Dossier
Resumen: La presente comunicación enmarca la “pre-historia” o “vida extra-textual” de Catalina de Erauso “previa a su huida del convento” de San Sebastián en tanto su relato de viajes habilita un espacio de escritura que tensiona y desenmascara vínculos entre “etnia”- la vasca-, “raza”- la española-, y “educación” - conventual-. Su única obra, esa Historia de la Monja Alférez… contada por ella misma, nace de la propia voluntad autorial de una Catalina que dialoga autobiográficamente a través de la memoria con su pasado en el que la vida, vivencias y experiencias en el convento le dejaron sus huellas a nivel personal, corporal y literario.
Palabras clave: Catalina de Erauso, historia pre-textual, educación conventual..
Abstract: The present work focuses on the pre-history or extra-textual life of Catalina de Erauso prior to her flight from the convent of San Sebastián, as her travel narrative enables a writing space that stresses and unmasks links between ethnicity- the Basque-, race- the Spanish-, and education- conventual. Her only work, that of Historia de la Monja Alférez… told by herself, is born from the authorial will of Catalina who dialogues through memory with her past in which life, background and experiences in the convent left her traces on a personal, corporal and literary level.
Keywords: Catalina de Erauso, pre-textual history, conventual education.
Introducción: prehistoria literaria de la monja Alférez
Apenas iniciada su narración autobiográfica, la Monja Alférez cuenta de sí misma:
Nací yo, doña Catalina de Erauso, en la villa de San Sebastián, de Guipúzcoa, en el año de 1585, hija del capitán Don Miguel de Erauso y de doña María Pérez de Galarraga y Arce, naturales y vecinos de dicha villa. Criaronme mis padres en su casa, con tres mis hermanos hasta tener cuatro años. En 1589, me entraron en el convento de San Sebastián el Antiguo de dicha villa, que es de monjas dominicas, con mi tía doña Úrsula de Unza y Sarasti, prima hermana de mi madre, priora de aquel convento, donde me crie hasta tener quince años, y entonces se trató de mi profesión. (Esteban, 2011:93-94)2
Al mejor estilo autobiográfico, no faltan referencias al lugar, al año, al linaje de procedencia con nombre paterno y materno y a la decisión de sus progenitores de entrarla al convento desde muy pequeña, donde recibió la educación propia de aquellas que, llegado el momento, tomarían los votos de su “profesión”.3
Llama también la atención que Catalina declare desde el inicio que no fue decisión suya sino de su familia la entrada al convento, lo que también marca una decisión y estrategia signada por su condición de género y común en las futuras religiosas, dejadas en tierna edad en los conventos para que fueran habituándose a dicha vida.
Esta decisión extra-personal hizo que no todas profesaran; en algunos conventos se tienen noticias de que hubo casos de “fugadas”. En su tesis doctoral de 2017, Nere Jone Intxaustegi Jauregi ejemplifica varios casos coincidentes con la fuga y la época de Catalina: una joven de Durango siguió la voluntad paterna y entró al convento de agustinas de Santa Susana de Durango cuando empezaron a circular rumores de sus amoríos con el marido de una prima. La joven huyó ayudada por el enamorado que fue apresado y encarcelado; otro caso se dio en 1561 cuando una monja del Monasterio de San Agustín de Hernani fue ayudada a escapar por alguien de afuera y su padre denunció el hecho y el escondite de la joven; además, a finales del siglo XVI, en Guipúzcoa también se registró la fuga de Isabel de Lobiano que desde los ocho años residía en el convento de Santa Catalina de Motrico. A los trece huyó para casarse con Pedro de Idiáquez, llamativamente homónimo por el apellido de Juan de Idiáquez que aparece apenas iniciado el capítulo I de la Historia que nos ocupa. (Intxaustegi Jauregi, 2017:121) A este listado podemos agregar el de nuestra Monja Alférez que por decisión propia decidió abandonar el convento de San Sebastián.
