Artículos Libres
Recepción: 10 Junio 2022
Aprobación: 14 Noviembre 2022
Publicación: 05 Diciembre 2023
Resumen: Este artículo aborda la campaña electoral del Partido Nacional uruguayo en la elección nacional de noviembre de 1958. Ese año el nacionalismo alcanzó la mayoría del poder ejecutivo colegiado después de esperar esa victoria por noventa y tres años, lo que implicó un cambio de conducción en el país. Esta investigación analiza las propuestas de las diferentes agrupaciones partidarias y cómo éstas interpretaron en sus medios de prensa el ansiado triunfo. Asimismo, se estudia la figura de Luis Alberto de Herrera en sus últimos comicios como candidato, después de jugar un rol gravitatorio en el Partido Nacional por varias décadas.
Palabras clave: Luis Alberto de Herrera, Partido Nacional, Uruguay, 1958, elecciones.
Abstract: This article covers the electoral campaign of the Uruguayan National Party in the national election of November 1958. That year, after ninety-three years of waiting for this victory, Nationalism achieved a majority in the collegiate executive power, which implied a change of leadership in the country. This research analyses the proposals of the different party groups and how they interpreted the longed-for triumph in their media. It also studies the figure of Luis Alberto de Herrera in his last elections as a candidate, after playing a gravitational role in the National Party for several decades.
Keywords: Luis Alberto de Herrera, Partido Nacional, Uruguay, 1958, elections.
Introducción
En 1958, Luis Alberto de Herrera, el longevo líder blanco uruguayo, de ochenta y cinco años, desplegó su última batalla electoral, después de haber intentado alcanzar la primera magistratura en seis fallidas ocasiones: 1922, 1926, 1930, 1942, 1946 y 1950.[1] A la postre, el 30 de noviembre de 1958, después de noventa y tres años de amarga espera, el Partido Nacional alcanzó la conducción mayoritaria del poder ejecutivo por un poco más de 120.000 votos, con los que superó a su tradicional rival, el Partido Colorado. Esta llegada de los blancos al gobierno se dio con la constitución de 1952 en vigor, que había establecido un ejecutivo colegiado, el Consejo Nacional de Gobierno (en adelante, CNG), integrado por nueve miembros, seis de ellos de la fracción mayoritaria del partido vencedor y los restantes tres elegidos entre las fracciones del partido que quedara en el segundo lugar.[2] La victoria tuvo para el herrerismo un sabor amargo, ya que no logró obtener los votos necesarios para avalar el proyecto de reforma constitucional presidencialista, por medio del cual Herrera se había presentado como candidato a presidente. De tal modo, el 1° de marzo de 1959 el Partido Nacional asumió la mayoría del CNG. Herrera, que había sido miembro de la minoría nacionalista del CNG saliente (1954-1959), no ocuparía ningún cargo ejecutivo en la futura administración blanca. Un mes más tarde falleció, el 8 de abril de 1959, sin la posibilidad de disfrutar el sueño que acarició durante tantos años de militancia política.
La historiografía uruguaya destaca varios factores que pesaron en ese histórico triunfo, como la reunificación del nacionalismo, que había estado dividido desde principios de la década del treinta. En especial se considera decisiva la alianza del herrerismo con la Liga Federal de Acción Ruralista liderada por Benito Nardone, quien sumó su movimiento gremial al Partido Nacional.[3] Asimismo, la agudización de la crisis económica y el agravamiento de los conflictos sociales y de los reclamos populares contribuyeron al incremento electoral del nacionalismo.[4] También perjudicó a los colorados la fragmentación interna entre sus dos principales fracciones herederas del fundador del batllismo, José Batlle y Ordóñez: la lista 15 de su sobrino Luis Batlle Berres y la 14 de sus hijos los Batlle Pacheco. La primera, la quincista, ocupaba la mayoría del CNG, y sería la que concentraría la campaña mediática de oposición del nacionalismo.[5]
La reunificación del Partido Nacional merece un breve contexto. La figura de Herrera había sido y seguía siendo en 1958, en cierta forma, fuente de discordia en el seno del nacionalismo. Después de su tercera derrota presidencial en 1930 las disputas por la conducción partidaria se agravaron y el partido acabó segmentado por casi treinta años, lo que lo mantuvo lejos de poder acariciar el gobierno y con una brecha electoral muy amplia respecto a su adversario tradicional, el Partido Colorado. Los opositores a Herrera fundaron el Partido Nacionalista Independiente (en adelante, PNI) y condenaron durante décadas al caudillo blanco por su personalismo y demagogia. A su vez, factores internos y externos ampliaron la grieta de separación entre los nacionalistas, en especial, la colaboración del herrerismo en el golpe de Estado del presidente colorado Gabriel Terra en 1933, su política de neutralidad en el marco de la Segunda Guerra Mundial y las simpatías con regímenes percibidos como totalitarios, como el peronista, fueron sistemáticamente denunciadas por los nacionalistas antiherreristas. La división era una condena para acortar distancias con los colorados y posibilitar el arribo a la conducción mayoritaria del poder ejecutivo.
