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ENCUENTRO Y OTREDAD: LOS FUEGUINOS EN EL DIARIO DE VIAJES DE DARWIN

Caterina Radzichewski
Universidad Católica Argentina, Argentina

Gramma

Universidad del Salvador, Argentina

ISSN: 1850-0153

ISSN-e: 1850-0161

Periodicidad: Bianual

núm. Esp.10, 2020

revista.gramma@usal.edu.ar

Recepción: 10 Marzo 2020

Aprobación: 05 Mayo 2020



Resumen: Charles Darwin, naturalista perteneciente a una tradición de viajeros ingleses que visitaron y recorrieron América durante el siglo xix, llegó a la Patagonia a bordo del H.M.S. Beagle y trajo consigo a tres nativos fueguinos que habían sido llevados a Inglaterra en una primera expedición a cargo de Fitz Roy. Darwin plasmó su estadía en territorio austral en varios capítulos de su diario titulado Viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839). Estas experiencias tendrían gran incidencia años más tarde en el desarrollo de sus conocidas teorías evolutivas. Los tres fueguinos que acompañaban la expedición en cuestión fueron devueltos a su tierra tras una estancia en Europa. Estos dos extremos geográficos (Tierra del Fuego e Inglaterra) representarían en términos de Mary Louise Pratt zonas de contacto complementarias, donde los sujetos productores de cultura en una de ellas, se convierten en aquellos que absorben y aprehenden materiales y contenidos en la otra. Darwin halló en la región más austral de América rostros e historias por completo ajenas que lo interpelaron no solo como hombre de ciencia sino también como ser humano y cuestionaron la distancia existente entre centro y margen, entre europeos y fueguinos.

Palabras clave: Nativos fueguinos, Darwin en la Patagonia, Zona de contacto, Estudios transatlánticos, Literatura de viaje.

Abstract: Naturalist Charles Darwin belongs to that tradition of English travelers who visited and explored the Americas in the 19th century. He arrived on the HMS Beagle, bringing three indigenous people (Fuegians) back to their native land, after they were taken to England during Robert Fitz Roy’s first expedition. Darwin dedicated several chapters of his diary The Voyage of the Beagle (1839) to the expedition. His experiences in the southern territory would have a meaningful impact on his later Theory of Evolution work. To quote Mary Louise Pratt, these geographical extremes (Tierra del Fuego and England) would represent complementary «contact zones», where the subject seen as culture producer in zone A becomes the learner in zone B. The faces and stories that Darwin found in the southernmost region of the Americas were completely foreign to his reality. They made him question himself not only as a scientist, but as a human being, and challenge the difference between Europeans and Fuegians.

Keywords: Native fuegians, Darwin in the Patagonia, Contact zone, Transatlantic studies, Travel literature.

Charles Darwin, naturalista perteneciente a una tradición de viajeros ingleses que visitaron y recorrieron América durante el siglo xix, llegó a la Patagonia acompañando a Fitz Roy, a bordo de una expedición del Beagle. Lo que halló lo impactó enormemente y tendría gran incidencia años más tarde en el desarrollo de sus teorías evolutivas. Los tres nativos fueguinos que acompañaban la expedición fueron devueltos a su tierra tras una estancia en Europa. Estos dos extremos geográficos (Tierra del Fuego e Inglaterra) representarían zonas de contacto complementarias donde los sujetos productores de cultura en una de ellas, se convierten estando en la otra en aquellos que absorben y aprehenden materiales y contenidos. Darwin encuentra en la región más austral de América rostros e historias por completo ajenas que lo interpelaron no solo como hombre de ciencia sino también como ser humano y cuestionaron gracias a Fuegia, Jemmy y Minster, la distancia existente entre centro y margen, entre europeos y fueguinos.

