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Recepción: 24 Febrero 2022
Aprobación: 27 Abril 2022
Resumen: Este trabajo sitúa la mirada en los fenómenos sociales y políticos contemporáneos en los que la dimensión comunicacional y afectiva cobran un rol fundamental que lejos de tener un carácter representacional implican una parte constitutiva en los procesos de interpelación y construcción de las identidades políticas. Las dimensiones comunicacionales y afectivas son centrales a la hora de la construcción de vínculos, y la postulación de principios explicativos que fundan y legitiman una visión del mundo. Cambiemos ha desplegado la puesta en funcionamiento de una singular economía afectiva que creemos ha inaugurado novedosas formas de interpelación en la comunicación política argentina. Así, proponemos indagar, desde la perspectiva del giro afectivo en su línea crítica (Ahmed, 2015, 2019), en la dimensión emocional de la comunicación política de Cambiemos que se materializó en ciertos fragmentos discursivos de circulación pública mediatizada. En este sentido, este trabajo presenta un análisis sobre la economía afectiva y discursiva que desplegó la identidad política de Cambiemos.
Palabras clave: Cambiemos, felicidad, comunicación política, giro afectivo.
Abstract:
AFFECTS IN POLITICAL COMMUNICATION: SINGULAR MODALITIES OF NEOLIBERAL HAPPINESS.
This research focuses on the current social and political phenomena in which the communicational and affective aspects play a fundamental role that, far from having a representational character, entail a constitutive part in the interpellation and formation of political identities. The communicational and affective aspects are central to the construction of interpellations and to the postulation of explanatory principles that found and legitimize a view of the world. Cambiemos has deployed the implementation of a singular affective economy that we believe has created new forms of interpellation in Argentine political communication. Thus, we propose to research from the affective turn´s critical approach (Ahmed, 2015, 2019) into the emotional aspect of Cambiemos political communication that materialized in certain discursive fragments of public circulation which were mediatized. Hence, we propose an analysis of the affective and discursive economy that Cambiemos´ political identity deployed.
Keywords: Cambiemos, Happiness, Political Communication, Affective Turn.
INTRODUCCIÓN
Existen ciertos acontecimientos que marcan hitos, que signan los tiempos que vienen y que de algún modo estructuran, al menos parcialmente, un campo político y social. En el caso argentino el acceso al poder de Cambiemos en 2015 modificó significativamente el rumbo de la sociedad argentina. Se trata de una alianza que logró por un lado acceder a la gestión del Estado mediante una construcción de capital electoral por fuera de los partidos tradicionales (peronismo y radicalismo) y, al menos discursivamente, por fuera de los clivajes ideológicos clásicos (izquierda/derecha) que signaron buena parte de nuestra historia en sus modos de construcción identitaria. Por otro lado, pese a la profunda crisis en la que se vio sumida la Argentina durante su gestión, es una identidad que logró reconstruirse (luego de la derrota de 2019) como opción electoral de cara al 2023, capitalizando buena parte del descontento, las frustraciones y las faltas de una sociedad que intenta superar el asedio de la pandemia.
Se puede pensar que Cambiemos inauguró lo que sería después una presencia contundente de las vertientes de derecha en la democracia argentina. La Alianza Cambiemos, a nivel partidario, surgió en el año 2015 y estuvo compuesta por la Coalición Cívica, la Unión Cívica Radical (UCR) y Propuesta Republicana (PRO). Esto le permitió superar su alcance antes limitado a la CABA hasta llegar al escenario nacional. Desde la constitución misma del PRO, esta estrategia se logró unificando en torno a la figura de su líder fracciones de otros partidos, así como profesionales con escasa experiencia política, provenientes del mundo de los negocios, las ONG y los think tanks (Morresi y Vommaro, 2015, p. 29).
Una vez llegado al poder, Cambiemos inauguró un ciclo de valorización financiera del capital, transferencias de recursos a los sectores más concentrados, reducción del empleo público y privado, alto endeudamiento y una promoción del ajuste del gasto público, lo que provocó a su vez situaciones de precarización social y económica. En las elecciones legislativas de año 2017 se impuso en 13 de los 24 distritos del país y obtuvo casi el 42% de los votos a nivel nacional, superando a la segunda fuerza, el kirchnerismo.
Como señalan Biglieri y Perelló (2018), este “retorno neoliberal” no se presentó como un mero acuerdo partidario sino como un entramado complejo que contó con el apoyo del establishment financiero, grandes corporaciones económicas, organizaciones rurales, ONG, fundaciones y el apoyo de medios de comunicación centrales (Clarín, La Nación, etc). De este ensamble surge una nueva razón gubernamental y se presenta como “mandato de extensión de la forma empresa a cada ámbito de la vida, como extensión de la racionalidad económica” (Sztulwark, 2019, p. 50), promoviendo una nueva forma de gobierno emocional en el que la felicidad aparece como una guía orientativa de la experiencia de lo existente (Ahmed, 2019, p. 16).
Los estudios desde el campo de las ciencias políticas, así como los análisis discursivos y comunicacionales han asociado a esta identidad a los imaginarios del mérito, los mundos empresariales y a las formas joviales y lúdicas de hacer política en marcos de estrategias comunicacionales y discursivas individualizantes asociadas a las emociones alegres.
Cambiemos ha desplegado un singular funcionamiento afectivo y comunicativo que creemos ha inaugurado novedosas formas de interpelación en la comunicación política argentina. Así, proponemos indagar, desde la perspectiva del giro afectivo en su línea crítica Ahmed (2015, 2019) y Berlant (2020), en la dimensión emocional de la comunicación política de Cambiemos que se materializó en ciertos fragmentos discursivos de circulación pública mediatizada.