Asimismo, la legislación electoral uruguaya jugaba en su contra, ya que según la ley de lemas y de doble voto simultáneo los electores votaban primero un lema partidario y dentro del lema elegían un candidato de los distintos sublemas ofertados. Esto permitió al Partido Colorado tener fracciones ideológicas disímiles que sumaban votos en el mismo lema. En cambio, los nacionalistas estaban fragmentados en dos lemas distintos. No obstante, en las elecciones de noviembre de 1954 la situación del Partido Nacional mostró signos de cambios y esbozos de unificación. Por un lado, el año anterior había nacido en el seno del Partido Nacional (herrerista) una disidencia encabezada por el dirigente Daniel Fernández Crespo, bajo el nombre de Movimiento Popular Nacionalista (en adelante, MPN). Este se mantuvo en el lema Partido Nacional, pero se distanció de Herrera con un discurso que apuntaba a la renovación e invitaba al retorno de los excompañeros a las filas blancas. Por otro lado, una parte de la dirigencia del PNI, catalogada de acuerdista o unionista, volvió al Partido Nacional con el sublema Reconstrucción Blanca.[6] Dos años más tarde, en octubre de 1956, nació la Unión Blanca Democrática (en adelante, UBD) integrada por el MPN, Reconstrucción Blanca y el PNI, por lo que este último dejaría de votar fuera del lema partidario (Zubillaga, 1991, pp. 51-53).
En 1958 el Partido Nacional logró 449.429 (49.68%) votos y el Partido Colorado 379.062 (37.79%) sufragios.[7] El nacionalismo derrotó al oficialismo en dieciocho gobiernos departamentales, salvo en Artigas, y obtuvo mayoría en ambas cámaras. En esas elecciones, el lema Partido Nacional se compuso por tres sublemas: el herrero-ruralismo cosechó 241.939 (24.1%) adherentes, la UBD 230.649 (22.9%) y el nacionalismo intransigente, “una escisión del herrerismo, contraria al acuerdo con los ruralistas” (Zubillaga, 1991, p. 46), 26.522 (2,6%) (Caetano y Rilla, 2005, p. 542). La estrecha victoria del herrero-ruralismo dentro del lema le permitió ocupar los seis puestos de consejeros del partido vencedor, con los herreristas Martín Echegoyen, Eduardo Víctor Haedo y Justo M. Alonso, y los ruralistas Benito Nardone, Faustino Harrison y Pedro Zabalza. Así, la UBD quedó excluida del CNG, aunque obtuvo la mayoría en el Consejo departamental de Montevideo.
Este artículo aborda desde la prensa partidaria la campaña electoral del nacionalismo en los comicios de noviembre de 1958. Si bien este acontecimiento posee un simbolismo fundamental en la historia de este partido político, puesto que fue la primera vez que en el siglo XX alcanzaron la mayoría del poder ejecutivo, aún se carecía de un trabajo que analizara en profundidad los discursos electorales y principales tópicos de los sublemas nacionalistas en los últimos meses de 1958.[8] En esta investigación se exponen las tensiones que hicieron mella durante la campaña en la interna partidaria, las cuales acabarían pesando en el conflictivo armado del primer colegiado blanco, tema que merece un estudio de mayor envergadura.
Los medios de comunicación utilizados son El Debate, exponente del herrerismo, y tres publicaciones afines a la UBD: El País, El Plata, propiedad de Juan Andrés Ramírez, y el semanario El Nacional del MPN. De forma complementaria se revisó Diario Rural, dirigido por Benito Nardone, debido a su alianza con el herrerismo.[9]
La campaña electoral herrerista
El herrerismo realizó su campaña electoral partiendo de un diagnóstico desolador de la realidad nacional en todos sus aspectos. En particular, afirmaba que existía una “frustración democrática” en el país, ya que la democracia no era “auténtica” ni “integral” y estaba “viciada de defectos”. Este cuestionamiento al sistema democrático se originaba en que el régimen político imperante “abandonó al pueblo” e ignoró “sus necesidades legítimas”. Sin embargo, se auguraba que el sufrimiento se acabaría y “sobre sus ruinas se levantará el Capitolio de un nuevo tiempo donde la democracia, la justicia y el derecho dejen de ser una mera ficción para convertirse en realidades tangibles”.[10] En esta formulación Herrera asumía un rol histórico y profético, era el “hombre señalado por el destino” y “columna moral de la República” quien se encargaría de dicha “salvación nacional”. En ocasiones el papel de Nardone se equiparaba con el de Herrera, ya que juntos emprenderían la tarea renovadora para reconstruir y restaurar al país, aunque en general Herrera era el centro de la propaganda.[11]
La alianza herrero-ruralista se justificaba como una “síntesis de los partidos fundadores” y “esencia misma de la nacionalidad” debido a que “lo de blancos y colorados es cosa de la historia”.[12] Herrera manifestó que “los partidos tradicionales no han perecido de vejez, se ha cumplido en gran parte su cometido” y en la misma línea Diario Rural apelaba a que era tiempo de reforzar la unión entre blancos y colorados.[13] Ambas figuras se complementaban, Herrera representaba el prestigio por su larga carrera política y Nardone “moviliza el auténtico trabajo nacional”.[14] Además, tenían el mérito de ser los “únicos” que se habían opuesto al gobierno en los últimos cuatro años, Herrera desde el CNG y Nardone desde CX 4 Radio Rural.
