Artículos
La Patagonia Rebelde en la prensa porteña. Comparación entre periódicos comerciales y anarquistas
La Patagonia Rebelde in the Buenos Aires Press. Comparison between Commercial and Anarchist Newspapers
Improntas de la Historia y la Comunicación
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 2469-0457
Periodicidad: Frecuencia continua
núm. 10, e049, 2022
Recepción: 31 Mayo 2022
Aprobación: 25 Julio 2022
Publicación: 11 Agosto 2022
Resumen: En el trabajo se analiza el modo en el que los diarios comerciales La Nación y La Prensa, y el diario anarquista La Protesta informaron sobre las huelgas que ocurrieron en el territorio de Santa Cruz, Argentina, durante 1921, conocidas comúnmente como La Patagonia Rebelde. Se describe y se compara qué fuentes utilizaron, cómo presentaron los sucesos y cómo analizaron las consecuencias. Se comprobó que cada periódico le habló a su público según sus intereses: la defensa del orden amenazado, en el caso de los comerciales; y la reivindicación y la memoria, en el caso del diario anarquista.
Palabras clave: fuentes, La Nación, La Prensa, La Protesta.
Abstract:
In this paper we analyze the way in which commercial newspapers La Nación and La Prensa, and the anarchist La Protesta reported the strikes that occurred in the territory of Santa Cru, Argentina, during 1921, commonly known as La Patagonia Rebelde. The sources, the way the different newspaper present, describes and compares the consecuenses of these events are analyzed. We verify that each newspaper spoke to its public according to its interests: the defense of the threatened order, in the case of the commercial ones; and the claim and memory, in the case of the anarchist. sources, La Nación, La Prensa, La Protesta
Keywords: sources, La Nación, La Prensa, La Protesta.
Introducción
Las huelgas de peones rurales que ocurrieron en el territorio de Santa Cruz, Argentina, en el bienio 1920-1921, se saldaron con el fusilamiento de entre 1 000 y 1 500 obreros a manos del Ejército Argentino. Estos hechos tuvieron una amplia repercusión en los medios regionales y nacionales, pero luego quedaron silenciados durante décadas, hasta que fueron puestos a la consideración pública a partir de los estudios del periodista e historiador Osvaldo Bayer, quien en 1968 presentó dos artículos en la revista Todo es Historia, luego ampliados en cuatro libros que se publicaron entre 1972 y 1978 bajo el título Los vengadores de la Patagonia trágica.1 La difusión de la temática adquirió una mayor dimensión con la película La Patagonia Rebelde (1974), dirigida por Héctor Olivera y en cuyo guión colaboró Bayer, que fue estrenada tras una amplia polémica (Escobar, 2007).
Durante el primer movimiento obrero rural, en el verano de 1920 y 1921, los huelguistas reclamaron, principalmente, subas de salarios, así como cambios en las condiciones laborales, que incluían mejoras habitacionales, higiénicas y de seguridad. En febrero de 1921 se puso fin a la huelga, con la mediación del gobernador capitán Ángel Yza y del teniente coronel Héctor Varela, recién llegado al territorio. Los huelguistas se comprometieron a liberar a los estancieros que habían tomado prisioneros y a entregar las armas, mientras que los terratenientes debían cumplir con las exigencias de los peones. Sin embargo, a lo largo de 1921, la situación continuó siendo muy tensa, ya que la patronal no cumplió con la promesa realizada y aumentó el hostigamiento contra el movimiento obrero, que siguió reclamando por la aplicación del acuerdo e incrementó la presión mediante boicots y paros parciales. En octubre del mismo año, al comienzo de la esquila, se declaró una nueva huelga general al ser detenidos algunos dirigentes sindicales y clausurados varios locales obreros en las localidades de la costa.
La presión ejercida por los estancieros condujo a que se enviara nuevamente al Ejército al mando de Varela, quien al desembarcar declaró el sometimiento militar de todo el territorio y la aplicación de la Ley Marcial. Primero, se concentró en la zona sur y, luego, se trasladó al norte, para dar por terminada la huelga a comienzos de enero de 1922. Durante su campaña sucedieron una serie de matanzas y de asesinatos de trabajadores rurales, mientras que otros fueron encarcelados durante meses en condiciones infrahumanas. Posteriormente, todos fueron dejados en libertad sin cargos (Bayer, 1993).
La prensa como vía de análisis
En este trabajo,2 pretendemos conocer cómo se presentaron en Buenos Aires los sucesos que ocurrieron en el territorio de Santa Cruz entre 1921 y 1922 por medio del análisis de las informaciones brindadas por algunos medios periodísticos de la época. Estas fuentes, ampliamente utilizadas por varios investigadores (Bayer, 1993; Bohoslavsky, 2005, 2009; Ferrante, 2013; Fiorito, 1974, entre otros), constituyen un importante vehículo para conocer los dispositivos por los cuales se construye la opinión pública. En el contexto analizado, el principal medio de comunicación era la prensa, dado que hegemonizaba el amplio espacio de difusión que aún no había sido ocupado por otros medios, como sucedería con la radio tiempo después.
Concebimos a la prensa como una fuente de información de gran relevancia para conocer aspectos centrales que permiten comprender los procesos históricos. Para ello, hay que tener en cuenta los diferentes intereses políticos, económicos y comerciales que fijan o que determinan aquello que se publica. Debido a esto, partimos de considerar el «contrato fundacional» de cada periódico y brindamos una caracterización tanto sobre la identidad de cada uno como sobre los vínculos y las relaciones que pretendían establecer con sus lectores (Kircher, 2005).
Si los medios, como sostiene Mar de Fontcuberta (1993), no reflejan la realidad, sino que la interpretan y la producen para quienes no viven en vivo y en directo los acontecimientos, las construcciones que sobre estos sucesos realizaron los diferentes medios para sus lectores constituyeron, quizás, las únicas referencias a ese distante territorio. Esto cobra especial dimensión en el caso santacruceño: un territorio lejano que en el imaginario nacional era concebido como una tierra de promesas, de progreso y de futuro pero, al mismo tiempo, como periférico y prácticamente vacío, del cual llegaban escasas noticias y resultaba desconocido para la gran mayoría de las personas.
Nos interesa indagar qué información brindaron, y cómo trataron, analizaron y discutieron los sucesos que ocurrieron en el sur algunos de los principales diarios de Buenos Aires. Consideramos, para esto, dos medios comerciales (La Nación y La Prensa) y uno de tendencia anarquista (La Protesta). La delimitación responde al objetivo de acceder a la forma diferencial en que cada periódico se dirigió a sus públicos, mediante lenguajes y expectativas distintas, y en el marco de códigos comunicacionales e intereses compartidos: la defensa de un orden y una nacionalidad amenazada, en el caso de los primeros; la lucha y la reivindicación, en el caso del segundo. Con este propósito, relevamos la totalidad de los números publicados durante los años 1921 y 1922, y analizamos los artículos y las notas en los que se referencia la conflictividad social o laboral en el territorio de Santa Cruz [Figura 1].
