Artículos

Los trabajos del amor. Tensiones entre lo laboral y la intimidad de varones gays argentinos[1]

The labours of love. Tensions between work and intimacy of argentinean gay men

Maximiliano Marentes
Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martin - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (IDAES / UNSAM-CONICET), Argentina

Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral

Universidad Nacional del Litoral, Argentina

ISSN: 0327-4934

ISSN-e: 2250-6950

Periodicidad: Semestral

núm. 63, e0034, 2022

estudiossociales@unl.edu.ar

Recepción: 13 Febrero 2021

Aprobación: 12 Agosto 2022



DOI: https://doi.org/10.14409/es.2022.2.e0034

Resumen: Este trabajo analiza las vinculaciones entre la esfera laboral y las relaciones amorosas de varones gays. A partir de entrevistas con jóvenes gays de Buenos Aires, Argentina, se recuperan tres trabajos del amor en el cruce entre lo laboral y la intimidad. Primero, la negociación de una identidad al salir del closet por una relación amorosa. Segundo, la satisfaccióndel deseo y el rol del erotismo en el acceso al trabajo o generando seducción en el ámbito laboral. Tercero, la estabilización de la pareja y cómo el empleo o desempleo deviene un obstáculo a sortear. Se concluye en la necesidad de analizar los cruces entre amor y trabajo tanto a partir de la forma como del contenido.

Palabras clave: amor, gay, trabajo, intimidad, erotismo.

Abstract: This paper analyzes the links between the labor sphere and the love relationships of gay men. Based on interviews with young gay men in Buenos Aires, Argentina, I lay out three labours of love at the crossroads between work and intimacy. First, the identity negotiation when coming out of the closet through a love relationship. Second, the satisfaction of desire and the role of eroticism in access to work or generating seduction in the workplace. Third, the stabilization of the couple and how employment or unemployment becomes an obstacle to overcome. I conclude with the need to analyze the crossings between love and work both from the form and the content.

Keywords: love, gay, job, intimacy, erotism.

I. Introducción: «tengo trabajo, busco pareja»

Luchi, estudiante de economía de 25 años y analista financiero en una multinacional, marca hitos en su transición a la adultez y su trayectoria laboral. En su primer trabajo «importante», en una consultora, ahorró para viajar a Nueva York. Al regresar, quería dedicarse más al estudio y volvió a su primera ocupación, la escribanía donde trabaja su madre. En ese empleo de medio tiempo se adelantó en su carrera y, al no tener muchos gastos por vivir en la casa materna, pudo ahorrar. Además, hizo dieta y bajó «un montón de kilos». Como recuerda, «ya había pasado el momento de saber si era gay o no». Tras casi dos años, decidió dar un nuevo salto y buscar un trabajo relacionado con sus estudios, donde le pagaran bien y pudiera crecer. Sin apuros, se tomó el tiempo para encontrar ese, su actual trabajo. Con este empleo llegaron la vida adulta y nuevos desafíos: mayores gastos, menos tiempo para la universidad, ahorrar para vivir solo. También quiso vivir cosas que no había vivido, como «contarle a todo el mundo» que era gay, salir y tener citas y conocer a alguien.

Cuando Luchi me relató su historia laboral comprendí que entre lo laboral y las historias de amor se traban complicadas relaciones que dan nuevos trabajos. El objetivo de este texto es reflexionar sobre tres maneras en que la esfera laboral —del mundo público— se imbrica con las relaciones amorosas —de lo íntimo—. En base a una investigación sobre amor gay, rastreo los principales puntos de contacto entre trabajo e historias de amor.

El texto se estructura en cuatro partes. En la primera establezco las precisiones teóricas y metodológicas necesarias para comprender el marco que orientó la investigación. Los siguientes apartados versan sobre las tres formas de los trabajos del amor que emergieron del estudio. El primer apartado analiza la labor de negociación de una identidad y cómo el amor influye en la salida del closet en el trabajo. En el segundo, el foco es puesto en la satisfacciónde deseos y las relaciones entre erotismo y ámbito laboral. A la inversa, el tercer apartado reflexiona sobre el trabajo de estabilización de la pareja y cómo lo laboral se mete allí. Comencemos por un trabajo anterior: cómo se encaminó la investigación.

II. El «trabajo» con historias de amor: propuesta analítica

Luchi es uno de los 30 varones gays que, entre 2017 y 2018, entrevisté para mi investigación doctoral. Todos viven en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y por sus edades, entre 23 y 38 años, fueron socializados bajo la gaycidad. MECCIA (2011) distingue este regimen del anterior, de la homosexualidad, signado por una represión mayor y más directa. La gaycidad introdujo importantes cambios en las trayectorias de las personas sexodiversas, permitiéndoles más aceptación y tolerancia al abrir posibilidades en varios ámbitos: pareja, amistad, laboral y político. Mi investigación se inscribe en esas posibilidades: analizar cómo se experimenta el amor gay[2]. Para eso, me centré en las historias de amor como propuesta teórico–metodológica.

El trabajo de investigación que realicé, al igual que hacen diversas autoras, buscó analizar empíricamente cómo el amor era experimentado (COSSE, 2010; ESTEBAN, 2011; GARCÍA ANDRADE y SABIDO RAMOS, 2017; GUNNARSSON, 2015; ILLOUZ, 2009, 2012; PALUMBO, 2017, 2019; RODRÍGUEZ MORALES, 2019; SWIDLER, 2013)[3]. Sin embargo, la particularidad de mi trabajo consistía en el quién del estudio: varones gays. Las reflexiones sobre el amor que se han hecho desde las ciencias sociales se concentraron en este sentimiento en personas heterosexuales. Al estudiar a aquellos varones que entablan vínculos eróticos y afectivos con otros varones, se abría un desafío.

A partir de un trabajo de campo exploratorio que conduje en 2015 fui consciente de ese desafío: comprendí que por mi interés en las prácticas amorosas de varones gays no convenía indagar sobre cómo sería una cita ideal o si saldrían con una persona de un nivel económico diferente, como hizo ILLOUZ (2009). Esos interrogantes que contribuyen a comprender cómo se codifica y consume el romance en un grupo específico —en mi caso, jóvenes gays que vivieran en AMBA—, no agotaban lo que el romance había sido realmente en sus trayectorias. Si bien estos varones se habían acercado a la utopía romántica de las telenovelas, el amor entre varones era marginal en dichas producciones culturales. Eso los llevaba a tomar un distanciamiento crítico con respecto a la codificación del romance heterosexual. Como me hicieron saber los primeros entrevistados, «podría llegar a ser» romántico una cena a la luz de las velas en un restaurant donde sonara jazz, pero eso no se comparaba con el momento especial que pasaron en concreto con tal partenaire en un boliche lleno de humo de cigarrillo mientras bebían cerveza. De ese modo comprendí que lo que le importaba a mis interlocutores, y a mí como investigador, eran las prácticas amorosas. Para analizarlo, debía centrarme en cómo se da su puesta en acto en historias concretas (MARENTES, 2019).

Diseñando el trabajo de campo doctoral, buscaba hacer entrevistas con sensibilidad etnográfica en varios encuentros. Pensé que encontrándonos tres veces profundizaríamos en las historias de amor. El día que me reuní con el primer entrevistado, Jaime, supe que tres encuentros no bastarían. Desde entonces las entrevistas se estructuraron en cuatro partes. Si bien había preguntas y cosas que me interesaba indagar con cada uno, la cintura etnográfica me permitía seguirlos en sus relatos. El esquema de las entrevistas quedó así: en el primer encuentro recabaría datos sociodemográficos y salidas del closet; en el segundo los invitaba a que narraran sus historias de amor y de sexo; en el tercero volveríamos a momentos y cosas puntuales de las historias; y en el último focalizaríamos cómo aparecieron otras personas, entre otros temas. Las entrevistas difirieron entre sí y ese esquema fue más un tipo ideal.

