Artículos libres
Recepción: 16 Septiembre 2020
Aprobación: 10 Mayo 2021
Publicación: 05 Junio 2022
Resumen: Este artículo se presenta como un aporte a la reconstrucción de la trama de apoyos civiles que convocó el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Analiza, en concreto, al grupo de dirigentes, académicos y periodistas que poco después del golpe comenzó a editar la revista Rumbo Social y que, desde sus páginas, no sólo dio la bienvenida al nuevo gobierno, sino que vislumbró en la coyuntura de 1976 la oportunidad para poner en marcha una transformación radical de la sociedad argentina. El abordaje pondera sus trayectorias en espacios de sociabilidad católica, identifica el lugar que le otorgaron a los valores religiosos y a la jerarquía eclesiástica en la nueva coyuntura y analiza sus representaciones sobre el golpe, la democracia y la sociedad a la luz de una identidad fuertemente antiperonista.
Palabras clave: Golpe de Estado, catolicismo, Rumbo Social, antiperonismo.
Abstract: This article is a contribution to the reconstruction of the civil support plot that summoned the coup d'état of March 24th, 1976. It analyzes, in particular, the group of leaders, academics and journalists who, shortly after the coup, began to edit Rumbo Social magazine, which, from its pages, not only welcomed the new government, but also glimpsed at the juncture of 1976 the opportunity to launch a radical transformation of Argentine society. The approach weighs their trajectories in spaces of catholic sociability, identifies the place they gave to religious values and the ecclesiastical hierarchy in the new situation and analyzes their representations about the coup, the democracy and the society in light of a strongly anti-peronist identity.
Keywords: Coupd'état, catholicism, Rumbo Social, anti-peronism.
“[Es] muy difícil
salvar una civilización cuando le ha
llegado la hora de caer bajo el poder de
los demagogos.
Los demagogos han sido los grandes estranguladores de
civilizaciones".
Fuente: (José Ortega y
Gasset. La Rebelión de las Masas).[1]
“Si actualizamos el significado de la ‘Civilización y Barbarie’ de Sarmiento, la expresión más acabada de los polos opuestos está representada, sin duda, de un lado por Alberdi: progresista, defensor del derecho, la libertad, la justicia, la paz y la dignidad humana; y del otro lado, en el extremo opuesto, por Perón: corrupto, retrógrado, promotor de intimidaciones y violencias, empobrecedor y liberticida.”[2]
“como si el hecho de
votar incluyera, necesariamente,
la virtud de elegir”.
Fuente: Eduardo Massera[3]
Introducción
Si bien la identificación del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 como un golpe cívico militar no resulta suficiente para dar cuenta de la complejidad del orden político instaurado entonces -entre otras cosas porque la participación civil en los golpes de Estado y en los gobiernos de facto fue recurrente a lo largo del siglo XX-, la reconstrucción de la trama de apoyos provenientes de la sociedad civil, la dirigencia política y el campo intelectual y las expectativas que depositaron estos actores en la nueva intervención militar sigue siendo una tarea relevante para alcanzar una comprensión más acabada del proceso histórico. Esas expectativas, traducidas en propuesta o proyectos, resultan claves para desentrañar la dinámica política del Proceso y ubicarlo, a la vez, en un contexto de inestabilidad política más amplio.
El objetivo de este artículo es realizar un aporte a la reconstrucción de dicha trama a partir del análisis de la revista Rumbo Social en los primeros años del Proceso. Se trata de una publicación poco conocida pero que consideramos relevante, no tanto por su caudal de lectores, que presumimos reducido, sino porque en sus páginas se congregaron académicos, intelectuales y periodistas que, habiendo ofrecido una respuesta radical a la pregunta sobre qué hacer con el peronismo durante los años de inestabilidad que siguieron a 1955, vislumbraron en la coyuntura abierta por el golpe de Estado de 1976 una oportunidad, tal vez la última, de ponerla en práctica. Algunos de los dirigentes que participaron en la revista -como sus principales responsables Ambrosio Romero Carranza y Manuel Ordóñez-, contaban con una extensa trayectoria en ámbitos católicos, fueron opositores tempranos al peronismo y participaron de la fundación del Partido Demócrata Cristiano (en adelante, PDC) entre 1954 y 1955, aunque se alejaron poco después.
Estos elencos democristianos despertaron cierto interés de parte de los historiadores, aunque no se trata de un tema que haya sido estudiado en toda su dimensión. Además de los abordajes generales que insertaron sus experiencias en contextos y problemáticas amplias (Di Stefano y Zanatta, 2000; Ghio, 2007; Lida, 2015), los trabajos de José Zanca (2006 y 2013), desde la historia intelectual, dieron cuenta de sus publicaciones, trayectorias y proyectos en un cruce entre religión, política y cultura. Para Zanca, este grupo en particular, presentaba “ciertas características -su extracción social, sus vínculos con el poder (político y eclesiástico), su formación intelectual- que lo hacían poco permeable a encuadrar su discurso en los marcos institucionales de un partido político” (2013, p. 213). Estos factores ayudan a explicar el vínculo efímero que tuvieron con el PDC. En la misma dirección hay que agregar que desarrollaron una mirada sumamente negativa de la sociedad de masas, lo que se incrementó con el ascenso del peronismo y los condujo, a su vez, hacia una concepción cada vez más restrictiva de la democracia. Por ello, su alejamiento del PDC también coincidió con el final de la “Revolución Libertadora” cuya salida electoral habrían experimentado en términos de un fracaso. Desde entonces defendieron la exclusión del peronismo y vivieron con dramatismo su retorno en 1973. Producido el golpe de 1976, entrevieron que era la oportunidad de avanzar hacia una solución más radical.
Sergio Morresi (2010) y Martín Vicente (2014) ubicaron a estos intelectuales, periodistas y académicos entre los referentes de la familia “liberal conservadora”. Según sostiene Morresi, estos actores vieron en el Proceso
una instancia de poder sólido y unívoco capaz de inaugurar una etapa de reinstalación de los derechos, deberes y garantías republicanas, a los que (luego de un tiempo prudencial durante el cual se ‘educaría al soberano’) se sumaría la participación plena de la ciudadanía en una suerte de democracia limitada por los valores constitutivos de ese orden que aparecía como su fundamento (2010, p. 107)
Si bien según señala este mismo autor el liberalismo-conservador habría tenido éxito en la medida en que “el PRN dio lugar a un nuevo orden ético-político sobre el que, más adelante, pudo montarse la ideología neoliberal” (2010, pp. 122-123), en lo que al grupo analizado en nuestro trabajo se refiere, resulta difícil considerar que haya vivido el final del Proceso como la culminación exitosa de las expectativas depositadas inicialmente. Los cambios que reclamaban en clave refundacional no formaban parte de los consensos mínimos existentes en las Fuerzas Armadas (en adelante, FFAA). Por el contrario, apuntaban a cuestiones como el modelo de sociedad deseado y la constitución de un orden político acorde que serían objeto de intensos debates entre los militares y entre sus apoyos civiles (Canelo, 2008). Si bien hoy sabemos que la dictadura afectó casi todas las dimensiones de la vida en sociedad -tal como lo vienen demostrando las ciencias sociales en las últimas cuatro décadas-, la transformación político-cultural pensada por estos intelectuales desde una mirada radicalmente negativa de la sociedad argentina, no se plasmó durante el “Proceso”.