El eje discursivo de la campaña “redentora” y “reparadora” se dirigió contra dos adversarios, Luis Batlle Berres en lo externo y la UBD en la interna partidaria. El gobierno quincista fue acusado de ser oligárquico, de círculo, de patota, de unicato y de secta. Se lo identificaba como contrario a los intereses nacionales por su incapacidad y por carecer de prestigio, moralidad y popularidad. En esta dinámica, la corrupción era objeto de diarias críticas. Herrera lo había sintetizado en el CNG con la frase: “si fuera fiscal, pondría preso al gobierno”.[15] La participación de Herrera en el CNG de mayoría colorada era eximida de responsabilidad porque había luchado con valentía contra los desbordes, despilfarros, acomodos y negociados.[16] Por añadidura, El Debate le imputó a Batlle Berres el incremento de la violencia política, un hecho inédito en las campañas electorales de los últimos cuarenta años. En particular, se denunciaba que el líder colorado había creado una “guardia de asalto” en forma de “policía secreta”, que se distinguía por el uso de brazaletes verdes, cuya finalidad era protegerlo en los actos, pero que de hecho golpeaban a las personas que demostraban su descontento.[17]
En relación con sus adversarios partidarios el periódico herrerista puntualizó que los políticos de la UBD estaban alejados del pueblo y no les interesaba solucionar sus problemas apremiantes. Así pues, caracterizó a sus dirigentes como “aristocratizantes y retrógrados” y advirtió que sus aspiraciones se limitaban a “regentar la nación con las mismas trabas con que administran las grandes empresas”.[18] También se los acusaba de conversar con el oficialismo para obtener “puestos, ascensos y mejoras presupuestales” y de guardar silencio ante las estafas de empresas públicas e inmoralidades de políticos colorados, por lo que se concluía que utilizaban “el lema sin haberlo defendido nunca”.[19] Asimismo, eran vilipendiados a fuer de colegialistas y se los tildaba de “traidores” por estar en contra de la reforma constitucional propuesta por “el pueblo”.[20] Mientras se manifestaba que el herrerismo era “la auténtica representación del nacionalismo” y se orientaba al “servicio permanente de las muchedumbres”,[21] se condenaba a la UBD por falsificar las fotos de las “multitudes” que acudían a sus actos en el interior y por pasar de largo por los poblados.[22] Esta contraposición a nivel discursivo entre las agrupaciones nacionalistas revela las dificultades y tensiones existentes en la convivencia política de cara a las elecciones.
Varios clásicos de las campañas políticas nacionalistas formaron parte de la propaganda de 1958, como su moralidad, honradez administrativa y espíritu patriótico (Cerrano y Saravia, 2021 y 2022a). La “Caravana de la Liberación Nacional” liderada por los “gestores de la nueva República”, Herrera y Nardone, recorrió los diecinueve departamentos entre el 13 y el 27 de noviembre.[23] Las imágenes de la “gira triunfal” son elocuentes, retrataban a Herrera abrazando a las personas y enfatizaban el cariño que le profesaban mujeres y niños, quienes se amontonaban para tocarlo y exteriorizar su afecto. Por ejemplo, se publicó una fotografía de un niño besando en la mejilla a un sonriente Herrera y recibiendo un ramo de flores de una dama.[24] El caudillo blanco señalaba que “ese aleonado querer de la multitud” era para él una “conmovedora caricia, que me es familiar, que me alienta y me lleva”, y declaró que por haberse formado en la multitud nunca le mintió ni se burló de ella.[25] En Mercedes, sorprendido por la cantidad de personas presentes, sostuvo que la multitud era “una ola, un ímpetu de marejada del océano social que arrasará ávidamente cualquier tentativa que tenga la temeridad de cruzarse en su camino”.[26] El calor y adhesión de sus seguidores no se demostraban solo de forma física, ya que antes de las elecciones recibió un gran número de cartas. Algunas de ellas le solicitaban ayuda económica o favores para acelerar trámites burocráticos, aunque todos sus partidarios alababan sus virtudes y su cercanía con el pueblo. Una mujer escribió que Herrera sabía “interpretar el dolor de las madres pobres”, y otra apuntaba que “millares y millares de familias laboriosas” vibraron al escuchar sus alocuciones en su gira por el interior del país y que en él pusieron “su más grande esperanza y su cariño”.[27]
A pesar de que Herrera se consideraba a sí mismo como un hombre con espíritu joven, las representaciones gráficas reflejan que su semblante denotaba el paso de los años. El líder nacionalista era consciente de su avanzada edad y de las consecuencias negativas que esto pudiera tener en su electorado, por lo que en sus discursos le restaba importancia al asunto. En Rivera afirmó: “soy joven puesto que no me siento viejo”;[28] y la prensa adepta se esforzaba por remarcar su energía y subrayaba que “con el dinamismo de siempre recorre la República”. Un incidente ocurrido en la carretera de Rivera a Artigas fue utilizado para remarcar su jovialidad. El transporte que trasladaba a la comitiva no podía continuar su camino debido al abrupto terreno, por lo que todos sus ocupantes descendieron para empujarlo. En ese momento Herrera, “como siempre en primera fila”, se puso a la cabeza para impulsar el ómnibus. Al final, llegó a la cumbre “entre malezas y piedras, caminando y sonriendo”, por lo que se concluía que el “Jefe civil” era “camarada en las grandes jornadas” y “jovial y espontáneo en sus decisiones”.[29]