Comenzar por lo sociodemográfico —lugar y fecha de nacimiento, nivel educativo, patrones residenciales, inserción laboral, prácticas políticas y religiosas, etc.— tenía como fin conocernos más. El objetivo no era abordar esos aspectos como encuesta, sino a partir de preguntas abiertas. Había planificado que hacerlo así generaría rapport y un lazo empático de mayor confianza para luego embarcarnos en lo que me interesaba: las historias de amor. Por descuidado o iluso, diseñé el trabajo de campo pensando que lo sociodemográfico se mantendría impermeabilizado de lo amoroso, y viceversa. Pero esa imagen quedó superada el día en que nos vimos por primera vez con Luchi en una cafetería cerca de su casa, luego de que él llegara retrasado por una reunión laboral de último momento. Cuando me dijo que, en su pasaje a la adultez, ese trabajo significó querer hacer otras cosas, como «conocer a alguien» con quien ponerse de novio, entendí que el amor en acto nos obliga a contemplar dimensiones que, a priori, no tendrían que ver con lo amoroso.

Di otro sentido a recabar lo sociodemográfico como había pensado en ese primer encuentro: seguro aparecerían cosas del amor antes de adentrarnos en las historias propiamente dichas. Esto supuso distanciarme de la propuesta de la autorreferencialidad que el amor adquiere en las sociedades contemporáneas (ILLOUZ, 2012; LUHMANN, 2008) que, al explicarlo por sí mismo, descuida sus vínculos con otras esferas de la vida. Matizar la hipótesis de la autorreferencialidad abrió la pregunta de cómo se relacionaban las trayectorias laborales y amorosas. Como vi en las siguientes entrevistas, era difícil que el amor no se afectara por otras dimensiones de la vida, pues éstas eran las condiciones de posibilidad de su puesta en acto. Al avanzar con el trabajo de campo entendí que mantener al amor liberado y descontaminado de las cosas mundanas era un absurdo que no se relacionaba con lo que en realidad había sucedido. ZELIZER (2009) define al intento de separar las esferas como la propuesta de los mundos hostiles, en que emociones e intimidad deben mantenerse a raya del mercado y la política. Esta forma de comprender las relaciones sociales, si bien choca con el peso de la realidad —donde las cosas ya están mezcladas—, sustenta los esfuerzos diarios para separar las esferas.

Partiendo del interrogante sobre la imbricación entre lo amoroso y lo laboral, este artículo forma parte de una serie de reflexiones sobre varones gays, trabajo y amor. En el primero de los textos, siguiendo la propuesta de SIMONETTO (2018) de reconstruir las condiciones materiales de existencia de quienes forman parte del colectivo de diversidad sexual y de género, describo los perfiles ocupacionales de estos varones gays ya que, además de tener sexo, también trabajan. En el segundo texto reconstruyo los modos en que la heterosexualidad, dada por default en el espacio laboral, «muestra la hilacha» cuando es sometida a las pruebas de no-heterosexualidad. En el siguiente texto analizo las diferentes figuraciones eróticas que hacen subir la temperatura del ambiente de trabajo. En el último, este, el foco es puesto en los cruces entre trayectorias laborales y amorosas. En cada uno de esos cruces —negociar una identidad, satisfacer el deseo y estabilizar la pareja— se proponen discusiones con diferentes indagaciones teóricas y empíricas, tal como se aborda en cada sección. Como adelanté, fue gracias al enfoque basado en las historias de amor que arribé a esta reflexiones.

Otra ventaja de esta propuesta analítica radica en reunir pluralidades de amor. Indagar por las historias relevantes para cada entrevistado permitió sumergirnos en una multiplicidad de vínculos: desde los más formalizados como novios y maridos hasta otros menos institucionalizados como levantes, chongos. garches[4]. No me centré en trayectorias de parejas que cumplieran requisitos externos para satisfacer los intereses de la investigación, como GALLEGO MONTES (2010)[5]. Al contrario, invitaba a que me contaran las historias amorosas que consideraban tales, tanto las que sortearon obstáculos como las que no. Así, las historias de amor son flexibles e incorporan enamoramientos de una noche hasta relaciones de años.

Trabajar con historias de amor facilita también la compleja tarea de relatar. Describo fragmentos de estas historias por su dimensión estética y literaria y por su ventaja analítica[6]. De acuerdo con la propuesta pragmática (BARTHE, BLINC, HEURTIN, LAGNEAU, LEMIEUX, LINHARDT, MOREAU DE BELLAING, RÉMY, TROM, 2017; BASZANGER y DODIER, 2004; BAZIN, 2017), la descripción ofrece ventajas al estudiar lo social ya que posibilita desplegar los elementos que componen un complejo entramado. A partir de los sentidos que les dan sus protagonistas , describo las situaciones en que tienen lugar las acciones que, a su vez, las definen. Próximo a lo que me dijeron, intento no forzar apresuradas conceptualizaciones que desdibujarían los sentidos de estas complicadas relaciones entre amor y trabajo. Ahora sí, veámoslas en detalle.

III. Salir del closet: la pareja y la negociación de una identidad

Una de las complicadas relaciones entre amor gay y trabajo radica en hasta dónde y con quiénes se comunica la orientación sexual que se traduce en el trabajo de negociación de una identidad. La lógica liberal supone que, en tanto una persona es contratada para hacer una tarea, poco importa meterse en sus sábanas. Como sostienen SULLIVAN (1996) y MECCIA (2011), este razonamiento sustenta discursos sobre la tolerancia de la homosexualidad. De acuerdo con este argumento, cada quien vive su sexualidad en su intimidad, por lo que con quién se acuesta no importa al hacer su trabajo.

La ficción liberal, sin embargo, choca con la realidad. Eso le sucedió a Lucas, empleado no docente en una facultad de ciencias exactas de una universidad pública, de 29 años. A diferencia de otros trabajos —en un videoclub, en una oficina y en un call–centre—, en este empleo, en el que lleva más de seis años, no se sentía cómodo para salir del closet. La mala respuesta que obtuvo cuando pidió un franco por una festividad judía lo disuadía. Su jefa, entre «antisemita y facha[7]» como la describe, le respondió que no lo contara, ya que había mucha gente antisemita. Dudando si la categoría antisemita es la adecuada, Lucas enfrentó esencialismos por su origen religioso. Eso no sería problemático si no fuera porque a partir de entonces recibió quejas por maltratar a la gente; algo que, fiel a su sarcasmo, ya hacía y hasta ese momento nadie había objetado.

Por haber recibido una respuesta mala por ser judío, pensó que nunca revelaría la cuestión de su orientación sexual. Siguiendo a ORTEGA (2017) y PECHENY (2003), Lucas vivía el estigma por adelantado pero no sin fundamentos: ya había apreciado discriminación laboral. Decidió mantenerse en el closet. Que no se supiera que era gay no significaba que no se sospechara. En esos cuatro años que se mantuvo dentro del closet, algunos profesores, aquellos «viejos verdes», se le insinuaban. Una vez que había una carretilla fuera de la oficina, preguntaban si podían estacionársela dentro. Cuando se hablaba de su mudanza, comentaban con picardía «Ay, vivís cerca de casa». Lucas resume: «Los putos se dieron cuenta, el resto de la gente no».