El apoyo civil a la dictadura incluyó a personalidades y grupos que contaban con una presencia relevante en espacios de sociabilidad del catolicismo argentino, pero que diferían -entre otras cosas- en el peso que tenía el componente religioso en su construcción identitaria. Para Martín Vicente (2014, p. 126), los actores que abordamos aquí formaban parte de un espacio donde la identidad política se anteponía a la religión. Es posible proponer que esta primacía de la dimensión política no implicaba un discurso completamente secularizado. El componente religioso ocupaba un lugar central como parámetro en sus lecturas del pasado nacional y como elemento distintivo dentro de la familia liberal. La incorporación de lo religioso se llevaba a cabo prescindiendo de la propia jerarquía de la Iglesia y esto, en un contexto en el que los obispos jugaban un papel de relevancia política, resultaba significativo en términos de relaciones de poder al interior del catolicismo.
En síntesis, partiendo de estos avances y presupuestos, sostenemos como hipótesis que en torno a Rumbo Social confluyeron actores con extensas trayectorias en ámbitos políticos, académicos y del catolicismo que no sólo dieron la bienvenida al golpe de Estado como respuesta coyuntural a la crisis del gobierno peronista, sino que identificaron un escenario favorable para poner en marcha una transformación radical de la sociedad argentina sobre la base de un proceso desperonizadoraggiornado al contexto político de los años ’70. En términos de la organización política del país, esta propuesta implicaba que, luego de la acción de represiva de las FFAA y hasta tanto se vieran los frutos de una “reeducación cívica” sobre la cual estos intelectuales buscaban marcar líneas directrices, la democracia adquiriría contornos excluyentes con el objeto de revertir el protagonismo de las “masas”. La revista interpeló al gobierno y buscó orientarlo al tiempo que se presentaba como dispositivo de una pedagogía cívica dirigida a “desbarbarizar” a la sociedad. No podemos determinar si Rumbo Social fue una tribuna escuchada desde el nuevo gobierno, pero sí creemos posible sostener que quienes allí se expresaban circulaban con fluidez por las altas esferas de poder, podían organizar actos conmemorativos a los que asistían las máximas autoridades del país y alcanzar, incluso, puestos destacados en la nueva administración.
El artículo está organizado en tres partes. En primer lugar, describimos brevemente a la revista y ofrecemos algunas referencias sobre la trayectoria de su director y mentor Ambrosio Romero Carranza. En segundo lugar, dado que el cristianismo era un componente esencial de sus perspectivas, tratamos de identificar el lugar que les asignaban a los valores cristianos en el nuevo contexto, evaluamos la incidencia de la jerarquía católica en sus perspectivas e indagamos en las trayectorias eclesiales en las que se referenciaban. Finalmente, avanzamos en el análisis de las perspectivas sobre el Proceso, su lugar en la historia y las expectativas respecto del proyecto que le debía dar sentido.
La revista Rumbo Social y la figura de Romero Carranza
Rumbo Social se comenzó a publicar en septiembre de 1976 como una revista de información cultural de entrega mensual. La publicación, de todas maneras, no fue regular, ya que poco tiempo después de estar en la calle, comenzó a publicarse cada dos o tres meses y desde 1978 la discontinuidad fue en aumento. A pesar de los problemas económicos -que seguramente eran la razón principal de esta situación-, sobrevivió hasta 1988.
La impresión era modesta, mayormente en blanco y negro y sólo la tapa y contratapa incluían color, lo que la hacía una revista visualmente poco atractiva. Si bien contaba con publicidad, esta no era abundante y muchos de los anuncios pertenecían a las librerías que vendían los ejemplares de la revista en Capital Federal. Otras revistas que expresaban posiciones afines, como Esquiú o Papiro, también anunciaban sus nuevos números en las páginas de Rumbo Social. Se la podía adquirir -además de en librerías- en algunos quioscos de diarios y por suscripción. No existen datos estadísticos sobre su circulación, aunque los problemas económicos señalados hacen suponer que no tenía niveles de venta significativos. Los pedidos de apoyo a los lectores eran frecuentes e incluso llegaron a vender libros de Romero Carranza para hacer frente a los gastos de impresión. Según recuerda Alberto David Leiva, colaborador de la revista, en ocasiones Romero Carranza “se hacía cargo de todos los gastos de edición y distribución” y quienes colaboraban no percibían honorarios.[4] Es evidente que los editores no pretendían que la revista fuera una empresa redituable en términos económicos, sino más bien una tribuna desde donde lograr ser escuchados por el nuevo gobierno.
En cuanto al contenido, si bien predominaban los temas culturales -artículos dedicados a la historia de las provincias y a sus personalidades destacadas, breves biografías de figuras del catolicismo, reflexiones en clave histórica, comentarios de libros, reconstrucción de trayectorias de intelectuales y dirigentes etc.-, la actualidad política tuvo, al menos inicialmente, un lugar relevante, aunque no como objeto de información, sino más bien de intervenciones normativas. En ocasiones incorporaban algunas referencias sobre la coyuntura o una sección de “Buenas noticias” donde se informaba sobre variados “logros” de la gestión económica del gobierno. En general eran noticias referidas a actividades puntuales y nunca sobre aspectos macroeconómicos.
Muchos de los artículos de opinión habían aparecido en otras revistas o diarios -frecuentemente en La Prensa- y, en ocasiones, eran la síntesis de charlas o conferencias brindada por los autores. La revista incluía también, aunque de forma irregular, secciones de crítica bibliográfica, humor y deportes. La mayoría de los libros que se comentaban, en tono elogioso, eran de colaboradores de la revista. En cuanto al humor hasta los chistes más triviales guardaban relación con la línea editorial y hacían del peronismo, el gobierno anterior o el funcionamiento del Estado objetos de burla frecuente. En la sección de deportes había poco espacio para aquellos de carácter popular, como el futbol.
Más allá de que la mayoría de los artículos abordaba cuestiones que, al menos en apariencia, tenían poca vinculación con la coyuntura, los editoriales ofrecían una lectura del contexto que le daba sentido al resto de los contenidos. Era, entonces, a partir de esos editoriales que adquiría relevancia política la publicación de una reseña sobre Australia, la recuperación de los valores cristianos en el contexto revolucionario de 1810 o la revisión de los logros de la generación del ’80.
