Cuatro, después de Babel (un lugar para la traducción y para la tra-dicción)
Recepción: 19 Septiembre 2022
Aprobación: 12 Mayo 2023
Resumen: El presente trabajo se propone, desde un estilo que combina lo ensayístico con lo especulativo, una exploración de la propuesta de José Luis Etcheverry, traductor de la Obras Completas de Sigmund Freud, de traducir ‘Trieb’ (“pulsión”, en su traducción estándar) como “querencia”. Con esa sugerencia como hilo conductor, el escrito entreteje reflexiones en torno a la teoría psicoanalítica, la traducción, la memoria, el deseo y el exilio.
Palabras clave: pulsión, teoría psicoanalítica, traducción, memoria, exilio.
Abstract: This text proposes, in a style that combines the essayistic with the speculative factors, an exploration of José Luis Etcheverry's proposal, translator of Sigmund Freud's Complete Psychological Works, to translate 'Trieb' ('drive', which in its standard Spanish translation is 'pulsión') as 'querencia’. With this suggestion as a guiding thread, this paper interweaves thoughts on psychoanalytic theory, translation, memory, desire and exile.
Keywords: drive, psychoanalytic theory, translation, memory, exile.
El
individuo es un haz de querencias
Fichte,
glosado por José Luis Etcheverry
Durante una clase de maestría, un docente cuenta que José Luis Etcheverry, traductor de Freud, luego de haber traducido ‘Trieb’ como “pulsión”,dice haberse dado cuenta de que en español hay una palabra mucho más apropiada para ese concepto: “querencia”. Contra la traducción altamente extendida, aceptada y reconocida de “pulsión”, no solo en español sino también en el resto de las lenguas latinas –francés, ‘pulsion’; italiano, ‘pulsione’; portugués, ‘pulsão’–, la opción de “querencia” no podía sino pasar por una excentricidad y así la propuesta de Etcheverry no produjo repercusiones en el escenario local. El docente sugiere que esa traducción aloja saberes impensados. Un estudiante retiene el dato porque le gusta la palabra que le hace acordar a una zamba que también le gusta.
Años después, el estudiante se hace con el diario clínico de Sándor Ferenczi de 1932. Comienza a leerlo sin contar con demasiadas certezas de qué va a encontrar; lo lee antes de dormir, una entrada por noche. En ese momento, imagina que su tesis de maestría puede llegar a tener algo que ver con “masculinidades” en relación con la precariedad y a las dificultades de su reconocimiento. Pero duda y no está del todo convencido. Sabe que Ferenczi existe y que escribió sobre algo llamado la “protesta masculina” porque una vez leyó, en Freud, lo siguiente:
La sobresaliente significatividad de ambos temas –el deseo del pene en la mujer y la revuelta contra la actitud pasiva en el varón– no ha escapado a la atención de Ferenczi. En su conferencia de 1927 plantea, para todo análisis exitoso, el requisito de haber dominado esos dos complejos. Por experiencia propia yo agregaría que hallo a Ferenczi demasiado exigente en este punto. En ningún momento del trabajo analítico se padece más (…) la sospecha de «predicar en el vacío», que cuando (…) se pretende convencer a los hombres de que una actitud pasiva frente al varón no siempre tiene el significado de una castración y es indispensable en muchos vínculos de la vida. (Freud, 1984a:253)
Ahora que lo lee, lo que despierta su curiosidad, entre mil y un cosas que se le escapan, es lo que Ferenczi llama “análisis mutuo” y se pregunta con frecuencia cómo sería hacer una experiencia como esa. Se pierde en las páginas, a veces se queda dormido, y vuelve a leer lo mismo la noche siguiente. Y así avanza.