Esta situación cambió cuando, hacia 2015, quería vacacionar en Europa con su novio, Mauro. Temía que si decía que lo haría por sus propios medios se tradujera en un «No necesitás un aumento de sueldo». Mintió diciendo que le pagaban el viaje. Eso encendió una sospecha que se confirmó cuando a su compañera de trabajo, que siempre lo supo, le preguntaron si era gay. Al confirmarlo, produjo un outing (PLUMMER, 1995) y lo sacó del closet. Para ella, no había nada que ocultar; para Lucas no era así. Temía que le reprocharan «Pero, ¿qué onda? Sos judío y por eso te tomás días libres; y además sos gay». Una jefa es homófoba, pero se llamó al silencio. En cambio la otra, que, —como la adjetiva— es «nazi», no es homófoba «porque su ex cuñado es gay». Con su discurso edulcorado del estilo «Ay, cositas de peluche», intentó preguntarle sobre Mauro. La respuesta de que era un abogado que trabajaba en el poder judicial y que ganaba muy bien, pareció no gustarle. Lucas sintió abandonar la posición de «Te tengo medio, soy débil».

Como empleado de una universidad, Lucas tenía acceso a una obra social que cuando nos encontramos, fines de 2017, atravesaba una situación financiera crítica. Contemplaban «hacer la convivencia[8]» con Mauro para contar con la obra social de este abogado tres años mayor. La sencillez del trámite no se compara con dos complejidades. La primera, su peso simbólico, pues Lucas necesita que todo en su vida sea reversible. La segunda, si Mauro debía blanquear que es gay cuando trabaja con un juez que «es la homofobia misma». Para Lucas, en el trabajo de su novio ya lo saben, aunque supuestamente «nadie sabe».

Por mantenerse en el closet, Lucas, Mauro y su familia enfrentaron incomodidades. En la ceremonia de ascenso de Mauro apareció un desafío: cómo presentar a Lucas. Según con quién, lo hacían pasar como amigo o hermano de su novio. Para él, se dieron cuenta, ya que en el mismo evento estaba presente Gabriel, su cuñado, y no se parecen en nada. Cuando a su suegra le preguntaban si Lucas era su hijo, lo afirmaba cortante. Luego se excusaba con su yerno en que había dicho eso porque lo consideraba su hijo del alma. Mauro no podía creer que su madre, «pelotuda», no mintiera bien. Su novio le respondió que quizás el «pelotudo» fuera él por exponerlos a todos a esa situación, culpándolo por esa incómoda escena.

En ambas situaciones, la salida del closet en el trabajo adquiría centralidad por los derechos y recompensas que ofrece: licencias, promociones, cobertura de salud para cónyuges. La ficción liberal enseguida choca con un escollo cuando se encuentra con que el liberalismo puro en el ámbito de trabajo, al menos para empleos formales, quedó superado. En la medida en que existan derechos laborales que contemplen la vida de trabajadoras y trabajadores, la orientación sexual se convertirá, eventualmente, en un tema.

Al igual que Lucas y Mauro, en su último trabajo Rodrigo se encontró en medio de un ambiente «machista». Tras atender el teléfono y pedirle a un consultante que le escribiera más tarde, este tarotista de 38 años, que hace meses incursionó en consultas online y vivos en redes sociales, retoma la pregunta: si en sus trabajos contaba que era gay.

Sin detenernos en los tres call–centre, comenta que en la papelera donde trabajó, aunque «mataputos[9]», sus jefes lo supieron. En sus cuatros años en la empresa, pasó de cadete a asistente del gerente de créditos y cobranzas. Sonriendo, recuerda cuando Ricky Martín lanzó una canción con Christina Aguilera. En el videoclip, vestía una camisa de jeans, desgastada y con flecos. Fascinado por esa camisa, tras buscarla por todos lados y gastar mucho dinero, la consiguió. Cuando se la puso para ir a su empleo, el comentario de un gerente no fue aprobatorio: «No podés venir a trabajar con esa camisa tan de gay». Rodrigo se plantó replicando que cuando pudiese comprarse una camisa así, recién ahí hablarían. Trabajó todo el día con esa camisa y se sentía «feliz de la vida».

Dos o tres años antes de nuestro encuentro en agosto de 2018, algo similar que no pasó a mayores ocurrió con otra camisa en su último trabajo. A esta empresa de mantenimiento integral de edificios ingresó por un reemplazo de 15 días. Los contratos se extendieron y renovaron a medida que las licencias por matrimonio y enfermedad se reactualizaban y llegó a administrar mesas de ayudas. Su actividad implicaba tomar reclamos de fallas de condiciones edilicias de clínicas o bancos y redirigirlos para que los técnicos las resolvieran. Por eso, le resultó «muy fuerte» salir del closet: «trabajaba con todos tipos grandes, técnicos, todo grasa[10], muy machista todo».

Todos pensaban que tenía novia, ficción que Rodrigo ayudó a sostener. Una vez un compañero le dijo que tenía un regalito para su señora o su novia: «Mirá, esta noche vas a tener una noche hot». El presente era una tanga con un pompón. Fabián, el ahora esposo de Rodrigo, riéndose redobló la apuesta: escribió una carta agradeciendo la noche fogosa que habían pasado. Fuera o no verdad si se trató de una velada hot, lo que no era cierto era quien firmaba la carta: Blanca. La pareja usó una estrategía de passing haciendo pasar a Rodrigo por heterosexual (ORTEGA, 2017).

Pasó el tiempo, las cosas se mantuvieron igual hasta 2013 y llegó el casamiento[11]. Se avecinaba la necesidad de comentárselo a su jefe «hiper machista». Le dijo que debía hablar con él y esperaba que eso no afectara su muy buena relación. «Bueno, dale, hablá» lo apuró su jefe. Rodrigo le contó que su casamiento no era un casamiento normal. «Uh, ¿qué vas a hacer ahora con tu casamiento? No me rompás las bolas» recibió como respuesta. Cuando le dijo que se casaba, pero con un chico, su jefe no le creía. Ante el «Soy gay y hace seis años que estoy en pareja», su jefe, chasqueando la lengua, lo desestimó con un «Dale». El futuro novio mostró la invitación. Descreído, el jefe pensó que era una broma. Al «Te estoy hablando en serio» le siguió un breve silencio, que Rodrigo rompió para tranquilizarlo, prometiendo que nada cambiaría en su relación ya que no buscaba nada con él. Tras un «No, todo bien» de su jefe, éste le marcó un nuevo desafío: qué haría con «los chicos».

Rodrigo no sabía si contarlo o no hasta que encontró una alternativa. Como no podrían ir, no invitaría a sus compañeros a la boda. Sí, en cambio, invitó a la gente del banco, donde prestaba los servicios de su empresa[12]. Las chicas del banco lo animaron a que Fabián fuera a la despedida de soltero, un almuerzo con una gran picada. A diferencia de ellas, que les deseaban a esta secreta pareja felicidad, los compañeros de Rodrigo no entendían ni quién era Fabián ni qué hacía ahí.

La solución fue efímera. Cuando volvió de las vacaciones, un compañero indagó si ya estaba embarazada. «¿Quién?», preguntó Rodrigo. «Boludo, tu señora», respondió su colega. Rodrigo le contó que se había casado con un flaco, algo que su compañero de trabajo no creía. Cuando miraba las fotos del casamiento, insistía con que Fabián era el padrino. «¿Voy a estar cortando la torta con el padrino?», ironizó Rodrigo. Al preguntarle a las chicas, que sí habían asistido al casamiento, si era verdad que el padrino era el marido, ellas lo ratificaron.

