muy ferviente– que gira en torno a la posibilidad de aplicar los resultados de la lingüística estructural a la arquitectura y la ciudad. Con un artículo destinado a tener un éxito considerable –publicado por primera vez en L’architecture d’aujourd’hui (Choay, 1967b: 8-10), y luego traducido al inglés para un volumen con el significativo título de Meaning in architecture, que incluye contribuciones de otros estudiosos, ya famosos en aquella época[28] (luego publicado en Francia, en 1972, con el título Le sens de la ville) (Jencks and Baird, 1969; Choay et al., 1972)– Choay demuestra la aplicabilidad de la semiología a los fenómenos urbanos. Su tesis se desarrolla a través del significativo ejemplo del pueblo Bororo, estudiado por su maestro Lévi-Strauss en Tristes tropiques (1955) y aún más ampliamente en Anthropologie structurale (1958), sobre el que ella misma volverá varias veces en sus escritos ulteriores. De hecho, el plano de la aldea muestra una organización espacial rígida y explícita, espejo de múltiples significados que influyen en los rituales y la vida de sus habitantes: por tanto, da fe de su dimensión semiológica. De la constatación de la posibilidad de aplicar la semiología al urbanismo sigue, sin embargo, por otro lado, la constatación del empobrecimiento de los significados en la ciudad moderna, que aparece “hiposignificante” (Choay, 1972: 18) en comparación con aquella del pasado, también a causa de la rápida obsolescencia de su espacio físico en relación con el progreso tecnológico (Choay, 1972: 18). Se trata de un pasaje que se consigue a lo largo de los siglos, en el que la ciudad italiana del Renacimiento también desempeña un papel importante, la primera etapa de un proceso de representación del espacio urbano que conducirá a una dimensión lúdica de la ciudad, un fenómeno, sin embargo, en aquella época todavía limitado a estrechas élites sociales. Citando brevemente a Leon Battista Alberti y a Francesco di Giorgio Martini como “los primeros antepasados de nuestros urbanistas”[29] (Choay, 1972: 11), Choay muestra una primera aproximación a la historia italiana que, no obstante, sigue pareciendo bastante limitada en comparación con lo que sucederá en los años sucesivos.
Como prueba de ello, podemos citar el volumen siguiente, The modern city: planning in the 19th century (Braziller, Nueva York 1969), aparecido en la serie Planning and cities dirigida por George R. Collins, que traza un perfil del urbanismo del siglo XIX, en el que Choay sólo dedica a Italia unas pocas palabras, mencionando los planes reguladores de Alessandro Viviani para Roma (1873 y 1883) y las realizaciones de Corso Vittorio Emanuele y Via Nazionale (esta última, como sabemos, iniciada antes de 1870) como ejemplos sólo parcialmente inspirados en la regularización de Haussmann (Choay, 1969: 21).
Las investigaciones de Choay sobre el espacio urbano continuaron con una atención especial al contexto francés, como demuestra el bello volumen fotográfico Espacements, título que también dará lugar a una serie del mismo nombre, dirigida durante muchos años por la académica para las Éditions du Seuil. El libro, publicado fuera del comercio para una empresa privada en 1969, y que no se publicó hasta muchos años después en Italia,[30] está dividido en cuatro capítulos, en los cuales la estudiosa presenta otras tantas “figuras distintivas” del espacio urbano desde la Edad Media hasta la actualidad, que tendrán un éxito considerable en la literatura siguiente: Espace de contact, para la Edad Media; Espace de spectacle, para la época clásica; Espace de circulation, para los siglos XIX y XX; Espace de connexion, para la actualidad.[31] Este trabajo también coincide, por un tiempo, con el inicio de la carrera universitaria de Choay: involucrada desde 1966 por el historiador y crítico de arte Robert Louis Delevoy en algunos cursos en Bruselas en la École nationale supérieure des arts visuels de La Cambre, la académica es de hecho llamada, en 1971, por Pierre Merlin para enseñar en el Département d’urbanisme du Centre universitaire expérimental de Vincennes, fundado por el propio Merlin con el sociólogo Hubert Tonka en 1968-1969, que luego se convertiría en el Institut Français d’Urbanisme de la Universidad de París VIII, donde Choay sería nombrada profesora titular y finalmente emérita (Paquot, 2019: 279-280).
En este marco llega, finalmente, la traducción al italiano de L’urbanisme. Utopies et réalités, publicada por Einaudi en dos volúmenes con el título La città. Utopie e realtà, en 1973. La llegada de la obra al contexto cultural italiano puede considerarse, sin duda, la primera etapa significativa de la fructífera relación de fertilización cruzada que unirá a Choay con Italia en las próximas décadas. Incluso la génesis de esta traducción lo atestigua: el buen resultado se debe, en efecto, al interés directo de Italo Calvino,[32] que desde hace más de veinte años desempeñaba funciones progresivamente más influyentes en la editorial Einaudi, habiendo publicado, entre otras cosas, sólo un año antes, su exitoso Las ciudades invisibles (1972). La coincidencia no aparenta ser casual: aunque no hay ninguna alusión explícita al texto de Choay en el volumen de Calvino, parece más que probable que éste –que ya visitaba con frecuencia París, donde vivía desde 1967– haya encontrado una inspiración parcial en la obra de la investigadora francesa.
Además, aunque muy diferentes en su génesis, estructura y resultado, ambos textos parten de la constatación de una profunda crisis de la ciudad industrial. Uno, el de Choay, recorre científicamente la génesis de las ideas y los fundamentos teóricos que han producido la situación actual. La otra, la de Calvino, se mueve al filo de un imaginario poético, en busca de “las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades”[33] (Calvino, 1993). Sin embargo, ambos temen el fracaso de la vida urbana.
De hecho, Choay escribe en su ensayo introductorio:
De las cuadras de Brasilia hasta los cuadriláteros de Sarcelles, del foro de Chandigarh hasta el nuevo foro de Boston, de las autopistas que desfiguran San Francisco hasta las autopistas que destripan Bruselas, en todas partes nace el mismo descontento, la misma inquietud. [...] Este libro no pretende hacer una contribución adicional a la crítica de los hechos: no se trata de denunciar una vez más la monotonía arquitectónica de las nuevas ciudades o la segregación social que reina en ellas. Hemos querido buscar el sentido de los propios hechos, poner de manifiesto las razones de los errores cometidos, el origen de las incertidumbres y las dudas que suscita hoy toda nueva propuesta de ordenamiento urbano[34] (Choay, 1973: 3-4).
Y Calvino, comentando su propio texto poco después de su publicación: “Creo que he escrito algo así como un último poema de amor a las ciudades, en un momento en que cada vez es más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez nos estemos acercando a un momento de crisis en la vida urbana, y Las ciudades invisibles es un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles”[35] (Calvino, 1993: IX).
Al presentar la edición italiana de su obra, la estudiosa hace también un primer balance de los ocho años transcurridos desde la publicación del libro, aclarando la maduración de su pensamiento y su intención de considerarlo ya como una introducción a un próximo proyecto de investigación, destinado a rastrear los orígenes más remotos del discurso del siglo XIX. Es el anuncio, aún en estado embrionario, del trabajo que dará lugar a La règle et le modèle, dedicado principalmente al De re aedificatoria de Leon Battista Alberti, que aparecerá en 1980. Pero el prefacio de la edición italiana es también una oportunidad para detenerse en otras figuras, no tratadas en La città. Utopie e realtà, “que sin pretender ‘cambiar el mundo’” han “contribuido a formar una nueva relación con el urbanismo”[36] (Choay, 1973: X). Entre éstos Choay sitúa al barón Haussmann y a Ildefonso Cerdà. Sobre el primero, en particular –al que dedicará importantes estudios en los años siguientes–, la estudiosa sintió ya la necesidad de “subrayar la originalidad de su contribución y observar las diferencias en relación con el camino seguido por sus contemporáneos, en especial los utópicos”, frente a la persistencia de fuertes prejuicios contra él, todavía inclinados a reducir “de manera ligera su obra a las dimensiones de una operación policial”[37], como en la lectura reciamente ideológica de Henri Lefebvre (Choay, 1973: XI).[38]
Viaje por el Renacimiento italiano: La règle et le modèle y la obra sobre Leon Battista Albert
Sin duda, podemos decir que la figura central en la relación entre Choay e Italia ha sido Leon Battista Alberti,[39] a quien ha dedicado una intensa investigación desde principios de los años setenta, inspirada en el debate de la época sobre las villes nouvelles.[40] Este interés inicial dio lugar a su tesis doctoral, desarrollada bajo la dirección de André Chastel, y defendida en marzo de 1978. El resultado de este largo trabajo es el volumen La règle et le modèle, publicado en París por Editions du Seuil en 1980, que llegó seis años después en la impresión italiana, editada por Ernesto d’Alfonso (Choay, 1986; 1996). Se trata de un texto que está en continuidad explícita con la primera obra de Choay, L’Urbanisme. Utopies et réalités, cuyo objetivo es investigar los orígenes de la teoría del urbanismo más allá de los textos convencionales del siglo XIX, en los que se concentraron los primeros años de investigación de la estudiosa.
