Artículos libres
Recepción: 10 Febrero 2021
Aprobación: 27 Mayo 2021
Publicación: 05 Junio 2022
Resumen:
El 17 de octubre de 1945 es una fecha que marcó la historia argentina pasada, y tiene reminiscencias en el presente. Aquel día un grupo de obreros, con algún grado de espontaneidad e independencia de las grandes estructuras gremiales, se movilizaron a la Plaza de Mayo de la ciudad de Buenos Aires en pedido de la libertad de Perón. Detrás de la liberación de Perón se ocultaba la defensa de las mejoras materiales que se habían otorgado a lo largo de la denominada Revolución de Junio, el golpe de Estado que tenía a Perón como uno de sus más destacados exponentes, y manejaban la suerte del país desde 1943.
La pregunta rectora de este trabajo es qué pasó por aquellos días en la provincia de Entre Ríos, y tratar de responder a partir de una reconstrucción histórica de los sucesos previos y durante las conocidas “jornadas de octubre”. Para dar un verdadero carácter provincial se han estudiado los hechos analizando las principales ciudades de la provincia, además de su capital. También se ha recurrido a una variedad de fuentes como periódicos locales y materiales del Fondo Secretos, confidenciales y reservados y del Fondo Justo del Archivo General de la Nación.
Palabras clave: Peronismo, 17 de octubre de 1945, movimiento obrero, Entre Ríos.
Abstract:
October 17, 1945 is a date that marked Argentina´s past history and still has reminiscences in the present. That day, a group of workers, with a degree of spontaneity and independency from large trade union structures, movilized to Plaza de Mayo in Buenos Aires, claiming the release of Perón. Behind Perón’s liberation, hid the defense of material improvements given thorughout the so-called Revolución de Junio, the coup d’état that had Perón as one of its main exponents and managed the fate of the country since 1943.
The guiding question of this work is what happened in Entre Ríos province in those days, and to try respond in base of a historical reconstruction of the events happened during that “days of october”. To give a real provincial approach, events in main cities of Entre Ríos has been researched, as well as its capital. Also, several sources were consulted, such as local newspapers, declassified files and confidential documents and files from Fondo Justo from the Archivo General de la Nación.
Keywords: Peronism, October 17, labor movement, Entre Ríos.
Introducción
Para el movimiento peronista, el hito de su nacimiento es indiscutible es el 17 de octubre de 1945, el día que las masas obreras ocuparon la plaza de Mayo de Buenos Aires y reclamaron la libertad de Perón. Y si bien es discutible el mito de la lealtad obrera –apuntalado por la liturgia partidario-estatista (Neiburg, 1995)-, es más claro que la irrupción de un grupo de trabajadores fue lo que volcó la suerte de Perón, y la del movimiento obrero. Como señaló Eduardo Sartelli, el 17 de octubre es la culminación de una etapa del reformismo obrero para una fracción del movimiento obrero y el comienzo de una nueva etapa, donde el reformismo obrero autónomo perdió lugar crecientemente frente a una estatización-integración del movimiento obrero (Sartelli, 2007, p. 81). Por lo tanto, el 17 de octubre representa más que la movilización por el pedido de libertad de Perón, supone un cambio de coyuntura donde se jugaron el futuro de una parte del movimiento obrero y de sus opciones respecto a con quiénes construiría alianzas.
El 75º aniversario del 17 de octubre puede ser una buena excusa para volver, como diría Juan Carlos Torre (Torre, 2012), una vez más, a la revisión de aquellas jornadas históricas. Pero no usando la efeméride como un simple pretexto, sino para repensar como se produjeron los acontecimientos en el interior argentino.
Si bien el presente artículo versa sobre las jornadas de octubre en la provincia de Entre Ríos, el 17 de octubre es un hecho de innegable importancia para la Argentina moderna y ha sido objeto de amplios debates en torno a aquellos sucesos y su explicación histórica recorrió una miríada de lecturas muy contrapuestas entre sí. Desde un Cipriano Reyes que se responsabilizó por los hechos (Reyes, 1984), pasando por lecturas nacional-populares, que hablaban de la “primera acción masiva de política del proletariado nacional” (Belloni, 2011, p. 88) y de una “huelga general revolucionaria” (Puiggrós, 1971, p.169) hasta los detractores que denunciaron las movilizaciones como un acto coordinado por la Secretaría de Trabajo y Previsión (en adelante, STyP), la policía y la Confederación General del Trabajo (en adelante, CGT) (Peña, 2012, p.492). Finalmente, hubo quienes se refirieron al 17 de octubre como “La marcha sobre Buenos Aires” (Correa, 2013), en una clara referencia al avance del fascismo italiano sobre Roma.
En cualquier caso, la ciencia histórica, a partir de los trabajos de Celia Durruty (1969) y Murmis y Portantiero (2006), cuyas líneas de investigación fueron continuadas por Del Campo (2005) e Hiroshi Matsushita (2014), a los que más tarde se unieron Juan Carlos Torre (2011) y Daniel James (2006), mostraron un proceso histórico más complejo y lograron una reconstrucción histórica más acabada de los hechos. Fundamentalmente se demostró la relación de tensión entre los militares, una fracción de la dirección sindical –particularmente la que tenía su propio programa político- y las bases obreras; que nos alejaron de la imagen de movimiento homogéneo y volcado de lleno en defensa de Perón. Algo que años después, Gustavo Contreras (2007 y 2017) se esforzó en documentar para el movimiento obrero del primer peronismo, demostrando, y siguiendo en alguna medida a Little (1995), los contornos de las corrientes ideológico-programáticas (“nucleamientos sindicales” las llama el autor). Aunque se puede deslizar como crítica la ausencia del análisis de la represión a los grupos obreros que actuaban de manera autónoma de las prerrogativas estatales.
No es el único trabajo que omite el análisis de la construcción de hegemonía en sus aspectos represivos. En la década del dos mil salió a la luz un trabajo muy influyente de Iñigo Carrera (2004), quien, a partir del estudio pormenorizado de la huelga general de 1936, descubre lo que el autor denomina “estrategia” del movimiento obrero. En su interpretación la clase obrera se habría movido hacia posiciones reformistas y de búsqueda de la integración al Estado por el agotamiento extensivo del crecimiento capitalista. Esta explicación se relaciona con el peronismo a través de una mirada teleológica, que presenta ese movimiento como un destino al cual la clase obrera caminaba desde años antes -en este sentido es tributario de la tesis “continuista”- pero omite que para la aceptación del status quo, el gobierno militar de 1943 llevó adelante una “profilaxis ideológica” e institucional contra los elementos obreros contrarios a su política durante todo el tiempo que ocupó el poder. Tarea que, por cierto, Perón continuó en su gobierno. Por ello, la idea de una “estrategia” que actúa como una suerte de inteligencia colectiva debería ser matizada en una discusión de cara a la correlación de fuerzas y el ejercicio del consenso, la coerción y la disputa programática dentro del propio movimiento obrero, sin olvidar la coyuntura económica de los años cuarenta.