«¡Boludo! ¿Cómo que te casaste con un flaco? ¡No te puedo creer!», reaccionó. Rodrigo lo confirmó. Su compañero le reclamó que no se lo hubiera dicho, reacción exagerada que a Rodrigo le llevó dos meses entender. Hasta que, otro compañero, al preguntar si se habían «amigado», con sagacidad sugirió si él ya lo sabía. Rodrigo no comprendía. Tras segundos de misterio, reveló: «Que gusta de vos». Al parecer, en ese ambiente «hiper machista» todos lo sabían. Todos, menos el recién-casado con otro hombre, Rodrigo.

Con el resto de los compañeros de trabajo, al principio «shockeados» por la noticia, estuvo todo más que bien: incluso se profundizaron las bromas de doble sentido, en las que Rodrigo participaba. Para este devenido tarotista, que aprendió su oficio por su marido, salir del closet en aquel trabajo fue una liberación y se sintió bárbaro. En línea con los hallazgos de otras investigaciones sobre la asunción de la orientación sexual en el ámbito laboral (ORTEGA, 2017; PICHARDO, 2020), Rodrigo experimentó esa liberación y se sintió mejor. Ahora bien, eso no siempre es así, como muestra el caso de Lucas. Por ello, plantear a priori que no se asuma una identidad sexodiversa en el espacio de trabajo es perjuicioso no hace justicia a una manera en que se conectan la esfera íntima y la laboral y su trabajo de negociación. A veces, en ambientes homófobos, la discriminación esperada se confirma; mientras que en trabajos «hiper machistas» puede que se tome bien. Aún más, como en el caso de Rodrigo, ese mismo ambiente puede guardar los secretos intereses entre compañeros.

Salir del closet en el espacio laboral implica un trabajo extra: la negociación de una identidad. Al igual que la asunción en otros ámbitos, se lo debe entender como un proceso no necesariamente lineal que suele enmarcarse en relaciones amorosas. En ese proceso, pareja, colegas y superiores cobran centralidad. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede cuando se negocia esa identidad en la familia, en el ámbito laboral se pone en juego la masculinidad hegemónica identificada con el trabajo (HOCHSCHILD, 1989). Entonces aparece en la mesa de negociaciónun significador de las relaciones salariales: el dinero. El aumento que Lucas temió que le negaran, lo «bien que ganaba» su novio en el poder judicial y la discusión que Rodrigo aplazó con su jefe para cuando «se pudiera comprar» una camisa así se conjugan en el trabajo de negociación de una identidad y reintroducen una frontera entre lo laboral y lo íntimo. Claro que, como veremos en el siguiente apartado, no será la única.

IV. Satisfacción y levante: capital sexual y espacio laboral séptico

Desde la perspectiva de los mundos hostiles, el espacio laboral sería frío y distante, alejado del calor y la cercanía de las intimidades. Con el fin de relativizar dicha caracterización, propongo analizar otro trabajo del amor, la satisfacción de los deseos, que une la esfera laboral con la íntima a partir del levante. Comencemos con Álvaro.

A este joven de 24 años le preocupa su futuro académico: qué estudiar. Tras abandonar la carrera de historia, y con la presión paterna para retomar el estudio, está pensando qué hacer. Su padre lo incentiva para que renuncie. Esto no convence demasiado a Álvaro, quien siente que sin estar estudiando, al menos debe hacer algo, como trabajar.

Cuando le pregunto por su trabajo, sonriendo comenta que lo consiguió por un «chongo». Este chongo, José, con quien hacía un tiempo no salían, había publicado en Facebook que la empresa donde trabajaba buscaba gente. Álvaro fue recomendado y empezó a trabajar como tester de videojuegos para celulares. Si bien es una relación de dependencia formal, una parte del salario se la pagan en efectivo en sobres que les dan a cada empleado por separado. Con todo, no le preocupa mucho su trabajo, algo transitorio hasta definir su carrera académica.

Sobre el ingreso de Álvaro a ese, su primer trabajo, podría pensarse que es un ejemplo de capital erótico. Basándose en la teoría de Bourdieu sobre diferentes tipos de capitales, HAKIM (2012) analiza cómo el atractivo físico se reconvierte en un capital, mejorando las posiciones en otros campos, como el laboral. Si bien es cierto que José recomendó a Álvaro luego de haber chongueado[13], propongo pensarlo como «capital sexual». Por la socialización sexual que caracteriza a la comunidad gay, como reconoce Hakim y califica como promiscuidad[14], en el levante gay se producen otras configuraciones que permiten comprender mejor la historia entre Álvaro y José y el trabajo. Veámosla.

Álvaro tenía 20 años cuando conoció a José, de 30, en un picnic de GayGeeks, un grupo de Facebook de varones gays apasionados por la informática, la tecnología y los videojuegos. Desde el inicio se sintió súper cómodo, pues hablaban mucho: como esa primera vez que tuvieron sexo en la casa del mayor y charlaron durante horas. Enseguida supo cuáles eran las reglas que José proponía: en la primera salida dijo que era «para garchar, como mucho, un amigarche[15]», nada romántico. El joven aceptó estos términos y condiciones.

Sin embargo, pasaba el tiempo y no sólo se seguían viendo, sino que lo hacían con demasiada frecuencia —todas las semanas— para ser un «mero garche». Amigos de ambos le decían a Álvaro que «claramente» José gustaba de él; si no, no se verían tanto. Álvaro estaba confundido. Como habían acordado que no sería romántico, prefería no engancharse, aunque un poco lo había hecho. Todavía inexperto en el levantegay, lo enganchaba sentirse cómodo al tener sexo. Hoy, con más experiencia, ya no le sucede y puede coger con alguien que acaba de conocer por Grindr[16] sin inconvenientes. La comodidad ya no es suficiente para engancharse.

Habían pasado dos meses y José tenía miedo de que Álvaro estuviera enganchando. Por eso, decidió cortarle. Además, atravesaba un momento complicado: llevaba tiempo desocupado, no tenía mucha plata y eso lo «deprimía». Encontrándose en «un momento muy malo», dejó de hablar con la gente en general, y eso incluía a Álvaro, un chongo más.

José volvió a hablarle dos años después. Tenía empleo en una empresa que testea videojuegos, empezó a ganar dinero y su ánimo mejoró. A fines de 2016 le preguntó a Álvaro si hacía algo después de la cena navideña. Como no tenía planes, aceptó la invitación de ir a coger a la casa de José. Ese encuentro cerró lo que había quedado abierto. A los dos meses, José publicó en Facebook que su empresa necesitaba gente. Álvaro pidió que le consiguiera trabajo y José lo metió.

Álvaro comprende por qué José lo recomendó: además de haber sido un chongo, le tenía confianza porque lo sabía inteligente y responsable. Esa fe se debía a que eran «medio amigos». Aunque principalmente fueron chongos, eran medio amigos y se conocían, razón para que lo recomendara. La confusión que se había generado en su vínculo, como cuando salían y no tenían sexo, recodificó la relación. No sólo eran chongos, también se había generado «medio» una amistad. La sociabilidad gay, como muestran BOY (2008), LEAL GUERRERO (2011), RAPISARDI y MODARELLI (2001) y SÍVORI (2004), está marcada por cierta permeabilidad a los intercambios sexuales. Luego de conocer a alguien para tener sexo, la relación puede mutar en una amistad, un noviazgo, disolverse o devenir colegas, como Álvaro y José. Por lo tanto, más que un capital erótico —del que Álvaro no se considera poseedor por el poco levante que tiene cara a cara—, considero más apropiada la noción de capital sexual para ciertos casos de levantes gays y, en términos de Bourdieu, su reconversión hacia otros campos[17]. En este caso, no se valoriza el atractivo físico, sino el establecer contactos con otros varones con quienes mantener relaciones sexuales. De esos levantes, la agenda de contactos se abulta y funciona como un capital social[18].

