Dossier
Recepción: 01 Abril 2019
Aprobación: 01 Julio 2019
Publicación: 31 Julio 2019
Resumen: En este artículo se dan a conocer datos e interpretaciones arqueológicas basados en más de cincuenta años de investigaciones realizadas en el valle del Río Magdalena en Colombia. Nuestro objetivo es describir sus principales características fisiográficas, revelar cambios experimentados en el paisaje y plantear aspectos destacados de las estrategias adaptativas, modos de vida y organización social durante distintos periodos. Se priorizaron las dinámicas de cambio cultural en las tierras bajas de los sectores Bajo y Medio Magdalena, a partir de una síntesis sobre aspectos relacionados con la tecnología lítica y cerámica, las prácticas funerarias y la cronología en un marco temporal amplio desde el final del Pleistoceno al Holoceno tardío. Se trata de una reflexión que recoge resultados de estudios anteriores del autor y de quienes han contribuido al desarrollo de la arqueología del valle del Magdalena y se plantean preguntas de investigación a largo plazo, con la pretención de integrar distintas líneas de evidencia, en particular desde la geoarqueología, interrogándose sobre si es posible proponer modelos para adelantar explicaciones de la presencia o no, y el tipo de evidencias arqueológicas. Surgen consideraciones sobre la existencia “dispersa” de vestigios de alta calidad tecnológica y estilística relacionados con asentamientos denominados “formativos” o contextos “clásicos”, caracterizados por conjuntos de cerámica y orfebrería sobresalientes, con cronologías entre 2800AP a 1400AP. Actualmente estas evidencias presentan discontinuidad en el paisaje a lo largo del valle. Al contrario, las relativamente menos elaboradas realizaciones tardías –enmarcadas en el denominado “Horizonte de Urnas Funerarias” del Magdalena–, muestran recurrencia en vegas, terrazas recientes y colinas, y demuestran ocupaciones en el último milenio AP, incluyendo los contactos con los europeos desde el Siglo XVI.
Palabras clave: Valle del río Magdalena, Geoarqueología y cambios de paisajes, Cazadores-recolectores-pescadores, Arcaico, Formativo, Complejizaciónsocial.
Abstract: This article presents the state of the art concerning the archaeological research carried out in the Magdalena Valley in Colombia, from the end of the Pleistocene to the late Holocene. Data and interpretations from more than fifty years of archaeological research carried out in the valley of the Magdalena River are presented, including descriptions of the main physiographic features, landscape changes and adaptive strategies during different periods, focused on the dynamics of cultural change in the lowlands of the Low and Middle Magdalena basin. This work provides a synthesis ofissuessuchaschronology,organizationoflithictechnology, subsistence, settlement systems, mobility, and mortuary practices. The integration of results obtained from different lines of evidence allows proposing models to advance explanations of presence or lack thereof, and type of archaeological evidence. It also includes considerations about the “scattered” occurrence of high quality technological and stylistic evidences, traditionally linked to “Formative” settlements or “classic” contexts characterized by outstanding assemblages of ceramics and goldsmithing with chronologies between 2800BP to 1400BP. At present such evidences show discontinuity in the landscape along the Valley. In contrast, the relatively less elaborate late realizations - framed within the so-called “Funerary Urns Horizon” of the Magdalena basin – reoccur in meadows, recent terraces and hills, and demonstrate occupations during the last thousand years BP, including contact with Europeans since the 16th century.
Keywords: Magdalena river valley, Landscape changes and Geoarchaeology, Hunter-gatherers-fishers, Archaic, Formative, Social complexity.
Resumo: Neste artigo sãoapresentados dados e interpretações arqueológicas baseadasemmais de cinquenta anos de pesquisas realizadas no vale do rio Magdalena, na Colômbia. O objetivo é descreversuasprincipais características fisiográficas, revelar as mudançasocorridas na paisagem e abordar estratégias adaptativas, formas de vida e organização social em diferentes períodos. O texto prioriza a dinâmica das mudançasculturaisocorridasnasterrasbaixas do médio e baixo Magdalena, a partir da tecnologia lítica e cerâmica, das práticasfunerárias e da cronologia, abrangendo o período de tempo entre o final do Pleistoceno e o Holoceno tardio. Reúne os resultados de pesquisas anteriores do autor e daqueles que contribuíram para o desenvolvimento da arqueologia do Vale do Magdalena. São formuladas questões para pesquisas de longo prazo, visando integrar informaçõesproduzidas por diferentes linhas de pesquisa, particularmente da geoarqueologia. Tambémsãoestabelecidasconsiderações sobre a presença "dispersa" de vestígiosculturais que se destacam pelos aspectos tecnológicos e estilísticos relacionados a assentamentos "formativos" ou "clássicos", caracterizados por conjuntos de cerâmica e “orfebrería” de excelente qualidade, comcronologias entre 2800 AP e 1400 AP. Atualmente, essasevidênciasapresentamdescontinuidade na paisagemao longo do vale. Por outro lado, aquelas menos elaboradas – que pertencemao denominado "Horizonte de Urnas Funerárias" do Magdalena– apresentamrecorrêncianasplanícies, terraçosrecentes e colinas, indicando ocupações no último milênio antes do presente, incluindo os contatoscom os europeus desde o Século XVI.
Palavras-chave: Vale do rio Magdalena, Geoarqueologia e mudanças de paisagem, Caçadores-colheitadeiras-pescadores, Arcaico, Formativo, Complexidade social.
Introducción
Las investigaciones arqueológicas en distintos sectores del extenso valle del río Magdalena en Colombia han tenido diferentes dinámicas desde mediados del Siglo XX. Las primeras exploraciones, las investigaciones académicas y un número creciente de proyectos de arqueología preventiva han producido abundantes datos, a partir de los cuales se han postulado modelos que van dando explicaciones complementarias a los cambios de paisajes y las ocupaciones a través del tiempo, además de establecer relaciones con otros sectores de tierras medias y altas.
La cuenca del Magdalena constituye el sistema de drenaje más importante de la región andina en el noroccidente de Suramérica. El río Magdalena y su afluente mayor, el río Cauca, corren paralelos de Sur a Norte, siendo determinantes en la ocupación del territorio, pues permiten desde la costa del Caribe, el acceso hacía el interior continental. Se resalta que por sus caracerísticas generales, esta macro-cuenca puede considerarse como una región interandina en la mayor parte de su extensión, así como una región caribeña en su parte baja. Presenta alta variación en las condiciones climáticas y ambientales, lo que configura ricos mosaicos bioclimáticos, expresados en significativa biodiversidad. Para el caso de este capítulo nos concentraremos en la revisión de información referida a las tierras bajas y cálidas del valle del río Magdalena[1].
El objetivo es dar a conocer los principales trabajos que han aportado información substancial y abierto espacios a discusiones teóricas sobre la arqueología del valle del Magdalena, los cuales han soportado reiteradas referencias; incluyendo desde las fechas más antiguas de periodos precerámicos, hasta la llegada de los europeos en el Siglo XVI. Se muestra además como a partir de distintos proyectos, se han logrado establecer relaciones entre los cambios ambientales del paisaje de las tierras bajas del Magdalena, con las distintas etapas de desarrollo sociocultural al interior del actual territorio colombiano. Se presentan características destacadas de los primeros pobladores cazadores-recolectores, de las poblaciones denominadas arcaicas o formativas, así como de las subsecuentes manifestaciones culturales de sociedades agroalfareras jerárquico-cacicales, quienes lograron materializar desarrollos tecnológicos y estilísticos sorprendentes. Las transformaciones de los materiales líticos, cerámicos, metálicos y las prácticas funerarias, tanto en la construcción de tumbas, como en sus ajuares, constituyen una buena muestra de los alcances productivos, políticos y simbólicos que alcanzaron estas culturas de tierras bajas. Sin duda estas sociedades estuvieron relacionadas con otras similares, no solo a lo largo del valle y ríos tributarios en zonas ribereñas -hoy desaparecidas-, sino en algunos enclaves de tierras medias y altas, tanto de la Cordillera Central como la Cordillera Oriental.
Paralelamente, en este capítulo se enfatiza sobre la importancia de fortalecer la investigación fisiográfica, geomorfológica y de estudios del paisaje en distintos sectores del valle del Magdalena, así como de la necesidad de los acercamientos geoarqueológicos y paleoambientales. Desde esta perspectiva se pueden añadir lineamientos, significativos, datos e interpretaciones para entender las principales transformaciones de los paleopaisajes del valle inter-andino del Magdalena.
El panorama arqueológico del valle del Magdalena es fascinante desde todo punto de vista. A escala continental es posible establecer relaciones geográficas, así como vínculos culturales con otros grandes ríos de Suramérica y Centroamérica. Son muchas las similitudes de habitantes de tierras bajas en distintos territorios, tanto para épocas contemporáneas, como en periodos precerámicos y cerámicos, lo que invita al estudio comparado sobre orígenes, estilos, tecnologías, complejidad social, migraciones, expansiones e innovaciones culturales.
