Dossier temático
Recepción: 10 Marzo 2022
Aprobación: 13 Junio 2022
CÓMO CITAR: Franco López, V. (2022). Lo común. Una nueva mirada para la vivienda colectiva. A&P Continuidad, 9(16), doi: https://doi.org/10.35305/23626097v9i16.373
Resumen:
El presente trabajo se centra en el interés por el paradigma filosófico-político emergente de lo común como respuesta a las crisis sistémicas que atravesamos desde las últimas décadas en relación a múltiples esferas: ambiental, económica, social, política, etc., especialmente en las grandes ciudades.
En respuesta a estos desafíos, acentuados por la crisis sanitaria global del COVID-19, la hipótesis principal es que lo común puede permitirnos repensar la vivienda colectiva desde una nueva perspectiva, rompiendo la lógica binaria y jerárquica con la que entendemos el espacio. Se plantea que el proyecto de vivienda colectiva a partir de lo común podría permitir la repolitización del espacio doméstico y su adaptación a los desafíos contemporáneos, posibilitando configuraciones habitacionales capaces de albergar estructuras de convivencia diversas y una variedad de situaciones y actividades compartidas de calidad.
En este sentido, el interés del presente artículo reside principalmente en poder aportar una nueva mirada sobre la vivienda colectiva que sirva para generar nuevas preguntas y para ayudar a diseñar espacios domésticos de mayor calidad, con el objetivo de posibilitar una vida cotidiana más saludable y repolitizar el espacio doméstico en la esfera de la proximidad. Para ello, se presentan avances de investigación del laboratorio La Ciudad Común a partir de una metodología aplicada a treinta casos de estudio en Buenos Aires y Rosario, Argentina, entre 1880 y 2020.
Palabras clave: Común, vivienda colectiva, espacio doméstico, vida cotidiana, herramientas proyectuales.
Abstract:
This work is focused on the interest in the emerging philosophical-political paradigm of the common as a response to the systemic crises that we experienced during the last decades in relation to multiple spheres such as the environmental, economic, social, and political ones, especially in the big cities.
In response to these challenges which have been emphasized by the global health crisis of COVID-19, the main hypothesis is that the common can allow us to rethink collective housing from a new perspective that breaks down the binary and hierarchical logic through which we understand space. It is argued that the collective housing project based on the common could give raise to the repoliticization of the domestic space and its adaptation to contemporary challenges. This leads to housing configurations enabling both a diversity of coexistence structures and a variety of quality shared situations and activities.
In this sense, the interest of this article lies mainly in being able to provide a new perspective on collective housing that serves to not only generate new questions but also contribute to design higher quality domestic spaces. The aim is to allow for a healthier daily life and the repoliticization of the domestic space in the proximity sphere. To achieve this end, research advances of La Ciudad Común laboratory are introduced; they are based on a methodology applied to thirty case studies in Buenos Aires and Rosario, Argentina, between 1880 and 2020.
Keywords: commons, collective housing, domestic space, daily life, project tools.
Poner lo común en el centro del debate
A pesar de que sabemos que dependemos unas personas de otras para subsistir, en el mundo global fragmentado y en conflictos permanentes que habitamos, donde prima el individualismo y la competencia, Marina Garcés (2013) dice que uno de los grandes problemas que tenemos es que no sabemos entender la dimensión de lo nuestro; es decir, que entre el individuo y la sociedad no sabemos situar los vínculos, complicidades o alianzas en escalas intermedias.
En ese sentido, las viviendas colectivas, especialmente en las grandes ciudades, parecerían ser una escala pertinente para ensayar la dimensión de lo nuestro. En cambio, la gran parte de la población vive apilada, cuando no en condiciones de hacinamiento. Además, el espacio doméstico está enfrascado, aislado, relegado a la dimensión de lo privado, fuera de los ojos de lo público; o, como dice Rita Segato (2016), está despolitizado. Esto implica múltiples violencias y desigualdades, especialmente para mujeres y disidencias, a quienes la estructura social hegemónica ha vinculado con la esfera doméstica[1]. No se entiende el carácter colectivo inherente al hábitat, sino que se lo reduce a un tema personal, individual y privado. Por otro lado, el espacio público también está siendo cercenado cada día más y se vuelve un lugar hostil y peligroso, al mismo tiempo que se tiende a su privatización.
Además, el concepto de familia para el que se viene tradicionalmente diseñando la vivienda colectiva ya no responde a la totalidad de las estructuras de convivencia de la sociedad contemporánea. Incluso, ese modelo de familia tipo ideal que, de alguna manera, venía siendo el soporte para los cuidados colectivos, se desvanece frente a las nuevas dinámicas sociales y de convivencia actuales más abiertas y mutantes.
