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La trayectoria intelectual de Pablo Giussani en un período de transición. Argentina 1984-1990
Claves. Revista de Historia, vol. 8, núm. 15, pp. 197-227, 2022
Universidad de la República

Temática Libre

Claves. Revista de Historia
Universidad de la República, Uruguay
ISSN-e: 2393-6584
Periodicidad: Semestral
vol. 8, núm. 15, 2022

Recepción: 22 Abril 2022

Aprobación: 31 Octubre 2022

Resumen: En este artículo analizamos a uno de los intelectuales que consideramos partícipe destacado en el contexto de la transición democrática argentina. Nos referimos a Pablo Giussani, filósofo, escritor y periodista de diferentes medios de comunicación. La mayoría de la producción historiográfica se ha centrado en el análisis de una de sus obras (Montoneros, la soberbia armada) que despertó la polémica sobre la violencia de fines de los 70 y principios de los 80. Consideramos que el debate suscitado obturó en buena medida el conocimiento de otros aspectos no solo centrales en su vida, sino relevantes para comprender el papel de algunos intelectuales en la vida política de la Argentina de la época. En consecuencia, nos interesa una mirada sobre toda su producción a lo largo de los años 80 para pensar a través de sus textos los idearios que el alfonsinismo intentó hilvanar, y no centrarnos únicamente en el debate sobre la violencia armada.

Palabras clave: intelectuales, transición, democracia, década del ochenta, Argentina.

Abstract: . In this article we analyze one of the intellectuals that we consider an outstanding participant in the context of the democratic transition in Argentine. We refer to the figure of Pablo Giussani, philosopher, writer and journalist of different media. Most of the historiographical production has focused on the analysis of one of his works (Montoneros, la soberbia armada) that sparked controversy over the violence of the late 1970s and early 1980s. We believe that the debate that arose largely obscured the knowledge of other aspects not only central to his life, but also relevant to understanding the role of some intellectuals in the political life of Argentina at the time. In other words, we are interested in looking at his entire production throughout the 1980s in order to think through his texts about the ideas that Alfonsinism tried to weave together and not just focus on the debate on armed violence.

Keywords: intellectuals, transition, democracy, 80's, Argentine.

1. Introducción

La transición democrática en la Argentina fue un proceso ampliamente abordado por las ciencias sociales. Diferentes enfoques pusieron atención en las transiciones de las dictaduras a las democracias, sobre todo desde comienzos de la década de 1980 hasta mediados de los noventa. En ese marco, distintos investigadores aportaron interpretaciones y evidencia empírica que arrojó luz sobre la complejidad de ese contexto en el cual la Argentina recuperó la institucionalidad (Landi, 1988; Nun, 1988; Aboy Carlés, 2001; Guber y Visacovsky, 2005; Freibrun, 2014; Camou, 2013)

De esta forma, una de las temáticas más abordadas de los años 80 fue el regreso a la democracia en 1983 y las transformaciones, aperturas y experiencias en el campo intelectual. Así, se publicaron numerosos estudios de caso, tales como el recordado Club de Cultura Socialista (fundado en 1984), en el que participaban miembros de lo que se conoció como el Grupo Esmeralda (Elizalde, 2009; Reano, 2012; Reano y Smola, 2014; Ponza, 2013; Tzeiman, 2015; Barbeito, 2019). Algunos integrantes del grupo habían formado parte —o lo hacían— de emprendimientos editoriales como Punto de Vista y La ciudad futura, y terminaron asesorando al presidente Raúl Alfonsín. Por su parte, los intelectuales que por aquellos años abogaban por la renovación del peronismo, fundaron un medio periodístico que operaba como espacio aglutinante del sector: la revista Unidos (Retamozo, 2012).

Esos grupos de intelectuales y colectivos de pensadores, fundamentales para la construcción de interpretaciones e imaginarios en la recuperación de la democracia, fueron abordados desde diversas perspectivas que dieron cuenta de sus roles, tanto desde una mirada política como cultural. Algunas de esas figuras contribuyeron a consolidar el nuevo campo académico, lugar desde el cual también se constituyeron como enunciadores.[1]

En este aspecto, es crucial profundizar en el conocimiento de la producción intelectual, pero ya no en la de estos grupos, sino en la elaborada por un conjunto de intelectuales que han recibido menor atención por parte de los historiadores y de especialistas de otras disciplinas sociales. Nos referimos a, por ejemplo, periodistas que escribieron en la prensa, publicaron libros y tuvieron una marcada injerencia en la vida política como productores y divulgadores masivos de idearios y perspectivas de interpretación de la realidad.

En este avance de investigación focalizamos la mirada en uno de esos intelectuales, a quien consideramos partícipe destacado de aquel momento de transición. Nos referimos a Pablo Giussani, filósofo, escritor y periodista de diferentes medios de comunicación.[2] La mayoría de la producción historiográfica se ha centrado en el análisis de una de sus obras, Montoneros, la soberbia armada, la más mentada, que despertó la polémica sobre la violencia de fines de los 70 y principios de los 80 (Campos, 2013; Gelli, 2007; Bonasso, 1985; Pozzi, 2012; Mangiantini, 2015). Pensamos que el debate suscitado obturó en buena medida la consideración de otros aspectos no solo centrales en su vida, sino relevantes para comprender el papel de algunos intelectuales en la vida política de la Argentina de la época. Al mismo tiempo, este trabajo puede colaborar en la visibilización de las razones que explican las trayectorias, los cambios de posiciones y su inserción y participación en determinados colectivos políticos.

Interesa analizar la obra de Giussani en tanto que este pudo constituirse en una de las figuras clave en la construcción del ideario alfonsinista. El trabajo del autor se inscribe en un campo interpretativo de fuerte arraigo en distintos sectores del espectro político e intelectual progresista, desarrollado a partir de la derrota de las diversas experiencias guerrilleras que tuvieron lugar en los años 70 en la Argentina (Langieri y Otero, 2020; Minutella y Álvarez, 2019), en el nuevo contexto democrático.

Corresponde destacar que en este artículo tomamos la producción intelectual del autor desde el libro Montoneros. La soberbia armada hasta su último trabajo, editado en 1990, centrado en el por entonces reciente titular del Poder Ejecutivo, el presidente Carlos Menem. Esto es así porque nos interesa una mirada de toda su producción a lo largo de los años 80 para pensar a través de sus textos los matices de su pensamiento hilvanados con el alfonsinismo y no focalizarnos en el debate sobre la violencia armada, cuestión que requeriría un estudio más pormenorizado sobre el tema.

2. Los intelectuales como objeto

En las últimas décadas se han renovado los estudios sobre la intelectualidad y su producción cultural mediante una pluralidad de enfoques teóricos, recortes temáticos y estrategias de investigación que animan hoy la vida de las disciplinas relativas al mundo histórico y social, entre ellas la historia intelectual (Sigal, 1991; Altamirano, 2005; Terán, 2006; Vitale, 2009 y 2015; Schuttenberg, 2017 y 2019; Vicente y Schuttenberg, 2021 y Semán, 2021). De este modo, la vida intelectual fue objeto de replanteos, y así también el estudio de los intelectuales tomaba otra moldura al señalarlos como sujetos que «casi como los demás, transmiten prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas, representaciones (…) que se nutren de avatares de la vida cotidiana…» (Bourdieu, 2002, pp. 1-2). Por ello, este trabajo apunta a que el análisis de las producciones intelectuales reconstruya los lenguajes políticos de la época junto con el contexto de discusiones en las cuales el texto interviene. Sobre «este trabajo a dos tiempos, uno teórico y otro histórico, y sobre la potencialidad de su diálogo mutuo, se construye el proyecto de la historia intelectual» (Majul, 2020, 39).