Los diarios La Nación y La Prensa
Los principales y más influyentes diarios comerciales de comienzos del siglo XX fueron La Nación y La Prensa. Estos eran los mayores competidores en número de ventas, así como en cantidad y en calidad de redactores y de corresponsales en el extranjero. Suelen ser considerados los grandes diarios del cambio de siglo (Gómez, 2008) ya que alimentaron la necesidad de información de las crecientes masas urbanas. A lo largo de los años, ambos diarios fueron dejando atrás la etapa denominada de la prensa política que caracterizó a los periódicos de la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, y a impulsos de una importante modernización y profesionalización que los convirtió en empresas mercantiles, continuaron representando la voz de las corrientes políticas y económicas dominantes en la élite porteña a finales del siglo XIX y comienzos del XX (Ramos, 1989; Alonso, 1997; Servelli, 2017).
El periódico La Nación, fundado en 1870 por el ex presidente Bartolomé Mitre, defendió desde sus inicios los intereses de su creador, unitario y enfrentado al roquismo, y fomentó la oposición a los gobiernos del Partido Autonomista Nacional (PAN) que gobernó durante el cambio de siglo hasta que Hipólito Yrigoyen llegó a la Casa Rosada, en 1916. Durante ese tiempo, sufrió varias clausuras producto de los enfrentamientos con diferentes presidentes,3 en especial con aquellos de la llamada Generación del 80 (Zimmermann, 1998). Posteriormente, continuó reflejando los intereses de los sectores ganaderos pero buscó incorporar a las nuevas clases medias para captar un público más amplio que aquel afín a las ideas mitristas (Magillansky, 2004; Sidicaro, 1993). Cuando Yrigoyen asumió la presidencia, La Nación se opuso activamente a las políticas negociadoras con los obreros, atribuyéndole al mandatorio incapacidad para gobernar. Esta postura se endureció aún más a partir de 1920, con una línea editorial de marcada orientación nacionalista católica mediante la cual se lo acusó de debilitar la democracia con demagogia y se fomentó la intervención militar contra el presidente radical.
El diario La Prensa, fundado por José C. Paz en 1869, representó desde sus inicios las ideas liberales de la Generación del 80 a la que pertenecía su dueño. Fue el periódico que realizó los mayores avances modernizadores en lo técnico y en la profesionalización del periodismo porteño del cambio de siglo, lo que le permitió convertirse en el principal diario del país y en uno de los más importantes del mundo (Rojkind, 2019). Su edificio palaciego, ubicado en la Avenida de Mayo e inaugurado con todas las pompas en 1898, constituyó un símbolo del poder de la prensa escrita (Gómez, 2008; Servelli, 2019). Su línea editorial lo ubicó, en la práctica, como el vocero del gobierno de la llamada República Conservadora. Luego de sancionada la Ley Sáenz Peña,4 sostuvo una constante confrontación con los gobiernos elegidos democráticamente.
En enero de 1921, ambos periódicos publicaron numerosas noticias sobre las huelgas que ocurrían en Santa Cruz [Figura 1]; no solo en el ámbito rural sino también urbano, como en las localidades de Río Gallegos, San Julián o Puerto Deseado. En febrero, una vez terminada la primera huelga, continuaron denunciando el abandono de los hacendados por parte del gobierno radical frente a las demandas de los trabajadores.
A partir de mediados de 1921, comenzaron a aparecer en estos diarios algunas extensas notas con información proveniente del sur en las que se denunciaba el accionar de los obreros, que habían comenzado una campaña de preparación para una nueva huelga rural para fines del año, dado que los estancieros no habían cumplido con el pliego de condiciones que aceptaran en febrero. Al mismo tiempo, la conflictividad en las localidades de la costa aumentó, por ejemplo, con las huelgas de marítimos en Puerto Deseado o los boicots a casas comerciales en Río Gallegos. Estas noticias eran aportadas, principalmente, por estancieros que viajaban a Buenos Aires y podían exponer su visión en ambos diarios.5
Durante noviembre y diciembre aumentó de manera notable la cantidad de referencias al conflicto en Santa Cruz [Figura 1]. En las notas se describía ampliamente el accionar de las tropas que arribaron al territorio enviadas por el Gobierno Nacional y se enfatizaban sus movimientos. A su vez, se mencionaba la muerte de algunos cabecillas de la huelga, aunque con gran cantidad de imprecisiones. A comienzos de enero de 1922, nuevas informaciones, llegadas con importantes retrasos, permiten ampliar cuál había sido el accionar del Ejército Argentino en el sur, y dan a conocer algunos detalles omitidos previamente, sobre todo, en relación con el asesinato de numerosos trabajadores rurales.
Posteriormente, tanto La Nación como La Prensa dejaron de mencionar hechos concretos de la represión llevada a cabo por el ejército, como combates o muertes de obreros, decantándose por notas relacionadas con el movimiento de tropas, las muestras de agradecimiento en las localidades o las notas de opinión sobre las consecuencias de lo sucedido y sobre cómo debería conducirse la situación de cara al futuro, atendiendo a la grave crisis en la que se hallaba el sector ganadero santacruceño que comenzaba a tener dificultades para conseguir mano de obra a causa de la gran cantidad de obreros asesinados, deportados o que huían de Santa Cruz.
En los últimos meses de 1922, las escasas referencias a lo sucedido en el sur fueron tomadas como una advertencia sobre lo que podría volver a ocurrir si continuaban el descontrol y la falta de acción del gobierno en estos territorios. Es de destacar, también, la publicación de varias notas en las que se informaba sobre la gira de propaganda para la formación de brigadas, realizada por el presidente de la Liga Patriótica Argentina, Manuel Carlés, y sobre diversas acciones de la Liga durante este año.
El diario anarquista La Protesta
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, el movimiento anarquista en la Argentina tuvo un importante desarrollo y alcanzó una profunda penetración en las masas obreras, principalmente, conformadas por inmigrantes europeos que constituían buena parte de la mano de obra. En este contexto, existió una gran cantidad de publicaciones mediante las cuales se expresaron las distintas tendencias y corrientes del anarquismo (Anapios, 2011; Suriano, 2008).
La Protesta fue uno de los primeros periódicos de circulación diaria con orientación claramente anarquista que comenzó a publicarse el 13 de junio de 1897 con el nombre de La Protesta Humana. Su periodicidad fue cambiando a lo largo del tiempo: inició como semanario, pasó a quincenario y, desde 1904, se editó como diario matutino. Se puede considerar a este periódico como el más exitoso del movimiento anarquista argentino, debido a la amplia difusión, gran tirada y extensión temporal (De Santillán, 1927; Quesada, 1974; Suriano, 2008).
Con el tiempo, logró convertirse en un grupo editorial de importancia, centralizando y unificando la actividad libertaria (Anapios, 2007). En este sentido, supo adaptarse y modernizarse con el tiempo, incorporando novedades técnicas y estilísticas, similares a las desarrolladas por otros periódicos comerciales de la época, a fin de alcanzar un mayor público (Albornoz & Buonuome, 2019). Su inserción dentro del movimiento obrero y sindical le permitió adquirir fuerza en los conflictos laborales y en la formación de sociedades de resistencia. Al mismo tiempo, fue objeto de asaltos, de incendios y de clausuras por parte de las fuerzas del orden e, incluso, por otras facciones del anarquismo a lo largo de su dilatada historia (Quesada, 1974).