las un naturalista a bordo del hms beagle

Darwin nació en Inglaterra en 1809. Ese mismo año llegaban al mundo otras figuras que resultaron centrales en el ámbito literario como fueron Mariano José de Larra, Edgar Allan Poe y Nikolai Gogol. Así y todo, en ninguno de los antes nombrados coexistió la necesidad de plasmar en sus escritos una experiencia vital que más tarde engendraría teorías científicas revolucionarias. Con Charles Darwin, las leyes generales de la biología se separaron del incuestionable dictamen divino. Darwin propuso en El origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871) una nueva forma de pensar el desarrollo y la diversificación de las especies que habitaban la Tierra. En estos textos se hallan presentes ideas como la selección natural, la teoría de la variabilidad o la evolución del hombre a partir del simio. Para Darwin, afirmar que las especies evolucionan no significaba tan solo que cambian, sino también que las actuales derivan de otras antecesoras, algunas de las cuales han desaparecido, hasta llegar quizá a un único antepasado común para todos los seres vivos. Su lenguaje llano y la claridad en su exposición lo convirtieron en un autor reconocido, un best seller que agotaba ejemplares rápidamente.

Dicho esto, es menester mencionar que a Darwin no se lo considera estrictamente un escritor. Su profesión era la de naturalista, y los viajes en los cuales se embarcaba exigían que llevase un registro minucioso de lo observado y las reflexiones y conclusiones a las que llegaba. Su escritura no perseguía una finalidad estética sino científica. Por otro lado, publicar en libros lo estudiado era frecuente en la época, por ser una forma de legitimarse como investigador y adquirir reconocimiento y difusión de los descubrimientos realizados.

Tras la batalla de Waterloo, en 1815, comenzó una fuerte inmigración inglesa hacia la Argentina. Según Adolfo Prieto (1996), alrededor de catorce viajeros anglosajones que visitaron el país entre 1820 y 1835 escribieron y posteriormente publicaron las impresiones de su experiencia. Darwin, de tan solo veintidós años, fue uno de ellos. El joven naturalista se lanzó a recorrer Argentina en 1833 como parte de su viaje por el mundo a bordo del buque británico HMS Beagle. Robert Fitz Roy, pionero en predicciones meteorológicas y que ya conocía la región tras un viaje previo, comandaba la expedición. Los escritos de Darwin se publicaron por primera vez en el diario de viaje de Fitz Roy, quien le ofreció contribuir con la escritura de una sección de historia natural. Sus aportes se vinculaban a la biología, la geología y la antropología y formaron parte del tercer tomo de Crónica de los viajes de inspección de los barcos de su majestad 'Adventure' y ‘Beagle’, publicada en 1838 en cuatro tomos. Posteriormente se reeditó por separado y Darwin incluyó en las distintas ediciones varias reflexiones vinculadas a sus teorías evolutivas.

Al momento de iniciar su viaje, Darwin había leído una obra central en ese entonces: Personal Narrative of a Journey to the Equinoctial Regions of the New Continent (1804) de Alexander Von Humboldt. Este explorador alemán había iniciado una nueva tradición en literatura de viajes, ya que, a diferencia de las memorias anteriores, monótonas según Prieto, buscaba despertar interés en los lectores brindando abundante información no solo acerca del paisaje sino también de sus habitantes mediante un discurso que combinaba elementos románticos y racionalistas. Un ejemplo de la influencia de este discurso en la obra de Darwin podría ser que en un mismo capítulo de Viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839) pudo listar y describir los animales con los que se topó en un determinado territorio y, al mismo tiempo, reflexionar sobre el cielo estrellado que se dibuja por encima de su cabeza mientras descansa al aire libre por la noche. Además «la historia de los tres indios que regresaban a sus ignotas islas […] poseía demasiados elementos de interés como para que el naturalista se resignara a excluirlas de sus memorias de viaje […]». (Prieto, 1996, p. 82). El relato ofrecía una suerte de novela antropológica ya comenzada en la expedición anterior y que no terminaría con el desembarco de los fueguinos en su tierra natal, porque luego volverían a encontrarse con la tripulación del Beagle un año después.

