Estudios
Recepción: 28 junio 2021
Aprobación: 25 febrero 2024
Publicación: 29 febrero 2024
Cómo citar: Schulz, S. (2024). Aportes para interpretar el ascenso de China en el escenario mundial contemporáneo. Aspectos generales de la política interna y externa de Jiang Zemin y Hu Jintao. Relaciones Internacionales, 33(66), 184, https://doi.org/10.24215/23142766e184
Resumen: El presente trabajo se propone analizar los aspectos principales de las dos generaciones de líderes que se sucedieron entre Deng Xiaoping y Xi Jinping: nos referimos a los gobiernos de Jiang Zemin (1993-2003) y Hu Jintao (2003-2013). Específicamente, intentaremos recuperar, a partir de la literatura sobre la temática, las principales políticas en el plano interno y externo llevadas adelante por estas dos administraciones. Nos proponemos examinar, así, cómo estas contribuyeron al “ascenso chino”. De este modo, el trabajo intentará demostrar que las políticas llevadas adelante por Jiang y Hu fueron fundamentales para explicar las causas del protagonismo que ha adquirido en la actualidad la República Popular China.
Palabras clave: Jiang Zemin, Hu Jintao, China, política interna, política externa.
Abstract: This paper aims at analyzing the main characteristics of the two generations of leaders between Deng Xiaoping and Xi Jinping: the governments of Jiang Zemin (1993-2003) and Hu Jintao (2003-2013). Specifically, we will try to look into, from the literature on the subject, the main internal and external policies developed by these two administrations, aiming at examining how they contributed to the "rise of China." In this way, this work will try to demonstrate that the policies implemented by Jiang and Hu were fundamental to explain why the People's Republic of China has acquired such prominence today.
Keywords: Jiang Zemin, Hu Jintao, China, internal politics, foreign policy.
1. Introducción
El vertiginoso ascenso de la República Popular China en el escenario internacional ha despertado el interés de numerosos investigadores de las ramas de la economía, las relaciones internacionales, la historia, la sociología, la geopolítica, etc. En efecto, un país que creció a un promedio del 9% anual durante 40 años (1979-2019)[1], que multiplicó por 80 el tamaño de su PBI en el mismo período[2], que logró bajar abruptamente los niveles de pobreza nacional[3] y que pasó del quinto lugar en 1990 al primero en 2016 en el ranking de las mayorías economías del mundo (medido en paridad del poder adquisitivo)[4] no puede sino estimular el interés sobre las vías, las causas y las medidas adoptadas para lograr semejante crecimiento económico y desarrollo nacional.
Suele señalarse que la etapa posmaoista ha tenido dos grandes referentes: Deng Xiaoping, quien tuvo un fuerte protagonismo en la política china entre mediados de la década del ’70 y mediados de la del ‘90, y Xi Jinping, Secretario General del Partido Comunista de China y presidente de la Comisión Militar Central desde 2012 y presidente de la República Popular China desde 2013.
Ambos líderes tuvieron una centralidad destacada al interior del Partido y de la política china; sus nombres están referenciados en la Constitución nacional y sus pensamientos son una guía para las acciones de los cuadros del Partido Comunista y los funcionarios del Estado. Las políticas llevadas adelante tanto por Deng como por Xi suelen ser presentadas como las causas principales del impresionante “despegue” de la economía china y del protagonismo adquirido por el país a nivel internacional (Gil, 2017; Arana, 2021). Mientras que Bailey (2002) describe a las reformas encaradas por Deng como una “segunda revolución” (luego de la revolución del ’49), algunos autores caracterizan a la presidencia de Xi como una “tercera revolución” en China (Economy, 2018). Sin embargo, suele prestársele menor atención a las políticas que en el plano doméstico y en el ámbito externo impulsaron las administraciones que se sucedieron entre ambos mandatarios, lo que contribuye a ocultar cómo las mismas son parte de una línea de continuidad en la actual estrategia china de “rejuvenecimiento nacional” y son centrales para explicar el llamado “ascenso de China”.
Es importante resaltar que tanto Deng como Xi formaron parte de distintas “Generaciones de Líderes”, como se las conoce en la idiosincrasia política china. La idea de “Generación de Líderes” intenta romper con la noción de unipersonalidad del comando político nacional e introducir una visión de “colegialidad” del gobierno, a partir de la existencia de equipos formados por personas de una edad similar, que han ido ascendiendo en los rangos del partido en paralelo y que en un momento determinado alcanzan el poder central, designando de entre ellos a un líder o número uno que guie la nación y aplique unas políticas consensuadas (Ramírez Ruiz, 2014:228).
De este modo, se habla de que la República Popular China ha tenido cinco generaciones de líderes, encabezadas por las figuras más destacadas en cada período histórico: la primera generación encabezada por Mao Zedong, la segunda por Deng Xiaoping, la tercera por Jiang Zemin, la cuarta por Hu Jintao y la quinta por Xi Jinping. Más allá del rol destacado que tuvieron la segunda y quinta Generación de Líderes en el ascenso de China, resulta significativo ponderar la importancia de la tercera y cuarta Generación de Líderes para comprender cabalmente el desarrollo actual del país en el plano doméstico y el aumento de su protagonismo a nivel internacional. A partir de esto, en el presente trabajo se propone abordar las características principales de las dos grandes administraciones que se sucedieron entre medio de Deng y Xi: los gobiernos de Jiang Zemin (1993-2003) y Hu Jintao (2003-2013). Específicamente, intentaremos recuperar, a partir de la literatura sobre la temática, los aspectos generales de sus políticas en el plano interno y externo llevadas adelante por estas dos Generaciones de Líderes, resaltando la relación entre estas políticas y el aumento del protagonismo que ha adquirido en la actualidad la República Popular China.
Para ello, el trabajo se divide en cuatro apartados. En el primero, reponemos algunas características de la economía China previas a la administración de Jiang Zemin, analizando cómo impactaron las políticas de Reforma y Apertura impulsadas por Deng y enmarcando la situación interna en un contexto internacional específico. En la segunda parte, analizaremos los aspectos generales de la política interna y externa de Jiang Zemin, centrándonos en su búsqueda de profundizar las Reformas internas y la apertura externa en contextos de unipolaridad. En la tercera parte, nos enfocamos en las dimensiones internas y externas de la administración de Hu Jintao, centrándonos en su búsqueda de armonía interna y de profundizar el liderazgo internacional de China. Finalmente, expondremos algunas reflexiones finales.
2. El ascenso de la República Popular China en el sistema mundial contemporáneo y los impactos de la Reforma y Apertura
El período histórico que se abre con las políticas de reforma y apertura a finales de la década del ’70 se enmarca en una coyuntura internacional particular, donde se observa un desplazamiento geográfico de los centros de acumulación y de poder (Wallerstein, 2001) desde el occidente capitalista al Asia Pacífico (Giaccaglia, 2016). Según datos del Banco Mundial, para 1965 los Estados Unidos representaron el 37% de la economía mundial, Europa occidental el 23% y el Asia Oriental y Pacífico (AOP) el 11%[5]. Sin embargo, en 2019 el AOP representó el 30%, mientras que los Estados Unidos cayó al 24% y Europa occidental al 17%.
