Dossier
Recepción: 09 Marzo 2023
Aprobación: 06 Julio 2023
Publicación: 05 Diciembre 2023
Resumen: En este trabajo, bajo la idea de que la profunda articulación entre integrismo religioso y misoginia jugó un papel relevante en la legitimación del accionar represivo sexuado, nos aproximaremos a la militancia de un sector del bloque conservador, los intelectuales católicos mendocinos como parte de una red más amplia, teniendo en cuenta su accionar en distintos frentes tanto durante los años previos a la última dictadura militar, como durante la misma. Para llevar a cabo este análisis, que será realizado utilizando entrevistas y publicaciones de la época, partimos de la idea de que la construcción de la noción de enemigo interno tuvo una dimensión sexuada ligada al lugar clave asignado a las mujeres en la conservación del orden establecido. ¿Cuál fue su contribución, como parte del bloque conservador, a la construcción de una enemiga interna a la cual era preciso exterminar? Entendemos que su involucramiento se inscribió en el ideal de preservación del “ser nacional y las bases occidentales y cristianas de la nación” en un contexto de cambios generacionales y de las relaciones intergenéricas. Tanto la defensa de su dios (amenazada a partir del Concilio Vaticano II y del surgimiento del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo) como de la familia nuclear y el rol de las mujeres como guardianas de la misma, los impulsó a encarar esta “cruzada” que tuvo múltiples derivaciones.
Palabras clave: derechas, enemigo interno, relaciones sexo genéricas.
Abstract: Under the idea that a deep articulation between religious fundamentalism and misogyny played a significant role in legitimizing gender-based repressive actions, we will approach Mendoza’s catholic intellectuals, as part of a broader conservative bloc, and their action on different fronts during the years prior to the last military dictatorship, and also during it. This analysis will be carried out based on interviews and publications of the time. We start from the idea that the construction of the notion of internal enemy had a gender dimension linked to the key place assigned to women in the conservation of the established order. We understand that their involvement was inscribed in the ideal of preserving the "national being and the Western and Christian bases of the nation" in a context of intergenerational and intergender relation changes. Both the defense of their god -threatened after the Second Vatican Council and the emergence of the Movement of Priests for the Third World- and the protection of nuclear family in which women were placed as its guardians, prompted them to face this "crusade” which had multiple derivations.
Keywords: rights, internal enemy, gender relationships.
Introducción
La ciencia del mal ha penetrado profundamente en las mentes
y en las instituciones del mundo actual; quizás tiene que crecer,
universalizarse y penetrar más hondo. Así será mayor el triunfo de la Mujer que
pisa la cabeza de la serpiente.[1]
En septiembre de 1973, algunos de los principales referentes de la derecha tradicionalista católica, pertenecientes a la Universidad Nacional de Cuyo (en adelante, UNCuyo), salían a la calle en repudio de una posible reforma de la ley de educación, que según su óptica, atentaba contra la familia tradicional y contra el derecho de educar a sus hijos/as. Repudiaban la posible creación de guarderías escolares que generarían el “desprendimiento de las mujeres de sus hijos” para dedicarse a “tareas productivas en lo económico fuera del hogar”. Entendían que ese hecho implicaba una “posible emancipación de la mujer”.[2] A través de la creación de la Federación de Padres de Alumnos de Escuelas Privadas y Oficiales y de la Liga de Madres de Familia, desplegaron múltiples estrategias para boicotear las discusiones de lo que se conoció como “Seminarios educativos”. Las medidas fueron encabezadas por Dennis Cardozo Biritos, uno de los referentes de la derecha tradicionalista católica de la Facultad de Ciencias Políticas, quien llegó a montar una curiosa performance en la asamblea inaugural de los Seminarios, realizada en el teatro Independencia. El 20 de setiembre, luego de “copar la platea del teatro con monjas, personas vinculadas a los servicios de inteligencia y referentes académicos de derecha”, Cardozo subió al escenario para dar un discurso en el que terminó abriéndose la camisa al grito de “soy padre de 12 hijos y si alguno está armado y quiere tirar, que tire”.[3] Ese gesto era la “señal para que sus seguidores se retiraran, dejaran la platea vacía”, y marcharan por la ciudad entonando el himno nacional.[4] Cardozo, quien declaró que “se dejaría matar” antes de ver a sus hijos “opuestos a sus progenitores, y a las tradiciones de la patria, por un lavado de cerebro del marxismo internacional” formó parte del bloque conservador que impulsó una batería de medidas contra los Seminarios incluyendo: marchas de antorchas y de silencio, presentaciones a los tres poderes del Estado, solicitadas en diarios, telegramas a Perón, además de fundar los “seminarios paralelos” y lograr la destitución del ministro de Educación para colocar a un representante de su bloque, Adolfo Scalvini Ochoa, que asumió “para restaurar la verticalidad de la cruz de nuestra tradición hispana y cristiana”.[5]
Este episodio, lejos de ser un hecho aislado, fue un eslabón más de una trama que la derecha militante vinculada a la academia mendocina tejió para hacer frente a las transformaciones en los papeles asumidos por varones y mujeres respecto del mundo del trabajo, la sexualidad y la familia, que venían produciéndose desde los ‘60.
Al respecto, Valeria Manzano (2014) ha señalado que hacia mediados del s. XX, en un contexto de Guerra Fría y frente al proceso de modernización cultural y transformación de las costumbres, comenzó a emerger un bloque conservador con el objetivo de poner límites a la degradación “moral” de los y las jóvenes que, según su visión, era la antesala de la penetración comunista. Este bloque, formado por intelectuales de la derecha católica y sectores reaccionarios de la Iglesia vinculados a las FF. AA., planteó que el antídoto contra el comunismo estaba en la preservación de la familia y señaló tempranamente el vínculo que, a su entender, existía entre “juventud, subversión y desviación sexual” (p. 2). En esa dirección, y a partir de la agudización de la lucha de clases y de las transformaciones de las relaciones intergenéricas ocurridas durante los ‘60 y ‘70, el bloque conservador hizo hincapié en el rol primordial que ocupaban las mujeres como guardianas de la familia, y apuntó a incidir de manera creciente en políticas públicas que tocaban puntos neurálgicos del statu quo patriarcal tales como la educación y la salud reproductiva.