En ese recorrido Herrera intervino de forma activa con discursos en todos los departamentos, en los que manejaba un lenguaje cercano y sencillo, anécdotas, analogías, siempre aludía a sus sentimientos para con el público y remarcaba la importancia del “contacto directo” con sus conciudadanos.[30] En cuantos a sus ideas claves, resaltaba que en una “hora dramática” el “país esclavizado” vivía “una gran farsa republicana” y que la población estaba “bailando sobre una plancha caliente”. Criticaba de forma general al personalismo y a los demagogos que impedían el progreso del país y quienes corrompían a la sociedad y le tiraban “como churrascos, pedazos” de sus derechos.[31] Por el contrario, se definía como un “artiguista” que colocaba en primer lugar los intereses fundamentales del país y como un defensor del “americanismo entendido al modo bolivariano” sin “sacrificar en un ápice nuestra filiación ibérica y latina”, e inquebrantable “en la afirmación autonómica, tanto racial como ideológica”.[32] Para la reconstrucción del país llamaba a la fraternidad, la concordia y a la unión nacional. Herrera insistió en el “nacimiento de una época nueva, limpia de enconos, empapada en el deseo patriótico” y reiteró que su anhelo era “abrazar la paz interior que es la suprema grandeza de la Patria”.[33] A pesar de la ruinosa situación, Herrera destacaba en sus discursos que el futuro auspicioso se construiría “sin vencidos, ni vencedores”[34] y “sin odios y sin rencores”.[35]
Por otra parte, la campaña electoral se focalizó en la crisis económica, financiera y productiva, que afectaba tanto a los obreros como a la clase media, quienes sufrían la desocupación, el hambre y la inflación. Otros problemas residían en la reducción de las exportaciones, pérdida de mercados, de divisas y de crédito exterior, los favoritismos y los negociados.[36] El ruralismo vilipendiaba al “régimen estatista de los señores Batlle (Berres y Pacheco)” por beneficiar a la economía industrial por sobre la “verdadera economía” del país, la agropecuaria.[37] La crisis era un riesgo que ponía en “peligro el equilibrio social y la estabilidad democrática”.[38] El drama del presente servía para exigir a la ciudadanía reflexionar y asumir su responsabilidad frente al acto electoral. Es importante consignar que Herrera, tanto en sus discursos como a través de El Debate, no desarrolló un extenso plan económico, más bien enunció promesas generales de un futuro de “producción y trabajo” que acabaría con la recesión.[39] En cambio, el ruralismo dedicó amplio espacio a una de sus principales propuestas: la creación de un “Banco Central de Reservas” como una de las soluciones medulares al contexto crítico. Con él se buscaba constituir un organismo regulador del comercio de la producción agropecuaria, que controlase el tráfico del oro y que estableciera una “moneda sana y a la par”.[40] De acuerdo con sus voceros se pretendía limitar al “condenado liberalismo económico, aquel de la ley de la selva, donde el más fuerte se tragaba al más débil” y así evitar el “dumping” y el drenaje de oro, que quitaban el “valor real de nuestra riqueza”.[41]
La campaña electoral de la UBD
La UBD se presentó como una agrupación transformadora, nueva e inédita que permitiría la renovación de la política nacional y como la alternativa para dar un cambio de rumbo. Por lo tanto, exhibió su propuesta política como la única que llevaría a la “salvación de la República”, la cual necesitaba ser liberada de la hegemonía colorada y de la crisis que asolaba al país.[42] En su perspectiva ideológica la salvación no podía ser obra de un solo hombre, por lo que la República debía liberarse de los personalismos.[43] Por ello, el núcleo medular de la promesa de la UBD era conformar un gobierno que trabajase en “equipo” con los más aptos en una época contemporánea en la que la “técnica” debería encauzar la acción política. Desde su concepción en el gobierno se necesitaban hombres calificados en distintas disciplinas del saber, lo que por la especialización del conocimiento no podía reunir una sola persona, o un solo cerebro, por muy brillante que fuera. Ya no eran tiempos de caudillos sino de “estadistas especializados”, y ello era lo que ofrecía la UBD para el prestigio, bienestar y progreso del país.[44] Esta idea conecta con sus críticas centrales dirigidas a la longeva figura de Herrera sintetizadas en su personalismo y demagogia. Según la UBD, el “herrerismo totalitario cuyo anciano líder hace y deshace a su absoluto antojo” había desacreditado al Partido Nacional “y otorgarle el poder significaría un salto al vacío que ningún demócrata consciente está dispuesto a dar”.[45] Afirmaban que Herrera no era confiable, ya que a lo largo de su militancia política había dado muestras de “fidelidad totalitaria”. Su apoyo a la dictadura de Gabriel Terra, su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial y su simpatía con el peronismo, entre otras posiciones ideológicas, habían hilvanado la acusación de ser un “falso demócrata”, de la que no podía desprenderse todavía en 1958.[46]