Localización general, caracterización geográfica y perfil esquemático de la cuenca del Magdalena
El río Magdalena es el más largo de los ríos interandinos del Norte de Suramerica y penetra por un largo corredor de 1540 km al interior del continente. Corre de Sur a Norte separando las Cordilleras Central y Oriental de los Andes colombianos. La localización de la cuenca Magdalena en la Zona Tropical o Zona Tórrida de la tierra y su relación respecto a los océanos es determinante para comprender sus condiciones climáticas y ambientales. La cuenca limita al Norte por el mar Caribe, donde desemboca el Magdalena y al Sur por la estrella fluvial del Macizo Colombiano, la cual distribuye las aguas de las vertientes del Pacífico, del Caribe y del Amazonas. Al Oriente está limitada por el filo de la cordillera Oriental, que separa sus aguas de las que corren hacia las llanuras orientales y al Orinoco. Al Occidente, el límite lo marca el filo de la cordillera Occidental, que divide sus aguas de las que corren hacia el Pacífico. Las coordenadas geográficas, de sus puntos extremos son: en el sentido Norte-Sur de 1° 33’ a 11° 6’ latitud Norte. Sus extremos en el sentido Oriente-Occidente se localizan entre los 72° 22’ y los 76° 58’ longitud Oeste (Cormagdalena 2002) (Figura 1).
El enmarcarse la cuenca del Magdalena por las vertientes de las cordilleras Central y Oriental de los Andes se manifiesta en la variación vertical de la temperatura en función de la altitud, desde el nivel del mar hasta alturas superiores a los 5.000 msnm, por lo que se encuentran todos los pisos térmicos representados. La macro cuenca Magdalena-Cauca abarca una extensión de 257.438 km2, lo que representa el 24% de la extensión continental de Colombia (la cuenca del Cauca tiene una superficie de 63.300 Km2). Actualmente habitan más de 35 millones de personas, el equivalente al 80% de la población total de Colombia, y se asientan las grandes ciudades y los principales centros urbanos (Cormagdalena 2002, IGAC 2007).
Las combinaciones de diversos factores generan ambientes locales, los cuales están determinados por la forma y la extensión del relieve, la cual incide sobre los vientos y precipitaciones. Teniendo en cuenta su perfil longitudinal y altitudinal, el curso del río Magdalena se ha dividido geográficamente en tres partes que hallan expresión en una sectorización total de la cuenca, con regiones climáticas que demuestran cierta homogeneidad en sus características. No obstante, la tradicional división geográfica en Bajo, Medio y Alto Magdalena, no es la más adecuada para la contextualización arqueológica. Al aplicar este esquema, un porcentaje muy alto de las llanuras bajas y cálidas del Magdalena, alrededor de 300 km de sus riberas, se considerarían como “Alto Magdalena”, sector que requiere de mayores diferenciaciones biofísicas y socioculturales[2] (Figura 2 a y b).
Se presenta a continuación la tabla 1 de síntesis de las principales características geográficas, geológicas, geomorfológicas y biofísicas con relación a los distintos sectores del valle del Magdalena.
Fisiografía y suelos
La mirada fisiográfica en torno a la cuenca del río Magdalena, permite establecer las complejas relaciones entre el clima, el relieve, la hidrografía, la biodiversidad, el uso y la ocupación del suelo, a partir de las dinámicas de las formaciones y características de los materiales que la constituyen. La cuenca es producto de distintos eventos geológicos, geomorfológicos, de formación de suelos, además de los efectos antrópicos. Los levantamientos de la superficie por presión tectónica, las fallas, los plegamientos, la sedimentación y la erosión, han producido la forma, composición y dinámicas que hoy vemos (Cormagdalena 2002, IGAC 2007) y que muchas veces extrapolamos hacia el pasado sin comprender cambios substanciales en los paisajes (López y Cano 2011).
Es muy importante reconocer la “juventud” de la constitución geológica de la cuenca, la cual puede catalogarse de reciente, dado que el levantamiento de la primera cordillera -la Central- se produjo hace aproximadamente 60 millones de años y finalizó hace 30 millones de años. La depresión entre el paleo-eje montañoso y el fondo marino, levantado y convertido en la Cordillera Central, fue el origen del valle del río Magdalena. Estas depresiones fueron ensanchándose por los procesos de erosión, modelando y suavizando sus formas, mientras llenaban con sedimentos las cuencas intramontanas; así se conformaron los valles interandinos que separan las tres cordilleras andinas que caracterizan la geografía de Colombia. En general, el extenso sector cordillerano de la cuenca se caracteriza por la sedimentación continental, mientras que el extremo Norte, en la zona del bajo Magdalena, presenta el predominio de sedimentación marina; allí se observan dos zonas diferenciables: la depresión inundable del río Magdalena y la zona deltáica (Cormagdalena 2002) (Figura 3).
La investigación arqueológica se correlaciona estrechamente en la escala de la formación y evolución particular de los suelos. En los grandes paisajes regionales se pueden caracterizar distintos tipos de suelos que se generan bajo condiciones similares de relieve y clima; las unidades menores surgen a partir de la consideración de la composición de los materiales parentales y su específica transformación en el tiempo, la cual incluye las actividades humanas. Las dinámicas y variabilidades climáticas y morfodinámicas ambientales, permiten plantear en general la categorización de suelos en cuatro tipos básicos (Cormagdalena 2002), como se presentan en la Tabla 2 (Figura 4 a y b).
Antecedentes arqueológicos
A partir de los resultados de más de cinco décadas de investigaciones científicas a lo largo del valle del Magdalena es posible sintetizar la información arqueológica desde diferentes perspectivas. En la Tabla 3 se señalan cronológicamente por décadas los principales autores que aportaron a la recuperación de evidencias básicas que han sustentado las interpretaciones sobre las dinámicas de ocupación y cambios culturales en distintos sectores del extenso valle.
Los estudios arqueológicos pioneros fueron iniciados con una mirada científica y sistemática por Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1944) durante las décadas de los cuarentas y cincuentas del Siglo XX. A partir de las lecturas de arqueólogos norteamericanos sobre el poblamiento americano y sus contactos internacionales, los esposos Reichel Dolmatoff se propusieron localizar evidencias y dar explicaciones evolutivas a los contextos y vestigios recuperados en distintos paisajes de tierras bajas. Se comenzaron a determinar distintas etapas de ocupación, proponiendo la llegada temprana de posibles pobladores “paleoindios”, seguido milenios más tarde del desarrollo de rasgos arcaicos, luego el advenimiento de unas características denominadas formativas, hasta procesos graduales de complejización social, desde grupos tribales a cacicazgos.
La perspectiva actual, permite destacar los logros de estas primeras exploraciones en campo en zonas de difícil acceso, lo que les permitió contextualizar distintos hallazgos, en particular los asociados al desarrollo de la etapa “Formativa” en la región de la costa Atlántica y el Bajo Magdalena. Allí se comenzó a aplicar para el territorio colombiano el modelo que postulaba la ocurrencia de ocupaciones sedentarias tempranas en las llanuras costeras y el posterior ingreso colonizador hacia al interior continental (Reichel-Dolmatoff 1986).
Las clasificaciones de múltiples fragmentos cerámicos y algunas piezas completas, les permitieron postular la existencia de una primera oleada cultural, la cual se reconocía por un estilo caracterizado por cerámica predominantemente con coloraciones rojizas, incisiones y figurillas. Por otra parte, una segunda oleada más tardía de poblaciones emparentadas, mostraba rasgos alfareros menos elaborados técnicamente, extendiéndose por las riberas del río hacia el interior continental. Se planteó además la recurrencia de una cerámica que aparecía en los estratos superiores, asociada a prácticas de entierros secundarios colectivos, en tumbas con pozos profundos con cámara lateral. Se destacaba la presencia de urnas con tapas, las cuales se expresaban de manera diferenciada en distintos sitios a lo largo del valle. A estos contextos tardíos, lo identificaron como un Horizonte de Urnas Funerarias (Reichel-Dolmatoff 1944, 1986).
Durante las décadas de los setentas y ochentas del Siglo XX, se debe destacar igualmente el aporte pionero del programa de investigaciones sobre el “Medio Ambiente Pleistocénico y Holocénico y Hombre Temprano en Colombia”, liderado por Gonzalo Correal y Thomás van der Hammen. En la búsqueda de evidencias de los primeros pobladores, Correal realizó recorridos exploratorios en distintos sectores del valle del Magdalena, reportando hallazgos de estaciones con material lítico tallado superficial. Estas evidencias de industrias líticas, atribuídas como precerámicas, se encontraron dispersas a largo del valle del Magdalena; no obstante solo se reseñaron estaciones superficiales y en general de instrumentos no especializados. Además se buscaron cavernas o abrigos rocosos, reseñando algunos de interés en la zona antioqueña de Alicante (Correal 1977, 1986). Reichel-Dolmatoff (1986) había señalado igualmente algunos sitios con evidencias líticas sin cerámica y describió instrumentos de posible origen milenario.