¿Cuál podía ser el perfil del lector al que apuntaba la revista? No es sencillo definirlo. Habría que señalar que, en ocasiones de manera implícita y en otras de forma más directa, quienes escribían en Rumbo Social buscaron interpelar a las nuevas autoridades para marcar cuales eran las tareas que estas debían emprender. Vale señalar, en este sentido, que los responsables de la revista contaban con lazos sólidos en círculos de poder político, económico, militar y académico y que, en algunos casos, eran incluso miembros destacados de los mismos. Más allá de esta dimensión, el material incluido, podía resultar significativo a cualquier lector interesado en temas históricos que compartiera una perspectiva liberal de los asuntos públicos, en particular una crítica al rol del Estado en las últimas décadas, un antiperonismo militante y una sensibilidad cristiana ajena al nacionalismo católico.
La revista Rumbo Social, como señalamos, fue una iniciativa de Ambrosio Romero Carranza, intelectual católico que contaba con una vasta trayectoria académica, periodística y en el ámbito judicial. Miembro de la Acción Católica, había participado en la fundación de la Corporación de Abogados Católicos, de la que era presidente. Luego de haber sido desplazado de su cargo en el Poder Judicial por el peronismo, en 1955 se convirtió en juez de la Cámara Federal de la Capital de la mano de la “Revolución Libertadora”, cargo que ocuparía durante dos décadas. Muy cercano a Miguel de Andrea y a Gustavo Franceschi, de quien reconoció una deuda en sus años de formación, tuvo activa participación en las revistas Orden Cristiano, Criterio y en Orientación Social editada por los Pregoneros Social Católicos (Zanca, 2013). Fue un tenaz opositor al peronismo, participó de la fundación del PDC, siendo representante de la fracción “ordoñista” (Zanca, 2013, p. 213). Hacia 1959 este sector abandonó el partido rechazando el programa que consideraba “dirigista y demagógico” (Zanca, 2006, p. 67).
Junto a Romero Carranza aparecían figuras de peso en ámbitos liberal conservadores con algunas trayectorias que, como las del mismo Romero Carranza o Manuel Ordoñez, permitían unir el antiperonismo más radicalizado de los años ’40 y ’50 con el nuevo escenario de mediados de los ’70. Entre los colaboradores había un claro predominio de abogados (de los 14 miembros del staff del primer número para los cuales tenemos datos, 9 eran abogados) y entre estos sobresalían los egresados y docentes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (en adelante, UBA) (Unzué, 2017). Algunos de los colaboradores habían desempeñado cargos importantes en gobiernos anteriores: Manuel Ordoñez integró la Junta Consultiva durante la “Revolución Libertadora”; Miguel Sussini fue Ministro de Educación y Justicia durante la presidencia de Guido y embajador en Australia en 1963; Carlos M. Gelly y Obes ocupó el ministerio de educación entre 1966 y 1967, bajo la presidencia de Onganía. Otros, como Alberto Rodríguez Varela, ocuparían importantes cargos durante la dictadura iniciada en 1976. Entre los colaboradores había también periodistas como Roberto Aizcorbe, con pasado en Primera Plana. Panorama, o Raúl Abdala, quien por entonces escribía en La Prensa. Al mismo tiempo, varios colaboradores eran compañeros de ruta de Romero Carranza en diferentes espacios de militancia católica o en la actividad docente.
Los valores religiosos y la Iglesia en el nuevo contexto
Los miembros de la junta militar que protagonizaron el golpe de Estado en marzo de 1976 invocaron a los “valores cristianos” como fuente de inspiración y se comprometieron a defenderlos de la “amenaza de la subversión marxista”. Más allá de su alcance y significado concreto, esta definición, en un contexto en el que prácticamente había desaparecido toda actividad político-partidaria o sindical, refirmó la centralidad de la Iglesia y convirtió a la publicación de los documentos o mensajes de la Conferencia Episcopal Argentina (en adelante, CEA) en hechos políticos de singular importancia.[5] Para quienes editaban Rumbo Social esta situación no era intrascendente en la medida que sus trayectorias estaban asociadas a instituciones, grupos, personalidades y redes intelectuales del mundo católico. Vale la pena entonces preguntarse qué lugar le daban a la Iglesia, a su jerarquía y a los valores cristianos en la etapa que se abrió con el golpe de Estado de marzo de 1976 y, en términos más amplios, en qué Iglesia pensaban para la sociedad transformada por el “Proceso”.
Es necesario señalar que esas trayectorias se forjaron, con frecuencia, en tensión con la jerarquía eclesiástica. Tal vez el principal argumento de desacuerdo con los obispos que esgrimían estos intelectuales era la excesiva intervención política de los prelados, especialmente durante el peronismo, y lo que esto implicaba en términos de limitación de la autonomía de los laicos en el marco de una iglesia argentina de tendencias clericales. Pero, además, su compromiso religioso se insertaba en una identidad política que, en el devenir reciente del catolicismo argentino, resultaba marginal. Catalogados, generalmente, como “católicos liberales”, su presencia se veía desplazada en medio del conflicto que enfrentaba, según las expresiones más superficiales, a “tradicionalistas” y “tercermundistas”.
El vínculo que tenían con la jerarquía no se alteró en el nuevo escenario político y ello se expresó en la omisión de los discursos episcopales, algo que se tornaba más evidente por la centralidad política que adquirieron los obispos. Esta actitud, además, contrastaba con las de otras publicaciones del campo católico como Criterio, CIAS o Familia Cristiana, que reproducían los documentos de la CEA y valoraban positivamente los posicionamientos asumidos por los prelados.[6] La distancia que Rumbo Social desplegaba frente a los obispos no impedía que, para la construcción del nuevo orden, se recurriera con frecuencia a los valores cristianos. De esto se desprende que la revista no defendía una concepción secularizada de lo político, sino su propia autonomía para representar los valores religiosos en la arena pública.
Desde Rumbo Social consideraban que el nuevo orden político debía incluir una perspectiva cristiana de la sociedad, pero no se trataba de la cruzada por la restauración de la “nación católica” a la que aspiraban algunos obispos y grupos del “tradicionalismo católico”.[7] Dado que el pasado a restaurar era el de una república liberal forjada a partir de la derrota de Juan Manuel de Rosas, la “primera tiranía”, la cuestión fundamental era integrar en ese pasado a los valores cristianos. De todas maneras, entre estos sectores liberales y los “tradicionalistas”, bien representados por la revista Cabildo, coincidían en algo: la restauración de la “república liberal” o de la “nación católica” se llevaría a cabo sin participación popular, al menos hasta que diera sus frutos el proceso de reeducación.