En cambio, la vivienda colectiva no ha sufrido demasiadas transformaciones en las últimas décadas. Su proyecto se resume mayoritariamente a una sumatoria de tipologías unidas entre sí por unos espacios comunes anodinos, usualmente no diseñados o con poca calidad, restringiéndolos a lo mínimo indispensable siguiendo las normativas y reglamentos, de modo residual. Este tipo de propuestas tiene a los monoambientes como su representación simbólica de la vivienda contemporánea.
En este contexto, durante el 2020, las medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio experimentadas a nivel mundial por el COVID-19 han tenido un impacto visible en las ciudades. Los espacios domésticos se transformaron en lugares de confinamiento desde donde mediar con el mundo exterior. La pandemia puso en evidencia que, para promover una vida cotidiana sana, resulta necesario pensar espacios domésticos diversos y adaptables, capaces de hacer frente a las necesidades de todas las personas y de albergar múltiples estructuras de convivencia y programas habitacionales, promoviendo la escala de proximidad. Para ello se deben poner de manera urgente los cuidados en el centro, haciendo foco en las tareas reproductivas y la transescalaridad entre los espacios domésticos más íntimos y las redes barriales de contención comunitaria.
Así, el paradigma filosófico-político de lo común, puesto en valor durante las últimas dos décadas especialmente a partir de los trabajos de Elinor Östrom (2000), Michael Hardt y Antonio Negri (2011), Marina Garcés (2013) y Christian Laval y Pierre Dardot (2015), se plantea como una nueva forma de enfrentarse al capitalismo desenfrenado y al comunismo estatal, incluso de plantear su superación. Lo común se presenta como una posibilidad frente a la idea de que no hay alternativa para transformar nuestras lógicas relacionales y organizativas (Laval y Dardot, 2015) y “nos empuja a ir más allá de lo que conocemos o, más bien, de lo que nos habían enseñado” (Gutiérrez Aguilar, 2018, p. 12).
El paradigma de lo común nos permite romper el sentido común que opera haciéndonos solo entender el mundo en términos binarios y jerárquicos, cosa que es urgente interpelar, puesto que, si existir es depender, pensar en una vida en común es pensar en el conjunto de relaciones que hacen posible la vida humana (Garcés, 2013). En este sentido, lo común se presenta como “una teoría del cambio […], donde lo comunitario aparece nombrando y provocando desplazamientos” (Gago, 2018, pp. 75-76). Esta perspectiva crítica, ecofeminista y comunitaria centrada en lo común, viene aceleradamente trabajando por poner los cuidados en el centro; es decir, la sostenibilidad y el mantenimiento cotidiano de la vida en su conjunto.
Hoy más que nunca se hace evidente la importancia de los espacios comunes para el desarrollo de una vida más saludable en los conjuntos de vivienda colectiva, siendo clave la puesta en valor de las experiencias previas desde lo local. Se plantea que los espacios comunes, como espacios intermedios y vinculares, serían aquellos capaces de poner en relación la escala de lo íntimo con la de lo comunitario y lo colectivo, permitiendo diferentes gradientes de transición y convivencia.
Por tanto, el diseño de los espacios comunes en la vivienda colectiva tendría un papel fundamental en la relación entre formas urbano-habitacionales y vida cotidiana, puesto que estos son el soporte para las relaciones de vecindad, que representan la primera escala de relaciones sociales más allá de lo íntimo (Franco López, 2019). Esto permitiría indagar acerca de nuestras identidades personales y colectivas y el espacio donde se desarrollan y vinculan, poniendo en el centro la vida comunitaria y los cuidados colectivos.
Casos de estudio: una muestra multidimensional
En este artículo se presenta parte de los avances de una investigación en curso[2] basada en el estudio de casos de vivienda colectiva en Buenos Aires y Rosario, que comprende desde 1880 hasta 2020, poniendo en relieve la construcción de lo común a través de 140 años de historia. Para ello se eligen treinta casos de estudio diversos de vivienda colectiva: quince casos de Buenos Aires y quince de Rosario.
Esta selección responde a un criterio de diversidad tipológica en relación a los paradigmas de cada época entorno a lo colectivo, las tipologías urbano-arquitectónicas, las escalas de agrupamientos y los modos de producción y gestión del hábitat, con el objetivo de generar conocimiento académico a partir de un repositorio de casos (Fig. 1) capaz de construir una matriz de datos y extraer herramientas proyectuales a partir de su análisis comparativo.
Para el recorte que representa este texto se eligen nueve casos entre los treinta estudiados a modo de ejemplo de la metodología implementada. Los casos que se muestran son los siguientes: Casa Colectiva Valentín Alsina (1919, Buenos Aires), Pasaje General Paz (1925, Buenos Aires), Casa Colectiva Los Andes (1928, Buenos Aires), Conjunto Nicolás Repetto (1955, Buenos Aires), Conjunto El Palomar (1958, Rosario), Edificio Credicoop (1970, Rosario), Edificio Mandel I (2012, Rosario), Cooperativa La Fábrica (2017, Buenos Aires) y Villa Olímpica UG1.01 (2020, Buenos Aires).