La Tabla 3 integra, por décadas, distintas contribuciones, en todos los casos adelantadas por arqueólogos nacionales. En los próximos subcapítulos se hará referencia con mayor detalle a varias de ellas.También en la década de 1970, al interior y hacia el centro andino de Colombia, fueron de gran importancia para conocer la arqueología del sector del Magdalena Medio dos estudios, cuyos resultados fueron publicados por Cardale (1976) y Herrera & Londoño (1977). Allí se plantearon referentes tipológicos y estilísticos que constituyeron la base de subsiguientes clasificaciones. Luego, en las décadas de los ochenta y noventa se hicieron varios trabajos -en su mayoría financiados por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales FIAN del Banco de la República- que comenzaron a complementar la información regional, particularmente en cuanto a las ocupaciones de grupos agroalfareros, tanto en el sector medio del valle del Magdalena, como en algunos de sus tributarios en tierras bajas. Estos estudios y algunas tesis de pregrado incluyeron prospecciones en distintas localidades y aportes al contexto arqueológico y etnohistórico regional (López 1992).
Durante el año 1990, se inició uno de los primeros proyectos en el marco de la llamada arqueología preventiva al investigar un extenso corredor paralelo al curso medio del río Magdalena (ICAN-ODC 1994). El estudio arqueológico a lo largo del “Oleoducto Colombia”, fue liderado por el Instituto Colombiano de Antropología y por el arqueólogo Álvaro Botiva (el autor de este artículo participó como coordinador del tramo del Magdalena Medio). Desde entonces se iniciaron varios estudios preventivos, ligados a proyectos previos a la construcción de carreteras, oleoductos, centrales eléctricas y otras obras civiles (Castillo et al. 1997, CAIN-OCENSA 1997, ICAN-ODC 1994, ISA 1994, López 19941995, 2008, López et al. 1998, Otero & Santos 2002, Piazzini 1997, 1998, 2001, Romero 1995, Rodríguez 2008, entre otros).
Estos proyectos permitieron describir distintos tipos de hallazgos. Se pudieron excavar y fechar algunos contextos precerámicos milenarios (ICAN-ODC 1994, López 2008) y en cuanto a los desarrollos agroalfareros a lo largo del valle, se corroboraron propuestas previas sobre la existencia de evidencias arqueológicas diferenciadas, relacionadas con al menos dos períodos cronológicos, reflejados en mayores representaciones de materiales.
En los siguientes años, se vincularon esfuerzos entre consultorías y academia, dando continuidad a las investigaciones a partir de preguntas sobre cambios paleoambientales al considerar la cobertura y cambios del paisaje, así como la caracterización de algunos aspectos de la organización de estos grupos cazadores-recolectores que ocuparon el valle intermedio del río. Se adelantaron estudios en cuanto a aspectos tecnofuncionales de los líticos, así como se proyectaron inferencias sobre dinámicas de la subsistencia, la movilidad y los sistemas de asentamiento (Bérmudez et al. 2001, López 2008, López & Realpe 2008, Otero & Santos 2002). Considerando la cantidad y calidad de artefactos líticos recuperados se logró definir una clara tradición temprana que se extiende desde por lo menos el onceavo milenio al quinto milenio antes del presente (ICAN-ODC 1994, López 1994, 1995, 1998, 2008, López et al. 1998, López & Cano 2011). Igualmente se investigaron datos sobre contextos agroalfareros, y ocupaciones tardías, particularmente en cuanto a las modalidades y características de los entierros humanos, las industrias líticas y la alfarería (Castillo & Cadavid 1997, Pino & Forero 2008, Rodríguez 2008). Además, se avanzó en cuanto a lograr algunas reconstrucciones paleoambientales y datos respecto a la cronología radio-carbónica (López 1994, 2008, Otero & Santos 2002, Piazzini 2001, Rodríguez 2008, Romero 1995, Salgado et al. 2006, 2007, 2010).
En cuanto a investigaciones académicas, se adelantaron proyectos desde las Universidades dirigidos a conocer las dinámicas poblacionales del sector medio del Magdalena. En la década de 1990 y comienzos de este Siglo, estudios apoyados por la FIAN, la Universidad de Antioquia, Corantioquia y la Universidad Tecnológica de Pereira (Aceituno y Loaiza 2015, López 1999, 2004, 2008, López & Realpe 2008, 2015, López & Cano 2011) dieron continuidad a los resultados de los trabajos de arqueología preventiva, particularmente en los sectores del Medio Magdalena donde se habían dado los hallazgos de sitios precerámicos.
Se debe mencionar igualmente un aporte fundamental en las tierras bajas del norte de Colombia en las colinas de San Jacinto, al Sur de Cartagena de Indias. Allí el arqueólogo Augusto Oyuela había descrito a finales de la década de los ochenta, conjuntos cerámicos muy antiguos. Posteriormente en el marco de su tesis doctoral, los investigadores Augusto Oyuela y Renée Bonzani, aportaron datos claves y cronologías sobre la adopción de la agricultura y desarrollos alfareros tempranos. Las investigaciones representaron un avance fundamental, considerando el enfoque teórico desde la Ecología Histórica, además de las metodologías de excavación aplicadas y el tratamiento de los datos, en particular las evidencias cerámicas tempranas con desgrasante de fibra vegetal y otras relacionadas con contextos poblacionales formativos fechados hacia el sexto milenio antes del presente. Se reportaron una secuencia de hornos y distintos ecodatos complementarios que permitieron la correlación con el contexto ambiental y sus implicaciones (Oyuela & Bonzani 2005, 2014).
Por otra parte, llevando la mirada más hacia el Sur, para la zona central y Sur de las tierras bajas del valle del Magdalena se destacan una secuencia de investigaciones lideradas por los arqueólogos Héctor Salgado, Juan Manuel Llanos y César Velandia de la Universidad del Tolima (Salgado et al. 2006, 2007, 2010, 2019, Velandia 2014). Ya desde hace décadas se habían señalado las conexiones entre las llanuras aluviales del Magdalena y el sector cordillerano donde se desarrolló la conocida cultura agustiniana, sorprendente por sus logros particularmente en cerámica, orfebrería y estatuaria (Llanos 1990, Velandia 2014), siendo un tema de interés que se ha retomado con hallazgos producto de la arqueología preventiva, en particular se plasma en estudios recientes por un equipo coordinado por el investigador José Vicente Rodríguez (2018).
Aunque desde los años ochentas, se comenzó a adelantar una serie de Trabajos de Grado universitarios con referencia al valle del Magdalena, particularmente por estudiantes de pregrado de Antropología de la Universidad Nacional en Bogotá (Lopez 1992), continuados en los noventa por la Universidad de Antioquia en Medellín, se nota una disminución relativa de los mismos. No obstante, en años recientes se cuenta con nuevos aportes relacionados con el nivel de Maestría en Arqueología, particularmente desarrollando temas como los de complejidad social y unidades domésticas (Díaz 2012, 2014).
En cuanto a artículos de síntesis de la arqueología regional del valle del Magdalena, se pueden mencionar los escritos de Cadavid (1989), Romero (1995), Flórez (1998), Piazzini (2001) y Rodríguez (2008). Se destaca la discusión y mirada crítica en el tratamiento de varias problemáticas en los textos de Flórez (1998) y Piazzini (2001). En cuanto a síntesis más específicas sobre los primeros pobladores y las transformaciones de su entorno, se pueden citar los escritos de López y Cano (2011) y Salgado y Varón-Barbosa (2019).
Se han dado importantes avances en varios campos, no obstante, se debe enfatizar que un gran número de investigaciones de arqueología preventiva que deberían estar ahora a la vanguardia del conocimiento de la arqueología de este importante valle, se encuentran dispersas y no publicadas[3]. La divulgación adecuada, integración y discusión en eventos científicos sobre la gran cantidad de datos que se han producido en las últimas décadas es muy necesaria. Aún están por determinar relaciones entre modosdevida, tecnologías líticas, desarrollos de la complejidad social, patrones de asentamiento, migraciones, relaciones entre los ocupantes de las zonas cálidas en distintas latitudes del valle del Magdalena y otras regiones vecinas.
Paisajes cambiantes y modelos de poblamiento en el Bajo y Medio Magdalena
Los hallazgos arqueológicos a lo largo del valle del Magdalena señalan distintos momentos de ocupación humana; estos se han relacionado esquemáticamente con los principales periodos cronológicos planteados desde la década de 1960 (Reichel-Dolmatoff 1965, 1986) –principalmente por la academia norteamericana-: Paleoindio, Arcaico, Formativo, Desarrollos Regionales e Histórico. Esta propuesta dentro de un marco teórico histórico-cultural evolucionista, aún sigue vigente, aunque se le han hecho cuestionamientos, en particular sobre cómo los arqueólogos la utilizan de manera acrítica (Flórez 1998, Piazzini 2001). Los resultados obtenidos a partir del análisis de los contextos ambientales y las evidencias excavadas en la región de las tierras bajas del Magdalena han aportado elementos fundamentales para comprender la dinámica del poblamiento humano conjugando los cambios ambientales y culturales a través de milenios (Correal 1977, 1981, Languebaek&Dever 2000, López 2008, López & Cano 2011, Piazzini 2001, Rodríguez 2008, Salgado et al. 2006, 2007). A manera de síntesis gráfica, se presenta en la Figura 5 un listado y localización de las principales localidades arqueológicas referidas en los siguientes párrafos donde se integrarán estas relaciones.