La tesis fundamental del libro, contenida en el título, es que las teorías de la arquitectura y el urbanismo han oscilado a lo largo de los siglos con base en dos arquetipos, el de la regla y el del modelo, simbolizados por dos textos “inaugurales”: en el primer caso el De re aedificatoria de Alberti, y en el segundo, la Utopía de Tomás Moro. Pero si en la primera todavía es posible reconocer un carácter “lúdico”, que aúna reglas y libertad creativa, la segunda parece coercitiva y constrictiva. Así, los planteamientos de la “norma” y del “modelo” se revelan antitéticos, lo que conduce a una “temible” elección entre dos concepciones: “una hedonista, egoísta, permisiva; la otra correctiva, disciplinaria, médica”[41] (Choay, 1980: 334), esta última encarnada por el fracaso de la ciudad contemporánea. En este sentido, las dos figuras de Alberti y Moro, con sus respectivos textos, constituyen el marco primordial del libro, hasta el punto en que la autora les dedica dos capítulos sustanciales, sin ocultar su declarada preferencia por la obra de Alberti. Choay sitúa la obra de Alberti en la doble valencia de continuidad y ruptura con respecto al Quattrocento italiano, periodo al que reconoce un papel crucial, “sin equivalentes anteriores en ninguna otra cultura”[42] (Choay, 1980: 14), en la definición de un discurso autónomo sobre el espacio edificado.
El interés de la autora por Alberti se desarrolló aún con más precisión con motivo de la edición italiana del volumen, aparecida en 1986, para la que Choay reescribió íntegramente el segundo capítulo de la obra, destinado justo al análisis de De re aedificatoria. Se trata de una reflexión que pasa por una mayor maduración del pensamiento de la estudiosa[43] entre 1981 y 1982, dedicada a los “operadores”[44] del texto de Alberti y a la relación de éste con el tratado de Vitruvio, respecto del cual Choay considera la obra de Alberti decididamente original.[45] Ya en este pasaje, Choay reconoce en la obra de Alberti el carácter de un “texto instaurador, que se propone fundar la construcción como una disciplina específica y autónoma”[46] (Choay, 1988b: 83), frente a otro tipo de tratados que, en todas las culturas, viran más bien hacia el comentario o la prescripción. Este proceso de perfeccionamiento de su lectura de Alberti se beneficia también de una nueva aproximación directa a la cultura de nuestro país, desarrollada precisamente en los años 1980-1986, es decir, entre la primera edición francesa del volumen y la traducción italiana. Fue en esta época, de hecho, cuando se estructuró la relación de Choay con el Politécnico de Milán, con la mediación de Ernesto d’Alfonso, que invitó a la investigadora a un seminario, celebrado en noviembre de 1983, dedicado en esencia a una comparación de visiones cruzadas sobre el tema de la historia y el proyecto, a partir de una primera lectura de la edición francesa de La règle et le modèle. Los resultados de esta reunión, recogidos dos años más tarde en el volumen Ragioni della storia e ragioni del progetto (d’Alfonso, 1985), dan fe de la rápida acogida del volumen de Choay en Italia y del estímulo al debate que produjo. En efecto, allí encontramos reflexiones acerca del papel de la historia, de la teoría y del proyecto, desarrolladas por estudiosos de diferentes disciplinas, desde Cesare Stevan a Maria Luisa Scalvini, desde Giancarlo Consonni a Bianca Bottero, desde Augusto Rossari a Antonio Monestiroli, por citar sólo algunos.[47] Reflexiones que tuvieron su origen –más significativo incluso para el proceso de hibridación cultural– en un texto inédito de Choay distribuido con antelación a los participantes, y luego publicado como apéndice del volumen: Il De re aedificatoria quale testo inaugurale, que la estudiosa había presentado en un congreso en Tours, en 1981, y que no se publicará hasta 1988, en Francia, pero anticipado por la publicación italiana de 1985 (d’Alfonso, 1985: 130-143).[48]
Este intenso intercambio de principios de los años ochenta está en la base de la traducción al italiano de La règle et le modèle, que apareció en 1986. Es significativo, por tanto, que la llegada del volumen a suelo italiano llevara a la autora a desarrollar y profundizar su lectura de Alberti, presentando al público italiano un tratamiento decididamente más rico que la primera edición francesa. La comparación de los dos capítulos sobre el tratado de Alberti en las dos ediciones de 1980 y 1986 revela, de hecho, una mayor extensión del tratamiento, ya sólo en la descripción del contenido de los diez libros, que también se vale de un mayor número de ejemplos y citas. Pero lo más relevante del análisis propuesto por Choay sobre De re aedificatoria consiste en haber ido reconociendo un verdadero “proyecto antropológico” en la base del tratado de Alberti, tema del que continuará sus investigaciones durante los años noventa.[49] Así, en la edición italiana de 1986, la estudiosa destaca el carácter instaurativo del tratado y propone un cuidadoso desmontaje por medio de tablas ausentes en la edición francesa,[50] destinado a revelar la estructura latente. Esta última, según Choay, se revela a pesar del carácter errático de muchos pasajes, que desorientan al lector apresurado, como cuando Alberti “pone el mismo celo en enunciar reglas universales de construcción que en enunciar reglas útiles para evitar que el yeso se agriete”[51] (Choay, 1986: 94). Por lo contrario, la solidez del tratado aparece con claridad si se procede del libro I al libro IX, en una estructura piramidal invertida,[52] en la que se pasa del nivel de la “necesidad” al de la “comodidad”, hasta el “placer” de la arquitectura, mientras que al libro X –considerado por la autora como espurio respecto al resto del tratado (Choay, 1986: 140)– se le confía el nivel de “corrección”.
Sin embargo, a pesar de esta lectura apasionada y en muchos sentidos innovadora propuesta por Choay, el entorno italiano reaccionó de forma controvertida. La “escuela romana” de historia de la arquitectura, en particular, se distanció de inmediato de ella: en una larga reseña publicada en 1987 en “Architettura. Storia e documenti”, Renato Bonelli estigmatizó el “fracaso” del libro, que resultó “decepcionante y pretencioso, escrito de forma confusa, desordenada, a veces involucionada y oscura, lleno de muchas partes añadidas gratuitamente, que nos llegaron con una mala traducción” (Bonelli, 1987: 188).
La crítica de Bonelli parte, en primer lugar, de la refutación de la lectura semiológica propuesta por Choay a propósito de los dos tratados de Alberti y Moro, que, según el autor, desconoce también los desarrollos críticos contemporáneos sobre la relación entre semiología y arquitectura, con la excepción de la obra de Umberto Eco (Bonelli, 1987: 186). Además, la interpretación de De re aedificatoria “lleva a la autora a distorsionar el texto de Alberti para encontrar en él lo que no hay, para reducir un producto eminentemente histórico a una entidad abstracta y cristalizada”[53] (Bonelli, 1987: 187). Para Bonelli, esto lleva al malentendido de que se puede “yuxtaponer a Cerdà, Le Corbusier o las CIAM junto a Alberti y Th. More”,[54] una operación “destinada desde el principio al fracaso”[55] (Bonelli, 1987: 188), debido también a la falta de distinción conceptual entre arquitectura y urbanismo –así como entre arquitectura y construcción– que lleva a Choay a atribuir un peso excesivo al papel discursivo en la producción concreta del espacio.[56] Aun estando de acuerdo con algunas de las críticas de Bonelli a La regola e il modello, es fácil reconocer, hoy día, en su duro juicio, los resultados de su enfoque rígidamente idealista, contrario a cualquier análisis demasiado condicionante de la libertad creativa. Esto resulta todavía más evidente en la conclusión, donde se opone decididamente a la invitación de Choay a repensar el espacio urbano a la luz de las lecturas de Alberti y Moro: “El proceso de renovación del lenguaje arquitectónico no obedece de cierto a prescripciones dictadas desde el exterior, como las que se proclaman en las últimas páginas del libro, sino que depende exclusivamente de la creatividad del hombre, que se manifiesta siempre según soluciones inesperadas y formas imprevisibles”[57] (Bonelli, 1987: 189).