En este punto, para entender cabalmente un texto debemos atender al contexto semántico —qué significan los conceptos y términos que utiliza en los lenguajes políticos de su época— al contexto pragmático —contra qué o quiénes está escribiendo, qué uso intenta hacer de su texto— y al contexto retórico —de qué forma lo está haciendo (Majul, 2020, 46). Compartimos con el autor que el conjunto de objetos que van a ser privilegiados para la investigación no son solo los grandes textos de la tradición, sino también los de pequeños autores, entre otros materiales que permitan reconstruir el contexto histórico.

Este aspecto es de suma importancia para la historia intelectual. En términos metodológicos es vital centrar la atención en los textos aparentemente secundarios, o de hecho marginales, de una época. Esto es, los textos de autores menores que han sido como afluentes tributarios en la génesis de un pensamiento central. «Allí en esos textos, tributarios o derivados –a veces marcadamente modestos– halla el investigador de la historia intelectual los matices más reveladores de una época. (…) es decir la significación cultural de una época» (Marichal, 1978, 9).

Como señalamos, la historiografía intelectual que abordó la transición democrática focalizó su mirada en una serie de intelectuales que configuraron también un capital académico y prestó menos atención a otros intelectuales que igualmente contribuyeron a construir y fraguar un ideario de época. Un antecedente en esta materia lo constituyen los estudios de Rein (2008) sobre las segundas líneas intelectuales del peronismo. El aporte de esta perspectiva es que logra mostrar la heterogeneidad de una corriente o tradición política a partir de reconstruir la contribución de figuras «secundarias».[3] Consideramos que este punto de vista abre nuevos interrogantes y agendas de investigación a las cuales este artículo pretende contribuir.

La historia intelectual, según Altamirano (2006), se ocupa por excelencia del pensamiento en una coyuntura de experiencias históricas. A ese pensamiento se accede por medio de los discursos, del lenguaje y de su soporte físico o acto de habla. De allí la importancia del lenguaje, de los contextos o de los procesos de comprensión histórica. Los estudios de Altamirano (2006), Aricó (2005), Sigal (1991), Terán (2006), Gilman (2003), Tarcus (2013), Graciano (2008), han aportado diversos planteos al respecto y han sugerido puntos de partida para pensar la intelectualidad.[4] En este sentido, los trabajos comparten la idea de que el intelectual toma una posición política y asume un rol activo en el campo de competencia cultural (Santilli y Quinteros, 2021). A su vez, en ellos pueden encontrarse distintos perfiles de intelectuales, según el período o el campo intelectual estudiado. Se trata de figuras que generan representaciones del mundo social, que cumplen un rol legitimador o crítico del orden establecido, así como son productores culturales en un campo de experticia específico (Prado Acosta, 2016).

En este artículo se define como «intelectual» a la figura en estudio que se propuso, a través de sus discursos, intervenir en los asuntos públicos de su tiempo, pero también porque su trayectoria como escritor, ensayista, periodista y organizador de espacios culturales tuvo un peso y un reconocimiento en el resto del mundo intelectual. Así debemos

pensar a los autores intelectuales como constituidos por una coyuntura histórica, por una colocación institucional y social y por una discursividad. Estos prestan atención de manera crítica a los núcleos ideológicos conformados en el espacio cultural regional y del país y a la articulación de estos con las prácticas políticas, lo cual produce efectos ampliados de cultura (Di Pasquale y Summo, 2015, 206).

En la perspectiva de Bourdieu (1997), los periodistas han usurpado a los intelectuales su función al mediar entre el pensamiento y el gran público. Así es como tomamos la producción de Giussani en sus libros de discusión política, que fueron Montoneros. La soberbia armada de 1984, Los días de Alfonsín, de 1986, ¿Por qué doctor Alfonsín? de 1987 y Menem, su lógica secreta de 1990. Asimismo, hacemos lo propio con varios de sus artículos de opinión publicados en el periódico El Ciudadano de los años 1988-1990. La hipótesis que sostenemos es que en esos materiales existe un pensamiento plasmado que puede trascender lo mediático, al mismo tiempo que son el punto de partida de numerosas interpretaciones que atravesaron diferentes medios, es decir que se constituyeron como usina de interpretación social. En otras palabras, los escritos de Giussani contribuyeron al debate de problemáticas reproducidas en la agenda pública mediática o sea en los diferentes medios de comunicación social.

3. Algunos datos sobre la trayectoria de Giussani

En una semblanza sobre Julia Constenla —quien fuera la compañera de toda la vida de Pablo Giussani— el diario Río Negro [on line] publica unas pocas palabras de la periodista. En ellas manifestaba que ahí donde estaba sentado el entrevistador

… se sentaba Raúl Alfonsín. Nos quería mucho a Pablo, a mí, a mis pibes. Tocaba timbre y se invitaba solo a cenar. Fue muy amigo nuestro. Lo vi por última vez un mes antes de que muriera. Estaba sereno, digno. Cuando dos años antes volvió de los Estados Unidos, donde había estado internado, me dijo: Es cáncer, Chiquita, pero le vamos a dar pelea´. Fue un gran argentino (Constenla, s/f).

Estas palabras llenas de afecto solo pueden denotar una sólida amistad y son útiles para evidenciar un vínculo que, además, era político. Según Josefina Elizalde, Giussani había conocido a Alfonsín en el año 1984 en Roma, antes de regresar de su exilio. En ese año es convocado por Goodbar e Issaharoff, quienes formaron un agrupamiento dentro del Grupo Esmeralda, denominado así en razón de reunirse en un local sito en la calle porteña del mismo nombre. El objetivo del núcleo más pequeño era

elaborar ideas para el discurso presidencial, con la intención de «aggiornar» la vieja tradición radical y darle a Alfonsín bases un poco más sólidas para las tareas que debería emprender. El modelo que los inspiraba era el de los «speechwriters» americanos de Roosevelt o los grupos de discurso franceses que colaboraban con el presidente Mitterrand (Elizalde, 2009, 66).

La autora destaca que Giussani se retiró del grupo en 1986. Desconocemos las causas que pudieron determinar dicho retiro, pero lo cierto es que continuó en contacto tanto con Alfonsín como con varios de los integrantes del grupo.

