Reseñas
Recepción: 18 Septiembre 2021
Aprobación: 18 Octubre 2022
Publicación: 05 Diciembre 2022
Bruno Paula, Pita Alexandra, Alvarado Marina. Embajadoras culturales. Mujeres latinoamericanas y vida diplomática, 1860-1960. 2021. Rosario. Prohistoria. 166pp. |
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Embajadoras. Durante muchos siglos, los Estados no ofrecieron esta función a las mujeres. El innovador libro de Paula Bruno, Alexandra Pita y Marina Alvarado avanza sobre este tema y abre caminos metodológicos y nuevas cuestiones. Al mirar la perspectiva sobre las mujeres latinoamericanas y la vida diplomática entre 1860 y 1960, las investigadoras trazan un interesante panorama sobre las sociedades y los Estados latinoamericanos en los tiempos inmediatamente anteriores a la ascensión de las primeras mujeres al cargo máximo del servicio en el exterior.
Argentina, Chile y México son los países originarios de las mujeres presentadas en el libro. El libro explora los caminos y desafíos de las mujeres en el siglo anterior a la ascensión a las embajadas. ¿Cuáles fueron los espacios, desafíos, intereses y oportunidades a las mujeres latinoamericanas que vivieran la vida diplomática mientras hombres y gobiernos les bloqueaban el acceso a las más altas esferas del servicio en el exterior?
Durante mucho tiempo la diplomacia fue entendida como un servicio exclusivamente masculino, y así se cristalizó también en una historiografía de la diplomacia y de las relaciones internacionales casi exclusivamente masculina. El desafío a que se colocaron las autoras no fue sencillo. ¿Cómo volver a investigar a la diplomacia alejándose de la tradicional historia diplomática? ¿Cómo encontrar a las mujeres en la diplomacia? ¿Había mujeres en la diplomacia, si las puertas de los puestos oficiales estaban cerradas?
Para responder a esas y tantas otras cuestiones, las investigadoras volvieron a un tema poco debatido: la sociabilidad de los diplomáticos. Por ese camino, el libro parece abrir las puertas de las embajadas y consulados al dar a conocer un mundo lleno de mujeres muy interesantes. Si la diplomacia es, por excelencia, el campo del diálogo, de la aproximación, negociación, el local de conocer a los otros y hacerse representar, fue por los espacios de interacción y sociabilidad que las mujeres lograron abrir las puertas. Lo que antes fue una historia de hombres y agentes oficiales, ahora aparece con mujeres ocupando poco a poco más espacios, asumiendo protagonismos y funciones.
El libro abre con un importante estudio preliminar. A cargo de historiadora argentina Paula Bruno, presenta el debate teórico e historiográfico en una excelente contribución para quienes intentan investigar los temas de la sociabilidad de los diplomáticos, las mujeres en la diplomacia y la diplomacia cultural. Los capítulos están divididos en tres partes. La primera, escrito por la misma Paula Bruno, está centrada en mujeres de su país del siglo XIX, llegando a los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Ya Marina Alvarado, crítica literaria chilena, se enfoca en sus compatriotas en el mismo periodo de tiempo. Al fin, la tercera parte está a cargo de la historiadora mexicana Alexandra Pita, quien analiza a mujeres diplomáticas del siglo XX, de su país y las conexiones por ellas establecidas.
Esta división del libro no es casual, sino que está pensada para mostrar al público las distintas estrategias de las mujeres y la gradual expansión de sus campos de actuación. La primera mirada sobre las opciones y vidas diplomáticas nos presenta mujeres argentinas y chilenas de origen aristocrático. Esposas de políticos y diplomáticos, que penetraron en las clásicas funciones y papeles de la diplomacia del norte global: consiguiendo ocupar el espacio de damas diplomáticas, enfrentando prejuicios de las sociedades a las que llegaban —fueran estadunidenses o europeas— estableciendo poco a poco redes de sociabilidad. Sus esfuerzos esclarecen las propias acciones de aquellos Estados latinoamericanos recién independientes y que intentaban colocarse de igual en la llamada sociedad internacional. Mientras los imperios, reinos y ducados ofrecían poca atención a las nuevas repúblicas, lo mismo sucedía en la vida cotidiana de los salones y bailes. Los desafíos de aquellas vidas diplomáticas, aristocráticas en Latinoamérica y periféricas en Europa, eran los mismos, en otra escala, de los propios gobiernos que representaban.
Los aprendizajes de los protocolos de la diplomacia europea fueron poco a poco de dominio de aquellas mujeres, “hijas de la patria”, y sus logros personales llevaban al suceso de los gobiernos. Mientras Eduarda Mansilla casaba su hija con un barón francés y Guillermina Oliveira Cézar paseaba con la princesa Clementina de Bélgica, Argentina se insertaba en la división internacional del trabajo y las élites económicas, en las cuales sus familias se enriquecían.
Esos sucesos marcaron sus vidas profundamente. El libro es muy interesante al demonstrar como el aparente éxito de esas mujeres también significó muchos sacrificios. La misma Mansilla abandonó una carrera literaria exitosa y sufrió cargando hijos y hermano de país en país, en una vida errática. Carmen Bascuñán Valledor fue algo como una ghostwriter de su famoso esposo Alberto Blest Gana. Ya la misma Guillermina, casada con un hombre mayor, viajaba sola a Paris para alejarse de los rituales y exigencias de la diplomacia.