El repaso por la producción historiográfica argentina da cuenta que, si se considera a los hechos centrales acaecidos en la ciudad de Buenos Aires y su conurbano, la reconstrucción de los hechos históricos del 17 de octubre está saldadas en sus aspectos más generales. Sin embargo, para el interior argentino aún falta terreno que recorrer y explorar. Mientras en Buenos Aires la CGT zanjó por un margen muy ajustado de votos las discusiones con la declaración del paro general para el 18 de octubre (Torre, 2011, p. 169), en el interior la situación fue más heterogénea y se destacó un grado de contención institucional importante que casi no dieron lugar a manifestaciones espontáneas.
Algunos de los trabajos compilados en La invención del peronismo en el interior de Tcach y Macor (2013 y 2014) indicaron como se vivió el 17-18 de octubre en algunas localidades del interior. Las investigaciones correspondientes a Salta (Del Valle Michel, Torino y Correa, 2014), Mendoza (Álvarez, 2014), el norte patagónico (Mases y Rafart, 2014), Río Cuarto en Córdoba (Camaño, 2013), junto a otros trabajos como los de Maggio sobre Chaco (2014), identificaron que las fuerzas obreras simpatizantes al programa de Perón no habían logrado una hegemonía dentro del movimiento obrero y las jornadas de octubre pasaron sin demasiada relevancia local. Aunque hubo excepciones, confirmando la tesis de la heterogeneidad de situaciones particulares, como la provincia de Santa Fe (Prol, 2012), los casos de los obreros azucareros de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (en adelante, FOTIA) (Rubinstein, 2014) y de los trabajadores correntinos organizados por elementos nacionalistas (Solís Carnicer y Meza, 2013).
Tampoco han faltado los estudios específicos sobre el peronismo en Entre Ríos, de los cuales las obras de Henchoz (2016) y Maidana (2018) ocupan un lugar destacado. Aunque el primero tiene un carácter descriptivo y acotado al relato de lo sucedido en Gualeguaychú y Gualeguay, el trabajo de Maidana complejiza el análisis y señala correctamente la vinculación entre las autoridades de la STyP y un grupo de sindicatos cercanos para aquellas jornadas. Sin embargo, la obra de Maidana, si bien se titula como un estudio provincial, centraliza su reconstrucción en la capital Paraná.
En este contexto nuestra propuesta es reconstruir los sucesos del 17-18 de octubre para la provincia de Entre Ríos, analizando, no sólo la capital provincial, sino también los pueblos del interior, normalmente relegados en los estudios, que como señaló oportunamente Raanan Rein (2009), una mirada regional no debe ocultar diferencias locales. Es decir, la mirada “provincial” que se centraliza en una localidad destacada no permite conocer el tejido interior y las agencias que actúan en determinados hechos que se pretenden analizar. Por otra parte, no solo dar cuenta del hecho histórico en las principales ciudades de Entre Ríos, sino que nuestro objetivo es demostrar el lazo que unió a los trabajadores movilizados con las autoridades de la intervención en la mayoría de las localidades. Es decir, el emerger de una nueva alianza.
Nuestra hipótesis de trabajo es que a partir de 1945 la oposición al golpe de Estado comenzó a ganar la calle, producto de esta intervención se logró el desplazamiento de Perón –resultado de la lucha palaciega entre los golpistas (Luna, 1999)-, pero estos enfrentamientos eran consecuencia de la incapacidad de los militares de continuar manteniendo el poder del modo que lo habían hecho desde su llegada el 4 de junio de 1943. Desde aquella fecha, los uniformados habían construido su poder en una estrategia de coerción y consenso; para lo primero fue necesaria una permanente represión de los opositores, sean quienes sean, mientras para lograr lo segundo, se debió desplegar políticas que buscaran mejorar las relaciones con los distintos actores de la realidad social. El resultado de este cambio fue que la Revolución de junio logró construir insipientemente una nueva alianza social que convocó a trabajadores y patrones en un programa común dirigido por Perón (Doyon, 2006; Kabat, 2017).
Fue en este contexto que las marchas del 17 y 18 de octubre cumplieron la función de aglutinante de la fuerza filo-peronista y sirvieron para demostrar la capacidad de movilización de los militares y los civiles con ellos comprometidos. Por esto que el 17-18 de octubre se realizaron los primeros actos públicos de importancia en la provincia de Entre Ríos, donde la alianza social que tomó el nombre de peronismo salió a la calle y logró una victoria. Sin embargo, a diferencia de los hechos en Buenos Aires, en el caso entrerriano la falta de una hegemonía del elemento peronista dentro del movimiento obrero y la debilidad relativa de las organizaciones identificadas con la obra de Perón necesitó de la participación y organización “desde arriba”, aparentemente con la única excepción de la ciudad de Concordia. Hecho que también anticipaba las luchas por venir dentro de la nueva alianza.
Para la reconstrucción histórica nos hemos valido de diversas fuentes, desde periódicos locales a fuentes estatales estadísticas, material sindical y documentos inéditos del Fondo de Secretos, confidenciales y reservados del Archivo General de la Nación.
El movimiento obrero entrerriano durante el golpe de 1943
El objetivo de este apartado es ofrecer una descripción general y sintética de la relación entre el movimiento obrero entrerriano y los militares durante el tiempo comprendido entre el 4 de junio de 1943 al 17 de octubre de 1945. Aunque primero se presentará de modo sucinto la historia de la clase obrera de la provincia. Para luego de este repaso concentrarnos en tres tipos de acciones desarrolladas por los militares: primero, la represión al movimiento obrero; segundo, las estrategias no-coercitivas hacia las organizaciones de los trabajadores, y, por último, las políticas laborales.
El movimiento obrero entrerriano para 1943 no era un movimiento “nuevo”. Es decir, su historia data por lo menos de las últimas décadas del siglo XIX, aunque sus luchas económicas más antiguas se rastrean a la mitad del aquel siglo (Leyes, 2012). La historia del movimiento sindical en Entre Ríos tiene sus primeros jalones hacia las primeras décadas del siglo XX cuando la organización gremial se extendió por varias localidades vinculada a los gremios urbanos. Panaderos, carreros, tipógrafos y obreros de las obras públicas fueron sus principales impulsores (Leyes, 2021).
Sin embargo, la fracción mayoritaria de la clase trabajadora, es decir, aquella ocupada de las tareas rurales, no tuvo su proceso de organización hasta el quinquenio comprendido entre 1917-1922. Durante aquel lustro, los trabajadores vivieron un verdadero ciclo ascendente. A diferencia de los años anteriores, la organización sindical alcanzó un territorio más amplio y zonas que aún desconocían la organización obrera. Pero este impulso fue detenido por una fuerte represión, con un gran saldo de obreros presos, organizaciones destruidas y varios obreros muertos (Ansaldi y Sartelli, 1993).