Sin perturbarse por estas objeciones, Choay continuó su trabajo sobre Alberti con varias publicaciones en los años siguientes. Sin embargo, cuando en 1996 presentó la segunda edición francesa de La règle et le modèle –aparecida dieciséis años después de la primera–, no dudó en declarar como anticuadas muchas de las concepciones de su libro, precisando que, a la luz de la evolución actual, ya no lo escribiría de ese modo. Por el contrario, Choay confirma la validez heurística y hermenéutica de las herramientas epistemológicas adoptadas en su análisis, en particular para los textos de Alberti y Moro (Choay, 1996: 12). Unos años más tarde, la estudiosa llega incluso a editar, con Pierre Caye, una nueva traducción al francés de De re aedificatoria (la segunda, tras la única existente de Jean Martin de 1553), lo que da lugar a una edición crítica del tratado, en 2004. En este “cuerpo a cuerpo” con el texto de Alberti (Choay, 2008e: 52), Choay reconoce un paso fundamental en la maduración de su pensamiento sobre el patrimonio. De hecho, admite: “Sin la violencia con la que Alberti, iniciador de una nueva arquitectura, condena la destrucción injustificada de edificios medievales que siguen cumpliendo sus funciones, probablemente nunca me habría dedicado a las cuestiones del patrimonio construido, ni me habría interesado por el significado actual de su conservación”[58] (Choay, 2008c: 24).
Continuando su investigación sobre Alberti en un volumen editado en 2006 con Michel Paoli –que en sí mismo representa, en el rico parterre de estudiosos franceses e italianos implicados,[59] una pieza significativa de ese proceso de fertilización cruzada ya mencionado–, la estudiosa llegará a observar que el valor del tratado de Alberti consiste, de cierto, en haber situado la “cuestión de la construcción” (Choay, 2006a; 2006b) en los orígenes más remotos de la propia historia del género humano. Es una interpretación que se confirma, en Italia, también en la lectura ya propuesta unas décadas antes por Giulio Carlo Argan,[60] y que acoge favorablemente Marco Dezzi Bardeschi con motivo de la publicación del texto francés, antes mencionado.[61]
En definitiva, todos estos intercambios son una clara prueba de la circularidad del pensamiento entre Italia y Francia en el ámbito de los estudios albertianos, a los que Choay contribuyó de forma decisiva. No es de extrañar, de hecho, que Choay sea uno de los miembros fundadores de la prestigiosa revista Albertiana, que sigue activa y es publicada desde 1998 por la Societé Internationale Leon Battista Alberti, creada a su vez, en 1995, en estrecha colaboración entre ambos países bajo el patrocinio del Istituto Italiano per gli Studi Filosofici. También en esta revista, por ende, donde en el primer número Choay publicó un artículo dedicado a “L’architecture d’aujourd’hui au miroir du De re aedificatoria” (Choay, 1998b), la estudiosa llevó a cabo un importante proceso de transculturación entre Italia y Francia, compartido en el comité de dirección con otros autorizados estudiosos de Alberti, entre los que, no por casualidad, siempre han prevalecido italianos y franceses.[62]
Hacia el patrimonio: del “descubrimiento” de Giovannoni a la evolución de la allégorie, 1981-1998
Fue a principios de los años ochenta, concretamente en 1981, cuando Choay entró en contacto con la obra de Gustavo Giovannoni,[63] al que dedicó una atención creciente, hasta incluirlo en la restringida élite de figuras que animarían su L’Allégorie du patrimoine, uno de los textos más famosos y exitosos de su madurez, traducido a varios idiomas. Este recorrido de acercamiento a la obra de Giovannoni culminó en 1998, cuando Choay promovió y editó la traducción parcial de Vecchie città ed edilizia nuova de 1931, publicada en Francia con el título L’urbanisme face aux villes anciennes. En el transcurso de estos veinte años, entre la conclusión de su trabajo sobre Alberti y la traducción que acabamos de mencionar, la presencia de Choay como profesora visitante en varias universidades italianas se hizo cada vez más intensa.
Para comprender mejor el significado del “descubrimiento” de Choay de la contribución de Giovannoni a principios de los años ochenta, es necesario relacionarlo con la cultura arquitectónica y urbanística francesa contemporánea. Desde los años setenta –y, en cierta medida, incluso antes– la cultura francesa ha asistido a una constante irrupción de la bibliografía italiana en el ámbito de los estudios urbanos, con traducciones no siempre fieles, lo que ha conducido, como ha escrito Jean-Louis Cohen, a un verdadero proceso de “italianización” de la cultura francesa.[64] En este contexto, es interesante observar, en primer lugar, la posición que adopta Choay con respecto a la fortuna de difusión de los estudios tipográficos de derivación italiana. La ocasión para hablar de ello se dio a mediados de la década, cuando la obra de Aldo Rossi llegó a Francia en la exposición Aldo Rossi. Théatre, Ville, Architecture, celebrada en 1985 en Nantes, y presentada en un coloquio en el que participaron, entre otros, Bernard Huet y Hubert Damisch.[65] Ese mismo año, Choay participa, junto con Pierre Merlin y Ernesto d’Alfonso, en la organización de un seminario titulado Morphologie urbaine et parcellaire, dedicado a profundizar en el análisis morfológico-urbano y su legado actual, como parte de una investigación del mismo tema, iniciada por el propio Choay y Merlin en el Institut français d’urbanisme, cuyos resultados serán acusados por Cohen, más tarde, de “italofobia” (2015: 13).
Tras una serie de conferencias que profundizan en el desarrollo y los resultados,[66] es el turno de la estudiosa francesa de sacar las conclusiones de la citada reunión de estudio. Su posición sobre la validez de los estudios tipológicos es fuertemente dubitativa: de hecho, dan testimonio de una debilidad general de la estructura metodológica, y a menudo parecen carecer de fundamento histórico.[67] Denunciando la interpretación superficial de los orígenes del término “tipo” –que se remonta a los estudios de Giulio Carlo Argan y a su reinterpretación de la aportación de Quatremère de Quincy–, la estudiosa francesa destaca cómo Italia ha ejercido una verdadera “hegemonía verbal (a veces terrorista)”[68] (Choay, 1988a: 147) en este campo. Esto es evidente, por ejemplo, en la extensión del término “proyecto” a otras lenguas distintas del italiano, en las que adquiere un significado totalmente diferente (Choay, 1988a: 147-148). En cambio, escribe Choay, es necesario relacionar correctamente la terminología y mejorar la calidad de las traducciones del italiano, “que transmiten un verdadero despotricamiento”[69] (Choay, 1988a: 148).
Con estas premisas, la estudiosa francesa se adentra en el corazón del análisis morfológico aplicado a la ciudad, desenmascarando sus múltiples aporías, entre las cuales la principal consiste en la propia finalidad del análisis: la de proporcionar a los arquitectos un simple “instrumento operativo” (Choay, 1988a: 150), carente del rigor necesario para cualquier investigación histórica (Choay, 1988a: 151-153). La ciudad, en este enfoque, se presenta como un objeto autorreferencial que puede ser investigado sin considerar los factores económicos, legales y sociales que la produjeron y transformaron. Ante el creciente interés por el espacio urbano, manifestado por los historiadores de la ciudad en los años 1960-1970, entre ellos André Chastel,[70] el análisis morfológico defendido por los estudiosos italianos de la morfología urbana le parece a Choay precipitado y superficial, basado a menudo en fuentes de segunda mano, y fuertemente ideológico (Choay, 1988a: 152). En esta línea sitúa algunos trabajos de Carlo Aymonino, Leonardo Benevolo e incluso del grupo de alumnos de Manfredo Tafuri, todos ellos publicados a principios de los años setenta.[71]
Pero es evidente que el volumen más ambiguo y engañoso en esta acusación es, precisamente, L’architettura della città de Aldo Rossi, que para Choay manifiesta “un florilegio de absurdos”[72] (Choay, 1988a: 156). Ríos de tinta se han derramado hasta hoy día sobre este volumen, pero sentimos muy válido el juicio sintético que Alberto Ferlenga ha emitido recientemente de él, remontándose sobre todo a un inicio de investigación, en parte autobiográfico, que terminó en un éxito quizá imprevisto por su propio autor (Ferlenga, 2014: 16). Al fin y al cabo, se sabe que las ambiciones y los límites de L’architettura della città habían sido bien identificados por el propio Rossi, cuando se detuvo en ella, algunos años después, en su Autobiografia scientífica, publicada en 1981 en Estados Unidos, y sólo en 1990 en Italia (Rossi, 1981; 1990). En este punto, Rossi destacó cómo su trabajo apuntaba más a descubrir la “propia” arquitectura que las raíces del fenómeno urbano, e incluso terminó revelando su intención más profunda, es decir, deshacerse de la ciudad (Rossi, 1990: 21-22). No es de extrañar, pues, que la misma Choay concluya sus punzantes observaciones con la página citada de la Autobiografia en la que Rossi había hecho su propia rendición de cuentas, reconociendo en sus palabras una prueba evidente de la manifestación de una parábola descendente de los estudios de morfología urbana ya a mediados de los años ochenta.[73]
Éste es, pues, el contexto en el que se produjo el inesperado “descubrimiento” por parte de Choay de la contribución de Giovannoni a principios de los años ochenta. Al escepticismo mostrado hacia el legado de los estudios tipo-morfológicos, la estudiosa opuso su entusiasmo por el pensamiento de un urbanista sui generis como Giovannoni, en aquel momento todavía muy descuidado en Italia a causa de los prejuicios ideológicos, y objeto de una primera tímida revalorización sólo en los ámbitos de la historia de la arquitectura y la restauración (Curuni, 1979; Del Bufalo, 1982). De hecho, es este último frente disciplinar en el que la estudiosa se inspiró para conocer la obra de Giovannoni, declarando su deuda de gratitud con un “clásico” entre los textos disciplinares de la restauración, escrito por un alumno directo del ingeniero romano, a saber, el volumen Teoria e storia del restauro de Carlo Ceschi (1970).[74]
La lectura que Choay hace de Giovannoni se centra inmediatamente en los rasgos más innovadores de su obra, a saber, la dimensión territorial, la multi-escalaridad y la anticipación temprana de una verdadera era posurbana. Así, ya en 1991, escribiendo sobre Urbanistica disorientata en un volumen recopilatorio publicado en Italia y editado por Jean Gottmann y Calogero Muscarà, la estudiosa destaca la contribución anticipatoria de Giovannoni, identificado como precursor de la era posurbana, teorizada en años más recientes por Melvin Webber.[75] El estudioso romano también es recordado por su contribución a la problemática de la conservación del patrimonio urbano, en la que Choay destaca la importancia del
concepto de escala: la dimensión territorial de las redes debía de ir acompañada de otras escalas de intervención, especialmente en los lugares destinados a la densificación de las viviendas [...]. El tejido de los centros históricos ofrecía a la vez la escala acorde con este uso y ejemplos de cómo dimensionar modos de amalgama difusos y no urbanos que había que inventar[76] (Choay, 1991: 159).