Entre 1984 y 1986, Giussani publicó dos libros, Montoneros, la soberbia armada y Los días de Alfonsín. Ambos parecen enmarcarse en el programa y en la acción del Grupo Esmeralda: acercarle propuestas e ideas al presidente de la Nación y contribuir a articular un discurso en la línea democrática que el primer mandatario venía sosteniendo. Pensamos que Montoneros… se inscribe en esa lógica. Virginia, la hija de Giussani, dijo que el libro «Era fuerte, profundo y urgente para iniciar ese gran debate sobre la historia apenas transcurrida de nuestro país» (Giussani, V., 2003).[5]

Era urgente para quienes, como él, habían padecido la persecución y el exilio; aquellos que, como Giussani, habían iniciado en la década del 60 un tipo de compromiso político que implicaba la lucha contra un sistema y habían fracasado o sido derrotados; para quienes sufrían la ausencia y falta de respuestas por los muertos y desaparecidos. Desconocemos si Giussani tenía planificado escribir Montoneros… estando en el exilio romano. Sin embargo, su trayectoria de vida, intelectual y laboral, puede explicar la celeridad con que respondió al proyecto del Grupo Esmeralda. Es decir que si bien no tenía escrito el libro, la problemática que trata en él venía siendo largamente madurada como producto de una reflexión y una experiencia personal.

Recordemos algunos aspectos de su trayectoria. Tuvo una formación académica en filosofía, llegó hasta cuarto año de la carrera en la Universidad de Buenos Aires, que abandona para dedicarse de lleno al periodismo. Pero tengamos presente esa formación porque mucha de su producción debe ser leída bajo aquella influencia. En Montoneros…, Giussani comienza por narrar una convicción que lo acosaba en su infancia, a saber: «…que todas las cosas tenían una doble naturaleza, un doble ser: un ser para cuando se las miraba, otro para cuando no se las miraba» (Giussani, 1992, 7) Dicha dualidad encuentró una mayor explicación cuando tomó contacto con los estudios de Leo Frobenius (1934) y Levi Brühl (1974), autores que abordó en su paso por Filosofía.[6] ¿Cuál era la preocupación de Giussani?

En primer lugar, cabe destacar que las páginas iniciales del libro están dedicadas a plantear una retrospectiva personal desde su niñez hasta la década del 70. Es una mirada reflexiva hacia el interior de quien había sido hasta entonces, y que aparentemente ya no era. Pero esa mirada filosófica (también psicológica) de sí mismo corre en paralelo a una interpretación del contexto histórico político. Si en su niñez esto último no estaba presente, para sus cuarenta y pico –así lo dejaba traslucir– era una cuestión impactante. Dejaba en claro allí la tensión entre la herencia cultural y la razón científica, entre los sentimientos y la razón, y cómo a través de miles de años solo en una pequeña proporción había predominado el pensamiento racional. Giussani se refería a lo que interpretaba como una resistencia de los hombres a ver lo que –él suponía– estaba a la luz de todos, y creer o imaginarlo de otro modo. Por eso apelaba a Levi Brühl, quien argumentaba sobre la imposibilidad de aprender a través de la experiencia. Decía: «No es posible, en efecto, que la experiencia cuestione, desmienta o corrija los contenidos de una concepción que empieza por negarle validez» (Giussani, 1992, 11). El contenido de esas páginas es un reconocimiento implícito de un proceso personal conflictivo, muy duro, compartido con quien fuera su mujer, Julia Constenla, con quien mantuvo en común espacios no solo familiares, sino también periodísticos y políticos.

Cabe recordar que Giussani dirigió la revista Che en los años 60 y 61 y que dentro del staff y colaboradores de la misma se encontraba la propia Constenla, Rodolfo Walsh (Prensa Latina, desde Cuba), Ismael Viñas, Hugo Gambini, Francisco Urondo, y un amplio abanico de nombres procedentes de diversos espacios políticos (Tortti, 2002). Che surgió al calor del desencanto con el gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962), quien había prometido –entre otras cosas– una economía independiente de las corporaciones, un desarrollo petrolero y energético dinamizado por el Estado, y una organización de las universidades públicas basada en los lineamientos de la reforma universitaria de 1918. Nada de esto ocurrió y amplios sectores de la juventud —especialmente los pertenecientes a la Unión Cívica Radical Intransigente (partido político conformado por una escisión de la Unión Cívica Radical), pero no solo ellos— comenzaron a suponer que los regímenes democráticos eran poco fiables a la hora de transformar el país bajo ideales de justicia social, igualdad y libertad.

En ese contexto, dentro del cual no puede dejar de mencionarse la Revolución cubana, nació Che. Las tendencias generales de la revista manifestaban lo dicho: un profundo antifascismo y la decepción con los partidos tradicionales de la izquierda —léase el Partido Socialista y el Partido Comunista—. En los primeros 50, Giussani había sido «… referente a nivel nacional de una escisión del Partido Socialista llamada Partido Socialista de Vanguardia» (Basombrío, 2017). La desilusión alcanzaba al modelo de la democracia burguesa, que no había dado respuestas concretas a las necesidades de los países latinoamericanos. Se constituía así como una representante más de la denominada «nueva izquierda», que comienza a teorizar sobre alternativas revolucionarias para la Argentina. Conocemos además, el compromiso de Giussani como secretario de redacción del periódico Noticias, claramente vinculado a Montoneros.[7] Según Esquivada (2005), fue crítico de la conducción de Mario Firmenich y Roberto Perdía; optó –como muchos otros– por una línea que defendía el trabajo de masas en lugar de la lucha armada. En Noticias escribían periodistas, intelectuales y militantes tales como Miguel Bonasso (director); Juan Gelman, Rodolfo Walsh, Horacio Verbitsky, Francisco Urondo, Sylvina Walger, Martín Caparrós, Carlos Ulanovsky, Leopoldo Moreau, etc.

En 1984, en un esfuerzo por recordar, Giussani regresa a 1970 para expresar su intriga por «… la insólita y casi maniática insistencia con que los términos ‘táctica’ y ‘estrategia’ aparecían de manera reiterada en el lenguaje montonero» (Giussani, 1992, 13). Este asunto que en varios niveles de análisis llevó a plantear un Perón táctico y visible que actuaba pareciéndose más a la derecha, y un estratega no muy visible que escondía su verdadero espíritu revolucionario, el de la patria socialista.[8] Su crítica a Montoneros alcanzaba a toda su generación y por ende, a él mismo.

Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Betancourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado Fascista. Y sin embargo, había en todos esos países centenares o millares de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha armada contra el fascismo (Giussani, 1992, 16).

Las páginas de Montoneros… contienen los múltiples ejemplos que ofrece el autor para corroborar su interpretación respecto de la dualidad existente en la cosmovisión del mundo de aquella organización, que los llevaba a no ver la realidad tal como era. En algún momento entre 1973 y 1974, Giussani se alejó definitivamente de Montoneros y luego, maduró toda su crítica a la violencia guerrillera en el exilio. Basombrío (2017) explica con mucho detalle cómo fue el proceso de cambio tanto en Giussani como en Julia Constenla respecto de las democracias occidentales. El matrimonio conoció durante su exilio los EE. UU., y de regreso a Roma ya pensaban que aquel país no era el mal de todos los males; así también Pablo Giussani hizo explícita la diferencia que notaba entre la eficacia policial argentina y la ineficacia policial italiana, a saber: la primera aniquiló a la guerrilla torturando, matando y desapareciendo a personas, mientras que la segunda iba lento en el aniquilamiento, utilizando las normas de un Estado de derecho (Basombrío, 2017).[9]

En los últimos meses del exilio en Roma, el matrimonio conoció a Raúl Alfonsín y quedaron sorprendidos por la fuerza de sus convicciones. Corría el año 1984 cuando Giussani adoptó la misma lógica de la campaña alfonsinista, uno de cuyos eslóganes, fundamental de la UCR, fue «democracia o dictadura». Fue llamado a dotar de contenido –junto a los amigos del Club Socialista y a los del Grupo Esmeralda– tanto al eslogan, como al discurso del gobierno y a sus programas.