Postulamos en este trabajo, en lo que respecta a los fenómenos sociales y políticos contemporáneos que la dimensión comunicacional y afectiva cobran un rol fundamental que lejos de tener un carácter representacional implican una dimensión constitutiva en los procesos de interpelación y construcción de las identidades políticas. Las dimensiones comunicacionales y afectivas son centrales a la hora de la construcción de interpelaciones, y la postulación de principios explicativos que fundan y legitiman una visión del mundo a la vez que constituyen sus fronteras antagónicas.
Así, desde la perspectiva de las teorías del giro afectivo en su línea crítica en la que se inscriben, por ejemplo, autoras como Ahmed (2015, 2019) y Berlant (2020), esta indagación tiene como propósito analizar a la identidad política de Cambiemos como una encarnación singular de la felicidad neoliberal. Postulamos que en esta economía afectiva la promesa de felicidad está asociada a un vivir mejor que implica como reverso una lógica sacrificial (Brown, 2016). Se trata del intento de poner en juego un espíritu deconstructivo que tiene como propósito reflexionar sobre la felicidad en relación a las performances, narrativas y visiones del mundo de una política neoliberal en el caso argentino.
Postulamos en este trabajo que el despliegue de esta economía afectiva y moral implica por un lado la postulación de una cercanía afectiva que opera en la dilución de lo colectivo vía la individualización de los contactos, como es el caso de los timbreos, y en los que se visibilizan modos de ser y estar juntos movilizados por las emociones alegres y significadas como positivas [2]. Además, en esta economía afectiva se trama una lógica en la que la promesa de felicidad asociada a la idea de vivir mejor es posible a partir del mérito y el esfuerzo propios lo que coloca al individuo en el centro de la escena soportando las cargas tanto del éxito posible como del fracaso amenazante resignificando la idea misma de desigualdad social.
Nos proponemos indagar en los significados e implicancias sociales de la puesta en juego del amor, la felicidad, la alegría, el optimismo y la esperanza como performativos de una visión del mundo en el caso de Cambiemos. Desde este lugar nos preguntamos: ¿qué postula el lenguaje de la felicidad neoliberal? ¿a qué objetos, ideas y cuerpos se adhiere/asocia la idea de lo feliz y cómo opera a la hora de performar una visión del mundo en ciertas escenas de la comunicación política?
UNA MIRADA SOBRE EL GIRO AFECTIVO
Proponemos trabajar desde una perspectiva que se basa en el giro afectivo como un movimiento intelectual que nos permite aproximarnos a los fenómenos sociales en la construcción de la vida pública y política. El denominado “giro afectivo” se produjo en el marco del desenvolvimiento de las teorías de género, las teorías queer y feministas en las últimas décadas. Sus antecedentes encuentran alcances en estudios desde la década de los 80. Tal como sostiene Macón (2013) los aportes de esta perspectiva que surgieron en relación estrecha con las teorías de género a su vez han nutrido y complejizado los debates en el campo de la filosofía política y la teoría social extendiendo su potencia analítica.
En la mirada de Cuello, el gesto de este movimiento intelectual es indagar en relación a cómo operan las emociones en la construcción, sostenimiento y reproducción de las relaciones de poder (Cuello en Ahmed, 2019). Como sostiene el autor, estos trabajos críticos desde los feminismos hasta las teorías queer han nutrido al “giro afectivo” cuestionado no sólo las jerarquías morales y distinciones dicotómicas en relación a pensar las emociones como “buenas o malas, productivas e improductivas, revolucionarias o conservadoras” sino a su vez problematizaron dualismos previos y profundos “mente/cuerpo; público/privado” (Cuello en Ahmed, 2019 p.12) a los que se pueden sumar dimensiones como “interior/exterior; acción/pasión”; “pasivo/activo”. Para ello el desafío intelectual implicó deconstruir “las jerarquías epistemológicas que organizan la dicotomía entre emociones y razón, revirtiendo la desvalorización de los afectos entendidos como meros estados psicológicos” (Idem, p. 13).
En el devenir de las teorías de los afectos como un campo emergente, existen vertientes heterogéneas, teorías y métodos diversos. Aun así, existe cierto acuerdo en relación a lo que puede ser pensado como una línea que tiene como origen a Brian Massumi que postula a lo afectivo vinculado a la autenticidad, como una instancia innombrada y no consciente de la experiencia corporal que sería vital para el análisis de la política y que “intenta asociar la dimensión afectiva a una instancia con potencialidad revolucionaria” (Macon, 2013, p. 13). Esta mirada, como señalan Lara y Domínguez (2013), tiene que ver con un interés sobre lo afectivo “como fenómeno corpóreo, pre-consciente y pre-individual” que establece una crítica hacia las perspectivas discursivas postulando la autonomía de los afectos respecto de los discursos (p.103).
Por otra parte, existe una segunda línea a la que Macón 013) ha denominado “ironista o crítica”, a la que adscribimos en este trabajo, identificada en buena medida con autoras como Ahmed y Berlant que se aleja de la idea de una suerte de autenticidad de los afectos, su potencial emancipatorio (p.19) y su carácter pre-lingüístico. Ningún afecto sería opresor o emancipador a priori por fuera de su funcionamiento en una economía afectiva especifica ni se encuentra deslindado de una investidura significante. En esta mirada, las emociones son sociales y culturales (Ahmed, 2015) y permiten performar lazos entre cuerpos, valores, objetos, ideales. En la línea de la autora, es a través de los efectos que se producen en la circulación de las emociones que lo individual y lo social, el afuera y el adentro, pueden ser delimitados. En esta dinámica, como afirma Macón (2013), la discusión sobre la materialidad, la performatividad, la postulación de la inestabilidad de las identidades, y el gesto deconstructivo en torno a los binarismos será central en la construcción de las relaciones sociales y políticas.