Es posible considerar un primer periodo cronológico y cultural una vez los seres humanos estuvieron presentes en la región, es decir desde finales del Pleistoceno, cuando en los páramos y cumbres más altas de las cordilleras, los glaciares andinos estaban en retroceso (Correal 1993, 1981, 1986, Correal & van der Hammen 1977, Correal et al. 2005, van der Hammen & Correal 2001, López & Cano 2011, Salgado & Varón-Barbosa 2019). Hace unos 21.000 años durante épocas muy secas del Tardiglacial Superior, en las tierras bajas del valle del río Magdalena, predominaron ambientes áridos y paisajes abiertos con vegetación arbustiva, a causa del descenso fuerte en la precipitación. Se plantea la existencia de corredores secos entre las cordilleras y el valle del Magdalena como factor ecológico que favoreció el desplazamiento de la vegetación, la fauna y los seres humanos (Correal 1993, van der Hammen 1974, 1981, 1986, 1992).
A finales del Pleistoceno, en las zonas bajas fueron claves las asociaciones concentradas alrededor de algunos humedales. Estas azonalidades o ecotonos, favorecieron los procesos locales de conservación de las comunidades y ecosistemas de bosque húmedo. Se alternaron así franjas desérticas y semidesérticas en la llanura aluvial, con amplias áreas de pastizales, las cuales se pudieron extender como transiciones de los bosques secos a las áreas semideserticas del piedemonte y la cordillera (van der Hammen & Ortiz-Troncoso 1992). Análisis de sedimentos en el sector del Magdalena Medio mostraron la presencia de cementos ferruginosos que conforman un horizonte de extensión regional, muy probablemente asociado a la deshidratación del suelo durante las temporadas secas (López 1999, 2008, 2015). Se plantea que lugares hoy vistos como cimas de colinas aisladas, habrían hecho parte de una gran paleollanura y paralelamente con estos cambios los ríos y quebradas aledaños habrían descendido decenas de metros de su curso actual. Un elemento que se desarrolló en esta época está representado por los palmerales de la especie Attalea butyraceae (Palma de vino), los cuales perduran en el paisaje sabanizado por el ser humano para el establecimiento de áreas de pastoreo (López & Realpe 2008).
Al Norte del actual territorio de Colombia, la neo-tectónica, los cambios del nivel del mar, la extensión creciente de las costas y la variabilidad climática transformaron varios paisajes. Los canales trenzados y pantanos, propios de la dinámica fluvial y los sedimentos acumulados, hicieron parte de los permanentes cambios. Se ha planteado la formación de un delta interior del paleo-río Magdalena, el cual ocupó la Depresión Mompoxina (Berrío et al. 2001, Herrera et al. 2001). Ésto debió implicar la formación de un gran pantano o humedal estacional, e incluso un lago en medio de un paisaje predominantemente seco, similar a ciertos paisajes actuales del Norte de Colombia, como la Guajira (con similitudes al actual Lago de Maracaibo). Cobra importancia la propuesta de la existencia a finales del Pleistoceno de un mega-paleolago en lo que hoy es el sector bajo del río Magdalenay los amplios humedales actuales en la zona de la actual depresión momposina y alrededores. Esta hipótesis se esbozó en la disertación doctoral de López (2008) y se fortalece con significativos datos e interpretaciones desarrolladas por el geólogo Víctor Marenco (2017).
Varios proyectos de arqueología preventiva indican la ausencia de vestigios arqueológicos en gran parte del Bajo Magdalena, por lo que no es fácil soportar la presencia humana temprana. Considerando que los pobladores primigenios habrían desarrollado sus actividades en las playas y paleo-llanuras cercanas al paleo-río, con relativamente menos campamentos hacia el piedemonte y montañas cordilleranas, se explicaría la dificultad para encontrar evidencias anteriores precerámicas.
El investigador Thomás van der Hammen (1992, p. 30) se interesó por estudiar el geosistema dinámico del río Magdalena, sujeto a constante cambio; planteando que su dinamismo refleja los procesos y sucesos que ocurren en el geosistema andino. Para demostrar su complejidad adelantó análisis de polen y logró la correlación de fechas radiocarbónicasholocénicas tempranas en el sector de la Depresión Momposina en el Bajo Magdalena, lo que le permitió reconstruir las secuencias de las fases con tasas relativamente altas y bajas de precipitación efectiva en los últimos 8000 años. Planteó que se dieron fases marcadamente secas entre ca. 2600 y 2000 años AP, 4100 y 3800 años AP, ca. 4700 años AP y entre 5500 y 7000 años AP. También planteó que los 30 metros superiores de sedimentación fueron depositados durante los pasados 8000 años aproximadamente, lo cual corresponde con un promedio de sedimentación de 3,75 mm por año. La tasa de precipitación varió considerablemente: una tasa alta poco usual fue registrada (en varias secciones de perforación) para el período entre ca. 5500-4700 años AP, entre 14 y 15 mm por año (van der Hammen 1992, p.29)[4].
Otras correlaciones complementarias surgieron de los detalles paleoambientales a partir de perforaciones también en la Depresión Momposina que permitieron al equipo de investigadores liderados por L. Herrera y J. Berrío, proyectar correlaciones sobre cambios del paisaje desde el finiPleistoceno. En la Figura 5 del artículo de Herrera et al. (2001) se presentan los perfiles que demuestran las variaciones paleoambientales como de la acumulación de sedimentos en los últimos 12.000 años. Los datos permiten comprender los cambios observados para las zonas baja inundables, los cuales de alguna manera fueron la contra-cara de los cambios por denudación que sucedieron en las zonas altas, indicando los mayores periodos de cambios en el paisaje.La Tabla 4 resume la información clave.
Otras consideraciones ambientales visibles en la geomorfología y los suelos del valle del Magdalena se vinculan con los impactos recurrentes de las erupciones de los volcanes del sistema Cerro Bravo-Cerro Machín de la Cordillera Central. Hacia el Sur de la localidades de La Dorada y Honda, en el límite meridional del Magdalena Medio, se manifiestan en el paisaje los efectos de los lahares, flujos piroclásticos y las caídas de cenizas que cambiaron los paisajes cordilleranos e incluso con efectos en las llanuras aluviales y colinas. Los pobladores de distintos periodos en el interior continental se vieron impactados directa o indirectamente, lo que generó destrucción de sus viviendas y plantaciones, cambios en los ecosistemas, migraciones, etc. Varios datos indican erupciones fuertes y continuas de los volcanes durante el inicio del Holoceno y en especial hace 5000 años y 3600 años aproximadamente. Los geólogos destacan una importante erupción del volcán Cerro Machín, hace 2500 años, -eventos que posterior a otro de hace 3600 años-, hubiesen sido los causantes de la formación de los actuales depósitos elevados de Chicoral y El Espinal, desviando el río Magdalena hasta recostarlo hacia la Cordillera Oriental (Murcia et al. 2008, Salgado et al. 2006, 2007, 2010, Salgado & Varón-Barbosa 2019).
Ocupaciones precerámicas y tecnología lítica
En cuanto a la presencia humana temprana, es significativo que para el sector del Bajo Magdalena y en general para la extensa Costa Atlántica colombiana no se cuenta aún con sitios arqueológicos que demuestren antiguedades mayores a 6000 años. Hasta hace unas décadas se planteaba como argumento la falta de investigaciones, pero hoy a la luz de nuevos datos de diversos proyectos de arqueología preventiva surgen nuevas inquietudes al respecto. En contraste con los datos tempranos provenientes de Venezuela y de Panamá, para el amplio sector del Bajo Magdalena y en general para la Costa Atlántica, aún son mínimos los datos sobre los primeros pobladores cazadores recolectores de final del Pleistoceno y comienzos del Holoceno (López & Cano 2011, Ranere & López 2007).
Aún hay muchas incertidumbres sobre el periodo inicial del cuándo, cómo y quiénes llegaron por primera vez al norte de Suramérica e ingresaron por el paleovalle del Magdalena. Aún no son contundentes los datos sobre los modos de vida tempranos, en particular si estuvo basado en cacería especializada o fueron cazadores-recolectores-pescadores o forrajeros. No se cuenta con sitios excavados que soporten contextos líticos especializados, como sí ocurre en Venezuela, y que se relacionarían directamente con la caza como actividad de mayor rango económico, simbólico y político durante el Tardiglacial y Holoceno temprano (Ardila 1991, 1992, Ardila & Politis 1989, Dillehay 2000, López & Cano 2011).