En trabajos anteriores hemos planteado que la última dictadura militar implicó una “revancha patriarcal” desatada contra los y las militantes que habían intentado no sólo transformar el orden capitalista sino también las relaciones intergenéricas (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2015). En esta ocasión, bajo la idea de que la profunda articulación entre integrismo religioso y misoginia jugó un papel relevante en la legitimación del accionar represivo sexuado, y teniendo en cuenta la asociación que el régimen militar hizo entre defensa del orden social y patriarcal, moralidad y catolicismo, nos proponemos por una parte rastrear algunas de las raíces ideológicas de dicha revancha a la vez que contribuir a dilucidar el papel que estos intelectuales tuvieron en la elaboración ideológica que permitió justificar el accionar represivo contra un enemigo/a deshumanizado/a.[6]
Para ello, en primer lugar, nos aproximaremos a la militancia de un sector del bloque conservador, los intelectuales tradicionalistas de derecha mendocinos, a partir de su accionar en distintos frentes, antes de la dictadura militar, durante y después de la misma. Realizaremos un análisis en clave sexo genérica de algunas de sus publicaciones, en las que justifican la importancia de preservar la familia tradicional como base del orden social y el lugar asignado en ella a las mujeres a partir de la equivalencia entre mujer y madre, pues las mujeres no tienen otra función por fuera de la maternidad desde el punto de vista teológico y filosófico. Esas argumentaciones no sólo contribuyeron a la forja de un ideal a encarnar para propias, sino una imagen despreciable de quienes no respondían a esos mandatos.
Para desarrollar este análisis, centrado en entrevistas y publicaciones de la época, partimos de la idea de que la construcción de la noción de enemigo/a interno/a tuvo una dimensión sexuada ligada al lugar clave asignado a las mujeres en la conservación del orden establecido.[7] ¿Cuál fue la contribución de los intelectuales mendocinos, como parte del bloque conservador, a la construcción de una enemiga interna a la cual era preciso exterminar? ¿Por qué otorgaron relevancia a la familia como base del orden social y a la preservación de una maternidad como destino?
Entendemos que la participación de estos intelectuales, integrantes de una red más amplia nacional e internacional, se vinculó a la preservación del “ser nacional y las bases occidentales y cristianas de la nación” en un contexto de cambios generacionales y de las relaciones intergenéricas. En defensa de su dios se vieron en la situación de encarar una cruzada, que tuvo múltiples derivaciones, e incluyó la preservación de la familia tradicional como base del orden social y natural. Eso colocaba en el centro la cuestión de la femineidad y la amenaza implicada en los ojos de la Mujer abiertos a la “oscuridad del mal” (Pithod, 1997, p. 48). El interés por indagar en las producciones y prácticas de estos intelectuales reside en su relevancia como parte del bloque y en las derivaciones prácticas de su accionar. Desde luego, es evidente que no se trata de un grupo solo local sino de un sector con múltiples conexiones nacionales e internacionales.
La derecha confesional militante, intelectuales del bloque conservador
Las décadas de los ‘60 y ‘70 trajeron múltiples transformaciones materiales y culturales que causaron preocupación en los sectores conservadores. Una serie de cambios en el orden social, cuyo núcleo se hallaba, desde la perspectiva de Ernest Mandel (1979), en la tendencia a la baja de la tasa de valorización del capital, impulsó a miles de mujeres de diversos sectores sociales a incorporarse al mercado de trabajo y a ingresar en las universidades transformando la composición de su matrícula. Ese proceso modificó la estructura de las familias, que tendieron a disminuir el número de hijxs y a desestabilizar el vínculo matrimonial. La independencia económica colocó a las mujeres en posición de separarse si así lo deseaban y a cuestionar la naturalización de la división sexual del trabajo. Si bien el denominado proceso de modernización cultural no implicó transformaciones radicales, tal como han señalado Cosse (2009) y Feijoo y Nari (1996), se produjo una significativa alteración en pautas culturales y sociales respecto de lo que implicaba “ser joven” y del lugar que ocupaban las mujeres en el mundo del trabajo, la política, la educación y la sociedad en general. Uno de los puntos centrales para las mujeres fue la aparición de los métodos químicos de control de la fecundidad, que incidieron sobre las posibilidades de una mayor libertad sexual.[8]
En el clima de movilización política previo al retorno del peronismo al poder, en 1973, una importante cantidad de jóvenes mujeres se incorporaron a la vida política y a las organizaciones armadas.[9] Si bien la primavera camporista fue breve, las transformaciones en el campo de la salud y la educación fueron aceleradas y las respuestas por parte del bloque conservador fueron de gran magnitud. En esa dirección, nos preguntamos quiénes integraban el bloque conservador y qué lugares ocupaban.
El bloque de intelectuales tradicionalistas de derecha surgió en la Facultad de Filosofía y Letras (en adelante, FFyL) y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (en adelante, FCPyS) de la UNCuyo, pero su vínculo institucional en Mendoza fue principalmente con la primera. Tal como ha señalado a través de diversas y rigurosas investigaciones Celina Fares (2011), FFyL estuvo desde sus inicios ligada al nacionalismo católico tomista integrista. “Desde mediados del s. XX un grupo de historiadores nacionalistas y antiperonistas (Enrique Zuleta Álvarez, Jorge Comadrán, Edberto Acevedo y Pedro Santos Martínez, entre otros) fueron becados para realizar sus estudios de posgrado en la Universidad de Sevilla y La Rábida” (p. 93). Señala Fares (2011) que allí se encontraron con el proyecto cultural franquista como una alternativa a un mundo bipolar.
El mito de la hispanidad calaría hondo entre los sectores conservadores y tradicionalistas ligados al catolicismo, que veían en la pervivencia del franquismo un ejemplo de orden político, cuya autoridad y jerarquía garantizaba la defensa de la religión y la tradición frente a los embates del modernismo (p. 93).
Formó parte del bloque el historiador Enrique Díaz Araujo, colaborador en revistas como Cabildo, posteriormente cercano a grupos vinculados al Coronel Mohamed Alí Seineldín y uno de los portavoces de un explícito llamado a la represión en la universidad durante los ‘70, y de un encendido negacionismo respecto de los crímenes de la dictadura (Díaz Araujo, 2012; Fares, 2011).[10] A ellos se suman “los filósofos católicos integristas como Rubén Calderón Bouchet, su adjunto Denis Félix Cardozo Biritos y Abelardo Pithod, quienes terminan de configurar una constelación de intelectuales, que tuvieron fuerte incidencia en la cultura política mendocina” (Fares, 2011, p.227). Calderón, al igual que Díaz Araujo, en la coyuntura de la última dictadura militar, frente a “la exaltación de la bajeza” y “las presuntas abyecciones morales y pedagógicas de la juventud, la frivolidad sexual y la droga” llamaba a “educar la agresión en la serena disciplina de las armas” (Olalla, en prensa, p. 14). Cardozo Biritos fue uno de los cuadros de la derecha más involucrados en ciertas disputas públicas. Abelardo Pithod, por su parte, fue referente del Opus Dei, presidente de la Junta Diocesana de la Acción Católica, seguidor y amigo de Carlos Alberto Sacheri.
