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Genealogía y evolución del movimiento feminista en Nuestra América
Genealogy and evolution of the feminist movement in Our America
Analéctica, vol. 4, núm. 29, pp. 1-8, 2018
Arkho Ediciones

Analéctica
Arkho Ediciones, Argentina
ISSN-e: 2591-5894
Periodicidad: Bimestral
vol. 4, núm. 29, 2018

Recepción: 06 Febrero 2018

Aprobación: 26 Junio 2018

Resumen: Según Curiel (2007), las mujeres afrodescendientes e indígenas han impulsado un nuevo discurso y una práctica política crítica y transformadora con relación al feminismo. Desde su subalternidad y desde su experiencia situada, no han reconocido al paradigma de la modernidad universal, por ser hombre-blanco-heterosexual. Estas mujeres han aportado mucho a la reconfiguración de esta perspectiva teórica y política. Sin embargo, han sido las más subalternizadas incluso en el mismo movimiento feminista. Pero también han sido consideradas subalternas en las ciencias sociales y en las sociedades en general. El carácter universalista y el sesgo racista que ha caracterizado al feminismo, se han convertido en una lápida para las urgencias emancipadoras de estas minorías étnicas.

Palabras clave: movimiento feminista, Nuestra América, teorías decoloniales.

Abstract: According to Curiel (2007), Afro-descendant and indigenous women have promoted a new discourse and a critical and transformative political practice in relation to feminism. From their subordination and from their situated experience, they have not recognized the paradigm of universal modernity, because they are white-male-heterosexual. These women have contributed much to the reconfiguration of this theoretical and political perspective. However, they have been the most subalternized even in the feminist movement itself. But they have also been considered subaltern in the social sciences and in societies in general. The universalist character and the racist bias that has characterized feminism have become a tombstone for the emancipatory urgencies of these ethnic minorities.

Keywords: feminist movement, Our America, decolonial theories.

La Universidad Central (2007), Bogotá, Colombia, ha abordado el feminismo como una de las teorías decoloniales emergentes en América Latina. El pensamiento feminista antirracista y poscolonial surge en los años setenta en los Estados Unidos (Curiel, 2007), lo cual se convirtió en un importante antecedente para la configuración del movimiento feminista en Nuestra América (Martí, 1961).

Según Curiel (2007), las mujeres afrodescendientes e indígenas han impulsado un nuevo discurso y una práctica política crítica y transformadora con relación al feminismo. Desde su subalternidad y desde su experiencia situada, no han reconocido al paradigma de la modernidad universal, por ser hombre-blanco-heterosexual. Estas mujeres han aportado mucho a la reconfiguración de esta perspectiva teórica y política. Sin embargo, han sido las más subalternizadas incluso en el mismo movimiento feminista. Pero también han sido consideradas subalternas en las ciencias sociales y en las sociedades en general. El carácter universalista y el sesgo racista que ha caracterizado al feminismo, se han convertido en una lápida para las urgencias emancipadoras de estas minorías étnicas.

El movimiento feminista y la decolonialidad del género cobra vida no solo a partir de la configuración epistémica que caracteriza la dinámica intelectual de académicas comprometidas, sino que se materializa en el decolonizar vivo y tangible de todas aquellas mujeres que han alzado el volumen de sus voces por el merecido reconocimiento y visibilización de sus biopraxis y por su anhelada emancipación y liberación. En efecto, si asumimos el decolonizar como las configuraciones teóricas y las acciones prácticas racializadas, sexualizadas y subalternizadas, desplegadas desde los bordes, desde la frontera invisibilizada, entonces debemos explicitar las luchas de muchas mujeres cuya obra (epistémica o praxiológica) contribuyó a la configuración de teorías feministas. Es por ello que una genealogía sobre el género y el movimiento feminista no debe ignorar las acciones decoloniales desarrolladas desde el siglo XIX por mujeres radicales.

A continuación, reconocemos cuatro de estas mujeres radicales y sus luchas (Curiel, 2007):

  • María Stewart: en una conferencia en 1831 se convierte en la primera mujer negra que señaló en público el racismo y el sexismo en Estados Unidos.

  • Sojourner Truth: en 1951, en su discurso “¡Acaso no soy una Mujer!”, emitido en la primera Convención Nacional celebrada en Worcester, Massachusets, propuso a las mujeres, ser libres de la dominación racista y sexista, dirigiéndose no solo a las negras sino también a las blancas.