Yoel también accedió a su trabajo por un levante, aunque encuadrado en un noviazgo. A los ochos meses de salir con Albert, de 21, este joven de 20 años había terminado un reemplazo como repositor de un supermercado en el conurbano oeste, donde vive. Albert le comentó que en su empresa, una consultora multinacional, buscaban un data entry. Yoel le pasó su currículum y su novio lo envió a recursos humanos. Cuando accedió al empleo, ingresaba al sistema nombres y apellidos, legajos, accesos y permisos del nuevo personal. A los tres meses, una compañera se fue, la cubrió y lo cambiaron de puesto. Sus tareas, de todos modos, siempre siguieron relacionadas con el área de seguridad e higiene.

Hacia el año y medio de su relación con Albert, se desató una crisis de pareja. Yoel «quería otras cosas» y se separaron. Pero a las tres semanas, ya quería algo nuevo: volver. Comenzó un período de histeriqueo[19] y de idas y venidas. Para entonces, trabajaban juntos. Si bien Albert seguía relacionado a las finanzas, se desempeñaban en el mismo piso y sector.

Entre tires y aflojes, la empresa se convirtió en un campo minado. Yoel hizo cosas «no tan» convenientes. En ese mismo segundo piso estaba Eneas. Nuevo en la empresa, Eneas recibía un training en la sala al final del sector de Yoel por donde pasaba varias veces por día. Se quedaba mirándolo y sonriéndole, «boludeces, típico de ese jueguito». Un día, por su posición, Yoel recibió la información de Eneas y buscó cómo, sin ser obvio, acercarse. «Mirá, te contacto del área de seguridad; tenemos que hacer unas encuestas a la gente nueva», le escribió. «Si tenés un minuto, vamos a un merendero, nos tomamos un café y te consulto», continuó la iniciativa. Eneas dijo que sí y Yoel inventó preguntas que nunca hizo. Café de por medio, hablaron y a los días fueron a tomar algo y terminaron garchando.

Con Eneas, Yoel estuvo un par de veces, mientras seguía el tire y afloje con Albert. Un día, «por desgracia», se le juntó el ganado. Estos ex novios salían de almorzar y justo entró Eneas, que al ver a Yoel, lo saludó con un cálido «Ay, hola, ¿cómo estás?». Mientras la cara se le transformaba, su ex preguntó quién era. «No, nada un pibe, no te hagás drama», minimizó Yoel. Albert «se hizo toda la película» que, como constató, era cierta. Desde entonces, sanguíneo y rencoroso, abrió una nueva etapa en esta batalla: la de «Te voy a hacer mierda».

Albert conoció a Marcelo, que sin trabajar en la misma empresa, aparecía todo el tiempo. Hablando fuerte con compañeras, comentaba que Marcelo iría a buscarlo y chequeaba desde la ventana si había llegado. Yoel, a los dos metros, se mordía los labios y la pasaba mal. «Re mal», enfatiza. Albert lo lastimaba, sobre todo cuando Yoel quería volver. Algo que, al final, lograría luego del viaje a Estados Unidos, adonde fueron como exes.

La relación con Albert, en esta segunda temporada, siguió más de un año. Volvieron a vivir juntos en la capital del país y adoptaron una mascota. Meses antes de que se desatara el final, en agosto de 2015, dejaron de compartir espacio de trabajo. Si bien, como considera Yoel, la relación hubiera terminado de todos modos, que Albert ya no trabajara en la misma empresa facilitó el duelo. Además, permitió que Yoel conociera, también en la empresa, a Manuel.

Cuando repasamos sus historias amorosas y comenta que a los cuatro meses conoció a Manuel, empleado en la misma empresa, pregunto si es un Grindr institucional. Riéndose, relativiza con un «casi», y explica que si uno se mete ahí, ve a media Plop![20]. La primera vez que este Yoel de 24 se cruzó a un Manuel de 30 fue en el acceso al edificio. Fue a resolver un asunto con el supervisor del personal de seguridad. Mientras conversaban, vio que pasaba Manuel y lo miró. Manuel devolvió la mirada, pasó los molinetes y subió.

Por sus tareas, tiene acceso a la información del personal. Habiendo memorizado la hora en que Manuel pasó por el molinete, obtuvo un reporte, filtró a las mujeres y se quedó con los pocos varones que había. Buscó por perfiles hasta que lo ubicó. Volvían a cruzarse, se miraban, sonreían y nada más. El nuevo desafío era cómo hablarle.

Sabiendo dónde vivía y hasta su número de documento, se preguntaba cómo contactarlo sin ser obvio. Un día le dio de baja la credencial de acceso y llegó un mail de Manuel que decía que no funcionaba. Por lo general, Yoel resuelve todo vía correo electrónico. Esta vez prefirió chatearlo por el servicio de mensajería instantánea que usan en la empresa. Confirmó haber recibido su request y estaban evaluando su problema. Yoel estiró el problema hasta que lo resolvió —volvió a dar acceso a una credencial que había bloqueado—. Al informarle que estaba resuelto, le dijo que le debía algo. Ahí empezaron a «joder y boludear», se encontraban en el sector de fumadores, charlaban e intercambiaron teléfonos.

Después vino el primer encuentro, un poco «raro». En la terraza de la empresa había un evento para quienes habían participado de un proyecto, entre ellos, Yoel. Manuel, por su parte, tenía mucho trabajo y hacía horas extras. Medio borracho, Yoel le preguntó si estaba en la oficina y propuso verse. Interrumpe el relato para aclarar que lo que hizo dentro de la empresa «está mal». Tras la apreciación, continúa. Como tiene acceso a las cámaras, sabe por dónde pasar o adónde ir sin ser visto. Le propuso a Manuel ir a una sala totalmente aislada, donde no pasa nadie y ahí se encontraron. Se dieron algunos besos, «cosas muy espontáneas del momento», como caracteriza. A partir de entonces, empezaron a verse.

¿Qué «estaba mal» en lo que hizo Yoel? Aprovechó su acceso a cierta información por su posición para entablar diálogos con otros varones. No se lanzó a una pileta vacía. Contaba con información que le permitía inferir que con Eneas y con Manuel podría pasar algo. A ese conocimiento accedió no por su puesto en el área de seguridad, sino por mirar cuando otros lo miraron; por haber detectado que en ese cruce de miradas había más que cordialidad, había un interés homoerótico que podría corresponderse.

En los espacios laborales siguen operando mecanismos eróticos que posibilitan que las personas se conozcan con otros fines más que el ser colegas. Aunque, como reconocen SCHULTZ (2003) y LAMAS (2018), existe una tendencia a concebir al espacio laboral como aséptico para las vinculaciones eróticas, sobreviven válvulas de escape que posibilitan esos encuentros. Estas autoras señalan el avance de una perspectiva puritanista dentro del feminismo, que llevó a que en nombre de este movimiento político ganaran la pulseada discursos conservadores. Esto se tradujo en que las políticas feministas que bajan desde organizaciones supranacionales promuevan, en pos de defender a las mujeres de la violencia laboral por parte de varones, la protocolización de las relaciones personales en el ambiente de trabajo. Posiblemente la empresa multinacional de Yoel y sus partenaires adhiera a estos protocolos. De todos modos, éstos no lograrían determinar por completo la forma efectiva en que se relacionan quienes comparten espacio laboral, y tal vez menos para el caso de varones que se interesan en otros varones[21].