Las consecuencias de esta ofensiva patronal no fueron solo inmediatas, sino que se extendieron en el tiempo, sumergiendo al movimiento obrero en un reflujo que duró por lo menos cinco años. Recién en el año 1927, se comienza a reactivar la actividad gremial que, insipientemente, trató de lanzar luchas y reconstruir las organizaciones gremiales caídas. Pero existe una particularidad en este contexto que marcará al movimiento obrero provincial en los años posteriores, y es la persistencia de la desocupación. Una fuerza crisis atacó toda la región pampeana y Entre Ríos no fue la excepción, la desocupación, a pesar de lo que se cree, comenzó mucho antes que la denominada crisis de 1930. Por lo cual, aquella situación de paro forzoso de los obreros marcó al movimiento obrero de la provincia. Aunque esto no significó un perjuicio para continuar la tarea organizativa. A partir de 1932, el proletariado organizado construyó una central provincial llamada Unión Obrera de la Provincia de Entre Ríos (UOPER), que pronto adhirió a la CGT. Esta central provincial fue impulsada por los dos grandes polos sindicales de la provincia, Diamante y Concepción del Uruguay, uno y otro, dirigidos por anarquistas y sindicalistas, respectivamente (Leyes y Kabat, 2018).
En el año 1935, el año de mayor conflictividad de la década, el movimiento obrero entrerriano se rompió cuando los anarquistas fueron expulsados, dejando el control a los sindicalistas, que por aquel año también dejaron la CGT para reconstruir la Unión Sindical Argentina (USA); la cual tuvo en la provincia de Entre Ríos su principal bastión del interior argentino (Kalmanowiecki, 1993). Mientras tanto, los anarquistas que habían intentado relanzar una central provincial con su marca ideológica, sufrieron una fuerte represión en el verano de 1937, que los llevó a la pérdida de su principal núcleo militante en la ciudad de Diamante (Leyes, 2020b).
Es por aquellos años que el movimiento obrero entrerriano que conoció la dictadura de 1943 se terminó de configurar en sus actores principales con la aparición pública y creciente de los comunistas. En efecto, a partir de los años 1937 y 1938, el movimiento obrero entrerriano, en particular en la capital provincial, vio despuntar la militancia de los comunistas, más precisamente en el gremio de la construcción. Aunque luego su influencia se extendería a otros gremios como panaderos, gráficos, y de diferentes industrias de la ciudad de Paraná (Leyes, 2019b).
Esta reseña, por demás sintética, no se ha referido aún a la relación entre el Estado y el movimiento obrero. Se dijo previamente, que desde el relanzamiento sindical de fines de la década del veinte el movimiento obrero luchó de igual forma contra patronales como contra la desocupación. La situación ocupacional fue acuciante desde los años 1927-1928, y el cambio de década amplificó las dificultades por la crisis económica-comercial. Pronto, de modo preventivo, el Estado provincial y, en menor medida el nacional, se preocuparon por crear trabajo a través de obras públicas y desde las denominadas “comisiones pro-desocupados”. El temor a los desocupados impulsó una política de emergencia para crear empleos (Leyes, 2020c).
Ahora bien, la intervención estatal para generar puesto de trabajo no fue el único vínculo que se estableció entre el movimiento sindical y el Estado. Desde mediados de la década de 1930, específicamente, desde el conflictivo año de 1935, el Estado provincial tomó en sus manos la tarea de mediar en las disputas laborales. No porque antes no lo hiciera, sino porque su actividad alcanzó nuevos bríos de manera permanente y sostenida (Leyes y Sartelli, 2019). Es difícil ofrecer un dato cuantitativo de las contiendas resueltas y los convenios firmados, pero el historiador Filiberto Reula (1971) encontró unos 66 conflictos solucionados entre 1935 y 1939.
En conclusión, para el momento que los militares llegaron al poder a través de la intervención de la provincia, se encontraron con un movimiento obrero consolidado en su extensión, con una hegemonía sindicalista en la gran mayoría de la provincia y con un crecimiento sostenido de los comunistas. Este movimiento obrero había trazado relaciones con el Estado provincial en la búsqueda de empleo y recurrido a mesas de negociaciones tripartitas (Leyes y Kabat, 2018, 7). Este proceso dio por resultado la conformación de una alianza tácita entre obreros organizados y los administradores del Estado provincial encabezados por los radicales (Leyes, 2020a). Fue esta alianza social la que debieron romper los militares para construir su propia hegemonía. Por ello, reconfigurar las fuerzas dentro del movimiento obrero fue una obra que tomaron con celeridad y decisión, pero para la cual contaban con el desarrollo de una conciencia que hacía tiempo recurría al Estado para salvar su situación de precariedad o conseguir mejoras.
Para lograr sus objetivos, los militares debieron desarrollar una constante represión y división del movimiento. El motivo no era menor, precisaron desestructurar décadas de relaciones sociales y políticas que se habían tejido entre múltiples actores en un contexto social y económico crítico. Por ello, romper los puentes implicó atacar a quienes sirvieron de cabezales entre ambos lados. Las primeras víctimas de aquella represión del lado obrero fueron dos médicos comunistas de Paraná, que además, eran destacados dirigentes de aquel partido, y Juan Balsechi, un militante sindicalista de Concepción del Uruguay y referente indiscutido del movimiento obrero provincial. Los militares no dudaron de tildarlo de “comunista”, aunque después se retractaron y reconocieron que se trataba de un militante sindicalista.[1]
Si bien Balsechi en esta oportunidad logró ser liberado, fue encarcelado otras dos veces durante el golpe, y en la última de ellas negoció con los militares su autoexilio en el Uruguay (Balsechi y Gilbert, 2008, p. 100). Mientras tanto, los médicos comunistas fueron conducidos a Buenos Aires donde estuvieron detenidos varios meses.[2]
La represión siguió durante todo el tiempo de la intervención, incluso más allá del 17-18 de octubre. Y no fue solamente un ataque a los hombres que dirigían aquellos sindicatos sino también una embestida contra las diferentes organizaciones vinculadas al mundo de la izquierda obrera. Por ejemplo, se clausuraron todo tipo de instituciones solidarias con la causa de los aliados creadas por socialistas y comunistas, como eran los casos de Italia Libre, el Comité “Ayuda a los Héroes de Stalingrado”, la Acción Argentina, la Confederación Democrática Argentina y el Comité Femenino de Ayuda a los Aliados. Además, se cerraron los Sindicato de Panaderos, Sindicato de obreros de la Madera, Sindicato Único de la Construcción y Sindicato de obreros Gráficos, y también se clausuraron algunas Casas del Pueblo del Partido Socialista y una biblioteca de ese partido (Leyes, 2017).
Desarticular estos organismos obreros era necesario para controlar al movimiento trabajador. En la provincia de Entre Ríos, se aplicaron las mismas políticas descriptas por Doyon (2006) y Del Campo (2005) a nivel nacional, que buscaban la contención del movimiento sindical, la creación de sindicatos paralelos y la formación de nuevos sindicatos sin la participación de los militantes izquierdistas.