Tampoco escapaba de la crítica Nardone, aliado de Herrera. Juntos compartían “malos hábitos políticos” en sus campañas, caracterizadas por el resentimiento, los agravios, y el uso del escándalo como arma política predilecta.[47] En esta dinámica, se aseveraba que ambos esgrimían “una bandera de venganza” y castigarían “a quienes nunca creyeron en sus pretendidos mesianismos providenciales”. En cuanto a sus peculiaridades personales se apuntaba que eran “apóstoles de la improvisación y de la demagogia y quieren el poder, no para servir al país, sino para vengar los agravios de anteriores derrotas electorales”.[48] En particular, se exponía que Nardone era de origen colorado y se lo denunciaba por modificar su ideología pasando desde la “extrema derecha” hasta “la extrema demagogia de izquierda”.[49]
Al cuadro devastador de crisis económica se sumaba la preocupación por la pérdida de confianza en la política, los políticos y los partidos, originada en el caudillismo de Luis Batlle Berres y de Luis Alberto de Herrera.[50] Herrerismo y quincismo eran equiparables como encarnación de la demagogia, el continuismo y la corrupción, o sea, incapaces de resolver los problemas de la ciudadanía. El primero había cogobernado con los batllistas —en el CNG y en los directorios de servicios públicos— y había contribuido a implantar el colegiado en la reforma constitucional de 1952.[51] Esto explica el eslogan propagandístico de los actos de campaña: “La alternativa es clara: o gana la UBD o todo sigue como está”.[52] Por ello, la UBD se vanagloriaba de encarnar la verdadera esencia democrática del Partido Nacional y del país como un símbolo de fe y esperanza, ya que era la enemiga “más temible” para los colorados, porque pondría fin a su continuismo casi centenario y posibilitaría la renovación y rotación de los partidos en el poder. La UBD traería un gobierno preparado en lo técnico, “responsable y honrado”, “liberado de personalismos”, como la mejor garantía democrática y de efectividad en la recuperación económica.[53] Cabe destacar que la defensa de la democracia también se asociaba con la urgencia de hacer frente a la “infiltración y propaganda del comunismo”, para lo que era prioridad contar con leyes que protegieran las instituciones. Por ejemplo, alertaban que bajo el amparo del prestigio democrático desde Uruguay se imprimían toneladas de materiales subversivos que se distribuían en América bajo las directivas del Kremlin.[54]
Para la UBD era una farsa que batllistas se adjudicaran la representación de lo popular y que les asignaran a los nacionalistas el estereotipo de aristócratas, cuando el quincismo era descendiente de una familia política que había tenido el patrimonio de los más altos puestos de la administración del Estado.[55] Asimismo, desmitificaban la leyenda de que la democracia en el país era obra del batllismo, al contrario, “nuestra democracia es la obra paciente y esforzada del Partido Nacional” que luchó contra el “exclusivismo colorado” al que le arrancó las “garantías de la libertad política”.[56] En ocasiones se alertó de la existencia de “un falso optimismo” o de “un sentimiento bastante arraigado de autosatisfacción” que se expresaba en las frases “Como Uruguay no hay” o “Uruguay la Suiza de América” características de la propaganda de Batlle Berres. Los políticos de la UBD consideraban que ese sentimiento era en extremo “pernicioso y antipatriótico” porque “lleva a una falsa sensación de seguridad, nos hace creer que ya hemos cumplido nuestra misión, hemos creado un Estado modelo y ahora podemos echarnos a dormir ante la admiración de todas las naciones del orbe, que contemplan absortas nuestra maravilla”. En cambio, insistían en que esa autocomplacencia era funesta y esterilizante. Si bien aceptaban algunos aspectos positivos en el terreno político y cultural, resaltaban que en el económico “no sólo somos pobres, sino que (…) somos mucho más pobres de los que éramos hace algún tiempo, (…) no sólo no hemos progresado, sino que hemos retrocedido”.[57]
Por el carácter de sus propuestas, la UBD subrayaba que su triunfo “no sólo no es retorno a la derecha, sino que constituye el esfuerzo de sectores progresistas que, hartos de la oligarquía y del privilegio, ansían restaurar el reinado del derecho y de la auténtica justicia social”.[58] De tal modo, en su lógica identificaban al batllismo con la oligarquía por su corrupción administrativa y la UBD se constituía, así, como la auténtica defensora del progresismo. La UBD hizo una aguerrida campaña para concientizar a los ciudadanos que se abstenían a votar insistiendo en que “todos” debían hacerlo y hacerlo bien, o sea, debían votar a la UBD.[59]
En relación con el diagnóstico sobre la situación económica, la UBD realizó una lectura similar al herrerismo, en las que resaltaban la desocupación, inflación, parálisis del esfuerzo industrial, pérdida de mercados y de divisas. No obstante, estos agregaban a Herrera a la lista de los culpables del declive económico por haber formado parte del gobierno y no haber propuesto nada concreto para mejorar el escenario.