Este proceso, que Serbin (2019) describe como un progresivo desplazamiento del centro de dinamismo económico mundial del Atlántico hacia el Asia Pacífico, significó en la práctica el desplazamiento de los centros de producción manufacturera global, con consecuencias geoeconómicas y geopolíticas estructurales en el sistema internacional. Paralelamente, se produjo una reubicación de la actividad productiva hacia nuevas zonas más rentables para el capital, situación descripta por Turzi (2017) como uno de los procesos del cambio estructural en el orden internacional. En este contexto, el AOP pasó a representar en su conjunto el 53% de la producción manufacturera global mientras que Estados Unidos representó el 16% y Europa occidental cerca del 22%[6].
Dentro de este reposicionamiento del Asia Oriental y el Pacífico en el orden internacional, se destaca el ascenso de la República Popular China, cuyo acelerado crecimiento económico a partir de la década del ’70 la llevó a posicionarse como la segunda economía mundial en 2010 y la primera medida en paridad del poder adquisitivo en 2016[7]. Lo que queremos señalar con esto es que las reformas encaradas por China en la década del ’70 se dieron (y contribuyeron a profundizar) en el marco de cambios estructurales en el orden internacional, que habilitaron las condiciones para el “despegue” de la economía nacional.
Si bien Bramall (2008) sostiene que los legados del pasado maoísta de China desempeñaron un papel fundamental en la promoción del crecimiento de las décadas de 1980 y 1990, gran parte de la literatura otorga a las políticas de Reforma y Apertura ser las responsables de sentar las bases del crecimiento chino. Entre las reformas más importantes se destacan sin duda las “Cuatro Modernizaciones” (agrícola, industrial, científico tecnológica y de la defensa nacional), propuestas originalmente por Zhou Enlai a mediados de la década del ’70 y retomadas por Deng Xiaoping a fines de 1978 (von Wolff y Soto, 2005). Dichas reformas, entre otras cuestiones, desmontaron la estructura colectivista de la economía rural, lo que contribuyó a elevar la producción de alimentos y a aumentar los ingresos de los agricultores, a la vez que estimuló la demanda de manufacturas y el desarrollo industrial (von Wolff y Soto, 2005). El “sistema de responsabilidad familiar”, a su vez, se convirtió en una de las novedades fundamentales de esta etapa (Malena, 2016), al tiempo que las Empresas Municipales y Aldeanas (EMA), empresas no agrícolas conformadas por productores rurales, absorbieron buena parte del excedente de mano de obra producido por las reformas en el campo. En este contexto, las EMA se convirtieron en focos primordiales de la reorientación de las energías empresariales de los cuadros del PCCh y de los funcionarios de gobierno, y en la principal agencia de reasignación de los excedentes agrícolas para emprender actividades industriales intensivas en mano de obra capaces de absorber productivamente el excedente de fuerza de trabajo rural (Arrighi, 2007).
A su vez, la apertura a la inversión extranjera impulsada por Deng no se realizó de cualquier manera, sino que se hizo de forma planificada, y siempre y cuando sirviera al interés nacional chino (Arrighi, 2007). Cumplieron un papel destacado las Zonas Económicas Especiales (ZEE), territorios específicos de acumulación dentro de China donde las empresas extranjeras tenían facilidades para localizarse y establecer su producción, aunque generalmente el gobierno chino también exigía la transferencia tecnológica en algunos de sus componentes o el establecimiento de empresas conjuntas (joint ventures) con compañías chinas (Jabbour, 2020).
Las reformas impulsadas por Deng resultaron, por un lado, en un crecimiento económico exponencial del PBI chino, un descenso abrupto de la pobreza y una mejora en los indicadores de bienestar social. La esperanza de vida pasó de 43 años en 1960 a 69 años en el 1990, mientras que la alfabetización pasó de 65% en 1982 a 77% en el 1990 (SCIORPC, 2019). Según Rosales (2020), las reformas de Deng iniciaron una cuádruple transición en China: de una economía cerrada a una abierta, de una economía planificada a una de mercado, de una sociedad rural a una urbana y de una economía principalmente agrícola a una industrial. Sin embargo, también produjeron un aumento sensible de la desigualdad, que analizaremos en el apartado siguiente.
3. La presidencia de Jiang Zemin. Reformas internas y apertura externa en contextos de unipolaridad
Si bien algunos índices económicos venían mostrando datos positivos durante el final de la época de Deng (el PBI chino, por ejemplo, había crecido un 14,2% en 1992), la transición del liderazgo del Partido y de la presidencia de China hacia un nuevo grupo dirigente trajo aparejadas fuertes incertidumbres sobre el futuro de China. Ramírez Ruiz (2014) sostiene que el traspaso de una Generación de Líderes a la siguiente se produjo siempre bajo un océano de intrigas e influencias en la selección de los nuevos dirigentes, debido a la necesidad de atender a un extenso equilibrio de poderes entre las diversas lealtades personales, facciones ideológicas, orígenes sociales e intereses regionales. A su vez, como afirma Domenach (1995), China atravesaba un proceso crucial en su historia: teniendo como espejo la transición del mando de la Unión Soviética en 1985 que había desembocado en la Perestroika, la Glasnost y posterior desintegración de la URSS, no sólo existía una expectativa internacional porque el gobierno comunista chino siguiera el mismo rumbo, sino que esta situación también era una preocupación para los cuadros y dirigentes del Partido, descripta por el Ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular China Qian Qichen como “lo que sigue a una explosión: ondas expansivas en todas direcciones” que podían impactar en China (Kissinger, 2012).
La situación internacional ya no era la misma que la que habían transitado Mao y Deng. El llamado sistema internacional bipolar había concluido con la caída de la URSS, y el mundo transitaba el inicio de la unipolaridad centrada en los Estados Unidos, lo que traía aparejado asimismo la legitimidad internacional de la democracia occidental, el Consenso de Washington y la primacía militar norteamericana (Sanahuja, 2007).
Wallerstein (2001) afirma que, además, para esta época existía un descrédito de la vieja izquierda, de los movimientos antisistémicos y de liberación nacional, de los Partidos Comunistas tanto en occidente como el oriente y de los movimientos socialdemócratas o laboristas en Europa occidental y Norteamérica, lo que repercutía en la legitimidad del Partido Comunista de China tanto a nivel nacional como internacional. A su vez, existía también un descrédito general a la figura del Estado como promotor o regulador de la actividad económica. Según Gernet (1991), esta situación había alentado a los promotores al interior de China de una “quinta modernización”, es decir, la idea de que las políticas de reforma y apertura iniciadas con Deng Xiaoping debían alcanzar también el ámbito político[8].