En la llamada línea crítica de los afectos es posible sostener que las emociones no favorecen por sí mismas una dominación ni tampoco una emancipación. Esto implica que no habría en la dimensión afectiva una garantía liberadora y se ha trabajado en demostrar el modo en que ciertos afectos cohesionan narrativas discriminatorias y excluyentes. Se pone en cuestión, por ejemplo, el modo en que ciertos afectos contribuyen al establecimiento de lazos de sometimiento o crueldad, cómo funcionan los apegos como es el caso de Berlant (2020), los modos en los que puede pensarse una política de las emociones en la mirada de Ahmed (2015) y cómo esta indagación puede reconstruir una economía de la felicidad y las figuras que aparecen desplazadas de ésta para hacer espacio a otros modos de ser/estar/sentir el mundo (Ahmed, 2019).
Así, en ciertos casos, el estudio sobre afectos específicos en las narrativas de la felicidad, el amor, el optimismo operan en la construcción de lazos que no necesariamente son emancipadores sino más bien implican otro tipo de lógicas de sujeción. Entonces, siguiendo a Ahmed (2015, 2019) emerge la pregunta: ¿cómo son los modos de funcionamiento, producción y circulación de lo sensible social? En esta línea adscribimos a la mirada de la autora cuando produce un desplazamiento que implica dejar de lado la indagación sobre “qué son” las emociones para focalizar en “qué hacen” lo que implica atender a los efectos que se generan en su circulación performando cuerpos, relaciones, apegos, modos de hacer/sentir al mundo. Tal como señala Cuello, Ahmed centra su atención en las “economías afectivas” y en el “tráfico emocional que regula la relación con nuestro entorno” (Cuello en Ahmed, 2019 p. 14) dando cuenta de los modos en que operan las emociones en tanto políticas culturales. A tratar de dar cuenta del despliegue de cierta economía afectiva y discursiva en escenas de la comunicación política reciente se aventura este trabajo.
Por otra parte, existe una segunda línea a la que Macón (2015) ha denominado “ironista o crítica”, a la que adscribimos en este trabajo, identificada en buena medida con autoras como Ahmed y Berlant que se aleja de la idea de una suerte de autenticidad de los afectos, su potencial emancipatorio (p.19) y su carácter pre-lingüístico. Ningún afecto sería opresor o emancipador a priori por fuera de su funcionamiento en una economía afectiva especifica ni se encuentra deslindado de una investidura significante. En esta mirada, las emociones son sociales y culturales (Ahmed, 2015) y permiten performar lazos entre cuerpos, valores, objetos, ideales. En la línea de la autora, es a través de los efectos que se producen en la circulación de las emociones que lo individual y lo social, el afuera y el adentro, pueden ser delimitados. En esta dinámica, como afirma Macón (2013), la discusión sobre la materialidad, la performatividad, la postulación de la inestabilidad de las identidades, y el gesto deconstructivo en torno a los binarismos será central en la construcción de las relaciones sociales y políticas.
En la llamada línea crítica de los afectos es posible sostener que las emociones no favorecen por sí mismas una dominación ni tampoco una emancipación. Esto implica que no habría en la dimensión afectiva una garantía liberadora y se ha trabajado en demostrar el modo en que ciertos afectos cohesionan narrativas discriminatorias y excluyentes. Se pone en cuestión, por ejemplo, el modo en que ciertos afectos contribuyen al establecimiento de lazos de sometimiento o crueldad, cómo funcionan los apegos como es el caso de Berlant (2020), los modos en los que puede pensarse una política de las emociones en la mirada de Ahmed (2015) y cómo esta indagación puede reconstruir una economía de la felicidad y las figuras que aparecen desplazadas de ésta para hacer espacio a otros modos de ser/estar/sentir el mundo (Ahmed, 2019).
Así, en ciertos casos, el estudio sobre afectos específicos en las narrativas de la felicidad, el amor, el optimismo operan en la construcción de lazos que no necesariamente son emancipadores sino más bien implican otro tipo de lógicas de sujeción. Entonces, siguiendo a Ahmed (2015, 2019) emerge la pregunta: ¿cómo son los modos de funcionamiento, producción y circulación de lo sensible social? En esta línea adscribimos a la mirada de la autora cuando produce un desplazamiento que implica dejar de lado la indagación sobre “qué son” las emociones para focalizar en “qué hacen” lo que implica atender a los efectos que se generan en su circulación performando cuerpos, relaciones, apegos, modos de hacer/sentir al mundo. Tal como señala Cuello, Ahmed centra su atención en las “economías afectivas” y en el “tráfico emocional que regula la relación con nuestro entorno” (Cuello en Ahmed, 2019 p. 14) dando cuenta de los modos en que operan las emociones en tanto políticas culturales. A tratar de dar cuenta del despliegue de cierta economía afectiva y discursiva en escenas de la comunicación política reciente se aventura este trabajo.
LA FELICIDAD COMO IMPERATIVO
Ahmed sostiene que pareciera haber un consenso en torno a que la felicidad es un objeto de deseo, un punto de llegada, un propósito hacia el que todos los seres humanos tenemos inclinación. La autora se pregunta “¿Participamos de ese consenso? Y en tal caso ¿Qué estamos consintiendo con ello?” (2019, p.21). Pareciera que la felicidad se configura como una suerte de imperativo indiscutido, como deber aspiracional, como condición de bienestar de las sociedades.
La felicidad pareciera ser un asunto público que tiene incluso sus días de festejo como es el caso de Naciones Unidas que desde 2013 establece el “Día Internacional de la Felicidad como reconocimiento del importante papel que desempeña la misma en la vida de las personas de todo el mundo” [3]. Existen informes e índices de medición y localización de la felicidad por países generando una arquitectura y repertorio emocional mundial que establece rankings, comparación por países, escalas de felicidad que configuran una suerte de mapeo afectivo mundial.