Sin duda, los datos aportados por Catalina hablan de su “prehistoria”, la conventual, educativa y literaria de una niña y adolescente que la ancla a una familia con una tradición en la ciudad y con una institución propia a la que con frecuencia eran enviadas las hijas no primogénitas para que tuvieran un futuro seguro que no siempre los propios padres podían ofrecer.
Para un buen número de mujeres, el convento fue una opción prioritaria ya que las recibía de pequeñas, las denominaba “educandas” y se constituía en otra familia paralela a la sanguínea de gran importancia, autoridad y poder en la comunidad; así se creaban y perpetuaban los lazos y la endogamia de determinadas familias unidas por un concepto de “limpieza de sangre” muy fuerte en la vida vasca de la época. (Intxaustegi Jauregi, 2017: 119 y 156-169).
Durante esa extensa década o más que Erauso pasó allí: ¿cómo fue la vida que el claustro le dio, y/o le permitió llevar? ¿Cuáles sus actividades, sus libertades, sus restricciones? ¿Con qué fortalezas, dificultades y oportunidades se encontró esa pequeña niña que fue creciendo en un espacio real y simbólico cohabitado por su tía, doña Úrsula Unza y Sarasti, prima hermana de su madre, y priora del Convento? ¿Cuál su educación- ‘trivium’ y ‘quadrivium’ - y su formación intelectual que de alguna forma alimentaron, en mayor o menor medida, la escritura de su autobiografía, sin duda uno de los relatos personales más desafiantes del Siglo de Oro español?
Pensar desde estas coordenadas, es situarnos en la “prehistoria” de una Catalina de Erauso antes de que huyera, es intentar abordar la “realidad extra-textual” y primigenia que nutrió su formación intelectual, su gusto lector, sus hábitos de escritura y sus preferencias culturales, canalizadas luego en un modelo discursivo- el de su Historia contada por ella misma- en el que se entrecruzan las “memorias” al estilo de Leonor López de Córdoba con la vida de una pícara- al estilo Lazarillo que nunca “cruzó el charco”- que relata sus andanzas en el Nuevo mundo y que hasta recupera el relato de viajes ejemplar. En este marco, las siguientes páginas se dedican, entonces, a conocer su mundo juvenil en el claustro de las monjas dominicas, antes de su huida del convento de San Sebastián.
El monasterio, centro neurálgico de la formación intelectual de Catalina de Erauso
Como ha estudiado Echaniz Sanz “el monasterio fue para las monjas que allí vivieron un espacio privilegiado de educación” así también como para otras niñas que en él “recibían una educación encaminada o no a la profesión como religiosas” (1990:248, en Cátedra 1998: 57). Otro aspecto a considerar es el siguiente: “Los conventos eran vistos como algo más allá de un lugar de oración, eran un instrumento de poder, una herramienta al servicio de sus intereses. A través de ellos, se quería legitimar y perpetuar el estatus privilegiado y de poder de la familia, vinculándose a la dimensión sacra” (Intxaustegi Jauregi, 2017:117).
En el caso de Catalina, el monasterio fue el centro neurálgico de su formación intelectual. Como ya en otra oportunidad he estudiado, el monasterio era el agente educador por excelencia para la formación espiritual, intelectual, social, económica, administrativa de mujeres aristocráticas, nobles, burguesas y estamentos menores. Ejemplo del primer grupo es el de Beatriz de Saboya (1250-1290?), la madre de don Juan Manuel (1282-1348), renombrado escritor y hombre político castellano del siglo XIV. Esta dama marcó la vida y la escritura de su hijo y vivió desde los tres hasta los dieciocho años en el Monasterio de Le Betton en la Saboya medieval (Lizabe, 2018b). Su vida estuvo marcada por el rigor de la vida conventual que fue:
un espacio institucionalizado que la dotó de una identidad común compartida en la vida conventual por una comunidad monástica en la que el ora et labora, la meditación, la oración, la regulación del tiempo, la austeridad en la vestimenta, la abstinencia en el beber y en el comer, el valor del silencio, el sangrado, la copia de manuscritos y la obediencia eran acciones y principios rectores de su diario vivir. (Lizabe, 2018a:292)
Ese siglo XIII de Beatriz de Saboya “acoge de forma definitiva una nueva comprensión del fenómeno religioso centrada en los ideales pauperísticos, evangélicos y apostólicos nacidos en el siglo precedente” (Garí, 2013:8), ideales que como afirma la misma Blanca Garí implicaron:
[un cambio completo] de parámetros y que afectó a hombres y mujeres porque supuso por un lado un desplazamiento masivo de la toponimia de lo sagrado hacia las ciudades, y por otro, una explosión cuantitativa y cualitativa de la presencia religiosa femenina, especialmente intensa en el mundo urbano, a cuya construcción de identidad sin duda contribuye. (Garí, 2013:8).