El propio asesor norteamericano Henry Kissinger (2012) señala que la desintegración de la Unión Soviética era visto desde occidente como el triunfo permanente y universal de los valores democráticos liberales, al tiempo que la alianza táctica con la China comunista, que había servido para balancear el peso de la URSS en Asia oriental, no solo carecía de sentido en esta nueva coyuntura sino que “al irse diluyendo el adversario común, inevitablemente saltaron a un primer plano las diferencias de los dos gobiernos sobre los valores y la visión del mundo” (Kissinger, 2012:308). En este contexto, sostiene el autor, “la reforma de la estructura interior china se convirtió en un destacado objetivo político para Estados Unidos” (2012:299). El politólogo y ex consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos Zbigniew Brzezinski se expresó en el mismo sentido al señalar que, para el gobierno norteamericano, las reformas económicas impulsadas por Deng Xiaoping no eran compartibles en largo plazo “con una dictadura comunista relativamente cerrada y con una burocracia rígida” (Brzezinski, 1998:166).
A su vez, Brzezinski (1998) señala también que dentro de las filas del Partido Comunista de China existía una preocupación sobre las consecuencias que podían tener las políticas de reforma y apertura impulsadas por Deng, materializadas en el artículo “Documentos oficiales anticipan desórdenes durante el período post-Deng” publicado por Cheng Ming el 1 de febrero de 1995. Ramírez Ruiz (2013), en el mismo sentido, señaló la preocupación de Deng por impedir el ascenso al poder de un “Gorbachov chino”.
Como señalamos anteriormente, si bien la República Popular había experimentado índices elevados de crecimiento económico, ello no eximía al país de la existencia, a finales de la década del ’80 y principios de los ’90, de severas dificultades económicas que incluían una combinación de inflación y recesión que impactaban sobre la productividad y el empleo (Meisner, 2007). Los acelerados cambios que hubo en el país como consecuencia del proceso de reformas habían producido beneficios importantes para la sociedad, pero también un creciente malestar en torno al aumento de la desigualdad. Entre ellas, se destacaba un desfasaje entre los niveles de crecimiento de las zonas costeras (que contaban con mayores beneficios) y las zonas del interior, mucho más retrasadas. Por otra parte, la apertura económica había traído como consecuencia un deterioro de las condiciones laborales en los trabajadores chinos, sumado al desempleo y crecientes malestares en torno a las condiciones de vida, lo que hizo emerger nuevas tensiones sociales en el país (Malena, 2016). Este era el contexto de la transición política en China, de Deng Xiaoping a Jiang Zemin: en este pasaje, China se jugaba cuarenta años de República Popular.
Jiang Zemin provenía de la ciudad de Shanghái, donde había sido alcalde entre 1985 y 1988 y ejercía la secretaría general del Partido desde 1987, a partir de haber adoptado una línea dura frente a las protestas estudiantiles de fines de los ’80 (Bailey, 2002). Estas protestas son las que habían desembocado en el cese y arresto del entonces Secretario General del PCCh Zhao Ziyang, acusado de colaborar con las protestas, y viabilizado el ascenso de Jiang. Shanghái, a su vez, había sido una de las zonas que más había prosperado con las políticas de reforma y apertura.
Jiang Zemin había sido elegido miembro del Politburó en 1987, y había ido ganando poder con el apoyo de Deng[9]. Ramírez Ruiz (2013) sostiene que esta tercera Generación de Líderes fue diseñada por Deng con el objetivo de asegurar la continuidad de las reformas económicas y la modernización del país, buscando personajes ligados a la fracción reformista del Partido y capaces de adaptarse a los nuevos tiempos sociales. El apoyo de Deng le dio una importante base de legitimidad a Jiang, que poco a poco fue haciéndose lugar en los puestos más importantes del Partido y del Estado; para 1989 ya lo había sucedido como presidente de la Comisión de Asuntos Militares del Partido y había sido designado como Secretario General del Partido Comunista de China, y en 1993 llegó a ser elegido presidente de la República (ver Cuadro n°1). De este modo, Jiang Zemin se convirtió en el primer líder desde Mao en ocupar simultáneamente los tres cargos más importantes del país (Bailey, 2002).
A pesar de su extenso recorrido por las filas del PCCh, Jiang no era visto en su momento como la persona indicada para ocupar el cargo de presidente de la República. Mientras que Kissinger (2012) afirma que Jiang era “un hombre que no irradiaba autoridad” y que “no tenía base de poder propio”, Domenach (1995:60) lo describe asimismo como “un hombre honrado, pero desprovisto de autoridad” para presidir el país. De este modo, Kissinger señala que Jiang era visto como una “figura de transición”, un candidato de compromiso entre el ala liberal y el ala conservadora del Partido.
Jiang Zemin accede a la presidencia de la República Popular China en un contexto internacional convulsionado, signado por las repercusiones internacionales de los hechos de la Plaza Tiananmen de 1989 y de las sanciones de las que fue objeto el país. Según Kissinger (2012), las relaciones entre China y Estados Unidos habían vuelto prácticamente a su punto de partida. Sin embargo, a principios de la década de los ’90 la mirada internacional comenzó a desplazarse paulatinamente a Oriente Medio a partir de la guerra del Golfo y la Operación Tormenta del Desierto encabezadas por Estados Unidos, que contribuyeron a quitar la atención internacional sobre China (Tamames, 2001). En este marco, Bailey (2002) señala que durante los primeros años de la década del 90 la República Popular China logró revertir la situación de aislamiento internacional, y paulatinamente comenzaron a restablecerse los vínculos comerciales con el resto del mundo y se reactivó la inversión extranjera[10].
El panorama de relativa distención internacional hacia China permitió a Jiang enfocarse en impulsar políticas internas y externas que posibilitasen continuar con el crecimiento económico de China y aumentar progresivamente su presencia en la arena internacional. Para ello, fue necesario primero desactivar las crecientes facciones críticas al interior del Partido. Bailey (2002) señala que, desde el inicio de su presidencia, Jiang Zemin lanzó un movimiento de adoctrinamiento destinado a contrarrestar los “males” del “liberalismo burgués”, movimiento caracterizado por realizar una reivindicación del sentimiento nacionalista y el culto a la figura de Mao, lo cual se vinculaba con el sentimiento de orgullo y autoestima del pueblo chino. Moncada Durruti (2011) afirma que esta reivindicación del sentimiento nacionalista tenía varios objetivos, entre ellos proteger la legitimidad del Partido Comunista de China y del socialismo con características chinas en un contexto de auge internacional de neoliberalismo. Además, esta campaña servía para contrarrestar las críticas internacionales luego de los hechos de la Plaza Tiananmen, recurriendo a potenciar los sentimientos de “desconfianza” hacia las potencias occidentales que existían en la población china luego de las consecuencias del “siglo de la humillación” que había vivido China entre 1840 y 1949.
Desde el punto de vista económico, Jiang Zemin continuó con la agenda de reformas iniciada por Deng Xiaoping. De hecho, en el XIV Congreso del PCCh en octubre de 1992 se afirmó la necesidad de acelerar las reformas económicas y se acordó transformar a China de una “economía de producto socialista planificada” a una “economía de mercado socialista” (Bailey, 1992). La decisión de profundizar las políticas de Reforma y Apertura no tenían un total consenso al interior del Partido. Esto se debía a que, como afirmamos anteriormente, en los años ’80 se había producido un fuerte aumento de las desigualdades de renta tanto en las áreas urbanas como rurales que socavaban la tradición revolucionaria y la estabilidad social de China (Arrighi, 2007). Esto generó un aumento de las protestas sociales, que sin embargo fueron desactivadas por el gobierno a partir de la idea de que la desigualdad era una situación coyuntural generada por el rápido crecimiento y que iba a ir corrigiéndose con los años.