[60] La propaganda electoral de la prensa favorable publicó recordatorios de la declaración de principios del 18 de octubre de 1956, fecha constitutiva de la UBD. Los económicos y financieros incluían trece postulados. El primero de ellos hacía hincapié en la limitación del estatismo en favor de las clases menos favorecidas, lo que conectaba con la necesidad de fomentar la iniciativa privada. El segundo se refería al incentivo de la producción agropecuaria; el tercero a la creación de un “plan realista de obras de viabilidad” en “zonas poco desarrolladas”; el cuarto y el quinto se dedicaban a la promoción de la industrialización; el sexto al desarrollo del cooperativismo; el séptimo al fomento de la inmigración asimilable y en especial dirigida al campo; el octavo al “ordenamiento presupuestal” lo que incluía la “poda de todo exceso burocrático”; el noveno sobre la estabilidad monetaria; el décimo atacaba la política fiscal, defendía el impuesto a la renta y la desgravación de los impuestos al consumo; el undécimo condicionaba la emisión de deuda atada a fines reproductivos y los dos últimos se dedicaban a la futura reorganización de los entes autónomos y de la administración del Estado, con el foco puesto en los derechos y deberes de los funcionarios públicos.[61]
Estos principios son el eje vertebral del armado de su campaña política, en la que prometían ampliar los incentivos para los productores y trabajadores, aspectos fundamentales para un futuro mejor en contraste con un presente de enorme desproporción entre los que trabajaban y los que vivían de la asistencia social. En su análisis, más trabajo y más producción permitirían mantener la “burocracia desproporcionada” que debería encauzarse a proveer servicios públicos “buenos y baratos”.[62]
La declaración de principios de 1956 incluyó un programa social en el que se proclamó “la necesidad de una legislación que reafirme el igual derecho de todos los habitantes a la cultura, al trabajo, a la vivienda decorosa, al seguro por incapacidad o por vejez y a la conservación de la salud”. Para propiciar esto se promoverían justas remuneraciones, condiciones higiénicas de trabajo, estabilización de precios de artículos de primera necesidad, fijación de precios máximos a los productos nacionales beneficiados de la protección del Estado, protección de la familia por considerarla fuente de bienestar material y moral de la sociedad y un estricto cumplimiento de la legislación laboral.[63] Por último, se aludió a que la política internacional debía “afianzar la democracia”, respetar la soberanía ajena y repudiar el totalitarismo.[64]
Cabe mencionar que la UBD también llevó a cabo un recorrido por el país, en su caso en la denominada “Caravana de la Victoria” bajo el “sagrado lema” “Por la Patria” entre el 3 y el 23 de noviembre. Ese día arribó a Montevideo seguida por “millares” de autos. Según las crónicas, más de ciento cincuenta mil personas esperaron a sus candidatos agitando “banderitas y pañuelos blancos”. Javier Barrios Amorín, segundo candidato al CNG, destacó que el futuro gobierno respetaría la constitución, reiteró que los empleados públicos no deberían temer perder sus trabajos y prometió “más establecimientos de educación y maestros mejores pagos”. Daniel Fernández Crespo, candidato al senado, puso énfasis en el “reencuentro de la gran familia blanca” y anunció que no se gobernaría solo para un grupo, rememorando una antigua bandera del nacionalismo. Además, hizo uso de la palabra Eduardo Rodríguez Larreta, segundo candidato titular al senado, quien reivindicó de los candidatos de la UBD su experiencia política y su “temple moral”.[65]
La reforma constitucional: distintas posiciones
El sublema “Dr. Luis Alberto de Herrera”, que nucleaba la alianza del herrerismo con el ruralismo, presentó, por un lado, candidatos para el CNG y, por otro, un proyecto de reforma constitucional presidencialista sin lema, proponiendo la fórmula Herrera presidente y Nardone vicepresidente. Su aprobación exigía una meta difícil: el 50% de los ciudadanos que votasen en la elección y superar el 35% del total de inscriptos en el registro electoral, aunque no pudieron alcanzarlo.[66]
El herrerismo defendió el nuevo texto constitucional como una “causa redentora”.[67] Desde el CNG y en su prensa Herrera protestó por la falta de depuración del padrón electoral sosteniendo que la Corte Electoral había dicho que figuraban en los registros 194.942 personas fallecidas o que después de haberse nacionalizado se habían ido del país, pero que todavía no habían sido inhabilitadas. El directorio del Partido Nacional exigió al parlamento levantar su receso para aprobar de urgencia la depuración de los registros cívicos. No obstante, El Debate informó que “las cámaras no se reunieron y el Senado citado extraordinariamente por nuestra bancada no tuvo quorum para sesionar”.[68] De esta forma, los “200.000 muertos” elevaban el porcentaje de votos necesario para la reforma. En la lógica herrerista mantener el colegiado significaba la continuidad del batllismo en el poder y una traición al pueblo.[69] En cambio, para la UBD esta crítica era hipócrita ya que Herrera junto al colorado Andrés Martínez Trueba habían sido los principales artífices que posibilitaron la vuelta al colegiado en 1952.
El tema de la depuración del padrón electoral también ocupó espacio mediático en la prensa de la UBD. En primer lugar, se dedicó a cuestionar la cifra herrerista de 200.000 muertos y su propaganda aclaró que según la Corte Electoral los inhabilitados eran unos 30.000. En segundo lugar, consideraban razonable depurar el registro, pero los plazos en ese momento no eran oportunos porque dilataría la fecha de la elección y eso no era negociable. En su perspectiva los herreristas inflaban los números de forma intencional, lo que les permitiría explicar “falsamente” lo que iba a ser una segura derrota electoral.[70]