Podemos considerar que La Protesta, a diferencia de la prensa mercantil, buscaba educar y convencer a los obreros a quienes estaba dirigido. Su función excedía la de informar, ya que en el marco de una acumulación de capital simbólico pretendía moldear la subjetividad de su lectorado para llevar a cabo la acción política que proponía mediante la construcción de lazos (Di Stefano, 2009, 2015; Kircher, 2005) y la apelación a estrategias discursivas de denuncia social o de información sobre conflictos gremiales (Rey, 2017). En sus inicios, no pretendía brindar informaciones al estilo de los periódicos comerciales (Suriano, 2008); sin embargo, con el tiempo comenzó a presentar y a analizar algunas noticias de actualidad –como policiales o de interés público–, articuladas de acuerdo con un posicionamiento doctrinario (Albornoz & Buonuome, 2019). Los temas de actualidad solían ser presentados en forma de oposición binaria: por un lado, los obreros; por el otro, los empresarios, la policía y el gobierno (Anapios, 2011; Suriano, 2008); invitando al lector participar en la lucha social como vía para salir de la opresión de clase (Rey, 2017).
Las primeras referencias al conflicto obrero en Santa Cruz aparecieron recién en septiembre de 1921, aunque conviene aclarar que hasta ese mes tuvo una periodicidad irregular, producto de la persecución a la que fue sometido, y que continuaba, luego de la clausura de periódicos anarquistas durante la Semana Trágica de enero de 1919.6 A diferencia de los diarios comerciales, para este periódico las huelgas patagónicas fueron un tema presente a lo largo de, prácticamente, todo el año 1922.
En un primer momento, denunció las matanzas y los abusos perpetrados por las tropas del ejército, como los asesinatos y las torturas a la que eran sometidos los prisioneros y el robo de las pocas posesiones que tenían los obreros rurales. Entre los meses de marzo y junio, ofreció relatos aportados por huelguistas prisioneros en Río Gallegos, que habían logrado huir a Punta Arenas o que habían sido deportados a Buenos Aires, ampliando lo poco que se conocía sobre lo ocurrido en el sur. Al mismo tiempo, dedicó extensas notas a explicar el contexto económico y social en el que se desarrollaron las huelgas, justificando el accionar de los obreros. Además, en sus páginas se analizaron y se discutieron las contradicciones y las diferencias existentes dentro del movimiento obrero que habían facilitado el accionar represivo, diferenciándose de la línea sindical afín a las políticas del gobierno de Yrigoyen. En los últimos meses del año, en tanto, llevo a cabo diversas acciones para mantener la memoria de los hechos ocurridos y se preocupó por los afectados, tanto obreros presos como familiares de los asesinados (Zubimendi, Menvielle & Sampaoli, 2021).
Discusión de los resultados
A partir de las diferentes informaciones publicadas en la prensa analizada –y en función de la forma en la que estas fueron presentadas– podemos plantear que existieron dos miradas diametralmente opuestas sobre los sucesos aquí abordados, orientadas al público al que se dirigía cada diario y sesgadas según las líneas editoriales. De esta forma, comprobamos la tensión entre los intereses de los sectores y los actores políticos representados por cada periódico, así como las diversas lecturas sobre la legitimidad de las demandas y las diferentes interpretaciones sobre los acontecimientos que habían ocurrido en el lejano sur.
A continuación, abordamos varios aspectos vinculados con la información que brindaron los diferentes medios, el modo en que la trataron y la manera en la que discutieron los sucesos que ocurrieron Santa Cruz a lo largo de los años 1921 y 1922. Para esto, se analizan los siguientes aspectos: fuentes de información utilizadas, causas a las que atribuyeron el conflicto, formas de represión del movimiento obrero y naturaleza de las muertes de los trabajadores.
Las fuentes de información: fuentes oficiales, enviados especiales y corresponsales
Un elemento al que se enfrentaron los tres periódicos fue el desconocimiento respecto del territorio en el cual ocurrían los sucesos, por lo que en varias oportunidades se observan errores o confusiones sobre los lugares mencionados. La Prensa, incluso, en su edición del 22 de diciembre de 1922, presentó un mapa del norte del territorio de Santa Cruz [Figura 2] para que a los lectores pudieran visualizar «la región asolada por los malhechores […] que abarca lo que, dada la impunidad con que se han producido los atropellos en el Sur, puede llamarse el campo de acción y dominio de los bandoleros» (p. 10).
Los diarios también debieron sobrellevar el retraso de días, e incluso de semanas, en las informaciones que llegaban desde el sur. Para dar sus noticias, La Nación y La Prensa se basaron, principalmente, en fuentes oficiales; esto es, en telegramas suministrados por el Estado. La mayoría provenía del propio Ejército, aunque también aportaron información el Ministerio del Interior y el Ferrocarril Patagónico, que contaba con líneas telegráficas propias que penetraban en el territorio a lo largo de las vías férreas. En general, más allá de las críticas formuladas al gobierno, los diarios porteños reproducían las informaciones oficiales de forma acrítica, incluso en aquellos casos en los que se brindaban datos contradictorios. En este sentido, las críticas eran formuladas a la inacción previa y a las causas del conflicto, pero no a la resolución cuando el gobierno emprendió la vía armada para poner fin a la huelga rural.
Otras informaciones fueron brindadas por los enviados especiales que los grandes diarios porteños comisionaron al sur. Estos ofrecían relatos desde los lugares de los hechos, en los que combinaban información y opinión para profundizar en las múltiples aristas de los sucesos de interés, y en los que incluían antecedentes, síntesis, entrevistas o documentos que buscaban concitar el interés de sus lectores/as (Servelli 2017, p. 27). En particular, destacamos el caso de Bernardino Prieto,7 comisionado por La Prensa a comienzos de enero de 1922. El enviado especial viajó en el mismo barco que el presidente de la Liga Patriótica Argentina, Manuel Carlés, en la gira de recorrida por los puertos patagónicos. Cuando este último continuó viaje a Ushuaia, Prieto se quedó en Santa Cruz y permaneció en el territorio recabando información hasta marzo.
Durante su estadía, recorrió ampliamente el territorio, lo que le permitió obtener noticias más precisas sobre los sucesos ocurridos. Es de destacar que este enviado especial no se explayó sobre la represión del movimiento obrero, sino que buscó conocer las motivaciones de la huelga desde el punto de vista patronal.
Ninguno de los [prisioneros] que interrogué me supo explicar satisfactoriamente que fin perseguían. Algunos dicen que tomaron tal actitud y que destruyeron las casas de comercio y las estancias para que los comerciantes redujeran los precios de los artículos de primera necesidad.
Otros dicen que querían implantar el régimen del «soviet» ruso y la gran mayoría manifiesta que se plegaron a los revoltosos inducidos por la fuerza (La Prensa, 22/01/1922, p. 9).
En las notas que envió, Prieto planteaba que muchos de quienes participaron en la huelga fueron influenciados y manipulados por un grupo minoritario de cabecillas violentos que pretendían subvertir el orden nacional.
El diario La Nación también comisionó un enviado especial8 que viajó junto con Carlés para informar sobre las gestiones emprendidas por el presidente de la Liga Patriótica Argentina. Si bien este enviado no estuvo en el territorio de Santa Cruz –a diferencia de Prieto–, publicó una extensa y detallada nota en la que resumió lo sucedido desde el punto de vista de los estancieros, información que habría obtenido a partir de entrevistas a personas con las interactuó durante su viaje (La Nación, 29/01/1922, p. 7).