Así fue como, a modo de ejemplo, a fines de abril de 1945 los panaderos de Concepción del Uruguay denunciaron una maniobra divisionista y la creación de un sindicato paralelo en su gremio. El caso fue que un grupo de obreros panaderos reunidos en el local de la STyP, en nombre del gremio, habían expulsado a dos militantes históricos: el ya nombrado Juan Balsechi y a Alberto Gargano. Al parecer, los rupturistas difundieron que ambos estaban en contra del trabajo diurno en la panadería y cooperativa sindical El Despertar del Obrero.[3] Para mayo se hablaba de la completa separación de los militantes y la creación de un sindicato paralelo.[4]
En julio, los obreros oficialistas iniciaron una huelga en reclamo del trabajo diurno con el apoyo de la STyP. En tanto los miembros del sindicato de panaderos se negaron a acompañar la medida por considerar que rompía un convenio firmado en enero de ese año. Luego de una reunión entre los industriales panaderos y el interventor provincial Sosa Molina, se dio la razón a la patronal y se dejó la maniobra del sindicato divisionista en falta. Aunque los divisionistas no perdieron la oportunidad de señalar la compañía de los sindicalistas junto a los industriales en el reclamo a Sosa Molina.[5]
A fines de agosto, los miembros del sindicato de panaderos decidieron realizar una asamblea con el objetivo de reunificar al gremio, pero quienes integraban el sindicato rupturista se negaron a participar.[6] Declararían más adelante los sindicalistas: “Estos hechos fueron protestados por la entidad afectada (…) ante la Dirección de Delegaciones Regionales de Trabajo y Previsión, sin que se atendieran las demandas formuladas en lo que se refiere a conocer u observar alguna resolución…”.[7]
Este mecanismo por el cual la STyP apoyaba a un grupo de obreros que se erigían en un nuevo centro de orbita para los trabajadores, al margen o en oposición a los dirigentes históricos, se reprodujo en otros gremios como fueron los casos del Frigorífico Liebig, en Empleados de Comercio de Concepción del Uruguay, y en la Fábrica de Cerámica de Paraná (Kalmanowiecki, 1993, p. 159; Maidana, 2018).
Por otra parte, sería una mirada sesgada no reconocer que la adaptación de las organizaciones obreras al modelo sindical que proponían los militares, corría en paralelo a la búsqueda de mejoras materiales en cuestión de salario, condiciones laborales y costo de vida. El gobierno de facto solucionó reclamos de larga data y tomó medidas a través de mecanismos expeditivos como los decretos del Poder Ejecutivo. Asimismo, cuando la Revolución se estabilizó, se crearon leyes para dar impulso a los cambios. Debemos destacar que el primero de este tipo de decretos fue el referente a los precios máximos de los alquileres. Lógico, en tanto el problema de la vivienda era una constante y los alquileres ocupaban un porcentaje alto de los salarios obreros.
Otra de las medidas que se tomó fue el control de los precios de los productos de primera necesidad. Todos los Jefes de Policía de la provincia recibieron notificaciones para hacer cumplir el decreto. La explicación oficial sobre esta regulación alegaba “…no se trata de regular la economía sino la represión especuladora del fraude y el comercio”.[8] Para la política de supervisión los sindicatos ayudaron en la vigilancia de los precios: “Los delegados obreros ofrecieron su colaboración y agradecieron la preocupación del interventor por la defensa de sus intereses…”.[9]
En términos generales, la política de control de precios resultó un fracaso, y la inflación tomó nuevo impulso como lo muestra el cuadro que insertamos a continuación.
En este contexto, los militares optaron por dar aumentos vía decretos y luego, una vez organizado el aparato estatal para la intervención laboral, se continuaron los aumentos nominales por medio de los convenios colectivos de trabajo. A contracara, a pesar de los intentos de control de precios, la inflación de los productos básicos continuó (Sidicaro, 1981). Situación diferente fue la protección legal que se obtuvo por las leyes y contratos colectivos de trabajo, que imponían las discusiones tripartitas entre Estado, obreros y patrones. Algo que significó una mejora cualitativa de la situación previa al golpe, cuando la participación en aquellas mesas era optativa por las partes.
Desde octubre a diciembre de 1943, se firmaron 48 convenios de trabajo, en todos ellos se elevó el salario a los trabajadores y se impusieron las 8 horas laborales.[10] El mes de julio de 1944 significó un quiebre en el alcance de los decretos y convenios de trabajo. Como señalaron diversos autores (Horowitz, 2004, pp. 262-263; Doyon, 2006, p. 112), la política laboral del gobierno en la provincia comenzó de modo más decidido hacia mediados de 1944.
Un modelo de estos convenios patrocinado por los militares se rubricó en Concordia durante noviembre de 1944. En esa oportunidad, el sindicato de estibadores del puerto, junto a la empresa Dodero y el Inspector de la STyP Solanas Pacheco firmaron un convenio de quince artículos, sólo el primero se refería a aumentos de sueldos y el peso de las bolsas a cargar, luego se concentraban en las funciones del gremio como contralor de la productividad de sus afiliados, la existencia de delegados de sección, la mediación en casos de conflictos y el manejo de la bolsa de trabajo.[11]
1945, la vuelta de la oposición política
Después de más de un año y medio de gobierno militar, buena parte del espectro político comenzó a exigir la entrega del poder y el retiro de los militares a los cuarteles. Se conjugaban factores locales cómo la política social, que se interpretaba como un ataque a la “libertad de empresa”, la inflación y, por parte de los organismos obreros, la cooptación y limitación de la libertad del movimiento obrero. Tampoco hay que olvidar que la caída del eje nazi-fascista y la victoria de los aliados avizoraban el fin de las dictaduras, suerte que se esperaba para la Revolución de Junio.
En la provincia de Entre Ríos, la oposición quedó bajo la dirección de los radicales, hecho que resulta razonable si se considera su predominio como partido político burgués durante las décadas anteriores. Una hegemonía que se extendía hasta los partidos de izquierda y buena parte de los sindicatos en la suerte de frente popular de facto constituido hacia fines de la década del treinta (Leyes, 2019a). A principios de marzo de 1945 se publicó un manifiesto de los radicales en “defensa del régimen democrático”. El eje del documento estaba dirigido a la reorganización institucional y el llamado a elecciones.[12]
No obstante, el primer dolor de cabeza de importancia no llegó por los partidos de oposición, sino por los estudiantes, aunque es de intuir que muchos de estos eran los hijos de los radicales opositores. Se conoció un verdadero e inusitado movimiento estudiantil[13] que se sostuvo entre los meses de mayo y septiembre de 1945. El centro de los reclamos era la regularización de las escuelas nacionales y la expulsión de docentes vinculados al nacionalismo católico.
A raíz de estas protestas se sucedieron varios enfrentamientos entre estudiantes y funcionarios. Por ejemplo, en la ciudad de Paraná, la Policía Federal increpó a estudiantes de la Escuela Normal y por este proceder, los estudiantes amenazaron con una huelga. También en Concordia se comenzó una huelga en el Colegio Nacional porque el director no permitía a los alumnos usar la escarapela argentina –para el principal escolar se trataba de una solapada insignia republicana- razón por la cual, padres y docentes pidieron la renuncia del superior. También el 20 de junio, con motivo del día de la bandera, estudiantes de Gualeguaychú improvisaron una manifestación por las calles de la ciudad dando vivas a la constitución, la democracia y la libertad. En tanto, durante julio, pero ahora en Concepción del Uruguay, se originó una huelga en el Colegio Nacional que terminó con nueve estudiantes presos, veintiún sumariados y otros expulsados.[14] También en Nogoyá se declaró una protesta contra el rector por la suspensión de dos alumnos. Un periódico dio cuenta de una posición “netamente totalitaria” por parte del director.[15] Pocos días más tarde, en el Colegio Nacional de Villaguay se denunció al jefe de Policía por presionar a miembros de la comunidad educativa a punta de pistola.