Dimensiones y categorías de lo común
Intentando aplicar el paradigma de lo común a la arquitectura, y con el objetivo de ayudar a la desnaturalización y resignificación del espacio doméstico, se plantea una metodología de análisis que se aplica a todos los casos y que comprende tres dimensiones: gradual, relacional y material.
La dimensión gradual sirve para entender el espacio a partir de gradientes, niveles o secuencias, rompiendo con la lógica binaria tradicional. Por otro lado, la dimensión relacional sirve para entender el espacio a partir de su potencia vincular. Por último, la dimensión material sirve para entender las cualidades físicas y sensoriales del espacio.
Cada una de estas dimensiones incluye tres categorías para estudiar lo común. Así, la gradual incluye infiltraciones, transiciones y niveles de convivencia; la relacional, proporciones, actividades y vínculos; y la material, articulaciones, mediaciones y escenarios. Este es un análisis proyectual; es decir, que permite reconocer lógicas proyectuales a partir de lo común. Esta misma propuesta conceptual sirve para realizar nuevos proyectos de vivienda colectiva a partir de las mismas variables como herramientas proyectuales.
Además, cada una de las categorías tiene una pieza gráfica para su mejor representación y una paleta gráfica asociada, cuestión que permite el reconocimiento rápido en la totalidad de los análisis y, al mismo tiempo, una mejor lectura de la investigación en su totalidad.
Dimensión gradual que supera lo binario
Infiltraciones más allá de lo público y lo privado
La presente investigación se centra en la vivienda colectiva como ámbito de estudio, pero es importante reconocer también la potencia de lo común en la escala urbana y, al mismo tiempo, esto permite entender mejor los casos elegidos en relación a su contexto urbano inmediato, fomentando la idea de que lo común nos ayuda a romper las lógicas binarias con las que entendemos el espacio, especialmente desde la relación público-privado con la que proyectamos la vivienda y la ciudad.
Por tanto, acá se visibilizan las infiltraciones de lo público en lo privado, como una nueva lectura urbana que no es reconocible a simple vista a partir de los mapas tradicionales, que hacen foco en la masa construida, separando abruptamente lo público de lo privado. Lo común aparece como una especie de infiltración entre ambas dimensiones.
Con este tipo de lectura se pueden reconocer otras lógicas y espacios, en principio, no aparentes, pero que se encuentran a través de la masa construida urbano-habitacional. Este tipo de espacios se reducen generalmente de manera exclusiva a halles de ingreso a los conjuntos, que siempre aparecen como infiltración mínima en la vivienda colectiva. Pero también podemos observar otras propuestas en las que lo común empieza a constituir lógicas proyectuales en relación a la ocupación del suelo y la morfología de los conjuntos. Las infiltraciones se dan a partir de espacios comunes, tales como zaguanes, halles, galerías, pasajes o patios. Estos espacios comunes permiten configurar prácticas de cohabitación más interesantes, puesto que fomentan experiencias domésticas de carácter más urbano.
Cabe destacar que estas piezas gráficas son especialmente interesantes cuando van acompañadas a un mapa de inserción urbana, permitiendo reconocer las diferencias marcadas en los casos de estudio en relación a su implantación (Fig. 2).
Transiciones más allá de lo urbano a lo doméstico
Interesa aquí estudiar cómo se transiciona de lo urbano a lo doméstico a partir de los espacios comunes en la inserción urbana; es decir, cómo es la relación en la planta baja con el entorno, ya que suele ser la planta más importante a nivel de lo común, donde se concentra la mayor cantidad de superficie destinada al uso de la comunidad. Además, la planta baja es la que vincula la calle con las unidades habitacionales o los núcleos verticales que dan acceso a las mismas en los diferentes niveles superiores. Así, se propone una mirada centrada en la transición en planta baja desde la calle al núcleo vertical, que es el elemento que concentra los flujos domésticos en el desarrollo en vertical de los conjuntos, siendo un elemento clave para el estudio de las transiciones entre lo urbano y lo doméstico. Esta mirada irá construyendo, al mismo tiempo, las lógicas de agrupamiento de los conjuntos.
Si entendemos a los núcleos verticales como aquellos elementos de la vivienda colectiva que permiten articular la planta baja con las unidades habitacionales situadas en el resto de niveles, serán aquellos lugares donde llegar en este recorrido de transiciones entre la calle y la vivienda. A partir de los núcleos se encuentran los que denominamos espacios comunes intrabloques, que se desarrollan alrededor del núcleo. Más allá de estos, podemos reconocer los que denominamos espacios comunes interbloques, que son los que se encuentran poniendo en relación los diferentes núcleos entre sí dentro de un espacio que delimita el conjunto. Además de estos encontramos los que denominamos extrabloques, que serían aquellos que, aún estando fuera de los límites del conjunto, representan una cesión al espacio público y un nivel de transición antes de la calle.