Otra fuente de información fueron los agentes o corresponsales que vivían en localidades del sur, como Río Gallegos o Puerto Santa Cruz. Estos solían ser también estancieros y, como tales, aprovechaban para defender sus propios intereses.9 A su vez, solían contar con capacidad para imponer su visión de los hechos en los medios locales (por ejemplo, el diario La Unión, de Río Gallegos), donde enfatizaban la caracterización de los huelguistas como enemigos de los pobladores honrados (Bona & Vilaboa, 2014; Ferrante, 2009, 2013). Ante la ausencia de vías institucionales de mediación entre el Estado y la sociedad civil, estos corresponsales daban voz a los estancieros, amplificaban sus reclamos y presentaban sus intereses como los de la totalidad de los pobladores del territorio (López Rivera, 2021). De esta forma, los estancieros –especialmente, aquellos que poseían mayores extensiones de tierra y, por lo tanto, mayor capacidad de expresarse en los medios capitalinos– eran presentados como la totalidad de los pobladores del territorio, cuando en realidad constituían una élite minoritaria.
En algunos casos, también se recibían telegramas enviados por particulares de los pueblos costeros o de empresas que habían visto afectadas sus operaciones. En general, estas fuentes colaboraron en la construcción de un panorama de ataque total contra la propiedad privada y contra el Estado por parte de los huelguistas, mediante la reproducción de rumores o de noticias falsas que desplazaban el foco del conflicto laboral y social hacia un intento revolucionario o, incluso, simple bandolerismo,10 tema que retomaremos más adelante.
La Protesta, por su parte, tuvo varios problemas para informar sobre lo que ocurría en el sur. Por un lado, no pudo comunicar sobre la primera huelga producto de la falta de continuidad que sufrió durante esos años. Por otro lado, una vez que pudo retomar la publicación periódica, enfrentó dificultades para aportar noticias debido a problemas para obtener datos desde el territorio. Al no contar con corresponsales o con los medios económicos para enviar personas al lugar de los hechos, empleaba otros mecanismos. Así, dependía de las noticias que brindaban otros medios o de las cartas espontáneas escritas por militantes que les llegaban desde el sur. La Protesta analizaba en forma crítica tanto los telegramas oficiales como las noticias que publicaban otros diarios –especialmente, La Prensa o La Nación, pero también algunos diarios de Santa Cruz–, para lo cual empleaba gran cantidad de expresiones irónicas o de eufemismos. Esta dificultad y la necesidad de obtener información confiable fueron expuestas desde un principio.
Todo lo que desde hace unos meses viene removiéndose en la prensa burguesa respecto del espíritu levantisco de los trabajadores del sur, es sospechoso de parcialidad. Nosotros adivinamos que esa campaña capitalista obedece a móviles inconfesables […]. Contra esas informaciones tendenciosas, que nosotros consideramos como la máscara que ha de justificar masacres horrorozas [sic] de trabajadores, debemos procurar por todos los medios obtener informaciones exactas (La Protesta, 04/11/1921, p. 1).
Incluso, hacía cómplices a los grandes diarios comerciales de las matanzas en el sur:
Diariamente, esa prensa ha ido vertiendo calumnias tras calumnias sobre los obreros maltratados por la barbarie militarista que ha caído sobre la Patagonia para cubrirla de luto y de vergüenza, y esta es la hora en que continua con más empeño llevando a todos los ámbitos del mundo su campaña de mentiras, su complicidad con los crímenes de la soldadesca (La Protesta, 22/12/1921, p. 3).
Las fuentes de información propia con las que contaba eran las cartas enviadas huelguistas que habían podido huir o, finalizada la represión, algunos prisioneros desde las cárceles de Puerto San Julián o de Río Gallegos. De esta forma, La Protesta lograba obtener datos que no habían sido publicados en otros diarios. A su vez, durante buena parte de 1922, continuó publicando notas sobre los trágicos hechos ocurridos, con extensas y detalladas denuncias que, en algunos casos, incluían entrevistas realizadas a obreros deportados a su llegada a Buenos Aires. Luego de la huelga, el periódico se preocupó por mantener la memoria sobre los sucesos, por recordar que gran cantidad de huelguistas permanecían prisioneros en Río Gallegos en condiciones inhumanas y por enfatizar que las condiciones que habían llevado al conflicto no se habían terminado sino, incluso, agravado.
Solo más tarde, en los meses posteriores a los sucesos, el periódico anarquista pudo denunciar la matanza de cientos de obreros en diferentes partes de la extensa geografía santacruceña, aunque con pocas precisiones tanto de lugares como de personas asesinadas. Repetidamente, manifestó que las supuestas muertes en combate eran en realidad matanzas sistemáticas de hombres desarmados, que se habían entregado voluntariamente al Ejército creyendo que así podían salvar sus vidas (La Protesta, 17/01/1922). La Protesta mantuvo el tema en agenda por mucho más tiempo que los diarios comerciales, que luego de finalizado el conflicto, prácticamente, no hicieron más menciones a la problemática laboral en las noticias provenientes de Santa Cruz.
Las causas del conflicto: entre la inacción del Estado y el «bandolerismo» de los hacendados
A comienzos de 1921, mientras ocurría la primera huelga rural, La Nación y La Prensa describían a Santa Cruz como un territorio abandonado por el gobierno nacional:
Hemos recibido graves denuncias que prueban una vez más la despreocupación del gobierno argentino frente a la acción del cuatrerismo en los territorios nacionales y que evidencian, al mismo tiempo, que los hechos ocurridos en esas prosperas zonas no son sino la consecuencia de la imprevisión del Poder Ejecutivo en lo que se refiere a la vigilancia de estos territorios y el fruto de una censurable indiferencia para encarar los problemas que tan directamente afectan al progreso del país (La Prensa, 18/01/1921, p. 13).
De esta forma, criticaban lo que consideraban la inacción del gobierno de Yrigoyen para atacar los movimientos obreros que desde mediados de la década de 1910 se estaban organizando en Santa Cruz. Al mismo tiempo, explicaban la situación de conflictividad, no como el producto de reivindicaciones laborales, sino como el resultado de la emigración reciente al territorio, que habría causado la alteración del anterior orden social. En tanto, los huelguistas en el ámbito rural eran descriptos como «bandas de ladrones organizados y capitaneados por un cabecilla que han librado combates con la escasa policía» (La Prensa, 07/01/1921, p. 11).
Ambos diarios declaraban que conflicto se había originado en un doble problema: por un lado, el movimiento obrero sindical –al que se le quitaba validez al ubicarlo en el plano de la delincuencia–; por el otro, la dejadez y la demagogia del gobierno de Yrigoyen que había desatendido al territorio y sus pobladores. Incluso, luego de la llegada del teniente coronel Varela –enviado por Yrigoyen para solucionar el conflicto entre el capital y los obreros– y de la mediación del nuevo gobernador, los grandes diarios manifestaban su desconfianza sobre las autoridades radicales. En este sentido, La Nación (13/02/1921) afirmaba: «Ante la gravedad de los acontecimientos, se comenta desfavorablemente la actitud pacifista del gobernador, capitán Iza, quien pretende arreglar el conflicto sin sangre, siendo lo más práctico desarmarlos a viva fuerza» (p. 5). Finalizada la huelga, los diarios dejaron de informar durante unos meses sobre lo ocurrido en Santa Cruz, pero continuaron expresando que el acuerdo alcanzado era favorable a los huelguistas y contrario a los intereses de los ganaderos, lo que conduciría a un nuevo conflicto en la primavera siguiente.