Como se observa en el Cuadro n°1, si bien Jiang aún no ocupaba el cargo de presidente en 1992, para esa época ya se desempeñaba como Secretario General del PCCh y como presidente de la Comisión Militar Central, los otros dos cargos de mayor importancia en el país. Fue en ese año que Deng Xiaoping realizó su histórica gira por el sur del país, donde resaltó los logros de las políticas de Reforma y Apertura, lo que dio un espaldarazo a Jiang para profundizarlas con relativa legitimidad (Schirokauer y Brown, 2011). A las reformas que ya había iniciado Deng a fines de la década del ’70, se sumaron la unificación del tipo de cambio en 1994, la reforma financiera en 1995, la reforma del Banco Central y la creación de bancos estatales de fomento y bancos comerciales en 1996 (Sevares, 2016). Esta política se profundizó a partir de 1998 con la llegada de Zhu Rongji como primer ministro, quien se concentró en la reforma del aparato de administración central del Estado con el objetivo modernizar la burocracia central mediante la reducción de los ministerios (von Wolff y Soto, 2005) e impulsó una política económica y financiera que permitió que China mantuviera los elevados índices de crecimiento alcanzados hasta ese momento evitando los efectos recesivos de la crisis financiera que afectó a las economías asiáticas a fines de los años ’90 (Malena, 2016). A su vez, bajo la consigna "Zhua da, fang xiao" ("mantener las grandes, dejar ir a las pequeñas"), Jiang profundizó la política de privatización de empresas consideradas como no estratégicas, y de desprendimiento de aquellas industrias que generaban pérdidas al estado. Todo ello, sin dudas, no sin el descontento de una parte importante de la población china (Meisner, 2007).
Si bien para mediados de la década del ’90 China había abandonado las tasas exorbitantes de crecimiento que llegaron al 14% anual, el crecimiento del PBI anual continuó manteniéndose en torno al 9-10%. En este contexto, y superadas las reprimendas internacionales luego de los hechos de la Plaza Tiananmen[11], Jiang Zemin encaró una serie de políticas tendientes a comenzar el proceso de inserción internacional de la República Popular China.
Aunque Jiang continúo con la denominada “estrategia de los 24 caracteres”[12] de Deng Xiaoping, durante su gobierno se llevaron adelante una serie de decisiones importantes que contribuyeron a consolidar la posterior posición de China en el escenario internacional. De este modo, el gobierno chino comenzó a desarrollar una actitud más asertiva en el orden internacional, intentando participar con mayor protagonismo de los asuntos globales. Por ejemplo, ya en marzo de 1991, ocupando la bancada permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, China decidió abstenerse junto con Yemen y la India en la resolución 686 del organismo, que exigía la liberación de Kuwait y responsabilizaba a Irak por los daños en la invasión a ese país en 1990, a partir de sostener una postura no injerencista ni sancionatoria en los asuntos internacionales. Por otra parte, en abril de 1994, durante una visita del primer ministro Li Peng a cuatro países del Asia Central, el gobierno chino propuso a estos países el restablecimiento de una “nueva Ruta de la Seda” que permita incentivar las relaciones económicas y comerciales (Rocha Pino, 2019). Así, el gobierno chino buscó afianzar las relaciones con sus vecinos en base a cinco principios: 1) mantener las relaciones de buena vecindad, en base a los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica; 2) promover la cooperación, las relaciones de igualdad y beneficio mutuo; 3) el respeto a los sistemas políticos y sociales de cada país y la no interferencia en asuntos internos de otros países; y 5) el mantenimiento de la estabilidad regional (Rocha Pino, 2019). Si bien no se trató de una propuesta con proyectos concretos, como posteriormente presentaría Xi Jinping, la idea de recrear el “espíritu” de la Ruta de la Seda en el Asia Central expresó la idea de Jiang de volver a darle centralidad a China en el ámbito regional. En noviembre de 1994, durante su intervención en el Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC), Jiang Zemin expuso su “estrategia de 16 caracteres”, traducida como “aumentar la confianza, reducir los problemas, promover la cooperación y evitar la confrontación” (Moncada Durruti, 2011).
Durante el gobierno de Jiang, las relaciones entre China y los Estados Unidos atravesaron procesos de tensiones y distenciones periódicas constantes que remitían, entre otras cuestiones, a los cambios presidenciales ocurridos en Estados Unidos (durante la etapa en la que Jiang Zemin ocupó por lo menos uno de los tres cargos más importantes de China, se sucedieron las presidencias de George H. W. Bush, Bill Clinton y George W. Bush) así como también de hechos puntuales que contribuyeron a tensar la relación. Entre los acontecimientos más importantes, se pueden destacar el intento de Clinton de condicionar la situación comercial de China a partir de 1993[13], pretendiéndole quitar el estatus de “nación más favorecida”, las críticas constantes del gobierno estadounidense en materia de derechos humanos, las disputas en relación al status de Taiwán, el ataque a la embajada china en Belgrado durante la guerra de Kosovo en 1999 y la detención de un avión espía norteamericano en el espacio aéreo Chino en 2001. Sin embargo, aunque en coyunturas puntuales la escalada de desencuentros llegó a generar momentos de extrema tensión, Kissinger (2012) sostiene que la relación entre China y Estados Unidos bajo el gobierno de Jiang fue mayormente de cooperación y convivencia.
En 1997 se produjo un hecho de gran importancia tanto en el plano interno como externo: la excolonia británica de Hong Kong fue oficialmente reintegrada a la soberanía china, bajo el formato de “un país, dos sistemas”. Si bien la restitución de Hong Kong a la soberanía china había sido acordada por Deng en 1984, la efectiva materialización del acuerdo fue visto como un notable éxito diplomático de Jiang, que permitía a China recuperar un importante centro financiero y comercial mundial con un próspero sector industrial (Schirokauer y Brown, 2011).
Algunos meses antes de este hecho, se había producido un hecho paradigmático en la historia de China: el 19 de febrero de 1997 fallecía Deng Xiaoping. La muerte de Deng volvió a poner sobre la mesa de legitimidad de Jiang, que descansaba, en gran medida, sobre el apoyo que había recibido del “pequeño timonel”. Sin embargo, la partida de Deng no solo no detuvo ni eclipsó la estrategia económica de Jiang, sino que fue a partir que allí que comenzaron a surgir algunos de los conceptos e ideas centrales del entonces presidente.