En esa corporación de intelectuales cuyanos tuvo gran trascendencia la llegada de dos maurrasianos franceses en la segunda mitad de la década de 1940. Nos referimos a Albert Falcionelli, quien “durante los años treinta y, durante la ocupación, habría sido funcionario del Gobierno de Vichy en Madrid”, y a Jacques-Marie de Mahieu, “también vinculado a la organización maurrasiana durante los años treinta” (Cuchetti, 2019, p. 5). Falcionelli tuvo gran influencia en FFyL, uno de sus principales discípulos fue el lefebvrista Calderón Bouchet, quien, además, fue formado por Guido Soaje Ramos y tuvo una estrecha relación con el cura Meinvielle, el dominico Alberto García Vieyra, el voluntario en Malvinas Renaudier de Paulis y el lefebvrista Raúl Sánchez Abelenda (Fares, 2013).[11] En el caso de los referentes de la UNCuyo encontramos integristas, maurrasianos, nacionalistas, carlistas/monárquicos, franquistas, hispanistas. Unos ligados al Opus Dei y otros al lefebvrismo.
Si bien tanto Fares como Cuchetti se han ocupado de trazar las trayectorias intelectuales de gran parte de estos referentes, poco se ha explorado sobre sus militancias por fuera del claustro académico y sus preocupaciones políticas en relación con las transformaciones en la familia, el rol de las mujeres y los/as jóvenes.
No obstante sus ideales de reclusión de las mujeres en el hogar y dedicación exclusiva a la maternidad, vale la pena señalar que parte de ese bloque fueron destacadas intelectuales que evidentemente no encajaban en el rol de mujeres domésticas. Con un papel complejo en cuanto formaban parte del mundo intelectual y participaban del debate público, contribuyeron con sus producciones a la elaboración de argumentaciones referidas al lugar que las mujeres debían ocupar, mientras otras, como las esposas de Cardozo Biritos y Francisco Ruiz Sánchez daban un ejemplo práctico del modelo familiar cristiano.
La Santa Alianza: el tradicionalismo católico, la Iglesia católica y los servicios de información del Ejército
Como parte del bloque conservador estos intelectuales parecen haber tenido vínculos con sectores de la Iglesia católica y con los servicios de información del Ejército. A partir del testimonio de un exintegrante de Guardia Restauradora Nacionalista (en adelante, GNR), que hacia los ‘70 viró a la izquierda peronista, sabemos del estrecho vínculo entre GRN y algunos integrantes del bloque conservador, además de la orden de los dominicos: “Había dentro de Guardia, como en los anarquistas, esa división entre los que ponían bombas y los intelectuales. Calderón Bouchet, Falcionelli, Rodolfo Mendoza nos daban charlas”.[12] La entrevistada E. también menciona la relación entre GRN, estos intelectuales y los servicios: “Íbamos de visita casi diaria a Martínez de Rosas y Emilio Civit que era el Servicio de Informaciones del Ejército”.[13] Asimismo, el testigo comenta que GRN se reunía en la iglesia de Santo Domingo: “Que no es de extrañarse porque son lo más facho que hay, los Domini canes, los perros de dios. Ellos arrancaron hace muchos años siendo inquisidores y siguen, no han cambiado mucho. Incluso las ceremonias de juramentación las hacían ahí, en el camarín de la virgen”.[14] También Roque Aragón, quien tuvo relación con Guardia y fue secretario técnico del rector Otto Burgos, ha señalado los nexos de Calderón con GRN.[15]
Respecto de su involucramiento con la violencia paraestatal de los ‘70, la entrevistada E. explica que el Comando Moralizador Pío XII, organización paraestatal instrumento de la revancha patriarcal, estaba formado por “gente de los dominicos y policías, jóvenes de la ultraderecha e integrantes de los servicios de inteligencia del ejército”.[16] También menciona que para los ‘70 “el perro Rodríguez era el nexo con los servicios de informaciones del Ejército, con la cúpula de la Policía y con estos académicos”.[17] En la misma dirección, la dirigente sindical Josefina Orozco refiere la relación de algunos de estos intelectuales —que impulsaron en 1973 la Federación de Padres— con los servicios de información del Ejército. En cuanto a la Iglesia católica, Rolando Concatti, ex cura tercermundista, comenta que “los grupos de derecha pertenecían a los dominicos” pero tenían autonomía, “veían al monseñor como un tibio, después se hicieron lefebvristas y se alejaron de la Iglesia romana” (Concatti, 2012).[18]
La entrevistada E. y Concatti coinciden en señalar que Aníbal Fosbery, sacerdote dominico, presidente y fundador de FASTA (que tuvo una cercana relación con altos jefes de la última dictadura militar[19]), instruía, junto al profesor Alberto Falcionelli y a Rubén Calderón Bouchet, a los jóvenes de GRN, además de tener como discípulos a varios académicos “Esta gente con apoyo de Filosofía y Letras eran una derecha pensante, fuerte, muy poderosa. Los tenían organizados como una militancia al servicio de la causa de Cristo, de la Iglesia tradicional”, relata Concatti, quien enfatiza la figura de Falcionelli: “Acá tuvo mucha importancia Falcionelli... había sido colaborador en Francia del gobierno de Vichy… estaba en la lista de los condenados por colaboradores de Vichy, del nazismo. En torno a él se concentraron Calderón Bouchet y otros” (Concatti, 2012).
En cuanto al vínculo de estos intelectuales con las organizaciones paraestatales de los ‘70, la entrevistada E. afirma que fue similar al de Guardia de los ‘60: “eran los mismos, primero fueron Asociación Latinoamericana Anticomunista ALA, después GRN hasta mediados de los ‘60, y luego CAM y Pío XII”. Y agrega: “antes fueron Liga Patriótica, Legión Cívica y otras más. Son cuatro cinco locos pero siguen hinchando, cada tanto el árbol seco da un retoño y sigue floreciendo”.[20]
Las enemigas internas. En defensa de las bases sexuadas del orden social
Las razones por las cuales la cuestión de la familia y la definición tradicional de feminidad tienen un papel tan importante para estos intelectuales se halla en su concepción de la sociedad y del poder político.