De este modo, durante el invierno de 1921 prepararon a la opinión pública a la que se dirigían –la nueva clase media ilustrada y las diferentes corrientes conservadoras en pugna con el gobierno radical– para la represión del movimiento huelguístico que, sin dudar, vaticinaban que se produciría al llegar el tiempo de la esquila. Por ejemplo, a mediados de julio, en La Prensa se publicó una entrevista con Norberto Cobos, un agrimensor y destacado hacendado de la zona de San Julián que se apersonó en la redacción del periódico,11 en lo que constituye un ejemplo más de la capacidad de los estancieros para hacer oír sus reclamos en los grandes medios porteños. Allí, Cobos describe al territorio como asolado por los huelguistas que no habían entregado las armas, y en el que aún ocurrían asaltos y quemas de estancias, y a los estancieros como incapacitados de defenderse, para finalizar denunciando la «tiranía obrera que se ejerce actualmente en Santa Cruz» (La Prensa, 12/07/1921, p. 13). Días más tarde, pero esta vez en nombre de las Sociedades Rurales de Santa Cruz, Cobos solicitó en La Nación el establecimiento de tropas del ejército en las principales localidades del territorio para garantizar la vida y los intereses de los pobladores –esto es, de los grandes hacendados–, y la libertad de trabajo que, entendían, se veía gravemente amenazada por el movimiento obrero (La Nación, 21/07/1921). En agosto, se sumó a este reclamo la Liga Patriótica Argentina, que apoyaba el pedido de los hacendados del sur y propugnaba la creación de brigadas en el territorio (La Prensa, 29/08/1921). Durante estos meses, se publicaron notas similares avaladas o firmadas por la Asociación Pro Patria de Santa Cruz y la Unión de Comercio e Industria de San Julián, entre otras asociaciones patronales.
En este sentido, los diarios se hacían eco y reproducían lo que expresaban los estancieros de Santa Cruz, quienes coincidían en describir el abandono por el gobierno, la necesidad de enviar tropas y la certeza de que otra huelga de peores consecuencias se produciría. Por ejemplo, en otra nota, Cobos afirma: «Considero que es un error el haber tratado a esos hombres como huelguistas y no como criminales, y está en la conciencia de todos que por haber quedado impunes repetirán sus avances en septiembre próximo» (La Prensa, 18/07/1921, p. 12).
Por su parte, el presidente de la Sociedad Rural de Río Gallegos, Ivon Noya, en un telegrama enviado a la Cámara de Diputados y que ambos periódicos publicaron, afirma:
Puedo desde ahora afirmarlo que se prepara activamente un nuevo movimiento semejante al anterior, al amparo de organizaciones obreras que no representan en todo alguno el sentimiento y el pensamiento de los verdaderos trabajadores de la Patagonia, pero que tienen, sin duda, una fuerza grande de intimidación sobre las gentes sencillas […]. Lo que aquí ocurrió, y lo que puede volver a ocurrir, es el resultado de un estado de descomposición social, ocasionado principalmente por fermentos inmigratorios no deseables, que han encontrado en las dilatadas e indefensas llanuras patagónicas amplio campo para sus excesos. La sola presencia de una autoridad fuerte, capaz de hacerse respetar en un momento dado, bastaría para hacer sentir a esos elementos disolventes la necesidad de inclinarse ante los vínculos de la nacionalidad, y ante la majestad de la ley y de la justicia (La Prensa, 13/08/1921, p. 11).
Todas estas acciones realizadas por los hacendados sureños, y expresadas extensa y repetidamente en los medios porteños, colaboraron en la generación de una imagen de desorden y de caos total. Así, los reclamos obreros eran considerados como parte de los problemas policiales de los territorios –en general, denominado en toda la Patagonia como el bandolerismo– y, por lo tanto, desprovistos de connotaciones laborales (Bohoslavsky, 2005, 2009). Esto es muy claro en los titulares y en los textos informativos, en los que abundan las referencias a los huelguistas como agitadores, amotinados, bandoleros, forajidos, malhechores, maximalistas, revoltosos, sovietistas o subversivos, entre otras. Como afirma Ernesto Bohoslavsky (2009), se comprueba el empleo indistinto de diferentes tipos de categorías políticas, policiales o sociales para referenciar a los huelguistas, que eran empleadas para mostrar distintos perfiles de lo que veían como un único problema.
Una vez declarada la segunda huelga, en octubre de 1921, la información proveniente de estos medios tendió a destacar y a exagerar el accionar de los huelguistas, en especial el asalto a las estancias o a los poblados por donde pasaban, creando una imagen de destrucción y de anarquía que, como demostró Bayer (1993, 1995, 1997), lejos estaba de reflejar la realidad que se vivía en Santa Cruz.12 Esto, a su vez, generaba una situación contradictoria en el propio gobierno. Por un lado, creaba una alarma desmedida en la población, mediante la imagen de un Estado incapaz de tomar el control de la situación y de poner en marcha a las fuerzas del orden; por el otro, le daba la oportunidad de actuar con mayor contundencia para reprimir una huelga que era percibida como un movimiento que pretendía subvertir el orden y el sistema económico liberal imperante.
Un aspecto que se destaca en las informaciones brindadas por los grandes diarios porteños es que los hechos que ocurrían en Santa Cruz eran ubicados dentro de lo que estos medios denominaban como bandolerismo. A lo largo de los años analizados, tal mención de la conflictividad social es constante en los titulares de las noticias. Según Gabriel Rafart (2014), se consideraba como bandoleros a aquellas personas que atentaban contra el incipiente orden nacional que se establecía en los territorios del sur y que, por lo tanto, provocaban el desorden en las nacientes sociedades patagónicas. De esta forma, la prensa colaboraba en la construcción de una opinión pública para las élites y el público de las grandes ciudades.
Al mismo tiempo, los diarios cimentaban una imagen global de la huelga que ocurría en el lejano territorio santacruceño a partir de reinterpretar el complejo problema laboral y de explotación de los trabajadores rurales como hechos delictivos que atentaban contra la nación (Bohoslavsky, 2005). En este sentido, desde meses antes, La Prensa y La Nación enfatizaban que el movimiento obrero ponía en entredicho el orden existente en el sur, que se veía amenazado, y planteaban que esta situación alejaba a estos territorios de lo que se considera civilizado, lo que constituía un retroceso a la época en la que no estaban integrados a la nación ni a los mercados extranjeros a los que se orientaba la producción ganadera.13 Incluso, en una nota titulada «El culto de la Patagonia», Carlés plantea una analogía entre el movimiento obrero de Santa Cruz y la mal llamada Conquista del Desierto:
Los cabecillas cruzaron la cordillera acaudillando las primeras mesnadas, que arrearon todo lo que encontraron a su paso; gente, caballos, ovejas, automóviles, camiones, asaltando comercios, quemando estancias y predicando que «convertirían la Patagonia en un solo potrero»; que vencedores en Santa Cruz levantarían al sur de Chile, y unidos en el malón […] no pararían hasta asolar a Buenos Aires (La Nación, 06/02/1922, p. 6).14
De esta forma, buscaban brindar una justificación a la acción represora para la instauración del dominio y el control del Estado como parte de su misión civilizatoria en estas tierras, sujetas a una violencia que visualizaban como endémica. Con estas denuncias sobre el accionar del bandolerismo, también ponían de manifiesto la falta de políticas de seguridad para los territorios del sur por parte del gobierno de Yrigoyen (Bohoslavsky, 2005, 2009).