El “giro hacia la felicidad” que señala Ahmed está nutrido por la cultura terapéutica, los discursos de autoayuda, la psicología positiva, libros sobre ciencia de la felicidad como algo que se produce y consume bajo la lógica del capital (2019, p.24). La autora recorre el modo en que la ciencia de la felicidad y la economía política comparten, cruzan recorridos y esos cruces devienen en ideas como la felicidad asociada al progreso, a lo bueno. Parte significativa de las ciencias de la felicidad conciben a las emociones como transparentes y como cimientos de la vida moral generando un modelo de subjetividad que distingue entre emociones buenas y malas. Y yendo más lejos aún la felicidad podría medirse generando ciertos índices, indicadores y localizaciones de lo feliz (2019, p.28).
Si la felicidad es una cuestión y una forma política y a la vez un deseo cabe preguntarse qué exige aspirar a ese deseo e identificarse con una economía afectiva, moral y discursiva. En este punto cabe detenerse en esta noción. Una economía afectiva implica, en términos de Ahmed (2015), una lógica relacional de diferencia y desplazamiento. Las emociones se mueven mediante asociaciones que vinculan objetos, signos, figuras y trabajan en la orientación de algunos sujetos con o contra otros y en su circulación producen una serie de relaciones sociales. En una economía afectiva, sostiene la autora, las emociones no residen positivamente en los sujetos ni objetos. Más bien una dimensión central a la hora de pensar cómo trabajan las emociones es la noción de circulación, ya que es en ese movimiento/desplazamiento que se va delineando lo individual y lo colectivo, lo psíquico y lo social.
Así, las emociones operan “como una forma de capital: el afecto no reside positivamente en el signo o mercancía, sino que se produce como efecto de su circulación…” (Ahmed, 2015, p.81). Es en ese despliegue que “la acumulación de valores afectivos da forma las superficies de los cuerpos y de los mundos” (2004, p.121) [4]. Tal como sostiene Cuello, una economía afectiva designa al “tráfico emocional” que regula nuestra relación con el entorno. En este sentido un análisis sobre los afectos no es otra cosa que “dar cuenta del funcionamiento de las emociones como políticas culturales geopolíticamente situadas” (Cuello en Ahmed, 2019 p. 15).
Tratamos de sostener, en la línea de la autora, cómo en su circulación la idea misma de felicidad aparece asociada al progreso y constituye aquello que aparece como lo bueno para una comunidad, (lo que implica considerar cómo cierta circulación afectiva se trama con valores morales). Por otra parte, la felicidad en este caso asume la modalidad narrativa de la promesa y el modo en el que se configura en la discursividad de Cambiemos está asociada a un vivir mejor siempre diferido al futuro.
En este sentido es que hablamos de una economía afectiva de la felicidad, que se trama con la dimensión discursiva (en la medida en que se materializa en ciertas narrativas) y se vincula de un modo singular con valores morales significados como positivos (lo bueno, lo honrado) que delimitan un “nosotros” (asociado a lo positivo y lo correcto) y en ese mismo movimiento designan la forma y el lugar del “otro”. La figura de los “otros” habilitará la existencia de los que no adscriben a los mismos valores, ni participan de este modo de sentir el mundo pero que habitan los contornos de esta identidad como aquello siempre susceptible de ser impugnado. Esta es la economía afectiva discursiva y moral que en sus modos de operar define aquello que es deseable y soportable en una comunidad.
Ahora bien, nos preguntamos entonces qué implica aspirar a la felicidad e identificarse con esta particular economía afectiva, moral y discursiva y cómo se materializan estos modos de funcionamiento afectivo en ciertas narrativas. Cuando Ahmed establece una lectura sobre las ciencias de la felicidad las inscribe como “un conocimiento de tipo performativo que, al encontrar la felicidad en ciertos lugares, los constituye como buenos lugares, como aquello que debería ser promovido a la categoría del bien” (2019, p. 29). Creemos que este “giro hacia la felicidad” que postula la autora establece un paisaje, una atmósfera social, en la que se podría pensar en la felicidad como una suerte de norma individual y social que actúa sobre una base moral y afectiva y con la que el neoliberalismo ha tramado sus identidades y narrativas. Tomaremos de Ahmed una premisa como horizonte: podemos no encontrar siempre felicidad y allí probablemente su potencia aumenta. Proponemos pensar que esa potencia se modeliza justo en donde aparece como una ausencia, en la falla que toma la forma de una falta, un fracaso en alcanzarla y que convierte a la felicidad en una proyección, un objeto de deseo pospuesto. Así, por la expectativa esperanzada de su llegada o su falta dolorosa actúa, siempre diferida al futuro, la promesa de felicidad.
LA FELICIDAD NEOLIBERAL EN CAMBIEMOS
En primera instancia interesa señalar que la alegría, la felicidad, la esperanza son emociones que circulan en diversas identidades políticas, sociales y culturales performando en su circulación ciertos vínculos y habilitando sus propias posibilidades de imaginación política. Aquí, nos alejamos de la idea de postular este afecto como exclusivo de una identidad o bien de establecer su funcionamiento como propio y exclusivo de una economía afectiva. Se trata, más bien, del intento de dar cuenta de las singulares formas que adopta la felicidad y como cohesiona una visión del mundo en un caso específico.