Una de esas noches, leyendo la entrada con fecha de 23 de febrero de 1932 en la que Ferenczi especula sobre lo femenino y la aceptación del sufrimiento (por contraposición a los impulsos egoístas y de afirmación de sí de lo masculino), el estudiante lee que “Todo esto –es decir, las consideraciones de Ferenczi– sería sólo una modificación, al parecer mínima, de la hipótesis de Freud sobre las querencias de vida y de muerte. Cubriría lo mismo con otros nombres” (Ferenczi, 2008:86). Cierra el libro, lo abre, y comprueba que el traductor no es otro que Etcheverry. La traducción es de 1997, diecisiete años después de terminar de traducir las obras completas de Freud y tres años antes de su muerte. Desde entonces, cada vez que se encuentra en un texto cualquiera la palabra “pulsión”, el estudiante vuelve a leer la oración sustituyéndola por “querencia” con la esperanza de encontrar algo inesperado, un tesoro escondido, algo así como un sentido habitado por primera vez.
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El habla popular utiliza la palabra “querencia” para nombrar el sentimiento o tendencia que atraviesa al viviente y lo empuja de vuelta hacia un mismo lugar. También llama “querencia” al lugar al cual el animal, humano o no humano, se ha “aquerenciado”.1
Aquerenciarse lleva consigo el “querer”. Sin embargo, no se trata del querer de la voluntad, sino de aquel que está antes del advenimiento de cualquier sujeto. La voluntad de aquel que extraña su tierra enmudece ante este tipo de querer: no puede no volver, aun a su pesar, con el deseo, la añoranza, la imaginación.
Podría pensarse, a su vez, que el objeto de la querencia es el lugar, el pago, el sitio que se añora, pero no necesariamente. El verbo “aquerenciarse” es de aquellos que permiten las formas reflexivas, es decir, que pueden hacer coincidir agente (aquel o aquello que realiza la acción) y paciente (aquel o aquello que la padece). Este tipo de verbos son habituales en las acciones que se realizan sobre el propio cuerpo (cepillarse, lavarse, vestirse) y, en estos casos, su uso habitual se apoya tanto a un lado como a otro del desplazamiento apenas perceptible entre “el cuerpo que se es” y “el cuerpo que se tiene”, que parece el mismo, aunque entre uno y otro haya un pequeño e insuperable abismo. Pero esta diferencia no siempre pasa tan inadvertida y algunos de estos verbos reflexivos se abisman en el “entre” mismo de la gran dicotomía sujeto-objeto. Así se dice, por ejemplo, “pasearse”. Y apenas se lo dice, pueden sentirse que pasearse implica horas, que la conciencia no dirige nada, sino que se deja andar y se pierde más allá de cualquier interioridad, que ese cuerpo que camina y ocupa un lugar no es ya otra cosa que el pasear mismo. De modo similar, aquello a lo que se dirige la querencia no es un lugar sino al aquerenciado mismo. Entonces, la pregunta: ¿hay sujeto de la querencia, objeto de la querencia, cuando esta no puede hacer ni de uno ni de otro su punto de partida o de llegada? Quizás no sean nada más –y nada menos– que estela de un querer que surca el tiempo, los cuerpos, las generaciones.
A veces, leyendo lo que Freud escribió sobre el ‘Trieb’, también cuesta distinguir qué queda adentro y qué afuera, qué regiones extrañas se recortan diciendo “interno”, diciendo “externo”.
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En 1991, durante un recital de piano en Alemania, Gustavo “Cuchi” Leguizamón cuenta de manera conmovedora la historia del chileno Maturana, hachero que se había aquerenciado a las orillas del Río Lavayén, en Jujuy. Un día, junto con Manuel José Castilla, se dirigen a su casa convidados a un asado. Al recibirlos, su esposa les dice: “Ahí lo tienen, ven… recién se ha estado quejando de que extraña su tierra chilena… dice que quiere volver. Yo no lo entiendo. Está aquí, y vive llorando su tierra chilena. Se va a Chile, y vive llorando la tierra del Lavayén”. Manuel, con picardía de poeta, responde, riendo: “Nooo… hay que avisarle a Maturanita. Con la tierra no caben dos amores. Se puede querer a dos tierras pero cada una a su tiempo. No hay que armar entrevero si no va a sufrir mucho…”.2
Hay en Maturana una inadecuación fundamental: no hay lugar que pueda apaciguar esa sed. En este caso, lo que le divide el pecho y desquicia su querencia es amar a dos tierras. ¿En qué consiste ese imposible de desear estar en dos lugares a la vez? ¿Qué es amar a una tierra? ¿Qué es lo que se ama de ella? ¿Y si se amara, en verdad, la distancia que separa? ¿No es acaso ese amor lo que sujeta y amarra? ¿En qué momento el amor a la tierra se vuelve, él mismo, amo?
