Dossier
El mundo rural desde el cristianismo liberacionista en Argentina: la mirada de Ricardo Nadalich (1966-1969)
The rural world from liberationist Christianity in Argentina: the perspective of Ricardo Nadalich (1966-1969)
O mundo rural a partir do cristianismo da libertação na Argentina: a perspectiva de Ricardo Nadalich (1966-1969)
Estudios Rurales. Publicación del Centro de Estudios de la Argentina Rural
Universidad Nacional de Quilmes, Argentina
ISSN: 2250-4001
Periodicidad: Semestral
vol. 14, núm. 29, 2024
Recepción: 17 Septiembre 2023
Aprobación: 26 Marzo 2024
Resumen: Este texto se introduce en parte del recorrido y pensamiento de Ricardo Nadalich, militante eclesiástico y político cuya trayectoria fue signada por problemáticas del período bajo estudio: la gestación de las “nuevas izquierdas” y guerrillas latinoamericanas, las rebeliones juveniles, la Teología de la Liberación y el 68 latinoamericano, entre otros. El objetivo del escrito consiste en analizar sus perspectivas en el marco del cristianismo liberacionista vinculado al mundo rural durante el período de su actividad como presidente del Equipo Nacional del Movimiento Rural de Acción Católica entre 1966 y 1969. La metodología adoptada establece un enfoque biográfico a partir de técnicas cualitativas de observación documental sobre una serie de artículos publicados en revistas del campo católico de la época. En líneas generales, se aprecia un viraje –empero no lineal- desde el reclamo de políticas públicas para mejorar las condiciones de vida de la población rural fundamentado en principios cristianos hacia una definida postura en torno a la orientación que, sostenía, debía adoptar el universo eclesiástico en contra de los mecanismos que privilegiaban procesos de explotación de las masas y de acumulación capitalista.
Palabras clave: campesinado, cristianismo, Movimiento Rural de Acción Católica, Onganía, marxismo.
Abstract: This text is introduced in part of the path and thought of Ricardo Nadalich, an ecclesiastical and political militant whose route was marked by problems of the period under study: the gestation of the "new lefts" and Latin American guerrillas, youth rebellions, Liberation Theology and Latin American 68, among others. The objective of the text, therefore, is to analyze his perspectives within the framework of liberationist Christianity linked to the rural world during the period of his activity as president of the National Team of the Rural Catholic Action Movement between 1966 and 1969. The adopted methodology establishes a biographical approach based on qualitative documentary observation techniques on a series of articles published in ecclesiastical journals of the time. In general terms, a shift can be seen -although not linear- from the proposal of public policies to improve the living conditions of the peasantry based on ecumenical principles towards a defined position regarding the orientation that, he maintained, the ecclesiastical universe should adopt in against the mechanisms that privileged processes of exploitation of the masses and capitalist accumulation.
Keywords: peasantry, Christianity, Rural Catholic Action Movement, Onganía, Marxism.
Resumo: Este texto se introduz em parte da trajetória e do pensamento de Ricardo Nadalich, eclesiástico e militante político cuja trajetória foi marcada por problemas do período em estudo: a gestação das “novas esquerdas” e Guerrilheiros latino-americanos, rebeliões juvenis, Teologia da Libertação e Latino-Americano 68, entre outros. O objetivo do texto, portanto, é analisar suas perspectivas no quadro do cristianismo libertacionista ligado ao mundo rural durante o período específico de sua atividade como presidente da Equipe Nacional do Movimento de Ação Católica Rural entre 1966 e 1969. A metodologia adoptada estabelece uma abordagem biográfica baseada em técnicas qualitativas de observação documental sobre uma série de artigos publicados em revistas eclesiásticas da época. Em linhas gerais, pode-se constatar um deslocamento -ainda que não linear- da proposta de políticas públicas de melhoria das condições de vida do campesinato baseadas em princípios ecumênicos para uma posição definida quanto à orientação que, segundo ele, o universo eclesiástico deveria adotar em contra os mecanismos que privilegiavam os processos de exploração das massas e a acumulação capitalista.
Palavras-chave: campesinato, Cristandade, Movimento da Ação Católica Rural, Onganía, marxismo.
Introducción
El pontificado de Juan XXIII (1958-1963), el Concilio Vaticano II (1962-1965) y, sobre todo, la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1968) realizada en Medellín, constituyen expresiones institucionales vinculadas al denominado cristianismo liberacionista. Originado como “resultado de una combinación o convergencia de cambios dentro y fuera de la Iglesia a fines de los años cincuenta, y que se desarrolló de la periferia al centro de la institución” (Löwy, 1999, p. 57), dicho fenómeno los incorporó en tanto componentes de su construcción identitaria. Parte del Movimiento Internacional de la Juventud Agraria Rural Católica (MIJARC) y, en Argentina, determinados sectores del Movimiento Rural de Acción Católica (MRAC) así como ciertos círculos relacionados a la gestación de la organización político-militar Montoneros, entre otros, pueden vincularse a esta perspectiva.
Durante los años sesenta y setenta un conjunto de espacios participaron de transformaciones signadas tanto por ciertas renovaciones en el plano teológico y pastoral como por resistencias y reacciones dentro del campo católico (Cattogio, 2016, ver también el dossier coordinado por Dominella y Ameigeiras, 2019). Los órganos especializados de Acción Católica, integraron este proceso y se aproximaron al cristianismo liberacionista generando intercambios diversos con espacios políticos y reivindicativos (Dominella, 2020). Este es el caso del MRAC, una rama laica especializada de la Acción Católica Argentina (ACA) que logró un grado considerable de territorialidad. Fundado en 1958, este espacio fue uno de los ámbitos del campo religioso que progresivamente posibilitaron el acceso a la militancia social, pero también a otra de tipo político, de distintos recorridos de vida.
Diversos estudios han tratado la temática en torno a las transformaciones y continuidades operadas en el campo católico argentino desde la década del sesenta integrando trayectorias, redes y ámbitos de intercambio de diversa naturaleza (Donatello, 2003; Donatello y Catoggio, 2010; Catoggio, 2016; Dominella, 2020; Leone, 2022; entre otros). Para el caso del MRAC, la literatura disponible se ha concentrado en los procesos desarrollados en el nordeste del país (NEA),[1] donde se constituyó uno de los principales entramados de raigambre eclesiástica a partir de su actividad entre sectores relacionados a la pequeña producción agrícola y al trabajo rural (Moyano Walker, 2011; Peppino, 2022; entre otros). Estas indagaciones, sin embargo, se han centrado en el rol del Movimiento en la conformación de las Ligas Agrarias (ver Galafassi, 2005; Ferrara, 2006; Rozé, 2011) y, particularmente, en la experiencia chaqueña (Fernández, 2020; Calvo, 2020) de modo que otros trayectos han resultado desatendidos en el campo de estudios.
Parafraseando a Ernesto Bohoslavsky y Germán Soprano (2010), puede plantearse que el “rostro humano” de esta red de relaciones constituye una agenda de investigación en curso. En tal sentido, el presente texto propone introducirse en parte del recorrido y pensamiento de un militante religioso y político especializado en problemas rurales cuya trayectoria fue signada por el cristianismo liberacionista: Ricardo Nadalich. Lo hemos seleccionado, por haber sido presidente del Equipo Nacional del MRAC, representante argentino ante el MIJARC, y participante de Montoneros, por lo que su recorrido expone un camino divergente respecto del trayecto organizativo destacado por los estudios previos al no haberse constituido como un sujeto liguista (sobre este punto, ver Peppino, en este dossier).