Prieto considera que Personal Narrative no proveía información que los viajeros ingleses al Río de la Plata pudieran haber aplicado (Humboldt no llegó a visitar la región) pero sí ponía al alcance fórmulas «para legitimar el expansionismo europeo como empresa de civilización» (Prieto, 1996, p. 21). ¿Qué quiere decir esto? Las poblaciones americanas no poseían una cultura en verdad desarrollada a ojos del neocolonialismo. La actual consciencia de las diversas manifestaciones culturales, religiosas y artísticas que pueblos nativos americanos mantuvieron vivas en la tradición durante siglos no constituía una premisa básica entonces. Es más, se los veía como pueblos atrasados respecto a una idea metropolitana de civilización, eran la periferia, el margen de un centro europeo desde el cual se emitían discursos que según Prieto incluían expectativas «que el viajero busca satisfacer con el uso de términos e imágenes familiarizadores» (1996, p. 21).

Durante la segunda mitad del siglo xix, Gran Bretaña fue la influencia externa de poder predominante en la vida económica argentina (Peñaloza, 2008, p. 150). Numerosas compañías e inversores británicos llegaban al país para establecer relaciones diplomáticas con las elites y explotar los recursos naturales. En el territorio de la Patagonia, los pobladores nativos quedaban excluidos de la toma de decisiones, «they were also exposed to all the effects of colonial rule: appropriation of material resources, exploitation of labour, and unwanted intervention in their political and social organisation» (Peñaloza, 2008, p. 152). Ahora bien, la construcción del sistema de imágenes que evocaba estas regiones estuvo en manos de los imperios hegemónicos que las mantenían en la mira. Los británicos fueron los más influyentes. Su producción literaria en la Patagonia es una parte significativa de un entramado que busca reemplazar la idea de imperialismo por la de civilización, tal como se mencionó.

el encuentro con los indios fueguinos

Viaje de un naturalista alrededor del mundo trata entonces de la expedición del Beagle, cuya intención era explorar la Patagonia, Chile, Perú y las Islas del Pacífico. Así y todo, terminaría recorriendo varios territorios más. En el capítulo diez, el autor relata su encuentro con los nativos fueguinos, habitantes de Tierra del Fuego. En la Patagonia, la región más austral del país, las temperaturas son extremadamente bajas. Los «habitantes de esa tierra salvaje» como Darwin los llama (Darwin, 1951, p. 239) dormían en el suelo húmedo, sufrían hambre a menudo y la saciaban comiéndose a las nutrias y a las mujeres viejas. Preferentemente a estas últimas, porque no podían correr para huir de los caníbales, mientras que las nutrias sí. El lenguaje de los indígenas les resultó pobre a los ingleses. Darwin lo describe como poco articulado, lo compara con el ruido que haría un hombre al hacer gárgaras. Así y todo, los nativos hacían el intento de imitar a los europeos en sus gestos y sus danzas. Se ven ampliamente sorprendidos por el canto de uno de los tripulantes, «creí entonces que los fueguinos iban a desplomarse» comenta Darwin (1951, p. 241).

Más adelante en ese mismo capítulo, el autor trae a colación la situación de los indios a bordo del Beagle como si fuese un detalle menor: «No he hablado aún de los fueguinos que teníamos a bordo» (1951, p. 242). Esta mención podría sorprender al lector, ya que los indígenas deben haber representado una curiosidad enorme para los tripulantes. Pero ¿por qué Darwin los menciona ahora y no previamente? Palma (2016) sostiene que es fundamental tener en cuenta que el derrotero del Beagle no necesariamente fue el derrotero de Darwin, quien en muchas ocasiones se separó de la nave para efectuar expediciones a caballo o en otras embarcaciones, que se agregaron por momentos a la expedición principal alcanzando al Beagle en un puerto ya convenido de antemano con Fitz Roy. Desconocemos cuanto contacto pudo tener Darwin con los fueguinos durante la estancia a bordo. Además, la finalidad de las notas recopiladas por el autor apuntaba más a los aspectos geológicos que antropológicos, si bien las personas y los lugares que visita adquieren paulatinamente un lugar central a la hora de poner la experiencia en palabras.