Decíamos entonces que estos sectores se preocuparon por encontrar un lugar para los valores cristianos en la lectura propia de la tradición liberal. Desde el principio definían que su ideal era una “sociedad justa, patriótica, libre y culta que, necesariamente, ha de ser cristiana, ordenada y pacífica, en una palabra, civilizada”.[8] La revista se declaraba heredera del Seminario de Estudios de Historia Argentina creado por Romero Carranza en 1954, cuyo objetivo había sido la compatibilización entre cristianismo, liberalismo y democracia. Entendían que solo estos valores, que formaban parte de la patria, permitirían superar a la Argentina peronista.
El editorial del segundo número de Rumbo Social estableció que los fundamentos de esa civilización a la que aspiraban volver eran “libertad, propiedad, patriotismo y cristianismo”. La defensa de este conjunto de principios les confería, desde su propia perspectiva, rasgos diferenciales dentro de la familia liberal. Entendían que, históricamente, el liberalismo había atendido casi exclusivamente a dos de esos valores, olvidando a los demás: “continuamente se habla, y con justa razón, de sostener la libertad y la propiedad como pilares del mundo civilizado. Mas no se insiste, con el mismo tesón e idéntica energía, en defender al patriotismo y al cristianismo”.[9] Patriotismo que, “no es chauvinismo, ni xenofobia, ni racismo”, y un cristianismo que “en la Argentina puede compararse con la napa de agua clara y limpia, que corre por debajo de nuestros campos”.[10] Se trataba, de todas maneras, más de un matiz que de una cuestión de fondo, dado que se recurría al cristianismo como fuente de valores generales que no afectaban su articulación con el liberalismo. En este sentido, la doctrina social de la Iglesia y en particular su asociación a una tercera posición distante tanto de “colectivismo comunista” como del “individualismo capitalista”, era un aspecto particularmente incomodo sobre el que se evitaba profundizar.
Los valores cristianos, entonces, estaban en la historia e integraban la cultura. Sin embargo, la forma en que los valores cristianos debían proyectarse en la sociedad, así como el pensamiento político o los principios económicos con los cuales podía existir compatibilidad, habían motivado agrias disputas entre los católicos. Es verdad que para 1976, cuando se comenzó a editar la revista, la etapa de mayor enfrentamiento había pasado, pero lo que estaba en marcha era la reconstitución de la unidad en la Iglesia y sobre este asunto el gobierno militar buscaba influir con poco disimulo (Verbitsky, 2006). Para quienes editaban Rumbo Social frente a una Iglesia cruzada por conflictos y cuya jerarquía intervenía sin disimulo en la política local, se debía recuperar un sentido del Concilio Vaticano II que, desde su perspectiva, reflejaba las aspiraciones del papa Juan XXIII. En primer lugar, debía primar el equilibrio entre “tradición y progreso” desoyendo a quienes buscaban avanzar aceleradamente y a los que no toleraban ningún cambio que mejorara el dialogo con la modernidad. Igualmente, consideraban que los mayores peligros provenían de los “falsos aggiornados llamados progresistas” que se habían dedicado en la última década a “desacralizar al cristianismo con el pretexto de llevar a los cristianos a ocuparse más intensamente de cuestiones puramente temporales con referencia al mejoramiento de las clases pobres”.[11] Los católicos debían “aceptar lealmente el magisterio ordinario del Romano Pontífice y lo enseñado por el Vaticano II al respecto de unir Tradición y Progreso”.[12] En segundo lugar, era necesario que, aprovechando el impulso recibido del Concilio, los laicos asumieran un rol más activo tomando distancia del modelo eclesial que priorizaba la subordinación a la jerarquía en cuestiones ajenas a la religión.
Como señalamos, prácticamente no había presencia de los obispos o de sus documentos en las páginas de la revista. En los primeros años tan solo se puede contar una carta de felicitaciones por la nueva empresa editorial enviada por monseñor Medina, obispo de Jujuy, la cita de una homilía de monseñor Tortolo, arzobispo de Paraná y vicario castrense, con ocasión de un homenaje a los miembros de las FFAA y de seguridad caídos en la “lucha contra la subversión” y una declaración de monseñor Sansierra, obispo de San Juan, sobre la que volveremos más adelante.
La actitud de la revista hacia la jerarquía no se reflejaba únicamente en la escasísima atención que le brindaba a sus documentos, sino también en la revalorización de figuras de la Iglesia que identificaban como modelos alternativos de autoridad religiosa. Gustavo Franceschi y, sobre todo, Miguel de Andrea, fueron reivindicados con frecuencia y se les dedicaron notas reconstruyendo su trayectoria y pensamiento. De Andrea, cuyo fallido acceso a la sede arzobispal de Buenos Aires en los años ’20 había desatado un profundo conflicto entre el gobierno de Alvear y la Santa Sede (Di Stefano y Zanatta, 2000; Lida, 2015), ofrecía una trayectoria ideal para quienes escribían en Rumbo Social tanto por su crítica al peronismo, como por su perfil marginal dentro de la jerarquía eclesiástica. En De Andrea se reconocía, en contraste con el peronismo, una forma diferente de acercarse a los sectores populares a quienes había ayudado “sin lastimarlos con dádivas que esclavizan a quienes las reciben y enorgullecen a quienes la otorgan”.[13] Pero su reivindicación no se debía solo a la oposición que había asumido frente al “anarquismo, marxismo, comunismo, fascismo, nazismo y peronismo”, sino también para tomar distancia de las derivas del catolicismo social que él mismo había encarnado y que en los nuevos tiempos se veía “desfigurado”. Para los responsables de la revista, el obispo había representado un “verdadero” catolicismo social “sin mancharlo con falsas interpretaciones, sin deformarlo con erróneas aplicaciones ni desprestigiarlo con opiniones heréticas y cismáticas.”[14] Una nota de García Venturini profundizó en los contrastes que alimentaban a través de esta figura.[15] De Andrea a lo largo de su trayectoria había actuado “sin hacer política en el templo ni usar el púlpito como tribuna partidaria” y había enseñado “los principios morales y las definiciones fundamentales” lo que le había permito alcanzar “enorme influencia política en el más elevado sentido del término.”[16] La figura de De Andrea resultaba importante en el bosquejo de una idea de democracia que, como veremos, fundamentaba la acción pedagógica que se atribuían estos intelectuales. La democracia debía estar asociada a la “cultura” porque, de lo contrario, “degenera fatalmente en demagogia”. Sólo “hay democracia si hay moral individual y moral colectiva, moral pública y moral privada”.[17]
En 1977, cuando se cumplieron cien años del nacimiento de monseñor De Andrea, se llevaron a cabo varios actos conmemorativos en los que confluyeron algunos miembros de la revista y del gobierno.[18] Romero Carranza tuvo participación activa, integró la Comisión de Honor, de la que también formaban parte los miembros de la junta militar, y fue orador en el acto que se realizó en la ciudad de Navarro, donde había nacido De Andrea, junto a Ibérico Saint Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires.[19] En la misa celebrada por el nuncio apostólico Pio Laghi, estuvieron presentes Videla, Massera y Agosti.