El contexto histórico en el que se inserta la trayectoria estudiada posibilitó la existencia de múltiples alternativas militantes de compromiso ascendente que promovieron diversos modos de concebir la práctica religiosa e incluso llegaron a exceder la participación en el marco eclesial (Donatello y Catoggio, 2010; entre otros). Tal diversidad abarcó desde la participación en actividades pastorales, el trabajo social y la presencia en los barrios populares (sobre este punto ver el trabajo de Leone, en este dossier), el activismo en ámbitos laborales y sindicales, el involucramiento en reivindicaciones estudiantiles o la adhesión agrupaciones políticas o político-militares. En este sentido y retomando el planteo biográfico de Soprano (2019, p. 14), se considera que la perspectiva planteada permite una aproximación a la realidad de agentes con los que el sujeto se relacionó personal o institucionalmente a lo largo de la década y media que se extiende entre su integración al Movimiento a inicios de los años sesenta y su desaparición forzada en 1976. Así también, es posible incorporar elementos de la historia regional del nordeste al conocimiento disponible acerca de las relaciones entre cristianismo, ruralidad y política en la segunda mitad del siglo XX en Argentina. Si bien una historia de vida no expone las características y problemas de un grupo social y sus integrantes de modo taxativo, es cierto que permite una aproximación a elementos sustantivos de sus círculos sociabilidad y del contexto mayor que lo engloba (Mallimaci y Giménez Béliveau, 2006).
Nacido en 1939 en la zona rural de Reconquista, provincia de Santa Fe, Nadalich tuvo sus primeras participaciones en política en el ámbito de la Democracia Cristiana mientras trabajaba como agricultor y repartidor de leche. A principios de los años sesenta se incorporó al MRAC, que contaba con “semillero de dirigentes” en el norte santafesino a partir del trabajo liderado por el obispo Juan José Iriarte (Moyano Walker, 2011, p. 189). Hacia 1964 fue enviado a Formosa, donde el Movimiento empezaba a establecerse, gracias a que por medio de financiamiento de la asociación civil Por Un Campo Argentino Mejor (PUCAM) -conformada principalmente por representantes del empresariado rural- y de la organización alemana de cooperación internacional Misereor, la entidad fue capaz de designar a un extensionista permanente en cada diócesis del nordeste argentino (ver Moyano Walker, 2011, Vázquez, 2020). En esta provincia, Nadalich atestiguó las condiciones de vida de uno de los sectores de mayor postergamiento del agro extra-pampeano y fue pionero en el trabajo de organización campesina (Vázquez, 2020). En este sentido y teniendo en cuenta que el campo formoseño contaba con los índices económicos más bajos de la región (ver Slutzky, 2011), puede plantearse que esta experiencia aportó a su compromiso con los grupos más desfavorecidos del mundo rural. Luego, su militancia se extendió hacia todo el nordeste, cuya sede central regional se encontraba en Corrientes, a la vez que viajó a formarse en distintos países de Europa y América Latina vinculandose con espacios internacionales como el MIJARC.[2]
Por entonces, el MRAC se encontraba en un proceso de cambios que, entre 1962 y 1968 se concentraron en la conformación del “modelo eclesial de promoción social para el desarrollo, caracterizado por los programas de reforma social y el intento de formular una doctrina socialcristiana” (Moyano Walker, 2011, p. 191, destacado en el original). La trayectoria específica de Nadalich se inserta en este contexto al que deben incorporarse el marco latinoamericano con experiencias insurgentes urbanas y rurales en diversos países y un amplio abanico de ámbitos de aprendizaje y socialización de los que participó conociendo las problemáticas de un campesinado que, si bien se encontraba más empobrecido que el “farmer” del norte santafesino (Archetti y Stölen, 1975), era comparable en cierta medida al de otras áreas del nordeste argentino caracterizadas por condiciones de atraso relativo y que tenían como problema fundamental a la propiedad y distribución de la tierra (Galafassi, 2005; Rofman, 2022, p. 131-132). En tales espacios también se relacionó con el equipo de Paulo Freire, lo cual le animó a adoptar su metodología de trabajo y sus análisis de las problemáticas regionales. Con la excepción de su posterior estadía en Buenos Aires y de sus viajes por distintos puntos del globo, su trayectoria puede ubicarse en el norte argentino. Más precisamente, el nordeste fue un área de referencia en su vida, ya que aquí se condensó gran parte de su actividad pastoral rural. Más aún, su posterior militancia revolucionaria se extendió hacia otras áreas partiendo desde esta zona a la vez que finalizó con su desaparición en Corrientes durante el último proceso dictatorial.
El recorrido de Nadalich, al igual que el de muchos militantes de la época, se vincula a la gestación de las “nuevas izquierdas” y guerrillas, a las rebeliones juveniles, a la Teología de la Liberación y al 68 latinoamericano. Más aún, en el caso argentino, la Iglesia atravesó “su gran crisis institucional” (Moyano Walker, 2011, p. 199) entre la segunda mitad de la década del sesenta y la primera de los años setenta cuyo epicentro giró en torno a su orientación respecto del marco general de transformaciones sociales y políticas mayores, fenómenos que presentaron diversos modos de entrecruzamientos en los que se añadió el tópico del peronismo (Tortti, 2014; Campos, 2016).
Los grupos, instituciones y militantes católicos del período afrontaron disputas y tensiones en las cuales los canales organizacionales fueron incapaces de contener la diversidad de perspectivas y demandas latentes. En este sentido, se plantea a modo de hipótesis que las transformaciones en el pensamiento de Nadalich vinculadas al contexto de cambios sociales y políticos encontraron tensiones al interior de una heterogénea red eclesiástica que provocó su salida de las redes institucionales a la vez que logró mantener ciertos vínculos al compenetrarse en la acción insurreccional. El objetivo del texto, por lo tanto, consiste en analizar sus perspectivas en el marco del cristianismo liberacionista vinculado al mundo rural durante el período específico de su actividad como presidente del Equipo Nacional del MRAC (1966-1969). A su vez, dicha cronología coincide con los inicios del proceso dictatorial autodenominado como “Revolución Argentina” y la coyuntura vinculada a la revuelta popular de 1969 conocida como “Cordobazo”.
La metodología propuesta adopta un enfoque biográfico a partir de técnicas cualitativas de observación documental tomando como fuente principal una serie de artículos publicados por Nadalich en diferentes revistas del campo eclesiástico-rural durante el período de estudio.[3] Dicho corpus corresponde a todos los escritos de su autoría hallados en la fase heurística de esta investigación y totalizan ocho textos. Por otro lado, si bien el destino del actor estudiado no puede ser obviado por la operación historiográfica, resulta valioso destacar su horizonte de expectativas en contexto, así como su racionalidad y las posibilidades e incertidumbres que entendió en torno a su curso de acción (Tortti, 2014, p. 18), tanto individual como del MRAC en su conjunto.
El desarrollo del artículo se divide en cuatro partes organizadas de modo diacrónico en virtud de “momentos cruciales” (Mallimaci y Giménez Béliveau, 2006) de su trayectoria. La primera de ellas se dedica a su pensamiento durante sus dos primeros años como presidente del Equipo Nacional del MRAC. La segunda, se enfoca en el período signado por el 68 católico e introduce el concepto de “secularización” para dar cuenta de la pérdida de gravitación de los elementos teológicos en su pensamiento. Por su parte, la tercera oficia de nexo con el Cordobazo, hecho apuntado como la apertura del principal “momento crucial” de su trayectoria. Finalmente, el cuarto apartado, reseña su derrotero posterior a su desempeño dentro de las estructuras eclesiásticas.
Podemos afirmar que se aprecia un viraje en el pensamiento de Nadalich –empero no lineal- desde un reclamo de políticas públicas para mejorar las condiciones de vida de la población rural fundamentado en principios cristianos hacia una definida postura en torno a la orientación que, sostenía, debía adoptar el universo católico en virtud de un proceso de socialización de los medios de producción en contra de los mecanismos que, planteaba, privilegiaban dinámicas de explotación de las masas y de acumulación capitalista.
Parafraseando a Daniel James (2004, p. 43), aunque esta sea la historia de un hombre, no es una historia aislada, por lo que debe leerse como un hilo dentro de la red de relatos que constituyen la historia del cristianismo y la política en las áreas rurales de la Argentina.