Surgen otras preguntas, pues al interior continental cada vez cobran mayor fuerza datos vinculados al manejo temprano de plantas. Los estudios recientes, particularmente en sitios localizados en varios sectores del valle medio del Cauca indican la domesticación de tubérculos endógenos y uso de distintas especies de palmas en los bosques tropicales desde principios del Holoceno, tanto para alimentación como para otras actividades cotidianas, lo que plantea la discusión sobre el llamado modo de vida “Arcaico” (Aceituno & Loaiza 2015, Oyuela & Bonzani 2005, 2014). Las modificaciones humanas del bosque tropical (húmedo y seco) pueden ser descritas como sistemáticas durante el Holoceno y estuvieron asociadas a intervenciones en pequeña escala (Aceituno & Loaiza 2015, López & Cano 2011, Salgado & Varón-Barbosa 2019). Se requieren aún evidencias sobre el uso de plantas, pero se está a la expectativa de obtener nuevos datos sobre la selección, producción y el consumo de productos del bosque en las principales unidades paisajísticas de las tierras bajas en el valle cálido del Magdalena [5].
En cuanto a los cambios faunísticos desde el Pleistoceno, y particularmente con relación a la megafauna, se cuenta con algunos reportes en el Bajo Magdalena o en el sector medio de hallazgos paleontológicos y algunos pocos hallazgos aislados de osamentas o molares de mastodontes principalmente (López 1992, van der Hammen 1986). Los únicos datos de excavaciones correlacionables de megafauna con presencia humana en el eje del Magdalena provienen del trabajo de G. Correal (1993), en los municipios de Tocaima y Girardot (Cundinamarca). En el Totumo (Tocaima) se excavaron restos de mastodonte (Haplomastodon) y de megaterio (Eremotherium sp.) (van der Hammen & Correal 2001, Correal et al. 2005) (Figura 4a, Sitio 13).
Los periodos más antiguos llevan a considerar las referencias a hallazgos de conjuntos artefactuales líticos, no asociados a otras tecnologías como cerámica o metalurgia. En diferentes sitios se han recuperado, tanto en superficie, como en perfiles y excavaciones, a lo largo del valle del Magdalena, guijarros usados o lascas no formatizadas ni retocadas, algunas de las cuales fueron eventualmente preparadas y usadas sin modificaciones o preparaciones anteriores. Estas evidencias culturales demuestran una tecnología básicamente unifacial y generaron preguntas sobre su antigüedad (Correal 1977, López 1991, Llanos & Pinto 1997, Reichel-Dolmatoff 1986) (Figura 6 a y b).
Con anterioridad a las investigaciones de finales de la decada de 1990 se mantenía la expectativa de que los sitios arqueológicos más antiguos en el Magdalena podrían pertenecer a una de las principales tradiciones líticas reportadas para el Norte de Suramérica: la tradición Clovis, ampliamente expandida (o sus relacionadas Fluted fish tail point tradition), la tradición El Jobo, documentada en la costa Venezolana, o la tradición Abriense (edge-trimmedtool) reconocida en la Sabana de Bogota (López 2008; López & Cano 2011, Ranere & López 2007).
No obstante, hasta el momento se plantea una tradición distinta a las nombradas, constituida por las significativas evidencias de tecnologías de reducción bifacial y artefactos formatizados especializados, particularmente entre los 5° y 8° de latitud N, donde se cuenta con colecciones importantes y excavaciones de talleres de producción (por ahora solo en el sector del Magdalena Medio). En varios sitios se ha localizado una alta frecuencia de desechos de talla con plataformas de reducción bifacial, lascas de adelgazamiento e instrumentos con caras dorsales cuidadosamente reducidas, así como la presencia de preformas bifaciales e instrumentos quebrados por uso o en proceso de manufactura. Por lo tanto, es claro que se desarrolló la reducción bifacial como una estrategia de sobrevivencia, relación con el ecosistema y modo de vida especializado (López 1995, 1998, 1999, 2008, Salgado & Varón-Barbosa 2019)
Los conjuntos líticos estudiados con detalle a partir de las excavaciones indican que la industria temprana del Magdalena Medio se caracteriza por instrumentos bien terminados y diagnósticos, confirmando la existencia por varios milenios de hábiles talladores en la región que vivieron desde el Pleistoceno final hasta el Holoceno medio, lo que vincula prácticas especializadas y modos de vida generalizados. Los instrumentos-tipo lo constituyen las puntas de proyectil talladas bifacialmente, de forma triangular y con pedúnculo alargado, además el instrumento que se ha denominado raspador plano-convexo (plano-convexscraper o scraper-plane, o limace o lesma). Más de medio centenar de este tipo de instrumentos, completos y fragmentados, han sido recuperados en superficie, así como en excavaciones (López 1995, 1999, 2004, 2008) (Figura 7 a-d).
Una de las localidades con hallazgos en superficie y excavaciones que dieron mayor información, se ubicó en inmediaciones de la desembocadura del río Nare al Magdalena. En paleoterrazas y colinas de piedemonte, se localizaron secuencias que indicaron la presencia de materiales culturales de distintos periodos, con dominancia de materia prima local, las que sugieren un modo de explotación del ecosistema recurrente en el que hubo un buen conocimiento de los recursos locales. La tecnología lítica muestra un cierto grado de estabilidad, en cuanto a las estrategias de elaboración de artefactos, las cuales se mantuvieron por un largo período cronológico que se extiende desde finales del Pleistoceno hasta cerca del Holoceno medio. La tecnología de reducción bifacial está presente desde los niveles más profundos hasta los niveles superiores (encontrándose algunas asociaciones con la tecnología alfarera, lo que se explica por el efecto palimpsesto, mas no por su continuidad durante el Holoceno tardío) (López 2008) (Figura 8).
Ocupaciones agroalfareras: del Formativo a los Desarrollos Regionales en el Bajo Magdalena
Por considerarse un espacio geoestratégico fundamental en el Norte del continente es clave preguntarse por las dinámicas de los desarrollos culturales durante el Holoceno medio y tardío de las regiones del Valle Medio y Bajo del Magdalena para el entendimiento de procesos de ocupación y cambio de las sociedades prehispánicas del Norte y Sur de Colombia. Se cuenta con contextos del mayor interés sobre ocupaciones en la región durante el Holoceno medio, en particular en algunos sectores colinados cuya topografía elevada ha preservado evidencias del periodo Formativo Temprano (Angulo 1981, Languebaek & Dever 2000, Oyuela & Bonzani 2005, 2014, Reichel-Dolmatoff 1986) (Figura 5, Sitios 1 a 4).
El tipo de hallazgos reportados por Reichel-Dolmatoff (1965, 1986) desde mediados del siglo pasado en la costa Caribe, le permitieron establecer en su periodización, distintas fases denominadas como Formativo Temprano, Formativo Medio y Formativo Tardío. Siguiendo las ideas de investigadores como D. Latrap, B. Meggers y C. Evans, este investigador definió al Formativo como aquella etapa del desarrollo cultural que se caracteriza por la integración y el aumento de la vida aldeana sedentaria basada sobre una economía agrícola alimenticia estable. Una de las características de las piezas representativas fueron los recipientes globulares sin pie y sin cuello, con un borde doblado hacia adentro y formando una amplia abertura. Otros investigadores han dado continuidad a los estudios en este periodo, retomando procesos que se relacionan con la aparición de la agricultura, la producción cerámica temprana y el proceso de complejidad social que llevó al desarrollo de comunidades más integradas y sedentarias (Languebaek & Dever 2000, Oyuela & Bonzani 2005, 2014).
Para el denominado Formativo Temprano se cuenta con evidencias del uso de cerámica y explotación de recursos del litoral, formas de vida predominantes entre el 6000 AP. hasta el 3000 AP. La tecnología de la cerámica se destaca por el uso de desgrasante de fibra vegetal, la cual sería más temprana que las otras elaboradas con desgrasantes minerales (arena o concha triturada) y también se caracterizan por la presencia de tecomates. Sitios con cerámicas similares y atribuibles a este periodo han sido reportados en San Jacinto I (Oyuela & Bonzani 2005), Monsú, Puerto Hormiga (Reichel-Dolmatoff 1965), Puerto Chacho (excavado por T. Legros), Rotinet (excavado por C. Ángulo), Canapote (excavado por Bischof) y Barlovento (excavado por G. Reichel-Dolmatoff) (Angulo 1981, Languebaek & Dever 2000, Reichel-Dolmatoff 1986).
El denominado Formativo Medio se destacó por el desarrollo de sociedades igualitarias aldeanas, las cuales estarían adelantando procesos más avanzados de selección y manejo de plantas, lo que en perspectiva evolucionista se proyectó como pasos hacia la adopción de la agricultura, relacionados con un mayor sedentarismo en las comunidades. La subsistencia se basaba también en la explotación de los recursos costeros y ribereños, lo que favoreció el crecimiento de la población, generando más y mayores aldeas con un paulatino aumento en la división del trabajo. El sitio de Malambo, excavado por Ángulo y fechado hacia el año 3300 AP muestra que ya se había establecido el cultivo de plantas como la yuca. Se reportaron vasijas zoomorfas con decoración incisa, pequeñas adornos modelados y mascarillas, las cuales también se han encontrado en otros sitios del Bajo Magdalena (Angulo 1981, Languebaek & Dever 2000, Reichel-Dolmatoff 1986).