La diplomacia se hace en el extranjero y también en el propio país. El caso interesantísimo de la chilena Emilia Herrera y Martínez ejemplifica la actuación de una mujer con profundas redes y conexiones con los presidentes de su país y de la vecina Argentina. Mientras las historiografías nacionales describieron las actuaciones políticas de los hombres de sus aristocracias en los tiempos de las repúblicas conservadoras, el análisis de este caso explicita la política lejos de los gabinetes y papeles, y el rol de poderosas mujeres en la política nacional y también internacional.
El libro nos permite acompañar, con nuevas miradas y nuevos personajes, a las transformaciones en las políticas de los países estudiados, en la organización de los Estados, el surgimiento de nuevas fuerzas sociales, tipos de organizaciones, organismos internacionales y la ampliación del lugar de las mujeres. En diálogo con la más actual historiografía, las autoras no separan los ámbitos doméstico y público de las vidas diplomáticas presentadas. Si los casos estudiados de las mujeres decimonónicas eran de damas diplomáticas, la virada del siglo trajo cambios profundos y la ampliación de espacios. Aquella puerta que era de un salón aristocrático se fue cambiando en un salón con más voces, lo que no significó facilidades para las mujeres analizadas.
Una figura aristocrática, como Ángela Oliveira Cézar, hermana de Guillermina, es paradigmática de estos cambios. Las proximidades con los más altos círculos de la política nacional facilitaron en los inicios, pero dificultaron después sus planes y proyectos. En tiempos de debates sobre la paz internacional, mientras muchos hombres quedaban encantados por las políticas de cálculo de fuerza, equilibrio de poder y corrida armamentista, no fueron pocas las mujeres —desde las socialistas a las más conservadoras católicas— quienes llamaron por la paz, el alto a la guerra y a los militares.
La creación de las organizaciones internacionales, desde los tribunales de la Haya a las comisiones del panamericanismo, posibilitaron a las mujeres que empezaban a conseguir espacio más destacado en la sociedad, a participar activamente de los negocios internacionales, ya sea organizando grupos de presión, en tours académicos, o a partir de redes culturales e intelectuales.
Hace mucho tiempo se investiga las conexiones entre los hombres de letras y la diplomacia, el surgimiento de la diplomacia cultural y el establecimiento de redes y conexiones entre intelectuales. Como demostrado por ese interesante libro, las mujeres también fueron participantes activas e importantes de ese proceso. Mujeres como Victoria Ocampo utilizaron las fortunas de sus familias para establecer redes culturales e intelectuales, o mujeres de las clases bajas, como Gabriela Mistral, ocuparon espacios, trabajaron en el servicio diplomático oficial, fueron vistas y entendidas como agentes de una diplomacia cultural cada vez más importante.
La invisibilización de estas mujeres en la historia diplomática y de las relaciones internacionales es escandalosa. ¿En cuáles fuentes históricas las encontramos para escribir nuevas historias de las embajadoras culturales? El libro es rico y precioso también al presentarnos las múltiples posibilidades metodológicas para ese tipo de investigación. Esas mujeres están en los relatos familiares —cartas, diarios, memorias—así como en la prensa. Muchas veces llamadas como “la señora del embajador”, están en las noticias sociales de las capitales, en los informes sobre bailes, teatros y cenas. Ahí conseguimos acompañar sus trayectorias, tantas veces a la sombra de sus maridos.
Las autoras también nos ofrecen recortes cronológicos y temporalidades. A las mujeres de la segunda mitad del siglo XIX, el espacio estaba muchas veces restricto a la de damas diplomáticas, esposas, salonières. A las muchas otras que trabajaban en las embajadas o que no eran las esposas oficiales, hay incluso menos espacio en las fuentes.
A todas ellas, una sociabilidad en la diplomacia les impuso dificultades a la vida personal y la individualidad. El libro es muy rico al demonstrar como la vida y el hacer diplomáticos para las mujeres cobran un precio alto. En un tipo de sociabilidad marcado por complejos y secretos rituales, siempre politizado y vinculado a los asuntos del Estado, los sacrificios fueron muchos. Algunas escribían a sus parientes lamentando la distancia y el extraño del convivio en el extranjero, otras aceptaban cargos subalternos para poder salir de sus países y vivir sus pasiones, amores y vidas lejos de las presiones domesticas, pero a un costo personal alto.
Las “embajadoras culturales” de Paula Bruno, Alexandra Pita y Marina Alvarado ya abrieron las puertas de los salones diplomáticos entonces aparentemente dominados por los hombres. A partir de sus conexiones familiares, intelectuales o artísticas, fueron percibidas como poderosas agentes de una diplomacia de representación, conexión y política. Establecieron vínculos, aprovecharon las oportunidades, pero a altos costos personales. Que muchos libros continúen abriendo las puertas de una nueva historia de la diplomacia y de la sociabilidad diplomática, explicitando las conexiones entre historias nacionales e internacionales, entre temas de historia social, política y cultural.