Tensiones y disputas en sus primeros pasos como presidente del MRAC (1966-1967)
El cristianismo liberacionista abarcó a sectores institucionalizados de la Iglesia, espacios religiosos laicos, redes pastorales, comunidades eclesiales de base y organizaciones populares originadas por activistas en distintos puntos del continente (Löwy, 1999, p. 46-47). En Argentina uno de los órganos orientados en este sentido fue la ACA, mientras en el mundo rural, tuvo especial gravitación su MRAC. Así también, desde 1955 se había conformado una red de circulación de ideas vinculadas al campo marxista entre diversos espacios intelectuales dentro del país (Terán, 1991; Tortti, 2014).
En 1966 Nadalich asumió la presidencia del Equipo Nacional del Movimiento y debió instalarse en Buenos Aires. Ligado a círculos eclesiásticos y expresiones agraristas, asumió desde entonces una actividad intelectual que ligaba la episteme teológica con el conocimiento de los problemas de la producción y las relaciones de poder involucradas en la distribución y el consumo de bienes y servicios (sobre este punto ver Gramsci, 1967, p. 26-27). El Equipo también se hallaba integrado por Víctor Nadalich, Roque Piacenza, Eduardo Sator, Beatriz “Tudy” Noceti, Susana Barbena, Gustavo Lorens y Michel Guilbard.[4] Días antes del golpe de Estado que derrocó a Arturo Illia, el Comité Nacional del MRAC, del cual formaba parte este conjunto de actores, definió al Movimiento como “fundamentalmente apostólico”, “esencialmente educativo” y “dirigido por campesinos”, destacó el trabajo con las juventudes y planteó la necesidad de enfatizar las actividades en las “zonas más necesitadas” (MRAC, 1966, p. 1), consolidando lo que Moyano Walker (2011) define como un período de transición y cambio en torno al modelo pastoral de promoción social para el desarrollo.
Entre 1966 y 1967 Nadalich publicó tres artículos, dos para Siguiendo la huella, revista que constituía el principal órgano de comunicación del MRAC, y uno para el Boletín del dirigente, publicación del Movimiento dirigida a líderes rurales y eclesiásticos. El primero de ellos fue publicado en el mes del golpe de Estado y se tituló “¿Cómo está el agro?: situación económico social”. Tuvo por eje a los problemas de la pequeña producción frente a los sectores concentrados y las cadenas de comercialización, por un lado, y las deficiencias de la intervención estatal en el ámbito rural, por el otro. En esta línea, inició el autor:
Existe en el agro, algo que no podemos negar: precios no compensatorios, falta de créditos, excesivos impuestos, excesivo costo de fertilizantes, plaguicidas, maquinarias, etc., mala distribución de la tierra, falta de caminos, deficiencia en el programa de la enseñanza de la escuela rural, falta de mejoras técnicas, de medios sanitarios, falta de acceso del agro a la fijación de los precios de los productos, etc. (Nadalich, 1966a, p. 1)
Definió al agro como un “sector marginado”, señaló la “falta de una política agraria adecuada” y añadió en tono auto-reflexivo: “los propios campesinos […] qué hacemos para buscar soluciones?” (Nadalich, 1966a, p. 1).[5] Además de utilizar el término “campesinos” en primera persona, lo empleó en el sentido que Marc Edelman (2022) denomina como “definiciones activistas”, esto es, “rótulos identitarios […] para inspirar la acción colectiva de diversos tipos de movimientos rurales” (p. 162).[6] Proveniente de sectores agrícolas relativamente incorporados al mercado, Nadalich (1969a) expuso la falta de acceso al crédito y enfatizó su crítica en los circuitos de comercialización: “nos compran barato y nos venden caro los mismos” (p. 1).
En su reclamo de políticas que alienten una mejoría en las condiciones de vida de la población rural, criticó la infraestructura educativa conjugando necesidades propias de producciones capitalizadas con otras vinculadas a los sectores asalariados: “necesitamos que se de enseñanza sobre empresa, administración rural, cooperativismo, sindicalismo agrario, técnicas agrarias” (Nadalich, 1966a, p. 3). Así también, incorporó algunas de las ideas-fuerza de mayor raigambre durante la época. Una de ellas fue “tecnificación”, por medio de la cual se expidió por un mayor asesoramiento técnico en el agro. La otra, fue “planificación”, por la que solicitó que el Estado establezca ciertas pautas sobre qué y cuánto sembrar.
Con todo, el presidente del Equipo Nacional del MRAC, se posicionó desde una perspectiva a partir de la cual lo “subdesarrollado” se entendía como funcional a un modelo basado en la explotación de ciertos sectores económicos por sobre otros (sobre este punto ver Galafassi, 2005). En un apartado titulado “Nivel de vida digno”, empalmó su análisis de la realidad del agro con los escritos teológicos. Utilizó el concepto de “injusticia social” y afirmó que “basta leer la Encíclica de Juan XIII (Paz en la Tierra) y veremos en que consiste ese nivel de vida digno” (Nadalich, 1966a, p. 2). Por lo tanto, fundamentó su postura en textos posconciliares y finalizó interpelando a las masas agrarias en términos reivindicativos: “COMPAÑEROS DEL CAMPO: Frente a esta situación concreta, seguiremos esperando soluciones de afuera? TODOS TENEMOS LA PALABRA” (Nadalich, 1966a, p. 3, destacado y mayúsculas en el original).
En diciembre de 1966 fue publicado un nuevo artículo de Nadalich en Siguiendo la huella. Esta vez, el título fue aún más político: “La unión hace la fuerza”. En él, retomó algunas problemáticas expuestas en el escrito anterior acerca de las finanzas rurales, los mecanismos de producción y las prácticas asociativas. Organizó la nota en tres ejes: “banco, INTA [Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria] y sindicato”.
En lo que concierne a los bancos, retomó los planteos expuestos en su artículo previo. Con respecto al INTA, afirmó que “si bien comete errores, ayuda enormemente a la tecnificación de nuestro agro” (Nadalich, 1966b, p. 10). Entre sus limitaciones, planteó la existencia de “quienes mantienen una mentalidad vieja y rechazan de plano el asesoramiento técnico, no reconociendo la importancia de la ciencia” (Nadalich, 1966b, p. 12, el destacado es nuestro). La valoración de la ciencia y la creencia en la existencia de pensamientos arcaicos que deben ser removidos en virtud de la “modernidad” también constituyen, en cierto modo, un sentido común del período. Asimismo, destacó que los costos económicos de la “tecnificación” se encontraban fuera de alcance para muchas producciones. El énfasis en la incorporación de tecnologías fue argumentado con la episteme teológica refiriendo a la principal divinidad cristiana “Dios dijo al hombre: dominad la tierra y lo hizo socio de la creación… con la tecnificación no dominamos la tierra? […] Si Dios quiere que vivamos acorde a nuestra dignidad humana, es posible que los cristianos nos resistamos al asesoramiento técnico?” (Nadalich, 1966b, p. 19-20). Su argumentación sobre este punto finalizó, nuevamente, con la palabra de Juan XXIII, aunque con otra encíclica: Mater et Magistra (1961).[7]
Con respecto a los sindicatos, Nadalich diferenció aquellos conformados por “obreros” de los integrados por “productores agrarios”. En referencia a los primeros, mantuvo críticas: “se les hizo ver más sus derechos dejando de lado sus deberes […] Esto en muchos casos produjo la lucha de clases” (Nadalich, 1966b, p. 30, el destacado es nuestro). De tal modo, introdujo por primera vez un concepto específico del campo marxista, empero cargado de una connotación negativa. A renglón seguido, sin embargo, tomó tonos conciliadores:
conviene aquí que veamos qué postura asumimos los campesinos frente a los sindicatos obreros: generalmente los atacamos porque nos exigen tal vez salarios y tratos más justos […] a nadie nos gusta tener los hijos desnudos, vivir en un triste rancho y ser manejados como títeres. (Nadalich, 1966b, p. 32)
La posición concordante continuaba: “nuestra postura frente a los obreros debe ser de diálogo o impulsarlos a que se hagan sindicalistas” (Nadalich, 1966b, p. 34). En tal sentido, destaca en su pensamiento la relevancia de las formas asociativas, ya que bregó por romper con el “individualismo” y se expresó a favor de una organización conjunta de distintos sectores tendiente a la lucha por la apropiación de la rentabilidad del agro, aunque sin especificar sus objetivos ni el modo de acción: “la situación que vivimos exige decisión y coraje, técnica y especialización y organización y ‘unión’. No nos olvidemos que de nosotros depende gran parte de la solución de los problemas de nuestro campo” (Nadalich, 1966, p. 41). La consigna era, en principio, lo suficientemente amplia como para permitir la identificación de un heterogéneo conjunto de actores,[8] dar lugar a distintas interpretaciones y grados de compenetración y, sobre todo, no generar mayores resquemores en el interior de la estructura eclesiástica.