A diferencia de los contractualistas, que parten de la ficción del pacto de constitución de la sociedad como producto del consenso entre individuos abstractos, que acuerdan sobre la base de la igualdad natural entre los contratantes a fin de regular el acceso al poder y a la propiedad (Rousseau, Locke), los intelectuales tradicionalistas católicos adhieren a la idea de la familia como base de la organización de la sociedad. La apelación a debates ya clásicos en la filosofía política puede iluminar aspectos fundamentales de esta concepción, que tiene una larga genealogía. Uno de los debates que puede contribuir a comprender el lugar asignado a las mujeres y a la familia en las tradiciones conservadoras es una discusión, que tuvo lugar en el siglo XVII, y que la filósofa feminista Carole Pateman ha traído al presente: la polémica Filmer-Locke.
La tesis central de Filmer, acérrimo defensor de la monarquía absoluta, es que el poder político deriva del poder paternal: dios le otorgó a Adán poder familiar y real en el mismo acto (Filmer, 2010). En cuanto herederos de Adán y derechohabientes por voluntad divina, los reyes no dependen de acuerdo alguno para el ejercicio de la autoridad política. De forma semejante el padre tiene en el ámbito familiar una autoridad otorgada por gracia de dios. Esa es la base de su poder sobre su mujer e hijos y al mismo tiempo es la clave de la desigualdad natural entre los sexos: las mujeres deben obediencia a los varones de su familia. A diferencia de los liberales que escinden el contrato político del contrato sexual, para los conservadores existe una profunda continuidad entre ambos aspectos de la vida social y política (Pateman, 1995).[21] El interés que este grupo tiene en las ideas de Filmer obedece a que fue este quien argumentó firmemente sobre el carácter divino de la autoridad familiar y monárquica. Una muestra de ese interés es una tesis llevada a cabo en 2005 en la Facultad de Filosofía y Letras (UNCu) por Aída Frisson, “Las bases religiosas en el pensamiento político de Robert Filmer y John Locke. Controversia ideológica”. El trabajo fue dirigido por Lépori de Pithod. En el escrito mencionado Frisson sostiene: “Se trata de aportar una visión de los planteos religiosos que incidieron en la política y la sociedad del siglo XVII inglés, cuyas consecuencias perviven secularizadas en el pensamiento actual” (Frisson, 2005, p. 4).
El análisis de los fundamentos religiosos del pensamiento de Locke y el estudio de la relación entre éste y Filmer no es interés exclusivo de Frisson. De hecho ella misma traza el hilo que conduce a Rafael Gambra, un conocido filósofo tradicionalista español, autor del estudio introductorio a la traducción de Estudios Clásicos realizada por su esposa, Carmela Gutiérrez de Gambra. Frisson utiliza precisamente esa traducción (Gambra, 1966). Esta conexión resulta altamente reveladora. Gambra señala en su estudio las razones por las cuales el contractualismo constituye una amenaza para la preservación del orden moral. Dice: “la anarquía o, lo que es igual, la ausencia de poder moral en la sociedad, es consecuencia de la teoría individualista igualitaria y del contractualismo (Gambra, 1966, p. 23).
En función de esta concepción resultaba fundamental para el bloque conservador resguardar la familia nuclear y reafirmar su concepto de feminidad ante transformaciones que avizoraban no sólo como amenazantes, sino como subversivas.
En esa dirección, preservar el rol de las mujeres como guardianas del hogar era relevante, ya que, según sus concepciones filosóficas y teológicas, sólo ellas, asumiendo lo esencial de la feminidad, podrían cumplir esa función. Tal como anunció García Vieyra —y veremos a continuación— frente al avance del comunismo “el mayor el triunfo de la Mujer” será pisar “la cabeza de la serpiente”.[22]
Teniendo en cuenta las vinculaciones de muchos de estos referentes con la última dictadura militar, nos interesa analizar algunos de los desarrollos teóricos que apuntaron en esa dirección pues constituyen elementos decisivos en la construcción del enemigo execrable.[23] Para eso nos detendremos en ciertas reflexiones y elaboraciones conceptuales realizadas por los intelectuales del bloque, entre las que destacan intervenciones de intelectuales mendocinos, en la revista Mikael durante la década del ‘70, en las que se justifica, desde argumentos históricos, filosóficos y sobre todo teológicos, el carácter “natural” de las desigualdades de género y la importancia del rol de las mujeres en la preservación de la familia nuclear heterosexual.[24]
La revista Mikael fue creada en 1973 por monseñor Adolfo S. Tortolo, rector del Seminario de Paraná (Entre Ríos). Tal como ha señalado Rodríguez, en 1975 comenzó a ser subsidiada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), al tiempo que Tortolo era nombrado Vicario General Castrense (Rodríguez, 2012). A lo largo de una década, participaron renombrados religiosos y académicos militantes de la causa católica. Gran parte de los académicos de la derecha cuyana escribieron en sus páginas: Abelardo Pithod y su esposa Estela Lépori de Pithod (una de las pocas mujeres que participa), Enrique Díaz Araujo, Dennis Cardozo Biritos, Rubén Calderón Bouchet, Carlos Massini, Toribio Lucero, Héctor Padrón. También referentes internacionales y nacionales como Carlos Sacheri y el fundador de Tacuara Alberto Ignacio Ezcurra, entre otros. Entre los numerosos religiosos que participan de Mikael destacamos al imputado por abuso sexual Carlos Miguel Buela, fundador de la orden religiosa nacida en San Rafael “Verbo Encarnado”, conocida por los castigos corporales y las prácticas medievales de autoflagelación.[25] También Juan R. Laise, pieza fundamental del terrorismo de Estado en San Luis,[26] Alberto García Vieyra, referente del catolicismo cordobés preconciliar, Julio Meinvielle, vinculado a Tacuara, entre muchos otros. A lo largo de diez años (1973-1983) encontramos diversos artículos que abordan una serie de temas religiosos, pero también filosóficos e históricos, siendo numerosos aquellos que tratan el “tópico mujer”.