Si bien la experiencia conventual de Beatriz de Saboya, madre de don Juan Manuel, es de fines del siglo XIII, la vida en los claustros femeninos poseía parámetros semejantes aunque no iguales ya que si bien se compartía una espiritualidad en lo sagrado, dependían esencialmente de la orden de pertenencia y al hecho que aquellos se fueron adaptando a nuevas necesidades religiosas y transformaciones sociales desde dicho siglo hasta el de Catalina de Erauso.
Entre los aspectos semejantes estaba que el convento aceptaba niñas desde la más tierna infancia, Beatriz, por ejemplo, desde los tres, y Catalina desde los cuatro años. El caso de Catalina es que eran varios hermanos y hermanas y, siendo ella una de las más pequeñas, el convento le ofrecía unas posibilidades de honorabilidad, respeto y sustento que según el pensamiento de la época, con la soltería en general no siempre se lograba.
Ahora bien, la entrada en el convento tenía sus exigencias, entre ellas la dote.4 Esta había sido establecida en el Concilio de Trento para el sustento de quienes entraban al convento y se exceptuaban las parientas de los y/o las fundadoras y quienes prestaban servicios musicales. La dote no era el único dinero que servía para pagar el sustento propio en el convento; también se necesitaba pagar por la alimentación durante el período del noviciado además de las propinas cuando se profesaba.
Entrar con dote no solo exigía la entrega- según el monasterio- de una cantidad establecida de “haber monedado”- dinero en contado- o de casas, tierras o censos sino también reflejaba la solvencia y poder económico de la propia familia, sus vínculos políticos y sociales y sus influencias; con frecuencia, equivalía a un ajuar y lo más conveniente era que fuera dinero contante para reutilizar en operaciones mercantiles.
Por otra parte, la dote era en la época un “elemento discriminatorio”- según denominación de Intxaustegi Jauregi (2017) -, al interior de la misma estructura conventual que establecía quiénes eran “monjas de velo negro”- las que habían aportado dotes más cuantiosas y eran aptas para el gobierno del convento- y las de “velo blanco” con aportes menores de la dote y encargadas de las tareas domésticas. Además, considérese que para la mujer implicaba la quita de esa cantidad de su propio patrimonio familiar.
Ahora bien, Catalina guarda silencio acerca de su dote pero sí alude a que ella procedía de la familia fundadora del convento, por lo que es posible conjeturar que probablemente habría estado exenta de pago. Al respecto, recuerda que habiendo entrado “en Valladolid”, su padre llegó a buscarla como menor y fugitiva que era a la casa de “don Juan de Idiáquez, secretario del rey” y este reconoció “el disgusto de mi padre” por el hecho del convento “de donde era él patrono por fundación de sus antepasados”. (Cap. I, 96-97; mi cursiva) Hasta es posible conjeturar que Catalina integrara el grupo de las denominadas “indotadas” que por ser de la parentela de los o las fundadoras tenían asegurado un lugar en el convento y se hallaban exentas del pago de dote. (Intxaustegi Jauregi 2017:141) La misma Beatriz de Saboya estuvo en el monasterio fundado por sus antepasados.