4. Los días de Alfonsín

En agosto de 1984, Jacobo Timerman se hizo cargo del diario La Razón, transformó su formato a tabloide y matutino, y renovó con ello el mercado editor de periódicos argentinos. Regresado al país, Pablo Giussani se sumó a dicho proyecto. Poco tiempo después –en 1986– publicó por la editorial Legasa su libro Los días de Alfonsín, en donde reunió una serie de artículos y editoriales publicados en La Razón durante 1985. Allí editorializaba periódicamente sobre la vida política del país. El texto despliega una serie de reflexiones sobre cuestiones coyunturales de la Argentina de ese momento y también sobre política internacional. Dentro del primer punto, varios de los escritos se concentran en analizar las dificultades que la reciente democracia comenzaba a atravesar; por ello, el juicio a las juntas militares, la interna del peronismo, el rol de las derechas en democracia y de los debates del partido gobernante, serán los principales ejes de análisis del texto.

Como bien señala Aboy Carlés (2001), el proceso democrático tenía varios desafíos por delante. Entre ellos, la necesidad de establecer una doble ruptura: con el pasado inmediato representado por el régimen militar y otra de más largo plazo, que diera cuenta de una renovación de aquellas prácticas políticas y actitudes que habían conformado la historia de las últimas décadas.

Luego de escribir el libro sobre Montoneros, en esta nueva publicación Giussani se volcó a pensar la coyuntura política y los problemas que en ese contexto aparecían como relevantes. Así, en el prólogo se pregunta cuánto y en qué dirección había cambiado la Argentina como consecuencia de ese drama terrible fijado en la memoria del país por el término del proceso. La pregunta central era si había cambiado solo en la superficie o también en las capas profundas de una cultura y un modo de ser nacional que llevaban inscriptas las causas de la tragedia.

Los primeros tramos del libro, que coinciden con sus artículos de comienzos de 1985, tienen como trasfondo la pregunta en torno a si la Argentina podría dejar atrás un pasado vinculado al autoritarismo y a una concepción corporativista de la vida política, para dar lugar a lo que denomina una democracia plural. En las páginas iniciales hace un rápido recuento de nuestra historia y destaca que la nación fue durante un tiempo la comunidad estanciera que excluía al resto del país por vía del fraude. Luego, mediante otros mecanismos de exclusión, la titularidad de la nación fue asumida también en sus respectivos momentos por el peronismo, el antiperonismo, los militares, grupos y fuerzas cuyo sentido de la nacionalidad era siempre una fórmula de autoafirmación facciosa y nunca un sistema global de convivencia.

Lo que destaca en su argumento es que cada fórmula de ordenamiento político nacional terminaba de este modo por ser una parte que aspiraba a representar la totalidad. En este sentido, el autor se pregunta si «¿era Alfonsín una transitoria anomalía una expresión de un cambio profundo? ¿Estábamos en presencia de una Argentina nueva o de la Argentina sorprendida por las urnas en un momento de distracción?» (Giussani, 1986, 10).

El autoritarismo era, en la óptica del autor, el problema nacional, y en su reflexión emprende un recorrido histórico en busca de la conformación de ese ideario. Así plantea que Perón consolidó una fórmula de manipulación de multitudes desde una cúpula incuestionada e incuestionable que él mismo encarnaba. Resalta entonces que, como fenómeno político de raíz militar, el peronismo dio origen a una cultura y a una tabla de valores que exaltaba la verticalidad del mando. Esa concepción lo hacía enemigo de la idea de que el comportamiento de una comunidad humana pudiera ser dictado democráticamente y por la libre voluntad de las bases.

El autoritarismo, el verticalismo y los liderazgos fuertes eran, para Giussani, parte de una cultura no democrática. Si bien el peronismo es el depositario natural de esa cultura, el autor no duda en resaltar que lo excede y que en muchas ocasiones abarca otras identidades políticas. En el artículo «El movimiento nacional y sus peligros» retoma una frase de Pugliese: «quién dice yo les he dicho a los peronistas tráiganme un líder mejor que Alfonsín y nos sumamos todos enseguida. Ellos dicen nosotros no lo tenemos y nosotros se los ofrecemos» (Giussani, 1986, 45). Esa frase del político radical es la muestra de lo que denomina un «medievalismo eclesiástico» en el cual el razonamiento de un solo Dios para una sola Iglesia depositaria de su verdad se traslada al terreno político dando como resultado que para una nación y una identidad nacional, la depositaria de tal identidad tiene que ser también una sola fuerza política.

Giussani interviene con sus escritos en los debates de la recién recuperada democracia. En ese aspecto, explica que el denominado «proceso de reorganización nacional» fue una operación de naturaleza compuesta, con el saqueo económico en el papel de esfera delictiva central y la metodología de las desapariciones en el de la esfera delictiva particular. La denuncia de la violencia y el saqueo por parte de la dictadura no debería, desde su punto de vista, ignorar o subestimar el proceso subversivo que contribuyó a deteriorar gravemente el cuadro político del país en la etapa constitucional previa al golpe militar de 1976. Cuestiona entonces con fuerza la acción de las organizaciones armadas y destaca la necesidad que hubo en la época de una acción represiva para enfrentarlas. Lo que al mismo tiempo cuestiona es la naturaleza de la represión emprendida, que «desbordó escandalosamente su blanco para instaurar un régimen de terror generalizado cuya finalidad como tal era menos la de acabar con la guerrilla que la de despejar el camino para el vaciamiento» (Giussani, 1986, 66).

En este punto, el planteo del autor pretende establecer su posición respecto de las responsabilidades sobre lo ocurrido en los 70, trazando una continuidad con el libro Montoneros…, pero también cuestionar fuertemente los argumentos que proponían de alguna forma dar vuelta la página y olvidar el pasado reciente y sus consecuencias judiciales.

Este recurso de diluir la culpa ya es clásico. Si alguien enumera todo puede escribir una enciclopedia. Son culpables los ex comandantes sin duda alguna. Pero Isabel Perón, todos sabemos de dónde salieron las Tres A, todos conocemos el papel que desempeñó cierto matonaje sindical, y ¿no son culpables quienes consintieron pasivamente la violencia? En el fondo todos somos culpables (Giussani, 1986, 89).

Este argumento del «todos fuimos culpables» estaba en el debate público como justificación que imposibilitaría enjuiciar a nadie y era, según su visión, la estrategia de los defensores de los genocidas. Estos apuntaban a la responsabilidad colectiva para evitar las responsabilidades del terrorismo de Estado. Ya lo habían expresado en el documento producido por la Ley 22.928, llamada de Autoamnistía, que había resultado inaceptable para el gobierno entrante. No solo se anuló dicha ley, sino que el Presidente Alfonsín, mediante el Decreto 187/83 del 15 de diciembre (a cinco días de haber asumido) funda la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP), cuyos miembros producen un informe entregado el 20 de septiembre de 1984, base sobre la cual se llevó a juicio a las Juntas Militares de la Dictadura.[10]

5. Autoritarismo, peronismo y corporativismo

Uno de los tópicos que el autor retoma en numerosos artículos que componen el libro es la cuestión del peronismo. Por ello entendemos la pregunta por su naturaleza, sus transformaciones, su vínculo profundo con la cultura nacional, y también en torno a las posibilidades de que ese movimiento pudiera reconvertirse e incorporarse en la nueva cultura democrática pluripartidista que Giussani veía y ansiaba que surgiera luego de la dictadura.