De los dos primeros textos puede extraerse una serie de elementos de relevancia. En primer lugar, se expresa un rol particular como intelectual. Si bien Nadalich no pertenecía al campo académico ni ostentaba mayores manifestaciones públicas a diferencia de otros referentes como, por ejemplo, aquellos vinculados a Cristianismo y Revolución (ver Campos, 2016), sí constituía una voz autorizada en temas de política y religión en diálogo con los problemas del agro y las áreas rurales sustentando sus postulados en un referente como Juan XXIII. Estas nociones se conjugaron en el reclamo de políticas públicas tendientes a mejorar las condiciones de vida del mundo rural a la vez que realizó un llamado a la organización de la población para defender sus intereses. Así también, sus planteos podrían indicar que conocía de elementos del campo marxista tales como la lucha de clases, aunque no hayan constituido el eje de sus exposiciones. Ahora bien, a la vez que se conformaba un heterogéneo movimiento de oposición al gobierno de facto con coincidencias entre distintas tradiciones -peronismo, izquierda, Iglesia, entre otros- y del cual las organizaciones político-militares serían solo una parte (Tortti, 2014), el presidente del Equipo Nacional del MRAC empezó a obviar cuestiones atinentes a la tecnificación, el crédito, el cooperativismo y las menciones a encíclicas.
En 1967, Nadalich se integró al Consejo Mundial del MIJARC (Anónimo, 1967, p. 15). Durante ese mismo año, fue publicado un nuevo texto con un sugerente título: “Hacia un ver más profundo”, aparecido en el Boletín del dirigente. Concentró parte de su exposición en las condiciones de pobreza imperantes en gran parte del campo argentino señalando como causa principal la “falta de una estructura socio-económica que permita el desarrollo de la persona” (Nadalich, 1967, p. 4).[9]
La hipótesis que planteó, sin embargo, se centró en la concepción del rol de la Iglesia ante estas desigualdades alentando a una “reflexión profunda” al interior de las estructuras eclesiásticas (Nadalich, 1967, p. 9) en un contexto signado por tensiones entre los movimientos laicales y la jerarquía eclesial (Moyano Walker, 2011, p. 193). En tal sentido, considerando que las instituciones presentan limitaciones respecto de la contención de las perspectivas y demandas de la pluralidad de actores involucrados, cabe destacar al campo católico en general y al MRAC en particular como una dinámica entre relaciones de poder que integró a agentes, grupos e instituciones con vínculos heterogéneos de oposiciones, alianzas y mecanismos de dominio. Es en este marco, que debe entenderse la lucha por lograr legitimidad donde ponen en juego sus capitales y habitus construidos a lo largo de su trayectoria a fin de lograr el predominio de su agenda (Gutiérrez, 1997).
Al señalar que el MRAC era uno de los pocos entes con los medios necesarios para contribuir al desarrollo del agro indicaba que un sector del mismo no se compenetraba de modo suficiente y cuestionó a sus pares: “asumiremos realmente el compromiso frente a esta situación?” (Nadalich, 1967, p. 19). Lejos de la ambigüedad y amplitud anteriores, interpeló directamente a quienes integraban la organización:
Podemos quienes estamos liberados a sueldo, convertirnos en funcionarios burgueses? […] Podemos quienes tenemos bajo nuestra responsabilidad cantidad de medios, hacerlos rendir mediocremente? Todo ello, no nos exige el máximo? […] nosotros sacrificamos nuestra tranquilidad cuando las cosas no marchan bien? […] Estamos respondiendo activamente a lo que la comunidad espera de nosotros […]? (Nadalich, 1967, p. 10, 12, 13, 17)
En una publicación orientada a quienes dirigían el MRAC y estando en un cargo intermedio, Nadalich interpeló a los sectores conservadores predominantes de la jerarquía en un contexto signado por el catolicismo postconciliar. En el artículo, aunque no refirió a textos eclesiásticos, se posicionó abiertamente desde la propuesta liberacionista considerando el momento como oportuno para la realización de cambios en el interior de la institucionalidad que contribuyan a transformaciones mayores en el plano social: “vivimos en una época de cambio. Cambio en que la Iglesia misma deja de ser burguesa y asume el compromiso de las clases desposeídas […] se orienta a transformar las estructuras” (Nadalich, 1967, p. 18). No obstante, la amplitud del concepto de “cambio” permitía, nuevamente, distintas interpretaciones.
Reflexiones que calificaban a la institucionalidad eclesial como “burguesa” generaban variadas tensiones. En este clima se expresan ciertas transformaciones como la incorporación al Equipo Nacional de integrantes del campesinado y docentes rurales desde 1967. El recambio en tales cargos, sin embargo, derivó en un conflicto entre el MRAC y el PUCAM en torno al abordaje de los cursos de formación y que acabó con la ruptura de relaciones entre ambos espacios (ver Moyano Walker, 2011, Vázquez, 2020). No obstante, el desacuerdo entre una identidad dirigida por campesinos y otra coordinada por empresarios rurales fue saldado por una intervención de la ACA que decretó que el primero se encargara de la dirección del segundo, por lo que Nadalich acabó, también, siendo su presidente.
Paralelamente a tensiones como las mencionadas en el párrafo anterior, diversos espacios atravesaron “líneas de reorientación política” entre las que se encontraron la revisión del fenómeno peronista, el desencanto con las estrategias electorales y parlamentarias, la aproximación de sectores peronistas a perspectivas de izquierda y la politización de ciertos ámbitos eclesiásticos (Tortti, 2014, p. 16). Algunos sectores del MRAC, al igual que otras ramas de la ACA, se vincularon progresivamente a espacios del cristianismo revolucionario que permitieron la emergencia de organizaciones político-militares como Montoneros (Donatello, 2003). Nadalich, que durante parte del conflicto mencionado se encontraba recorriendo la diócesis de Tucumán en el marco de sus actividades dentro del MRAC, integró el llamado “Grupo Reconquista” en colaboración con Roberto Perdía, Hugo Medina y Juan Belaustegui (Cortés Navarro, 2015, p. 114). Este círculo actuaba en el norte de Santa Fe expandiéndose a las provincias de Tucumán y Salta, y contaba con la participación de los sacerdotes Arturo Paoli y, sobre todo, Rafael Yacuzzi, colaborador del MRAC (Lanusse, 2007b). Es en estos espacios, como en el MIJARC, donde podría haber incorporado elementos del marxismo a su pensamiento.
El 68 católico en la trayectoria de Nadalich: la secularización de su pensamiento
Hacia 1968 se vivía un proceso global de importantes revueltas sociales que tuvo su principal expresión en el denominado “mayo francés”. Según documentación de la época Nadalich habría estado por entonces en aquel país en el marco de sus actividades como integrante del MIJARC para participar de “una Concentración de 100.000 campesinos, organizado por el Movimiento Rural francés” (Anónimo, 1968a). Paralelamente, la Conferencia de Medellín expresó el modo en que los cambios contemporáneos repercutieron en la Iglesia latinoamericana, ya que aquí su jerarquía se solidarizó y comprometió con la liberación de los pueblos de todo tipo de opresión por primera vez.