Uno de los hechos más importantes de la vida monacal se relaciona con el estudio, la lectura y los libros a los que se tenía acceso allí. La misma Catalina cuenta que cuando llegó a Vitoria:
A pocos días me hallé allí al doctor don Francisco de Cerralta, catedrático de allí, el cual me recibió fácilmente sin conocerme, y me vistió. Era casado con una prima hermana de mi madre, según luego entendí, pero no me di a conocer. Estuve con él cosa de tres meses, en los cuales él viéndome leer bien latín se me inclinó más, y me quiso dar estudio; y viéndome rehusarlo me porfió, y me instaba hasta ponerme las manos. (Cap. 95, mi cursiva)
Antes de referirnos a la educación femenina monjil, pensemos por un momento en el significado que “leer bien latín. puede tener en Catalina de Erauso. El problema es complejo debido a la amplitud de significados que la expresión indicaba en el Siglo de Oro: en Lope de Vega podía referirse tanto a la lectura silenciosa o a la que se realizaba en voz alta, también incluía el recitado de memoria o escuchar lo que se leía; vale la pena recurrir a Margit Frenk que al respecto aclara: “el ámbito semántico del verbo leer daba cabida a fenómenos que para nosotros pertenecen a otros campos, como la audición y la memoria… con un panorama… complejísimo, porque nos la tenemos que haber con toda una red de significados que se cruzan” (Frenk, 1998:519).
En nuestro caso, la polisemia abre el tema al estudio e investigación lingüísticas que dejamos para otra ocasión.
De todas formas, no cabe duda de que el reconocimiento de los conocimientos letrados y capacidades intelectivas de Catalina de Erauso por un profesor universitario demuestran que había aprovechado su tiempo de estudio en el convento de San Sebastián el Antiguo y abre una puerta para abordar la formación que las mujeres recibían en la vida monjil y que podemos conjeturar fue semejante a la de la Catalina “pre-textual”.
Esta etapa formativa de lecturas, y en contacto con la cultura escrita y oral “oficializada” y “sistematizada” en unos contenidos conventuales básicos y comunes, representan esa sustancia primigenia de la que la futura escritora se alimentó para nutrir el hábito de la lectura y de la escritura.
Un papel fundamental para la formación espiritual e intelectual fueron las lecturas “comunitarias” o “públicas”, con entonación, dicción y entonación correctas ante la comunidad de monjas y en determinados momentos del día, y otras fueron las “privadas” o “personales” a las que las niñas novicias y las monjas profesas accedían. De estas lecturas, Catalina da ejemplo de una obra común en los conventos femeninos cuando narra que su tía mandó traerle el Breviario (cap. I, 94 y 95).5 Este hecho demuestra que las monjas eran buenas lectoras de los volúmenes que poseían en común y/o que traían con ellas a la vida del convento.
Pedro Cátedra ha investigado los libros de los conventos femeninos y demuestra la existencia de volúmenes dedicados a la lectura en común y/o privada, siendo el de Fray Hernando de Talavera (1428- 1507), monje de la Orden de San Jerónimo y confesor de la reina Isabel la católica, uno de los fundacionales (Cátedra, 1998:76-83). El fraile lo redactó para las monjas cistercienses de Ávila y estableció unas “tendencias de lectura” y de conocimiento intelectual, enciclopédico y espiritual para la formación de los claustros femeninos. La cultura femenina bien puede medirse por los libros a los que las monjas accedían y que muestran las prácticas intelectuales femeninas conventuales del siglo de Catalina (Cátedra: 1998, 5).