  • Rosa Parks: en 1955 se negó a cederle el asiento a un hombre blanco y moverse a la parte de atrás del autobús (esta era la ley en esa época de segregación racial en el sur de los Estados Unidos). Con esta acción decolonial contribuyó a la configuración del movimiento por los derechos civiles, a partir de provocar cientos de manifestaciones por parte de la población afronorteamericana.

  • Ángela Davis: en su práctica política y en sus contribuciones teóricas, articula la clase con el antirracismo y el antisexismo, enriqueciendo así la perspectiva feminista. Se convirtió en un ícono de la lucha por los derechos civiles.

Por otro lado, Valcárcel (2008), en su controvertido libro Feminismo en el mundo global, nos invita también a bucear entre las obras de François Poulain de la barre (1647-1723), Mary Wollstonecraft (1759-1797), Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat, Marquis de Condorcet (1743- 1794), Simone de Beauvoir (1908-1986) y otros tantos y tantas. Sin embargo, si nos remitimos hacia atrás en el tiempo, podemos encontrar un sin número de mujeres heroínas y radicales, que defendieron su identidad con las fuerzas morales de su corazón y de su mente. De esta manera, en la antigua Grecia encontramos mujeres que enfrentaron con valentía el relegamiento a la que han sido sometidas a partir de fundamentos religiosos, teóricos e incluso pretendidamente científicos, consignados en los libros sagrados, normas y prejuicios de sociedades absoluta y mayoritariamente regidas por hombres. En efecto, durante siglos, el rol que la sociedad adjudicó a las mujeres fue secundario, inferior y servil, legitimando así y naturalizando un status injusto, absurdo e inmerecido. No obstante, es evidente que las mujeres siempre han sido el mantenimiento de las inalienables tradiciones en una comunidad, el pilar de la vida familiar en las grandes conmociones políticas o económicas, el sustento de los grandes movimientos sociales, y el sostén invisible de nociones como la pertenencia a una etnia, la idiosincrasia, la lengua natal y la patria. En esta condición se inscriben estos ejemplos feministas paradigmáticos (Callás, 2012):

  • Nefertiti (Egipto, 1397 – 1336 a. C.). Reina egipcia de extraordinaria belleza y personalidad imponente que estuvo casada con Akhenatón, con quien impuso entre sus súbditos el monoteísmo.

  • Dido (Tiro, 800 – Cartago, 875 a. C.). Fundadora y primera reina de Cartago, donde se exilió para evitar un enfrentamiento con su hermano Pigmalión y llevar a su pueblo a la guerra civil.

  • Safo de Mitilene (Mitilene, Lesbos, 630 – Leucadia, 560 a. C.). Mayor poeta lírica de Grecia en la Época Arcaica. Su poesía fue admirada por los más grandes del mundo antiguo, encanto que llega hasta nuestros días. Tenía ideas de avanzada acerca de lo femenino.

  • Aspacia de Mileto (Mileto, actual Turquía, 470 – Atenas, 400, a. C.). Maestra de retórica y logógrafa, influyó en la escena cultural y política en la Atenas del Siglo de Pericles, político de quien fue su compañera.

  • Diotima de Mantinea (Grecia, 400 – 400 a. C.). Filósofa y sacerdotista griega que fue maestra de Sócrates y jugó un rol importante en las teorías desarrolladas en el Banquete, de Platón. Sus ideas políticas y culturales quedaron plasmadas en el diálogo platónico. Allí se expresa en contra de la separación entre cuerpo y alma.

  • Hipatia de Alejandría (Alejandría, Egipto, 355 – 415, a. C.). Neoplatónica griega. Se destacó como matemática, geómetra y astrónoma. Inventó instrumentos como el densímetro y mejoró el astrolabio.

Cleopatra (Egipto, 69 – 31, a. C.). Última reina del Nilo. Perteneció a la dinastía de los Ptolomeos y trató de restablecer la hegemonía de Egipto en el Mediterráneo como aliada de Roma.

