Prólogo
A Alicia Schniebs,
que sabía de los hilos y tejidos de la lengua latina
y amaba compartirlo.
Este número 24 de El Hilo de la Fábula está dedicado a dar visibilidad y voz al hilado de una trama particular: el de la transmisión, traducción y reelaboración de los conceptos y relatos de la Grecia antigua y de la lengua en la que esos hablantes los produjeron. En ese hilado se articulan geografías y tiempos distantes por siglos y hemisferios que solo se vuelven parte de un tejido continuo (incompleto, fragmentario pero siempre en expansión) por el placer de conocer, volver a contar y descubrir lo propio en lo diferente que allí se dice. Aquiles, Edipo, Prometeo, Palamedes y aquellas mujeres (creadas por hombres) fuera de toda norma, Lisístrata y la terrible Medea, e incluso aquellos otros, hechos de historia e invención como Esopo o Sócrates, todos vuelven una y otra vez, hablando diferentes idiomas, interpelándonos desde el pasado, queriendo contar su historia, la misma pero otra.
Sin duda la celebración de ese legado supone valorar fundamentalmente el trabajo realizado a lo largo de milenios con la lengua de origen, el griego, y con la propia de cada uno de los copistas, traductores y reinventores de esos textos. Lejos de una visión idealizada de la Hélade como una edad de oro del humanismo pleno y lejos, también, de las posiciones elitistas que en algún momento hicieron de los estudios clásicos un campo restringido de disfrute de pocos, hoy se piensa y se defiende la posibilidad de acceso a las lenguas llamadas “clásicas” como un derecho común a ser defendido en cada reforma del plan de estudio o de la reasignación de horas en espacios curriculares. Y el esfuerzo no es solo en nuestro país; desde el 2019, las diferentes asociaciones y entidades ligadas a la consolidación y difusión de los estudios clásicos llevan adelante la iniciativa de lograr que la UNESCO declare al Griego antiguo y al Latín como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, propuesta que tuvo una amplia y rápida adhesión de este y del otro lado del Atlántico. Pero quizás deberíamos revisar algo en esa petición: el patrimonio no es inmaterial, están los textos.
El griego antiguo y el latín son lenguas de corpus, de un conjunto de obras escritas que se estima que representa el 10% de lo que se compuso y circuló en su contexto de origen. Ese corpus, acotado pero inconmensurable, conlleva en sí parte irrenunciable de la historia de occidente: no sólo los textos fragmentarios o completos que sobreviven sino sus múltiples lecturas, interpretaciones y reelaboraciones en otras lenguas donde aquellos textos aportaron. Expuesto así, desde los enfoques filológicos más tradiciones al área de la tradición clásica en general, el mapa de los estudios clásicos se configura como aquel mapa ideado por Borges donde cada punto del dibujo se amplía intentando dar cuenta de cada punto del territorio, paradoja, por otro lado, que parece reelaborar aquella otra paradoja que Zenón de Elea pensó, hace casi 2500 años, sobre la carrera imposible donde Aquiles nunca alcanza a la tortuga.
De modo que existe una materialidad, la de los textos, y esos textos no están dados de una vez y para siempre: requieren ser estudiados en su transmisión textual, fijados en una edición (otro texto), interpretados en sí mismos y en la historia de las disciplinas actuales, y traducidos (otro nuevo texto) en las diversas épocas y latitudes. Y ese trabajo, como todo trabajo, requiere de especialistas formados en un saber, espacios institucionales que garanticen el acceso al conocimiento y establezcan un entramado político de esos bienes culturales, proyectos que potencien esfuerzos y saberes, y fondos que permitan crear nuevas materialidades significativas para las sociedades que las reciben. De allí la importancia del trabajo realizado y el resguardo del trabajo por hacer en las generaciones futuras. ¿Y todo esto por qué? Porque como lo pensó Heráclito:
ἀνθρώποισι πᾶσι μέτεστι γινώσκειν
ἑωυτοὺς καὶ σωφρονεῖν.
es parte de todos los seres humanos conocer(se)
a sí mismos y reflexionar.
Claro que el verbo σωφρονεῖν heracliteo no se agota en una actitud especulativa: supone una cualidad, un aprendizaje y un ejercicio constante. En su raíz –φρον están encerradas todas las aventuras de Odiseo, el tejido de Penélope, el pedido de moderación a Edipo y las advertencias del tábano Sócrates a esa Atenas perezosa como un caballo demasiado pesado y lento. Volvemos a contarnos estas historias, cada vez la misma en otra versión más propia, porque, como dice en una entrevista María Teresa Andruetto,[1] la suma de los relatos que una sociedad se cuenta forman el gran tejido con el que una sociedad se cuenta a sí misma quién es.
Pensando en esa construcción de identidad a partir de relatos, recuerdo la biblioteca con la que me formé hace casi 30 años, cuando estudiaba la carrera de Letras y cursaba la asignatura Literaturas griega y latina. En aquel momento, el acceso a los textos antiguos era a partir de traducciones hechas por especialistas admirables que nos hacían llegar el retumbar los cascos griegos y los insultos picantes de la comedia con acentos y variantes del español ibérico. Gracias a esas traducciones pudimos acceder no solo a ese patrimonio sino que además conocimos los debates y enfoques que los principales centros académicos internacionales proyectaban sobre las obras clásicas.