En diferentes puntos de la provincia, los choques entre los estudiantes y las autoridades se sucedían y la tensión aumentaba. Fue en este contexto que a mediados de agosto, se noticiaba sobre el único registro que poseemos de una muerte durante la intervención de la provincia. La víctima era un estudiante de Paraná, originario de Villa Clara, de apellido Blastin: “Ha provocado general indignación el atropello policial de que se ha hecho victima a varias personas que se disgregaban de una manifestación democrática de grandes proporciones, resultando estudiantes heridos y contusos.” Además del fallecido, una treintena de sus compañeros resultaron lesionados.[16] Sin embargo, dado el estado de censura de la prensa, no hemos encontrado ninguna otra referencia a este hecho.
En septiembre de 1945, la oposición se sentía victoriosa y redoblaba esfuerzos para vencer a los militares. Los actos continuaron con un claro aumento del tono opositor. Uno de estos mítines en “defensa de la Democracia” se realizó en Paraná y reunió a todos los miembros de la plana mayor del radicalismo. Debieron cambiar la Plaza de Mayo local por una plaza más pequeña -la Plaza Alvear- porque el jefe de Policía prohibió la utilización del lugar central; más tarde se denunció la presencia de agentes de civil entre la audiencia y uniformados ubicados en lugares estratégicos en actitud intimidadora. A pesar de ello, según los organizadores, una multitud se acercó a oír a los oradores. Los discursos atacaron a la intervención y al estado de las finanzas nacionales y provinciales. La participación de Enrique Mihura, último gobernador radical antes del golpe, despertó al público que lanzó vivas; su discurso apuntó a la autonomía provincial violentada por la intervención. Atanasio Eguiguren, uno de los jerarcas del partido Radical entrerriano, se refirió a la violencia estatal contra los estudiantes y argumentó que como docente del Colegio Nacional había faltado al trabajo en señal de protesta.[17]
Estos hechos entrerrianos no pueden ser escindidos del proceso general a nivel nacional que fue el que precipitó la salida de Perón del poder y que había creado un estado de polarización política y movilización popular importante.
Las jornadas de octubre de 1945 en Entre Ríos
Los sucesos que condujeron al 17 de octubre comenzaron una semana antes, con el desplazamiento de Perón, por entonces vice-Presidente de la Nación, Ministro de guerra y Secretario de Trabajo y Previsión. Esta medida fue tomada en diferentes ciudades con beneplácito y los medios de prensa se hicieron eco de los cambios institucionales,[18] aunque, como veremos, en casi todos lados también hubo oposiciones. En Gualeguaychú, desde las oficinas de El Censor, un diario conservador vinculado al Partido Demócrata Nacional, se hizo sonar una sirena para dar la noticia y rápidamente se juntó en su local un sector de la población que celebró el acontecimiento. Luego se formó una columna de unas seiscientas personas que desfiló por la ciudad encabezada por estudiantes, que marchaban con una bandera argentina. En una de las esquinas se cruzaron con un grupo de “adictos a Perón”, luego de lanzarse insultos se tomaron a trompadas, la policía intervino repartiendo golpes para todos. La columna retomó su camino y terminó la concentración entonando el Himno Nacional. La noticia también daba cuenta de que en ese momento existía una marcha peronista en proceso. Marchas análogas se vivieron en Concepción del Uruguay, donde la movilización fue acompañada por una caravana de automóviles, y en Concordia se enfrentaron en una fuerte escaramuza grupos de antiperonistas contra otro que reclamaban por Perón –la noticia destacaba que estos últimos eran conscriptos del Ejército- por lo que debió intervenir la policía, a sable desenvainado, y procedió a disolver a los golpes las manifestaciones.[19]
El día 17, más de cien delegados obreros provinciales, simpatizantes de la obra de Perón, se reunieron en Paraná en la Casa de Gobierno. Allí, un evasivo interventor provincial –así lo adjetivaron los medios- buscó eludir a los obreros, pero al final los recibió concluyendo que lo mejor era enviar un telegrama al presidente solicitando la libertad de Perón. Sin embargo, los obreros no se conformaron con esta proposición y avisaron a Sosa Molina que de no mantenerse los logros sociales se declararía la huelga general en toda la provincia, quedando los sindicatos en estado de asamblea y alerta.[20] Sobre este punto se debe mencionar que Sosa Molina era un militar cercano a Perón, por lo que obró con cautela por miedo a sufrir la suerte de su compañero de armas y ser desplazado también.
En Gualeguay, se anticipaba que los panaderos y ferroviarios se plegarían al paro decretado por la CGT, pero los medios denunciaban a los funcionarios de la STyP como instigadores de la huelga. Informaban que habían pasado todo el día llamando a los delegados obreros de los más diversos gremios para que acataran el paro declarado por la central obrera para el día siguiente. Por este motivo se preguntaron si se trataba de un paro obrero o un paro oficial. En esa ciudad no se confirmó la movilización, sino una huelga.[21] Mientras en Gualeguaychú se denunciaba que la marcha había carecido de presencia obrera, y fue organizada por tres personas ajenas al movimiento obrero.[22]
En Concordia, una de las ciudades donde mayor campo de acción tuvo la política obrera del gobierno, la Federación Obrera de Concordia, entidad que estuvo intervenida hasta abril de 1945 por sus posiciones de independencia sindical, se dividía en dos grupos frente a estos hechos. Aquellos que esperaban el desarrollo de los sucesos y otros que pretendían intervenir automáticamente en la huelga.[23] Finalmente se adhirió al paro el día 18 y realizó una marcha por la mañana en el que participaron unas quinientas personas, encabezadas por mujeres que pedían el cierre de los locales comerciales en adhesión al paro. En el caso que no lo hicieran, se presentaban obreros varones que obligaban a hacerlo. A las 20 horas, frente al local del Centro de Empleados de Comercio, lugar en el que funcionaba la oficina de la STyP, se reunió gran cantidad de obreros –la nota periodística que nos sirve de fuente calculaba en unos tres mil trabajadores- entonaron el Himno Nacional y se destacó que la única bandera era la argentina. Hablaron varios oradores de diferentes sindicatos, empezando por el de empleados de comercio, también obreros del Frigorífico Yuquerí, la secretaria del sindicato de empleadas domésticas y miembros de la Unión Ferroviaria, en tanto, la muchedumbre gritaba el nombre de Perón. Al finalizar el acto se produjeron algunos desmanes cuando un grupo de obreros lanzaron piedras contra las casas de algunos opositores y la policía golpeó a los manifestantes.[24]
En Concepción del Uruguay, el día 18, luego de recorrer los comercios y pedir su cierre, los militantes peronistas se reunieron en el local de los panaderos disidentes y escucharon a diversos oradores, realizaron una marcha por la ciudad dando cantos y vivas a Perón: “Durante su paso por las calles de la ciudad algunos de sus integrantes cometieron desmanes en perjuicio de miembros de la colectividad Israelita. También se registraron algunos incidentes con elementos estudiantiles y democráticos”. Los informes indican que la policía actuó de modo contemplativo a los ataques de los peronistas.[25] Pocos días después el gobierno publicó una nota desligándose de las actuaciones racistas de algunos elementos –según ellos infiltrados - que aprovecharon la manifestación para confundir a los adherentes.[26]