Diversas investigaciones, desde diferentes perspectivas y con sus propias hipótesis, señalan algunos aspectos de la identidad de Cambiemos en relación a su dimensión afectiva y discursiva ya sea por la aparición insistente de apelaciones a emociones como la felicidad que se inscriben en vinculación al cambio y al mercado (Martínez, 2016); cómo se configuraron las estrategias discursivas específicamente desde la puesta en juego de la felicidad y la alegría como pasiones despolitizantes (Bonvillani, 2020); las particulares construcciones narrativas de la subjetividad en torno, entre otras cosas, a la postulación de un “individuo feliz” (Muñoz, 2018); o la ambivalencia afectiva de su retórica en relación al amor/odio en ciertas escenas (Barros, 2020).
En nuestro caso proponemos indagar en el “ tráfico emocional” que regula una relación con el entorno (Ahmed, 2019) y se materializa en ciertas puestas en escena de la comunicación de Cambiemos. Se trata de identificar el modo de funcionamiento de los afectos que postulan la posibilidad de vivir mejor como promesa de felicidad vía el cambio y a condición del sacrificio. Postulamos que tal visión no existe necesariamente de manera previa, sino que se da como un efecto, una interpelación, un proceso de identificación que implica la sujeción a un orden en la medida en que se modeliza un tipo de subjetividad y las condiciones de existencia que se habilitan al pulso de la lógica del mercado.
En este caso estamos entendiendo, tal como postula Cuello en el prólogo de “La promesa de la Felicidad” de Ahmed, al neoliberalismo como una “forma de gobierno emocional” que opera como una “arquitectura semiótica que sostiene la reproducción de la desigualdad” que pone en juego y de manera central lo feliz (2019, p. 16). La narrativa neoliberal de Cambiemos funcionó motorizada por emociones joviales, lúdicas y alegres. Siguiendo a Ahmed, la felicidad en este caso asume la modalidad narrativa de la promesa. Así, para indagar en “qué hacen” las emociones nos preguntamos, ¿qué camino propone la narrativa de Cambiemos para alcanzar la felicidad? ¿Cuáles son sus condiciones? ¿Qué condiciones existencia/posibilidad tienen las vidas en esta economía del bienestar emocional?
El 22 de noviembre de 2015 Macri desplegaba en un discurso lo que sería parte de una economía discursiva, afectiva y moral. Lo que se anunció y propuso como “La revolución de la alegría” se delineó en la campaña de 2015 signada por la promesa de un futuro mejor que en términos concretos adoptaba las modalidades de “pobreza cero”, “acabar con el narcotráfico” y “unir a los argentinos” (Macri, 2015) [5]. A partir del gesto entusiasta del “Sí se puede” se encarnó en el espíritu emprendedor, optimista, la afirmación positiva de una identidad política y la postulación de cierto tipo de subjetividad de corte meritocrático. Se operó en el despliegue afectivo de la felicidad y el optimismo ligados a lo que se propuso como un lazo político individualizado: “Déjenme decirles que pido a Dios que me ilumine para ayudar a cada argentino a encontrar su forma de ser feliz y progresar” (Macri, 2015).
Se podría pensar en un despliegue afectivo en el que la felicidad operó como buena en sí misma, como un propósito indiscutible de la sociedad y, en tanto fin, funcionó como un modo y un medio de significar al mundo. La felicidad, en este caso, pareciera ser indiscutidamente una medida del bien y es en este sentido que orienta sobre cómo deberían afectarnos las cosas. Ponerla en juego podía también justificar acciones de gobierno. Así, el ex presidente del Banco central Federico Sturzenegger defendía las políticas económicas del gobierno en la presentación del programa monetario diciendo que “la gente ya está siendo mucho más feliz y eso no lo dice el gobierno, lo dice el mercado” (Diario Democracia, 2016). Al buscar la felicidad entonces las acciones de gobierno deberían afectarnos de la mejor manera posible y en este caso la liberación del mercado, y el traslado de la lógica empresarial a otros ámbitos es significada también como feliz.
En esta singular modalidad afectiva, la felicidad fue tanto un fin como una aspiración, este tipo de construcción se puede ver desde la página de la Unión Cívica Radical en la Plataforma Electoral de Cambiemos “creemos en una sociedad próspera en la que todos puedan cumplir sus sueños y ser felices” [6]. En esa línea Macri en 2017 afirmaba: “... lo importante de este mundo no es cuánto tenés, hay mucha gente que tiene mucho y es muy infeliz. Lo importante es ser feliz y yo quiero ayudar a que la gente sea feliz” (Casa Rosada, 2017).
A su vez la felicidad operó como una promesa que concretamente se encarnó en la idea de vivir mejor y disparó un punto de fuga hacia el futuro con orientación hacia ciertos valores e ideas que circularon en esta narrativa: honestidad, transparencia, humildad, bondad, pasión por el hacer, capacidad de escucha, voluntad de diálogo. Cambiemos aparecía investido de felicidad en la medida en que prometía llegar a ella, a la vez que se proponía como la “revolución de la alegría” postulando una afirmación afectiva positiva en el presente. El gobierno incorporó ciertos asesores tanto desde la psicología social como desde las neurociencias para abordar temas como el bienestar, el desarrollo y la felicidad.
En 2016 María Eugenia Vidal, entonces gobernadora de la provincia de Buenos Aires incorporó como ministro al neurólogo Facundo Manes. El portal web “LetraP” titulaba “Vidal tiene su ministro de la felicidad: consejos para pobres de Facundo Manes” (LetraP, 2016). Se puede pensar entonces que existiría una conexión entre la neurociencia, el bienestar y la felicidad. Lo que se afirma concretamente en esta narrativa es que las principales riquezas de un país no radican solamente recursos naturales y financieros, sino que lo más importante y sobre lo que se debería trabajar es sobre el “capital mental” de los ciudadanos. La nutrición sería condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo del capital mental. El neurocientífico señalaba:
“el capital mental son los recursos cognitivos y emocionales para que uno se pueda desarrollar en la vida y utilizar todo su potencial (…) Tenemos que intentar, con el aporte de la ciencia moderna, cambiar el esquema mental: que la gente bajo situaciones vulnerables deje de pensar en la próxima hora y empiece a pensar en un proyecto, que esté motivada, que quiera mejorar en su vida” (Télam, 2016).