En febrero de 2000, durante una inspección en Maoming, provincia de Guangdong, Jiang Zemin propuso la teoría de las “Tres Representaciones”, según la cual se entendía que el Partido Comunista representaba tanto “los intereses fundamentales de la gran masa popular” como a las fuerzas avanzadas de la producción y a las fuerzas avanzadas de la cultura (intelectuales, artistas y científicos). Según Jiang, el objetivo del PCCh debía ser estimular el despliegue de las fuerzas productivas en su conjunto, inclusive el del empresariado (publico, mixto o privado) (Rosales, 2020). Esto representó una evolución significativa del pensamiento revolucionario chino, en tanto se equiparaba a la “gran masa del pueblo” con las “fuerzas avanzadas de la producción”, afirmando que el despliegue de una estaba estrechamente ligado con el despliegue de la otra. En los documentos del International Department of Central Committee of CPC (IDCPC, s/f), se afirmó que
El desarrollo de fuerzas productivas avanzadas es una condición fundamental para desarrollar una cultura avanzada y materializar los intereses fundamentales de la inmensa mayoría de la población. Al mismo tiempo, el desarrollo de fuerzas productivas avanzadas es inseparable de cuestiones culturales como la ideología, la ética, la educación y la ciencia porque los niveles ideológicos y culturales generales de una sociedad determinada afectan directamente la calidad de la fuerza de trabajo.
El hecho de proponer una teoría que igualaba al sector empresario con la masa trabajadora dentro del Partido generó críticas al interior del mismo, en tanto podría suponer el fin de la “dictadura del proletariado” y de la “lucha de clases” como ordenador de la historia (Huang, 2002). Sin embargo, la teoría de Jiang buscó contener al interior del Partido a la creciente cantidad de empresarios y emprendedores que habían proliferado al incentivar la iniciativa privada, intentando evitar que los mismos crearan una alternativa política al PCCh. A su vez, a la par de su pretensión de jerarquizar el lugar de las “fuerzas avanzadas de la producción” en la política económica china, la Teoría de las Tres Representaciones se cuidó de no desatender el lugar privilegiado de los intereses materiales de la población trabajadora en la consideración del Partido Comunista, al considerar que
El pueblo es el principal creador de fuerzas productivas avanzadas y cultura avanzada, así como la fuerza básica para lograr sus propios intereses. Al mismo tiempo, la razón básica para desarrollar fuerzas productivas avanzadas y cultura avanzada es satisfacer las necesidades cada vez mayores de la vida material y cultural de las personas y asegurar continuamente que se satisfagan sus intereses fundamentales. (IDCPC, s/f)
Por otra parte, hacía fines de los años ’90, Jiang Zemin emitió la directiva conocida como going out (salir afuera). Esta estrategia resultó de fundamental importancia para el posicionamiento externo de la República Popular China, en tanto se alentó (mediante una fuerte política de incentivos económicos y marcos jurídicos) al capital chino a expandirse hacia el exterior.
La implementación de la estrategia de “salir” es una medida importante que se toma en la nueva etapa de apertura. Debemos alentar y ayudar a las empresas relativamente competitivas con diversas formas de propiedad a invertir en el extranjero a fin de aumentar la exportación de bienes y servicios laborales y generar una serie de empresas multinacionales y marcas sólidas. Debemos participar activamente en los intercambios y la cooperación económicos regionales. Al abrirnos más al mundo exterior, debemos prestar gran atención a salvaguardar nuestra seguridad económica nacional. (Jiang, 2002)
La creciente participación de China en el comercio internacional, sumado a una coyuntura caracterizada por la globalización y la interdependencia económica, en la cual China comenzaba a demandar cada vez más alimentos y recursos energéticos, contribuyeron a que Jiang profundizara su reclamo de incorporarse a la Organización Mundial del Comercio (OMC), organización que China había contribuido a fundar (bajo el nombre de Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio -GATT-) en 1947 y de la que había sido expulsada en 1950 a pedido del gobierno rebelde establecido en Taiwán (Aróstica, 2005). En este marco, en diciembre de 2001 Jiang Zemin consiguió, luego de 15 años de negociaciones, que la República Popular China sea aceptada como miembro de la OMC, lo que permitió al país tener un reconocimiento institucional para su política de going out.
Como parte de su ingreso a la OMC, China recibió diversos beneficios comerciales, entre ellos el otorgamiento permanente por parte de los Estados Unidos de la cláusula de nación más favorecida (NMF) y la posibilidad de acogerse al mecanismo de disputas de la OMC para proteger sus intereses comerciales y participar en negociaciones multilaterales sobre normas comerciales y futuras liberalizaciones del comercio (Sevares, 2016). A partir de su ingreso a la organización, China tuvo un período de crecimiento ininterrumpido hasta 2007 (previo a la crisis financiera global), pasando a crecer a un promedio del 10,3% anual entre esos años y llegando a tasas del 14,2% en 2007 (cuando entre 1998 y 2000, luego de la crisis asiática, el promedio anual se había ubicado en torno al 8%). El comercio exterior, en tanto, pasó representar el 40% del PBI chino (Sevares, 2016). De este modo, la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio representó un punto bisagra en la estrategia de internacionalización de la economía china.
A su vez, la estrategia del going out también tuvo su dimensión política y de seguridad. En 2001, Jiang Zemin impulsó la creación de la Organización para la Cooperación de Shanghái (SCO, por sus siglas en inglés), un espacio de coordinación de políticas de seguridad que China compartía junto con Rusia, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán. La creación de la SCO posibilitó a China fortalecer la confianza entre sus vecinos más próximos del Asia Central, mostrar al mundo sus intenciones pacíficas y crear una nueva comunidad de intereses compartidos que no incluía a Estados Unidos (Leonard, 2008). La SCO, a su vez, se referenció en la propuesta de Jiang Zemin sobre el “nuevo concepto de seguridad”, que se hacía eco de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica y rechazaba “el viejo concepto de seguridad basado en alianzas militares y construcciones de armamentos” (McDonald y Burgoyne, 2019). Esta iniciativa estaba en consonancia con una postura china en el ámbito de las relaciones internacionales que afirmaba que el nuevo orden internacional no podía mantenerse indefinidamente unipolar y de que China iba a trabajar por un mundo multipolar (Kissinger, 2012).
Rosales (2020) destaca también que Jiang Zemin cumplió un rol importante en la construcción del estado de derecho en China. En 1996 propuso la política de “gobernar al país de acuerdo con la ley”, lo que fue continuado por una de las reformas constitucionales más importantes en 1999, que introdujo explícitamente el principio del “Estado de derecho” y también el reconocimiento del valor de la economía individual, definida como un “importante aspecto constitutivo de la economía de mercado socialista” (Staiano, 2016). A su vez, Jiang Zemin también implementó un mayor control sobre las Fuerzas Armadas, a las que se les prohibió hacer negocios y pasaron a ser financiadas por el presupuesto nacional (Rosales, 2020).
Jiang Zemin dejó la Secretaría General del Partido Comunista Chino en noviembre de 2002, la presidencia de la República Popular en marzo de 2003 y la presidencia del Comité Militar Central en septiembre de 2004. Es en este marco que se produjo lo que Kissinger (2012) denomina “el primer traspaso pacífico de poder en la historia moderna de China”, cuando Jiang delegó los tres cargos más importantes del estado en su sucesor, Hu Jintao. Fue relevante en este sentido la decisión de Deng de impulsar una “institucionalización política” en el país, mediante la cual se limitó la vigencia de los mandatos presidenciales a cinco años con posibilidad de una reelección y la imposibilidad de nombrar miembros en el politburó mayores a 68 años (Ramírez Ruiz, 2013), lo que otorgó previsibilidad en la política interna china y permitió mayor orden en los traspasos entre mandatos presidenciales y Generaciones de Líderes.