Se sabe que entre los libros que las monjas bibliotecarias guardaban, podían encontrarse: misales, evangeliarios, libros de la liturgia, obras para el oficio o breviarios, libros de coros- utilizados por las monjas enfermas que no podían presentarse en el coro y leían en la sala capitular de noche-, además de reglas de la orden a la que se pertenecía, milagros de la Virgen María, obras sobre las fiestas importantes para el Monasterio, el martirologio y necrologios o el obituario, las famosas “colaciones”- diálogos, conferencias o explicaciones comunes dadas a los miembros de los claustros femeninos y masculinos- y hasta libros musicales. La lectura de la Regla y de los estatutos de la orden de pertenencia poseía un cronograma semanal de lectura a implementar y respetar. A ellos, se unían lecturas piadosas y espirituales que conforman un “patrimonio cultural, espiritual, intelectual” y literario que demuestra el rol que tuvo la lectura general y/o especializada, escrita en latín y en lengua vulgar, y quizá hasta en vasco en el caso de Catalina, para la educación de niñas y novicias, educación que recibió desde los cuatro años hasta los quince cuando esa “noche del 18 de marzo de 1600” decidió huir del Convento de San Sebastián. Por otra parte, en la época de los Reyes Católicos, la educación de la novicia estaba en manos de una “monja maestra” a la que se le recomendaba leerle la regla para que la aprendiera. No sabemos hasta ahora quién poseyó este rol con Catalina.
Ahora bien, durante la vida “pre-fugitiva” de Catalina de Erauso, el cronograma de actividades- que recuerda al de Beatriz de Saboya a fines del siglo XIII-, era el siguiente:
Para mejor y más complidamente poder guardar los dichos tres votos son ordenadas todas las cerimonias y observantias de la sancta religión, el officio divino, horas canónicas y otras orationes vocales y mentales, las lectiones, amonestaciones y sanctas meditationes, que son sanctos pensamientos, en todos tiempos y lugares, las vigilias, los silencios, los ayunos, las disciplinas, la estrechura y pobreza en todas las cosas, la honestidad y aspereza del hábito, las continuas correctiones y reprehensiones, assí en capítulo como fuera dél, las corporales occupationes y obra de manos en los tiempos vacativos, los offiçios y servicios del monasterio, la clausura y secreta morada del claustro, la sancta comunidad en choro, en dormitorio, en refectorio, en vestiario y en todo lo que se puede communicar y hazer en uno; y, finalmente, la mortificación y complida guarda de los cinco sentidos corporales que son, como dice el Propheta, unas ventanas por las quales, si no son bien cerradas, entra muy ligeramente todo ayre corrompido y pestilential que mata el alma (Cátedra, 1998:83).
Estas series de actividades eran prescriptivas, con un régimen estricto a cumplir con obediencia y humildad; de lo contrario, se castigaban las faltas de su cumplimiento con distintas penitencias.
Conclusiones
Sin duda, la lectura, el silencio, las celebraciones litúrgicas y otras actividades ordenaban la vida diaria, pública y privada de las féminas en el convento y rompían con lo que generalmente está instalado en el imaginario colectivo y en nuestras representaciones acerca de la vida en el claustro, esto es, el “imaginario pasivo de la feminidad conventual”.
En el siglo de Oro español, niñas y monjas profesas dominicas se dedicaban al estudio y fueron esas letras latinas, en romance castellano y/o vascas- que Catalina tenía como lengua materna-… ellas influyeron en la experticia discursiva de una autora que, entre la tensión y el diálogo y con su propia cadencia narrativa, puso al servicio de unas memorias para representarse desde su etnia vasca, su raza española y su educación en el convento. Sin duda, este espacio vital y espiritual fue el primer hogar para muchas mujeres; entre ellas figura Catalina de Erauso que cortó amarras huyendo de ese lugar primigenio y fundacional; su vida allí dejó marcas en la “prehistoria” de su vida literaria y la dotaron no solo de una visión y reflexión analítica sobre el mundo sino que pusieron a su servicio unas herramientas culturales y conocimientos enciclopédicos para expresar su propio yo. En este marco, la presente investigación ha ofrecido una brevísima cala en la “realidad extratextual” que, focalizada en la formación de una escritora ‘mulier fortis’ y viajera, pudo recibir en el convento dominico de San Sebastián en la ciudad homónima. La Historia de la Monja Alferez… contada por ella misma reflejó las marcas de una formación literaria que, fuera en formato de lecturas bíblicas, hagiográficas y espirituales, la habilitaron para presentarse y re-presentarse en una de las más fascinantes autobiografías del Siglo de Oro español.