La cultura peronista es analizada como vinculada al verticalismo y al escaso apego al ejercicio de una democracia interna interpretada como virtud. Así la posibilidad de pensar la construcción de una línea del peronismo que lo condujera a convertirse en una suerte de laborismo británico parecía difícil, puesto que sus hábitos verticalistas y su tradicional estructuración en dos niveles organizativos, con el partido convertido en mero ejecutor táctico de decisiones estratégicas emanadas del movimiento, le imprimían un marcado sesgo autoritario.

El planteo del autor se sustentaba en la denuncia del autoritarismo de las concepciones organicistas de la sociedad. Estas concepciones se caracterizan por negar la conflictividad inherente a las sociedades y construir un falso consenso detrás de un único supuesto interés nacional legítimo.

De esta manera, la política autoritaria apuntaba a preservar esta armonía desterrando las contradicciones, lo diverso, en grandes unidades abarcadoras. El autor resalta que esta concepción organicista de la sociedad fue pregonada por la Iglesia durante la Edad Media, se prolongó bajo las monarquías absolutas de la Edad Moderna y recibió con horror ese estallido de la diversidad que fue la Revolución Francesa. Entonces el proyecto alternativo a ese corporativismo era la democracia emanada de esta última, que asumió la naturalidad del conflicto y se limitó a crear un tablero de juego que lo canalizara con arreglo a las normas compartidas emanadas del pacto.[11] El enorme problema que observaba Giussani es que en la Argentina el criterio organicista tendió siempre a predominar sobre el otro. Esto se había hecho más evidente desde 1945, con la irrupción del peronismo.

Para ilustrar la problemática compara nuestro país con Estados Unidos, que según su óptica había logrado cierta actitud para despejarse emocionalmente del pasado. Así, habría procesado una tremenda y traumática guerra civil. En cambio en la Argentina no se superaban esos vínculos emocionales ya que, por ejemplo, «después de su muerte se sigue votando por Perón y todavía no ha terminado de liberar su batalla de Caseros» (Giussani, 1986, 162).

La otredad no solo se constituye con relación al peronismo, sino también con otras figuras del espacio conservador. En otro pasaje del libro el autor discute con autores de la derecha como Sánchez Sañudo y Álvaro Alsogaray, a quienes les cuestiona abiertamente la distinción que estos trazan entre una democracia liberal y otra socialista, de las cuales solo la primera sería legítima. Es decir que Giussani critica las categorías que los intelectuales de la derecha estaban construyendo y piensa en una democracia liberal de contenido social.

La Argentina es una realidad en vertiginoso proceso de cambio, pero está tardando en generar una inteligencia capaz de captarlo. La Argentina cambia en realidad, pero no en su pensamiento por lo menos en su pensamiento público que se expresa a través de los partidos, sindicatos y personalidades que hablan por TV (Giussani, 1986, 283).

Pero ¿qué sindicatos? Aquí el autor cuestionaba la huelga general y la concentración impulsada por la CGT de 1985 como un elemento de la vieja Argentina y de las viejas prácticas políticas. Recuérdese que durante los primeros meses de 1984 se discutió la denominada Ley Mucci –por el nombre del Ministro de Trabajo Antonio Paulino Mucci- que postulaba lo que el oficialismo entendía como democratización del sindicalismo y que fuera rechazada de plano en el Senado de la nación, y que desde el 3 de agosto de 1984 hasta el 29 de agosto de 1985 se habían realizado 4 huelgas generales. En este punto, vuelve al argumento de cuestionar al peronismo por su naturaleza, de identificar la nacionalidad con un particular contenido ideológico religioso o cultural que se traduce indefectiblemente en opresión y violación de libertades fundamentales.

Es interesante la búsqueda de referencias afirmativas. En las páginas de sus libros están esbozados los contornos de lo que el país debería evitar, los marcos y figuras que componen el amplio abanico autoritario. Por ello, es significativo el editorial que le dedica a Alicia Moreau de Justo, a quien reivindica por representar un determinado tipo de cultura política que enlazaba la justicia social con la libertad política y que consideraba no solo posible, sino también esencial, encuadrar la lucha por los derechos del trabajador en un marco democrático. Asimismo, destaca fuertemente la moralidad como una de las banderas de toda aquella generación que gestó el socialismo argentino.

La figura de Moreau de Justo se enlaza entonces con uno de los editoriales más importantes del libro, que lleva el nombre de «Nace una fuerza histórica». Allí señala que hasta 1983 la Argentina había conocido dos elecciones cruciales. La primera fue la de 1916, que puso fin al ejercicio más o menos institucional del gobierno por parte de las fuerzas conservadores tradicionales, e instaló al radicalismo en el centro del escenario. La segunda fue la de 1946, que marcó el arrasador ascenso del peronismo al sitial ocupado hasta entonces por la Unión Cívica Radical como fuerza concentradora de la representación popular. La de 1983 es la tercera de esta serie, al producir otro formidable cambio de la distribución de las fuerzas políticas argentinas con el resurgimiento del radicalismo como partido decididamente mayoritario frente a un peronismo en declinación.

Para Giussani, el resultado de las elecciones legislativas de 1985 confirmó de manera sustancial el cuadro de 1983. De esta forma, el electorado repitió, aunque bajo códigos distintos, su decidida opción de 1983, que en su óptica era la elección por una Argentina democrática moderna y racional. Por entonces circulaba entre los cuadros políticos de la UCR y otros, la idea del tercer movimiento histórico, aunque sin el apoyo decisivo del Presidente de la Nación (Genoud, 2006).

Frente a ese proyecto que comenzaba a delinearse, identifica a la CGT como la única fuerza articuladora en la construcción de una oposición política de masas. Sin embargo, sindicalizar la oposición significaba para él, corporativizar la política, dado que implicaba movilizar en la lucha por el poder político un particular tipo de agregación de fuerzas, cuya función normal debería ser la defensa de los derechos económicos y sociales de los trabajadores.

Después de Los días de Alfonsín, Giussani publica dos libros de entrevistas realizadas al presidente Raúl Alfonsín: ¿Por qué, doctor Alfonsín?, 1987, y El caso argentino: conversaciones con Raúl Alfonsín, 1988. El primero de ellos es un largo diálogo con Raúl Alfonsín realizado en varios encuentros que sostuvieron ambos durante los años 1986 y 1987. El texto reúne una serie de reflexiones sobre diversos temas como la historia, las relaciones internacionales y el futuro del país.

Al igual que en El caso argentino…, el entrevistado se explaya sobre distintas cuestiones de coyuntura y otras de largo alcance, entre las cuales se encuentran,

La década del 30, el peronismo, la Revolución Libertadora, la experiencia frondizista, las quebraduras internas del radicalismo, el golpismo, la cultura militar, la guerrilla, el Proceso, la crisis castrense de Semana Santa, el conflicto Este-Oeste, la integración latinoamericana, el marxismo, la victoria electoral de la UCR en 1983 y su derrota en 1987 (Giussani, 1987, contratapa).