En el caso argentino, se produjo una renovación de grupos eclesiales especializados de Acción Católica inserta en modos previos de concebir y de vivir el catolicismo (Dominella y Ameigeiras, 2019). Expresiones como el MRAC -que “transitó de la organización de cuadros al movimiento social” a partir del “modelo de pastoral popular liberadora” (Moyano Walker, 2011, p. 197)- y el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) se erigieron referentes ineludibles de los cambios operados y se aproximaron a la “nueva izquierda”. Este movimiento contestatario integró un conjunto de fuerzas sociales y políticas que en gran medida “protagonizó un ciclo de movilización y radicalización que incluyó desde el estallido social espontáneo y la revuelta cultural hasta el accionar guerrillero” (Tortti, 2014, p. 17).[10]
Paralelamente a diversas experiencias de diálogo entre cristianos y marxistas tuvo lugar una secularización de los análisis sociales realizados por ciertos espacios de filiación católica en el país (Campos, 2016, p. 91) y que completa el panorama de cambios institucionales en los cuales inserta el derrotero del entonces presidente del Equipo Nacional del Movimiento. El período 1968-1969 es, en este sentido, el de mayor producción intelectual en su trayectoria y, a juzgar por ello, el de mayor actividad en el organismo, disputando la orientación a adoptar por parte del mismo. Más precisamente, en 1968 publicó tres artículos, dos de ellos en el Boletín del dirigente y uno en Siguiendo la huella.
Michael Löwy (1999, p. 51) ha apuntado que el cristianismo liberacionista tuvo entre sus principios básicos “el recurso al marxismo como instrumento social-analítico para poder entender las causas de la pobreza, las contradicciones del capitalismo y las formas de la lucha de clases”. En este período, se verá, Nadalich tomó distancia de la amplitud de interpretaciones posibles en sus primeros artículos y adoptó marcos epistémicos del campo de las izquierdas en sus argumentaciones acerca de los problemas de la Argentina y de la posición que, creía, debía tomar el universo católico del país ante los mismos.
En clara referencia a las disputas con el PUCAM sugirió al Equipo Nacional del MRAC “realizar una tarea educativa creando conciencia del porqué se debe llegar a una autofinanciación del Movimiento” (Nadalich, 1968c). En similares términos se expresó semanas más tarde junto con el responsable de finanzas del Movimiento, oportunidad en la que también animó a educar a “nuestros militantes” para que participen en la financiación del organismo (Fogel y Nadalich, 1968).[11] En este contexto, fue publicado un nuevo artículo de su autoría en el Boletín del dirigente, titulado “Algunas reflexiones en nuestro movimiento y en nuestro método de formación”. En un contexto institucional que promovió la formación social y política del campesinado (Moyano Walker, 2011), estas “reflexiones” constituían más bien una abierta crítica al interior del Movimiento publicada en un espacio de divulgación dirigido a sus líderes. Nadalich comenzó el escrito reproduciendo planteos generales acerca de la sociedad del momento:
existe una gran desigualdad […] el poder económico ejerce supremacía sobre el político y está dominado por una élite burguesa, de corte netamente capitalista […] el actual sistema de nuestra sociedad es capitalista y permite al que tiene mucho tener más. (Nadalich, 1968b, p. 1, el destacado es nuestro)
En este texto podemos apreciar un lenguaje más asociado a los análisis marxistas. Por lo tanto, al ya señalado conocimiento de los problemas del mundo rural en su labor intelectual, se añade la incorporación de un nuevo marco interpretativo que, a su vez, desplazaría a las referencias a elementos del canon cristiano como las menciones a las divinidades o las citas a las encíclicas papales. En este viraje hacia una secularización de su discurso, el núcleo de su argumentación fue el siguiente: “Hasta ahora dentro del Movimiento, se cree que nuestra línea de acción debe estar orientada hacia la concientización de las masas y la formación de cuadros” (Nadalich, 1968b, p. 2, el destacado es nuestro). Por un lado, presumió un cambio de orientación futuro del MRAC por medio del indicador temporal “hasta ahora”. Por el otro, introdujo el concepto de “formación de cuadros”, propio de la arena estrictamente política, en una institución de raigambre eclesiástica. A renglón seguido, preguntó si el Movimiento estaba aportando a cambios profundos o solo a un conjunto de leves mejorías “que en definitiva atrasa el mismo proceso de cambio” (Nadalich, 1968b, p. 3), lo cual señala un contraste con su anterior reclamo en virtud de la aplicación de políticas -educativas, crediticias, entre otras- que no alteraban las características del régimen de acumulación vigente.
Nadalich interpeló a su lectorado con tres elementos. El primero de ellos, inquirió: “Qué significa cambiar el sistema de sociedad cuando ésta está fuertemente dominada por el capitalismo?”, de modo que compelía a adoptar posturas alternativas que, aunque no lo explicitó, desde el marco conceptual de la lucha de clases implica una transición al socialismo. El segundo elemento deslizó por primera vez la posibilidad de la lucha armada: “Creemos posible un cambio por medios no violentos, por qué y cómo?” La pregunta, aunque nuevamente de modo tácito, planteó la posibilidad de transformar la sociedad por medios violentos. El tercer elemento, empero por medio de un “nosotros”, hizo un llamado a la dirigencia y los grupos intermedios del MRAC: “En qué medida la gente que formamos somos capaces de asumir el compromiso hasta sus últimas consecuencias” (Nadalich, 1968b, p. 5, el destacado es nuestro). El cuestionamiento permite distintas interpretaciones. Desde la lupa de Nadalich, el “compromiso” consistiría en un cambio profundo en la sociedad argentina y en el desbaratamiento de las estrategias de acumulación del poder económico, quizás, por medio de métodos violentos. Sin embargo, el “nosotros” puede referirse a los individuos como tales o al MRAC como institución. Las “últimas consecuencias” podrían ser tanto la disolución del organismo como un distanciamiento personal del mismo. También, podrían implicar el apartamiento del organismo de las estructuras institucionales de la Iglesia, por un lado, o la clandestinidad, el encarcelamiento o, incluso la muerte, por el otro, posibilidades que se incrementarían ante la opción por los medios armados.
En relación con lo expuesto, puede entenderse que la postura de Nadalich se había radicalizado. En el heterogéneo espacio de la nueva izquierda se debatía entre quienes enfatizaban la militancia en el seno de la clase obrera y quienes privilegiaban la acción armada (Tortti, 2014, p. 27). Por lo tanto, aunque resulta probable que otros agentes adoptaran posicionamientos similares, ello no implicaba que el Movimiento en su conjunto siguiese la misma línea. En este sentido, el artículo concluyó con las consecuencias que, entendía su autor, podían generar los planteos expuestos:
Sin dudas este artículo resulte demasiado pesado y con una sarta de críticas negativas; no es así mis compañeros, solo que: el hecho mismo de ser un Movimiento debemos replantear permanentemente interrogantes […] sin lo cual, considero, que un Movimiento se hace estático y no dinámico como la palabra misma lo indica […] es propio dinamismo innato del ser humano reflexionar y mucho más aún, quienes componen un Movimiento que tiene objetivos muy concretos a lograr. (Nadalich, 1968b, p. 5)
Ahora bien, puede plantearse que, en comparación con este artículo, Nadalich utilizó tonos más mesurados en el siguiente número del Boletín del dirigente. En esta nueva ocasión, realizó una descripción de la estructura social argentina con especial énfasis en el sector agrario y rural con un considerable grado de datos fácticos. Si bien las conclusiones redundaron en la necesidad de transformación de “un sistema de sociedad que no está al servicio del HOMBRE sino de grupos privilegiados” (Nadalich, 1968a, p. 5, destacado en el original), ya no interpeló directamente a quienes, además de él, lideraban el MRAC.