Más allá de las respuestas que cada quien dé a estas preguntas, la de Manuel Castilla termina por ser eminentemente freudiana: se puede servir a dos amos pero cada uno a su tiempo.3
Además, todo esto hace pensar que hay una relación estructural entre la querencia y la distancia. Y es que, en efecto, uno no puede aquerenciarse a un lugar del cual nunca se ha marchado, y quizás la querencia es ese impulso que busca saldar una distancia imposible. La música popular hizo de ese contrapunto entre tierra, distancia y pensamiento –añoranza, fantaseo, memoria– uno de los ejes fundamentales de su reflexión e inspiración para sus letras. El imaginario que puebla esta tierra de largas distancias, de migraciones forzadas, de un siglo de guerras intestinas con movilización de multitudes en forma de ejércitos, montoneras y malones traba con la canción una relación íntima que agita historias cercenadas y dolores acallados de otras generaciones. También se puede volver a esa tierra que se extraña y no reconocerla, encontrarla otra, y caer en la cuenta de que el imposible que nos aleja de ella no está solo en el espacio sino también en el tiempo ¿Cómo volver a lo que ha perdido definitivamente? ¿Cómo regresar a la infancia? Y también, ¿cómo no regresar siempre a ella?
Durante ese asado en Lavayén, pudo vérselo a Manuel anotar en su libreta y volcar la letra de la zamba memorable. El comienzo dice así: “El que canta es Maturana / chileno de nacimiento / anda rodando la tierra / con toda su tierra adentro. / Andando por estos pagos / en Salta se ha vuelto hachero / si va a voltear un quebracho / llora su sangre primero. / Chilenito, ay desterrado / en el vino que lo duerme / dormido llora su pago”.4
Philippe Mesnard piensa los modos en que es posible lo testimonial. Para dar testimonio de la violencia, dice, por otros medios que no sean la violencia misma, es necesario que el testimonio articule la imposibilidad misma de testimoniar y, a la vez, su absoluta necesidad. Se detiene en las palabras de un sobreviviente de Auschwitz: “Era imposible. Sí. Hay que imaginar” (Mesnard, 2011:78). Y, de hecho, es la imaginación lo que ofrece la posibilidad de estar, un rato, en lo imposible sin anularlo como tal. Salvando las distancias, sin necesidad de remitir a los horrores del siglo, ahí están el recuerdo, la imaginación, la rememoración como instancias que trocan lo imposible en habitable, aunque sea un momento. Allí está también el vino, que a la vez que duerme y anestesia sensibilidades invita, con el aquietamiento del cuerpo, a pasearse por la tierra que se llora.
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‘Trieb’. instinto, pulsión, querencia
Georges-Arthur Goldschmidt (2017) dice que Freud, al inventar el psicoanálisis, no hizo otra cosa que escuchar lo que la lengua alemana ya decía. Cómo traducir ‘Trieb’ fue una cuestión nodal para el despliegue del psicoanálisis en el punto exacto en que, en tanto práctica teorizante, no puede prescindir de la lengua de Freud. Y como lo que está en juego es del orden mismo de la doctrina, y, por ende, de una moral que lo mismo agrupa como divide, se entiende que sobre esas letras se hayan librado más de una batalla. Sobresale entre ellas nada menos que la controversia del siglo: la de qué lugar le cabe a la naturaleza en la definición misma de humano. Más allá de ella –aunque no “sin” ella– están las implicancias concretas para la práctica psicoanalítica, así como para la política del psicoanálisis: las disputas en torno al concepto de cura, los delineamientos de una ética del psicoanálisis, los riesgos de la patologización de formas de vida y existencias deseantes, derivas mecanicistas y normalizantes y, además, las fundaciones y disoluciones de escuelas psicoanalíticas. Pero, aun viendo lo que ha estado en juego, lo que se constata es que ‘Trieb’ es un “intraducible”.5 Sin embargo, se traduce. Instinto, pulsión, querencia. La pregunta, entonces, es a qué suena ‘Trieb’ en alemán que no suena pulsión en español.6