En ambos textos el periodista entrevista a fondo al por entonces presidente para que desarrolle sus visiones sobre un amplio temario. En las introducciones Giussani destaca la complejidad política del momento y resalta las cualidades de Alfonsín para poder recomponer, reconstruir y refundar la democracia en la Argentina.[12] Ese era el objetivo primordial de sus dos últimos libros, apuntalar y brindar una amplia cobertura a las propuestas democráticas del Presidente que habían sido expresadas en el discurso de «Parque Norte» de 1985 (Alfonsín, 1985).

6. La continuidad de un proyecto

Pablo Giussani fue también prosecretario de redacción del periódico El Ciudadano, cuya aparición se produjo el 25 de octubre de 1988. Se publicaba una vez por semana, los días martes, y se editó hasta 1989. Era una publicación de la Fundación Argentina para la Libre Información y su staff era muy reconocido en los ámbitos intelectuales y mediáticos. Algunos de los muchos partícipes del periódico fueron: Emilio Weinschelbaum (editor); Ramiro de Casasbellas (director); Juan Carlos Toer; Jorge Sánchez; Ricardo Arcucci; Jorge Aulicino; Ricardo Ibarlucía; Edgardo Silberkasten; Viviana Gorbato; Javier Franzé; Sonia Greco; Pablo Mendelevich; Silvia Naishtat, etc. Entre sus columnistas, corresponsales y colaboradores se encontraban Julio Ardiles Gray; José Aricó; Mario Diament; Santiago Kovadloff; Rodolfo Pandolfi; Juan Carlos Portantiero; Ernesto Schoo; Alicia Dujovne Ortíz; Pablo Avelluto; Alicia Depetri; Roxana Kreimer, etc.

En el número 1 el editor Weinschelbaum escribió una especie de declaración de principios del periódico en la portada, titulada «No pasarán». Ocupaba la columna de la izquierda, de las cinco que tenía la diagramación del periódico. ¿Qué decía? Básicamente que tanto políticos como periodistas, muchos de ellos sin identificar, se sumaban de manera acrítica a las voces que hacían bajar los brazos a los argentinos. Eran oportunistas, banales y distorsionadores de una realidad que no contaban. Como si la Argentina hubiera salido del paraíso y la democracia la hubiera hundido en las calamidades que se vivían, por ejemplo la inflación. Esta no era para nada nueva y había que analizarla históricamente. Decía:

ElCiudadano viene entonces a hacer lo que no se hizo seriamente hasta ahora: a decir con claridad y firmeza, «No pasarán». De hoy en adelante, nadie podrá ‘dejarlo ahí’. Vamos a profundizar, para no quedarnos en la superficialidad culposa y dolosa con la que se intenta confundir a la Argentina. Vamos a respetar y a no engañar al hombre cotidiano. Vamos a ser dependientes de la sociedad que integramos. En suma, vamos a defender a la Argentina.

La columna cinco al extremo derecho de la portada estaba escrita por Ramiro de Casasbellas, el director. «Hacia el 14 de mayo» era el título, que destacaba un anuncio del presidente Raúl Alfonsín llamando a elecciones generales para esa fecha del año siguiente. Alfonsín consideraba que los argentinos debían estar de fiesta porque desde 1951 no ocurría que un gobierno elegido por el pueblo llamara a elecciones. Casasbellas planteaba la poca importancia que se le había dado en los medios a tal anuncio, y se ocupaba él mismo de hacer la historia de las presidencias democráticas de la Argentina. Al final exponía una advertencia sobre continuar defendiendo la democracia, «el 14 de mayo de 1989, si votamos por la sensatez, la vida y la esperanza, y no por la magia, la opresión y el oscurantismo», en clara alusión a Carlos S. Menem, el firme candidato del peronismo.

Pablo Giussani escribía generalmente una larga columna de opinión en la sección «Argentina». En el número 1, página 4, titulaba «Réquiem para la Renovación», a propósito del festejo del 17 de octubre de 1988 en el estadio de River, donde hubo renovadores y peronistas ortodoxos. En esa nota planteaba que un sector del peronismo que venía luchando para renovar ideológicamente al partido, tornándolo comprometido con la democracia, estaba siendo aplastado por la corriente autoritaria. El abandono de la mística y la conformación de un partido moderno estaban siendo sepultados.

Una regresión del peronismo a su matriz histórica podía activar dentro de la democracia argentina, una bomba de tiempo que una vez más acabara por hacer estallar el sistema. Y bien, un movimiento de regresión en tal sentido ha comenzado ostensiblemente a producirse con la victoria de Menem en la interna por la candidatura presidencial. En medio de reivindicaciones del movimiento, condenas de la ‘partidocracia’, reanudadas expresiones de solidaridad con el general Alfredo Stroessner y hasta esfuerzos por eludir una definición clara frente al drama chileno, reaparece en escena el ‘peronismo peronista’ que se festejó a sí mismo en el estadio de River.

«Peronismo peronista» había anunciado la voz del estadio cuando subió al escenario Juan Carlos Rousselot, quien fue recibido como un hermano por el gobernador Cafiero. Los ortodoxos calificaban a los renovadores como socialdemócratas, como si ello fuera una mala palabra. Pero más aún: como signo de ser extranjeros en el peronismo.

Recuerdo haber dicho más de una vez en notas periodísticas publicadas hace dos y hasta tres años, que la corriente renovadora carecía de destino si no se decidía a quebrar sus vínculos orgánicos con el extremo autoritario del peronismo. La entristecedora imagen que ofreció la otra noche el Sr. Cafiero en el estadio de River Plate parecería confirmar esta apreciación.

La tónica con la que redactaba Giussani era la del conjunto del periódico. Todos los que escribieron en él se manifestaron en desacuerdo con el candidato peronista y orientados a sostener al de la Unión Cívica Radical, Eduardo Angeloz, por considerarlo el reaseguro de continuidad del proyecto democrático de Raúl Alfonsín. Este último era una suerte de heredero de los postulados de Arturo Umberto Illia, a quien su sector dentro de la UCR y todos quienes habían hecho –desde la izquierda– una autocrítica, reivindicaban in toto.

Las extensas notas publicadas en El Ciudadano muestran tanto su adhesión al proyecto alfonsinista, como sus argumentos –fundados o no– sobre el predominio de fuerzas corporativas y autoritarias en el peronismo que hacían peligrar la continuidad democrática. Según Giussani, estas fuerzas estaban corporizadas por el político que terminó siendo el presidente de la Nación, Carlos S. Menem.

7. La incógnita de Menem

Un año después, en 1990, Giussani publica el libro Menem. Su lógica secreta por la editorial Sudamericana. En la introducción de esta obra se interrogaba sobre la racionalidad o no de Menem. El título del libro aludía a la existencia de una lógica oculta, una escondida unidad de sentido detrás de lo que el periodista interpretaba como un zigzagueo del entonces presidente, que pasó por el peronismo histórico, por el peronismo renovador, luego –otra vez– por el peronismo histórico, el seineldinismo, el nacionalismo económico, para terminar abrazando el liberalismo. Su pregunta apuntaba a lograr entender el sentido de la trayectoria sinuosa de Menem.