Como en la historia de Álvaro, en la de Yoel hay cruces entre amor y trabajo a partir del levante. Yoel también accedió a su trabajo por un partenaire, aunque se trataba del novio. Pero una vez en la empresa, el levante siguió operando. El trabajo de satisfacción del deseo permite observar que el ámbito laboral no es un espacio tan frío como se lo suele pensar. A veces, mantiene el calor de una llama erótica que se apagó. Otras, sirve como una chimenea donde se encenderán nuevos fuegos. En el primer caso, si «donde hubo fuego, cenizas quedan», a partir de ellas podemos rastrear el trabajo relacional del levante gay y sus formas —como el capital sexual— de engrosar los contactos. En el segundo, podemos ver cómo se acomodan los leños para generar una nueva llama cuando otra se está extinguiendo. Como reconoció Yoel, que Albert no estuviera más en la empresa mientras terminaban la relación, alivianó el duelo. Analicemos otra forma en que el trabajo invade lo amoroso, contemplando cómo afecta a la pareja.

V. Estabilizando parejas: el toma y daca del trabajo

Otro cruce ríspido entre trabajo y amor se da a partir de cómo lo laboral afecta la vida íntima, tanto qué quita y también qué brinda. En este apartado analizo cómo la frontera entre estos dos mundos es puesta en tela de juicio cuando el empleo avanza hacia el terreno de las parejas y deviene central en el trabajo de su estabilización. Comencemos por Patricio.

Patricio es un chef de 29 años y hace seis está de novio con Lean, dos años menor. Cuando pregunto si en su empleo, en la cocina de un hotel en el centro porteño, saben sobre su orientación sexual, aclara que no ingresa a un trabajo nuevo presentándose «Hola, me llamo Patricio; soy gay y tengo novio». Eso surge en charlas con sus compañeras y compañeros a medida que se conocen. Además, viene de la «vieja escuela» de la cocina en que no se permitía usar ningún accesorio. Esto incluye el anillo de compromiso que le regaló Lean para su quinto aniversario.

Lean quiso celebrarlo llevando su relación a otro nivel. Por eso, este entonces estudiante de medicina lo sorprendió con una propuesta «sin tiempos prefijados»: en algún futuro casarse. Aunque interesado en hacerlo, Lean consideraba que, como pareja, antes necesitaban tener otras vivencias. Primero viajar a Europa. Segundo, mudarse juntos. Respetando las etapas que les quedaban, Lean apostó a darle otro valor a la relación, más cercano a ese casamiento sin serlo. Para embarcarse en esas nuevas etapas, tenía que dar otro salto, uno profesional.

En su primer año de residencia para ginecología y obstetricia, ese ahora médico de 27 sigue enfrentando un problema fundamental: la falta de tiempo. Por su historia, Patricio viene acostumbrado. Desde el principio supo que la carrera de medicina llevaba mucho tiempo. Riéndose, comenta que «no quería compartir tiempo ni esperar». Reconociendo con que no siempre fue fácil, las cosas —y ellos— se fueron acomodando.

A medida que pasaba cada año hasta que Leandro se recibió, el tiempo que tenían para pasar juntos era cada vez menor. A las jornadas de estudio se sumaban las horas dedicadas a ser ayudante docente. Cuando se lo contó, Patricio pensó: «¡Ay, la puta madre! Tras todo lo que cursa, además va a tener que ir a dar clases; con lo cual es menos tiempo para mí». De todos modos, no se hubiera sentido cómodo en decirle que no hiciera lo que le gustaba. Ahora, cuando Lean sumó capoeira a su apretada agenda, Patricio le sugirió que tratara de planificar los tiempos de él y los de la pareja, ya que, de seguir sumando actividades, no quedaba claro cuándo podrían verse.

Con prolijo esquematismo, comenzaron a acomodar más y mejor sus actividades para compartir tiempo. Por ejemplo, si Leandro un día tenía capoeira a la mañana, luego iba a estudiar y a la tarde daba clases, disponían de la noche para poder verse; y, según el cansancio, definía qué hacer: si salir o quedarse en la casa de uno u otro. Así, fueron pasando los años y todo se fue dando más fácil. Sin embargo, todos los años se sumaba algo nuevo.

Quienes también les llamaban la atención sobre cómo compatibilizaban sus agendas eran las compañeras y los compañeros de Lean. Cuando comentaba que estaba de novio, le preguntaban cómo hacía y cómo pensaba hacer al año siguiente, cuando sumara más responsabilidades. Haciéndose eco de estos comentarios, Leandro compartía su preocupación sobre el futuro con su novio del presente. En su pragmatismo, Patricio siempre pensó lo mismo: «Si nos acostumbramos hasta ahora, nos acostumbraremos».

Dicha preocupación volvió a aparecer cuando Leandro comenzó la residencia, régimen de estudio y trabajo de la carrera de medicina. Antes de comenzarla, sus futuras compañeras le preguntaron si estaba de novio. A su respuesta afirmativa, volvía la inquietud recurrente: cómo haría su pareja ya que la residencia lleva mucho tiempo. Inclusive los médicos que son sus jefes le advirtieron que no es muy compatible con una pareja. Esta red de profesionales, colegas y superiores, advertían a Lean uno de los costos de su trabajo: el poco tiempo que le podría dedicar a su vida amorosa. Al igual que a las azafatas del estudio de HOCHSCHILD (2003) sobre la recomendación de no pensarse como esposas y madres ya que pasarían mucho tiempo fuera de sus hogares, la red de profesionales de la residencia alerta sobre la casi imposible tarea de compatibilizarla con una pareja. Renuente, Patricio considera que después de más de cinco años con Lean y habiendo pasado situaciones similares, tiene expertise sobre cómo hacerlo. O al menos, desafiante se anima a preguntárselo: «A ver, ¿no es compatible? Bueno, me enteraré en el día a día si alguno de los dos se cansa de no tener tiempo».

Pero el trabajo de Lean no sólo le saca algo —en este caso tiempo— a la pareja, también le da hilo para cortar. Cuando charlamos sobre códigos de pareja y chistes internos, sonriendo recuerda una anécdota del trabajo de su novio. Una de las compañeras de Lean, Pía, que es R2[22], tiene «una gran cintura» para escaparle al trabajo, como cuando desaparece de las guardias dejándolo solo. Una situación del estilo se reeditó cercano al momento de las entrevistas: Pía volvió de vacaciones y tuvo una guardia que fue tranquila ya que no hubo internaciones y pudieron dormir durante la noche. Indignado, Lean le contó a su novio que al día siguiente ella desapareció excusándose por estar cansada y a las tres de la tarde quería irse porque había estado de guardia. «Y yo a las cinco de la tarde seguía acá», se quejaba por mensaje con Patricio. Acto seguido, Lean usó un meme de Bianca del Río, en que la ganadora de la temporada seis del reality show RuPaul’s Drag Race, revoleando los ojos, lanza su sarcástico «Really queen?». Así, el trabajo de Lean que les quitatiempo, también les brinda situaciones a partir de las cuales reírse y solidificar ese vínculo.

No obstante, el trabajo no sólo afecta a las parejas arrebatándoles tiempo. También causa problemas cuando ese recurso sobra por la misma falta de un empleo. Mario, estudiante de edición de 31 años, se desempeña como editor de libros para niñas y niños de Estados Unidos que aprenden español. Lleva poco tiempo en este empleo que le resulta monótono y menos creativo que la edición de revistas que hizo en los últimos años. La monotonía se compensa cuando al volver a su casa no piensa más en el trabajo y tiene tiempo para hacer lo que desea con su marido, Lau.