4. China bajo la presidencia de Hu Jintao. Armonía interna y liderazgo internacional
Si bien, como señalamos arriba, Kissinger destaca lo “pacifico” del traspaso de mando entre Jiang Zemin y Hu Jintao, el mismo no estuvo exento de tensiones y especulaciones referidas a las intenciones de Jiang y a sus posibles sucesores. El hecho que pasasen casi dos años entre que Jiang delegara el cargo de Secretario General del PCCh (noviembre de 2002) y que abandonara su puesto como presidente de la Comisión Militar Central (septiembre de 2004) hacía que algunos analistas hablaran no solo de un “doble comando” en la política china, sino incluso de la posibilidad de que Jiang intentara retener cuotas de poder al interior de la política china, socavando la autoridad de Hu (Nessim, 2002). En este mismo sentido, Chen y Wu (2017) señalan que entre 2002 y 2005 Hu Jintao no pudo ejercer un control total sobre el aparato del Estado y del Partido, por lo que la consolidación de poder del nuevo Secretario General comenzó en 2006, cuando Hu reorganizó el alto personal del Ejército Popular de Liberación en las regiones militares de China y reemplazó los principios de gobierno de Jiang en el ejército por los suyos.
Tanto Hu Jintao como Wen Jiabao (primer ministro durante el período de Hu) pertenecían a una nueva generación de líderes del Partido Comunista China.. Hu Jintao era un dirigente más cercano a la Liga de las Juventudes Comunistas, la cual presidió entre 1982 y 1985 y en la cual reclutó a la mayoría de sus colaboradores (Malena, 2016). En 1992, había sido promovido por Deng al Comité Permanente del Politburó, para luego ser nominado como vicepresidente de la República en 1998. En 1992, durante su visita al sur, Deng elogió personalmente a Hu, afirmando que “veo a esta persona, Hu Jintao [como] un tecnócrata de cuarta generación” (Ewing, 2003).
A partir de su trayectoria política, las ideas de Hu sintonizaban con las de la nueva izquierda china, que ponían mayor énfasis en las desigualdades sociales, los efectos de la expansión económica sobre el medio ambiente y a la necesidad de una mayor participación del Estado en la salud, la educación y las pensiones (Rosales, 2020). De este modo, los esfuerzos de Hu se enfocaron en exponer las fallas políticas de la administración anterior, principalmente en lo referido a los problemas de corrupción y a los conflictos sociales y territoriales que permanecían irresueltos (Malena, 2016).
Tanto Hu como Wen constituían la primera generación de líderes sin experiencia personal durante la Revolución, aunque si contaban con una experiencia directa en zonas atrasadas del país. Hu se había formado en la Universidad Qinghua de Pekín (donde la Guardia Roja tenía un protagonismo importante), para ser enviado luego a la provincia de Gansu, en el centro de China (Kissinger, 2012). Sin embargo, a pesar de la trayectoria mencionada, el ascenso de Hu a los altos cargos del gobierno chino y del Partido fue considerado como “vertiginoso” y “sorpresivo” para algunos analistas (Villagrán, 2002), ya que no se lo consideraba como una persona ligada a ninguna de las principales facciones reflejadas en el Comité Permanente del Politburó.
En el aspecto interno, como señalamos, el gobierno de Hu se caracterizó por intentar corregir los desequilibrios y las desigualdades creadas en la administración anterior. En este marco, la administración de Hu Jintao se caracterizó por poner el acento en la idea de construir una “sociedad armoniosa”, es decir, en poner mayor énfasis en proteger a los sectores menos favorecidos y en reducir las brechas de desigualdad creadas por el exponencial crecimiento económico de los años previos (Rosales, 2020). La idea de armonía significó recuperar las tradiciones confucianas históricas de la civilización china, que ponían atención en el orden interno y en la felicidad del pueblo, intentando “reformar la nación en una imagen más humana” (Wang, 2010:20).
A su vez, Hu presentó su teoría sobre la “concepción científica del desarrollo”, término que posteriormente sería incorporado a los estatutos del Partido, y que consistía en que la contradicción principal seguía radicada entre las crecientes necesidades materiales y culturales de la población y un limitado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas (Rosales, 2020). En este contexto, si bien el desarrollo seguía siendo una prioridad para China, el país debía adecuar su crecimiento a la corrección de las desigualdades, ser integral, coordinado y sostenible. Para ello, China debía aprovechar el conocimiento científico para avanzar en la industrialización, informatización y la internacionalización de la economía, colocando al pueblo en el centro. De este modo, Ríos (2009) sostiene que Hu Jintao inauguró un nuevo vocabulario que manifestaba una mayor preocupación por los temas sociales, políticos y ambientales, centrado en las ideas de “armonía”, “justicia social” o “responsabilidad”.
De este modo, la idea de “sociedad armoniosa” y “concepción científica del desarrollo” presuponían una política gradual y moderada. La búsqueda de la armonía, a su vez, pretendía también garantizar la estabilidad social, aspecto fundamental para garantizar la gobernabilidad en un contexto internacional donde China ganaba cada vez mayor protagonismo. Rosales (2020) señala que la administración de Hu Jintao sostuvo que la dinámica de crecimiento previo que había experimentado China había llegado a un límite y que era necesario transitar hacia un nuevo estilo de desarrollo, apoyado en la innovación y la productividad sobre la base de la inclusión social, el respeto al medio ambiente y una mayor atención a las regiones rezagadas. Esta situación se vio reflejada en el XI Plan Quinquenal aprobado a fines de 2005, en donde dejó de ser una prioridad sostener una alta tasa de crecimiento económico y se incorporaron objetivos de protección del medioambiente, elevar el bienestar social de la población y reducir brechas entre ciudad y campo (Rosales, 2020). En este sentido, Hu impulsó una importante reforma rural, aprobando en la Asamblea Popular Nacional de 2006 el establecimiento del “nuevo campo socialista”, enfocado en la modernización del ámbito rural, y que tenía como objetivos estimular la productividad, superar los problemas estructurales y revitalizar el campo chino (Ríos, 2006).
En términos internacionales, la administración de Hu derivó en una profundización de la política exterior que había llevado adelante Jiang Zemin. Como señala Leonard (2008), si los primeros 20 años desde la implementación de la Reforma y Apertura trataron sobre la integración de China al mundo, a partir del Siglo XXI se experimenta una China con más confianza en sí misma que contribuyó activamente a darle forma al nuevo mundo. Kissinger (2012), en tanto, destaca el hecho de que el nuevo milenio encontró a China y Estados Unidos comandados por una nueva generación de dirigentes (Hu y Wen en China, Bush y luego Obama en Estados Unidos), líderes que, a diferencia de sus predecesores, mostraban una actitud más ambigua y cuidadosa respecto del otro.