Estas ideas se enmarcaban en una concepción existente en la época producto del impacto del éxito de la revolución rusa –que se dio en llamar el miedo o terror rojo–, que buscaba evitar el avance de las ideas socialistas, comunistas y anarquistas traídas por las masas de inmigrantes europeos (Bonnassiolle & Ahumada 2016). Se afirmaba que en la Patagonia austral podían hacer pie, producto de la ignorancia y la ingenuidad de la mayoría de los trabajadores rurales, y ser aprovechadas por los agitadores, debido al abandono en el que se hallaba Santa Cruz por las políticas negligentes de Yrigoyen (Bohoslavsky, 2009; Bohoslavsky & Harambour, 2007). Posteriormente, se sumó a este argumento la idea de la injerencia y las ambiciones del gobierno chileno, que buscaba la desestabilización del territorio para apropiarse de Santa Cruz (Bohoslavsky, 2005).
En este sentido, es interesante el contrapunto discursivo entre los periódicos comerciales y el diario anarquista. Este último denunciaba a los grandes hacendados con capitales en la Patagonia y los llamaba bandoleros, parafraseando metafóricamente la denominación con la que los diarios conservadores designaban a los huelguistas, tal como hemos visto anteriormente. Este mecanismo discursivo empleado por La Nación y por La Prensa, mediante el cual calificaban al movimiento obrero como delictual y a los obreros rurales como forajidos o malhechores, les permitía justificar cualquier tipo de accionar por parte de las fuerzas del orden. Al mismo tiempo, al caracterizarlos como delincuentes, negaba cualquier posibilidad de diálogo. De esta forma, los periódicos mercantiles generaban las condiciones para que las noticias referidas a las matanzas de obreros y a los abusos de las fuerzas del orden no causaran impacto entre sus lectores y permitieran justificar la acción militar.
Como hemos señalado, si bien el periódico anarquista empleaba la misma figura del bandolero, la reinterpretaba en clave crítica y les reprochaba a los grandes medios el buscar imponer la imagen de los huelguistas como bandoleros.
Ya nos tiene hasta el colmo de cansadas la propaganda malevolente, desvergonzada y temeraria que la prensa rica realiza contra los obreros huelguistas de Santa Cruz. A fuerza de mentir, esa prensa infame, que ha llegado al colmo de la depravación y la calumnia contra esos núcleos de trabajadores en su empeño por apuntalar la explotación inicua de los feudales de la Patagonia, ha conseguido que mucha gente desprevenida o creyente de las patrañas impresas le preste fe a la burda leyenda del bandolerismo (La Protesta, 22/12/1921, p. 3).
Para rebatir la concepción del movimiento obrero santacruceño –y patagónico, en general– como delictual, La Protesta publicó varias notas en las que explicaba el contexto económico, político y social que, según su visión, había generado el conflicto.15 A partir de noviembre de 1921, cuando comenzaron a llegar noticias sobre las muertes de obreros, le dedicó a este tema extensas notas en las que denunciaba las matanzas y alertaba sobre las consecuencias que esto tendría para los trabajadores del sur. Pero también se preocupó por exponer en varios artículos cual era, a su entender, el origen del conflicto y por señalar que los verdaderos bandoleros eran los dueños de las estancias, que se habían enriquecido con la explotación inhumana de aquellos que iban a trabajar al sur. Detallaban, también, la situación laboral y social del territorio, en manos de los grandes capitales ganaderos que controlaban la vida económica, política y social.
La represión y el asesinato de obreros: La profecía y la memoria por las víctimas
Es de destacar que La Protesta advirtió sobre la posibilidad de represión violenta en el sur desde antes que se iniciara la segunda huelga, en octubre de 1921, dado que veía al gobierno de Yrigoyen como permeable a la represión desmedida cuando era sometido a presión por parte de las patronales; en este caso, de los principales hacendados patagónicos y de las embajadas con interés en el sur. En una lúcida y profética nota editorial, el periódico anarquista expresaba:
Los bandoleros del sur16 […] tendrán dentro de poco soldados, balas y cañones, todo lo que precisan para asegurar la explotación, para reprimir el menor síntoma de protesta. Ya tendrá el proletariado del sur la terrible sentencia de muerte sobre su cabeza (La Protesta, 16/09/1921, p. 1).17
Incluso, en un marco de crítica constante a los grandes diarios porteños los hacía cómplices de las matanzas en el sur:
Diariamente, esa prensa ha ido vertiendo calumnias tras calumnias sobre los obreros maltratados por la barbarie militarista que ha caído sobre la Patagonia para cubrirla de luto y de vergüenza, y esta es la hora en que continua con más empeño llevando a todos los ámbitos del mundo su campaña de mentiras, su complicidad con los crímenes de la soldadesca (La Protesta, 22/12/1921, p. 3).
Con el transcurso del tiempo, y a medida que se confirmaba la matanza de obreros que había vaticinado, la forma en la que La Protesta publicaba la información sobre los muertos a manos del ejército permite comprobar ese «sentido educativo» (Di Stefano, 2009) dirigido hacia quienes estaban orientados los periódicos anarquistas. Es decir, no solo se exponían los sucesos ocurridos, sino que se los enmarcaba en las luchas obreras, contextualizándolos con otros ejemplos en diferentes partes del país y el mundo.
Luego de finalizada la represión, entre marzo y junio de 1922, las notas de información fueron reemplazadas por editoriales en los que se denunciaban las condiciones de vida y laborales de los obreros rurales santacruceños, como explicación y como causante de las huelgas. También censuraban la concentración de la tierra en pocas manos y el poder político que detentaban los hacendados en Santa Cruz. Para La Protesta, todos estos motivos justificaban las acciones de los huelguistas y explicaban la feroz actitud reaccionaria de los capitalistas, los militares y el gobierno radical de Yrigoyen.
Desde el punto de vista de la prensa anarquista, las muertes de los obreros del sur se integraban en una lucha mayor; eran un eslabón en la larga cadena de búsqueda por cambiar la realidad dentro de la sociedad burguesa hacia un nuevo mundo libre. Queda claro que los editores de La Protesta concebían la huelga más allá del reclamo gremial concreto y específico de los trabajadores rurales; a su entender, formaba parte de una visión y de un intento por construir una nueva sociedad, aunque eran conscientes de que el objetivo último del movimiento no era iniciar una revolución, sino solucionar su reclamo gremial.
Los diarios mercantiles, por su parte, publicaban noticias sobre la muerte de cabecillas y de huelguistas, siempre en el marco de supuestos combates con las tropas del ejército, sin cuestionar las informaciones tal y como eran recibidas desde los despachos oficiales. Dado que brindaban datos a medida que recibían telegramas o informaciones parciales desde el sur, las noticias muchas veces eran contradictorias, sin que luego fueran rectificadas. Los reportes sobre los eventos ocurridos llegaban con retrasos importantes, por lo que hasta enero de 1922 en los diarios comerciales hubo un alto número de notas sobre la represión en el sur [Figura 1]. Posteriormente, cuando dejaron de publicar informaciones sobre las acciones del ejército, el número de muertos o la situación de los prisioneros, los asesinatos cometidos por el ejército, si bien no fueron abiertamente elogiados –el eufemismo para mencionar la represión era pacificación– tampoco fueron criticados, sino que parecieron ser olvidados rápidamente.