‘Trieb’ es una palabra no sólo muy antigua sino completamente imbricada en la lengua alemana, utilizada en la cotidianidad al punto de que cualquier hablante de ocho años puede hacer uso de ella y sus derivaciones con naturalidad (Goldschmidt, 2017). Sus acepciones y usos se multiplican: se la utiliza para nombrar el arreo y la conducción del ganado, para la caza organizada de lo salvaje, para designar una fuerza propulsora de un cuerpo maquínico –y está presente en la misma idea de combustible–, pero también refiere a un impulso interno cuando de lo que se habla es del orden de lo viviente: nombra un empuje, a una presión que se abre paso desde el interior –como por ejemplo en botánica, que se la utiliza para decir que una semilla ha brotado–. Además, refiere también a la madera que se mantiene a flote sobre el mar –o a lo que sea que emerja desde el fondo y quede flotando en la superficie– y termina por retornar, por ser arrojado sobre la arena. Y siguen: transporte fluvial de troncos talados, explotación minera, cómo se expande la masa durante el horneado, e incluso en algunas zonas forma parte de las expresiones utilizadas para nombrar un amorío (‘etwas im Trieb haben’) o encuentro sexual (‘miteinander treiben’).7 Queda claro que aun cuando “pulsión” pueda absorber algunos de estos sentidos de la palabra ‘Trieb’, no le queda otra que hacerlo desde una palabra enrarecida que apunta inmediatamente al “concepto” que forma parte de un conjunto de saberes especializados. Más allá de esa plétora significante que comprende ‘Trieb’, parte de lo que se resiste en la traducción es el gesto freudiano mismo de realizar un trabajo de elaboración conceptual a partir de un significante que crece de manera silvestre en la lengua alemana.
En el libro que lleva el bello título de Cuando Freud vio la mar, Goldschmidt (2017) intenta mostrarle al lector francés cómo el psicoanálisis se establece en íntima relación con la lengua alemana. Leyendo a Freud, el autor dice que, al preguntarse cómo se diría tal o cual frase en francés, la palabra ‘désir’ (deseo) “casi” que se impone como la sustitución de ‘Trieb’. Y sin embargo, nos dice Goldschmidt, el movimiento que implica ‘Trieb’ en alemán es por completo diferente al de ‘désir’ en francés (que por otro lado, aclara, es tan intraducible al alemán como ‘Trieb’ para el francés):
le désir no empuja, más bien atrae hacia sí, contiene, en cierto modo rodea a su objeto, mientras der Trieb, en cambio, es una fuerza independiente de lo que ella encuentra en su camino. Le désir puede disimularse, buscar evasivas, para ganar tiempo y luego irrumpir de súbito, le désir deja dominarse, uno permanece siendo su maestro, es el sujeto, mientras que uno deviene el objeto del Trieb, que lo coge a uno por la espalda, empujándolo por atrás (Goldschmidt, 2017:87).
A partir de esta diferenciación, Goldschmidt señala la relación íntima entre ‘Trieb’ y ‘désir’ y luego reflexiona cómo cada lengua, en lo que tiene de movimiento, ordena y desplaza la significación como en el mar lo hacen las corrientes de agua. ¿Cómo es posible formular un universal cuando sólo puede hacérselo desde una lengua siempre particular?8 ¿Qué significa traducir cuando se habla de –y en– la experiencia analítica? ¿No será que acaso los conceptos teóricos también se aquerencian a la lengua de la cual han tomado su consistencia y su volumen? ¿No llevan consigo, acaso, la marca de todo aquello que ya no hacen resonar en la lengua de llegada como una especie de recuerdo? ¿No es la traducción, a su vez, una oportunidad para que nuevas resonancias hagan florecer un pensamiento allí donde no se lo esperaba? ¿Acaso las teorías no se ven forzadas a migrar a otras lenguas también para sobrevivir? ¿No recibe esto el nombre de “exilio”?