Ajustarse a un horario laboral relativamente estable le recuerda a su primer empleo en el call–centre de un banco, al que ingresó a sus tempranos 20 y permaneció siete años. Aunque no le gustara, era fácil, eran pocas horas y le pagaban muy bien, incluyendo una buena prepaga. Tras colgar el auricular a las tres de la tarde, hacía lo que quería sin que el banco ocupara su mente. Por eso, y por las amigas que hicieron que disfrutara el empleo, se fue quedando. Luego de que ellas se fueran, el trabajo se volvió agotador. «Lo soportó» un año hasta que acordó su salida. Comenzó un nuevo período en su trayectoria laboral, signado por la intermitencia y Mario la pasó pésimo.

Tras su salida del banco, empezó la etapa de free–lance. Hizo «un poco de todo» hasta que se fue dedicando más a la edición. Comenzó como corrector de una revista chica, que al lío organizativo del grupo de amigos a quien pertenecía la revista, se sumaba que de allí no «sacaba guita». Pasó a otra revista, ya como editor. A diferencia de la anterior, obtenía más dinero, pero era complicado: cobraba por número publicado. Mario mantuvo ese trabajo free–lance hasta hace poco, de hecho el último número de esa revista que él editó estaba en algún lugar de la casa cuando hacíamos la entrevista.

Agarrando lo que encontraba, laburó un mes en una pequeña agencia de comunicación. Estando ahí, una amiga le avisó que en otra revista buscaban a alguien. En el horario de almuerzo fue a una entrevista y luego se involucró en esa publicación. A diferencia de las anteriores, esta revista le encanta. Esta empresa, además, brindaba el servicio de edición a otras compañías, por lo que Mario también se encargó de una publicación de gastronomía. Al tiempo surgió un proyecto para hacer dos números por los 40 años en Argentina de una automotriz. Si bien fue caótico, esas dos revistas son «como sus bebés». Llegó a encargarse de la edición de todas las publicaciones; agotador, pero le encantaba. En épocas de cierre, por ejemplo, se iba de la oficina a las ocho, nueve o diez. Con los números aniversario llegó a volver a su casa casi a medianoche. Aunque en ocasiones puteaba por los horarios, en el fondo esa adrenalina lo divertía.

Todas las sensaciones gratas de trabajar —incluso hasta muy tarde— de lo que le gustaba, entraron en tensión en octubre de 2017. Hacer revistas es un negocio «de mierda» en términos de rédito económico y la empresa dejó de tener ingresos. A los despidos siguió el cierre de la oficina; los empleados que quedaban trabajaban desde sus hogares. En diciembre, los jefes lanzaron el ultimátum: «Ya el año que viene busquen otras cosas porque no podemos sostenerlo». A Mario se le vino la noche.

Uno de sus principales miedos era cómo afrontar los costos del viaje a Estados Unidos que con Lau habían planeado hacía meses. Le propuso a sus jefes dejar en enero, cuando estarían de viaje, «un montón de cosas hechas» y programadas para hacer sólo publicidad en redes sociales. En vez de cobrar enero, le pagarían ese sueldo en febrero, cuando volvía del viaje. Sus jefes aceptaron.

Otra gran preocupación era volver a quedarse sin trabajo fijo, como le había sucedido luego de renunciar al banco. Si bien se encontraba en una posición diferente —tenía experiencia en edición y muchos contactos—, no quería tener que volver a agarrar cualquier cosa. Por suerte, gracias a una amiga consiguió este empleo como editor de libros en una «pata» de la edición que le era ajena. Le queda, por el momento, arreglar con sus jefes de las revistas cómo continuar, de manera free–lance, el manejo de redes sociales y tareas de edición, que le permiten vincularse con esa «pata» más creativa.

Sus miedos tenían sabor amargo. Cuando sus jefes les dijeron que buscaran otra cosa, Mario recordó las crisis de su relación con Lau, un productor de radio y televisión que tiene a su cargo el departamento de alumnos de una universidad privada dedicada al diseño. Al preguntarle a Mario sobre puntos de inflexión, recuerda que con su ahora marido, nueve años más grande, las peores crisis fueron esos momentos en que alguno estaba sin trabajo. Ni siquiera la guita los afecta tanto, pues el dinero «pasa». Los grandes problemas fueron esos períodos en que Lau estaba desempleado o en empleos informales y temporarios. Mario, entonces, tenía estabilidad: estaba en el banco. Luego vino ese largo año de free–lance de Mario, pero Lau ya había ingresado su actual ocupación. Esa situación estuvo próxima, como posibilidad, cuando a fin de 2017 sus jefes le dieron aquel mensaje.

La crisis que acarreaba que alguno estuviera sin trabajo se traducía en que aquel desempleado estuviera todo el tiempo en la casa y lo único que le sucedía era que su pareja regresara de trabajar. En medio de esa «cuestión parasitaria» que ninguno disfrutaba y les hacía mal, discutían. La crisis se potenciaba por el espacio donde vivían: un departamento de dos ambientes, más chico que su actual vivienda. Allí, estaban mucho más encima uno del otro. Por suerte, ese temor no se materializó.

Tener un trabajo formal, o con disposiciones en términos de tiempos y horarios, puede ser un salvavidas para las parejas. Como muestran CASTEL (1999) y BAYÓN (2003), tener trabajo es más que formar parte de una relación salarial. El riesgo del desempleo, siguiendo a Castel, se traduce en desafiliación. Más allá de que las realidades que observa este sociólogo francés y la que aquí analizo son muy diferentes, con trayectorias biográfico–laborales menos estructuradas, el trabajo puede convertirse en un aliado de la vida en pareja, en un mecanismo que le permite estabilizarse y continuar existiendo. Así, el miedo de Mario de quedar fuera de una relación salarial estable contenía el dejo del amargor de las peores crisis de pareja con su actual marido. Crisis que tuvo la particularidad de suceder en una pareja de varones, tradicionalmente identificados con la esfera laboral.

Con todo, aquel trabajo que le quita tiempo a la vida de pareja puede, a veces, devenir su escudo protector. Las ocupaciones de los partenaires a veces complican y otras posibilitan el trabajo de estabilización de la pareja. En tanto estructuraran las trayectorias vitales, algunos empleos les prestan a las parejas herramientas para mantener y perpetuar el vínculo al permitirles hacer planes a futuro y ofrecerles horizontes de llegada. Ese préstamo no es gratuito, se paga con el esfuerzo que los partenaires hacen para mantenerse en carrera.

VI. ¿Relaciones complicadas o la simple complejidad de lo social?

A lo largo de estas páginas intenté reconstruir las heterogéneas y no lineales relaciones entre trayectorias laborales e historias amorosas de varones gays. El foco fue puesto en las imbricaciones entre ambas esferas, que la hipótesis de la autorreferencialidad del amor suele pasar por alto. A partir de las experiencias del amor en acto, tracé un recorrido de tres principales vinculaciones entre estos ámbitos y los trabajos que implican.

La primera forma de contacto entre trabajo y amor se relaciona con el esfuerzo de negociar una identidad sexodiversa en el espacio laboral. Se buscó suspender el argumento liberal que desestima la vida privada, en la medida en que esa información es fundamental al reconocer derechos y recompensas en relaciones salariales formalizadas. Asumir esa identidad sexual no implica necesariamente discriminación laboral por eso, pero tampoco significa lo opuesto. En cada caso dependerá de varias circunstancias y mecanismos, más y menos formalizados, a la hora de que el credo liberal, que murmura «cada quien se acuesta con quien quiere», tienda a concretarse en el trabajo. A veces, que el trabajador sea gay importará; otras, sólo será un dato de color. La negociación permite ver el proceso de salida del closet que suele enmarcarse en una relación amorosa.