Este interrogante está en consonancia con varios escritos de la época, puesto que lograr entender a Menem fue el propósito de varios periodistas del momento. El libro pretende terciar en la polémica con una tesis que, por lo menos parcialmente, le daba la razón a la que sostenía que Menem encarnaba una línea que se había desviado de la doctrina peronista. En su lugar, Giussani proponía reflexionar y buscar las continuidades con aquella. Su objetivo era evidenciar que muchas orientaciones denunciadas como pruebas de la traición eran en realidad la muestra de la resignificación que el menemismo hacía del peronismo.

En este texto, el autor vuelve a revisar los distintos procesos de la historia argentina y señala que solo con el peronismo ingresa a la vida política argentina una concepción organicista de la sociedad. En esa concepción encuentra el principal punto de coincidencia entre todas las derechas totalitarias del mundo: en la convicción de que las comunidades humanas tienen por naturaleza la estructura de un organismo biológico con sus múltiples partes articuladas en una armónica relación de funcionalidad recíproca. Desde este punto de vista, todas las partes quedan subordinadas homogéneamente al destino del todo.

De esta manera va a oponer el organicismo a la democracia de partidos políticos, institucional y pluripartidista. Continuaba con los argumentos que ya había detallado en sus anteriores libros, donde señalaba que los partidos son entidades que por imperio de su propia naturaleza mantienen entre sí relaciones conflictivas, puesto que representan partes de la sociedad. En oposición, destacaba la visión del organicismo totalitario, que concibe una sociedad dividida en corporaciones, pero con la finalidad de conformar a partir de ello una sociedad sana, integrada y ajustada a su propia naturaleza.

Mientras que una sociedad dividida en partidos es vista como una sociedad enferma descarriada desviada de su destino ideal y encaminada a la desintegración, la democracia ve las cosas de otro modo. Para ella la sociedad es esencialmente conflictiva y solo porque lo es consigue evolucionar (Giussani, 1990, 32).

El autor dedicaba varios párrafos a intentar demostrar la relación existente entre el peronismo y el totalitarismo en tanto ambos aspiran a representar al pueblo y a la nacionalidad como uno. Ese era el punto de partida para responder al interrogante del libro sobre si Menem era (o no) un continuador de Perón. Así, trazaba un recorrido por la historia del presidente desde su militancia en los 70 a la conformación del peronismo renovador en 1984, que lo tuvo como uno de los principales referentes. En muchos pasajes del libro Giussani intentaba demostrar el carácter conservador del peronismo: cita discursos tanto de Perón como de otras figuras del movimiento, recupera planteos respecto del mantenimiento del orden, de la importancia de poder evitar las transformaciones abruptas del poder. En ese plano, Menem era un continuador de dicha tradición conservadora del peronismo, en la que se destaca fundamentalmente la política corporativa y su vínculo cercano con las fuerzas armadas.

Luego le dedicaba un capítulo al tema del Estado, donde repasaba en detalles las doctrinas de la época, sobre todo las vinculadas al neoliberalismo. Planteaba que el peronismo nació asignando magnitudes totalitarias al Estado y convirtiéndolo en objeto de una idolatría inscripta en la cultura del fascismo.

El alfonsinismo puede despedirse serenamente del Estado sin abandonarse al capitalismo salvaje y puede oponerse al orgasmo privatista del menemismo sin cifrar esta oposición en una reasunción del Estado. El abanico de sus opciones no está justado a la antinomia estado entrega (Giussani, 1990, 154).

En conclusión, el autor retomaba la pregunta inicial del libro: ¿cuál es la ubicación de Menem en la historia del peronismo?:

¿Tiene razón Alsogaray cuando lo considera extraño al peronismo y merecedor por ello de apoyo liberal? ¿Tiene razón el grupo de los 8 cuando lo considera un traidor al peronismo? ¿O tiene razón Menem cuando se declara practicante de un peronismo de alta escuela? Las consideraciones expuestas hasta aquí llevan a concluir que la razón se inclina a favor del riojano, por lo menos en un plano argumental (Giussani, 1990, 175).

Para apoyar su argumentación, Giussani indagaba en los discursos históricos de Perón. En ellos encontraba a un Perón pragmático que habría abandonado los posicionamientos estatistas ni bien fue derrocado en 1955. Según Giussani, el privatismo de Menem se enlazaba con aquel Perón privatista de 1954. Ese era el hilo de continuidad que el autor encontraba para comenzar a comprender al por entonces recién comenzado período menemista.

8. Palabras finales

En este escrito se ha puesto el foco en la exploración del abanico de influencias que reciben los intelectuales a lo largo de una trayectoria. Tales influencias son tanto la formación, capacitación y bagaje intelectual personal; la disposición a establecer relaciones de todo tipo con otros individuos o colectivos –que hace a cada personalidad–, como los hechos de la coyuntura histórica, la toma de decisiones propias y de los demás. Todo ello sustenta la afirmación de que las trayectorias demuestran que no hay nada teleológico en ellas, ni en la historia. La trayectoria de Pablo Giussani apoya esta afirmación.

Es por ello que comenzamos refiriéndonos brevemente a su militancia estudiantil y a su red de contactos políticos, que conocemos mejor por la bibliografía, a partir de la fundación de la revista Che. En este hecho debemos incluir sus afectos personales, dado que Che fue también un proyecto familiar junto a su pareja, Julia Constenla. Es posible que la revista haya sido encarada originalmente dentro de un proyecto de vida, en el que incluyeron a sus hijos. Esa experiencia solo duró dos años, entre 1960 y 1961. Este antecedente y su participación en el periódico Noticias –entre otros– hicieron que los Giussani–Constenla fueran amenazados de muerte, una experiencia de la que solo puede dar cuenta quien la padeció. Medir el impacto en el sentir de las personas es algo imposible, y solamente se pueden tener algunas pistas a partir de las decisiones que se toman. La familia comenzó el exilio en Italia, con el breve paso por los EE. UU. ya señalado. Si bien se vieron obligados a vivir en aquellas circunstancias, entraron a un espacio desconocido. Salieron de la provincia para conocer el mundo, y compartieron un cambio de perspectiva respecto del diagnóstico que hacían de la democracia burguesa y del supuesto fascismo que se escondía detrás de ella. Esa vivencia hizo que Giussani valuara positivamente a la democracia y reafirmara su posición contraria a los métodos violentos para llegar al poder. El contacto personal con el candidato de la UCR Raúl Alfonsín y su prédica democrática, contribuyó a la decisión del matrimonio de regresar a la Argentina. Una vez establecidos, la casa familiar Giussani–Constenla terminó siendo un lugar de sociabilidad al cual concurrían amigos, tanto del matrimonio como de sus hijos, vinculados a diferentes tendencias políticas.