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En octubre de 1995, un año después de publicarse su traducción de la correspondencia entre Freud y Fliess, Etcheverry es invitado a dar dos conferencias en la Facultad de psicología de la Universidad de la República, en Montevideo. Esta invitación se origina a partir del desconcierto que generó en Uruguay la traducción de dos términos en la obra recién publicada: la de ‘Besetzung’ como “población” –que en las Obras Completas aparecía traducida como “investidura”– y la de ‘Trieb’ como “querencia”. Según dice Etcheverry, ‘Trieb’ aparece una sola vez en las cartas aunque lo hace en un pasaje en el cual no puede pasar desapercibido. Luego de explayarse sobre las razones de la traducción, Etcheverry cuenta que al elegir el término “querencia” en esa oportunidad, estaba “explor[ando] el ambiente”, a la espera de ver qué repercusiones producía (Etcheverry, 2001:92). Confiesa su sorpresa ante el hecho de que, salvo en Montevideo, esta traducción a contrapelo de un concepto fundamental llevada a cabo por el traductor cuyo trabajo resultó uno de los más valorados al momento de leer a Freud en español no haya producido ni eco, ni repercusión, ni pregunta formulada en voz alta.
Por la mañana, la conferencia se titulará “Traducción, cambio y tiempo”, y tratará de presentar tres modalidades posibles de traducción tomadas de Goethe, que son a su vez los tres tiempos de una traducción posible. La conferencia abre con el gesto de situar la traducción como uno de los modos de lo común en relación con la obra y a la recepción de obra, al punto de que ya no es posible distinguir una de la otra. Y a partir de ahí, cuenta cuál fue la marca del momento que requirió su traducción de las Obras Completas: el llamado “retorno a Freud”. Lo que primaba, entonces, era “mostrar el texto freudiano”. El primer tiempo establecido por Goethe es llamado “prosaico”, y consiste en un tipo de traducción que nos da a conocer lo extranjero: .lo extranjero según nuestra propia mentalidad” (Etcheverry, 2001:70). El segundo tiempo lo denomina “paródico”, y pasa por una apropiación fuerte de la cultura extranjera como si fuera posible una sustitución sin resto, donde de lo extranjero ya no quede nada. El tercer tiempo, finalmente, llamado “interlineal” o “traducción tercera” busca darle a la traducción toda la densidad de un encuentro, pudiendo espiar en los términos de la lengua propia –aunque algo forzada y enrarecida– los de la lengua extranjera, su estilo, sus modos de enlazar el mundo. Antes que, como experiencia lingüística o idiomática, la traducción se vuelve un modo de nombrar un recorrido ético que moviliza los límites de lo propio, lo ajeno y lo impropio, creando la posibilidad de que lo extraño sea algo más que una anécdota, también algo más que una versión desfigurada de sí mismo: un gesto de hospitalidad en la lengua.
Por la noche, el título de la segunda conferencia será: “Pulsión o querencia. Investidura o población”. Allí Etcheverry dará cuenta de los motivos que lo llevaron a optar por una y otra traducción. Para el caso de ‘Besetzung’ no le llevará más que unos minutos mostrar cómo Freud toma esa palabra de la termodinámica y que, por lo tanto, lo adecuado sería usar el término técnico que se utiliza para traducir ‘Besetzung’ en ese campo disciplinar: “población”.9 El resto de la conferencia, así como los intercambios con la audiencia al final, estarán enteramente dedicados a ‘Trieb’ y a la querencia. Etcheverry se inquieta por encontrar de dónde toma Freud el término ‘Trieb’.10Él no dirá, como Goldschmidt, que se lo ofrece la lengua alemana de todos los días, sino que lo encuentra en la filosofía, particularmente en la ética de Fichte –pero en la que no dejan de resonar los nombres de Kant, Hegel, Nietzsche–.11Tras un recorrido en el que el concepto de ‘Trieb’ se revela en su densidad filosófica –ligada a la apercepción kantiana y la inversión del kantismo realizada por Fichte que sitúa al ‘Trieb’ como algo anterior a la voluntad desarrollada en el plano de la acción–, Etcheverry desestima el concepto de “pulsión” por insuficiente. Luego dice:
Yo propuse «querencias». Eso es lo que me preguntaron fuertemente aquí. Me hicieron cruzar el río. Puse querencias –les cuento la anécdota– porque estaba leyendo una novela de Lope de Vega, una novela teatralizada, “La Dorotea” y el término aparece ahí. A mí me han objetado: te gusta la cuestión de la querencia por el afecto que uno tiene por la querencia ¿no? Pero en el término criollo querencia lo que hay es un castellano muy antiguo, no es que cuando uno está cansado rumbea pa’ la querencia solamente, no es eso sólo, sino que el castellano nuestro yo creo que lo tenemos que aprender a respetar: el castellano popular, campesino, porque trae connotaciones que son antiquísimas, yo lo vi dignificado al término querencia en esa novela de Lope de Vega. En el Diccionario de la Real Academia aparece el término definido así como una tendencia fuerte hacia algo, podría decirse tendencia. Yo sé que alguien me dijo, cuando Lacan vivía, que Lacan decía tendencia a veces en vez de pulsión, y me llama la atención que el traductor de Fichte en francés, un señor Filonenko, dice «tendencia», la tendance. Pero creo que en francés tendencia tiene un sentido un poco más subjetivo que en castellano. En castellano decimos «tendencia» también para cosas físicas y me parece que el francés cuando dice tendencia se inclina a pensar más en una cosa moral, ¿no? (Etcheverry, 2001:86)
Si la palabra “querencia” le parece a Etcheverry más adecuada que “pulsión” para darle cuerpo en español al concepto freudiano, no es por mera ocurrencia poética o solo por buscar darle giro afectivo a la teoría sino porque supone que hay en el habla popular un saber –podríamos decir también “una espesura”, “una densidad”– cuyos contornos y bordes fueron moldeados en el paso del tiempo. Aquí la definición precisa del término no es menor, pero ella no puede dirimir por sí misma la cuestión de cómo traducirlo –puesto que la noción de valor que recubre la de signo lingüístico hace que toda definición sea siempre insuficiente–: son las resonancias producidas en los recovecos de la lengua, esas “connotaciones antiquísimas”, las que hacen que el concepto traducido encuentre un lugar que antes no tenía, que pueda hacer centellear algo de ese saber que duerme en la lengua. Curiosamente, o no tanto, Etcheverry no hace explícitas esas connotaciones, esas resonancias, eso que la lengua sabría. En su lugar, arroja la palabra, la hace rodar, espera por los ecos.
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El miedo de morir lejos de la propia tierra atraviesa a quienes han tenido que irse de ella, precisamente, para no morir. La cantautora Liliana Felipe, en su tema “La extranjera., cuenta de quien, como ella, termina por amar en el exilio. La letra dice:
Hablo con dejo de otros mares / y ya no sé qué arenas / guardarán secretas / aquel puñado de historias que fui / tan lejos de aquí. / Hoy tu cuerpo es quien me enseña a vivir / y desde que me abrazas / desde que me besas / no soy aquella que llega / y piensa distancia, / tu vida también es mi país. / Y si algún día ves que voy a morir / préstame tu pecho, / será noche tibia / y yo tendré por patria / la almohada que me diste. / Puede ser que muera así, cantando bajito / o que me meta en un rinconcito / o que sienta como un frío de dos, / pero no moriré extranjera / de tus labios fuertes.12
Se puede habitar en vidas ajenas como si fueran las casas de nuestra infancia. Encontrar en otras personas lugares perdidos, recordados, olvidados, imaginados.
Quien muere lejos, muere más. Pero, ¿qué es esa lejanía? ¿Esa distancia de qué está hecha?
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Tras la muerte de Juan Domingo Perón en julio de 1974 y ante el aumento de los asesinatos de intelectuales de izquierda llevados a cabo por la “Triple A”, Oscar Masotta decide dejar Buenos Aires y partir hacia Londres (Correas, 2013). Luego, finalmente radicado en Barcelona, recorrerá España dando conferencias y seminarios, fundando escuelas y creando espacios de consolidación y renovación del psicoanálisis de habla hispana. Morirá en septiembre de 1979 sin haber podido regresar a Buenos Aires. Su muerte dejó un curso en suspenso. Las cuatro clases mecanografiadas que llegó a dar, al ser publicadas al año siguiente de su muerte, recibieron el título de El modelo pulsional. Ese pequeño libro recorre los textos freudianos siguiendo los avatares y las tensiones del concepto de pulsión, desde sus primeras apariciones a la reformulación de Más allá del principio de placer (Masotta, 2018). Entre sus páginas puede entreverse la dispersión, el desacople, el desparramo, la parcialidad radical siempre primeras respecto a cualquier instancia imaginaria de enlace. El sujeto siempre llega después de la mirada.