En síntesis, Rumbo Social no confrontó abiertamente con la jerarquía, como hizo, por ejemplo, Cabildo en varias oportunidades, pero la escasa atención que le prestó a los discursos y propuestas episcopales y la revalorización de figuras que se presentaban como trayectorias eclesiales atípicas en el catolicismo argentino, fue la forma solapada de reproducir una tradición liberal que buscaba trascender, en el campo católico, los márgenes que había ocupado. El testimonio de Manuel Ordoñez sintetizaba, tiempo después, cual había sido la perspectiva de estos sectores con respecto a la jerarquía: “nosotros éramos anticlericales, es decir, contrarios la intervención del clero en las cosas que no debía intervenir” (citado en Parera, 1986, p. 339). En buena medida representaban un anticlericalismo que, surgido en el interior del mundo católico al calor de los debates provocados por la Guerra Civil española, primero, y la Segunda Guerra Mundial, poco después (Di Stefano y Zanca, 2013, p. 16), se manifestó con fuerza frente a los vínculos estrechos que cultivó la jerarquía eclesiástica con el peronismo.
Para quienes editaban la revista Rumbo Social, si bien no dejaban de valorar y reivindicar la presencia del cristianismo, la religión no devenía en recetas políticas concretas, sino más bien en valores que, junto a otros, formaban parte de la cultura nacional. Si de aquí no se derivaba a una noción completamente secularizada de la política porque, en última instancia, eran esos valores los que distinguían a Rumbo Social dentro de la familia liberal, sí habilitaba una prioridad de los factores políticos en su definición identitaria (Vicente, 2014).
Rumbo Social y el golpe de estado del 24 de marzo de 1976
Identificamos tres cuestiones que permiten reconstruir las expectativas de estos intelectuales frente al golpe de Estado: a) el sentido del golpe y su inserción en una lectura del pasado nacional; b) la mirada predominante sobre la sociedad argentina y sobre el orden a construir y c) el vínculo entre sus propuestas y la represión.
Sentido y oportunidad del golpe de Estado
Para quienes convergieron en Rumbo Social la crisis y deslegitimación del gobierno peronista había generado condiciones favorables para una transformación radical de la sociedad. Además, muerto Perón, presumían que el nuevo gobierno contaría con una ventaja decisiva que no habían disfrutado los golpistas de 1955. En este sentido, sus perspectivas en la coyuntura de 1976 recuperaban mucho de la experiencia de 1955 tanto en la definición de las tareas que les correspondía a los militares, como en la identificación de los errores que debían evitar.
El optimismo que generaban las condiciones en que se había producido el golpe de Estado se incrementó con los mensajes y discursos de los miembros de la junta militar a través de los cuales se investían de una impronta refundacional, clamaban contra el populismo, reivindicaban a la generación del ’80 y hacían gala de una religiosidad piadosa pero no integrista. Ante este panorama, si bien los responsables de Rumbo Social no presentaron un proyecto concreto ni un plan de gobierno, creyeron encontrar, al menos inicialmente, una gestión que interpretaba sus anhelos y en ese escenario asumieron la tarea de promover los valores sobre los que se debía fundar la nueva Argentina.
Desde su aparición respaldaron aquella impronta refundacional asumida por los militares. En el número inicial lo primero que encontraba el lector al abrir la revista eran algunas estrofas del himno nacional (incluyendo aquella de la versión original que anunciaba “Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación”) bajo el título “Hoy como hace 160 años, 1810-1976”.[20] En las páginas siguientes se sentaron las bases de la interpretación sobre el golpe y su lugar en el devenir histórico del país. El editorial describió una situación de “esperanza” ante la posibilidad de avanzar en la reconstrucción de la república en la que deberían comprometerse las FFAA, la Iglesia Católica y la “civilidad”, llamada a ser protagonista en la hora actual. A la “civilidad”, comprendida en los términos de la fórmula sarmientina “civilización y barbarie”, se le atribuía la tarea de “desbarbarizar un ambiente que, con la perversa intensión de aniquilar nuestro estilo de vida, fue barbarizado en gran parte”.[21] Se sobreentiende que los propios responsables de la revista se asumían como miembros de esta categoría sociocultural.
“Desbarbarizar”, junto a otras metáforas utilizadas con frecuencia, significaba, en su sentido más concreto, “desperonizar”. El peronismo era -junto al “rosismo”- la etapa más nefasta que había soportado la república, era la falta de “decencia y cordura”, el “peligro populista”, el “empresarismo del Estado” y la “organización totalitaria de la vida sindical”.[22] Como señalamos, la “Revolución libertadora” era una fuente de enseñanzas fundamental porque si, por un lado, demostraba que la desperonización debía ser un objetivo prioritario del gobierno, por el otro, alertaba sobre los peligros que acechaban si se promovía una salida electoral antes de alcanzar las metas proyectadas. Si se flaqueaba en el avance sobre las raíces del problema podía ocurrir “que la aún no extinguida mística peronista” sea aprovechada “por algún grupo influyente que acaso a estas horas esté montando guardia a la espera de sumergir al país en una experiencia populista”.[23] La desperonización era una “barrera sanitaria en el terreno institucional e ideológico”[24] frente a la barbarie, “la masificación y las multitudes irreflexivas”.[25] Si bien este reclamo reproducía los rasgos característicos de los discursos del “antiperonismo radicalizado” de los años ’50 (Spinelli, 2005), vale aclarar que se actualizaba en el nuevo contexto a partir una dilatación de los significados del “peronismo”. Al catálogo de males se agregaba ahora su responsabilidad en la emergencia del “terrorismo”.