En esta visión, además de resolver las cuestiones alimentarias y habitacionales urgentes la ciencia podría aportar a desarrollar estrategias para enfrentar la adversidad y, en situaciones de vulnerabilidad, lograr motivaciones para proyectarse. La felicidad se despliega aquí como una promesa y a su vez una pedagogía de gobierno y autogobierno, que tuvo su propia narrativa proponiéndose como una acción individual en la que cada quien se orienta de manera positiva para proyectarse.
Entonces, en esta economía afectiva, las condiciones materiales que encarnan lo precario [7] de los cuerpos, las faltas alimenticias, sanitarias, educacionales que performan condiciones de existencia angustiantes comenzaron a cobrar rasgos abstractos y etéreos en donde el individuo se alimenta de sueños y predisposiciones favorables tanto en la interpretación del presente como en la disposición hacia el futuro. Daniel Cerezo, psicólogo social, que asesoró al gobierno sostenía que “la peor pobreza es perder la capacidad de soñar, de proyectarse” y “erradicar la pobreza no tiene que ver sólo con dar alimentos y ni siquiera trabajo, erradicar la pobreza pasa por darle sueños y esperanzas” (La Política Online, 2016). Esta pedagogía del autogobierno de los cuerpos, de modelización de deseos, puede pensarse como una forma de configuración de subjetividades.
Se operó en delinear una modalidad aspiracional en la que el futuro funcionó como objeto de deseo y esta fuerza política se erigió como quien marcaba los pasos a seguir en la senda del cambio. En el 2017 en la apertura de la expo empleo joven Cambiemos en la voz de Macri se postuló como garantía de orientación hacia un vivir mejor en la que el trabajo y el desarrollo personal cobraron un rol fundamental y el futuro se propuso como una conquista, una misión, que debía lograr cada uno cumpliendo ciertas condiciones:
“...por eso estoy acá, porque creo que, si yo los ayudo a poder elegir qué estudiar, en dónde trabajar, en dónde vivir, las chances de ustedes de ser felices van a ser mucho mayores. Entonces crean en ustedes, sean serios, cumplan y nunca se cansen de aprender, de capacitarse, y la vida los va a llevar por un camino de alegría y felicidad; eso es lo que todos queremos, estamos en este mundo para ser felices, para desarrollar nuestra capacidad de amar y recibir amor, y el trabajo es una parte muy importante para lograrlo” (Casa Rosada, 2017a).
La felicidad se trama, en este modo de funcionamiento, con el amor, el optimismo. Se trata de una narrativa en la cual adoptando una serie de actitudes/orientaciones habría mayores “chances” de ser feliz. Este despliegue de posibilidades de alcanzar la felicidad se tradujo en cargas que debía asumir el individuo- estudiar, trabajar, capacitarse- en una economía (afectiva/discursiva/moral) donde lo individual desplazó a lo social. En 2016 en la apertura de Tecnópolis Macri afirmaba la senda del cambio y describía las condiciones de posibilidad de cada argentino. Esta narrativa operó en un principio explicativo de lo social que configura las posiciones de los sujetos como si todos comenzaran en igualdad de condiciones y en relación a sus méritos se trazarán los caminos de progreso:
“Y a todos los jóvenes que nos visiten, a todos aquellos que están en esta edad tan maravillosa, en la cual empiezan a entender que nada está escrito, que nada está dado, que cada uno de nosotros tiene que descubrir en qué se puede proyectar, en qué puede desarrollarse, que lo ayude a encontrar su identidad final, que le eleve la autoestima, y que lo ayude a ser feliz...” (Casa Rosada, 2016).
Ahora bien, en esta construcción la desigualdad social no sólo se licúa, sino que se resignifica. La desigualdad, en esta narrativa, no es una condición social de existencia construida histórica y políticamente que implica condiciones de posibilidad diferenciales para diferentes sectores sociales, sino que sería el resultado de no haberse esforzado lo suficiente. Se trata de una cuestión de voluntad e ímpetu individual. Así cada argentino soporta la carga de lo que supo o no conseguir:
“Este es el camino en el cual estamos empeñados en esta nueva etapa de la Argentina, donde cada uno de nosotros sea protagonista de ese futuro que todos queremos compartir, y que insisto, como Leo, el ingeniero que conocí hace unos días en La Rioja: todo el mundo decía que era imposible que él fuera ingeniero; y él nunca dejó de trabajar, haciendo todo tipo de changas y estudiando en los tiempos que tenía, y él hoy es ingeniero” (Casa Rosada, 2016).
Así, el despliegue de la felicidad como promesa podría convivir con la falta, la carencia, al menos hasta tanto se cumplan las condiciones que se precisan en el camino del cambio para alcanzarla. Se puede pensar que esta promesa de felicidad se trama con una profunda lógica sacrificial que aparece como condición ineludible del cambio. Cuando hablamos de una lógica sacrificial que habita esta identidad neoliberal situamos la mirada en línea con las postulaciones de Wendy Brown (2016) cuando sugiere que, en el marco de una economización de lo político, el neoliberalismo tal vez precise del sacrificio como una suerte de suplemento. Esto implica la reducción de una “ciudadanía activa” y la expansión de la lógica del sacrificio en la que “el capital humano” se responsabiliza de su futuro subordinándose a los imperativos de la economía.