Entre los/as mendocinos/as que escribieron en Mikael hallamos un artículo de Lépori de Pithod, historiadora de FFyL, sobre Catalina de Siena. Esta académica recurre a la santa para resaltar ciertas cualidades supuestamente naturales de las mujeres y al mismo tiempo poner en valor lo extraordinario de esa mujer devenida en santa, que al transformarse en una figura pública contradijo (justificadamente) “la esencia femenina”. Lépori de Pithod describe a Catalina como “profundamente femenina en su vocación a la maternidad, en su amor por los niños, que llegó a constituir una tentación para mantener cuando adolescente su voto de celibato”. Pero su vocación estaba en orden a una fecundidad superior, cuya fuerza volcó sobre sus seguidores, para quienes se convirtió indiscutiblemente en la Mamma.[27] Presentado de este modo, la no realización del mandato materno estaba justificado por uno superior que implicaba maternar a sus fieles; y, pese a no haber cumplido con dicho mandato en el orden terrenal, no había perdido rasgos femeninos “fundamentales”: “la gran afición a las flores; y un rasgo de delicada ternura en los apelativos cariñosos con que designaba a sus discípulos, y aun a los santos: a San Pablo lo llama Paoluccio; a San Pedro, il vecchiarello Pietro, y al Papa en sus cartas le dice Babbo mío”.[28]
La excepcionalidad de Catalina, proveniente de su condición de santa, la llevó a adquirir un coraje que contradecía su esencia femenina. Señala Lépori que al producirse el Cisma, el Papa Urbano VI la llamó a Roma y públicamente exclamó: "Esta humilde mujercita nos avergüenza a todos. Nosotros tememos y nos alarmamos, en cambio ella, que por naturaleza pertenece al sexo débil, no experimenta temor alguno y nos alienta".[29] Son numerosos los artículos que recurren a la vida de santas y sobre todo a María para reafirmar ciertas cualidades supuestamente naturales en las mujeres. En la misma dirección encontramos recurrentes artículos sobre Santa Teresa de Jesús, la misión formadora de María, su papel histórico y su realeza, entre otros.
La espiritualización de la maternidad no es un elemento aislado, forma parte de una concepción de los/las seres humanos/as que degrada el cuerpo para exaltar la superioridad del espíritu: por encima de la maternidad en carne y hueso está la maternidad espiritual, esa que hace que alguien pueda ser una verdadera madre incluso si no ha parido, y que un dato no menor de la maternidad de María sea el haber gestado y parido sin atravesar la experiencia de la carnalidad, del sexo.
La concepción católica de la maternidad y la feminidad se puede rastrear en varios textos. El propio Pithod sistematizará unos años más tarde, en el contexto del combate contra los feminismos, una pedagogía de la mujer en la cual subraya que la esencia de la mujer, su vocación maternal, no nace del cuerpo, sino del espíritu y “afecta y compromete la totalidad de la mujer como ser humano” (Pithod, 1997).
En 1979 el cardenal Joseph Slipiy escribe en Mikael un artículo que se titula “La dignidad de la mujer”. Allí el religioso denuncia cómo “el comunismo le arrebata a la mujer la posibilidad misma de la vida familiar, que es lo que la mujer más quiere en esta vida terrenal, sustituyendo a la familia con instituciones de un Estado que nutre, educa, construye a los niños desde su más tierna edad”.[30] La idea de que la mujer (siempre en singular) se dignificaba al ser madre, al convertirse en “colaboradora de Dios en la misión de prolongar la existencia de la humanidad” estará presente en toda la revista y en distintas intervenciones. El hecho de que las mujeres realicen trabajos que antes eran reservados a los varones, lejos de liberarlas les produjo “una nueva esclavitud, la moderna, una nueva humillación y, lo que es más importante, le arrebataron su dignidad de madre y de educadora de sus hijos, al resolverse el Estado a educar a éstos según sus propias ideas (el ateísmo)”.[31] Entiende que “las emancipaciones”, que las desvían del destino que les es propio, la obediencia al mandato de castidad y/o maternidad, la transformaron en “un juguete para el placer de la corrupta y pervertida sociedad”.[32] No obstante, el religioso, resignado ante algunos cambios, apuesta a que la mujer pueda “al menos organizar su trabajo de tal modo que no se vuelva incompatible con sus ocupaciones domésticas y la educación de sus hijos (…) la familia le exige su presencia de mujer y madre. Cristo mismo la llama a servir en su iglesia.[33] Por último, se remonta a los estereotipos fundadores, Eva y María, para demostrar que las dos decisiones más importantes de la historia de la humanidad fueron de mujeres: Eva desobedeciendo y condenando a la humanidad a la mortalidad y María obedeciendo el mandato de ser madre.[34] Claramente de ello se desprenden las gravísimas consecuencias que podían tener la desobediencia femenina y el valor incalculable que había implicado para la humanidad tanto que María aceptara la obediencia sin resquicios al mandato divino, como que Eva, desobedeciendo, provocase la caída en el pecado y la muerte de la entera humanidad. De allí que, en un contexto de crisis de las bases patriarcales de la sociedad, conservar la sujeción de las mujeres al destino establecido por los mandatos de la fe, resultase crucial.
La noción de feminidad se construye, para lxs católicxs conservadorxs, en torno de esa bipolaridad: santas y putas, hijas de dios y de satanás, mujeres benditas que garantizan la felicidad y bienestar del género humano, y personeras del mal que sólo pueden causar, deshumanizadas, la caída de la humanidad.
En el número 23 de Mikael, publicado en 1980, Alberto García Vieyra O.P. se ocupa de María, quien, en sus palabras es “la única que puede vencer los males de esta época: la ciencia del mal ha penetrado profundamente en las mentes y en las instituciones del mundo actual”.[35] Según el fraile dominico, “el mayor el triunfo de la Mujer” será pisar “la cabeza de la serpiente”.[36] A lo que agregaba: “el orden normal o natural de las causas segundas (hombres, instituciones), que han echado raíces en el mal, sólo podrá ser quebrado por un milagro de Dios. Creemos que ese milagro está reservado a la misión histórica de María”.[37] Este último punto resulta revelador al enfatizar la importancia del rol de las mujeres en la recomposición del orden “natural” de género resquebrajado en la segunda mitad del siglo XX. De allí la importancia de defender, en todos los frentes, su lugar como madres y esposas.