La información estrictamente empírica refiere a los desequilibrios regionales. Empezando por la infraestructura sanitaria, problematiza Nadalich:
En todo el país hay un médico por cada 700 personas, pero… En Capital Federal 1 médico atiende a 217 personas (atención sobre abundante) […] En Corrientes, Chaco, Catamarca y Jujuy: 1 cada 2500. (atención MALA) En Formosa, Misiones, Santiago del Estero: 1 cada 3000. (atención IMPOSIBLE). (Nadalich, 1968a, p. 2, destacado en el original)
La atención “mala” correspondía a las provincias del norte del país y la atención “imposible” se encontraba representada exclusivamente por provincias del nordeste. En lo que respecta a la distribución de la riqueza agraria, Nadalich se sirvió de datos del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) para analizar este problema y tuvo en cuenta tanto el tamaño de las explotaciones como las relaciones entre propietarios y peones. Planteó que, en última instancia, la cuestión residía en las desiguales capacidades de acumulación, las cuales, sostenía, tenían como problema central al acceso al suelo: “El 1% de los propietarios de la tierra posee la MITAD del país. Son los CINCO MIL SEISCIENTOS SESENTA Y UN GRANDES TERRATENIENTES” (Nadalich, 1968a, p. 4, mayúsculas y destacado en el original). En contraposición a la élite del agro, Nadalich situó a una mayoría de actores subalternos (pequeños propietarios, chacareros, campesinos y peones, según términos del documento) a la vez que planteó ciertos beneficios que conllevarían una redistribución en la tenencia de la propiedad, elementos que habían sido expuestos en textos anteriores.
Además de los dos escritos publicados en el Boletín del dirigente durante 1968, Nadalich participó en Siguiendo la huella aprovechando este canal comunicacional para expresar su postura general sobre los liderazgos sociales y políticos deteniéndose particularmente en el caso del MRAC y la renovación de su Equipo Nacional. De este modo, retomó nuevamente su postura intransigente hacia el interior del organismo planteando que un dirigente es “el que interpretando las necesidades e inquietudes de la base va encaminado hacia los objetivos del movimiento; que es desarrollar al hombre en toda su dimensión […] debe hacer posible que todos puedan participar” (Nadalich, 1968d, p. 8, el destacado es nuestro). Si bien este planteo puede representar cierto acuerdo en el marco de los movimientos sociales, el hecho de que considere pertinente explicitarlo constituye un indicador de ciertas incomodidades y tensiones subyacentes en el seno del MRAC.
Asimismo, el artículo afirma que un buen dirigente “sabe retirarse a tiempo […] en ningún escalón de la estructura es conveniente que permanezca por mucho” (Nadalich, 1968d, p. 9, destacado en el original). El autor argumentó que el no hacerlo resta dinamismo a los movimientos a la vez que dificulta la aparición de nuevos liderazgos. Seguidamente, expuso la periodicidad que consideraba correcta: “un dirigente para ser eficaz, debe permanecer como mínimo dos años […] el paso de un dirigente en cada nivel no puede ser mayor a tres o cuatro años” (Nadalich, 1968d, p. 9). Por ello, concluye que es precisa una renovación en los cargos del Equipo Nacional, proceso del cual no se hallaba ajeno, ya que lo integraba desde 1966.
De los tres textos aparecidos en 1968 en el marco de una oleada mundial de luchas populares que se expresó institucionalmente en la Iglesia latinoamericana en el evento de Medellín, puede establecerse que el primero de ellos presenta la postura más radicalizada de Nadalich planteando la posibilidad de lograr transformaciones sociales por medios violentos adoptando el compromiso “hasta sus últimas consecuencias”. Luego, atemperó su posición, exponiendo desigualdades sociales, aunque sin proponer explícitamente una alternativa concreta al capitalismo. Por último, si bien no retomó los tonos del primer artículo, lo cierto es que realizó una nueva crítica hacia el interior de la conducción del MRAC.
Si en su primer período al frente del Equipo Nacional, Nadalich había deslizado tópicos vinculados al marxismo, puede establecerse que para el marco del 68 católico estos elementos ocupaban un lugar de relevancia en su pensamiento. Sin embargo, es necesario señalar la generalidad dentro del campo marxista de los componentes que expresó. La ausencia de menciones a autores específicos, a experiencias concretas de socialismo o a formaciones partidarias dificulta establecer una filiación a una rama específica dentro de esta corriente.
En otro orden de ideas, Nadalich regresó a la diócesis de Tucumán dentro de este período, tarea que, en principio, fue realizada en el marco del MRAC (Anónimo, 1968b).[12] Por entonces, la crisis del circuito azucarero constituía un problema de relevancia en la agenda pública y, junto con el Cordobazo y otras expresiones similares a lo largo del país genéricamente denominadas como azos, el lugar del interior en la vida política argentina fue reconfigurado (Healey, 2007). Sus últimas apariciones como dirigente del Movimiento tuvieron lugar en este clima de conflictividad social.
El “momento crucial”: Nadalich en el contexto del Cordobazo
Promediando la presidencia de Nadalich en el MRAC, el Movimiento se organizaba en seis zonas a nivel nacional: Noroeste (Salta, Jujuy, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero), Nordeste (Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes y Norte de Santa Fe), Bonaerense (La Pampa y Buenos Aires), Pampa central (Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos), Cuyo (Mendoza, San Luis y San Juan) y Patagonia (Sur Argentino). Siguiendo a Francisco Ferrara (2006, p. 36), la primera de ellas era la más numerosa en términos de adherentes, mientras en el Nordeste se expresó la mayor demostración práctica de su actividad en el territorio.
En 1969 Nadalich publicó sus últimos dos artículos: uno en Siguiendo la huella, y otro en el Boletín del dirigente rural edición que reemplazó al Boletín del dirigente. El número de febrero de 1969, la primera de estas publicaciones contó nuevamente con una colaboración del actor bajo estudio, quien mediante un enfoque que podría vincularse a la filosofía de la historia, reforzó nuevamente su postura respecto a la orientación que consideraba que debía adoptar el MRAC frente a la situación social. En este sentido, y teniendo en cuenta que la revista se dirigía a un público relativamente amplio dentro del catolicismo, estructuró su exposición de modo progresivo. El primer elemento en su argumentación consistió en contextualizar la realidad de las comunidades en las cuales se desenvolvía el Movimiento:
muchos que no tienen tierra para trabajar, pocas posibilidades para la educación […] sueldos, remuneración de los productos muy bajos, hombres que explotan a otros hombres, poco amparo para productores y obreros, gente que no tiene trabajo, que vive en condiciones no humanas, etc. etc. (Nadalich, 1969a, p. 10)
En segundo orden, introdujo la problemática de la lucha de clases: “en nuestra sociedad existen grupos de privilegiados […] que en su afán de seguir acumulando sus grandes riquezas someten a los mismos hombres […] ante gravísimas y desesperantes situaciones de hambre e injusticia” (Nadalich, 1969a, p.10). A estas condiciones, sin embargo, opuso la presencia de un período histórico de cambios ya que, según sus palabras, “hoy no se concibe que existan patrones y obreros, se pone a tela de juicio la propiedad privada y se piensa en una verdadera socialización de los bienes” (Nadalich, 1969a, p. 11, el destacado es nuestro). Si bien durante la primera etapa de su presidencia en MRAC ya había expresado ideas en torno a una sociedad en abierto proceso de transformación, en esta nota introdujo por primera vez el concepto de “socialización” a la vez que señaló la orientación de ciertas intervenciones de la Iglesia en la esfera pública: “la iglesia asume un gran compromiso para cambiar las estructuras, volcándose en favor de los desposeídos, la religión hoy se la quiere vivir más auténticamente” (Nadalich, 1969a, p. 11, el destacado es nuestro). En esta línea, disputaba el sentido de la religión en el plano terrenal, postura central en el cristianismo liberacionista. Resumió, asimismo, que “quienes se oponen [lo hacen] porque les toca los intereses de su riqueza” (Nadalich, 1969a, p. 11), de modo que recalcaba el contenido de clase de los problemas sociales.