Finalmente, Reichel-Dolmatoff sugería que el Formativo Tardío se caracterizaba por el surgimiento de sociedades complejas, cuya subsistencia estuvo basada en el cultivo del maíz. Estas sociedades mostrarían una mayor complejidad jerárquica y centralización política, por lo que podían considerarsecomo cacicazgos. Esta transición fue ejemplificada con los contextos excavados en el sitio de Momil, donde Reichel-Dolmatoff (1965, 1986) estableció un primer periodo en el cual la sociedad estaba basada en el cultivo de la yuca (Momil I con fechas de 175 y 200 a.C.) y un segundo periodo en donde la adopción del maíz trajo una serie de cambios dentro de la comunidad (Momil II). Se incrementó la producción de alimentos y se comenzó a almacenar la comida; a su vez se dio un aumento demográfico, lo cual derivó en procesos de especialización del trabajo, además de evidencias materiales de indicadores de diferencias de rango y estatus.
En las últimas décadas se ha discutido esta perspectiva evolucionista lineal (Languebaek & Dever 2000, Piazzini 2001) y se ha venido incrementando la información arqueológica recuperada en distintas zonas del Bajo Magdalena a consecuencia de diversos trabajos de Arqueología Preventiva o Arqueología por contrato. En este orden de ideas, el Caribe Colombiano y en particular el Bajo Magdalena es una región heterogénea, en la cual las investigaciones arqueológicas pueden seguir encontrando elementos que indiquen relaciones por más de cinco mil años entre los grupos humanos con los ecosistemas donde se han asentado, generando paisajes culturales, con marcas propias de territorio como de identidad cultural (Herrera et al. 2004, Languebaek & Dever 2000, Oyuela & Bonzani 2015, 2014).
Ocupaciones agroalfareras tempranas en el Magdalena Medio y en las planicies del Norte del “Alto Magdalena”
En el sector del Magdalena Medio no se han reportado evidencias alfareras “formativas tempranas”, en particular no se han encontrado cerámicas con desgrasante vegetal u otros indicios indicativos de tecnologías cerámicas tempranas u otros rasgos estilíticos anteriores al tercer milenio antes del presente, tales como se describieron más al Norte. Hacia el interior, en inmediaciones del paralelo 7° N, el río Magdalena tiene un curso trenzado bien definido, relacionado con grandes ciénagas, rodeadas de suaves colinas, en cuyas cimas onduladas es común encontrar vestigios cerámicos y líticos. En cercanías a la población de Puerto Berrío, se excavaron contextos agroalfareros tempranos (hacia el segundo milenio AP), en una antigua aldea ribereña, en el sitio denominado Piamonte (Piazzini 1997, 1998, 2001).
Más al Sur, hacia el centro del actual territorio de Colombia, casi 1000 km adentro de la costa (o 600 desde su nacimiento en la Cordillera), el valle del Magdalena se estrecha significativamente en el sector de Honda, a causa de los inmensos depósitos del Sistema Volcánico Cerro Bravo-Cerro Machín. Hacia el Sur de Girardot se ensancha de nuevo en amplias llanuras, las que se conocen como los planes del Tolima y del Huila.
En cuanto a las ocupaciones prehispánicas de estas tierras bajas, allí son múltiples y significativas las evidencias materiales, particularmente los vestigios cerámicos en distintos sitios de habitación y sus espacios funerarios. Se destaca el hallazgo de cerámica y orfebrería muy representativa, evidencias que han permitido establecer tres complejos alfareros inscritos en dos principales períodos culturales: el más temprano relacionado con un periodo Formativo Tardío (también denominado periodo Clásico Regional), el cual está constituido por los grupos caracterizados por la cerámica Montalvo y la cerámica Guamo Ondulado. Por otra parte, asociado con el período Tardío, se encuentra el Complejo Magdalena Inciso, o Complejo Colorados (relacionado con el sector Norte del Magdalena Medio). Además, para periodos históricos, se menciona la existencia de edificaciones y ruinas que corresponden a diversos tipos de construcciones de la época Colonial-Republicana (Llanos et al. 2008, Salgado et al. 2006, 2007).
Los productos tecnológicos y estilísticos en los diseños de la alfarería demuestran sin duda la complejidad alcanzada durante los distintos periodos agroalfareros; llama la atención los relativamente mayores logros a mayor antiguedad. La decoración de la cerámica en distintos tipos de objetos, muestra el uso de distintas técnicas, que permitieron la plasmación de diseños geométricos, zoomorfos y antropomorfos de gran calidad estética (Figura 9 a-c).
El patrón de asentamiento de los sitios arqueológicos tempranos corresponde a aldeas pequeñas, con evidencias de viviendas, áreas de cultivo y enterramiento. Estos sitios se encuentran dispersos, entre alturas no superiores a los 500 msnm, ubicados sobre terrazas no inundables del primero y segundo nivel de los principales ríos del costado oriental de la Cordillera Central, o sobre el primer nivel de terrazas del río Magdalena (Cifuentes 1996, 1994, 1997, 2000, Llanos 2001, Salgado et al. 2006, 2007, 2010, Rodríguez 2008) (Figura 5, Sitios 11 a 15).
De acuerdo con Salgado et al. (2006, 2007), las estructuras funerarias del período temprano se encuentran ubicadas sobre el mismo nivel de terrazas donde se establecieron las viviendas, pero no dentro del sitio de habitación, lo que permite delimitar claramente el espacio de los vivos y de los muertos. El registro arqueológico señala la presencia de áreas de cementerio con tumbas de pozo con cámara lateral, separadas por grandes lajas, que en la mayoría de las veces son metates o molinos, reutilizados en actividades funerarias. Adicionalmente se plantea que las estructuras verticales comparten semejanzas en formas y tamaños; allí se depositaron uno o varios cuerpos acompañados por un ajuar conformado por piezas de cerámica y en pocas ocasiones de metal. Se destaca que en la época más temprana son especialmente numerosas las ofrendas cerámicas (complejo Montalvo) (Botiva 1996, Cifuentes 1997, Llanos et al. 2008, Salgado et al. 2006, 2007, 2010). Se encontraron entierros múltiples y realizados en diferentes momentos. Estos se asocian con grupos familiares o individuos con algún tipo de parentesco (Salgado et al. 2006)[6].
Un aspecto fundamental para sustentar el desarrollo del simbolismo se relaciona con los contextos funerarios y los hallazgos metalúrgicos, pues, hay referencias a diversos reportes a lo largo del valle del Magdalena. Las piezas metálicas producidas por las sociedades prehispánicas del Plan del Tolima provienen en su mayoría de prácticas ilegales de guaquería, siendo mínima la información contextualizada, en particular en cuanto a la ubicación temporal de sus piezas. De acuerdo con Salgado et al. (2010), en cuanto a formas, se destacan ornamentos corporales como pectorales antropomorfos con extremidades en escuadra, en ocasiones con el extremo inferior en forma de ave (ancoriformes), pectorales en forma de murciélago (quiropteriformes); colgantes centrales de collar con figuras antropomorfas, zoomorfas fantásticas y cocodrilos; collares de cuentas lisas, zoomorfas y antropomorfas; narigueras, pendientes y diademas, etc. (Salgado et al. 2007, 2010).
Ocupaciones agroalfareras tardías en el Magdalena Medio y en las planicies del Norte del “Alto Magdalena”
Los resultados de varias investigaciones indican que alrededor de los Siglos VIII a IX d.C se presentó una ruptura o cambio cultural. Al parecer se iniciaron procesos de migración, lo que remite a la hipótesis del arribo y establecimiento de grupos navegantes y ribereños que se han relacionado con documentos históricos que los refieren como grupos “Caribes” o “Karib”. Para el período Tardío, se ha reportado un considerable incremento en el número de asentamientos a lo largo de terrazas relacionadas con las riberas actuales del río y de sus afluentes (Piazzini 2001). En algunos casos se dio una reutilización de los lugares de asentamiento del periodo Temprano. Se ha anotado que la dispersión geográfica de la cerámica Tardía comprende una extensión mucho más amplia del territorio, la cual incluye lugares a mayor altura en la Cordillera Central, ascendiendo hasta pisos térmicos diferentes, en la zona de montaña, con climas templados, más fríos y húmedos (Salgado et al. 2006, 2007).
En cuanto a la fauna asociada se ha reportado que está asociada al bosque húmedo al Norte de Honda y a bosque seco al Sur. Piazzini et al. (1997), y Castillo & Cadavid (1997) destacan el carácter ribereño de sus habitantes y la importancia del ambiente fluvial. En la localidad de La Sierra (cerca de Nare, sitio 10 en la Figura 5) por ejemplo, se recuperó un número considerable y variado de materiales arqueológicos consistentes en cerámica, artefactos líticos usados en actividades de corte, raspado, maceración y trituración; restos de semillas de palmas y maíz, restos óseos de venado, armadillo, bagre, tortuga y babilla. Más al Sur, los trabajos zooarqueológicos de Germán Peña aportan significativos datos en sectores de Cundinamarca y Tolima (Salgado et al. 2006).