Es interesante resaltar que si bien tanto La Nación como La Prensa, durante 1921, describieron en el territorio un estado de anarquía, con desmanes y ataques a la propiedad y a las personas por parte de los huelguistas, no se hicieron eco de hechos que podrían haber apoyado esta tesis y, por lo tanto, haber sido usados para demostrar la veracidad de la campaña de miedo que montaban en Buenos Aires. Ejemplo de esto es la muerte de dos policías cerca de Mazaredo,18 hecho escuetamente informado por ambos diarios; o el caso de Juan Flekker, el único estanciero cuya muerte estuvo vinculada con los huelguistas (Bayer, 1997). Recordemos que en los diarios porteños se hicieron alarmantes denuncias sobre asaltos y quemas de estancias, muertes de estancieros e, incluso, violaciones a mujeres, ninguna de las cuales fueron confirmadas posteriormente (Bayer, 1993).
Cabe agregar que solo La Nación publicó algunas pocas fotografías sobre lo ocurrido en el sur. Una de ellas, la imagen del galpón de una estancia destruido queda relacionada causalmente a la de un grupo de huelguistas prisioneros [Figura 3]; si bien la primera imagen no permite inferir quienes fueron los culpables, la asociación quedaba hecha por la cercanía entre ambas fotografías y la descripción en el texto (Romano, 1991).
El día después. Las gestiones de la Liga Patriótica Argentina y la lucha anarquista por la memoria
Los tres periódicos analizados le otorgaron gran importancia a las actividades realizadas por Carlés luego de terminada la huelga. Como hemos mencionado, durante enero de 1922, el presidente de la Liga Patriótica Argentina visitó los principales puertos patagónicos, donde brindó varias conferencias y alentó la formación de gran cantidad de brigadas en diversas localidades y estancias. Según Carlés, la gira fue emprendida para conocer «los motivos de la perturbación económica y de la alteración del orden público en la Patagonia [y] para cooperar en la restauración de la normalidad social, siguiendo la mente moderada y humanitaria de la institución» (La Nación, 01/01/1922, p. 4).
La gira también tenía el objetivo de extender la influencia y la red de brigadas de la liga, cuya misión sería ayudar a los pobladores para que pudieran contar con armas
para defender la propiedad y el trabajo, para cimentar la nacionalidad e imponerlas [y para evitar el] establecimiento de un gobierno comunista, que partiendo de la Patagonia iría a rematar en la Capital Federal (La Nación, 29/01/1922, p. 7).
Del mismo modo, Carlés se preocupó por dar una explicación sobre los sucesos que habían ocurrido en Santa Cruz. Al respecto, afirmó que «la revolución consistía en la participación del obrero en las utilidades de la industria rural, o sea, una reforma que en lo administrativo no se diferenciaba mayormente al Soviet» (La Nación, 09/01/1922, p. 4). Carlés también dictó conferencias en favor de una mayor regularización del trabajo libre, esto es, por fuera de los sindicatos.
A mediados de marzo, viajó otra comisión de la Liga Patriótica Argentina que consolidó la creación de numerosas brigadas en todo el territorio de Santa Cruz, tanto en las localidades costeras como en estancias del interior (La Nación, 14/03/1922, p. 6). Su acción se extendió a lo largo de los meses siguientes, lo que fue informado en diversas noticias emitidas desde las brigadas del sur y reproducidas en los dos periódicos comerciales. Incluso, la brigada de Río Gallegos envió hacia fin de año un extenso informe a la Junta Central, donde afirmaba que «durante las faenas de la esquila las brigadas organizaron cuadrillas de esquiladores que aseguraron la tranquilidad en todo el territorio de Santa Cruz. Informó, asimismo, […] que este año no volverán a producirse los salteamientos de estos dos últimos años» (La Nación, 01/12/1922, p. 6).
La Protesta también dedicó un espacio considerable a discutir el rol de la Liga Patriótica Argentina –y, especialmente, de su director– en los sucesos que tuvieron lugar en Santa Cruz. Desde un comienzo, planteó que con la formación de las brigadas en las localidades de la costa santacruceña durante 1921, supuestamente, para defender las vidas y los intereses de las élites ganaderas, lo que se pretendía era simular asaltos a las estancias para culpar a los huelguistas y provocar la represión obrera (La Protesta, 01/11/1921, p. 1), así como propiciar el empleo de trabajadores libres para debilitar a aquellos que se encontraban en lucha (La Protesta, 27/12/1921, p. 1).
Al igual que La Prensa y La Nación, La Protesta realizó un seguimiento casi diario de las actividades llevadas a cabo por Carlés durante su gira por los pueblos de la costa patagónica.19 En esta línea, dedicó una nota especial en la que informó que Carlés había sido acompañado por un operador cinematográfico que registró los principales acontecimientos que tuvieron lugar durante la gira y diversas acciones en las que intervinieron las fuerzas del ejército contra los huelguistas. Con ironía, el diario destacó:
De suerte que los aficionados al cine tendrán la oportunidad de conocer de ‘visu’ algunas bandolerías realizadas en Santa Cruz por las «gloriosas» tropas nacionales, con el correspondiente aditamiento [sic] de la campaña patriotera realizada por Carlés sobre las huellas sangrientas de la reacción antiobrera […].
Lo que no se verá posiblemente en esa película serán los actos de fusilamientos de obreros por los «gloriosos» soldados de la patria; pero será porque al llegar a ese punto se había terminado la cinta y esas escenas fueron a imprimirse en una faja de la bandera nacional, y ésta no puede reflejarse en la pantalla […]. Vayan a verla. Puede ser muy bien que se descubran las huellas del gran crimen patagónico (La Protesta, 28/01/1922, p. 1).
Durante el resto del año, La Protesta continuó haciendo especial referencia a las acciones de la Liga Patriótica Argentina y de las brigadas radicadas en Santa Cruz, las cuales realizaban campañas de acoso a obreros reacios a sus proclamas, perseguían dirigentes y fomentaban el crecimiento de las llamadas asociaciones libres para proveer de mano de obra a las estancias.
En cuanto a las consecuencias de la represión, una vez que dejaron de llegar noticias sobre muertes de huelguistas, La Nación y La Prensa cesaron de informar sobre lo que había ocurrido. En tal sentido, tanto los prisioneros como los obreros que tuvieron que volver al trabajo dejaron de ser sujetos de interés. Por el contrario, en los meses siguientes ambos diarios detallaron los cambios en el destino de las tropas en el territorio de Santa Cruz y, en especial, el regreso y el licenciamiento de los conscriptos en mayo de 1922. La acción de los soldados fue reconocida por la Liga Patriótica Argentina, que les realizó un homenaje cuando arribaron a Buenos Aires. En el acto, Carlés hizo entrega, «personalmente, de las medallas con que dicha institución resolvió premiar los importantes servicios que aquel pequeño destacamento prestó en la pacificación de los territorios del sur» (La Prensa, 27/05/1922, p. 6). Durante la segunda mitad de 1922, en estos mismos diarios las referencias a lo ocurrido en Santa Cruz el verano anterior se limitaron a expresiones de advertencia para evitar que nuevamente ocurrieran desmanes de los obreros.