Todas estas mujeres se han elevado por sobre lo previsible, y más allá de encarnar los ideales de abnegadas prendas del sacrificio, restituyeron el concepto de dignidad en una sociedad injusta, tomaron las riendas de una nación, abrieron nuevas sendas al arte y el conocimiento humano, hicieron brillar las luces del intelecto o se alzaron en las armas. Como se aprecia, estas mujeres enaltecieron la condición humana, la hicieron progresar o ampliaron las fronteras del conocimiento, se atrevieron a desafiar las limitaciones de una época y lucharon incansablemente por un mundo mejor y más habitable.

Pensar el feminismo más allá de un movimiento, de un grupo u organización de mujeres haciendo valer sus derechos es a lo que apuntamos, darle un sentido plural es decir feminismos desde la producción de pensamientos en los cuales han surgido nuevos campos discursivos y metodológicos ya que el género ha sido un factor determinante en la producción del conocimiento, permitiendo sacar del lugar hegemónico de la epistemología a la mujer y sus diferencias puedan hallar cabida.

En relación con lo anterior, Lugones (2008a, 2008b, 2010, 2012a, 2012b) describe las partes componentes y oposiciones binarias, dicotómicas, antagónicas y jerárquicas del sistema colonial/moderno, y las utiliza para mostrar las diferenciales de género que definen a las mujeres en relación a los hombres. Esto le permite asumir el género como una construcción colonial. Asimismo, la feminista afro-colombiana Betty Ruth Lozano, afirma que la noción de “género”, incluso ha sido reconocida como una categoría con status epistémico y epistemológico propios, a partir de la cual se pueden comprender las relaciones sociales entre hombres y mujeres. Aquí el género es entendido como la representación cultural del sexo (Lozano, 2010), de tal manera que no se cuestiona la base ontológica de la diferencia sexual (Suárez, 2008).

Los debates actuales giran en torno a igualdad-diferencia entre los hombres y las mujeres, como si se tratara de homogeneizarlos, lo que se pretende es casi una osadía; ya que no es solamente promover el feminismo desde sus identidades sino las abismales diferencias que subyacen en su interior, existiendo colonialidad desde el momento en que se transmite un pensamiento reduccionista de lo que debe o no ser una mujer y un hombre; como formas de dominación que se quedan anclados en los discursos homogeneizadores.

El “Habitus colonial moderno” es la categoría utilizada por Lozano (2010) para referirse a la naturalización de la idea y la categoría tanto de género como de patriarcado dentro del propio movimiento feminista. Desde esta mirada, “Género” es una categoría etnocéntrica (Walsh, 2008, 2009, 2012a, 2012b, 2014, 2016), ya que por un lado le da credibilidad a las relaciones entre hombres y mujeres en la cultura occidental y por otro lado “niega la diversidad en las concepciones, en la formas y en las prácticas de ser mujer, encubriendo las diversas formas en que los pueblos y las culturas -no blancas o no occidentales- piensan acerca de sus cuerpos y desafían en sus cosmogonías o en su práctica viva, los dualismos y polaridades de lo masculino/femenino y hombre/mujer” (Walsh, 2016, p. 170). En este orden de ideas, el conocimiento y las maneras de conocer no nos remiten a dualismos dicotómicos ni a lugares neutros, sino a diversas formas de vida, a órdenes sociales y políticos situados, a pluralidades de formas de conocer, sentir y pensar, a pluriversos epistémicos y epistemológicos. Siguiendo la perspectiva genealógica, Haraway (1995) se rebela contra el racionalismo cartesiano y contra el relativismo, abogando por una “epistemología y una política de los posicionamientos responsables y comprometidos” (Haraway, 1995, p. 338). Esta autora propone un conocimiento “situado”, es decir un conocimiento que ocupe un lugar, que se apropie de él, lo cual implica asumir una posición política y ética.

En la sociedad se ha polarizado el concepto de lo que es ser feminista, conceptualizaciones que se quedaron en la famosa “liberación femenina” que trata de igualarse al hombre en sus oficios, posición y derechos, pero que además pensar por otro lado que ser feministas era generar movimientos activistas para la defensa de derechos en particular de alguna comunidad que ha sido violentada o vulnerada y en otros espacios alrededor del mundo desde un pensamiento libre y espontáneo entender que ser feminista no es buscar el reconocimiento y el poder de la mujer sino que ella propicie desde diferentes conversares alterativos y observares comunales, el bien común no solo de un gremio o grupo sino la configuración de un mundo para todos sin tener en cuenta su género o sexo.