Sin embargo, es con la mencionada L’allégorie du patrimoine, publicada en su primera edición francesa en 1992,[77] cuando la figura de Giovannoni adquiere un papel destacado en la construcción de una “historia” del patrimonio arquitectónico y urbano en Europa, destinada, como ya se ha dicho, a obtener un considerable éxito internacional. Sin embargo, cabe destacar que el origen de este volumen no se encuentra tanto en la curiosidad histórica de Choay como en una preocupación social: como ella misma explicó después, la redacción del texto surgió de la observación de un “profundo malestar” en la sociedad, evidenciado por el culto al patrimonio.[78]
En la economía de un tratamiento general de la historia desde sus orígenes hasta la actualidad, Choay dedica un espacio considerable al estudioso romano, asignándole un papel fundamental de síntesis en la definición del concepto de “patrimonio urbano”.[79] Desde las primeras líneas, la estudiosa francesa constata el sorprendente olvido que ha caracterizado a la obra de Giovannoni en la posguerra, “largamente ocultada por las pasiones políticas e ideológicas”[80] (Choay, 1995a: 130), debido tanto a su implicación con el régimen como a sus posiciones frente a la arquitectura moderna, que son ahora un motivo más para “devolverle su lugar en el tablero de la historia”[81] (Choay, 1995a: 130).[82] El estudioso es por tanto situado por Choay al final de un camino iniciado con John Ruskin y continuado en las diferentes elaboraciones de Camillo Sitte y Charles Buls, donde Giovannoni asume el papel de figura “historizante” (historiale) [83] hacia el patrimonio urbano, abriendo perspectivas aún relevantes para el análisis y la intervención en la ciudad antigua (Choay, 1995a: 129). En particular, la estudiosa francesa reconoce en Giovannoni el mérito de haber identificado la vía para una posible integración entre los valores del arte y el valor de uso de los tejidos antiguos, mediante una visión plenamente urbana de los problemas que no desdeña el uso de los mejores productos de la civilización industrial (como las modernas redes de transporte, que Giovannoni considera fundamentales para la definición de las nuevas relaciones entre la ciudad antigua y la nueva).[84] En esta dirección, pues, el erudito romano –gracias también a su “triple formación” de arquitecto, ingeniero y restaurador[85]– “supera el tradicional urbanismo unidimensional en el que se encerró Le Corbusier sin haber comprendido que su ‘ville radieuse’ es una nociudad” (Choay, 1995a: 131), definiendo en cambio “una sofisticada doctrina de conservación del patrimonio urbano”[86] (Choay, 1995a: 132).
Esta doctrina es resumida por Choay en tres principios:
en primer lugar, cada fragmento urbano antiguo debe integrarse en un plan urbano local, regional y territorial (plan director) que represente con precisión su relación con la vida actual [...]; en segundo lugar, el concepto de monumento histórico no podría designar un solo edificio independientemente de su contexto [...]; finalmente, una vez cumplidas estas dos primeras condiciones, los entornos urbanos antiguos reclaman procedimientos de mantenimiento y restauración similares a aquellos definidos por Boito para los monumentos (Choay, 1995a: 133).
Así llegamos al “diradamento”, un término que Choay considera particularmente afortunado, traduciéndolo como éclaircissage,[87] en el que se convierten en “lícitas, recomendables o incluso necesarias, la reconstitución, siempre que no sea falsa, y sobre todo alguna destrucción” (Choay, 1995a: 133). Siguen algunas consideraciones sobre los resultados operativos de las teorías de Giovannoni, en las que la estudiosa francesa constata, en primer lugar, los frecuentes choques “con una resistencia debida tanto a su carácter anticipatorio, como al modo en que obstaculizaban la ideología de un régimen ávido de grandes obras espectaculares”, y observa a continuación que –frente a la implicación con el fascismo– “hay que poner en el haber de Giovannoni su labor negativa como opositor, el balance de todas las destrucciones que consiguió evitar en toda Italia”[88] (Choay, 1995a: 134). Para Choay, en definitiva, “prácticamente único entre los teóricos del urbanismo del siglo XX”, Giovannoni tiene el mérito de haber “colocado en el centro de sus preocupaciones la dimensión estética del asentamiento humano” (Choay, 1995a: 134), anticipando, “con mayor gracia y complejidad, las diversas políticas de los ‘secteurs sauvegardés’ desarrolladas y aplicadas en Europa desde 1960”, aunque su teoría también “contiene en germen las paradojas y dificultades”[89] (Choay, 1995a: 135).
Todas estas observaciones son plenamente compartibles, aparte de algunas inexactitudes debidas a errores ya presentes en la bibliografía italiana o a cierta exageración de los méritos del erudito, que pasa por alto la contribución decisiva de muchas otras figuras. Pero el enfoque de Choay está claramente libre de preocupaciones filológicas: en su prefacio deja claro que el objetivo del libro es la búsqueda de “orígenes, pero no una historia” del culto al patrimonio, para lo cual utilizará “figuras y puntos de referencia concretos, pero sin la preocupación de hacer inventarios”[90] (Choay, 1995a: 13). Con este enfoque, en esencia, el estudioso opta por destacar sólo algunas personalidades importantes, seleccionadas entre las que más que otras han marcado algunas etapas evolutivas en el camino de la protección.
Estos últimos, de hecho, no tardaron en llegar: en 1992, la parte más significativa de L’Allégorie –o más bien el capítulo “L’invention du patrimoine urbain”, en el que se trata la figura de Giovannoni– recibió su primera traducción al italiano, como ensayo autónomo en la antología de escritos L’orizzonte del posturbano, dirigida por Ernesto d’Alfonso y publicada por Officina (Choay, 1992a).[91] En su conjunto, este último volumen puede considerarse otra pieza importante en el proceso de difusión de la obra de Choay en Italia. Contiene ensayos, tanto publicados como inéditos, sobre la ciudad y el monumento (Choay, 1987; 1992c), sobre Haussmann (Choay, 1992b), [92] sobre Riegl y Freud (Choay, 1989; 1992e),[93] sobre el patrimonio histórico y las revoluciones (Choay, 1992d),[94] que transmiten con eficacia la polifacética aportación de la estudiosa, pero sobre todo su advertencia, subrayada por d’Alfonso en el epílogo, contra la pérdida de competencia en la construcción de las culturas occidentales.[95] Además, el éxito del volumen citado sigue demostrado por el hecho de estar agotado desde hace muchos años.[96]
Poco después, la reflexión de los estudios de Choay sobre Giovannoni produjo otro resultado muy significativo en Italia: la anastática reimpresión de Vecchie città edilizia nuova de 1931, editada por Francesco Ventura en 1995 con un prefacio de la propia Choay (Giovannoni, 1995). En su breve prefacio, Choay compara la larga ocultación del volumen con el destino similar que sufrió el libro más conocido de Ildelfonso Cerdà, Teoría general de la urbanización, publicado en España en 1867 y “abandonado en el infierno durante más de un siglo”[97] (Cerdà, 1867; 1995). Sin embargo, a diferencia de este último, las décadas de silencio que rodearon el volumen de Giovannoni le parecen a la estudiosa francesa “mucho más duras”: su obra, de hecho, no sólo “se mantuvo oculta por razones políticas y, por tanto, fue condenada a ser ignorada fuera de Italia”, sino incluso “falsificada y difamada”[98] (Choay, 1995b: VII). Es por estos motivos, entonces, que Choay no duda en celebrar “la reedición de Vecchie città como una obra de ‘salud pública’”[99] (Choay, 1995b: VII). Hay dos “advertencias esenciales” que Choay vislumbra en el trabajo del estudioso: “el reconocimiento sereno, sin pasatiempos nostálgicos ni triunfalismos tecnocráticos, de la influencia de la tecnología en nuestro entorno”, y “la existencia, diría incluso la presencia, de tejidos urbanos tradicionales”, por lo que “el libro de Giovannoni se posiciona, ante litteram, contra la industria cultural, la historización extremista [...] y la falsa memoria con la que se cargan”[100] (Choay, 1995b: VIII).