Darwin relata entonces cómo el capitán Fitz Roy durante su viaje anterior, en 1826, había tomado como rehenes algunos indígenas de la Patagonia para castigarlos por haber robado una embarcación. Fitz Roy les había otorgado nombres peyorativos, vinculados al momento en el cual tomó posesión de ellos: Boat Memory, quien murió al llegar a Inglaterra, Fuegia Basket y York Minster. A estos tres se les sumó Jemmy Button, cuyo nombre supuestamente se debió a lo que pagó Fitz Roy por él: un botón. Esto último ha sido puesto en duda por diversos críticos literarios e historiadores, que no consideran factible bajo ningún punto de vista que un padre fueguino diese a su hijo a cambio de un botón. Una posibilidad sería pensar que Darwin interpretó la curiosidad de los nativos y su deseo de conservar los objetos brillantes y pequeños que los exploradores ingleses traían como una autorización implícita para tomar a cambio lo que ellos desearan, como sería en este caso a Jemmy Button. Autores como Chapman (2009) se inclinan a considerar la incorporación de estos fueguinos a la flota como un secuestro.

Al desembarcar cerca de la isla de Wollaston, Darwin comenta en el mismo capítulo que hallaron una canoa «tripulada por seis fueguinos. Nunca había visto yo, verdaderamente, seres más abyectos ni más miserables» (Darwin, 1951, p. 249). Anne Chapman[1], en el prólogo a su obra Darwin en Tierra del Fuego (2009), se pregunta qué llevó al naturalista inglés a escribir sobre los nativos fueguinos con displicencia, a considerarlos las criaturas más innobles que había visto en su vida. A lo largo del libro mencionado, la autora propone una respuesta estrechamente vinculada al contexto cultural de Darwin y la influencia que la idea de progreso tenía en el siglo xix. En aquel tiempo, se creía que el ser humano había evolucionado de la simpleza salvaje hasta la complejidad sofisticada del entonces presente europeo. Chapman asegura que Darwin estaba fuertemente comprometido con el progreso, el tema de la época. Así y todo, tanto esta autora como Palma señalan que la noción de evolución, estrechamente ligada con el progreso, no aparece en las primeras cinco ediciones de El origen de las especies. El naturalista prefiere pensar ese proceso como descendencia con modificación. «En la biología darwiniana, evolución es la adaptación a ambientes cambiantes, no progreso» (Palma, 2016, p. 21). Entonces, ¿por qué un hombre comprometido con la abolición de la esclavitud (posición que lo llevó a discutir reiteradas veces con el capitán Fitz Roy) y ferviente creyente en la posibilidad de incorporar habilidades más altas y sofisticadas aun habiendo nacido en un ambiente poco favorecedor, adjudica calificativos tan negativos a los fueguinos? Creer en el progreso es creer en etapas, en diversas fases que el animal, la historia o el mismo ser humano ha superado para mejorar y perfeccionarse. En este contexto de ideas, los indígenas de la región austral representarían un estadio inferior del hombre, el cual puede y debe ser modificado para mejor.

Esta idea encuentra su correlato histórico en la conquista de América. Una fuerte doctrina de la desigualdad, tal como la llama Todorov, se impuso y motivó el comportamiento arrollador y violento de los españoles para con los nativos americanos, los cuales estaban a su criterio a mitad camino entre animales y hombres (Todorov, 2007, p. 157). Es por esto que varios predicadores y miembros de la Iglesia, como Bartolomé de las Casas, intentaron demostrar que los indios poseían alma y su dignidad de seres humanos era idéntica a la de los europeos. Condenó los malos tratos hacia ellos y por esto renunció a sus encomiendas.