Por último, en la revista Cabildo, en 1973, se publica un reportaje ficticio realizado por Abelardo Pithod a Calderón Bouchet con motivo de la publicación de su libro Sobre las causas del orden político, en el que el filósofo reflexiona sobre el significado político del “unisex”. Al comienzo del trabajo, Calderón advierte los peligros de “nivelar los sexos destruyendo sus diferencias secundarias” y denuncia que ello es producto “de una época que corona sus aspiraciones en la relación de ese repelente andrógeno (sic), cuyo sexo indiscernible desaparece en situaciones ambiguas”.[38] Una vez más, se presenta como antídoto frente a esas “aberraciones” la unión en “sagrado matrimonio”. Señala Calderón que “lo femenino y lo masculino se integran efectivamente en el matrimonio, creando de este modo un ambiente familiar que permite la eclosión de una humanidad rica en matices diferenciales”.[39]
Uno de los peligros del “unisex”, presente siempre entre las preocupaciones del bloque, radica en que puede propiciar “las formas aberrantes del homosexualismo”. En este punto, Pithod le pregunta a Calderón en qué se fundaría “la natural y cristiana polaridad hombre-mujer, en contra de toda esa cháchara uniformadora del unisex que padecemos”, a lo que el filósofo responde:
toda la vida medieval lleva el sello de una polaridad sexual que era enorme y al mismo tiempo delicada, recogiendo con ambas palabras los matices que el ímpetu viril y la sublime dulzura de la mujer habían impuesto a todas las manifestaciones de la espiritualidad medieval.[40]
Así se denuncia una vez más la decadencia de la Modernidad y “el mundo miserable que han fabricado los mercaderes”, caracterizado por “un predominio de lo estrictamente masculino y una de sus más ruines preferencias lógicas: la lógica de lo económico”. En este análisis, el autor reúne varias de las preocupaciones de su corporación, al vincular a la Modernidad con el avance de cierta lógica materialista masculina y la consecuente pérdida de importancia del rol tradicional de las mujeres, quienes inevitablemente tendían a lo “natural y lo orgánico”. Sostenía Calderón:
así como el espíritu masculino tiene una fuerte propensión a llevar una actitud hasta sus últimas consecuencias con un desprecio total por las condiciones orgánicas de la vida (…) la mujer en cambio está más instintivamente ligada a la naturaleza.[41]
A su vez denuncia cómo las transformaciones ocurridas en las relaciones intergenéricas han perjudicado a las mujeres que, además de atender las labores domésticas, deben salir a trabajar.
En una sociedad transida por las exigencias de la lógica masculina, la primera sacrificada es la mujer. No importa que las apariencias engañosas de nuestra sociedad de consumo presenten como “libertades” el desarraigo y la ruptura con las condiciones existenciales del sexo.[42]
Para Pithod, lejos de tratarse de un asunto trivial, “aparentemente intrascendente y estúpido”, el unisex revela un punto clave en la ruptura del orden natural que exige la diferencia entre varones y mujeres, con funciones distintas al servicio de dios. Si la diferencia sexual es natural es también binaria: la homologación, la igualdad, el unisex transgreden el orden establecido por dios que proscribe la transformación de la esencia humana. De allí que esos cambios aparentemente nimios sean un signo de “la revolución anticristiana, por lo tanto inhumana, cuya agresividad toca ya los fundamentos biológicos de la vida social”.[43]
El trazado de una frontera entre lo humano y lo inhumano, asimilado lo humano al cristianismo según ellxs lo entendían, operó como un justificativo de prácticas genocidas. El punto de partida de una práctica genocida, como ha señalado Nilda Redondo, es la construcción de la inhumanidad del adversario. Fuera de las fronteras del mundo humano, los enemigos pueden ser tratados en la medida de su propia desmesura.
De la esencia de lo femenino y sus “perversiones luciferinas”
Pero de qué están hartas estas chicas? Yo diría que de las emociones placenteras derivadas de la sensualidad. Esas chicas no son, como diríamos antes ´inocentes´. Conocen las emociones de eros (Pithod, 1997, p.124)
En 1997, Pithod publica la Nueva pedagogía de la mujer, un escrito en el cual retoma asuntos sobre los cuales ha trabajado previamente. El clima del país ha cambiado. Tras la derrota de Malvinas y la restauración democrática, estos intelectuales conservadores han debido enfrentar nuevos desafíos, desde el Juicio a las Juntas hasta la instalación de un régimen democrático que promovió una profusa legislación de ampliación de derechos individuales para las mujeres. Divorcio, patria potestad compartida, debates a propósito de los derechos sexuales y reproductivos y el nuevo tema para su agenda: la defensa de la vida desde la concepción, discutida en la Asamblea Constituyente de 1994 (Ciriza, 1997).[44]
El interés del texto reside en su carácter sistemático: ideas dispersas en publicaciones periódicas e intervenciones de ocasión se transforman en un escrito orgánico en el cual el autor despliega su concepción de las mujeres, una concepción que permite ubicar con claridad a las adversarias: así como las jóvenes católicas devenidas guerrilleras lo eran en los ‘60 y ‘70, las feministas se perfilan como el nuevo enemigo a combatir.
El autor parte del hecho de que en los ‘60 comenzó “una revolución sexual acelerada por el descubrimiento y la expansión del uso de la píldora anticonceptiva”, lo que provocó “un cambio de valores, de costumbres y de sensibilidad” (Pithod, 1997, p. 122). Dentro de las “indeseadas” consecuencias de dicha revolución, hay por los menos dos que lo preocupan particularmente: la “liberación” de las mujeres, que incluye la flexibilización de la moral sexual y su ingreso a los grupos de izquierda (sobre todo a organizaciones armadas); y la naturalización de las relaciones entre personas del mismo sexo.
Respecto de lo primero sostiene: “en los ‘70 nos preguntábamos cómo chicas apenas egresadas de los colegios de monjas se transformaban ya en el primer año de universidad en despiadadas guerrilleras” (Pithod, 1997, p. 55). La respuesta la encuentra en el feminismo de la segunda ola que habría llevado a las jóvenes a “asesinar por la espalda a un policía, o ponerle una bomba bajo la cama al papá de una amiga por ser militar. La Beauvoir es un ejemplo de las perversiones de las que es tan rica nuestra época” (Pithod, 1997, p. 55). Al referirse a la autora francesa, se pregunta: “¿Cómo a partir de una niña muy religiosa de clase media provinciana se desarrolla una verdadera patología perversa antimoral y antirreligiosa?” (Pithod, 1997, p. 55). En estas líneas, el referente del Opus Dei reafirma la dimensión sexo genérica del “enemigo interno” al hacer hincapié en el enorme peligro que implicó la militancia de las mujeres en organizaciones de izquierda y, más aún, en organizaciones político-militares. Sobre la amenaza que implicó la figura de la guerrillera, Marta Vasallo ha señalado que esto se vinculaba a que eran “mujer [es] que se salía[n] de su rol hasta el punto no sólo de aspirar a alguna forma de poder público sino de elegir además la vía de las armas, terreno exclusivo de la agresividad y heroísmo varonil” (Vasallo, 2009, p. 29).
Feministas y guerrilleras comparten lo que el autor considera como una renuncia al “insondable femenino”. La naturaleza de ciertas mujeres, las herederas de la maldición de Eva, reside, en términos bíblicos, en una honda contradicción entre su capacidad de seducir, acorde a su naturaleza femenina, y el dictum divino de subordinación al varón.