Un tema interesante también es reconocer los diferentes accesos, cuestión que va marcando el ritmo y la cantidad de transiciones. Al mismo tiempo, también se observa si existen o no unidades habitacionales en planta baja y si se accede a ellas desde la calle o desde espacios comunes interiores. Por otro lado, también se marcan los espacios destinados a servicios de carácter urbano, como equipamientos o locales comerciales. Esto ayuda a reconocer el nivel de urbanidad al que se destina la planta baja de los conjuntos.
Niveles de convivencia más allá de lo individual y lo masivo
La idea de gradación permite múltiples posibilidades para la arquitectura. La vinculación entre unidad, conjunto y barrio permitiría la creación de múltiples gradientes capaces de poner en relación la vida cotidiana, el tejido asociativo primario y la construcción de comunidad. Los espacios comunes, como espacios intermedios, serían aquellos capaces de poner en relación la escala de lo individual con lo masivo, permitiendo diferentes niveles de convivencia.
Los espacios que denominamos individuales son aquellos que están diseñados para el uso en simultáneo de una persona –o dos, pero con gran nivel de intimidad–. Corresponden con dormitorios, cocinas pequeñas y aisladas o baños. Los espacios que denominamos grupales son aquellos que comparten entre varias personas de la estructura de convivencia –a lo que llamamos grupo– dentro de la unidad habitacional. Corresponden con comedores, zonas de estar o patios. Más allá de las unidades habitacionales se encuentran los espacios comunes propiamente dichos. Entre ellos, por un lado, diferenciamos los que denominamos comunitarios, que corresponden con los espacios que usan, gestionan y mantienen entre varias estructuras de convivencia –a la que llamamos comunidad–, agrupadas alrededor de los núcleos verticales. Por otro lado, se pueden encontrar, especialmente en conjuntos de mayor escala, denominados espacios colectivos, que representan los que usan, gestionan y mantienen entre varias comunidades –a lo que llamamos colectivo–. Más allá de los espacios comunes dentro del conjunto se encuentran los espacios masivos, que muestran la superficie de la parcela cedida al espacio público y destinada a toda la sociedad en su conjunto.
Cabe mencionar que esta división de niveles de convivencia planteada es una manera un tanto reducida de entender estos diversos ámbitos. En realidad, pueden aparecer niveles intermedios entre estos planteados, que pueden enriquecer todavía más este estudio. La decisión tomada se debe a la posibilidad de sistematizar el análisis de casos.
Dimensión relacional que moldea lo próximo
Proporciones entre lo común y lo propio
La lectura de la variable de proporciones sirve como dato general para entender de manera rápida y clara cuál es la cantidad de ocupación y la proporción de los espacios comunes en los conjuntos estudiados. Para ello, se realiza un análisis donde se marca toda la cantidad de espacios comunes y propios por planta (Fig. 5). Acá se tienen en cuenta los espacios comunes, tanto abiertos como cerrados, interiores y exteriores, además de los núcleos verticales.
Los espacios propios son los que representan las unidades habitacionales. Entre los espacios comunes se hace una diferenciación. Por un lado, se marcan los comunes domésticos, que serían aquellos que se ubican dentro del límite del conjunto, en el ámbito de lo privado. Por otro lado, se marcan los comunes urbanos, que corresponden con los que se ubican fuera del límite del conjunto, en el ámbito de lo público, que fueron pensados dentro del proyecto integral urbano-habitacional y que presentan marcas que lo diferencian de la calle. Estos espacios aparecen usualmente en los casos promovidos por el Estado y de mayor escala.
Cabe destacar que la planta baja suele ser la más representativa de todas, puesto que es en ella donde se concentra la mayor cantidad de superficie de espacios comunes de los conjuntos. Además, por lo general, las plantas de las cubiertas suelen estar en desuso o infrautilizadas.
A partir de los resultados obtenidos podemos estimar que los casos más interesantes en cuanto al desarrollo de la vida comunitaria oscilan alrededor de entre el 20 y el 40% de espacios comunes domésticos frente a los espacios propios. Cabe destacar que cuando la superficie excede de esta proporción suele haber dificultades para su mantenimiento y, si es menor, suelen ser muy reducidas las condiciones para la interrelación a escala doméstica.
Actividades entre lo íntimo y lo compartido
Con esta variable de actividades se estudia la relación programática de los conjuntos en proximidad (Fig. 6), puesto que la vida cotidiana nos muestra un mundo subjetivo que es, a la vez, intersubjetivo, social y compartido (Pichón-Rivière y Quiroga, 1970). En este sentido, los espacios comunes sirven para poner la vida en el centro de las decisiones proyectuales, puesto que pueden impulsar dinámicas de cotidianidad en el conjunto y conllevar una mejora en la calidad de vida.
