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«Cuando el anarquismo causaba sensación. La sociedad argentina, entre el miedo y la fascinación por los ideales libertarios», de Martín Albornoz
Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral, núm. 63, e0037, 2022
Universidad Nacional del Litoral

Reseñas

Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
ISSN: 0327-4934
ISSN-e: 2250-6950
Periodicidad: Semestral
núm. 63, e0037, 2022

Recepción: 12 Marzo 2022

Aprobación: 07 Junio 2022


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Albornoz Martín. «Cuando el anarquismo causaba sensación. La sociedad argentina, entre el miedo y la fascinación por los ideales libertarios». 2021. Buenos Aires. Siglo XXI Editores. 256 pp.. 978-987-801-101-1

El libro de Martín Albornoz, Cuando el anarquismo causaba sensación. La sociedad argentina, entre el miedo y la fascinación por los ideales libertarios, analiza las distintas representaciones que los habitantes de Buenos Aires construyeron en torno al movimiento y pensamiento libertario. Centrándose en la observación de las principales publicaciones periódicas de la ciudad entre los años 1890 y 1905, el autor sostiene que su estudio aporta una nueva lectura sobre el origen del anarquismo porteño. Antes que el resultado de la conflictividad social o de la difusión de sus ideales, el movimiento ácrata fue la expresión de un imaginario social elaborado en el marco de una modernización del ámbito periodístico. Abordadas de forma incipiente y sesgada por la historiografía, las representaciones locales sobre el anarquismo no constituyen para Albornoz un dato analítico complementario. Son, más bien, un fenómeno de vital importancia que les permiten a los futuros historiadores caracterizar de manera más acabada los elementos centrales de las embrionarias organizaciones libertarias.

Según el investigador argentino, los trabajos que anteriormente han indagado en las representaciones sobre el anarquismo en Argentina han determinado que la mayoría de los sujetos del fin de siècle enfatizaron en el carácter criminal del mismo. Autores como Pablo Ansolabehere y Eduardo Zimmermann reproducen la idea de que los observadores de ese entonces pensaron al anarquismo como sinónimo de delincuencia, sin ningún tipo de matiz, con la intención de excluir a ese actor del resto de la sociedad. Por su parte, el libro de Albornoz intenta reflejar la situación contraria. Si bien no desmiente la existencia de políticas y discursos que propugnaron la actividad represiva y excluyente sobre los grupos libertarios, su argumento principal sostiene que estas miradas no fueron las únicas que proliferaron. En este desarrollado escrito, se pretende evidenciar las formas por las cuales la comunidad porteña de esos años también supo incluir al movimiento ácrata dentro de su realidad social y cultural. Con ese horizonte en mente, más que una mirada unísona y lapidaria, Albornoz busca describir las múltiples y corales encarnaciones que la sociedad civil de Buenos Aires tuvo sobre el fenómeno anarquista. Para ello, su estudio emplea una amplia diversidad de fuentes, que incluyen, entre otras, el uso de memorias personales, informes policiales, imágenes y fotografías y discursos parlamentarios. No obstante, la base de su sustentación se encuentra en el examen de la prensa diaria de la ciudad. Centralmente, el autor utiliza La Prensa y La Nación, diarios con una circulación masiva para la época, aunque también emplea otras publicaciones como las revistas Caras y Caretas, Archivos de Psiquiatría y Criminología y Revista de Policía y los periódicos La Voz de la Iglesia y los socialistas El Obrero y La Vanguardia. Si bien Albornoz aclara que la voz de los propios anarquistas no aparecerá reflejada, su texto desmiente reiteradamente esa promesa. Las posiciones ácratas no ocuparán un lugar privilegiado en su argumentación, pero sí figurarán con insistencia para expresar las reacciones que estos grupos tuvieron ante las impresiones que otros sectores de la comunidad porteña forjaron sobre ellos.

En su introducción, antes de iniciar con el cuerpo de su trabajo, el autor menciona y discute con las dos grandes líneas de investigación sobre el anarquismo: la línea centrada en la historia social y sindical, representada por autores como Iaacov Oved y Gonzalo Zaragoza, y la línea orientada al ámbito cultural del movimiento, que tiene a Dora Barrancos y Juan Suriano como sus principales exponentes. Pese a sus diferencias, Albornoz afirma que ambas corrientes historiográficas comparten dos orientaciones desacertadas sobre el anarquismo de Buenos Aires. La primera de ellas es una exageración excesiva sobre la esencia endogámica del movimiento. La segunda es el recorte geográfico que ambas tendencias emplean para su análisis, en vista de que, para Albornoz, estos estudios no ahondaron en la conexión que existió entre la realidad del anarquismo porteño con las de otras ciudades del mundo. Con la intención más de complementar que la de rechazar el espíritu de estas corrientes, esta investigación evidencia los variados lazos que estableció el anarquismo con los restantes habitantes de Buenos Aires, al mismo tiempo que denota la dimensión trasnacional que estos adquirieron. Desde el inicio de su libro, el historiador hace notar que el primer encuentro entre los ciudadanos porteños y el ideario libertario no se dio estrictamente en el ámbito local, sino que fue el producto de las repercusiones internacionales que generaron los atentados anarquistas en distintos lugares del mundo. Mediante la difusión y narración de estos acontecimientos, la prensa porteña moldeó un imaginario social que fue condicionando las interacciones locales producidas entre el conjunto de los actores sociales.