El entusiasmo de Choay por la reedición del libro se encontró con algunas voces discrepantes, como la de Alberto Maria Racheli, que en una detallada reseña cuestionó los juicios sobre la presunta ocultación de la obra de Giovannoni. Para Racheli, de hecho, el inesperado descubrimiento de Vecchie città por parte de la estudiosa francesa “parece demasiado cándido, ya que, entre los interesados en la restauración, la lectura directa del libro de Giovannoni en cuestión ha representado en Italia una aplicación ininterrumpida de estudio, desde el momento de su publicación hasta nuestros días”[101] (Racheli, 1996: 99). En esencia, “no cabe duda de que el olvido sobre el conocimiento de este libro, a partir de la caída del fascismo, que menciona Choay, representa un fenómeno marcadamente extraitaliano”[102] (Racheli, 1996: 99).
Más allá de esta significativa excepción, sin embargo, 1995 fue un año muy importante para la relación entre la estudiosa y el contexto cultural de la península, no sólo por la reimpresión del volumen de Giovannoni, sino sobre todo por la edición italiana contemporánea de L’Allégorie du patrimoine, que llegó de nuevo a nuestro país, publicada por Officina y editada por Ernesto d’Alfonso, con la ayuda de Ilaria Valente (Choay, 1995a). A pesar de ser una traducción en verdad poco afortunada,[103] el libro ha tenido un gran éxito en Italia y obtiene, cada vez más, citas de estudiosos no estrictamente vinculados con el ámbito patrimonial.
Unos años más tarde, como ya se ha mencionado, el estudio en profundidad de la obra de Giovannoni por parte de Choay llegó a su fin con la publicación de la traducción al francés de Vecchie città, anunciada por la misma estudiosa en el prefacio de la reedición italiana del volumen antes mencionado. La obra se basa en una tesis doctoral, realizada por Claire Tandille en 1994, bajo la dirección de la propia Choay. Sin embargo, como se indica en la introducción, el texto final es el resultado de una cuidadosa reelaboración de la investigación de esta última, destinada a seleccionar las partes más significativas del volumen de Giovannoni, con el fin de crear una edición de bolsillo dirigida a un público no sólo formado por especialistas.[104] Por ello, además de algunos pasajes considerados en exceso repetitivos y redundantes, faltan todas las partes más directamente vinculadas al contexto italiano, como los comentarios sobre la legislación vigente y las relativas propuestas del estudioso, los numerosos ejemplos de ciudades italianas y la mayoría de las imágenes. En cambio, el ensayo introductorio de Choay constituye un testimonio sumamente interesante, en el que no sólo desarrolla y profundiza algunas de las consideraciones que ya había hecho unos años antes en L’Allégorie du patrimoine, sino que también comenta con cuidado el volumen de 1931, deteniéndose en la biografía de Giovannoni y en su desafortunada trayectoria crítica, e incluso menciona el reciente resurgimiento del interés por su obra.
Tras una breve introducción, que retoma en parte las consideraciones ya efectuadas por Choay en el prefacio de la reedición italiana de Vecchie città de 1995, la estudiosa articula el interesante ensayo introductorio en cinco capítulos. En el primero, Choay analiza los contenidos esenciales del volumen de Giovannoni, sugiriendo algunas claves interpretativas para entender el texto. Para la estudiosa, todo el tratamiento de Vecchie città se basa en una relación dialéctica entre dos mundos aparentemente opuestos, que Giovannoni intenta conciliar preservando sus respectivas diferencias; su obra podría, por lo tanto, definirse “como un ejercicio de compatibilización y complementariedad de necesidades contradictorias”[105] (Choay, 1998a: 9). Esta relación dialéctica se articula también sobre un aspecto fundamental, que Choay sitúa entre los elementos caracterizadores del volumen, a saber, la “noción de la escala”, a través de la cual Giovannoni lee tanto los tejidos antiguos como los organismos urbanos modernos, analizando estos últimos por primera vez “en términos de redes infraestructurales: ya tiene en cuenta las redes de telecomunicaciones, pero también todas las redes de transporte”[106] (Choay, 1998a: 10). Así, la solución de la irreconciliabilidad entre los dos universos opuestos “se resume para Giovannoni en la combinación de dos términos (desdoblamiento + injerto), que podría desarrollarse en una fórmula: separar uniendo. Es decir, separar las dos formaciones reservando a cada una su carácter específico, pero al mismo tiempo haciéndolas comunicar, conectándolas”[107] (Choay, 1998a: 10-11). Para Choay, en el fondo, “la plena conciencia de la modernidad tecnológica sitúa a Giovannoni en las antípodas de los nostálgicos de la ciudad antigua, como Ruskin”, pero, al mismo tiempo, también le distingue del planteamiento de los CIAM: “con razón”, el estudioso “acusa a Le Corbusier de simplismo retrógrado: en su concepción de la vida futura, éste sólo tiene en cuenta la red vial y una escala única de planificación que excluye cualquier relación con el contexto”[108] (Choay, 1998a: 12). Por el contrario, la reflexión del académico sobre las redes de transporte y comunicación le abre “el horizonte de la desurbanización”.[109]
Sin embargo, es en la noción de “patrimonio urbano”, “una expresión acuñada por él mismo”, en la que la estudiosa francesa encuentra la aportación más interesante de Giovannoni. Considerando “la ciudad o el barrio histórico como una obra de arte autónoma, un monumento histórico en sí mismo” –caracterizado no sólo por las grandes obras, sino también “por un tejido articulado de edificios menores (de los que Giovannoni subraya fuertemente el interés histórico, a menudo mayor que el de los grandes edificios)” [110]– el estudioso llega de hecho a una visión compleja de la salvaguardia, que “no se referirá tanto a los edificios individuales como a las relaciones ambientales que generan la obra de arte urbana” (Choay, 1998a: 13).[111] Sin embargo, –y éste es el punto que Choay se empeña en destacar– su enfoque de la conservación del patrimonio no se detiene en los valores estéticos e históricos, sino que contempla también “un valor de uso social, acorde con las condiciones de vida de nuestro tiempo”, que destierra “una protección paralizante, arqueológica y museística”[112] (Choay, 1998a: 13) de los tejidos antiguos. Aquí, pues, “Giovannoni propone un enfoque dinámico, más libre e intervencionista, que permite adaptar los tejidos antiguos a la vida contemporánea, respetando su estilo y su entorno”[113] (Choay, 1998a: 14). Esto conduce a la “metáfora botánica” del diradamento, traducida adecuadamente por Choay con el término éclaircissage,[114] que sin embargo no representa un conjunto de reglas absolutas, cuya definición sólo es posible “caso por caso, según las condiciones históricas, geográficas, topográficas, morfológicas, económicas [...] propias de cada circunstancia”[115] (Choay, 1998a: 14).