Así y todo, Darwin manifiesta aprecio por los fueguinos civilizados en reiteradas oportunidades. De Jemmy comenta que «su inteligencia estaba bastante desarrollada. Le quería todo el mundo […] y solo con ver sus facciones se adivinaba su excelente carácter» (Darwin, 1951, p. 242). Fuegia era gentil, modesta y reservada. Además, aprendía todo muy pronto. De todas formas, al igual que ocurrió siglos antes durante el descubrimiento y la conquista americana, la diferencia lingüística representó un obstáculo abismal y muchas veces imposible de sortear. Los tres nativos llevados a Inglaterra por Fitz Roy durante su primera expedición regresaron siendo diferentes al resto de la población fueguina por ser, de algún modo, híbridos. Con esto nos referimos a los cambios que obraron en ellos los dos años que permanecieron en Inglaterra. Se aprecia claramente, por ejemplo, una diferenciación entre el conjunto de fueguinos y su poca cultura ante los ojos de Darwin y por otro lado, Jemmy con quien entabla una relación más cercana durante el viaje en el Beagle, acerca del cual afirma: «cuando recuerdo todas sus buenas cualidades, aún hoy experimento, debo confesarlo, el más profundo asombro, al pensar que pertenecía a la misma raza que los salvajes innobles e infectos que habíamos visto en Tierra del Fuego» (Darwin, 1951, p. 243).

Inglaterra y la Patagonia: dos espacios entran en diálogo

Para Todorov, el descubrimiento del yo es posible solo a través del descubrimiento del otro, el cual es una abstracción construida por el yo. Ejemplos de esto se aprecian en la narrativa de Darwin en escenas como la de Jemmy observándose obsesivamente en el espejo durante el trayecto en el Beagle o la comparación de alturas y tonos de piel que hacen los indios de la Patagonia al desembarcar los ingleses. Así y todo, la otredad evocada en los textos que relatan el encuentro de culturas hegemónicas con culturas consideradas inferiores o en un estadio menor de desarrollo, es desigual. Ese otro diferente se mide con la vara de un yo superior o, al menos, legitimado. Descubrir al otro implica entonces quitar el velo que cubre aquello en lo cual nos parecemos y así lograr comprender su realidad. Es lógico desde esta perspectiva que Darwin sintiera mayor afecto por los fueguinos que habían pasado por vivencias vinculadas a la cultura inglesa y se habían adaptado a ese nuevo medio social. Al naturalista le apenaba dejarlos nuevamente en la periferia de la civilización, en las tierras de la Patagonia.

Por otra parte, al haber tenido contacto a bordo en primera instancia con los fueguinos llevados a Inglaterra y luego haber desembarcado en Tierra del Fuego, Darwin efectúa numerosas comparaciones entre unos y otros. También compara a los tres fueguinos con hombres europeos. Los marinos, afirma, tienen mirada penetrante y ven a mucha distancia cuando están navegando, «pero York y Jemmy eran superiores a los marinos de abordo. Muchas veces anunciaban que veían alguna cosa. Todo el mundo lo ponía en duda y, sin embargo, el telescopio probaba que ellos tenían razón» (Darwin, 1951, p. 244). Es interesante que se da la situación inversa también: «Nada más curioso que la conducta de los salvajes hacia Jemmy Button cuando desembarcamos. En seguida notaron la diferencia que había entre él y nosotros, lo que dio lugar a una conversación muy animada entre ellos» (1951, p. 244). Jemmy, avergonzado de sus compatriotas, comprendía poco su lengua. Experimentó en ese nuevo primer encuentro, cierta distancia que se mantendría a lo largo de muchos años una vez que la expedición del Beagle se marchó de la Patagonia.