En su primera etapa la revista insistió en un ejercicio de reconstrucción histórica en el que se definía el sentido refundacional del “Proceso”. La derrota del rosismo, el período de la organización nacional y la generación del 80 eran los hitos que los gobernantes debían asumir. De la misma forma que en el siglo XIX, cuando el país, luego de “una larga tiranía” había emergido “para ocupar su lugar en el concierto de las naciones”, ahora tocaba a una nueva generación afrontar el desafío de superar a la postración que, entendían, había provocado la “segunda tiranía”.[26]
En el acto de presentación de la revista, Romero Carranza condensó en pocas palabras el sentido que se le atribuía a la nueva intervención militar al incorporarla a esa línea histórica en la que se representaba la tradición liberal: “a los rayos del sol de mayo de 1810, de julio de 1816, de febrero de 1852 y de septiembre de 1955, se suman, ahora, los rayos del sol de marzo de 1976”. Sin embargo, consciente de que la orientación atribuida al nuevo gobierno estaba condicionada por las luchas de poder, no dejó de expresar el temor latente de que ese sol se eclipse o “aparezcan manchas capaces de empañar su luz”.[27]
Para Manuel Ordoñez la legitimidad de la nueva intervención militar respondía a tres condiciones: en primer lugar, porque los militares habían tomado un gobierno “que marchaba a la deriva” en una situación que se equiparaba a la caída del poder central en 1820. En segundo lugar, porque “las fuerzas actuantes en el país: políticas económicas y sociales, habían demostrado su impotencia para terminar con el desgobierno, el desenfreno y la corrupción”. Finalmente “porque las Fuerzas Armadas tienen como función suprema defender la patria en la guerra (…) y seguimos estando en estado de guerra revolucionaria”.[28] Según el propio Ordoñez, la crisis política no era el resultado de una situación coyuntural, sino que provenía de “la falta de educación cívica del pueblo; la práctica de sostener la clientela partidaria con los empleos públicos; el espíritu sectario que domina a nuestra política y la demagogia de la propaganda”. En definitiva, era el resultado del “descenso cultural que obedece al lema ‘alpargatas sí, libros no’”.[29]
El editorial que publicaron con motivo del aniversario del golpe mantenía la confianza en un “Horizonte de paz, limpieza y honestidad” y reclamaba paciencia mientras se limpiaba al país “de todas las inmundicias dejadas por esos años de ignominia”. Recordaron, a través de un discurso de Videla, que el objetivo del golpe no había sido únicamente vencer a la “subversión” sino “instaurar un orden político auténtico y duradero basado en los valores de la libertad, la igualdad, la justicia y la seguridad”. Lo que estaban atravesando era, citando ahora a Massera, parte de “un proceso terapéutico que tiene como objetivo la sanidad de la República”. Para Rumbo Social no había dudas de que el 24 de marzo de 1976 era “un hito trascendental en nuestra historia” cuando “rayos de luz comenzaron a disipar las tinieblas” y se empezaba a dejar atrás “la Argentina que vimos de 1973 a 1976 y que nos gustaría borrar de nuestra Historia nacional”.[30]
En el número 8 de la revista, correspondiente a los meses de julio y agosto de 1977, una columna de Roberto Azaretto insistió en las lecturas que predominaron desde el golpe, pero, además, aclaró que si el Proceso no avanzaba exitosamente en esa dirección:
se habrán eliminado tal vez las exteriorizaciones más groseras de nuestros males, pero quedaran latentes, como caldo de cultivo propicio para cualquier aventura, las causas que permitieron a la demagogia y el despotismo enseñorearse de la República, frustrando, por ende, el proceso iniciado el 24 de marzo, lo que puede equivaler a la frustración definitiva de la Argentina civilizada.[31]
Gobernar a la sociedad argentina.
Las miradas desplegadas en la revista sobre la sociedad argentina no fueron lineales, aunque, en general, siempre partieron de un rechazo de los rasgos democratizantes de la sociedad de masas. Si bien en ocasiones se consideró que los argentinos habían sido víctimas del despliegue “totalitario” del peronismo, en la mayoría de los casos, sin embargo, se ofrecieron lecturas mucho más críticas:
¡Ay de los pueblos que pierden conciencia en dónde está la Verdad que conduce y dónde la Mentira que seduce! ¡Desgraciados ellos si permanecen mucho tiempo viviendo en las oscuras sombras preparadas por los mentirosos para atrapar a los incautos![32]
A la hora de la crítica fue Aizcorbe quien hizo gala de la prosa más radicalizada. Se lamentaba de que mientras denunciaban la “infiltración terrorista, la ruptura de la familia, el desquicio de la escuela pública, la corrupción ideológica de los partidos, y hasta la tasa de inflación en los años por venir” fueron atacados y “el electorado les volvió la espalda”. Para el ex director de El Burgués “entre Jesús el inocente y Barrabás el criminal, el populacho eligió la liberación de Barrabás y el suplicio para el Hijo de María” lo que podía ser considerado “el primer error notorio de ‘las grandes mayorías populares’”.[33]
El problema de la sociedad y su vínculo con el peronismo conducía directamente a la cuestión de la democracia y la participación popular. Un aspecto que permite dar cuenta de las escasas expectativas que estos intelectuales depositaban en la democracia es que la distancia que mediaba entre la dictadura necesaria y la república verdadera se acortaba a través de una serie de reaseguros que debían impedir futuros desvíos. Entre el presente dictatorial y el futuro democrático parecía existir una diferencia de grado más que de naturaleza y esto coincidía, en buena medida, con las proyecciones del propio gobierno militar en relación a la “herencia del Proceso”. Ordoñez sentenció el fracaso de la “democracia formal” ya que esa “clase de democracia tal cual se la ha ejercido durante estos últimos años, no sirve: no es democracia sino parodia” y ensayó una propuesta que daba cuenta de las paradojas de los “liberales” argentinos:
La Constitución, que creó el sistema de las intervenciones federales para volver al redil a las provincias que se apartan del régimen republicano, representativo y federal, tendrá en el futuro que establecer un capítulo que podría llamarse ‘De la Dictadura’, para el caso de que las autoridades nacionales se aparten de la ley, y hacer que lo que es una realidad de hecho pase a ser una institución de derecho reglada, capaz de evitar las revoluciones y los golpes de estado.[34]
Aizcorbe se preocupaba por diferenciar “mayoría” y "democracia" y asociar la última a la vigencia de las “garantías republicanas”: “la democracia se construye, antes que en las urnas, en el constante juego respetuoso y civilizado de tendencias antagónicas entre una y otra elección”.[35]