Por actividades diferenciamos, por un lado, los espacios cuidadores. Son aquellos que permiten el desarrollo de la vida en común, tanto de manera individual como colectiva, y donde se construyen las redes que permiten la resiliencia necesaria en momentos de máxima dificultad (Herrero, 2017). Comprenden espacios recreativos –aquellos que ofrecen situaciones para el esparcimiento, el deporte y el ocio– y reproductivos –aquellos que permiten tareas domésticas para el sostenimiento y la reproducción de la vida en comunidad, tales como el lavado y tendido de la ropa, el cuidado de les niñes, cocinar, comer o reunirse–. Por otro lado, estarían los espacios intercambiadores. Estos permiten el abastecimiento y la satisfacción de necesidades cotidianas en la proximidad. Entre estas actividades se destacan el abastecimiento de comida, de ropa, los bares y cafeterías, los locales destinados a la salud, la belleza o el deporte.
También encontramos espacios productivos –como talleres, oficinas, huertas o salas de estudio– y equipamientos y servicios como iglesias, bancos, sedes gubernamentales, etc.
Vínculos entre lo interior y lo exterior
Si entendemos que el espacio se construye a través de relaciones sociales (Palop, 2017), podemos reconocer la construcción relacional de nuestras identidades personales. En este sentido, los espacios comunes de las viviendas colectivas son aquellos en los que se da la primera conexión con lo público, más allá de lo íntimo, como primera escala de relaciones sociales. Así, para poner en discusión los casos analizados desde los vínculos que permiten a partir de sus formas y configuraciones, revisamos las posibles interacciones que se pueden propiciar en sus espacios comunes, donde las personas y animales pueden ejemplificar la capacidad de los casos para fomentar escenas cotidianas y donde se ponen en juego las relaciones vecinales.
Para ello, el corte perspectivado como pieza gráfica de análisis permite reconocer las relaciones espaciales interior-exterior que se producen en los conjuntos analizados (Fig. 7), invitando a “una reflexión sobre la pertinencia de mirar entre los lugares arquitectónicos que forman nuestro entorno construido para descubrir la arquitectura que los pone en relación” (Rodríguez Ramírez, 2016, p. 25). Gracias a este recurso gráfico se pone en evidencia la relación formal, visual y vincular que se da entre las diversas partes de los conjuntos, en umbrales –como balcones, terrazas, cubiertas, etc.–, en patios y en los diversos espacios de transición. Para ello, las visuales y los atravesamientos son claves.
Dimensión material que da forma a lo cotidiano
Articulaciones de componentes
Los espacios comunes son aquellos que permiten articular las diferentes áreas de la vivienda colectiva. Desde esta mirada a partir de las articulaciones de lo común, se propone analizar los espacios como circulatorios, distributivos y concentradores (Fig. 8).
Como espacios circulatorios entendemos a aquellos espacios que sirven mayoritariamente para desplazarse, para ir de un punto a otro del conjunto. De entre estos podemos diferenciar los circulatorios verticales, que serían escaleras, rampas y ascensores, y los horizontales, como las calles.
Por otro lado, los espacios distributivos serían aquellos que aseguran el intercambio de recorridos y ofrecen opciones de cruce que son claves para la articulación general del conjunto. Aquí se puede circular, pero también permanecer un tiempo relativo, ofreciendo la posibilidad de encuentros por su condición de distribución, pero sin ser su característica principal. Estos espacios de ubicación estratégica ponen en relación lo exterior con lo interior y son los espacios intercambiadores por excelencia del conjunto. Los diferenciamos entre puntuales –zaguanes, halles y palieres– y extensivos –galerías, pasajes, pasarelas y pasillos–.
Por último, los concentradores representan espacios de congregación de una cantidad significativa de personas, ofrecen el marco ideal para la permanencia de calidad y albergan las actividades colectivas que se pueden desarrollar en el conjunto. Estos espacios son de tamaño, proporción y ubicación diversas, pero suelen tener dimensiones amplias para que se desarrollen múltiples actividades, tales como el ocio, el deporte, los cuidados o las actividades productivas. También permiten las reuniones y los acontecimientos más significativos en la vida cotidiana, siendo los espacios adecuados para lo indeterminado o lo no programado (Juárez Chicote y Rodríguez Ramírez, 2014). Estos espacios los dividimos según su actividad en concentradores recreativos o destinados al ocio –plazas, patios, terrazas y azoteas–, reproductivos, intercambiadores y productivos. Cabe destacar que el diseño de estos espacios es clave para el buen funcionamiento de la vida en comunidad y muchas veces incluyen superficies verdes, mejorando las condiciones de confort y salud y fomentando la biodiversidad.
Mediaciones de límites
Entender al proyecto de vivienda a partir de niveles de convivencia lleva asociada la variable de mediaciones, puesto que esto permite el control de niveles de intimidad y sociabilidad gracias a la regulación de tamices de distintos materiales y opacidades.