El encuentro de Darwin y la tripulación del Beagle con los fueguinos representa sin duda el choque de realidades diversas. En esta colisión, tal como se ha mencionado, una de las partes poseía un caudal mayor de recursos económicos pero, además, la posibilidad de plasmar su punto de vista y su experiencia en un discurso hegemónico que sería durante siglos el único válido o al menos, el único conocido. No hay textos inocentes, todos poseen una determinada función social vinculada a su contexto de producción. En el caso de la literatura de viajes, Pratt la subdivide en categorías (científica, informativa, de supervivencia, de anticonquista, etc.) que ya no expresan la admiración inicial característica de las cartas y crónicas de Cristóbal Colón, sino que legitiman la apropiación, el dominio y la explotación de los territorios conquistados, aun en la literatura de viajes rotulada como de anticonquista. Esta literatura es sumamente importante porque la cantidad de personas que podían permitirse un viaje a regiones como Sudamérica no era masiva, mientras que los escritos de viajeros europeos se difundían velozmente. Esto genera una correspondencia entre las narraciones de viajes y los conceptos y apreciaciones (cargadas de racismo y discriminación) que se forjan en el imaginario popular de los habitantes de otras latitudes.

Pratt introduce el término «zona de contacto», que en breve analizaremos y desarrollaremos. Es interesante que la obra Imperial Eyes (2007) es en sí misma un espacio donde entran en contacto diversas disciplinas como son la historia, la crítica literaria, la antropología, el análisis del discurso, la sociología y hasta el psicoanálisis, que «se dan la mano para establecer el entramado sobre el que se levanta una seria y demoledora crítica social en contra de los colonialismos de cualquier clase y especie» (Vaca, 2009, p. 235).

Los fueguinos que los tripulantes del Beagle llevaron a Inglaterra para instruirlos y civilizarlos enfrentaron lo que Pratt llama un proceso de transculturación, en el cual grupos marginales (en este caso los nativos americanos) seleccionan e invierten materiales transmitidos por una cultura metropolitana o dominante, por ejemplo, la lengua inglesa que les enseñaron o las costumbres indumentarias. Mientras que los subyugados no pueden determinar lo que emana de la cultura dominante, pueden sí controlar lo que absorben en su propia zona y para qué lo utilizan. La transculturación, para Pratt, es un fenómeno de la zona de contacto. Cuando la autora utiliza el término «zona de contacto» lo hace para referirse a los espacios de encuentro coloniales, donde la gente geográfica e históricamente separada entra en contacto entre sí y establece relaciones, muchas veces de conflicto. Cuando Fitz Roy se llevó a los fueguinos rumbo a Inglaterra en su primera expedición, los instaló en un pueblito londinense llamado Walthamstow. Chapman relata que el pastor Wilson aceptó recibirlos y vivieron diez meses en un colegio para niños donde les enseñaron inglés y los preceptos más sencillos del cristianismo. Estos estudiantes exóticos causaron gran revuelo y recibieron muchas visitas de gente de ciencia, y también de la alta sociedad inglesa, como fue la hermana de Fitz Roy, quien se comportaba muy amorosamente con ellos (Chapman 2009, p. 22).