Referencias
Cátedra, Pedro (1998). “Lectura femenina en el claustro (España, siglos XIV-XVI”, en Des Femmes et des Livres, eds. Dominique de Courcelles et Carmen Val Julián. France et Espagnes, XIVe-XVIIe siècle. Actes de la journée d'étude organisée par l'École nationale des chartes et l'École normale supérieure de Fontenay/Saint-Cloud, Paris. Recuperado de: https://books.openedition.org/enc/993?lang=es
Esteban, Ángel (Ed.) (2011). Historia de la Monja Alférez, Catalina de Erauso, escrita por ella misma. Cátedra.
Echániz Sans, María (1990). Las mujeres de la Orden militar de Santiago. El monasterio de Sancti Spiritus de Salamanca (1268-1500). Tesis doctoral, Universidad de Barcelona, 4 vols.
Frenk, Margit (1998). “Mas sobre la lectura en el Siglo de Oro: de oralidades y ambigüedades”, Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, eds. Florencia Sevilla y Carlos Alvar, 2 tomos. Castalia y Fundación Duques de Soria, tomo I, 516- 521, en esp. 518- 519. Recuperado de: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/13/aih_13_1_067.pdf
Garí, Blanca (2013). “Introducción” en Redes femeninas de promoción espiritual en los Reinos Peninsulares (s. XIII-XVI), ed. Blanca Garí. Barcelona: Institut de Recerca en Cultures Medievals (IRCVM), Facultat de Geografia i Història, Universitat de Barcelona.
Intxaustegi Jauregi, Nere Jone (2017). Conventualidad femenina en el País Vasco: las franciscanas de Vizcaya en la Edad Moderna. Tesis doctoral presentada en la Facultad de Letras, Universidad del País Vasco (Vitoria, Gasteiz), dirigida por la Dra. Rosario Porres Marijuán, 119. Recuperado de: https://addi.ehu.es/bitstream/handle/10810/30193/TESIS_INTXAUSTEGI_JAUREGI_NERE%20JONE.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Lizabe, Gladys (2018a). “Beatriz de Saboya, madre de don Juan Manuel, y la educación femenina en los siglos XII-XIII”, eds. María Eduarda Mirande, Alejandra Siles y Mariel Quintana, Los Nortes del. Hispanismo. Territorios, itinerarios y encrucijadas, Actas del XI Congreso Argentino de Hispanistas, 17- 19 mayo 2017. Universidad Nacional de Jujuy, 283-294, en esp. 292. Recuperado de: http://www.fhycs.unju.edu.ar/documents/publicaciones/ActasCongresoHispanistas/Actas%20 XI%20Congreso%20de%20Hispanistas.pdf
Lizabe, Gladys (2018b). “La presencia de Beatriz “Contesson” de Saboya en el Epistolario de Don Juan Manuel, su hijo”, Revista Melibea (Biblioteca digital, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina), 12.2, 85-106. Recuperado de: https://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/14847/volcompleto-parte8.pdf
Lizabe, Gladys (2019). “‘Fui calando caminos y pasando lugares por me alejar’: Catalina de Erauso y su Historia de la monja alférez, escrita por ella misma (1625)”, Revista Melibea (Biblioteca digital, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina), 13.1, 12-32. Recuperado de: https://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/15403/melibea2019-1-01.pdf
Mendieta, Eva (2019). “Catalina de Erauso- The Lieutenant Nun”- at the Turn of the Twenty-First Century”, en I. Hopkins and A. Norrie, Women on the Edge in Early Modern Europe. Amsterdam University Press, 227-246. Recuperado de: file:///F:/Catalina_de_Erauso_the_Lieutenant_Nun_at.pdf
Notas