En el segundo capítulo, la estudiosa aborda con brevedad la biografía del estudioso, centrándose en particular en su formación inicial, en la que rastrea el enfoque “integral” que el propio Giovannoni señalaría, más tarde, como el fundamento de la nueva figura del arquitecto. En particular interesante, en este contexto, es un párrafo específicamente dedicado a las referencias europeas del estudioso, en el que Choay destaca la amplia cultura de Giovannoni, basada en “una práctica de las lenguas extranjeras que le permite acceder directamente a la lectura de textos ingleses, alemanes y franceses: su pensamiento se enriquece así con la diversidad de estas tradiciones europeas, de las que sabrá asimilar las divergencias”[116] (Choay, 1998a: 18). Además de las referencias más conocidas del área germánica y anglosajona, la estudiosa se detiene a continuación en el entorno francés, citando su conocimiento de las obras de historiadores y geógrafos, como Poëte, Müntz, Vidal de la Blache, y destacando, en particular, la evidente influencia ejercida por las dos figuras diferentes de Auguste Choisy y Pierre Lavedan. Para Choay, todas estas referencias, “por medio de los libros y las enseñanzas de Giovannoni [...] formarán en adelante parte de la cultura arquitectónica italiana, como demuestran, por ejemplo, los estudios tipográficos de Carlo Aymonino y las obras de Aldo Rossi” (Choay, 1998a: 19).[117]
El tercer capítulo de la introducción se centra en la relación entre Giovannoni y el contexto italiano, en el que la biografía del erudito se divide en tres periodos fundamentales, vinculados a los acontecimientos políticos de nuestro país.[118] Aquí Choay se sirve, mucho más que en su lectura de 1992 en L’Allégorie du patrimoine, de una bibliografía italiana actualizada de la obra del erudito, que se enriqueció progresivamente durante los años noventa. Además de los textos antiguos de Ceschi y Del Bufalo, las lecturas de Choay incluyen los de Vanna Fraticelli, Giorgio Ciucci, Paolo Marconi, Attilio Belli y Guido Zucconi.[119] En concreto, es al volumen de Belli Immagini e concetti nel piano –publicado en 1996 y destinado a profundizar en la cultura urbana italiana de las primeras décadas del siglo XX a la luz de la reflexión disciplinar actual– al que la estudiosa atribuye el mérito de haber destacado el papel protagonista de Giovannoni en el establecimiento de un estatuto teórico del urbanismo en Italia y en la creación de “un campo disciplinar”, sobre todo en comparación con las ambigüedades de Piacentini y Piccinato (Choay, 1998a: 21, n. 17).[120] En esta línea, Choay precisa a continuación que Giovannoni “no es una figura aislada”: hay muchas personalidades “que han contribuido a la elaboración de los principios o conceptos de Giovannoni, y que a veces han podido dar formulaciones más felices que las suyas en artículos de revistas o en la Enciclopedia Italiana [...]. Ninguno de ellos, sin embargo, posee su capacidad de síntesis ni su talla de teórico”. Por lo tanto, Giovannoni puede “ser considerado como el creador de esta disciplina en Italia y de su especificidad italiana”[121] (Choay, 1998a: 21).
Es muy interesante el párrafo expresamente dedicado a la relación entre Giovannoni y el fascismo, en el que Choay –partiendo de los frecuentes elogios dirigidos por el erudito a Mussolini en el texto de Vecchie città– aclara algunos aspectos de su implicación política. Para la estudiosa, Giovannoni no es ni remotamente comparable a una figura como la de Albert Speer: en este sentido, basta con observar que en el primero “la expresión de las esperanzas traídas por el fascismo está asociada a la crítica despiadada y permanente de una administración que, de hecho, es la del régimen de Mussolini”[122] (Choay, 1998a: 24). Su nacionalismo –basado en la esperanza de “que Italia pueda colmar su retraso y volver a ocupar su lugar como primera nación europea” (Choay, 1998a: 24)– podría quizá acercarse al de un d’Annunzio; sin embargo, para Choay, Giovannoni parece en definitiva más un técnico que una figura política. Por lo tanto, “la toma del poder por parte de Mussolini representa una oportunidad para que su visión del desarrollo urbano sea comprendida y realizada; nada más”[123] (Choay, 1998a: 25). “Ya a finales de los años veinte”, de hecho, “queda claro que Giovannoni no forma parte de los técnicos al servicio del régimen, como Alberto Calza Bini, Marcello Piacentini o Luigi Piccinato. No está involucrado en ninguna de las instituciones creadas y gestionadas por Calza Bini [...] ni participará en ninguna de las monumentales empresas de glorificación del régimen”[124] (Choay, 1998a: 25).
Por último, el cuarto capítulo aborda el interesante tema de la desgracia crítica del estudioso, insinuando también el reciente renacimiento del interés por su obra. Según Choay, el silencio que envuelve súbitamente la figura de Giovannoni justo después de 1947, parece a la vez “paradójico y sorprendente”:
paradójico si se imagina que en la Italia de la posguerra la enseñanza de la arquitectura, la legislación urbanística, el debate sobre la restauración llevan la huella de su pensamiento [...], sorprendente, si se imagina que en materia de arquitectura y urbanismo, ya sea en la historiografía, la teoría o la práctica, casi todos los protagonistas de la escena italiana salieron directa o indirectamente de su escuela[125] (Choay, 1998a: 26).
Para la estudiosa, las razones de esta exclusión son todas de carácter ideológico: “la Italia posterior a la Segunda Guerra Mundial trata de borrar todo lo que esté, de alguna manera, vinculado al fascismo. Los nuevos valores están representados por Estados Unidos y el marxismo. En materia de arquitectura y urbanismo, el Movimiento Moderno se convierte en sinónimo de democracia”[126] (Choay, 1998a: 27). Giovannoni, por su parte, “nunca se unió a las vanguardias oficiales [...] su cultura internacional nunca raspó su nacionalismo, y sus relaciones con la filosofía pasan por Hegel a través de la estética de Croce, pero ignoran a Marx, a pesar de un interés nunca negado por la economía” (Choay, 1998a: 27).[127] En otras palabras, el estudioso no tenía “ninguna de las coartadas que podían utilizar Piacentini o Piccinato, por ejemplo” (Choay, 1998a: 27),[128] y acabó siendo olvidado pronto. De hecho, Choay no data la primera ruptura de este “pesado silencio ideológico” hasta los años ochenta, atribuible, por un lado, “a la época, que había amortiguado el malestar y los complejos de los intelectuales italianos”[129] (Choay, 1998a: 27) y, por otro, al desencanto que ahora recorrían tanto los dogmas de la ortodoxia marxista como las certezas del Movimiento Moderno. Sin embargo, si hoy asistimos a un renacimiento tangible del interés por su figura, para la estudiosa “el gran libro de síntesis sobre Giovannoni está aún por escribir”: excluyendo de hecho “las aportaciones que han aparecido en el ámbito de la restauración, todos los trabajos publicados hasta la fecha en italiano han sido, cada uno a su manera, muy reductores”[130] (Choay, 1998a: 27-28).
Compartiendo los riesgos de “beatificación sumaria” del personaje, ya temidos por Guido Zucconi en 1997 (Choay, 1998a: 28),[131] Choay confirma la gran pertinencia de la obra de Giovannoni, centrada “en un problema que está en el centro de nuestras preguntas sobre la ciudad hoy: el de la relación entre una tradición urbana milenaria y los cambios en nuestro entorno, nuestros comportamientos y nuestras mentalidades, generados por el desarrollo acelerado de un conjunto de nuevas tecnologías”[132] (Choay, 1998a: 28-29). En este sentido, para la estudiosa, el aterrizaje de la obra de Giovannoni en Francia parece en especial apropiado: “Vecchie città se dirige en particular a nosotros, los franceses, que no nos hemos beneficiado, a la larga, de una cultura urbana comparable a la de algunos de nuestros vecinos, ya sea Italia o los antiguos territorios hanseáticos”[133] (Choay, 1998a: 29).
En esta conclusión se puede entrever con claridad el efecto de la fertilización cruzada mencionada antes. Frente a las perplejidades manifestadas por Choay con respecto a la cultura arquitectónica italiana, todavía en la década de los ochenta –como se ha puesto de manifiesto al principio de este apartado en relación con los estudios tipo-morfológicos–, la estudiosa reconoce ahora plenamente el valor de la cultura urbana de nuestro país, aunque centrándose, quizá demasiado, sólo en la figura simbólica de Giovannoni.
Este último aspecto también se pone de manifiesto al recorrer otra de las obras importantes escritas por Choay desde mediados de los años ochenta, a saber, el Dictionnaire de l’urbanisme et de l’aménagement, editado con Pierre Merlin en 1988 y que en 2015 alcanza su séptima edición completamente revisada. Nacido de un interés específico por la lingüística y la terminología –que la académica cultivó progresivamente en su madurez–, el Dictionnaire debe considerarse en estrecha continuidad con el trabajo iniciado con L’urbanisme. Utopie et réalités en 1965. A Choay se le asignó la tarea de redactar las entradas de carácter histórico y teórico –incluyendo dos encabezados fundamentales, como Arquitectura y Urbanismo– mientras que Merlin y otros colaboradores se encargaron de aquellas de carácter más técnico. También en esta obra emerge claramente la presencia de Italia, encarnada en la figura de Giovannoni, junto con la del menos famoso superintendente milanés, Giorgio Nicodemi (1891-1967), a quien Choay conoció estudiando con detalle las actas de la Conférence internationale sur la conservation artistique et historique des monuments, organizada por la Oficina internacional de museos en Atenas, en octubre de 1931.[134]
A Giovannoni, de hecho, la académica le atribuye tanto la invención del concepto de patrimonio urbano (véase voz Patrimoine) (Choay, 2015b), como la anticipación del concepto de “posurbano”, término acuñado por la propia Choay a partir de la post-city age de Melvin Webber (véase voz Posturbain) (Choay, 2015c). A Nicodemi, por su parte –cuya aportación debe redimensionarse como simple intérprete de posiciones compartidas por una multitud de estudiosos italianos de la época, con el propio Giovannoni entre los protagonistas– Choay le reconoce el mérito de haber ampliado el ámbito de la protección al contexto de los monumentos y el medio ambiente, gracias a su informe presentado en Atenas, en 1931. Así, la figura de Nicodemi, y en consecuencia la aportación italiana, asumen una parte relevante en el desarrollo de varias entradas del Dictionnaire, empezando por Abords (al pie de la letra “alrededores”, pero traducible simplemente como contexto del monumento), un concepto ya presente de forma embrionaria en la primera ley de protección francesa del 31 de diciembre de 1913, y luego ampliado con la ley del 25 de febrero de 1943 (Choay et Preschez, 2015).[135] Lo mismo puede decirse de las entradas Conservation intégrée y Ensemble historique ou traditionnel, en la última de las cuales la estudiosa destaca el carácter precursor de las leyes de protección italianas de 1939 (Choay, 2015a).