En Paraná, capital de la provincia, el gobierno de la intervención se jugó una carta fuerte. La actividad favorable a algún tipo de acción de los elementos peronistas había comenzado el día 15 de octubre, cuando las autoridades superiores de la STyP se reunieron en las oficinas de esa repartición con sindicalistas afines. El Diario, histórico medio de prensa de la familia Etchevehere y férreo opositor del golpe, insistía desde sus páginas en tono alarmista que se preparaban acciones terroristas.[27] En este contexto, la Unión Obrera Local, dirigida por comunistas, tomó distancia y prevenía a los obreros de no plegarse a los movimientos preparados por los peronistas.[28]
El acto central fue también, como en el resto de la provincia, el día 18. Según el diario de la curia, La Acción, el paro fue absoluto, aunque se aclaró que se debió en muchos casos a la “presión ejercida por determinados elementos que desde las primeras horas de la mañana recorrieron las calles de la ciudad incitando a adherir al paro bajo amenazas”. El Diario no dudaba de comparar los hechos con la Marcha sobre Roma del fascismo italiano. Se agregaba además que se utilizaron automóviles oficiales para conducir a los trabajadores de los barrios más alejados, mientras la policía hacía una tarea análoga desde la campaña: “Así se está escribiendo la historia de este `peronismo´…”.[29]
El centro de reunión en la capital provincial fueron las oficinas de la STyP, donde se colocaron grandes parlantes para realizar el acto. Allí fueron oradores Rodolfo Solanas Pacheco, el Ministro de Gobierno, Héctor Maya, el ex delegado regional de la STyP, Pedro Etchegaray, el Ministro de Obras Públicas, Enrique Formichelli y varios obreros de sindicatos locales.[30] Luego de escuchar una retrasmisión radial de un discurso de Perón y de las palabras de los oradores, se dispusieron a realizar una marcha por la capital. La masa reunida, compuesta por unos trescientos obreros, resulta llamativamente escueta. Portaban dos grandes banderas argentina, cartelones con frases de Perón y de Yrigoyen. Cantaban “Perón sí, otro no” y “Perón presidente”. Según la fuente no hubo incidentes, aunque se señaló que al marchar la columna se tiraron bombas de estruendos, tiros al aire y que los obreros gritaban contra los estudiantes pidiendo el cierre de las universidades.[31]
Finalmente, y sin algún motivo conocido, a dos días del histórico 17 de octubre, el día 19 de octubre, en Villaguay se produjo una manifestación que fue encabezada por los sindicatos locales. La información dice que se produjeron algunos casos aislados de violencia por parte de los obreros, pero que la policía logró limitar su acción. Finalmente, la marcha terminó frente a la sede de la Sub-delegación de la STyP. Los obreros entonaron el Himno Nacional y luego de la intervención de algunos oradores se disolvió la columna en orden.[32] Por su parte, la comisaría de Villaguay se apuró a publicar un comunicado, con la intención de cubrirse de las críticas, diciendo: “A fin de desvirtuar falsos rumores circulantes, se hace saber a la población que esta Jefatura de Policía no ha tenido injerencia en el paro que se realizado en el día de la fecha en esta ciudad, ya que el mismo es obra de los sindicatos obreros que forma la Unión Obrera de Villaguay.”[33] Sin embargo, al día siguiente, la patronal de panaderías, publicó una solicitada en respuesta: “El jueves 18, a última hora nos comunican los obreros panaderos de nuestras casas industriales que habían sido citados por intermedio de la policía a la Sub-delegación de la Secretaría de Trabajo y Previsión, donde habían recibido orden de efectuar un paro de sus actividades para el día siguiente.”[34] Una posible explicación a estas acciones fue una torpeza política de parte de los funcionarios policiales de la ciudad, quienes viendo las movilizaciones en las ciudades cercanas y previendo reacomodamientos políticos a posteriori, quisieron cumplir con su parte.
Un análisis del 18 de octubre entrerriano
Como se expuso en la reconstrucción de los hechos, en las localidades que se produjeron marchas el 18 de octubre,[35] se halló cierto grado de heterogeneidad en las manifestaciones, pero también existieron denominadores comunes que debemos indicar. En primer lugar, que se expresaron en las calles dos exponentes litúrgicos de la corriente peronista, a saber, el nacionalismo y la reivindicación personalista de Perón.
En segundo lugar, fueron epicentros, por su importancia, las ciudades de Paraná y Concordia. Ciudades donde la actividad de la STyP se concentró en los meses previos. Pero vale decirlo, ambas ciudades, a pesar de la clara participación de la STyP, tuvieron sus particularidades y se advierte que en Concordia el movimiento obrero fue el que dirigió: fueron sus locales sindicales los que se abrieron a la repartición oficial -que actuaba en el local del Centro de Empleados de Comercio, como ya se indicó-, fueron sus dirigentes los principales oradores y ellos los que movilizaron. En contraste, en Paraná, el lugar de encuentro fueron las oficinas de la regional de la STyP, los sindicatos fueron convocados y movilizados por los funcionarios y, finalmente, la voz en la tribuna la tuvieron mayoritariamente miembros del gobierno. Y el único acto en Paraná en el que se demostró cierta autonomía de parte de los obreros fue cuando buscaron reunirse con el interventor, aunque nos falta información para conocer de quiénes se trataba y por qué estaban allí. Tal vez fue por eso que en Concordia la manifestación resultó más numerosa que en Paraná, y más importante aún, tal vez fue el grado de autonomía con el que se manifestaron lo que habilitó el ataque a las viviendas de reputados opositores en Concordia, y la represión policial posterior contra elementos a priori favorables al golpe. Eran una fuerza que, si bien simpatizaba con la obra del golpe, escapaban a sus órdenes y la violencia era “de clase”, algo similar sucedió en Villaguay. No como el caso atípico de Concepción del Uruguay que se atacó a judíos.
En tercer lugar, y a raíz de esos mismos hechos, resultó que en Concordia y Paraná también se expresaron las diferentes posiciones obreras frente a Perón. En este sentido, desde que el peronismo comenzó a formarse como corriente dentro del movimiento obrero no existió una unanimidad de opiniones dentro del campo trabajador respecto a él. Algunas de esas voces obreras opositoras al peronismo fueron la denominada laborista –definida como trabajadores sindicalizados que pretendían intervenir en la lucha política, pero con independencia del Estado (Little, 1995: 277-278)-, y también la de los peronistas “independientes” –aquellos cercanos a Perón, pero no a su séquito- entre otras. Estas denominaciones ya estaban presentes, con diferentes grados de desarrollo, en las manifestaciones de octubre, y fueron en Concordia y Paraná donde esas diversidades se manifestaron más claramente y se abrían camino entre diferentes gremios.