La trayectoria personal de Giussani se engarzó con la militancia política y la profesión de periodista. Desde los años universitarios en adelante, sus contactos y amistades —Paco Urondo, Miguel Bonasso, José Aricó o Juan Carlos Portantiero, entre otros— fueron personalidades con quienes compartir, pero también con quienes confrontar su mirada de la realidad, como también las ideas. Ese amplio círculo de contactos y amistades compartía un punto de partida forjado en la militancia de izquierda de los años 60 y 70. Por lo mismo, había en ellos un denominador común: la experiencia cercana de los desengaños, las persecuciones políticas, las muertes, desapariciones y el exilio. Gran parte de los miembros de ese círculo compartieron varios emprendimientos, como el Club de Cultura Socialista y el Grupo Esmeralda, o participaron en medios gráficos como el diario La Razón matutina y el ambicioso –pero poco perdurable en el tiempo– periódico El Ciudadano. Todos ellos colaboraron con sus producciones al proyecto democrático alfonsinista hasta el punto de establecer a la democracia como un muro donde chocaba cualquier proyecto de índole autoritario. A ello se abocó como intelectual comprometido con una causa, a producir textos y difundirlos. Textos donde Giussani interpretaba la realidad según su propia selección de hechos del pasado histórico de la Argentina y de su propia historia.

Giussani fue uno de los intelectuales que a través de su pluma contribuyó personalmente a forjar aquella idea de la democracia como muro frente al autoritarismo. Consideramos que la coyuntura política de la transición, con sus levantamientos armados y su inestabilidad económica, entre otros eventos, influyó en el análisis que hizo, ya no solo del presente, sino también del pasado de la Argentina. Es así que la última dictadura, el autoritarismo y el corporativismo, eran materias para mirar el pasado e indagar de dónde venían esos males, cómo se habían originado, y quiénes eran los portadores. Todos tópicos que Giussani trabajó en sus notas periodísticas y en los libros que publicó.

Puede afirmarse, entonces, que al explorar la trayectoria de un intelectual como Giussani, es posible observar la multiplicidad de influencias que este recibe del entorno familiar, político, social, cultural, que van forjando sus maneras de pensar y de actuar, al tiempo que evoluciona conforme cambian las condiciones del contexto. Resulta evidente que el Giussani de los 60 no era el el de los 90. Él mismo nos dio la pista de su evolución al reflexionar sobre lo que pensaba con anterioridad a su exilio.

Hemos planteado un acercamiento a la trayectoria del autor y una mirada en profundidad de la principal etapa de su producción intelectual, con el regreso a la democracia en Argentina. Es importante remarcar la centralidad que tuvo en Giussani la cuestión del autoritarismo como nuevo común denominador de lo que debía ser la Argentina posdictadura. Esa perspectiva permitía incluir una serie de concepciones denominadas corporativas, facciosas, totalizantes, que el intelectual cuestionará a lo largo de toda su obra. Consideramos que este es un aporte para comprender la etapa posdictatorial; no obstante, queda aún una amplia agenda temática a profundizar en torno al debate intelectual y político de los años 80 y 90. ◊

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Notas

[1] Son los casos por ejemplo de Rogelio G. Lupo, Jacobo Timmerman, Horacio Verbistky (en el campo del periodismo) y Juan C. Portantiero, Emilio de Ípola, José Aricó (en el campo académico).
[2] Pablo Giussani nació en Oruro, Bolivia, en 1927. A los doce años se radicó en la Argentina. Estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires y desde los veintiséis años se dedicó al periodismo. Fue fundador y director de la revista Che a principios de los 60; redactor de la agencia Associated Press en Buenos Aires (1964-1973) y Nueva York (1977-1978); secretario de redacción del diario Noticias (1973-1974) y columnista político de La Opinión (1974-1976). Debió exiliarse en octubre de 1976. En Roma fue editor y luego jefe de redacción de la agencia Inter Press Service. Regresó al país en 1984, para hacerse cargo de una columna diaria en La Razón. Colaboró en el diario Tiempo Argentino y en las revistas Expreso, El Ciudadano, Humor y Noticias. En 1984 publicó el libro Montoneros. La soberbia armada; en 1986, Los días de Alfonsín; en 1987, ¿Por qué, doctor Alfonsín?; y en 1990, Menem, su lógica secreta. La última fecha que consigna el inconcluso Diario de mi muerte es el 30 de setiembre de 1991. Murió el 1 de octubre de ese año.

https://www.penguinlibros.com/ar/44586-pablo-giussani#:~:text=Fue%20fundador%20y%20director%20de,exiliarse%20en%20octubre%20de%201976.

[3] Rein (2008) mostró que personalidades tales como Juan Atilio Bramuglia y Ángel Borlenghi fueron importantes eslabones de enlace para movilizar a la clase obrera y para agudizar los énfasis sociales del peronismo. Asimismo, el coronel Domingo Mercante contribuyó a garantizar la posición de Perón, tanto en el seno del ejército como en los sindicatos; el industrial Miguel Miranda actuó en el marco de la nueva burguesía industrial nacional; mientras que José Figuerola trajo consigo de España un bagaje ideológico que fortalecía las tendencias nacionalistas y corporativistas en la doctrina justicialista.
[4] Desde el punto de vista disciplinario, en un panorama tan amplio podemos distinguir dos grandes perspectivas para su estudio: una proviene de la historiografía y la otra de la sociología. La que podríamos llamar historia de los intelectuales tiene como característica principal interesarse por los hombres de letras a partir de sus expresiones y manifestaciones públicas. Por otro lado, nos encontramos con la sociología de los intelectuales. Estos estudios destacan las redes de poder y tienden a explicar la producción de las ideas a través de mecanismos fuertemente dependientes de sus lugares de enunciación (Dosse, 2007, p. 99).
[5] El libro de Giussani (1984) junto con el de Juan Gasparini (1988) y el de Richard Gillespie (1987) fueron los primeros en poner en debate la cuestión de la guerrilla en la Argentina.
[6] Lucien Lévy-Brühl sostuvo una polémica con Durkheim acerca de la mentalidad del hombre primitivo y la naturaleza dual del hombre (Durkheim, 1914).
[7] Noticias se publicó entre el 19 de noviembre de 1973 y el 27 de agosto de 1974, meses durante los cuales Giussani comenzó a madurar su alejamiento de Montoneros. Sobre Noticias ver entre otras obras Esquivada, 2012; Rossi, 2022; Mingrone, 2013
[8] Para esta interpretación de Montoneros sobre la insistencia del Perón revolucionario cimentada durante décadas, es indispensable ver Sigal y Verón, 2003.
[9] El trabajo de la autora es muy destacable en este asunto del cambio de mirada del matrimonio. Analizó fuentes directas de mucha importancia como lo son el epistolario mantenido por los Giussani con su red durante el exilio. Por tal motivo resulta una lectura imprescindible para el tema.
[10] El juicio a las Juntas Militares comenzó el 22 de abril de 1985 y concluyó con la lectura de las sentencias el 9 de diciembre de 1985. Las duras sentencias y la posibilidad de enjuiciar a decenas de represores provocaron la reacción de numerosos miembros de las Fuerzas Armadas, quienes comenzarán a levantarse contra el gobierno democrático.
[11] El planteo de Alfonsín era que sobre la inmoralidad que significó la desaparición de personas no podía construirse la Democracia y de ahí la idea de llevar a juicio a las cúpulas militares. Pero esto no tenía un consenso absoluto. Amplios de sectores de la sociedad como una parte de la iglesia, gran parte del peronismo, los sectores conservadores aliados a la dictadura, y también, algunos sectores del Partido Radical, estaban en contra o eran renuentes a la realización de un nuevo juicio de Núremberg. (Ver Programa de Transferencia de resultados de Investigación, 2015)
[12] Sobre el discurso de la refundación democrática, ver De Ípola y Portantiero, 1988, p. 172.


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