Esta es, para el filósofo mendocino, la clave del problema. Siempre con argumentos teológicos, entiende que la subordinación de las mujeres a lo largo de la historia está explicada en el Génesis en la siguiente frase: “buscarás con ardor a tu marido, que te dominará” (Pithod, 1997, p. 48). En una curiosa operación, Pithod sostiene que a partir de que Eva prueba el fruto adquiere algo que incorporará a su feminidad para siempre. El poder de la seducción” (Pithod, 1997, p. 48). Así dominará a Adán y lo hará probar la manzana. “Buscará seducirlo y dominarlo, y en eso mismo encontrará su castigo, pues será luego indefectiblemente dominada” (Pithod, 1997, p. 29). De ahí en más “buscará con ardor a su marido que la dominará”. En nuestros días, señala Pithod, su pasión siempre insatisfecha “la conducirá a la rebeldía”, “la rebeldía de ser mujer, esclava de su propio poder de seducción, porque el hombre termina dominándola” (Pithod, 1997, p. 48). Allí comenzaría “la guerra de los sexos” (Pithod, 1997, p. 47).
La “rebelión feminista” encuentra su origen, según el autor, en “la inaceptación del rol femenino ancestral”, la seducción como clave de la condición femenina, como elemento indiscutible de su influencia poderosa y al mismo tiempo como núcleo de su fragilidad. De esta contradicción nace el conflicto y la rebelión de la Mujer.
Las fuentes del insondable femenino se hallan en la desmesura, desmesura en el apetito por saber, desmesura en la entrega y afectividad, desmesura en el privilegio de dar vida. Esa desmesura sólo puede dar los frutos esperados cuando se sujeta al orden natural, que es también el impuesto por el creador, y ocurre cuando la mujer acepta su sino de maternidad espiritual y donación. Cuando esto no sucede sólo la catástrofe puede advenir:
Es la desmesura del alma de la mujer. El insondable femenino. Aquello justamente a lo que la concepción actual de la mujer ha renunciado. Y la consecuencia ha sido el odio a sí misma. Es lógico, porque una renuncia a lo supremamente divino —que es lo inconmensurable— que hay en la mujer, engendra odios luciferinos hacia ella misma. Por eso una mujer mala, una anti mujer es un espectáculo sobrecogedor y terrible… lo peor que hay en la mujer, aquello que llevó a Eva a hacer lo que hizo; a Herodías…a pedir la cabeza del Bautista… a pedirla ahí mismo en el banquete, convertido en orgía sangrienta por el odio de una mujer. Las guerrilleras argentinas apenas salidas de la adolescencia, infundían más miedo que los hombres, y no era porque sí (Pithod, 1997, p. 41).
Respecto de la segunda preocupación señalada, Pithod menciona que “la gran crisis de lo femenino en los años ‘60”, lejos de aquietarse va camino a “una crisis de la identidad masculina” (Pithod, 1997, p. 63). Para el autor esto se refleja en el “aumento de la homosexualidad y en la profunda crisis de la vida familiar, fundada en la división de los roles” (Pithod, 1997, p. 152). Sobre el crecimiento de la homosexualidad advierte que esto ocurre debido a que cada vez son menos “los que creen vitalmente en su intrínseca perversidad” (Pithod, 1997, p. 127). Pues no sólo se trata de ser homosexual, sino peor aún, homosexualista. Este último término designa a las personas que, más allá de su orientación sexual, aceptan la homosexualidad sin condenarla (Pithod, 1997, p. 127).
A tono con la tradición católica, el Pithod de los ‘90, que ve como irreversibles algunas transformaciones, brega por una política de cambios mínimos para que nada, en esencia, por decirlo con sus términos, cambie. De allí la profunda continuidad entre sus convicciones de los ‘70 y su prédica en los ‘90. Aun cuando, una vez transitadas las experiencias del Onganiato y del llamado Proceso de Reorganización Nacional y sus finales abruptos, haya un cierto tono desencantado: “quienes se ilusionaron con una Argentina católica se equivocaron (…) el fenómeno social más importante que está sucediendo a nuestro alrededor es el derrumbe de la cultura cristiana” (Pithod, 1997, p. 55).
En su defensa es preciso combatir a fondo la crisis sexual, de la cual las mujeres que se desvían de su destino espiritual son las fundamentales responsables. Es la crisis sexual, provocada por la rebelión de las mujeres, la causa de la decadencia moral.
Del exceso femenino transformado en “odio luciferino” nacen la perversión sexual y la concupiscencia de esas adolescentes que “nada tienen de inocentes” y que, en los años ‘70, se transformaron en peligrosas guerrilleras.
El bloque conservador, del cual estos intelectuales forman parte, construyó tempranamente un vínculo entre perversión moral e ideología política asociando a putas, desviados sexuales, y guerrilleros, en especial las guerrilleras. Como lacra de la sociedad putas, guerrilleras, homosexuales debían ser combatidos con toda la virulencia que estuviese a su alcance.
Estas ideas sobre las mujeres condensan en un instructivo llamado Indicio para la detección de un agente subversivo y en las prácticas llevadas a cabo en el proceso de acumulación primitiva de genocidio perpetradas por el Comando Anticomunista Mendoza y el Comando Moralizador Pío XII, cuyas víctimas eran mujeres en situación de prostitución y militantes populares. Se señala en el citado documento, en el apartado correspondiente a las mujeres:
Opina y discute con los varones y tiende a subordinarlos.
Ataca violentamente todo acto de conducta de machismo surgido en los hombres del grupo
Muy erótico, no tienen pudor, muy mal habladas. Total pérdida de la femineidad
Hablan siempre de “La pareja” nunca del “Matrimonio”
El concubinato es la unión típica en el ámbito subversivo…
Tendencia al matriarcado.[45]
La fuerza de la asociación entre la pérdida de la femineidad entendida en términos tradicionales, crisis moral e ideología “subversiva” no sólo contó con usinas de producción intelectual, sino que permeó las prácticas del aparato represivo del Estado y su accionar legal e ilegal. La represión cobró un carácter sexuado a través de la violación como práctica sistemática y la desmaternalización de las mujeres consideradas subversivas, que incluso si habían podido ser madres biológicas no lo eran en el espíritu y en la asunción mariana de la Maternidad (D’Antonio y Rodríguez Agüero, 2019).