¿Cuál hubiese sido el parecer de Masotta ante la propuesta de Etcheverry de traducir ‘Trieb’ como “querencia”? ¿La hubiese tomado en serio? ¿Le hubiese hecho pensar? ¿La habría adoptado? Lo que es seguro es que Etcheverry habría tenido al menos una respuesta a su provocación al pensamiento. En la conferencia que da por la mañana en Montevideo, lo nombra en dos oportunidades, casi como si formulara una especie de conjura, de invocación, sin lugar a dudas un homenaje.
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Variación última o del estribo
Así como Manuel Castilla escribía las letras que el “Cuchi” musicalizaba, el poeta uruguayo Victor Lima componía las letras que luego cantaban Los olimareños. Uno de sus temas, titulado “Milonga del caminante”, da testimonio de una existencia que erra. Canta una de sus estrofas: “Qué lindo es tener querencia / llego y quisiera quedarme / es caracú de mi ausencia / el ansia de aquerenciarme”.13
Algo no se queda quieto. Se mueve hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo. Dicen que es indestructible. Atraviesa el tiempo, acaricia las generaciones, teje existencias que, a veces, empobrecidas, se piensan islas.
Referencias
Agoff, Irene. (2021). “Traducir: una utopía resistente”. En Palabras peregrinas: la traducción en las ciencias conjeturales. La Cebra.
Bassnett, Susan. (2002). Translation Studies [3ra edición]. Routledge.
Bornhauser Neuber, Niklas. (2017). “Traducir: la mar”. En Goldschmidt, G-A. Cuando Freud vio la mar: Freud y la lengua alemana. Metales Pesados.
Cassin, Barbara (dir). (2018). Vocabulario de las filosofías occidentales: diccionario de los intraducibles [Comité editorial para la traducción: Julieta Lerman, María Natalia Prunes, Alan Patricio Savignano y Agostina Weler]. Siglo XXI Editores; Universidad Nacional Autónoma de México; Universidad Autónoma de Sinaloa; UNiversidad Anáhuac; Universidad Panamericana; Universidad Autónoma de Guadalajara.
Cassin, Barbara. (2019). Elogio de la traducción: complicar el universal [Traducción al español: Irene Agoff]. Cuenco de plata.
Corominas, Joan & Pascual, José A. (1985). Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Tomo IV. Gredos.
Correas, Carlos. (2013). La operación Masotta: cuando la muerte también fracasa. Interzona editora.
Etcheverry, José Luis. (2001). “Conferencias de José Luis Etcheverry”. Subjetividad y procesos cognitivos, 1, pp. 60-103 http://dspace.uces.edu.ar:8180/xmlui/handle/123456789/532
Ferenczi, Sandor. (2008). Sin simpatía no hay curación. El diario clínico de 1932 [Traducción al español: José Luis Etcheverry]. Amorrortu editores.
Freud, Sigmund. (1984a). “Análisis terminable e interminable”. En Obras completas, tomo XXIII [Traducción al español: José Luis Etcheverry] (pp. 219-254). Amorrortu editores.
Freud, Sigmund. (1984b). “La perturbación psicogénica de la visión según el psicoanálisis”. En Obras completas, tomo XI [Traducción al español: José Luis Etcheverry] (pp. 209-216). Amorrortu editores.
Goldschmidt, Georges-Arthur. (2017). Cuando Freud vio la mar: Freud y la lengua alemana [Traducción al español: Niklas Bornhauser Neuber]. Metales Pesados.
Masotta, Oscar. (2018). El modelo pulsional. Editorial Argonauta.
Mesnard, Philippe. (2011). Testimonios en resistencia [Traducción al español: Silvia Kot]. Waldhuter editores.
Notas
Notas de autor