Ahora bien, el punto de mayor resonancia en el texto correspondió nuevamente al rol que la cabía en este marco, según su postura, al MRAC. En su exposición, describió a sus “militantes” las injusticias que debían enfrentar los sujetos vinculados al mundo rural del norte argentino y con los cuales interactuó en sus diversos viajes -como ser obrajeros, tabacaleros y peones de fincas, entre otros-. A renglón seguido, invitó a preguntarse si las actividades comunitarias y pastorales tenían una profundidad acorde a la coyuntura del momento. En líneas generales y parafraseando a su artículo, puede afirmarse que su perspectiva en torno al rol del Movimiento en la historia propuso una visión más abarcadora a fin de que sus militantes se comprometan con el cambio de estructuras sociales. En este sentido, no solo planteó de manera explícita la necesidad de dar un paso concreto hacia la acción política, sino que también especificó la orientación que consideraba que debía adoptar dicho accionar:
si la historia se encamina hacia una socialización […] el Movimiento, no puede estar dentro de esta historia si a nuestra gente no les hace ver los problemas de fondo de esta sociedad y no les encausa a una acción acorde a la corriente de la evolución. (Nadalich, 1969a, p. 11, el destacado es nuestro)
En otras palabras, Nadalich, planteó que el MRAC debía orientar sus esfuerzos hacia una socialización de los medios de producción. El agricultor santafesino comprometido con la situación de las masas desposeídas y crítico de las desigualdades propias del sistema capitalista hizo pública su posición en los estertores del onganiato por medio de un canal comunicacional eclesiástico, lo que a su vez comprometía al Movimiento. Semanas más tarde estalló el mayor ciclo de protestas sociales y políticas del siglo XX argentino, contexto en el que las nuevas ideas en circulación y la combatividad de los trabajadores promovieron sendos debates y cuestionamientos a las dirigencias (Tortti, 2014, p. 16) de los que Iglesia no estuvo exenta. La última participación de Nadalich en el MIJARC tuvo lugar en esta coyuntura en ocasión de la Conferencia Latinoamericana realizada en julio (Anónimo, 1969, p. 9).
Como resultado de su postrema intervención en el organismo internacional, Nadalich escribió una nota acerca de este evento para el primer número del Boletín del dirigente rural. En la misma, si bien planteó lineamientos generales del encuentro, procedió a exponer sus inquietudes en torno a los movimientos católicos rurales y a problemas sociales y políticos más generales en sintonía con los argumentos expuestos en artículos previos. Así también, añadió otros elementos que tornaron aún más intransigente su planteo. Sostuvo en este sentido que uno de los ejes de la Conferencia consistió en “cuestionar la situación de dominación de América Latina (sistema capitalista). Medios utilizados, por el sistema capitalista para mantener el poder […] reflexión sobre el hombre y sociedad futura. Reflexión sobre los objetivos de una acción liberadora” (Nadalich, 1969, p. 13, paréntesis y destacado en el original). En los párrafos siguientes, reafirmó lo expuesto: “si la sociedad actual ((sistema [sic.] capitalista) plantea la imposibilidad de que los hombres vivan en condiciones humanas y se desarrollen como tal, los oprime, habrá que pensar pues, en una sociedad que posibilite la liberación de todos los hombres” (Nadalich, 1969, p. 13-14). Así también, recurrió nuevamente al discurso autocrítico en primera persona, empero, del plural, interpelando a un “nosotros” en los siguientes términos: “en vez de contribuir positivamente a salir de una situación de opresión, podemos ayudar a mantener esta situación. Si no hacemos serios cuestionamientos a nosotros mismos, será muy difícil marchar junto al proceso de liberación” (Nadalich, 1969, p. 14).
A partir del planteo descripto, puede establecerse que, para el período del Cordobazo, Nadalich ya había expresado los principales lineamientos de su pensamiento. En sus escritos anteriores, su perspectiva en torno al MRAC conjugó creencias religiosas con planteos más generales y con distintos grados de politización enfatizando su crítica a las desigualdades sociales. Desde el 68 católico y, sobre todo, desde las insurrecciones populares en Argentina, refirió e interpeló abiertamente a la articulación predominante de las relaciones sociales de producción proponiendo esquemas alternativos. Retomó entonces la temática de las transformaciones atravesadas en el catolicismo latinoamericano, añadió al capitalismo como nombre propio al señalar la causa de las situaciones de pobreza rural, planteó que la liberación de los pueblos no podía tener lugar en el marco este sistema y afirmó que la Iglesia debía tomar parte en favor de este proceso general de cambio.
Si bien se ha señalado el fenómeno del deslizamiento desde un cristianismo liberacionista hacia una teología de la violencia en ciertos espacios del cristianismo en el contexto del Cordobazo (Campos, 2016), vale destacar que los momentos cruciales expresados hasta aquí fueron de una amplitud social cada vez mayor. Si su designio como presidente del Equipo Nacional del MRAC correspondió a una institución interna de la ACA, el 68 católico tuvo dimensiones mucho más grandes. Más aún, el Cordobazo excedió el ámbito religioso e implicó la mayor oleada de revueltas en la historia argentina significando una ruptura en el periodo posterior al derrocamiento del peronismo. Este fue el “momento crucial” en la trayectoria de Nadalich y, como se verá en el próximo apartado, representó la transición hacia el último período de su historia de vida.
Sin embargo, habiendo planteado en uno de los principales canales de difusión del MRAC que el organismo debía orientarse hacia una intervención política en favor de un proceso de cambio de estructuras tendientes a la socialización y, a posteriori del estallido de protestas que siguieron al Cordobazo, la dimisión de Nadalich del Equipo Nacional se oficializó en septiembre. La nota de despedida, firmada por sus compañeros y compañeras en el número de septiembre/octubre de Siguiendo la huella, rezó:
vemos en él un Campesino que comprende cuál es su papel de hoy, para cooperar en la búsqueda de una nueva Sociedad […] Sabemos también de su esfuerzo por llevar a lo concreto sus ideas […] y deseamos que esta misma finalidad lo impulse a cumplir la otra etapa de la misión que le corresponde. (Equipo Nacional, 1969, p. 22-23)
Montoneros y el norte
Si bien el cristianismo liberacionista influyó en la comunidad eclesial argentina, no constituyó su tendencia predominante. Luego de dejar el Equipo Nacional, Nadalich no volvió a publicar artículos en los canales de comunicación del MRAC. El contexto político y social y su pensamiento acerca del mismo se relacionan estrechamente con decisiones que implicaron transformaciones en su historia de vida, por lo cual su alejamiento de los canales institucionales puede entenderse en el marco de sus disidencias respecto de otros sectores. “La otra etapa de la misión que le corresponde” excedió los márgenes de la esfera católica y consistió en la opción armada, alternativa que había deslizado tiempo atrás.
Montoneros se conformó al fusionarse el Grupo Reconquista -del que había participado Nadalich- con otras células similares nacidas en el ámbito del catolicismo renovador meses después del Cordobazo (Lanusse, 2007b). Luego de su aparición pública a partir del secuestro y asesinato del expresidente de facto, Pedro Eugenio Aramburu, la organización contaba con una presencia más o menos relevante en el Gran Buenos Aires seguido de Santa Fe, Córdoba y el Noroeste.[13]
En lo que respecta al MRAC, el recambio en la dirección de su Equipo Nacional, no obstó para que en diciembre de 1969 fuera víctima de uno de sus primeros episodios de represión en ocasión de un evento organizado por el MIJARC en Florencio Varela. De todos modos, el año siguiente aumentaron las concentraciones realizadas por el Movimiento en el nordeste a pesar de las tensiones generadas desde la ACA (Vázquez, 2020, p. 155- 156).
Ciertos sectores del MRAC que se expresan en casos específicos como los de Nadalich, Yacuzzi y Guilbard plantean la alternativa del pasaje a la acción política –y en algunos casos, también insurreccional- como respuesta a los límites del ámbito institucional católico para transformaciones mayores. En esta misma línea puede interpretarse la participación del Movimiento y de varios de sus militantes en el proceso organizativo a-partidario desplegado a partir de 1970 por parte de distintas experiencias agraristas autónomas en el norte del país. Estas expresiones de lucha surgidas en una etapa de repliegue de la autodenominada “Revolución Argentina” luego de los “azos” tuvieron a las Ligas Agrarias del Nordeste como principal expresión reivindicativa (ver Ferrara, 2006, Rozé, 2011, Moyano Walker, 2011, entre otros). Si bien constituyeron una heterogénea experiencia, su tendencia predominante promovió fuertes mecanismos de regulación estatal y una mayor distribución de los recursos en el marco del capitalismo (Galafassi, 2005).