La presencia de los nativos fueguinos en Europa suscitó numerosas investigaciones, preguntas acerca del ser humano y su adaptación al medio e interpeló al mismo Darwin en cuanto estudioso de los procesos de cambio y aprendizaje a partir de estímulos externos. Se podría pensar en este sentido a Inglaterra como zona de contacto donde dos culturas geográficamente distantes (y culturalmente alejadas, además) se retroalimentan a partir del intercambio. Los ingleses aprendieron mucho a partir del estudio de los fueguinos adaptándose al nuevo medio. Los indígenas retornaron a la Patagonia tras dos años de aprehender elementos de una nueva cultura y, probablemente, trasladaron varios a su lugar nativo (Jemmy enseñó inglés a su madre, por ejemplo). La cosmovisión de Jemmy se transformó y en muchos momentos miró a sus compatriotas con ojos imperiales: «El fueguino daba la espalda a la tripulación de la nave, avergonzado de que sus antiguos compañeros de travesía lo vieran en ese estado: casi desnudo, flaco, el pelo largo y desordenado» (Prieto, 2003, p. 83). Recuerda en cierto modo esta escena el momento bíblico del Génesis donde, avergonzados, Adán y Eva comprueban que estaban desnudos. Aquí esto no se da por causa de ningún pecado original, pero sí por la reinserción al medio natural en el que habían sido criados, pero al cual contemplaban con distancia. Cuando los tripulantes suben a Jemmy al barco para conversar, le ponen ropa. Ingresa de este modo, al menos por un tiempo breve, en una zona intermedia (el Beagle) donde, sin estar en Inglaterra, los códigos que rigen son los británicos, los de la alta cultura. Ocurre lo que Nora Moll explica como el pase de una heteroimage a una autoimage, es decir que «una comunidad o un sujeto se identifique con la imagen (positiva o negativa) que sus vecinos han desarrollado sobre ella o que, al contrario, intente diferenciarse intencionalmente de esta» (Moll, 2002, p. 20).

Así como los nativos americanos se maravillaban al ver botones que para los europeos tenían una función específica y para ellos eran objetos de curiosidad, meras chucherías, Darwin y sus compañeros deben haber aprendido, a partir de la observación y el trato cotidiano, formas diversas de cazar, particularidades del idioma local, uso de diferentes herramientas, construcción de chozas, que luego no recordarían o implementarían de manera práctica en Europa más que para plasmarlo en sus escritos. ¿Cuál es entonces la zona de contacto? ¿Cuál es la cultura predominante que irradia materiales y cuál la dominada que los invierte y emplea de maneras diversas? Este es uno de los mayores atractivos de la obra de Pratt, suscitar en el lector la duda acerca del proceso de transculturación, que no es unilateral sino dialógico. El contagio de materiales culturales no distingue, en mi opinión, estatus económico o de poder, sino que se da gracias al impacto que una manifestación cultural ajena produce en un individuo o en un grupo. La Patagonia, la periferia en este caso, es también centro productor de cultura.

Jemmy Button, fueguino apegado a sus paisanos, aunque algunas veces renegara de ellos, tenía gran estima por sus amigos británicos. Así y todo, decide no regresar a Inglaterra una vez instalado nuevamente en la Patagonia. Esto aparentemente ocurre porque había hallado una bella esposa con quien deseaba permanecer. Podría considerarse que en este sujeto dos espacios culturales convergen gracias a su emigración y posterior retorno. Chapman sostiene que Button «adquiere el encanto de un símbolo del presente y el futuro: una persona enamorada de su “país” que al mismo tiempo se abre al mundo exterior, Inglaterra en este caso» (Chapman, 2009, p. 9).

Anne Chapman se preguntó si Darwin hubiese podido convertirse en un científico reconocido sin haber viajado a bordo de aquella expedición del Beagle. Ese viaje representó un acercamiento a lo diferente pero no a lo desconocido. La amplia difusión de literatura de viajeros ingleses en el siglo xix amortiguó el impacto del encuentro. Por otra parte, llevar a bordo a tres fueguinos permitió al naturalista conocer no solo un muestrario antropológico de estos nativos americanos de la región más austral, sino también tres etapas que estos debieron atravesar. Primero, su traslado de la periferia a un centro de cultura europea, este caso Inglaterra y su posterior educación e instrucción a partir de los principios de la misma. Segundo, su reinserción al lugar de origen. Por último, un nuevo encuentro con los ingleses tiempo después de volver a vivir en la Patagonia, lo que permitió evaluar más a largo plazo las experiencias vividas y cómo influyeron en cada sujeto particular. Darwin se presenta ante el lector consternado por la precaria vida que los fueguinos llevaban. Fuegia, York y Jemmy se diferencian de sus coterráneos en numerosas ocasiones, pero a su vez no forman por completo parte del ‘nosotros’ del relato darwiniano (en el capítulo diez de Viaje de un naturalista alrededor del mundo, comienza a narrar el episodio diciendo «No he hablado aún de los fueguinos que teníamos a bordo» (Darwin, 1951, p. 242) y no, por ejemplo, «Iban entre nosotros tres fueguinos»). Estos, tal como se ha explicado y acorde a las ideas vigentes en el siglo xix, representarían para los hombres de ciencia un estadio inferior del hombre, el cual puede y debe ser modificado para mejor. Ya sea por mera curiosidad frenológico-antropológica o por un deber moral de introducción de aquellos seres al cristianismo, Fitz Roy los traslada e invierte la dinámica de zona de contacto que ellos iniciaron al desembarcar en la Patagonia, volviendo la transculturación un proceso dialógico, tal como sostiene Pratt.