Una de las definiciones más concretas sobre la transformación política que se debía generar con el objetivo de reordenar la sociedad argentina provino de Alberto Rodríguez Varela, estrecho colaborador de Romero Carranza y que fue, como señalamos arriba, uno de los intelectuales que escaló posiciones en el gobierno militar al punto de convertirse en fiscal del Estado de la provincia de Buenos Aires, primero, y Ministro de Justicia de la Nación, después. El 28 de octubre de 1976 se le brindó un “desagravio” en la Facultad de Derecho de la UBA, de la que había sido su decano entre 1971 y 1973 y había renunciado ante el retorno del peronismo. Entre los asistentes al acto se encontraban, además de otros colaboradores de Rumbo Social como Ordoñez, varios miembros del poder judicial, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Ibérico Saint James y el jefe de la policía de la provincia Ramón Camps. Ante este auditorio Rodríguez Varela ofreció una exposición centrada en la Constitución y argumentó que en su Preámbulo se encontraban las claves del orden que se debía reconstruir en la actualidad. El país había “soportado gobiernos de jure que, llevados por su estatismo y dirigismo obsesivo, han sido en rigor de verdad muy poco concordes con la letra y el espíritu de la Constitución. Y gobiernos de facto que, por el contrario, han procurado revertir el proceso, auspiciando la acción insustituible de la libertad creadora como motor del progreso espiritual y material de la República”.[36] En su lectura, la democracia electoral tendía a verse como disfuncional al régimen constitucional. Para Rodríguez Varela en el preámbulo y en la parte dogmática había
un espíritu, un soplo vital que (…) resulta indispensable para que más allá de la ficción pueda hablarse de verdadero régimen constitucional. Si ese espíritu se encuentra ausente porque se prescinde de él o porque se lo sustituye por el latrocinio, la corrupción. la demagogia, el nepotismo. el estatismo o el sindicalismo totalitario, agraviando así a la mejor tradición institucional argentina, se produce un proceso de desconstitucionalización, un verdadero vaciamiento, que socava los cimientos de la convivencia social y aparta a la República de su vocación histórica. Se opera, así, una malversación que transforma al régimen en un cadáver, en una antorcha sin fuego, en un esquema sin vida y sin fe.[37]
No era relevante que los poderes establecidos fueran “de jure o de facto”, sino que preserven los principios constitucionales “sin capitular ante los desbordes de la guerrilla, la delincuencia, el libertinaje, la anarquía o las falsas opciones propuestas por la demagogia electoral.” Era necesario que “la virtud y la idoneidad” fueran consagradas formalmente como “condiciones indispensables para el ejercicio del poder”.[38] De cara al futuro era prioritario “fijar reglas de juego precisas y no negociables a las que inexorablemente deberán sujetarse quienes pretendan participar de la vida cívica; y actuar con coherencia, decisión, fe y esperanza, sin incurrir en improvisaciones suicidas, con una clara noción del país que queremos legar a nuestros hijos”.[39]
La dictadura, como tiempo de transición, debía permitir la reflexión para definir el rumbo, pero no debía perder de vista la doble amenaza de las “apetencias electorales y la guerrilla”.[40] Para estos autores nada era “menos cierto” que la creencia de que solo era “democrático el sistema donde la voluntad popular es soberana”. Por el contrario, sería “tan absolutista reconocer en el soberano individual -como lo hace Hobbes- capacidad jurídica para actuar sin límites, como reconocerle igual capacidad al soberano colectivo -el cuerpo electoral- como lo hace Rousseau”. Frente a ello, entendían la democracia como heredera del “derecho natural”, porque “el régimen de opinión, la libre difusión a través de los medios de comunicación” solo tiene sentido cuando “el ciudadano se preocupa por la política y, debidamente formado, y con rectitud de intención, expresa sus puntos de vista sobre los asuntos comunes”. Sin esta condición, se preguntaban, “¿puede acaso hablarse de una sana opinión? ¿Puede ser tenida por tal el juicio apresurado e irreflexivo del indolente, despreocupado de lo universal y de lo singular, que expresa sus puntos de vista sin meditación y sin conocimiento?”[41] La democracia mentada no excluía, sino que “exige la aristocracia”, requiere “el reconocimiento por parte del cuerpo electoral del deber moral de elegir, para las funciones de gobierno, a las personas más aptas para el ejercicio del Poder”. En definitiva, nada había hecho “tan mal a la democracia como el odio insensato del populismo por las élites” y la equivocación de “predicar un mecánico igualitarismo”.
Como definían replicando un artículo de la revista Reflexión, “Los mecanismos electorales no son esencias de la democracia; son, para decirlo con términos aristotélicos, sus accidentes, o sea, esos elementos que una cosa puede tener o dejar de tener sin dejar, por eso, de ser lo que es”. Era el momento de pensar “nuevas formas de democracia; de formas más fuertes; de lo que podría llamarse, quizás, una democracia acorazada”.[42]
La “lucha contra la subversión”
Las propuestas de Rumbo Social suponían la acción represiva de las FFAA, aunque se evitara el tratamiento específico y pormenorizado de la cuestión. En cierta medida se sobreentendía que la represión, cuya caracterización como una “guerra” estaba fuera de discusión, era una faceta inseparable del proceso de transformación más profunda que reclamaban. La reeducación de las masas solo se podría llevar a cabo luego de que las FFAA tomaran el control del país y “desbrozaran” el terreno. En este sentido, si bien terminar con los “males” provocados por el peronismo era un proceso de límites temporales inciertos, la deriva marxista requería de una acción represiva inmediata.
El primer número de la revista incluyó en su contratapa un “Homenaje a los valientes”. Allí se podía leer “¡bienaventurados aquellos valientes argentinos que han muerto luchando por librar a nuestra patria de la garra guerrillera!¡Ay de aquellos enemigos de la civilización que se arrogan el derecho de robar, secuestrar y asesinar!¡Más les valiera no haber nacido!”[43]Además, en ese primer número, se reprodujo una nota del diario La Prensa que denunciaba una campaña de desprestigio contra la Argentina “propugnada por elementos de izquierda”.[44]
En el segundo número bajo el título “Energía judicial” informaron de la intensa labor del juez federal Guillermo Rivarola que, según la revista, había impuesto seis meses de prisión a un militante del Partido Comunista. La revista incluso reprodujo un tramo del fallo donde el juez fundamentaba su decisión en la defensa de “nuestro modo de vida occidental y cristiano”.[45] Lo que resulta significativo del caso es que Rivarola tenía a su cargo la causa por el asesinato de los religiosos de la comunidad Palotina ocurrido en julio de 1976. La revista no mencionó esta circunstancia y tampoco abordó ninguno de los hechos que afectaban directamente a miembros de la Iglesia.