En el interior de las unidades de convivencia también se buscan distintas relaciones espaciales versátiles y adaptables mediante límites regulables, capaces de responder a las distintas necesidades de sus habitantes, adaptándose a un gran grupo de personas o varios grupos pequeños.
El elemento representativo del límite en la arquitectura es la puerta. Sirve para protegernos, encerrarnos y separarnos. Como dice Georges Perec (1999, p. 64): “la puerta rompe el espacio, lo escinde, impide la ósmosis, impone los tabiques: por un lado, estoy yo y mi-casa, lo privado, lo doméstico […]; por otro lado, están los demás, el mundo, lo público, lo político”. En este sentido, la investigación proyectual sobre las mediaciones de lo común indaga acerca de los diferentes controles que se pueden realizar para garantizar diferentes niveles de intimidad y sociabilidad a partir del tratamiento de límites. Estos también representan filtros de regulación espacial, climática y visual.
Cabe mencionar que, aunque en general, los ambientes se suelen separar mediante muros opacos y se presentan pocos matices mediante tamices, reconocemos que la introducción de límites blandos a partir de tamices y mecanismos de transformación permite, por un lado, la amplitud espacial y el reconocimiento del conjunto en su totalidad en espacios de mayor o menor intimidad y, por otro lado, el reconocimiento del entorno, la interacción vecinal y el control comunitario. La mediación espacial es, pues, una variable importante a tener en cuenta a la hora de diseñar espacios seguros y de calidad y de generar diferentes grados de intimidad y de convivencia.
Escenarios de microsituaciones
Desde esta dimensión se analizan los escenarios que propician las situaciones domésticas que se dan en los conjuntos como forma de entender el espacio y performativizarlo, puesto que son “los verdaderos escenarios en los cuales se pone en juego la construcción socioespacial de las ciudades” (Lindón, 2009, p. 14). Al mismo tiempo, estas situaciones están interconectadas, porque los sujetos que están en un lugar están relacionados con otros sujetos, que de diferentes formas pueden influir en lo que ocurre ahí, cuestión que implica la necesidad de poner la mirada en los distintos ámbitos en los que se desarrolla la conducta (Vallejo Jiménez, 2013). Por este motivo, se eligen algunas situaciones a destacar y con las que están interconectadas, dependiendo del caso. Además, por un lado, se dibujan personas y animales realizando acciones cotidianas posibles como cuerpos performáticos; por el otro, los elementos potenciadores, que propician ciertas situaciones, tales como bancos, luminarias, vegetación, etc.
Esto plantea también seguir indagando en los soportes de lo doméstico a partir de lo común, haciendo hincapié en las formas urbano-arquitectónicas como esos escenarios que posibilitan una gran variedad de situaciones espontáneas, diversas, cambiantes e interactivas, donde la vida se desarrolla y donde se establecen las relaciones de vecindad y los vínculos en la proximidad. La arquitectura se convierte, así, en “el soporte de la acción espontánea, de la necesidad pura, de la emergencia de uso” (Sánchez Llorens y Rodríguez Ramírez, 2017, p. 5).
Para el análisis de situaciones se propone un corte axonométrico, puesto que da cuenta de los espacios en sus diferentes dimensiones y relaciones. Se detectan las situaciones más interesantes a estudiar, que se marcan a partir de recortes de mayor proximidad y detalle (Fig. 10). La mayor parte suceden en espacios abiertos, en las plantas bajas o terrazas, en las cubiertas, en las escaleras o en los espesores de fachadas y su relación en el exterior. El reconocimiento de las situaciones sirve, además, para destacar los puntos clave de los casos estudiados en relación a lo común y para poner en valor sus dimensiones más cualitativas y sensoriales. Además, el análisis de los elementos potenciadores de situaciones que aparecen en los casos sirve para identificar la calidad del diseño de los escenarios domésticos.
Recomendaciones para proyectar vivienda colectiva a partir de lo común
Las mismas categorías utilizadas para el análisis de casos pueden servir también como herramientas proyectuales para el diseño de viviendas colectivas a partir de una nueva perspectiva centrada en el paradigma de lo común. Así, se plantean nueve estrategias proyectuales para introducir la mirada de lo común a la vivienda colectiva y abrir el debate sobre nuevas posibilidades. Las siguientes estrategias son recomendaciones para tener en cuenta a la hora de pensar proyectos de vivienda colectiva. Pretenden ayudar, especialmente, a proyectar mejor y con mayor calidad los espacios comunes en la vivienda colectiva.