El patrimonio y su dimensión global en los albores del tercer milenio
Como hemos visto en los párrafos anteriores, desde finales de los años noventa las referencias italianas de Choay crecieron y se multiplicaron, tanto por sus relaciones con estudiosos de distintas generaciones, como por su presencia como ponente o conferenciante en numerosas universidades italianas. A sus contactos con Ernesto d’Alfonso, primer conservador y traductor de las obras de Choay en Italia desde los años ochenta, se suman ahora los mantenidos con Francesco Paolo Di Teodoro y Mario Carpo por sus intereses en el Renacimiento; con Attilio Belli, Paola Di Biagi, Bruno Gabrielli, Alberto Magnaghi, Claudia Mattogno, Francesco Ventura para el urbanismo; y, por último, con Marco Dezzi Bardeschi y conmigo mismo para el campo de la restauración, por citar sólo a los principales.[136]
Sería imposible reconstruir las innumerables invitaciones que la académica ha recibido de las universidades italianas –que culminaron con el título honoris causa, mencionado al principio de este artículo, en la Universidad de Génova, en 2001[137]–, pero entre ellas merece la pena mencionar, en primer lugar, su asociación durante décadas con el Politécnico de Milán, ya mencionada antes. Y fue en Milán donde se desarrolló la relación con Dezzi Bardeschi, a partir de los primeros años de la década de los noventa, al mismo tiempo que nacía Ananke (revista fundada y dirigida por este último, desde 1993 hasta su reciente fallecimiento, en noviembre de 2018), como demuestra una carta halagadora de Choay publicada en el número del 6 de junio de 1994 (Choay, 1994b).[138] En el transcurso de veinticinco años, la revista acogería tanto artículos de Choay (Choay, 1998c; 2013), como informes puntuales sobre los escritos de la estudiosa aparecidos en Francia, por editoriales o reseñas casi siempre firmadas por el propio Dezzi Bardeschi, empezando por un largo y positivo comentario sobre la antología Pour une anthropologie de l’espace, publicada en 2006 y premiada con el Prix du livre d’Architecture en 2007, que le haría observar: “Para Françoise, me parece que lo que se abre es la feliz estación madura de la síntesis, como si todos los irresistibles nudos problemáticos que ha abordado con tanta razón y pasión encontraran ahora, bajo sus hábiles y ligeras manos y a través de su límpida pluma, su composición unitaria” (Dezzi Bardeschi, 2006: 2).[139]
En los mismos años noventa, mientras tanto, su presencia en Italia como conferenciante invitada a impartir cursos, seminarios y conferencias no se limitó al Politécnico de Milán, sino que abarcó desde la Universidad de Roma La Sapienza, hasta el IUAV de Venecia, dejando casi siempre huellas de su paso en publicaciones significativas.[140] Entre ellos destaca un ensayo dedicado a un tema embarazoso e “incómodo” de tratar, como es la demolición, al que Choay dedica un ensayo especialmente interesante, en el que –recordando la famosa metáfora de Sigmund Freud sobre Roma, contenida en el inicio de Il disagio nella civiltà (1929)– enfatiza su oposición contra cualquier conservación fetichista y museística incapaz de reinsertar el patrimonio en el circuito vital del presente y del futuro, pero también contra cualquier práctica de “demolición encubierta” que suponga la restauración basada en el único objetivo de la valorización (Choay, 2008f: 92).
A principios del siglo XXI, los intereses de investigación de Choay seguirán dos líneas principales, en parte entrelazadas, ambas marcadas por conexiones multifacéticas con la cultura de nuestro país: por un lado, explorarán los temas del patrimonio, en lecturas antológicas y traducciones de diversos textos de los “padres fundadores” de la protección y la conservación; por otro lado, tocarán los temas de la globalización en relación con la escala local de los asentamientos humanos.
La primera es la traducción al francés de algunos escritos de Camillo Boito, editada por Choay con Jean-Marc Mandosio, y que dio lugar a un pequeño volumen titulado Conserver ou restaurer, publicado en 2000. Tomando prestado el título de uno de los famosos diálogos de Boito, este libro es la primera prueba de la difusión de la obra del arquitecto y teórico italiano en Francia. Tras una breve introducción de Choay, en la que se citan como referencias los textos de Maria Antonietta Crippa, Alberto Grimoldi, Paolo Marconi y Guido Zucconi, así como el siempre presente Carlo Ceschi –ya utilizado por Choay como fuente primaria para el conocimiento de Giovannoni–, se presentan las traducciones de “I restauri in architettura” y “La basilica d’oro”, ambas en las versiones publicadas por Boito en Questioni pratiche di belle arti en 1893, y a su vez reeditadas en la antología editada por Maria Antonietta Crippa, en 1989. A esto se añaden dos “variaciones” que Choay considera en especial significativas para poner de manifiesto la relación entre Francia e Italia por medio de Boito: una carta de Prosper Mérimée sobre las restauraciones de la catedral de Estrasburgo en 1836, útil para testimoniar el compromiso de este último con el patrimonio medieval francés, elogiado varias veces por Boito, y un artículo de Viollet-le-Duc de 1872 dedicado a la restauración de edificios en Italia, en el que el gran restaurador francés señala como modelo el cuidado que los italianos muestran hacia sus monumentos (Mérimée, 2000; Viollet-le-Duc, 2000).
También en el ámbito de los estudios sobre el patrimonio se encuentra la antología de Choay titulada Le patrimoine en questions, publicada en su primera edición en 2009, y fruto, como señala en la introducción, de su larga experiencia como profesora en la École de Chaillot, responsable de la formación de más alto nivel de los arquitectos especializados en el cuidado del patrimonio (Choay, 2009: 10-11). Choay reúne aquí un rico conjunto de textos, en apariencia heterogéneos, pero útiles para definir el ambiguo estatus del patrimonio ante los retos del tercer milenio, invitando a actuar para su defensa. En este sentido, la obra puede relacionarse directamente con la más remota L’urbanisme. Utopies et réalités, no sólo por la elección antológica, sino también por la crítica cercana a la actualidad. La elección de los pasajes lleva a Choay a ir desde el abad Suger a André Malraux, hasta los textos de la Carta de Venecia de 1964 y de la UNESCO, en un recorrido que incluye también a diversas figuras de la cultura italiana de todos los tiempos, desde Poggio Bracciolini a Pío II Piccolomini, Raffaello y Baldassarre Castiglione, hasta Giovannoni, del que se traducen extractos de dos artículos presentes, sólo parcialmente, en el volumen de 1998 L’Urbanisme face aux villes anciennes.[141] Todo ello viene precedido de una larga y profunda introducción crítica, que indaga en la evolución de los conceptos de monumento y patrimonio –haciendo uso de referencias bibliográficas italianas más extensas que en sus obras anteriores[142]–, y hace hincapié en la crisis actual en el contexto de la globalización (Choay, 2009a: III-XLX). En este contexto, las páginas que el académico dedica a la revolución electrotelemática y a la museificación y mercantilización del patrimonio son especialmente relevantes y esclarecedoras. [143]
Este último pasaje nos remite a la segunda vertiente de los estudios emprendidos por Choay en los albores del siglo XXI, consistente en una progresiva atención a las cuestiones de la gestión local del territorio en el contexto de la globalización, ya anunciada en algunos de sus escritos anteriores, pero que llegará a ocupar buena parte de su reflexión de las dos últimas décadas. También en este caso parecen muy significativos los contactos con el entorno italiano, concentrados en particular en la figura de Alberto Magnaghi, a quien conoció en 1998[144] y que se convirtió en los años siguientes en uno de sus principales referentes entre los estudiosos italianos. En el contexto de esta relación, hay dos libros que son en cierto modo simétricos, prueba de un intercambio mutuo: la edición francesa de la obra más famosa de Magnaghi, Il progetto locale (2000; 2010a), traducida por Choay y publicada con un prólogo suyo para ediciones Mardaga en Lieja (Bélgica) en 2003,[145] y la colección de escritos de Choay titulada Del destino della città, publicada por Alinea en 2008 y editada por el propio Magnaghi (Choay, 2008c).