Cuarto, no hemos encontrado en las fuentes pasajes de viejos dirigentes a la nueva formación política. Dicho de otro modo, la “vieja guardia sindical”, al decir de Juan Carlos Torre, se le mostró renuente. Posiblemente se deba a la existencia de alianzas previas -sindicalistas/radicales y comunistas- pero queda claro que los dirigentes del nuevo movimiento nacieron a la sombra de la dictadura.
Quinto, la estatización del movimiento obrero fue el objetivo desde un comienzo del golpe de Estado de junio de 1943, y en las jornadas de octubre se exhibió también la forma de construcción de esta estatización. Si la autonomía relativa del Estado era lo que el gremialismo argentino vivió con mayor o menor medida antes de 1943, con la llegada de los militares, el propósito fue su cooptación y subordinación a sus órdenes. Después de todo, y como ya ha sido señalado, la coerción contra los opositores y el consenso vía concesiones materiales, buscaban la construcción de una hegemonía estatal sobre el movimiento obrero. Hecho que fue pensado y desarrollado en buena medida por Perón desde la STyP. Ahora bien, la contención de la ofensiva anti-peronista tuvo en la provincia de Entre Ríos a varios actores de primera línea, comenzando por el Interventor General Humberto Sosa Molina y toda la plana mayor de la STyP, que ayudaron a organizar y replicar a escala local lo que en la Capital Federal fue un hecho parcialmente espontáneo y que desbordó a la dirección de la CGT.
Por este motivo, es que del mismo modo que en Concordia se mostró la autonomía obrera peronista, en Paraná aparece en escena el aparato del Estado: los trabajadores son previamente organizados desde las reparticiones oficiales, se disponen de medios oficiales como eran los automóviles policiales, de reparticiones nacionales como el Ejército, el Ministerio de Obras Públicas y la infraestructura propagandística de la STyP, también la movilización presenta la estética de una marcha burguesa, con obreros ordenados detrás de cartelones con alusiones a Perón e Yrigoyen y banderas argentinas. Este último nombre no debería pasar inadvertido, ya que traza una línea de continuidad simbólica con el pasado. Sin embargo, la premura y la verticalidad para organizar a los trabajadores nos puede estar hablando de dos situaciones posibles: por un lado, la desconfianza a la capacidad de movilización de los elementos obreros filo-peronistas –que tenían en la capital provincial a los comunistas como sus principales opositores-, por otro lado, que haya sido parte de una lucha dentro del propio elenco estatal que ya pensaba en el porvenir electoral. Ambas posibilidades no son excluyentes una de otra.
El sexto y último punto es una referencia al personal político. Durante los actos, especialmente el de Paraná, hablaron varios funcionarios a los que deberíamos ubicar sus trayectorias previas y que nos demuestran que los actos fueron, en alguna medida, utilizados como espacio de exposición pública. Primero dejar en claro que los elementos que hablaron eran funcionarios vinculados a la acción de la STyP provincial y algunos funcionarios provinciales. Por darse en un contexto de intervención provincial, estos funcionarios son designados por el Poder Ejecutivo. Este dato no es aleatorio, sino que expresa la clave interpretativa de la crisis “en las alturas” que se vivió en octubre de 1945.
De la STyP habló Pedro Etchegaray, abogado de Buenos Aires que fue enviado a la capital provincial a operar la transformación del Departamento Provincial del Trabajo en delegación de la STyP. Se desconocen sus vínculos políticos anteriores (Maidana, 2018, p. 85). Pero, en los primeros días del año 1933, visitó la provincia un homónimo que se encargó de realizar un informe para el Banco de la Nación Argentina sobre la situación económica de Entre Ríos. Esto es bajo la presidencia de Agustín P. Justo, otro militar salido de un golpe de Estado.[36] Dado que no tenemos información si se trata de la misma persona, pero casualmente un vínculo con la provincia, hay que dejar constancia de ello.
Otro de los que habló fue Rodolfo Solanas Pacheco. La historia militante de esta persona se extiende a la década del treinta cuando estuvo enrolado en las filas del Partido Demócrata Nacional y desarrolló una clara postura contraria a los sindicatos de Concepción del Uruguay, donde era residente. En 1941 parece desvincularse de los demócratas nacionales y formar parte de un partido nacionalista llamado Unión Cívica Nacionalista, por cuya participación fue detenido e investigado como agente nazi por la Comisión Investigadora de Actividades Antiargentinas. Ya en los tiempos del golpe de 1943 aparece designado como comisario de Concordia, ciudad en la que desarrolló una tarea destacada en la organización del movimiento obrero local y en la persecución de comunistas. Tiempo después de los hechos del 17 y 18 de octubre, su nombre apareció entre los posibles candidatos peronistas a gobernador, sin embargo, no participó en ninguna lista de las elecciones de 1946. Al parecer, la causa de su desplazamiento del movimiento peronista fue por cometer “delitos comunes” -así fueron explicados por la prensa- durante su cargo en la Sub-delegación de la STyP de Concordia.[37]
De todos lo que ocuparon la tribuna, quien continuó la carrera política más prolífica fue Héctor Maya, que será electo como el primer gobernador peronista en las elecciones de 1946. Maya era originario de Gualeguaychú, pero sus relaciones políticas y militancia estaban en Buenos Aires, vinculadas al grupo radical FORJA; dicho sea de paso, fue uno de los oradores durante el sepelio de Hipólito Yrigoyen. La referencia más antigua de vuelta “al pago chico” es de febrero de 1945, cuando visitó Gualeguaychú junto a otros funcionarios para conocer la labor social del Frigorífico Gualeguaychú. En septiembre, el futuro candidato a gobernador se encontraba en Paraná, trabajando como Ministro de Gobierno provincial del interventor más cercano a Perón –Humberto Sosa Molina- e intentando crear un “Comité Irigoyenista Auténtico”. Se dice que muchos elementos nacionalistas del anterior interventor estaban presentes, pero que se negaban a formar parte de las huestes “irigoyenistas”.[38]El Diario se refería a estos comités como un intento del peronismo –textualmente lo llama así- de cubrirse de nuevos ropajes para ocultarse en el ocaso de la dictadura.[39]
Por otra parte, cabe recordar que el ministerio manejado por Maya era el responsable del funcionamiento de la policía, además de la Justicia y la instrucción pública. Por lo cual, la idea de que el “18 de octubre entrerriano” fue organizado “desde arriba” no carece de sentido, y Maya pudo haber sido uno de los actores que articuló esta movilización estatal en su versión paranaense. Días después de las movilizaciones declaró:
El Ministro de Gobierno, en nombre de la Intervención Federal, se complace muy especialmente en destacar el alto grado de urbanidad y cultura que ha demostrado la población de Paraná y de todas las demás ciudades de Entre Ríos con motivo de los diversos y entusiastas actos efectuados para festejar el gran triunfo democrático del 17 de octubre. Hace llegar por ello a sus comprovinciales en nombre del Gobierno de la Intervención sus más cordiales felicitaciones.[40]
Conclusión
La historia del 17 de octubre, como tantos otros hechos de trascendencia de la historia argentina, está envuelta en un halo de mitologías y relatos forzados. Y si bien la ciencia histórica ha dado respuestas contundentes, el sentido común continúa imprimiendo a aquellos hechos nuevos sentidos según la ocasión. El septuagésimo quinto aniversario de aquellas jornadas nos invita a pensar sobre el 17 y 18 de octubre y contemplar las faltantes historiográficas.