1. Dosificar las infiltraciones entre lo público y lo privado
Para introducir lo común en el proyecto de vivienda colectiva se debe tener en cuenta el tipo de infiltraciones entre lo público y lo privado. Esta decisión permite entender la lógica gradual que existe entre ambas dimensiones y se puede evaluar según su capacidad de suavizar ese binarismo. Las posibilidades de hacerlo son múltiples y determinan, en gran parte, tanto las formas urbano-habitacionales –su ubicación, tamaño, superficie y disposición– como la vida cotidiana que se desarrolle en el conjunto. Se sugiere, siempre que sea posible, plantear atravesamientos o esponjamientos en la parcela alrededor de los cuales se fomenta la convivencia.
2. Intermediar las transiciones entre lo urbano y lo doméstico
Se plantea que es importante pensar las transiciones entre lo urbano y lo doméstico, especialmente en la planta baja del conjunto. Proyectar intermediaciones entre ambas dimensiones permite asegurar un mayor control y regulación de flujos y actividades. En este sentido, los espacios comunes a diferentes niveles son cruciales a la hora de pensar los tipos de agrupamientos entre habitantes y sus lógicas de interrelación.
Otro tema importante a tener en cuenta es la accesibilidad, para que todas las personas puedan acceder, desplazarse, gozar y disfrutar de todos los espacios. Cabe resaltar la importancia de pensar el diseño de los espacios para albergar toda la diversidad de personas, estructuras de convivencia y grupos sociales, especialmente para las infancias y las personas mayores.
3. Graduar los niveles de convivencia
Se propone proyectar a partir de niveles de convivencia, que representan gradientes de transición entre lo individual y lo masivo. La vida doméstica no se tiene que dar solamente en espacios de carácter privativo dentro de la unidad habitacional, sino que también puede contemplar escenarios comunitarios a diferentes niveles, que permitan enriquecer la cotidianidad a través de graduar la cantidad de personas que conviven en ciertos ámbitos del conjunto, gestionándolos y manteniéndolos. Esto es sumamente importante para potenciar un buen nivel de apropiación de los espacios comunes, para que tengan un uso rico de encuentros e intercambios.
4. Equilibrar las proporciones entre espacios comunes y propios
Se plantea proyectar buscando un equilibrio proporcional y relacional de los espacios comunes y propios en los conjuntos habitacionales. Se debe tener en cuenta la relación entre las dimensiones del espacio y la escala del grupo social que lo usa y gestiona en la cotidianidad. También es importante pensar en la cantidad, ubicación y porcentaje en las diferentes plantas del proyecto. Tender a una distribución equitativa en altura es un aspecto importante para fomentar un uso intensivo de los espacios comunes, especialmente en edificios en altura que superan los cuatro niveles.
5. Diversificar las actividades domésticas más allá de la unidad
Desde las actividades domésticas el proyecto de vivienda colectiva debe pensar espacios de uso común equipados y que fomenten su apropiación, tanto interiores como exteriores. Para ello, se debe introducir programas diversos, tanto habitacionales, como de ocio, reproductivos y productivos y prever diversos tipos y cualidades de espacios comunes. Es importante tener en cuenta la habilitación de las cubiertas para usos comunitarios vecinales, evitando espacios residuales y sin uso.
6. Calibrar los vínculos en la proximidad
Cabe destacar la importancia del pensamiento sobre los cuidados y la vida cotidiana en el proyecto de vivienda colectiva. Se trata de facilitar las prácticas sociales a partir de poner a disposición y calibrar espacios donde se pueda dar el encuentro y los vínculos cotidianos que tejen las redes de cuidados en la proximidad. Para ello, diseñar espacios de calidad tipo umbrales entre interior y exterior, desde donde se puedan dar ámbitos exteriores vinculados a la posibilidad de tener visuales hacia el conjunto, es importante para fomentar una vida doméstica de calidad.
7. Distribuir las articulaciones para el encuentro
Se propone proyectar incluyendo articulaciones múltiples y seguras, para fomentar la secuencialidad, la continuidad de uso y la riqueza de las situaciones esporádicas e impredecibles. Además, es clave pensar recorridos y espacios transicionales de calidad.
También es importante la incorporación de la vegetación en el proyecto de vivienda colectiva, especialmente en los espacios concentradores, que suelen ser los espacios comunes de mayor dimensión. Esto sirve para cualificar los ambientes y fomentar una vida saludable y la biodiversidad.
Entender los componentes de lo común que se van a utilizar en el proyecto y diseñarlos puede ser relevante, puesto que estos representan los soportes de la vida comunitaria.
8. Regular las mediaciones entre espacios
Se plantea la importancia de la regulación de niveles de intimidad, control visual y confort en el proyecto de vivienda colectiva. Es necesario pensar cuáles son las divisiones entre los espacios y cuáles son las relaciones que se pueden dar entre ellos. Se propone pensar niveles de permeabilidad y aislación, así como niveles de transparencia, opacidad y tamices. Además, deben contemplarse los mecanismos tecnológicos necesarios para los diferentes tipos de accionamientos y desplazamientos.