En lo que concierne a Nadalich, regresó alrededor de 1971 a la zona de acción del que había sido el Grupo Reconquista. Más precisamente, se instaló en Tucumán, provincia que por entonces se encontraba en una situación particular. Por un lado, estaba siendo azotada por el cierre de ingenios que impuso el gobierno de facto a fin de evitar la sobre-producción azucarera. Por el otro, y como parte del ciclo de protestas populares mencionado, la provincia experimentó una serie de “Tucumanazos” en 1969, 1970 y 1972 donde sectores obreros y estudiantiles se movilizaron en contra de los gobiernos local y nacional (Cortés Navarro, 2015). En este contexto, Nadalich se comprometió con mayor vehemencia en la militancia revolucionaria y, luego de un operativo fallido, debió refugiarse en la clandestinidad resguardándose y trabajando con obreros y zafreros.[14]
Con respecto a las Ligas Agrarias, vale destacar que a pesar de constituir espacios autónomos –es decir, extra-institucionales-, de no haber conformado organizaciones político-militares y de haber circunscripto sus reclamos principalmente al plano de la comercialización de las cosechas, esta experiencia acabó, de todos modos, por resultar excesivamente incómoda para la jerarquía eclesiástica. Esta situación redundó en la expulsión del MRAC de la ACA por parte de la Conferencia Episcopal Argentina hacia 1972. Progresivamente, un sector del agrupamiento liguista terminó vinculándose con organizaciones político-militares. Según autores como Healey (2007, énfasis p. 207), esta trayectoria había sido en cierto modo anticipada por el caso tucumano.
Desde la finalización de la primavera camporista, el margen de maniobra del movimiento agrarista, de las experiencias armadas revolucionarias y, también, de Nadalich, se vio restringido en creciente medida. Las tensiones que derivaron en enfrentamientos entre sectores de la nueva izquierda y otros espacios del peronismo, así como en la reactivación de la lucha armada y la pérdida de apoyos sociales, tuvieron lugar en un contexto de preparación de un instrumental legal y represivo que se potenció, sobre todo, a partir del Operativo Independencia en Tucumán (Tortti, 2014, 29-30). En este escenario y luego de formar familia, Nadalich partió en su compañía hacia la provincia de Salta y, antes del golpe de Estado de 1976, hacia la ciudad de Corrientes. Pese a estar instalado en aquella localidad, su actividad se extendía también al Chaco, donde se encontró en varias oportunidades con un dirigente de las Ligas Agrarias de aquella provincia que se encontraba escondido en el monte debido a la persecución recrudecida con el proceso dictatorial.[15] Un domingo de octubre de 1976, Nadalich se dirigió a una reunión de la que no regresó. Habría estado reunido en una capilla en construcción con la anuencia del sacerdote cuando habrían sido rodeados y asesinados por la policía y el ejército. Su cuerpo nunca fue hallado.
Conclusiones
Este escrito ha tratado acerca del pensamiento de un agente de importante gravitación para la intervención eclesiástica en el medio rural. Autores como Fortunato Mallimaci y Verónica Giménez Béliveau (2006) han planteado que en las historias de vida “la persona se elige según ciertos rasgos considerados relevantes en términos conceptuales” (p. 187). En este sentido, es de destacar que el estudio del pensamiento de Nadalich permitió una aproximación a los problemas sobre cristianismo, ruralidades y política durante la segunda mitad del siglo XX argentino. Más aún, su caso invita a preguntarse por experiencias distintas a las de los trayectos organizativos confluyentes en las Ligas Agrarias.
En líneas generales, se apreció un viraje desde el reclamo de políticas públicas para mejorar las condiciones de vida de la población rural fundamentado en principios cristianos hacia una definida postura en torno a la orientación que, sostenía Nadalich, debía adoptar el universo católico en contra de los mecanismos que privilegiaban procesos de explotación de las masas y de acumulación capitalista. Su trayectoria propone un diálogo entre problemas regionales y procesos internacionales. Aquel agricultor del norte de Santa Fe comprometido con reivindicaciones agraristas, especialmente luego de su experiencia en Formosa, pasó de la problematización de las desigualdades, el reclamo de políticas públicas dirigidas al sector y la opción por los pobres, a una crítica al capitalismo, primero, y a la militancia por una socialización, después.
Ahora bien, en lo que concierne a las rupturas en su pensamiento, el proceso de secularización implicó que, progresivamente, fueran obviadas citas bíblicas y menciones a las cartas encíclicas y otros elementos de la creencia cristiana. En la producción escrita desde su rol de intelectual, tales cuestiones perdieron gravitación ante conceptos como “capitalismo”, “socialización” y “cambio de estructuras” a la par que sus propuestas de intervención en el plano político se tornaron cada vez más específicas deslizando incluso la posibilidad de medios violentos para la acción.
En términos de continuidades se aprecia la noción en torno a una etapa de cambios como un componente central de su pensamiento a lo largo de todo el período bajo estudio. Así también, a pesar de incorporar gradualmente conceptos propios de las izquierdas, tampoco refirió explícitamente a referentes o agrupamientos político-partidarios y raramente recurrió a máximas doblemente filiadas como “justicia social”.
Por otro lado, el estudio de la perspectiva de un actor individual permitió apreciar la heterogeneidad de agencias intervinientes en las dinámicas históricas abordadas. Los márgenes de autonomía del MRAC y las preferencias de los grupos dominantes de la jerarquía católica fueron elementos contrapuestos en el marco de las tensiones institucionales. A su vez, el propio presidente del Equipo Nacional de este órgano se topó con sentidos disonantes a su pensamiento dentro del Movimiento respecto a la orientación que este debiera adoptar frente a los procesos sociales en desarrollo. El hecho de que el organismo no se haya radicalizado, de que las Ligas no hayan planteado la socialización de los medios de producción entre sus principales reclamos y la posterior expulsión del MRAC del seno de la ACA son indicadores de ello. Puesto, en otros términos, las transformaciones en el pensamiento de Nadalich vinculadas a los cambios del período encontraron tensiones al interior de una polifónica red eclesiástica. Aunque esto se relaciona con su salida de las redes institucionales, también es cierto que logró mantener ciertos vínculos luego de compenetrarse en la acción insurreccional.
El sentido del MRAC en tanto movimiento “apostólico y educativo” fue progresivamente tensionado en virtud del compromiso con los pobres que, esperaban actores como Nadalich, permitiese una militancia política de la institución en favor de una socialización del capital. Ahora bien, a pesar de que la tendencia general del Movimiento presentó posturas mucho más moderadas de las que el presidente de su Equipo Nacional hubiese deseado, lo cierto es que también fueron más críticas de lo que parte de dirigencia eclesiástica fue capaz de tolerar. Por otro lado, vale destacar que la trayectoria estudiada, al fin y al cabo, se inserta en un esquema general del paso de un militante católico a la guerrilla delineado por Donatello (2003) para los ámbitos urbanos: compenetración con la realidad, decepción con las prácticas llevadas a cabo, adopción del peronismo, salida de las redes institucionales del catolicismo y paso a la acción insurreccional. Su final es, ni más ni menos, el de miles de detenidos-desaparecidos por el terrorismo de Estado.
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Notas
Siguiendo la huella, que contó con cuatro artículos de Nadalich, era el principal órgano de comunicación del Movimiento, así como la publicación de mayor circulación, dirigida a un público relativamente amplio tratando temas de actualidad y divulgación acerca del mundo agrícola y cristiano acompañados de ilustraciones. El Boletín del dirigente, medio para el cual el biografiado escribió tres colaboraciones, se orientaba hacia a líderes rurales y eclesiásticos, por lo que su lectura era más restringida y privilegiaba temas sobre formación de líderes, doctrina católica y reflexiones sobre problemas sociales y políticos prescindiendo de mayores recursos gráficos. El Boletín del dirigente rural, donde el presidente del Equipo Nacional del MRAC colaboró en una única oportunidad, reemplazó al Boletín del dirigente. Una aproximación a estas revistas en Contardo (2013) y Fernández (2015); ver también Fernández (en este dossier).