El primer capítulo del libro tiene como tópico principal esta última problemática. Para Albornoz, la población de Buenos Aires ya tenía formada su propia impresión sobre el ideario y las prácticas libertarias desde la década de 1890, es decir, antes de que ese movimiento ganase relevancia e impronta a principios del siglo XX. Según su consideración, estas figuraciones fueron el efecto de la repercusión mediática mundial que tuvieron los magnicidios emprendidos por los activistas anarquistas en Estados Unidos y Europa Occidental. Los asesinatos de figuras públicas como el presidente francés Sadi Carnot en 1884 o el rey italiano Humberto I en 1900 no pasaron desapercibidos, sino que tuvieron una particular resonancia en la conmovida sociedad porteña. Los vecinos de la ciudad pudieron informarse gracias al especial relevamiento de los periódicos locales, los cuales dedicaron muchas de sus páginas a describir los detalles de los hechos y a difundir la voz de los especialistas en el tema, como el célebre criminólogo italiano Cesare Lambroso. Sin embargo, aclara Albornoz que la consternación con la que los ciudadanos recibieron las noticias del anarquismo internacional contrastó fuertemente con sus consideraciones sobre sus representantes en Buenos Aires. Para su alivio, los ácratas de la ciudad no constituían un peligro para el orden social como los de otras ciudades como París o Barcelona. Esta situación es analizada en el segundo capítulo del libro, dedicado a la observación de la prensa periódica. De la lectura de las fuentes, el investigador encuentra que a comienzos del siglo XX la cobertura periodística del anarquismo local era relativamente pobre. En general, los órganos de difusión ubicaron a las novedades sobre los anarquistas dentro de los segmentos policiales. La mayoría de ellos eran retratados como presos, borrachos y radicales agitadores urbanos. Sus ideas aparecían como monolíticas y nunca se destacaban las diferencias entre las distintas vertientes de la doctrina. No obstante, dentro de ese escenario hubo también divergencias. Los diarios “burgueses” reconocieron la existencia de otro estereotipo de anarquista, el intelectual científico, imbuido de un perfil calmo, racional y refinado. Este anarquista erudito, personificado en Argentina por el abogado italiano Pietro Gori -quien residió en el país entre 1898 y 1902- indujo a la prensa a crear una imagen parcialmente positiva sobre el movimiento. Solo bajo esos enfoques alternativos se puede entender, por ejemplo, por qué un diario tradicional como La Nación juzgó como excesivo el proyecto presentado por el senador Miguél Cané en 1899 de expulsar a los extranjeros problemáticos, proyecto que, sin lugar a dudas, iba a tener a los libertarios como sus principales víctimas.

En sintonía con los objetivos pautados, los restantes segmentos del libro abordan las impresiones que los distintos actores de la ciudad tuvieron sobre el anarquismo. Mientras el capítulo tercero estudia las observaciones socialistas sobre sus rivales ácratas, los capítulos cuatro y cinco se centran en las de los criminólogos y los policías, respectivamente. En el marco de esa exhaustiva descripción, Albornoz nos brinda una serie de llamativas imágenes, algunas de ellas sumamente animadas, que hacen aún más atractivo su relato. Su análisis de los conflictos doctrinarios entre anarquistas y socialistas, marcados más por los golpes, las descalificaciones y los insultos antes que por los debates argumentados, es particularmente seductor. Dentro de esos choques, resulta sumamente cómico el intento socialista por establecer puentes orgánicos entre el aparato represivo del estado y los libertarios, sosteniendo que la profunda desorganización de estos últimos los hacía vulnerables frente a la infiltración policial. Destaca también, entre otros exámenes, su reconstrucción sobre el frustrado asesinato del presidente Manuel Quintana y el posterior juicio de su ejecutor, el tipógrafo anarquista Salvador Planas y Virella. Producido en 1905, el episodio permite al autor demostrar cómo los criminólogos locales no siempre quisieron penalizar a los libertarios sino que, en varias oportunidades, buscaron atenuar las condenas judiciales que recaían sobre estos. Por ejemplo, el informe realizado para la ocasión por el criminólogo argentino Francisco de Veyga despolitizó completamente el atentado. Al igual que una gran parte de los diarios que cubrieron la noticia, el especialista argumentó que la conducta criminal de Planas y Virella se debía más a sus desaires amorosos y sus contrariedades económicas que a su ideología y convicciones políticas.

En resumen, el libro de Albornoz logra validar el conjunto de sus hipótesis planteadas preliminarmente. Aunque su mirada no se concentra específicamente en la cultura libertaria, su estudio nos propone un medio alternativo para pensar las interacciones que ese movimiento estableció con la comunidad circundante. Bajo ese criterio, su investigación se debe celebrar como un aporte sustancioso, serio e innovador para los estudios sobre el anarquismo.



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