En este marco, Hu Jintao presentó la “doctrina del ascenso pacífico” de China, es decir, la visión de que China, a partir de su elevado crecimiento y la modernización económica, participaría cada vez más en los asuntos internacionales a través de la vía pacífica (Rosales, 2020). Esta doctrina no pretendía negar las consecuencias transformadoras que pudiese provocar al ascenso del protagonismo de China en el escenario global, pero sí rechazaba la idea de que existiese una pretensión hegemónica en su política exterior (Rocha Pino, 2006). Esta teoría fue formulada por primera vez en 2003 en el Foro Boao para Asia, y se remitía a tradiciones y cosmovisiones históricas de la civilización china, e intentó contrarrestar la idea de una supuesta “amenaza china” que se estaba desplegado cada vez más en occidente (Arrighi, 2007). Si bien fue Hu Jintao, en su calidad de cabeza de la cuarta generación de líderes del PCCh, quien llevó la doctrina del ascenso pacífico a ser presentada como una estrategia de Estado, la noción es autoría de Zheng Bijian, un colaborador cercano del ex secretario general del PCCh Hu Yaobang durante los años ochenta y que había ocupado el cargo de vicepresidente de la Escuela Central del Partido (ECP) a partir de 1992 (el presidente de la ECP en aquel momento era Hu Jintao) (Rocha Pino, 2006). El ascenso pacífico, en la visión de Zheng, recupera dos máximas centrales del confucianismo, que decían que “no hagas a otros lo que no quieras para ti mismo” y “quien ayuda a otros se ayuda a sí mismo” (Zheng, 2013). La doctrina del “ascenso” pacífico fue redefinida luego como de “desarrollo pacífico”, ya que “ascenso” tenía una connotación de pretensiones hegemónicas en el aumento abrupto de su protagonismo que China quería evitar. A su vez, para 2004, Hu incorporó el pensamiento sobre los “cuatro noes” (no a la hegemonía, no al uso de la fuerza, no a los bloques proteccionistas y no a la carrera armamentística) y los “cuatro síes” (si a generar confianza, si a reducir las dificultades, si a desarrollar la cooperación y si a evitar la confrontación) (Arrighi, 2007), que intentaban relacionar la idea de “desarrollo pacífico” con una estrategia proactiva, pero de perfil bajo en el escenario internacional. En 2011, el Consejo de Estado de la República Popular China publicó el libro blanco “El desarrollo pacífico de China” (SCIORPC, 2011), en donde se presentaron las características del concepto y sus implicancias prácticas para el orden internacional. En este documento, se señaló que “el desarrollo pacífico de China ha roto con el patrón tradicional en el que una potencia en ascenso estaba obligada a buscar la hegemonía” y que “la tendencia mundial hacia la multipolaridad es irresistible”.
Si bien la idea de “desarrollo pacífico” podría sugerir una continuidad de la idea de Deng de “no sobresalir y mantener un perfil bajo”, Hu Jintao afirmó que los primeros veinte años del Siglo XXI representaban un “período de oportunidades estratégicas” para China. En este sentido, Hu señaló que existía una convergencia en las tendencias internas del país y las internacionales, que situaban a China en la posición ideal para avanzar a pasos agigantados en su desarrollo (Kissinger, 2012).
La política exterior de Hu Jintao consistió en intentar posicionar a China como un país en desarrollo e impulsó instancias de coordinación entre los países emergentes para proponer modificaciones en la arquitectura financiera y política internacional, la cual, señalaban, no expresaban el peso de los países emergentes en el sistema mundial contemporáneo. Arrighi (2007) menciona que bajo el período de Hu Jintao China impulsó el “Consenso de Pekín”[14], mediante el cual se proponía a los países en desarrollo insertarse en el orden mundial manteniendo su autonomía, soberanía y políticas de desarrollo, con una fuerte reivindicación del “multilateralismo” en la toma de decisiones globales (Rocha Pino, 2006).
Si en el ámbito doméstico Hu Jintao hacía referencia a la necesidad de construir una “sociedad armoniosa”, en el plano internacional Hu afirmó que China bregaba por la “construcción de un mundo armonioso”, presentado implícitamente como una alternativa a la visión universalista occidental que ponderaba el sistema democrático liberal como premisa fundamental para el mantenimiento de la paz (Moncada Durruti, 2011). En contraposición, China sostenía que un mundo armonioso era aquel capaz de conciliar las diferencias entre modelos de desarrollo buscando los puntos en común y respetándose mutuamente, salvaguardando la diversidad política y cultural de todas las civilizaciones. Así, China reforzó su vinculación con su periferia cercana, por ejemplo, a partir de la firma de acuerdos de cooperación con la ASEAN (Malena, 2016), pero también con otras regiones del llamado “Sur global”, entre ellas con África, con quien celebró la cumbre del Foro de Cooperación Sino-Africana en Beijing en 2006 y con América Latina, convirtiéndose en observadora permanente en la Organización de Estados Americanos y poniendo en marcha el diálogo con el Mercosur (Malena, 2016)[15].
Una de las experiencias más importantes en este sentido fue la creación del Foro BRICS, que Hu Jintao impulsó junto a los presidentes de Rusia, Brasil e India a partir de 2006 (Sudáfrica se incorporaría en 2011), el cual se presentó como una voz legítima de los países emergentes y en desarrollo, a partir de su peso económico, demográfico, territorial y político. A partir de 2009, el BRICS celebra cumbres anuales de presidentes en donde los consensos de las mismas son plasmados en una declaración final, en las cuales generalmente se realiza un cuestionamiento del orden internacional configurado luego de la Segunda Guerra Mundial, y se plantea la necesidad de mayores espacios para los países emergentes. En el marco del BRICS se creó el Nuevo Banco de Desarrollo y el Fondo de Reservas de Contingencia, el primero con sede central en Shanghái, una importante institución de financiamiento a proyectos para los países del bloque.
Por otra parte, China comenzó a desarrollar con cada vez más fuerza distintos elementos de soft power[16], que contribuían a aumentar su protagonismo en el escenario internacional. Entre estos recursos, se destacan la realización de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, que el gobierno chino utilizó como escenario para mostrar a la comunidad internacional el proceso de resurgimiento de China. A su vez, en 2004 el gobierno chino puso en funcionamiento los Institutos Confucio, que consisten en instituciones encargadas de promover la cultura y el idioma chino a nivel global, a través de acuerdos con Universidades e Institutos de terceros países. La primera prueba piloto de un Instituto Confucio se realizó en Uzbekistán y algunos meses más tarde se abrieron los primeros Institutos Confucio en Corea del Sur y en la Universidad de Maryland, Estados Unidos (Alcalde, 2017). Para octubre de 2012, unos meses antes de que Hu dejara la presidencia, el gobierno chino ya había establecido 388 Institutos Confucio en más de 100 países (Mguire, 2012).
Arrighi (2007) señala que el avance del protagonismo de China en el escenario internacional se produjo paralelamente a un proceso de crisis de hegemonía de los Estados Unidos. Los atentados en las Torres Gemelas de septiembre de 2001 y la posterior guerra en Irak, en la cual Estados Unidos se vio impedido de resultar victorioso, generó en el Tercer Mundo un envalentonamiento que legitimó la discusión sobre la inviabilidad del sistema internacional tal y como estaba planteado.