En nuestra opinión, a pesar de la importancia que tuvo este hecho, no ha sido suficientemente estudiado por los historiadores en el interior argentino. Sin embargo, en nuestro trabajo mostramos que una mirada desde lo local-provincial nos brindaba nuevos elementos históricos privilegiados para comprender, tanto el contexto general en el que se gestó la oposición a Perón, así como el ambiente en el que se desarrollaron las movilizaciones de octubre.
En la relación con el movimiento obrero, existían tanto razones para apoyar a Perón como para oponerse. Sintéticamente, los militares aplicaron desde que se inició el golpe de Estado una política dual sobre el movimiento obrero. Política que buscó la contención de los trabajadores, mientras que por otro lado se buscó dar mejoras parciales en materia laboral, impulsar la agremiación y finalmente promover un marco legal de cobertura a los trabajadores. El objetivo buscado era, en un principio, la erradicación de ideologías socialistas del movimiento obrero, lo que impulsó una creciente y sostenida estatización de los organismos institucionales de los trabajadores. Cada vez más, el Estado avanzaba sobre las decisiones de los sindicatos. Entonces para 1945 tenemos un movimiento obrero que conoció la represión de sus dirigentes y beneficios económicos, que perdió autonomía, pero consiguió leyes laborales favorables, que vio cómo se clausuraban sindicatos y organizaciones obreras culturales y políticas, pero que también se impulsaba la sindicalización de nuevos trabajadores. Desde que entró en acción la STyP, el movimiento obrero entrerriano comenzó un proceso de reorganización interna que afectó a todos los sindicatos activos y se manifestó en el pasaje de algunos dirigentes a la nueva fuerza, así como la llegada de nuevos contingentes de obreros organizados verticalmente.
Pero “el `45” tuvo otro hecho de importancia. La oposición pasó a la ofensiva, envalentonada posiblemente por la victoria aliada contra el nazismo y urgida por la disconformidad de las políticas laborales y la situación política general, comenzó a llamar a la entrega del poder a la Corte Suprema para terminar exigiendo el retiro de los militares y el llamado a las elecciones. Esta oposición tuvo amplio alcance social e incorporó a los obreros que se resistían a la estatización y a los sectores patronales que se oponían a las medidas sociales del gobierno. La ofensiva en la calle, en el caso entrerriano, fue encabezada por los estudiantes. Hecho que colateralmente fue, posiblemente, el bautismo de fuego del movimiento estudiantil local. Y que, en este caso, coincide con la posición de los estudiantes en otras regiones del país (James, 1995), y lo que nos invita a pensar en la posibilidad de un plan lanzado por la oposición para disponer de masas movilizables y que hizo de los estudiantes la fuerza de choque, pero también objeto de los ataques de los obreros inclinados por Perón.
Estos embates fueron a escala nacional y lograron que para los primeros días de octubre un sector del elenco militar desplazara a Perón. Por entonces, este último era el hombre más fuerte entre quienes habían propiciado el golpe y ocupaba nada menos que la Vice-Presidencia de la Nación, era Ministro de Guerra –en el contexto de una Guerra Mundial y de un gobierno militar-, y al mismo tiempo, Secretario de Trabajo y Previsión, organismo que lo había acercado al movimiento obrero y desde el cual había desarrollado una de las patas de la política dual antes descrita. No es extraño entonces que Perón haya sido señalado como el principal instigador de todo lo que estaba mal en la Revolución y que sus propios camaradas lo consideraran un lastre al que oportunamente se quisieron quitar de encima.
Sin embargo, la participación espontánea de un sector obrero, previo al llamado a huelga general por parte de la CGT, puso en escena a un actor inesperado para algunos. En este sentido, es la irrupción de trabajadores que reclamaban por la integración de sus intereses en la sociedad capitalista con un horizonte economicista.
En la provincia de Entre Ríos, estos hechos tuvieron su réplica, pero respetando la convocatoria de la CGT. Hemos analizado seis localidades –Paraná, Villaguay, Concordia, Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú-. Una más, Colón, se examinó, pero no se hallaron en ella referencias a movilizaciones- y se ha encontrado una serie de situaciones que debemos destacar. Por empezar que las manifestaciones tuvieron un claro promotor, en todos los casos fueron sectores vinculados al gobierno de la intervención. En este sentido es que se puede concluir que las manifestaciones fueron impulsadas “desde arriba”. Hay que ser explícito en este punto, a pesar de que formalmente los sindicatos cercanos a Perón respetaron el llamado de la CGT, no son pocas las fuentes que indican la actividad de elementos gubernamentales llamando a los trabajadores a la acción, y habida cuenta del surgimiento de algunos individuos que después ocuparan lugares de importancia, como Héctor Maya, es posible que la movilización haya encontrado razones luego de conocido el resultado de las movilizaciones del 17 en Buenos Aires. Es decir, es más fácil acompañar un movimiento que ya demostró ser el victorioso.
Ahora bien, caeríamos en un error si se considera que todas las movilizaciones fueron obra de los funcionarios estatales y de las cuales los obreros participaron pasivamente. Los trabajadores que actuaron en aquellas jornadas lo hicieron acompañando un programa político que se prefiguraba en su experiencia inmediata de la última década y que encontraba en la figura de Perón el vehículo para continuar su desarrollo. También era fácilmente contrastable la acción de los trabajadores de Concordia en comparación a los de Paraná, quienes aparecen como una excepción o, más bien, como los mejores exponentes de la autonomía obrera. Para los primeros se destacaba la dirección del elemento obrero en todas las manifestaciones.
Otro elemento que no debe ser pasado por alto es el referente a los hechos de violencia, menores si se considera en una perspectiva más general, pero que tenían un gran valor simbólico. Mientras en Concordia se apedrearon casas de reconocidos opositores, en Concepción del Uruguay, posiblemente por intervención de sectores nacionalistas, se atacó a los comercios de la comunidad judía –objetivo varias veces de atentados durante la Revolución de junio- y llamativamente en Paraná no se registraron incidentes de ningún tipo. Posiblemente, por el grado de control estatal que se tenía sobre la marcha.
Finalmente, el 18 de octubre entrerriano, con su heterogeneidad, debe ser entendido como la primera actividad pública ofensiva del peronismo naciente. Ya no se trataba de una experiencia militar, sino de la relación de tensión que el líder tejerá con las masas obreras, columna vertebral sobre la que se construirá un gobierno a dos aguas, entre el proletariado y la burguesía, para cohesionar una nueva alianza social.
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Notas