La disposición de los muertos se encuentra asociada con una tradición común, recurriendo a entierros secundarios en grandes vasijas. A esta práctica recurrente, los investigadores Reichel-Dolmatoff (1944) la denominaron Horizonte de Urnas Funerarias. Al interior de las viviendas se han encontrado entierros (Llanos 2001), pero son más comunes los cementerios diferenciados del sitio de vivienda, con la construcción de tumbas de pozo con cámara lateral sobre cimas de colinas, en los que se hicieron entierros secundarios múltiples (Castaño 1991, López 1991, Salgado et al. 2010). El horizonte funerario presenta variantes regionales específicas y características de cada zona, como Moskito, Chimila, La Miel, Puerto Salgar, Puerto Serviez, Ricaurte y El Espinal. “La tipología de las urnas difiere notablemente, según se hallen en el extremo Norte del valle medio, como en Tamalameque, o en el extremo Sur, como en Honda y Calzón de Oro” (Castaño 1991, p. 22).
Las urnas se caracterizan por su gran tamaño y por tener tapa, la cual pueden ser un cuenco grande, a veces con una figura zoomorfa o antropomorfa. También tienen formas que pueden variar entre cilíndricas, ovoidales, globulares y subglobulares. Pueden o no tener cuello y algunas aparecen sencillas sin decoración y otras con incisiones y/o apliques antropomorfos y zoomorfos en el cuerpo o sobre las tapas (López 1991, Llanos et al. 2008, Salgado et al. 2010) (Figura 10a y b).
Aspectos cronológicos
Los estudios arqueológicos adelantados a lo largo del valle del río Magdalena han aportado evidencias que soportan la construcción de esquemas cronológicos (Tabla 5). Actualmente se cuenta con más de un centenar de resultados radiocarbónicos publicados procedentes de varios proyectos (Piazzini 2001), desafortunadamente otra cantidad similar solo se ha reportado en la “literatura gris” procedente de los proyectos de arqueología preventiva. Este esfuerzo de compilar y actualizar las fechas radiocarbónicas está en mora por adelantarse por los Departamentos de Antropología o por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Por consiguiente no pretendemos en este escrito presentar el panorma cronológico desde las referencias a los datos absolutos. Estos se constituyen en herramientas teóricas y metodológicas que deben ser revisadas y valoradas como guías, pero no como camisa de fuerza, permitiendo relacionar la comprensión de los cambios de los paisajes y las interacciones de sus ocupantes a lo largo del tiempo. Los distintos sectores de la cuenca del Magdalena muestran unidades de paisajes que se han formado y transformado en distintas escalas, aspectos a correlacionar por los arqueólogos quienes aportan a contextualizar los últimos milenios. Considerando las complejidades de los desarrollos culturales, se puede afirmar que las miradas temporales al valle del Magdalena se han aplicado dando énfasis a la regionalización geográfica (cuencas baja, media y alta). En general se ha manejado la periodización teórica aplicada por Reichel-Dolmatoff (1965, 1986), dándose además en la práctica, compilaciones y comparaciones cronológicas regionales. Por ejemplo, se puede destacar la discusión adelantada por Piazzini (2001) dirigida al sector del Magdalena Medio, la cual propone 6 periodos principales: 1: 11.000 a.C a 3000 a.C., 2: 3000 a.C. a 400 a.C., 3: 400 a.C. a 700 d.C., 4: 700 d.C. a 1200 d.C., 5: 1200 d.C. a 1550 d.C. y 6: 1550 d.C. a 1850 d.C.
Para el periodo inicial, un referente clave paleoambiental y temporal, se sitúa desde la llegada de los pobladores primigenios -los cuales se asumen como cazadores-recolectores- antecesores y contemporáneos con la transición Pleistoceno/Holoceno (esta se había considerado tradicionalmente hace unos 10.000 años, pero recientes estudios la ubican con precisión hace 11.700 AP (IUGS) (Walker et al. 2008). Como ya se indicó siguen siendo muy escasos los remanentes paleoambientales y la preservación de vestigios culturales estudiados para ahondar sobre contextos anteriores, particularmente en el sector bajo del valle. Por ahora solo son claras las evidencias al interior continental, en el contexto excavado por Correal y van der Hammen (Correal 1993, van der Hammen & Correal 2001, Correal et al. 2005). En cercanías a la desembocadura del río Bogotá al Magdalena, se logró fechar un yacimiento con megafauna y algunas lascas, obteniendo un resultado radiocarbónico de 16.400 AP. No obstante, las pocas lascas recuperadas no dieron respuestas a preguntas tales como si se trataba de cazadores especializados, pues, no se recuperaron instrumentos formatizados.
Es posible generar un vínculo con poblaciones que dejaron vestigios algunos miles de años más tarde, con ocupaciones tempranas en varios sitios localizados más al Norte, en paleoterrazas del sector del Magdalena Medio entre los paralelos 5°N a 7°N, de las cuales tres localidades han aportado fechados hacia mediados del décimoprimer milenio. En distintas localidades adyacentes, abunda la presencia de artefactos en superficie y algunos estratificados. Se ha planteado que este tipo de contextos fueron ocupados por cazadores-recolectores-pescadores especializados, quienes ocuparon estos territorios hasta hace unos 5000 años radiocarbónicos, basados principalmente en modos de vida anfibios y ribereños (López 2008, López & Cano 2011, Otero y Santos 2002).
De 3000 años radiocarbónicos hacia la conquista española -considerando un importante periodo de contacto, relacionado por cronistas europeos-, se dió una continua ocupación humana por parte de grupos aborígenes agroalfareros organizados en sociedades tribales igualitarias y otras jerarquizadas (Castaño & Dávila 1984, Piazzini 2001, Rodríguez 2008) (Figura 11).
Consideraciones finales
Sin lugar a dudas, la confluencia de condiciones tales como la localización geográfica ecuatorial, el estar en un corredor interandino en las tierras bajas enmarcadas por potentes cordilleras que se elevan en buena parte de su recorrido a más de 3000 msnm, el escalonamiento a diversas alturas de los paisajes de piedemonte, colinas y terrazas, la conexión con innumerables ciénagas y humedales, las dinámicas de subsidencia en el sector de la Depresión Momposina y su culebreante transcurrir por amplias tierras bajas; así como la pluviosidad bimodal variable según los sectores de la cuenca y además los efectos directos e indirectos de volcanes muy activos durante el Holoceno, todos estos componentes, hacen del valle del Magdalena un escenario de muy alta biodiversidad con paisajes cambiantes en el tiempo. A escala aún mayor, la localización central de la macro-cuenca Cauca y Magdalena, entre el Pacífico biogeográfico y las tierras bajas de la Amazonía-Orinoquía, -además de su conexión directa con la costa Atlántica-, permite entender la complejidad de las dinámicas biofísicas y los desarrollos e intercambios culturales a través del tiempo.
No obstante, no es fácil ignorar la visión presentista y es tarea compleja retro-proyectarse a asimilar que a lo largo del valle se han dado distintos periodos, con cambiantes procesos denudativos y procesos constructivos del relieve, la mayoría de ellos ligados a las dinámicas de las variaciones climáticas que han ocurrido hacia el Norte del continente suraméricano. Se hace entonces necesario reconocer las características estructurales de la formación de las cordilleras y los aportes volcánicos, dónde son omnipresentes las dinámicas de socavación, erosión y los efectos de los fenómenos fluvio-torrenciales, con sus implicaciones de los procesos de deposición de sedimentos en las partes bajas.
Se debe destacar el ensanchamiento del valle que se da hacia el Norte del paralelo 6° (a 600 km de su nacimiento y a 1000 Km al Sur de su desembocadura). Los rápidos de Honda dificultan allí la navegación, implicando además un significativo cambio de paisaje. Hacia el Norte, el río toma características de río anastomosado y son comunes los escalonamientos de vegas, llanuras o paleollanuras aluviales recientes, además de colinas disectadas, así como las ciénagas y los caños.
En estos paisajes donde sobresalen cimas altas del lomerío o cimas de paleoterrazas, en general se encuentran suelos cuya evolución denota mayor antiguedad, mientras en las planicies, vegas y playones, se encuentran formaciones recientes, producidas por la actividad aluvial actual a subactual. Existe una correlación directa entre la edad de la formación/evolución de los suelos y la posibilidad de encontrar evidencias humanas de determinados periodos culturales. En ese sentido se plantea que la ausencia de evidencias arqueológicas, no siempre se debe a que la gente no vivió, o no utilizó, determinados espacios. En buena parte, se debe a la probabilidad de preservación de la matriz de suelo a partir de procesos de denudación de estos paisajes aluviales que han removido contextos preexistentes. Lo que hoy son cimas de colinas y terrazas reducidas, fueron en el pasado, geoformas de mayor extensión. Por consiguiente,la presencia o ausencia de artefactos y restos arqueológicos de diferentes épocas están fuertemente condicionadas a la ubicación, altura, la preservación de suelos, los procesos de erosión, las dinámicas fluviales y por supuesto las implicaciones de las decisiones socio-culturales en el pasado y a lo largo del tiempo (López 2008, López & Realpe 2008, 2015, Salgado & Varón-Barosa 2019).