Por otro lado, Castro-Gómez (2000, 2015), en su proceso de reestructuración de las ciencias sociales en América Latina, nos advierte que las mujeres negras en Nuestra América se “ubican” no sólo geográfica sino epistemológicamente en el “Tercer Mundo” y en el “Sur”, entrelazando la cuestión racial y la geopolítica del conocimiento. Es preciso destacar que no nos referimos a un “Tercer Mundo” o un “Sur” localizado geográficamente, sino a una configuración epistémica y epistemológica. De ahí que, podemos percibir al menos dos críticas feministas a la modernidad: una crítica eurocéntrica y modernocéntrica, es decir desde adentro de ella, como es el caso de Donna Haraway y Evelyn Fox Keller, y una crítica decolonial, que es la crítica feminista a la modernidad por parte de “mujeres de color”, del “tercer mundo” o del “Sur”.

Quijano (1992, 2000a, 2000b, 2009, 2014) y Dussel (1973, 1977, 1980, 1994, 2000, 2004, 2015) al hablar de eurocentrismo no se refieren a Europa y a un lugar geográfico sino a la configuración colonial de un imaginario que se despliega desde Europa hacia las Américas, a partir del siglo XX, “inventando” su subjetividad, identidad y praxiología. A partir de aquí emerge la paradoja que devela Castro-Gómez (2000): “mientras en el siglo XVI “América” fue objeto fundamental en la construcción del imaginario eurocentrista/occidentalista, hacia principios del siglo XX se convirtió en sujeto y agente constructor del imaginario que antes, como objeto, había hecho posible” (p. 16).

Lo anterior ha contribuido a la emergencia de diversas tendencias sobre la crítica feminista. Una de estas tendencias se orienta al campo de la teoría crítica, en dos dimensiones: la inutilidad de la teoría crítica para contribuir a la emancipación de los grupos oprimidos (Ellsworth, 1989) y la incapacidad de los teóricos de reconocer sus propias prácticas patriarcales, las cuales han continuado marginalizando y silenciando a mujeres del mundo académico (Smith, 2016). No obstante, se han introducido nuevos conceptos en términos de investigación, de ahí que las metodologías feministas ya son aceptadas debido a su legitimidad como método, por lo que el feminismo se ha integrado a la academia en general y al área de la investigación en particular, es decir, el feminismo como movimiento emancipatorio de la mujer y el feminismo como epistemología, como una forma “otra” de conocer y de hacer ciencia. Sin embargo, Spivak (2009) afirma que las mujeres no constituyen ningún caso especial, aunque pueden representar lo humano, con las asimetrías inherentes a cualquier representación de esa índole, y se cuestiona por qué incluso ella misma ha escrito tan extensamente sobre las mujeres para lanzar al aire la pregunta sobre el reconocimiento de las colectividades incesantemente cambiantes en nuestra práctica disciplinaria.

Debemos ir más allá del feminismo como un movimiento nos permite analizar desde las complejidades de la academia que la incursión de la mujer en el ejercicio científico manifiesta la virtud desde la madre tierra, de creadoras y dadoras de conocimientos a partir de experiencias concretas, su producción de conocimiento involucra un giro a epistemologías “otras” que no tenían cabida en el mundo hegemónico, desde reflexiones situadas superando poco a poco la presión patriarcal y no seguir reproduciendo las configuraciones teóricas individualistas sino que además de llevar saberes propios se devela la practicidad de la resistencia a las relaciones de desigualdad.

Con relación a lo planteado por Spivak, pensamos diferente. Las mujeres y su forma “otra” de ser, pensar, sentir, sí han contribuido -y lo siguen haciendo- a reconfigurar campos del vivir y hacer humanos, por cuanto introducen otras lógicas organizativas -usos del lenguaje, del espacio, de la acción colectiva, del discurso, de la capacidad de alianzas- que rompen el molde patriarcal (Negri, 2006; Negri y Hardt, 2010). Esta dinámica y evolución del movimiento feminista y la diversidad de enfoques que han proliferado a lo largo de su historia, ha contribuido a la emergencia de formas “otras” de concebirlo: feminismo intercultural, feminismo crítico, feminismo decolonial y feminismo alterativo.

Referencias

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