Una segunda forma en que se relacionan estas esferas se subsume en el levante y el trabajo de satisfacción del deseo. A partir de un levante se puede acceder a un empleo. Propuse revisar la noción de capital erótico y definirlo, en el caso de Álvaro, como capital sexual. Dado que en el ambiente gay la hipersexualización implica encuentros sexuales ocasionales con desconocidos, el sexo suele ser una vía de entrada para socializar con otros. De esos intercambios sexuales crecen los contactos que pueden derivar en amistades, noviazgos, amigarches u otras vinculaciones. Y, por ese vínculo, llegar a conseguir trabajo. Pero el levante no acaba al acceder al empleo, también puede jugarse dentro del espacio de trabajo. La imagen de un ambiente laboral aséptico donde se protocolizan las relaciones y mina las vinculaciones eróticas es puesto en entredicho cuando la misma ocupación facilita los recursos para levantar. Si bien el puritanismo discursivo refuerza la separación de esferas, el calor erótico vuelve a (con)fundirlas. La figura del levante en la intersección entre lo laboral y lo íntimo permite reconstruir los esfuerzos para satisfacer los deseos sexuales.

Finalmente, una tercera forma en que estos ámbitos se relacionan es a partir de qué quita y qué otorga a la pareja. El trabajo puede ser un extractor del tiempo del que podría disponer la pareja. De todos modos, el capital no es el único que capitaliza ese tiempo que se vende en el mercado. Como deja ver la historia de Patricio y Lean, tantos años compartidos se explican por cómo fueron adaptando apretadas agendas para racionalizar ese recurso escaso. Eso los llevó a poder extraer anécdotas y chistes que oxigenan su pareja de esa profesión que demanda mucho tiempo. Ahora bien, el problema inverso, la disponibilidad de tiempo por la falta de trabajo, puede ser un arma de destrucción de la pareja cuando esa situación parasita a los partenaires. En la medida en que una ocupación logre estabilizar —aunque no necesariamente a partir de un empleo formal— las biografías individuales, también puede contribuir a estabilizar los vínculos amorosos. Sin embargo, esa estabilización que promueve planes y horizontes compartidos, también implica trabajo.

Cuando Luchi, como relaté en la introducción, dijo que habiendo encontrado un buen trabajo estaba en condiciones de conocer a alguien, no contemplaba —como tampoco hice cuando me lo comentó— todas las relaciones que se podrían establecer entre ambas esferas y los esfuerzos que supone. Esas vinculaciones no se acaban en la forma, sino que también se entretejen con los contenidos. El ámbito laboral homófobo de Lucas y Mauro no se define por una mera apreciación de Lucas, sino por la menor apertura a la diversidad sexual de ciertas facultades y el espacio judicial. El de Rodrigo, en cambio, se relaciona con tareas de mantenimiento, tradicionalmente masculinas, por lo que la tercerización pudo facilitar la salida del closet con sus compañeras del banco donde prestaba los servicios. Álvaro consiguió un trabajo como tester de videojuegos no por cualquier «ex-chongo-medio-amigo», sino por uno a quien conoció en un picnic de GayGeeks. Los artilugios que usó Yoel para acercarse a esos chicos formaron parte de las habilidades que aprendió por su mismo trabajo; Eneas o Manuel deberían haber usado otras estrategias. El know-how en el manejo del tiempo que lograron Patricio y Leandro se debe al largo entrenamiento que tuvieron durante esa carrera que es medicina, y no, por ejemplo, sociología. Las inserciones ocupacionales en profesiones ligadas a la creatividad y el diseño, que Mario y Lau aprecian, les ayudaron a saber que conseguir «algo fijo» en esos ámbitos no es, a priori, tan sencillo como en el rubro de la administración. Tal vez de allí se entienda la valoración que le dan a la estabilidad. Tal vez así podamos comprender que los intercambios entre amor y trabajo no se dan en el aire, sino en un complejo entramado de relaciones dinámicas; que, en última instancia, es lo social.

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Notas

[1] Una primera versión de este trabajo se presentó en el VI Congreso ALA. Agradezco los comentarios de Luciana Anapios, María Florencia Blanco Esmoris, Santiago Canevaro, Victoria Castilla, Isabella Cosse, Luana Ferroni, Solange Godoy, Johana Kunin, Agustina Kupsch. Jazmín Ohanian, Martín Oliva y Patricio Simonetto a un primer borrador del texto. Hago extensivo el agradecimiento a quienes evaluaron el artículo, cuyas devoluciones contribuyeron a mejorarlo sustancialmente.
[2] Adjetivo al amor como gay por inscribirse en la gaycidad.
[3] Esto marca una diferencia con las contribuciones teóricas de la sociología del amor (BAUMAN, 2013; BECK y BECK-GERNSHEIM, 2001; GIDDENS, 2004; LUHMANN 2008).
[4] Formas coloquiales de denominar vínculos eróticos. Levante de «levantar», significa ligar o conquistar; sería alguien a quien se conquistó. Chongo, en sus orígenes refería a los varones heterosexuales que tenían sexo con maricas; aunque hoy en día su uso no es exclusivo del argot sexodiverso. Garche, de garchar, define a alguien con quien se tiene sexo.
[5] El autor explica que cuando pedía que se concentraran en las relaciones mayores a tres meses, muchos participantes de la investigación se ofendieron por no poder incluir vínculos importantes que no satisfacían esa condición.
[6] Incorporo lo que me fue dicho en un relato y señalo con comillas las frases textuales.
[7] Forma coloquial para describir a alguien de derecha, conservador, etc. Si bien su origen remite al fascismo italiano, su uso habitual no implica que se comulgue con ese movimiento político.
[8] Oficialización de la situación en la que estaban desde hacía ocho meses.
[9] Coloquialmente, homófobo.
[10] Refiriendo a actividades manuales, que implican suciedad.
[11] El matrimonio igualitario fue aprobado en Argentina en 2010.
[12] Como afirman algunos autores (MECCIA, 2006; PECHENY, 2003), el mundo gay suele compartimentarse en función de cuánto se conoce ese secreto. Es interesante pensar hasta qué punto la tercerización de servicios contribuye a sostener esos mundos separados dentro de los mismos trabajos con colegas y superiores.
[13] De chongo, chonguear es mantener una relación erótico-afectiva, sin tantos compromisos.
[14] Por el carácter peyorativo de esta noción, caracterizo al ambiente gay como hipersexualizado.
[15] Amigos con derechos.
[16] Aplicación de encuentros entre varones que funciona por geolocalización. Álvaro reflexiona sobre coger con desconocidos como una especificidad gay, a partir de la pedagogía Grindr: «A uno no le enseñan «Bueno, vos vas y cogés con un desconocido, está todo bien; es algo que podés hacer». Cuando te metés en Grindr lo aprendés y medio que te tenés que acostumbrar a esa idea».
[17] Esto no implica que no pueda pensarse el capital erótico de varones gays en otras situaciones.
[18] A Álvaro, sea porque por quien accedió al empleo no era un jefe o porque su chongueo ya había terminado, ese capital sexual no le jugó en contra deslegitimando su desempeño. Resta estudiar qué sucede en otros casos.
[19] Forma de coquetería (LEAL GUERRERO, 2012).
[20] Conocida fiesta gay porteña, frecuentada sobre todo por jóvenes.
[21] En tanto los intereses fueron correspondidos, lo que Yoel hizo no sería acoso ni hostigamiento. De todos modos, cabe reflexionar sobre los límites cuando se trata de dos varones.
[22] En las residencias, el número que acompaña a las R corresponde al año de ingreso. Lean, en su primer año, es R1. Su compañera, con más jerarquía por estar en segundo año, es R2.
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