La posibilidad actual de localizar “in situ” evidencias precerámicas de cazadores especializados en el sector del Magdalena Medio, se relaciona con la existencia de una amplia paleollanura formada hace unos once mil años, la cual mantuvo similares características hasta hace cerca de cinco mil años, cuando se empezó a disectar escalonadamente. Posteriormente se dieron cambios climáticos a amplia escala (ej. ENSO?) que afectaron el nivel de base del sistema hídrico, el cual podría haber estado unos 30 metros más alto que en la actualidad. Además, hace 5000 AP y 3600 años AP se plantean fuertes erupciones del Sistema Volcánico Cerro Bravo-Cerro Machín (Cano et al. 2013, 2015).
Hace cerca de 2800/2500[7] años AP en el sector medio de la cuenca, posiblemente el nivel de base del río Magdalena estuvo unos 5 metros más alto que hoy día, y fue por lo tanto distinto el paisaje ribereño ocupado por los grupos agroalfareros tempranos. Como el territorio hoy ha desaparecido en buena parte, es posible explicar la dispersión alejada sin continuidad aparente de los sitios tempranos (tales como Montalvo, Arrancaplumas, Guaduero, Piamonte, etc).
Se requieren por consiguiente estudios interdisciplinarios direccionados que permitan hacerse preguntas y buscar correlaciones sobre formación de sitio, considerando distintas escalas espaciales y temporales, para integrar la información obtenida desde la arqueología y poder así hilar más fino en las intepretaciones. Por ahora, los esquemas de localización de sitios y pobladores, así como la diferenciación por periodos culturales debe ser manejada con prudencia.
Se deben resaltar las características significativas y autenticas de los desarrollos culturales atribuibles a los ocupantes de las tierras bajas del valle del Magdalena a lo largo de su extensión. Los datos precerámicos presentados enfatizan el desarrollo de sociedades de cazadores-recolectores-pescadores especializados, habitantes de las playas y paleollanuras, ocupantes de riberas de ciénagas y colinas aledañas, pescadores de peces, anfibios y mamíferos como manatíes. En mucho menor proporción se han reportado evidencias de distintos tipos de instrumentos líticos asociados al uso de plantas. Estos hallazgos se dan en terrazas cercanas al actual curso del río y en distintos sitios de colinas bajas y terrazas coluviales en el piedemonte. Los hallazgos materiales relacionados con el denominado “Formativo Superior” o con el periodo Clásico -periodos a veces superpuestos o relacionados directamente por distintos autores- muestran altos logros tecnológicos y estéticos, tanto en alfarería como en metalurgía. La calidad de los productos permite inferir que sus fabricantes no fueron pobladores aislados, sino que ellos tuvieron seguramente un buen desarrollo demográfico para ocupar distintos entornos de las tierras bajas del valle central y de sus tributarios. Fueron sociedades con artesanos especialistas, quienes dejaron el legado tecnológico y simbólico de sus logros.
En los últimos 1500 años se incrementaron las lluvias, se dieron mayores inundaciones y se aumentó el crecimiento de la vegetación del bosque húmedo tropical. Estos cambios del paisaje se han asociado a la posible ocupación de pobladores con características un tanto distintas, a quienes la literatura arqueológica e histórica ha asociado a migraciones Karib (Castaño & Dávila 1984, López 1991). A lo largo del valle, las evidencias “recientes” de cultura material, tanto en cerámica como en metalurgia o conjuntos líticos, son menos elaboradas técnica y estilíticamente que las de sus antecesores. Estos grupos agroalfareros “tardíos”, provenientes del Norte, del Caribe, han sido relacionados directa o indirectamente con la visión descrita por los cronistas que remontaron el valle en el Siglo XVI a XVIII (López 1991, Piazzini 2001, Salgado et al. 2010).
Reconociendo las críticas al difusionismo, no cabe duda que es posible adelantar ejercicios de comparación de evidencias y procesos culturales, productos materiales y cronologías similares, entre distintas culturas de tierras bajas de los grandes ríos suramericanos. Por ejemplo, estudios detallados como los de Valdés (2013) en la Alta Amazonía ecuatoriana, refuerzan los conocimientos sobre los orígenes de complejidades sociopolíticas y simbólicas en las tierras bajas ecuatoriales y sus implicaciones sobre las posteriores relaciones con las tierras altas andinas.
Las evidencias arqueológicas y las dataciones atribuídas al último milenio, indicarían que el paisaje del valle del Magdalena en el pasado fue muy similar al que se mantuvo hasta la década de 1930. Las narrativas de los viajeros describen bajo su percepción -desde la época colonial y comienzos de la república-, los paisajes, las poblaciones y los habitantes de “tierras calientes”, húmedas o secas. La importancia del río Magdalena para la historia de Colombia es trascendental; pues, solo hasta la consolidación de la aviación a mitad del Siglo XX, el río Grande de la Magdalena perdió su papel protagónico de eje fundamental de movilidad e intercambio cultural del territorio costero colombiano, hacia el interior andino del continente.
Desafortunadamente, los significativos desarrollos prehispánicos tradicionales a lo largo del río aún no han sido reconocidos y protegidos adecuadamente, dándose una acelerada destrucción desde mediados del Siglo XX con el avance y la penetración de la modernidad/modernización europeas y norteamericana. En las últimas dos décadas, distintos arqueólogos han investigado en la región a partir de al menos 30 trabajos de arqueología preventiva. Se requiere discutir con profundidad esos resultados, los cuales no se han divulgado suficientemente, perdiendo oportunidades de generar explicaciones contextuales sobre cambios ambientales y las dinámicas de poblamiento del valle.
Notas
[1]Considerando las limitaciones de espacio, así como la abundante y compleja información del sector de las tierras cordilleranas del Alto Magdalena –en particular la conocida arqueología de San Agustín, Huila (Llanos 1990, Rodríguez 2018, Velandia 2011)–, esta temática no se abordará, ya que se priorizaráel detallar aspectos en los sectores de las tierras bajas del Magdalena. Tampoco se profundizarán los casos relacionados con la cuenca del Cauca o asociados a la arqueología de la Depresión Momposina (ver entre otros Herrera et al.2001, 2004, Plazas et al. 1992).
[2]En este caso, sugerimos mantener esta denominación solo a las tierras que se elevan a más de 1000 msnm desde el sur del sector de Pericongo.
[3]Actualmente en Colombia se están adelantando varios proyectos de modernizar y generar dobles calzadas a varias carreteras del país. Se están haciendo diversos estudios arqueológicos preventivos de los cuales se espera contar con adecuada información.
[4]Además, van der Hammen (1974, 1981, 1992) sugirió estrechas correlaciones entre los periodos más secos en el valle del Bajo Magdalena, las sabanas orientales y los Andes. Esto se explica porque “las cabeceras de estos grandes ríos se encuentran en los Andes y por tanto los sedimentos registran acontecimientos ligados a los cambios en la precipitación efectiva en los Andes y en las partes bajas del sistema hidrológico de la Amazonía” (van der Hammen 1992, p. 31).
[5]La tesis de pregrado de Acevedo (2000) y algunos hallazgos en el sitio Peñones de Bogotá (López 2008) discuten evidencias de instrumentos líticos asociados al manejo de plantas.
[6]Aún no es claro si la alfarería de los complejos cerámicos tempranos (Piamonte-Arrancaplumas-Montalvo-Guamo Ondulado), corresponde a diferentes grupos humanos que se asentaron en la región en épocas distintas o están relacionados con cambios graduales de una misma población (Botiva 1996; Cifuentes 1991, 1993, 1997; Piazzini 1997, 2001; Rodríguez 2008; Salgado et al. 2006, 2007).
[7]Sobre las implicaciones de las erupciones del volcán Cerro Machín durante el Holoceno tardío véase a Murcia et al. 2008.
Agradecimientos
A los doctores Julio Cezar Rubin de Rubin y Mariano Bonomo por la invitación a participar en este texto, además por su interés de conocer los sitios excavados por nosotros. Al doctor Anthony Ranere por su asesoría durante los estudios de posgrado. A los geólogos Alfonso Realpe y Ricardo Méndez por sus distintos aportes en campo y laboratorio. A la arqueóloga Martha Cecilia Cano por el apoyo integral durante todos estos años. Al arqueólogo Héctor Salgado por sus distintos aportes a la arqueología colombiana y por facilitarme las fotos sobre los significativos materiales del plan del Tolima. Al colega José Nizama quien tomó las fotografías de instrumentos líticos formatizados. A todos los colegas y amigos que durante tres décadas han abordado con entusiasmo y han compartido sus datos y discusiones sobre la apasionante investigación arqueológica en el valle del Magdalena. A los pares evaluadores por sus comentarios y sugerencias.
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Notas