La UBD afirmaba que Herrera ansiaba la reforma porque al ser un miembro del CNG no podía ser candidato reelegible, y esto lo obligaba a poner en primer plano a otros dirigentes de su sector. Esto le pesaba demasiado: él “ha vivido siempre obsesionado con el peligro de perder la jefatura omnímoda que ejerce”. Asimismo, la UBD se oponía a la reforma en 1958, aunque estaban de acuerdo en contemplarla en el futuro porque no eran acérrimos defensores del colegiado.[71] Ello le valió la crítica de falta de patriotismo por parte del herrerismo, lo que era una afrenta a la identidad de un nacionalista.[72]
Lecturas después de la ansiada victoria: un festejo empañado por la desunión
El 1° de diciembre de 1958 los titulares y las fotografías de la prensa nacionalista documentan la explosión de felicidad ante una victoria esperada por largas décadas. Las crónicas remarcaron el deliro de los festejos en la misma noche del domingo a pesar de la lluvia. La prensa herrerista describía que las muchedumbres se agolparon en la sede del partido, en la casa de El Debate y en la quinta de la avenida Larrañaga, residencia de Herrera. En cada uno de estos lugares se escucharon “explosiones de cohetes, bombas, estridencias de bocinas, de todo se oía en la calle”.[73]
La derrota del gobierno se consideró aplastante, causó sorpresa la diferencia favorable al Partido Nacional por más de cien mil sufragios y la pérdida del “inexpugnable baluarte” colorado en el Consejo departamental de Montevideo, en el que asumiría como presidente el ubedista Daniel Fernández Crespo.[74] Javier Barrios Amorín declaró que era un “nuevo 30 de julio” de 1916, fecha icónica del triunfo nacionalista frente al batllismo.[75] Las notas de los distintos medios enfatizaron que después de noventa y tres años acababa la hegemonía de un solo partido y se producía la rotación de los partidos en el poder, un gran símbolo de avance democrático.[76] La UBD reconoció como mérito al gobierno saliente el desarrollo de la limpia y pacífica jornada comicial, prueba de la cultura cívica y ética de la sociedad uruguaya a diferencia de tantas tiranías y parodias electorales que se desarrollaban en otros países latinoamericanos.[77] Sin embargo, el herrerismo dejó entrever, sin profundizar en los detalles, que el quincismo había cometido fraude para mantenerse el poder.[78] A pesar del enaltecimiento de los comicios, El Plata informó que en la noche del 30 de noviembre “un grupo de exaltados qunicistas”, muchos de ellos ebrios, se instalaron en “un camión armado de sillas y palos” “tras una barrera de coraceros” desde donde “profirieron insultos” a los ciudadanos que festejaban por la UBD.[79]
El herrerismo subrayó que la “revolución pacífica” y “sin sangre” protagonizada en las urnas por un pueblo sediento de “liberación” representaba el “final del régimen oligárquico” y del “reinado” de Batlle Berres para sus descendientes.[80] En su interpretación el éxito del Partido Nacional era obra de Herrera, el “conductor”, el “Fiscal de la Nación”, el artífice del “cambio” y de la “redención” en el curso de la historia nacional. Los discursos periodísticos recalcaban que el pueblo, “noble”, “sencillo” y “humilde”, conducido por su “Jefe civil” había aplastado a la oligarquía y vencido a la patota de Batlle Berres, quien personificaba la derrota de los colorados. El “viejo caudillo” blanco, hacedor de la victoria, mereció comentarios encomiables en los que se resaltaban sus acciones virtuosas, cómo con “pocos recursos” hizo su campaña política, ya que había preferido donar los “millones de pesos que repartió la Corte Electoral de los bolsillos del pueblo” a obras de beneficencia pública.[81] Para tranquilizar los ánimos de los vencidos, El Debate reiteraba conceptos de concordia vertidos en la campaña preelectoral en el sentido de que “no viene con odios para nadie, no guarda recuerdos ni tiene rencores”, y que haría honor a su palabra de ser una colectividad “contraria al gobierno de Partido”[82] y “al espíritu mezquino de comité”.[83] Por ello en su lectura del magno acontecimiento hacía hincapié en que el “triunfo es de la Nación”. En esta dinámica su líder era el creador del “nuevo tiempo” y quien había unificado al pueblo blanco y colorado “por encima de las discrepancias tradicionales, por encima de los lemas”. Martín Echegoyen, presidente electo del CNG, anunció que el 1° de marzo “la Nación tendrá las puertas del gobierno abiertas de par en par y nadie estará desamparado. Lo prometió Herrera y su palabra es sagrada”.[84]
Entre las numerosas celebraciones por la victoria el 6 de diciembre un grupo de ciudadanos del partido organizó una misa de acción de gracias en la catedral.[85] La crónica de El Debate narró que hombres, jóvenes, mujeres, niños y ancianos colmaron el templo y cómo con sus rezos y cánticos devotos entregaron “a Dios su eterna gratitud” por el triunfo y oraron “por la Patria y por el Partido”. La nota destacó que los cánticos sagrados transmitieron “un mensaje nuevo de esperanza y de fe por los destinos de la nación”, y se resaltaba el inicio de un nuevo tiempo sin sectarismos.[86] Entre las personalidades asistentes figuraron María Hortensia Herrera de Lacalle, Eduardo Víctor Haedo, Faustino Harrison, Benito Nardone y su esposa.