Solo hubo una ocasión en la que el tema de la represión y la violación a los derechos humanos se abordó en relación a la Iglesia. En mayo de 1977 el Episcopado dio a conocer el documento “Reflexión cristiana para el pueblo de la patria”,[46] cuyo contenido fue motivo de un intenso debate y generó malestar en el gobierno (Verbitsky, 2006). En esa oportunidad los obispos, en un tono que hoy puede parecer moderado -pero que no fue considerado así en aquel contexto-, llamaron la atención sobre la violencia y sobre los desaparecidos. El documento fue objeto de análisis de los medios masivos y en particular en medios católicos.[47] En Rumbo Social no se abordó el documento en forma directa, pero sí se publicaron declaraciones que, de alguna manera, respondían al mismo. La primera declaración correspondía al arzobispo de San Juan Ildefonso Sansierra, un prelado reconocido por sus denuncias al “comunismo” y por su apoyo entusiasta a la represión llevada a cabo por las FFAA. En la declaración citada el arzobispo sanjuanino se apresuró a negar que el documento episcopal “estuviera apuntando contra el gobierno” y rechazó la campaña “contra la Argentina” ya que en el país los derechos humanos, eran “por supuesto (…) observados”.[48] La segunda declaración, publicada en el mismo número, era de Videla quien en medio de su gira por Venezuela se había referido por primera vez a los desaparecidos (Schenquer y Dios, 2020). Si bien la declaración de Videla era la respuesta a consultas periodísticas a propósito del documento episcopal, Rumbo Social solo reprodujo el tramo donde el dictador hacía mención a las “cinco alternativas” que podían explicar las desapariciones.[49]
Más allá de este respaldo al discurso oficial, Romero Carranza asumió un rol más activo desde la Corporación de Abogados Católicos. Si bien excede el período que estamos analizando, vale señalar que en 1980 organizó el primer congreso de dicha entidad que tuvo como un eje prioritario el tema del “terrorismo” y que mereció una carta de agradecimiento del Gral. Reinaldo Bignone.[50] A finales de ese mismo año Romero Carranza publicó El terrorismo en la historia universal y en la Argentina que, más allá del tema específico al que estaba dedicado, constituye una buena síntesis de las lecturas sobre el pasado y sobre la situación del país sobre las que venía insistiendo Rumbo Social. De alguna manera, releía el pasado a partir del hilo conductor que ofrecía el “terrorismo” y la “lucha contra la subversión”. El punto de partida era que el terrorismo había surgido en el seno de la civilización cristiana con el objetivo de destruirla. La constante era la búsqueda de “aniquilar el orden natural conforme a la concepción cristiana de la vida” (Romero Carranza, 1980, p. 5). En la historia contemporánea, ese intento destructivo se había manifestado, según los casos analizados por Romero Carranza, a través del jacobinismo, el anarquismo, el terrorismo bolchevique, el marxismo-leninismo y el nacionalsocialismo. En Argentina el responsable de la introducción del “terrorismo” tenía nombre y apellido: “si es cierto que el terrorismo ha tomado un carácter internacional, no fue por ineluctable fatalidad el que también se propagara en la Argentina. Para ello existió un motivo especial de carácter nacional: la complicidad del tirano Juan Domingo Perón” (p. 3). En cuanto a la etapa iniciada en 1976, Romero Carranza señalaba que “el éxito que obtuvieron las Fuerzas Armadas fue el fruto de una decidida acción llevada a cabo sin prisa y sin pausa, e impulsada por el convencimiento de la justicia y el patriotismo de su causa de la trascendencia de los valores cristianos civilizados por ella defendidos en contra de la barbarie, el odio, la subversión y el anticristianismo de los terroristas” (p. 246).
Escrito en 1980, el libro constituyó una pieza más de un denso andamiaje que, más allá de este grupo de intelectuales, incluyó encuentros, congresos, columnas e intervenciones en la prensa, discursos oficiales, publicidad etc., a través del que se buscó consolidar una lectura legitimadora del accionar represivo en momentos en que comenzaban a tener más espacio las voces de denuncia.
Conclusiones
En noviembre de 1975 desde la revista Restauración, referente del tradicionalismo católico argentino, se concluyó que “este cadáver que se pudre al sol no es el del país sino el del enorme fantoche elaborado en 1853” y se anticipó que sería un error grave insistir en la restauración de “la república liberal, con sus costras, sus llagas y sus heridas, con sus mentiras y sus falencias”.[51] El recorrido que se ofreció a lo largo de las páginas anteriores permitió identificar a un grupo de intelectuales, también vinculados al catolicismo, dispuestos a intervenir en las disputas internas del “Proceso” para, precisamente, refundar la republica sobre los principios que los tradicionalistas daban por muertos.
La revista Rumbo Social fue uno de los espacios donde se integraron y desde donde buscaron intervenir en debates que, como un eco lejano y minoritario de los conflictos que se planteaban al interior de las FFAA, buscaban darle sentido y orientar la acción del “Proceso”. Si la dictadura militar permitía la convivencia, al menos inicialmente, de católicos tradicionalistas y “liberales” era porque también compartían algunas miradas en las que habían insistido durante décadas pero que ahora fueron representativas de un estado de cosas bastante extendido, casi un “sentido común” que podía encontrarse en una diversidad de actores y medios de comunicación y que no desaparecería en aquella coyuntura. Para unos y otros, la Argentina requería de un gobierno refundacional, para unos y otros, el peronismo era un mal que se debía erradicar.
Nuestro análisis se centró entonces en un grupo de intelectuales en el punto de llegada de trayectorias político ideológicas extensas vinculadas a espacios de socialización católica. Se trataba de algunas figuras que habían animado los debates y conflictos propios de la Iglesia argentina de las últimas cuatro décadas. En razón de esta pertenencia, observamos qué lugar les atribuían a los valores cristianos, cómo evaluaban el rol político desempeñado de la jerarquía y qué modelos eclesiales destacaban. Señalamos el despliegue de una lectura del Concilio Vaticano II distante del “tradicionalismo inmovilista” y, sobre todo, del “progresismo tercermundista” y la revalorización de Miguel de Andrea y Gustavo Franceschi como modelos eclesiales para una Iglesia que debía alejarse de los tormentosos años sesenta y setenta.
Los valores cristianos, junto al patriotismo, la defensa de la libertad y de la propiedad privada, debían ser los fundamentos de la tarea pedagógica sin la cual, el proceso iniciado el 24 de marzo, fracasaría. La restauración de una república liberal sería fruto de la acción militar y de la tarea emprendida por la elite intelectual de la que se sentían representantes. A los militares les tocaba generar las condiciones que permitieran avanzar en la reeducación de las masas, reprimir a los enemigos de la comunidad y lograr la desperonización. En el horizonte, vislumbraban una “democracia acorazada” que, al menos hasta que diera sus frutos el proceso de reeducación cívica, estaría protegida de los vaivenes electorales. En definitiva, vieron a la dictadura como la última oportunidad de llevar a buen puerto un proyecto que implicaba una reversión de las transformaciones sociales que habían acompañado la emergencia de la sociedad de masas.
Estos intelectuales que habían vivido con dramatismo e impotencia las transformaciones sociales de las últimas tres décadas, creyeron que en marzo de 1976 había llegado, finalmente, su hora. Desplegaron todo el voluntarismo restaurador de una utopía elitista y excluyente que comenzaría a naufragar en las internas del “Proceso”, mucho antes de que las “masas” retornaran al centro de la escena.
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Notas