En este último volumen –que hay que poner en estrecha relación con la ya mencionada antología Pour une anthropologie de l’espace, aparecida sólo dos años antes en Francia, de la que se extraen casi todos los pasajes[146]– se recoge también la lectio, ya mencionada en varias ocasiones, pronunciada por Choay en Génova, en 2001, para la concesión del título honoris causa en Arquitectura, donde la académica aclara, por primera vez de forma más extensa, su deuda con Italia (Choay, 2008c).[147] La estructura tripartita del resumen de Del destino della città[148] refleja la lectura que hace Magnaghi de la reciente contribución de la académica, en la que identifica el leitmotiv de una amarga conciencia de la muerte de la ciudad, despojada de sus elementos fundacionales por los resultados de la globalización y el ciberespacio, expresión –esta última– utilizada por la propia Choay en antítesis al patrimonio urbano en uno de los pasajes de la antología. Sin embargo, esta pars destruens, escribe Magnaghi, se contrarresta con una pars construens vital, en la que Choay invita a los arquitectos y urbanistas a “tocar el suelo” desde las plazas telemáticas hasta las plazas materiales”, volviendo “a trabajar para los pequeños mundos de vida del habitar en medio de las grandes mallas de la vertiginosa organización del movimiento global”[149] (Magnaghi, 2008: 9). Se trata, en esencia, de una invitación a situar el ineludible sistema de redes del ciberespacio en una relación interescalar con la dimensión local del territorio real, basada en la participación, es decir, en “un gran acto coral, social, de reconstrucción de la memoria, de carácter heurístico-pedagógico, en el que participan conjuntamente artistas, habitantes, diseñadores y usuarios”[150] (Magnaghi, 2008: 9).
En esta lectura podemos reconocer, a la perfección, el proceso de influencia mutua entre ambos estudiosos: Choay atribuye a Magnaghi la capacidad de haber desarrollado en experiencias concretas una parte de sus utopías, mientras que éste encuentra en las reflexiones histórico-teóricas de Choay las raíces profundas de su propia investigación. No es de extrañar, pues, que Choay cite a Magnaghi en la conclusión de Le patrimoine en questions, utilizando una bella frase suya para arrojar una luz de esperanza sobre el futuro de las ciudades y el patrimonio.[151] Pero su entusiasmo por la obra del urbanista italiano no se detiene ahí: de hecho, la estudiosa llega a situar la obra de Magnaghi al final de un camino ideal, iniciado por tratadistas renacentistas como Alberti, continuado con Tomás Moro y Giovannoni, y que finalmente llega hoy a la conciencia de la necesidad de planificar el territorio a través de un cuidadoso proceso de escucha de las comunidades locales (Choay, Mongin et Paquot, 2005: 91).
Por ello, Magnaghi menciona varias veces a Choay en el prefacio de la segunda edición ampliada de Il progetto locale, atribuyendo al intercambio con la estudiosa el desarrollo posterior de su investigación (Magnaghi, 2010: 9-14). Como consecuencia adicional, el nombre de Choay se encuentra en las actividades de la Società dei Territorialisti, fundada en 2011 por Magnaghi, de la que es miembro del comité científico y cofirmante de su “Manifiesto”, redactado a varias manos entre 2010 y 2011.[152]
La relación de Choay con la Università degli Studi di Napoli Federico II, encarnada en sus relaciones con Attilio Belli, Stella Casiello y quien escribe, también va en esta línea, con un enfoque específico en Giovannoni. Procediendo por orden de tiempo, conviene recordar los contactos con Belli, iniciados en los años noventa, como lo demuestra la lectura atenta de la obra efectuada por este último de L’Allégorie du patrimoine, para la parte relativa a Giovannoni, de la que habló en su Immagini e concetti nel piano (Belli, 1996: 36-38, 44, 100), que se corresponde con una opinión muy halagadora de la estudiosa sobre el volumen citado.[153] A la relación con Belli se debe también la primera invitación oficial de la estudiosa a Nápoles, con motivo del seminario celebrado el 10 de octubre de 1998 en Castel Nuovo, dedicado a la comparación entre el volumen de Belli Immagini e concetti nel piano (1996) y la traducción francesa de Giovannoni, recién publicada, L’urbanisme face aux villes anciennes.
Mi primer contacto con Choay se remonta a los albores del siglo XXI, originado por la investigación, entonces en curso, para mi tesis doctoral sobre la fortuna crítica de Giovannoni. [154] Del fructífero intercambio que se produjo, se desarrolló una reflexión específica de los temas de la globalización, en torno a la cual Choay, por invitación de algunos profesores de la Universidad Federico II, entre los que nos encontrábamos Stella Casiello y yo, celebró unos seminarios en Nápoles en noviembre de 2009, volviendo después de diez años a una ciudad que ha declarado a menudo amar profundamente por la autenticidad de su vida urbana. El resultado de su estancia en Nápoles ha dado lugar a un pequeño libro, editado por Stella Casiello y por quien escribe, titulado Patrimonio e globalizzazione (Patrimonio y globalización), publicado por Alinea en 2012 (Choay, 2012b)[155] y presentado en Nápoles, en presencia de Choay, en mayo de 2013.[156] En esa ocasión, la académica también pronunció una lectio sobre Il barone Haussmann conservatore del patrimonio urbano (El barón Haussmann, conservador del patrimonio urbano), testimonio del volumen, entonces recién impreso, que escribió sobre el mismo tema con Vincent Sainte Marie Gauthier (2013).[157]
Conclusiones
Durante más de cincuenta años, la relación biunívoca entre Choay e Italia ha sido una de las piedras angulares del proceso de fertilización cruzada de la cultura arquitectónica, urbanística y patrimonial entre Italia y Francia. Como se ha demostrado hasta ahora, la académica ha contaminado sus propias ideas por el contacto continuo, practicado a lo largo de los siglos, con los grandes pensadores de nuestro país, desde Leon Battista Alberti a Gustavo Giovannoni, hasta los numerosos estudiosos de su edad o más jóvenes, con los que el intercambio ha sido tan fructífero e intenso como para dar lugar a numerosas publicaciones en sus respectivos países. En este sentido, bastaría con citar sólo los diez años de trabajo sobre Alberti para comprobar su consistencia.
Entre los muchos méritos del trabajo de Choay sobre Italia está también el esfuerzo constante por superar esa tendencia al hexagonalismo (por la forma hexagonal del país) que siempre ha caracterizado a Francia, poco proclive a abrirse a otras culturas europeas en relación, por ejemplo, con lo que siempre ha hecho Alemania (Choay, 2008c: 22). De hecho, se debe absolutamente a su contribución que figuras fundamentales como Alberti, Giovannoni, Boito, sean hoy más conocidas en Francia, pero no sólo. La extraordinaria fama internacional de Choay ha contribuido sin duda a difundir su obra en otros lugares: las numerosas traducciones de L’Allégorie du patrimoine –un volumen publicado hasta ahora en italiano, alemán, rumano, portugués, inglés, español y chino,[158] leído por generaciones de estudiosos– han dado a conocer a figuras como Giovannoni incluso en contextos absolutamente alejados de nuestra cultura. La obra del gran estudioso de Italia ha constituido, pues, no sólo un puente hacia Francia, sino más generalmente hacia la cultura arquitectónica y urbanística occidental y, en cierta medida, incluso oriental.
Al mismo tiempo, la traducción al italiano de muchas de las obras de Choay ha difundido en nuestro país una mayor conciencia de muchos temas candentes para la ciudad y el patrimonio, otorgando a la gran estudiosa el estatuto de verdadera deidad tutelar de la autenticidad de la cultura, frente a la desbordante deshumanización de la civilización electrotelemática. En este sentido, Choay puede reivindicarse realmente como heredera de los mismos predecesores míticos que estudió y difundió en la cultura del presente: al igual que su querido Alberti, luchó y sigue luchando por situar al hombre en el centro de todas las cosas, para devolverle el papel de árbitro de su propio destino, que las tecnologías modernas parecen querer arrebatarle fatalmente. Y en este proceso está segura de que nuestro país ha jugado un papel fundamental: como ella misma reconoce, de hecho, “partir hacia Italia ha cambiado no sólo mi idea de la construcción, la arquitectura y la ciudad, sino también la percepción de mi propia identidad. Y esto no es lo menos valioso”[159] (Choay, 2008c: 25).
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Referencias
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Notas
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