Muy distinto es el caso de La Protesta, donde es posible visualizar a los obreros y a los lectores anarquistas como parte de una comunidad discursiva con lazos sociales significativos (Di Stefano, 2009, 2015), así como la solidaridad inherente a la moral anarquista que caracterizaba al movimiento de la época y que podía expresarse en múltiples formas, como la ayuda humanitaria a los presos y a sus familiares o la recaudación de fondos para publicar folletos que difundieran la lucha (Suriano, 2008).
Luego de terminada la huelga, La Protesta continuó publicando cartas de los huelguistas presos en las que denunciaban las duras condiciones de su encarcelamiento, así como los numerosos vejámenes, torturas y trabajos forzados a los que eran sometidos (La Protesta, 24/04/1922). Otro tema denunciado con vehemencia por La Protesta fue el robo de ropas, dinero y otros elementos de los prisioneros por parte de la policía, la gendarmería y los soldados (La Protesta, 20/05/1922)20 [Figura 4].
El periódico también realizó campañas en favor de compañeros o de familias afectadas por los sucesos en Santa Cruz. Durante el mes de mayo, en las últimas páginas –aquellas dedicadas a las comunicaciones con los lectores más cercanos al movimiento (Di Stefano, 2015)– publicó una serie de avisos emitidos por el «Comité pro-presos y deportados de Chubut y Santa Cruz», con el fin de organizar una campaña para «la defensa de los presos, el socorro a las viudas e hijos de las víctimas y [el] más ferviente deseo de dar vida nueva a las organizaciones en la Patagonia, desechas por la última y bárbara reacción» (La Protesta, 18/05/1922, p. 2). Para ello, pedían el aporte de sindicatos, de centros y agrupaciones, y de «todos los amantes de la libertad».
Otra forma de ayuda que adquirió la solidaridad fueron los picnics para recaudar fondos, organizados por grupos de trabajadores, colectividades, grupos religiosos, estudiantes, etc. Para los grupos de izquierda, estas actividades tenían, además, la ventaja de que les permitían eludir la vigilancia de la policía (Coiticher, 2017). A comienzos de marzo de 1922, el Centro «Floreal» y el gremio de aserradores y anexos de San Fernando organizaron un picnic a beneficio de las víctimas de Santa Cruz. En el aviso se aclaraba que lo recaudado se repartiría en partes iguales para las víctimas de la reacción gubernativa en Santa Cruz y para la propaganda libertaria del Centro (La Protesta, 10, 11, 12/03/1922).
Por último, hacia mediados del año brindaron un fuerte apoyo a la publicación de un folleto titulado «La Patagonia Argentina». Los folletos eran una vía de comunicación ampliamente utilizada por los anarquistas, ya que eran de bajo precio y formato pequeño. De esta forma, podían brindar títulos con contenidos ideológicos, políticos o educativos a aquellos a quienes Lucas Domínguez (2012) denomina lectores autodidactas en busca de superación; esto es, un militante-lector con reminiscencias iluministas que se interesaba en las ideas anarquistas. En este caso, el folleto fue editado por la F.O.L. Bonaerense y contaba con 65 páginas en la que se compendiaban varias notas publicadas en La Protesta, lo que brindaba una mirada histórica sobre la masacre de Santa Cruz desde la visión anarquista.
Palabras finales
En el marco de las investigaciones sobre los sucesos que ocurrieron en Santa Cruz a comienzos de la década de 1920, este trabajo pretende analizar el contexto y cómo la prensa de Buenos Aires presentó los hechos que ocurrieron en el noreste del territorio durante las huelgas obreras conocidas como La Patagonia Rebelde.
De acuerdo con las tendencias políticas e ideológicas que representaba y que defendía cada diario, las formas en las que se presentaron las noticias fueron contrastantes, casi como si se tratara de hechos distintos. En este sentido, es interesante explorar las diferencias en las fuentes de información, principalmente, producto de las ventajas con las que contaban los grandes medios porteños, entre los cuales La Nación y La Prensa representaban aquellos con mayor capacidad económica y desarrollo técnico; mientras que los periódicos anarquistas, con menores recursos técnicos y humanos, dependían de la voluntad de sus lectores.
En forma muy resumida, los diarios comerciales se mostraron particularmente activos en la tarea de comunicar lo que sucedía en el lejano sur –o de construir la imagen que querían mostrar sobre lo que estaba pasando– en los momentos iniciales de las huelgas; mientras que luego informaron de manera general la represión y el fin de la segunda huelga, sin hacer oídos a las noticias que llegaban sobre las matanzas o sobre lo que ocurrió con los trabajadores rurales luego de reprimida la huelga. Por el contrario, el periódico anarquista demoró en comenzar a informar en los inicios de la huelga –en parte, producto de las limitaciones técnicas que afectaron su periodicidad– pero se volvió muy activo en las denuncias sobre las matanzas, tratando de movilizar a sus lectores a que protesten y a que hagan escuchar el reclamo de los obreros del sur.
En este sentido, mientras que La Protesta concebía a sus lectores como posibles actores activos y partícipes de los sucesos que estaban ocurriendo, La Nación y La Prensa informaban a lectores –pertenecientes a las clases medias y altas urbanas– que consumían noticias lejanas en lo espacial, presentándoles a los huelguistas rurales como los causantes del caos en el sur, a los que inscribía en aquello que se denominó el miedo rojo, tan característico en aquellos años y que actuó como justificativo para múltiples represiones por parte de los Estados de la época (Bohoslavsky & Harambour, 2007). Al mismo tiempo, generaban una cercanía con los estancieros, a quienes presentaban como ciudadanos pacíficos amenazados por delincuentes o por revolucionarios que venían a subvertir el statu quo y como víctimas de la inoperancia gubernamental.
Es de destacar la insistencia con la que el diario La Protesta continuó reclamando que se conociera la gravedad de los hechos ocurridos, incluso a sabiendas de que no sería escuchado. Sin duda, tanto al gobierno de Yrigoyen como a los estancieros del sur les convenía que lo sucedido fuera rápidamente olvidado. En el caso del primero, porque, una vez más, un conflicto laboral había sido sofocado a sangre y fuego, a pesar de su prédica a favor de los obreros;21 en el caso de los grupos representados por los terratenientes patagónicos porque necesitaban, rápidamente, volver a las actividades ganaderas. En cuanto a la prensa anarquista, no solo intentaron mantener el tema presente, sino que hicieron campañas para imprimir folletos informativos y organizaron colectas solidarias para ayudar a los presos y las familias que habían sido afectadas.
También a lo largo de todo el año 1922 continuaron cubriendo la sucesión de eventos vinculados con las consecuencias de la represión en Santa Cruz y con los reacomodamientos políticos que conllevó (Bayer, 1995, 1997; Zubimendi, Menvielle & Sampaoli, 2021). En este sentido, se convirtieron en vehículos de memoria de estos sucesos, algo que sería luego nuevamente puesto en discusión a raíz de la muerte de Varela, en enero de 1923, a manos de Kurt Wilkens y, una vez más, luego de que este fuera asesinado por Ernesto Pérez Millán Temperley22 a mediados del mismo año.
A cien años de lo ocurrido en esa parte del lejano territorio patagónico, esperamos que el análisis realizado en este trabajo contribuya al conocimiento sobre la historia de los sucesos y la sociedad de la época.
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Notas