En la noche del 30 de noviembre, la UBD festejó su victoria frente al herrerismo y así se reflejó en sus medios afines.[87] Según el embajador británico, “tan seguros estaban los líderes de la U.B.D del éxito que ofrecieron entrevistas a la prensa acerca de la pesada carga que estaban a punto de asumir y se fotografiaron dignamente ellos mismos rodeados por sus nietos” (Nahum, 1999, p. 257). Sin embargo, en la mañana del 1° de diciembre arribaron a la capital los resultados de la votación en el interior, que obligaron a rectificar los cálculos y a reconocer que el herrerismo había obtenido una victoria sobre la UBD por alrededor de siete mil votos.[88] Las notas revelan la desilusión ante el inesperado veredicto en la interna nacionalista. Para minimizar el impacto psicológico de la derrota interna frente al herrerismo se hizo hincapié en sus conquistas: su mayoría en el Consejo departamental de Montevideo, sus nueve municipios y su peso en el parlamento. Asimismo, la UBD se vanagloriaba de ser artífice de la unidad nacionalista.[89] Desde su lectura, la tarea de la unidad no había concluido y prometían desde una posición de “lealtad” y “colaboración” “seguir siendo reserva y esperanza del Partido Nacional” combatiendo los “personalismos providencialistas”. De cara al futuro, el Partido Nacional debía hacerse cargo de la “responsabilidad” asumida ante las “grandes dificultades” del momento. La historia política democrática mostraba que era posible pasar de la popularidad a la orfandad, como había sucedido con Hipólito Yrigoyen en Argentina en su último mandato presidencial, por lo que el crédito popular había que invertirlo para realizar un gobierno exitoso.[90] Uno de los tantos desafíos era crear de nuevo la confianza nacional y “la fe en los destinos de la República”, para lograrlo recordaban un punto medular de la UBD: su insistencia en que la gestión de los asuntos públicos no debía ser patrimonio de hombres aislados sino de equipos técnicos. Por otro lado, alertaban de que un gobierno constructivo no podía dedicarse a “cazar culpables”.[91]
En particular, el MPN destacó que el “artífice indiscutido” y el “legítimo dueño” de la victoria fue Daniel Fernández Crespo por haber sido “uno de los fundamentales inspiradores de la cordialidad y el entendimiento entre todos los blancos, el incansable adalid de la unión nacionalista”, y por haber unificado en torno a la UBD al MPN, Reconstrucción Blanca y el Nacionalismo Independiente.[92] A su vez, para el MPN la rotación de los partidos en el poder permitiría una revisión de la historia uruguaya y de sus personajes públicos. En este sentido, reivindicó “la figura luminosa” del fundador del Partido Nacional Manuel Oribe, quien se merecía “el recuerdo vivo de todos los nacionalistas y los honores oficiales que el coloradismo sectario siempre le negó”.[93]
Cabe remarcar que las agrupaciones nacionalistas se hicieron eco del recibimiento de la noticia de su triunfo en la prensa internacional. Por su parte, según El Debate la victoria fue recibida con óptimos comentarios en “todo el mundo”.[94] Además, era motivo de satisfacción el comprobar una mejora sensible de la cotización del peso después de las elecciones.[95] Por otro lado, El País recogió que “algunos diarios extranjeros, bastante mal informados acerca de la entraña política y de la entraña social de este país” calificaron el acontecimiento como un “brusco viraje hacia la derecha”, con lo que de forma implícita se aludía a que en Uruguay gobernaba un “partido de izquierda”. Esto derivó en el intento de desmarcarse de la etiqueta de partido de derecha, ya que en su lógica no se correspondía con la historia de su agrupación. Para ello se dieron los siguientes ejemplos: en el siglo XIX iniciaron la revisión de la enseñanza primaria fomentando la creación de escuelas públicas y sentando la prohibición del “castigo corporal” y la humillación de los niños. Asimismo, establecieron el principio de las jubilaciones generales en 1919 y la reducción de la jornada de trabajo, y en 1958 proyectaban la primera ley de sueldo mínimo para los funcionarios públicos y consagraban el principio de igual salario para hombres y mujeres que realizaran igual trabajo. Por último, remarcaban que los periodistas extranjeros confundían “demagogia con ‘izquierda’, valorando este término como actitud progresista”, puesto que desde su perspectiva el batllismo había hecho “simultáneamente demagogia hacia la izquierda y hacia la derecha”. Por lo tanto “Contra la demagogia, no contra las formas progresistas en lo social y en lo económico es que ha reaccionado la nación”.[96]
Reflexiones finales
Los meses previos al 1° de marzo de 1959 fueron conflictivos entre los dirigentes de las distintas fracciones del Partido Nacional. Para agregar dificultades se sumó el distanciamiento entre Herrera y Nardone cuando se abocaron al armado del gobierno. Si bien el Partido Nacional se había presentado unido como lema para las elecciones de 1958, superando una división de casi treinta años, las tensiones dentro de la interna nacionalista en torno a Herrera seguían siendo motivo de discordia y de diferencias, las que quedaron reveladas durante la campaña electoral que los mostró como “enemigos irreconciliables”.[97] Además, la presencia del aliado ruralista sumó más divergencias y enconos.
La UBD dejó claro que Herrera, por su personalismo, demagogia y el culto idolátrico que le profesaban sus seguidores, era un peligro para la democracia, ubicado en pie de igualdad con su enemigo, Luis Batlle Berres. El escenario dramático de crisis económica y social se ensombrecía con un dato no menos significativo como era la pérdida de la confianza en la política como mecanismo de solución de los problemas de la ciudadanía. En tal sentido para ellos rehabilitar la fe en la política y en los políticos era una necesidad moral perentoria que debía afrontar el nuevo gobierno. Su propuesta apuntaba a construir una política favorable a la despersonalización, en tal sentido, lo técnico puesto como horizonte de salvación era un antídoto contra la demagogia y los discursos providencialistas o mesiánicos, que tanto daño habían hecho a Uruguay y al Partido Nacional.
Herrera, en el momento culminante de su carrera, se mostró tenaz contra sus adversarios al tiempo que hizo gala de una cercanía popular que había construido durante décadas y se posicionó en el rol fundamental de redentor del país, como quien salvaría de sus cuitas y abrogaría las penas de todos los sectores sociales. A pesar del paso de los años que hacía mella en su figura, sus propagandistas y acólitos insistían en que conservaba su dinamismo para tan ardua tarea. La campaña se dedicó sobre todo a denunciar la crudeza de la realidad presente y de la gestión del quincismo, aunque el triunfo del Partido Nacional abría la posibilidad de la esperanza y del arribo al “nuevo tiempo” siguiendo la retórica electoral. El culto a Herrera se vio coronado después de la victoria, donde se lo ubicó como el artífice de tan anhelado objetivo de acabar con el reinado colorado y concretar la alternancia en el poder ejecutivo.
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Notas