Un buen ciudadano, responsabilizado de sí, debe poder sacrificarse y aceptar la austeridad, la inseguridad, la privación. En términos de la ciudadanía en general, la interpelación adecuada supone la no exigencia de protección a la vez que soportar condiciones como la recesión, la falta de empleo entre otras situaciones de riesgo, exposición y vulnerabilidad. Así, “el ciudadano también acepta la intensificación neoliberal de las desigualdades como algo básico para la salud del capitalismo…” (Brown, 2016, p. 242). De este modo, se desresponsabiliza tanto al Estado como a la ley y a la economía de las condiciones básicas de existencia de una ciudadanía dispuesta a sacrificarse en pos del “crecimiento económico, el posicionamiento competitivo y las restricciones fiscales” (idem).
Esta lógica es la condición de producción que funda la demanda de esfuerzos sociales intensos a partir de la aspiración de un futuro mejor. Ahora bien, la felicidad como una promesa en la línea de Ahmed, es convertir al futuro en una suerte de objeto, la promesa como una garantía que genera una expectativa favorable hacia aquello que sería bueno para nosotros: una vida mejor que está por venir. Si bien es un futuro feliz diferido, la imagen envolvente de un vivir mejor como posible motoriza la espera positiva, la esperanza actúa como el manto emocional que cubre al sacrificio que la felicidad - que es siempre condicional- implica.
Entrar en esta narrativa, responder al llamado, a la interpelación, identificarse con esta identidad neoliberal implica comenzar a participar del escarpado camino hacia la felicidad y devolverle a esa promesa un gesto positivo. Esta identidad promete y allí se vuelve prometedora justificando el despliegue de lo que pensamos como una lógica sacrificial. Es en este movimiento donde la promesa de felicidad se espesa, adquiere su forma de oxímoron y se materializa como una singular economía afectiva.
El sacrificio presente es la condición de un vivir mejor, en este esquema al futuro hay que conquistarlo y eso implica una superación, una inversión de tiempo, esfuerzo, y vida que involucra un apego entusiasta. La reflexión sobre cómo puede ser pensado un apego entusiasta se funda en ciertas formulaciones que postula Berlant (2020). Cuando la autora teoriza sobre el “optimismo cruel” sostiene que es un tipo de relación que se efectúa cuando el objeto mismo al que nos apegamos nos impide alcanzar el propósito que nos condujo a él, cuando el apego paradójicamente obstaculiza nuestra prosperidad. Se trata de una fuerza que nos orienta hacia el mundo, impulsados con el afán de llegar a aquello que no tenemos, pero que deseamos, y que asociamos a objetos, sujetos, figuras, modos de vida (Berlant, 2020, p.19). Postula la autora:
“la estructura afectiva de todo apego optimista supone una inclinación sostenida a regresar a la escena de esa fantasía que nos permite esperar que esta vez la cercanía a esta cosa habrá de ayudarnos a nosotros o al mundo a ser distintos en el sentido correcto” (p.20)
En la economía afectiva que analizamos, la promesa de felicidad aparece asociada a la idea de vivir mejor y se postula como posible a partir del mérito y el esfuerzo individual. Tratamos de sostener que un apego entusiasta supondría en este caso una orientación, disposición e identificación con una fantasía meritocrática (que implica una serie sacrificios concebidos como ejemplares) según la cual cada quien ocupa el lugar social que ha sabido ganarse y se instituye como la garantía de que habiéndose hecho el esfuerzo suficiente se generarían las oportunidades para vivir mejor, y en última instancia para ser felices. La fantasía (Zizek, 1999) brinda los principios explicativos que delinean cómo deben orientarse y vincularse los sujetos y cómo forman parte de una comunidad.
Entonces, el sacrificio presente es la condición de posibilidad de mejoría, de transformación positiva, de felicidad. Al futuro, en esta narrativa, hay que conquistarlo y eso implica una inversión de esfuerzo y vida que involucra un apego que proponemos pensar en términos de Berlant (2020) como un optimismo cruel. Postulamos que esto también implica pensar las complejas modalidades de sujeción que performan, cohesionan una suerte de apego hacia una realidad presente sacrificada- que no resulta en un estar mejor o en felicidad y que sin embargo se sostiene como un modo de vivir/sentir el mundo. Este apego a una realidad precaria se trama, con la esperanza que motoriza una proyección hacia adelante, en la que tomar la senda del cambio y su promesa de felicidad condicional desembocarían en tal futuro promisorio.
La falta de esfuerzo individual sería, en términos de esta visión del mundo, el primer obstáculo para tomar la senda correcta hacia el cambio. El “sinceramiento” [8] que postuló Cambiemos en relación a un pasado de derroche parte de un diagnóstico adverso sobre la temporalidad del pasado intensamente asociado al kirchnerismo que había que dejar atrás. Esta corrección de la política entendida como desvío fundó una serie de medidas de ajuste que demandaron reconocimiento, obediencia y esfuerzo a los argentinos con la expectativa de alcanzar condiciones de bienestar.
Así una serie de escenas que encarnan una profunda desigualdad social se reconfiguran en las narrativas de Cambiemos en términos de afirmación positiva que alienta y celebra aquellos actos de esfuerzo que apuntan a lograr una mejor condición, el acceso a condiciones básicas de existencia. Así, el Ministerio de Educación publicaba un mensaje de elogio a un niño misionero que cruzaba dos arroyos para poder llegar al colegio. Según relata el portal “Perfil” el niño de seis años debía caminar tres kilómetros de ida y tres de vuelta para poder acceder al sistema educativo. En el modo de operar de esta narrativa lo que podría ser escandaloso y condenable desde una perspectiva de derechos se vuelve motivo de celebración:
"¡EJEMPLO! Axel tiene 6 años y es alumno de la Escuela 196 de Picada Caa Guazú, en la localidad de Leandro N. Alem, Misiones. Camina 3 kilómetros y cruza dos arroyos todos los días para asistir a clase. Este pequeño héroe sin capa nos enseña que cuando hay ganas de estudiar y salir adelante, todas las distancias se acortan" (Perfil, 2018).