En 2008 se produjo la crisis financiera global más importante desde la década de 1930, la cual impactó significativamente en las potencias centrales y profundizó el debate internacional sobre la arquitectura financiera global. Yan Xuetong (2016:9) sostiene incluso que la crisis de 2008 “expuso al mundo el fraude de Wall Street” y que sus consecuencias “viciaron en gran medida la reputación de Estados Unidos entre sus aliados”. En este marco, el gobierno de Hu Jintao, que había canalizado gran parte de la Inversión Extranjera Directa en los años previos, comenzó a desarrollar una política de cambio en el énfasis de los motores de crecimiento, disminuyendo el rol de las exportaciones para concentrarse en el desarrollo del mercado interno y un renovado aliento a los planes de desarrollo científico y tecnológico (Molinero, 2020).
El 15 de noviembre de 2012, el entonces vicepresidente de China, Xi Jinping, asumió como Secretario General del Partido Comunista de China y como presidente de la Comisión Militar Central, iniciando el proceso de transición no solo a una nueva generación de liderazgos dentro de China, sino a un nuevo momento del desarrollo interno y protagonismo externo del país. El 14 de marzo de 2013, Xi asumió como nuevo presidente de la República, cerrando el ciclo de Hu Jintao como máximo dirigente de la República Popular China. Si la presidencia de Jiang Zemin se había caracterizado por la búsqueda de diálogo constante con los Estados Unidos y por la pretensión de darle impulso a las políticas de Reforma y Apertura, la administración de Hu Jintao inició un clima de distanciamiento con los Estados Unidos en las visiones de uno y otro país sobre el orden mundial que se configura para el futuro (Kissinger, 2012). Es sobre estas bases que Xi Jinping se sustentó para iniciar su política de fortalecer el “socialismo con características chinas” y revitalizar la idea de alcanzar el “sueño chino de rejuvenecimiento nacional”, que tendrá como paradigma, entre otras, a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Ruta de la Seda), la política de vanguardia tecnológica enmarcada en el programa Made in China 2025, la propuesta de conformar una comunidad de destino compartido para la humanidad, etc., propuestas que serán centrales en la nueva etapa de desarrollo de China iniciada con Xi.
5. Reflexiones finales
El ascenso del protagonismo de la República Popular China representa un fenómeno estructural del sistema internacional contemporáneo, que se enmarca en un proceso general de larga duración (Braudel, 2007) que podría traer aparejado un cambio de ciclo sistémico de acumulación (Wallerstein, 2001). Este ascenso se produce en simultáneo con una crisis de la capacidad de liderazgo de los Estados Unidos que trajo aparejado un proceso de “difusión” y “transición” del poder en el plano internacional, en el cual China se posicionó como un actor con recursos de poder suficientes para impulsar y sostener proyectos de alcance global (Actis y Creus, 2020). Es en este contexto que China emprende, con cada vez mayor asertividad, una “larga marcha hacia la creación de un nuevo orden global” (Girado, 2021).
Gran parte de la literatura académica, principalmente occidental, le ha otorgado a Deng Xiaoping, por un lado, y a Xi Jinping, por el otro, las mayores responsabilidades en la consecución de este ascenso. No es para menos, en tanto durante las administraciones de ambos líderes se cimentaron (y se están cimentando) gran parte de los aspectos teóricos y prácticos de tal crecimiento. Sin embargo, como intentamos demostrar en el trabajo, resulta imposible comprender cabalmente el proceso de ascenso chino sin contemplar los desarrollos teóricos y las políticas concretas adoptadas durante las presidencias de Jiang Zemin y Hu Jintao.
Ambos líderes encararon sus administraciones en contextos internacionales convulsionados, signados por el ascenso, auge y puesta en cuestión del unipolarismo estadounidense, atravesaron épocas de crecimiento económico y de crisis financieras, sobrellevaron períodos de agitaciones internas y de estabilidad. Sin embargo, pese a ello, es posible afirmar que las generaciones de líderes que se sucedieron a partir de Deng Xiaoping tuvieron una línea de continuidad, marcada por la intensión de devolver a China a una senda de crecimiento económico que posibilite el “rejuvenecimiento nacional” y de proyección internacional que la ubique nuevamente como el zhongguo, el centro del mundo.
En este sentido, Jiang Zemin profundizó la reforma económica iniciada por Deng, manteniendo el rol planificador y centralizador del Estado chino, pero dando cada vez más lugar a la iniciativa privada y aumentando los niveles de apertura internacional. En este marco, la Teoría de las 3 representaciones diagramada por Jiang permitió incorporar en el seno del Partido al creciente empresariado nacional chino, poniéndolo en relación a la estrategia de desarrollo nacional. El reingreso de China a la OMC y la estrategia del going out, a su vez, permitieron a China aumentar su protagonismo a nivel internacional, junto con el acercamiento cada vez mayor a los países y regiones en desarrollo, bajo una perspectiva que recupera los cinco principios de coexistencia pacífica.
Con algunos matices, estos principios, estrategias y políticas fueron profundizadas por Hu. Si bien la cuarta generación de líderes del Partido Comunista tuvo como objetivo corregir los desequilibrios internos causados por la apertura económica, esto de ningún modo se realizó negando los resultados del período anterior, sino bajo la idea de que primero era necesario crecer económicamente para luego ir corrigiendo las desigualdades generadas. Así, Hu basó su estrategia en la necesidad de construir una sociedad armoniosa, mientras que el modelo económico fue guiado por una concepción científica del desarrollo, que prestó menor atención al crecimiento cuantitativo y se enfocó en reducir las desigualdades entre regiones. A su vez, Hu potenció la inserción internacional de China, a partir de la creación de nuevos instrumentos de cooperación internacional, la participación en organismos internacionales alternativos y/o críticos del orden existente y el acercamiento cada vez mayor al llamado “Sur global”. La “Teoría del desarrollo pacífico” de Hu se apoyó en el “Nuevo concepto de seguridad” propuesto por Jiang, y articuló objetivos internos y externos, en tanto se afirmaba que China buscaba el objetivo de aumentar sus grados de desarrollo, aunque sin representar una amenaza para el orden internacional. De este modo, los postulados de Jiang y Hu fueron centrales para la consolidación del proceso de crecimiento interno y expansión externa de China, y representan aún una guía para las acciones del Partido en la actualidad.
Probablemente la historia coloque a Jiang Zemin y Hu Jintao un escalón por debajo de grandes líderes como Mao Zedong, Deng Xiaoping y Xi Jinping (los tres referentes destacados en la Constitución china) como estandartes de la historia moderna de China. Sin embargo, el “ascenso chino” le debe gran parte de su dinamismo a estos dos líderes políticos.
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Notas
Notas de autor
Información adicional
Cómo citar: Schulz, S. (2024). Aportes para
interpretar el ascenso de China en el escenario mundial contemporáneo. Aspectos
generales de la política interna y externa de Jiang Zemin y Hu Jintao.
Relaciones Internacionales, 33(66), 184, https://doi.org/10.24215/23142766e184