Referencias Bibliográficas

Chapman, A. (2009). Darwin en Tierra del Fuego. Buenos Aires: Emecé.

Chapman, A. (2009). El fin de un mundo: retrato de los Selk’Nam. Buenos Aires: Biblioteca Nacional.

Darwin, C. (2009). El origen del hombre. Barcelona: Crítica.

Darwin, C. (2011). El origen de las especies. Buenos Aires: Longseller.

Darwin, C. (1951). Viaje de un naturalista al rededor del mundo. Buenos Aires: El Ateneo.

Fitz Roy, R. (2016). Los viajes del Beagle. Informes de la Segunda Expedición (1831-1836). Buenos Aires: Eudeba.

Humboldt, A. V. (1996). Personal Narrative of a Journey to the Equinoctial Regions of the New Continent. New York: Penguin Classics.

Moll, N. (2002). «Imágenes del ‘otro’. La literatura y los estudios interculturales» en Gnisci, Introducción a la literatura comparada. Madrid: Cátedra.

Palma, H. (2016). Las huellas de Darwin en la Argentina. Buenos Aires, Libro digital. Recuperado el 2 de junio de 2018 desde https://www.teseopress.com/lashuellasdedarwin/wp-content/uploads/sites/305/2016/06/Las-huellas-de-Darwin-en-la-Argentina-1464801989.pdf

Peñaloza, F. (2008). «Appropriating the ‘Unattainable’: The British travel experience in Patagonia» en Informal Empire in Latin America: Culture, Commerce and Capital. Editado por Matthew Brown, New Jersey: Blackwell publishing.

Pratt, M. L. (2007). Imperial Eyes. London: Routledge.

Prieto, A. (2003). Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina (1920-1950). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Todorov, T. (2007). La conquista de América, el problema del otro. México: Siglo XXI.

Vaca, A. (2009). Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación de Mary Louise Pratt. Guadalajara: Espiral, XV, 45, 233-239.

Notas

* Profesora en Letras por la Universidad Católica Argentina (UCA). Tesista de Licenciatura en Letras por la Universidad Católica Argentina. Correo electrónico: Kate9627@hotmail.com
[1] Anne Chapman viajó por primera vez a Tierra del Fuego en 1964-1965, como miembro de un equipo de arqueólogos. Se dedicó a trabajar con los últimos descendientes fueguinos, los cuales no habían sido entrevistados por cuarenta años, desde que el padre Guinde pasó largos meses con ellos entre 1919 y 1923 hasta publicar su obra histórica y etnográfica. Chapman regresó numerosas veces a Tierra del Fuego, tomó nota de las historias de vida que oyó y publicó varios libros. Horacio González, en un catálogo, que recopila fotografías tomadas por la autora, titulado El fin del mundo: Retrato de los Selk’Nam (2009), afirma que la tarea de Chapman de encontrar y entrevistar a la última sobreviviente de esta etnia se convierte en un relato sobre el fondo irredento de lo humano, con sus notas de crueldad y oscuro lirismo. Es triste de algún modo, porque implica acompañar algo que se apaga, que se extingue para siempre frente a nuestros ojos.
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