Lo puede ser pensado como repudiable muestra su reverso cruel en una afirmación positiva que vuelve ejemplares y heroicos los modos de vida y vulnerabilidades de la niñez en una sociedad profundamente desigual. Tratamos de sostener que estas publicaciones polémicas, que en muchas ocasiones fueron eliminadas por su desfavorable repercusión, no son simples expresiones desafortunadas sino un modo de ver/performar el mundo. En esta línea el ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich afirmaba:
“El problema es que nosotros tenemos que educar a los niños y niñas del sistema educativo argentino para que hagan dos cosas: o sean los que crean esos empleos, que le aportan al mundo esos empleos, que generan empleos, que crean empleos, crear Marcos Galperín [9] sería… O crear argentinos y argentinas que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla. De entender que no saber lo que viene es un valor porque nos hace a nosotros construir un futuro” (Bullrich, 2016).
En este singular modo de funcionamiento afectivo y narrativo, la falta de seguridad y certeza sobre lo que viene, aquello que resulta inquietante, debería ser motivo de goce o alegría. Lograr ese adiestramiento de las emociones y las conductas se despliega como objeto de la educación pública para una visión del mundo que propone que una vez terminado el ciclo de formación los ciudadanos no salgan a buscar su empleo, sino que salgan a crearlo siendo los artífices entusiastas de su destino. En otra ocasión una diputada durante un timbreo en Vicente López valoraba en clave de festejo que una señora de 96 años siguiera trabajando:
“María Luisa tiene 96 años y trabaja cosiendo camisas. Ella sabe mejor que nadie la importancia de la cultura del trabajo” (La Noticia 1, 2018).
Se puso en movimiento así una economía moral, discursiva y afectiva que propuso un tipo de interpelación y postuló un tipo de sujeción a un orden. Performó ciertas subjetividades que encarnaron estas narrativas. En un polémico spot, que fue parte de la campaña de 2015, en una casa humilde de la Matanza se expone a una niña que vende rosas para comprarse una bicicleta. Sheila está sentada tímidamente en las rodillas de la figura política que la felicita y le ofrece colaborar con su labor comprando una rosa, la pequeña (en referencia a la bici) afirma: “Tengo que comprármela yo”, (Macri, 2015).
La disposición a soportar se presenta como la medida del bien en una comunidad afectiva que configura un nosotros. Incluso en la infelicidad y el sacrificio el futuro sigue acumulando valor positivo. Pero en la orientación afectiva en el sacrificio también está funcionando una modalidad de espera y acción optimista, favorable hacia el futuro. Así la promesa se vuelve un lugar fantasmático que desajusta el presente y performa la acción de los cuerpos en función de una fantasía futura.
REFLEXIONES FINALES
La felicidad como horizonte, como una modalidad de apego optimista a situaciones sacrificadas en función de un vivir mejor y la esperanza como expectativa favorable hacia lo que está por venir configuran una tríada que circula en esta economía emocional y signa estos modos de comunicación política. Las historias de vidas precarias, de esfuerzos intensos por sobreponerse a un presente amenazante son narrados desde afirmaciones alentadoras y armónicas donde, el énfasis está en volver ejemplar el sacrificio.
Postulamos que el carácter promisorio de la felicidad se trama con una lógica sacrificial. Esta lógica demanda una predisposición positiva en un presente en el que la felicidad se figura fantasmáticamente como una ausencia. Es decir, la felicidad no actúa como algo que está presente ahora mismo, no es hoy, sino que a condición del esfuerzo individual aparecerá en un futuro: la felicidad opera en este caso como una promesa. Es la expectativa hacia el futuro por el cual se deben soportar esfuerzos en el presente que se erigen como las garantías y condiciones de un vivir mejor.
En este sentido “la felicidad supone un tipo de orientación específica. No es solo sentirnos felices por algo, sino que algunas cosas se vuelven felices para nosotros en la medida que imaginamos que van a traernos felicidad” (Ahmed, 2019 p.68). Así la lógica sacrificial encuentra un sentido positivo y sus formas de apego. Participar de esta retórica neoliberal es un modo de comenzar a participar de la felicidad, “cuanto más se espera, más se nos promete cambio, mayor es nuestra expectativa de lo que vamos a obtener” ( Ahmed, 2019 p.78).
La vocación celebratoria bajo la entronización del mérito funcionó como un modo de resignificar la desigualdad social en términos desprovistos de conflicto diluyendo toda dimensión de litigio en torno a la demanda social. La vida precaria fue reconvertida en ejemplar en una narrativa feliz y feroz en la que una felicidad descarnada se inviste de un optimismo esperanzado, una aporía en la que ciertas modalidades del soportar situaciones adversas parecen ser la medida del bien.
En el gesto entusiasta, la mirada empática, el acto de tomarse de las manos, estrecharse en un abrazo, el neoliberalismo reconvierte la necesidad de una vida digna, se fagocita las angustias y carencias para devolver una sonrisa, un gesto esperanzado depositado siempre más allá del alcance presente. En este sentido, este trabajo es el comienzo de un intento de proponer una reflexión sobre los afectos en la comunicación política, en este caso los que son significados muchas veces como positivos, para tratar de pensar qué efectos performan estas emociones, qué se motoriza, qué se deja de lado y en función de esto reflexionar en torno a éstas y otras posibilidades de imaginación política.
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