También es importante trabajar sobre la ambigüedad de los espacios para permitir la flexibilidad de uso y tamaño en el tiempo. Esto significa diseñar espacios que puedan transformarse y adaptarse a diversos requerimientos y circunstancias, así como contemplar la multiplicidad y simultaneidad de usos.
9. Cualificar los escenarios para el fomento de microsituaciones
Para el fomento de una vida cotidiana saludable resulta imprescindible cualificar los escenarios domésticos. Para ello, el diseño arquitectónico debe incluir elementos propiciadores de microsituaciones domésticas, como bancos, árboles o fuentes. También se recomienda ofrecer espacios comunes de calidad para el desarrollo del deporte y las prácticas sociales de ocio.
La incorporación de la vegetación es otro tema importante a destacar para dotar de calidad a estos espacios, sin olvidar la atención al asoleamiento y las sombras arrojadas tanto de los volúmenes construidos como de los árboles proyectados, pensando en las diferentes estaciones del año y los diferentes momentos del día.
La búsqueda de una buena apropiación de los espacios comunes por parte de los habitantes del conjunto a través de un diseño que tenga en cuenta variables sensoriales más cualitativas es de suma relevancia para el fomento de una vida cotidiana doméstica de calidad.
Agradecimientos
Las imágenes de los análisis de casos utilizados son fruto del Laboratorio La Ciudad Común, que articula el PIT La Ciudad Común en la FADU-UBA y la optativa Común-tecturas y el PID Lo(s) Común(es) como alternativa para la cohabitación en la FAPyD-UNR, con financiamiento de la Universidad Nacional de Rosario.
Referencias bibliográficas
Franco López, V. (2019). Lo(s) común(es) en arquitectura. Más allá de lo público y lo privado. A&P Continuidad 6(10), 46-53.
Gago, V. (2018). Neo-comunidad: circuitos clandestinos, explotación y resistencias. En C. Vega Solís, R. Martínez Buján y M. Paredes Chauca (Eds.). Cuidado, comunidad y común. Experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida. Madrid, España: Traficantes de Sueños.
Garcés, M. (2013). Un mundo común. Barcelona, España: Edicions Bellaterra.
Gutiérrez Aguilar, R. (2018). Prefacio. En C. Vega Solís, R. Martínez Buján y M. Paredes Chauca (Eds.). Cuidado, comunidad y común. Experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida. Madrid, España: Traficantes de Sueños.
Hardt, M. y Negri, A. (2011). Commonwealth. El proyecto de una revolución del común. Madrid, España: Editorial Akal.
Herrero, Y. (2017). Cooperar y cuidar de lo común para sobrevivir. En A.A.V.V. Rebeldías en común. Sobre comunales, nuevos comunes y economías cooperativas. Madrid, España: Libros en Acción.
Juárez Chicote, A. y Rodríguez Ramírez, F. (2014). El espacio intermedio y los orígenes del Team X. Proyecto, progreso, arquitectura, 11. Recuperado de https:/www.redalyc.org/articulo.oa?id=5176/517651580005.
Laval, C. y Dardot, P. (2015). Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI. Barcelona, España: Gedisa.
Lindón, A. (2009). La construcción socioespacial de la ciudad: el sujeto cuerpo y el sujeto sentimiento. Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad, 1, 6-20.
Östrom, E. (2000). El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva. Ciudad de México, México: Editorial UNAM.
Palop, M. E. (2017). Releer los derechos humanos en el espacio de lo común. En AAVV: Rebeldías en común. Sobre comunales, nuevos comunes y economías cooperativas. Madrid, España: Libros en Acción.
Perec, G. (1999). Especies de espacios. Barcelona: Editorial Literatura y Ciencia (Trabajo original de 1974).
Pichón-Rivière, E. y Quiroga, A. P. de (1970). Psicología de la vida cotidiana. Buenos Aires, Argentina: Editorial Nueva Visión.
Rodríguez Ramírez, F. (2016). Un entendimiento infraestructural del proyecto. Buenos Aires, Argentina: Editorial Diseño.
Sánchez Llorens, M. y Rodríguez Ramírez, F. (2017). Emergencia creativa: construyamos soportes. Recuperado de https:/www.academia.edu/35002004/Construyamos_Soportes.
Segato, R. L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid, España: Traficantes de Sueños.
Vallejo Jiménez, F. (2013). “Teoría de los ámbitos”. Revista de psicoanálisis y psicología social, 3.
Notas
Notas de autor
ORCID: 0000-0003-2557-0184
victorfrancolopez@gmail.com
Información adicional
CÓMO
CITAR: Franco
López, V. (2022). Lo común. Una nueva mirada para la vivienda colectiva. A&P
Continuidad, 9(16), doi: https://doi.org/10.35305/23626097v9i16.373
Enlace alternativo
https://www.ayp.fapyd.unr.edu.ar/index.php/ayp/article/view/373 (html)