Las tramas existentes entre distintos grupos, algunos dedicados a la producción intelectual y otros volcados a la acción directa, quedan registrados en los cursos de adoctrinamiento a GRN por parte de algunos de ellos y el uso del latín en los comunicados del Comando Pío XII que contienen referencias eruditas al dominico florentino Girolamo Savonarola, el nombre del perro entrenado para desnudar a “las mujeres públicas” y en los vínculos entre estos intelectuales y los servicios de inteligencia del Ejército.[46]
Las afinidades se cruzan en un tejido que rechaza la corrupción en las costumbres y procura restaurar la pureza, tal como lo hiciera Pío XII, según consta en un comunicado del Comando del año 75.[47] La revolución espiritual que ha pervertido el sexo se halla en el centro del proceso de transformación de las niñas católicas en peligrosas guerrilleras, en la asociación entre las putas y las militantes, cuyo ingreso a la lucha armada constituye la culminación de un proceso de descomposición moral que es preciso combatir por todos los medios disponibles.
En 1976, ante el operativo montado contra Francisco Urondo en Mendoza, en el que fueron secuestradas su compañera, Alicia Raboy y su pequeña hija, el diario Los Andes, que reproduce el comunicado del Comandante del Tercer Cuerpo del Ejército, Luciano B. Menéndez, titulaba: “Abatieron en Mendoza a un delincuente subversivo. Usó como escudo a un niño”. El delincuente era el poeta Francisco “Paco” Urondo quien iba en el auto con su mujer, su nena Ángela y una compañera. La crónica puso especial acento en la inmoralidad de los “subversivos”:
Este proceder, de utilizar niños como escudo para llevar a cabo sus asesinatos, exponiéndolos a ser heridos o muertos durante la acción y abandonándolos a su suerte ante el menor fracaso, habla claramente de la poca moral y desviados sentimientos que animan a estos delincuentes subversivos.[48]
Alicia Raboy, como tantas otras, venía a encarnar el espíritu luciferino de las subversivas y fue acusada a través del periódico de haber usado de “escudo humano” a su hijita que la acompañaba en el auto y de haberla abandonado (Rodríguez Agüero, 2014). En realidad la niña le había sido arrebatada y ella fue secuestrada y desaparecida.
Ranaletti y Pontoriero (2010) han resaltado el rol de adoctrinamiento de los perpetradores llevado a cabo por sectores del nacionalismo de derecha en estos años y su “aporte” en la construcción de un Estado “contra-subversivo”. Según estos autores, dicho adoctrinamiento contribuyó a que la frontera entre la “civilización y la barbarie” pudiera “ser cruzada como si se tratara de un acto de servicio, o de la salvaguarda de la “civilización occidental y cristiana” (Ranaletti y Pontoriero, 2010).
Si las enemigas internas estaban en el centro de la batalla era porque, según Pithod, portavoz del bloque conservador “en el núcleo del ataque a la cultura cristiana se halla la revolución sexual” (Pithod, 1997). Y agrega: “esto es tan evidente que huelgan las descripciones. Pero no debemos equivocarnos, no es la revolución sexual la que está pudriendo el espíritu. Es la revolución espiritual la que ha pervertido al sexo” (Pithod, 1997, p. 127). Esa revolución, para el autor, ha trastornado el orden natural entre los sexos poniendo en cuestión la autoridad asignada al varón por voluntad del mismo dios y destruyendo la diferencia entre los sexos, naturalizando seres híbridos de sexualidad y aspecto desviado. No se trata de un acontecimiento inscripto simplemente en el orden de la vida diaria, de un episodio menor, sino de un acontecimiento de significaciones apocalípticas pues corroe las bases mismas de la civilización y la cristiandad. Sus personeros son precisamente subversivos/subversivas, es decir, agentes orientadxs a la destrucción o alteración de los criterios morales y la forma de vida de un pueblo para imponer “una escala de valores diferentes” (Ministerio de Educación de la Nación, 1977, p. 9)
Reflexiones finales
Los intelectuales católicos que integraron el bloque conservador, reaccionaron ante las transformaciones en las relaciones intergenéricas a través de respuestas que no sólo incluyeron la escritura de textos doctrinarios. Efectivamente tomaron la calle en defensa de sus ideas, y del derecho a educar a sus hijos según sus convicciones, pero además escribieron en revistas como Mikael, financiadas por entes públicos y Cabildo, un revista reconocida y de importante circulación. También ocuparon durante las dictaduras lugares de poder en áreas que consideraban estratégicas, como la de la educación.
Su accionar entonces no era sólo un asunto de discursos y prácticas dirigidas a interpelar a los propios y preservar su concepción del mundo en un ámbito reducido, sino una verdadera cruzada que buscaba imponer sus convicciones al conjunto de la sociedad.
A diferencia de los liberales que plantean una escisión entre el espacio familiar y el político, para estos conservadores la familia es la base del orden social, es anterior a toda otra forma social pues no sólo es la fuente de la vida, sino un espacio que es preciso preservar en orden a la transmisión de los valores espirituales del catolicismo. En la familia las mujeres tienen un papel clave para cumplir, que es el desempeño de los roles prescriptos, signados por la subordinación a la autoridad masculina, que deriva de dios mismo y reside en el padre como cabeza del hogar.
Como la mayor parte de las tendencias conservadoras vinculadas a las religiones monoteístas han construido imágenes de las mujeres que no sólo operan con fines evangelizadores, sino que tienen un alcance social y político que, en el caso argentino, ha tenido relevancia para comprender el tratamiento proporcionado a mujeres que optaron por la militancia política en los años ‘70, muchas de las cuales engrosan hoy la lista de detenidas/desaparecidas.
La derecha católica no sólo adhiere a la visión de las mujeres procedente del doble mito de María y Eva como una cuestión puramente teológica, o como referencia a casi arquetipos femeninos, sino que ha ido construyendo diversas argumentaciones que persisten en el sentido común respecto de las mujeres que se desvían de sus expectativas respecto de la feminidad.
Si las mujeres que obedecen tienen el poder potencial de aplastar la cabeza de la serpiente, las que no se subordinan, las enemigas, no lo son simplemente en el plano de un debate nimio, superficial, en el terreno de la moda, sino que encarnan la desobediencia misma al orden creado por dios, de allí que en su perspectiva queden por fuera del orden humano.
Esa deshumanización es la que justificó el traspaso de los límites, y habilitó la lectura de los procedimientos ejecutados por el aparato represivo del Estado como verdaderos actos de servicio a la patria y a dios. En palabras de Silvia Ontivero, en su declaración testimonial en el IV Juicio por Delitos de Lesa Humanidad realizado en Mendoza, las mujeres recibieron un doble castigo por su condición de mujeres y militantes. Madres desnaturalizadas, putas, desmesuradas en sus apetitos, las guerrilleras merecían el destino que ellos y sus aliados construyeron para ellas: violaciones, apropiación de sus hijos e hijas pues, si habían sido madres, no merecían serlo.
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Notas