Desde ese tiempo hasta hoy, el tejido agregó nuevos hilos a la urdimbre: traducciones realizadas en el ámbito nacional por diversos especialistas que no sólo se han formado en esa tradición crítica internacional sino que la reactualizan con interpretaciones y debates propios. El crecimiento de ese campo nodular para la formación de ideas que es la traducción constituye un hecho cultural que manifiesta y moviliza la existencia de una masa crítica activa. La numerosa y variada lista de títulos traducidos y publicados tanto en editoriales universitarias como en otras editoriales nacionales y extranjeras han ampliado la oferta de libros, lo cual resulta un panorama valioso y alentador. Anteriormente, en el Nº 17 (2017) de El Hilo, habíamos convocado a traductores de textos latinos a indagar en los criterios y decisiones que orientan ese diálogo establecido entre la versión creada y el texto en lengua original.
En esta ocasión quisimos darle un espacio a esa emergencia de voces actuales para que expliquen, ahora, su visión de la experiencia de traducir textos griegos: cada uno con sus singularidades de registros, géneros e intención. La riqueza del debate está en cada uno de los textos que componen la sección «Uno, después de Babel». Allí los autores-traductores de versiones publicadas en los últimos años en el país muestran la variedad de posibilidades y visiones que alientan cada nuevo proyecto: trabajos colectivos o individuales, en formato papel o en versión online, destinado al público especializado o al público en general, con una tendencia al español más neutral o a los usos del castellano en el país. Todas las opciones se evalúan, discuten y reivindican, porque lo importante es que cada una de ellas es una opción a ser elegida por las/los autoras/es según la finalidad de su proyecto y no una imposición ‘sine qua non’ de una editorial. Porque lo que está en disputa no es la elección de una palabra o una variante como elemento aislado de un texto (por tomar un caso emblemático, la elección entre un “vos” o un “tú”), sino los ricos matices con los que una traducción en tanto ‘textum’ permite dinamizar conceptos establecidos en los usos e “iluminar la propia lengua”. La frase viene a cuento ya que está extraída de la conferencia de cierre de (una vez más) María Teresa Andruetto en el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (Córdoba, 2019). Allí, la escritora argumenta cómo abogar por la producción en la lengua de cada país no significa entrar en un localismo radical e indiferente sino advertir la diversidad de usos “de nuestros castellanos”. La razón radica en los modos y sentidos particulares que las lenguas desarrollan para su comunidad de hablantes atravesados por procesos históricos comunes. Esos sentidos nos constituyen en su diferencia y forman parte de nuestra identidad, incluso con las tensiones de variantes que hacia el interior de un territorio tiene esa lengua: “porque en una palabra cabe un mundo y en ese mundo caben los disensos y las luchas”, dice la cordobesa. Es que pensamos, mejor dicho, nos pensamos con nuestros escritores, nuestros traductores y todos aquellos que, al trabajar con la lengua, hacen de ella la materia para conocernos a nosotros mismos y reflexionar, como enseñó Heráclito.
Cassin lo definió, en su Elogio de la traducción (2019), como “complicar el universal”. Por eso, hoy podemos incluso complejizar «el universal» creado por los propios griegos y admirar, no obstante, lo singular de su ‘lógos’ (palabra-pensamiento): “Traducir del griego me hizo sentir y comprender las deslumbrantes singularidades de esa lengua a través de textos de una fuerza poco común y sin embargo, decisivamente variada, Homero, Parménides, Gorgias, Esquilo, Platón, Eurípides, Aristóteles, Epicteto o Caritón, y amo compartir eso” (2019:16). Así, en el tránsito de una lengua otra, o incluso de las diversidades de una misma lengua, lo que se ofrece al pensamiento es la experiencia sensible de los matices con los que las lenguas y sus pueblos codifican una versión única de la experiencia de ser humano. Así, dice Cassin: “no estamos obligados a conocer todas las lenguas, pero al menos tenemos que poder «olfatear» o «intuir» más de una, ‘noeîn’ en griego, verbo que vale tanto para el perro de Odiseo como para el dios de Aristóteles” (2019:17).
Es esa singularidad de la lengua griega la que llevó a copistas, desde los mercados del ágora de Atenas a los monasterios medievales de toda Europa, a transmitir con el procedimiento de “copia que copia copia” los primeros textos que difundían las obras de estos autores. Así, siglos de paciente lectura, escritura, comentarios, estudios, copias, traducciones y recreaciones de aquellas obras aseguraron que el hilo no se cortara del todo y que se cardara con otros hilos que aseguran su persistencia y dan variedad a la trama. De estos pasajes nos hablan los trabajos de la sección «Dos, múltiples moradas» centrándose en autores de vertientes muy diversas: las fábulas de Esopo, de tradición abierta, y las obras de Luciano de Samosata, exponente de la segunda sofística, aquellos ciudadanos romanos educados en la cultura letrada de la ‘paideia’ clásica.
Sobre lenguas, traducción y sentidos es la propuesta de la sección «Tres, la letra estudiante» que difunde textos griegos donde se invoca alguna representación de Eros y su poder divino sobre la naturaleza toda. Y como de libros, Eros y mitos se trata, la sección «Cuatro, glosa(s)» nos informa sobre una reciente traducción del Fedro platónico.
Celebración de las lenguas, celebración de las traducciones, celebración de los libros. Con enorme satisfacción acercamos estos textos de autores de acá, de allá y de mucho más allá, para seguir el diálogo, para seguir urdiendo la trama del H/hilo.
Referencias
Cassin, Barbara (2019). Elogio de la traducción. [Traducción al español: Irene Agoff] El cuenco de Plata.
Notas