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Aportes del estudio del soporte documental y el material cerámico de la Colección Benjamín Muniz Barreto del Museo de La Plata a la arqueología del Valle de Hualfín
Contributions of the study of the documentary support and ceramic material from the Benjamín Muniz Barreto Collection of Museo de La Plata to the archaeology of Hualfín Valley
Contribuições do estudo do suporte documental e o material cerâmico da Coleção Benjamín Muniz Barreto do Museo La Plata à arqueologia do vale de Hualfín
Revista del Museo de La Plata, vol. 5, núm. 1, pp. 358-382, 2020
Universidad Nacional de La Plata

Dossier

Revista del Museo de La Plata
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN: 2545-6377
Periodicidad: Semestral
vol. 5, núm. 1, 2020

Recepción: 01 Octubre 2019

Aprobación: 01 Junio 2020

Publicación: 01 Junio 2020


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Resumen: A lo largo de las investigaciones sobre la historia prehispánica del Noroeste argentino, la Colección Benjamín Muniz Barreto del Museo de La Plata ha conservado un protagonismo insoslayable. Las particularidades de su proceso de formación condujeron a la preservación de un corpus numeroso, registrado, sistemático y de acceso público de piezas arqueológicas; que representan no una reunión de objetos dispersos, sino un conjunto representativo de las sociedades que las produjeron. En este trabajo se presenta una revisión de las investigaciones basadas en la porción de materiales de esta Colección hallados en el Valle de Hualfín, que se desarrollaron en el Laboratorio de Análisis Cerámico bajo la dirección de la Dra. B. Balesta desde mediados de la década de 1990. Para ello, en primer lugar, se realiza un recorrido por los estudios que abordaron el proceso de conformación de la colección y que permiten reconocer sus principales características y las razones de su relevancia para las investigaciones arqueológicas del Noroeste. Por otra parte, se reseñan algunos trabajos del equipo de investigación dedicados al análisis del soporte documental, a las clasificaciones cerámicas, a la experimentación y al análisis estadístico. En su conjunto, estas reseñas permiten recuperar los tratamientos metodológicos para el estudio del material de colección y su especial incidencia en la interpretación de los documentos, en la cronología y en los procesos de producción artesanal de las sociedades pasadas del valle.

Palabras clave: Colecciones arqueológicas, Historia de investigaciones, Ceramología, Revisión documental.

Abstract: The Benjamin Muniz Barreto collection of the Museo de La Plata has had an undisputable role in the research of prehispanic history of Northwest Argentina. The peculiarities of its formation process have led to the preservation of a large, recorded and systematic corpus of publicly accessible archaeological pieces, which represent not just an assemblage of objects, but a representative set of the societies that produced them. This paper presents a review of the research based on the parts of the collected from the Hualfín Valley, which was conducted by the research team lead by Dr. B. Balesta since the mid-1990s decade. We provide an overview of the work done regarding the process of formation of this Collection, which allows recognition of its main characteristics and the reasons for its relevance for archaeological investigations in Northwest Argentina. In addition, we summarize part of the research focused on the analysis of written and visual documents, ceramic classifications, experimentation and statistical treatment. The integration of these results allows the recovery of methodological guidelines for the study of materials in this collection and their relevance for the conceptual interpretation of documents, as well as for the chronology and craft production processes of past societies of the valley.

Keywords: Archaeological collections, Research history, Ceramology, Documentary review.

Resumo: Ao longo das pesquisas sobre a história pré-hispânica do noroeste argentino, a Coleção Benjamín Muniz Barreto do Museo de La Plata manteve um papel imprescindível. As particularidades de seu processo de formação levaram à preservação de um conjunto numeroso, registrado, sistemático e de acesso público de peças arqueológicas, as quais representam não uma reunião de objetos dispersos, mas um conjunto representativo das sociedades que as produziram. Este trabalho apresenta uma revisão das pesquisas baseadas na parte de materiais da coleção encontrados no vale de Hualfín, que se desenvolveram no Laboratório de Análise Cerâmica sob a direção da Dra. B. Balesta a partir de meados da década de 1990. Para tal, em primeiro lugar, são percorridos os estudos que abordaram o processo de conformação da Coleção e que permitem reconhecer suas principais características e os motivos de sua relevância para as pesquisas arqueológicas do Noroeste. Por outro lado, são resenhados ​​alguns trabalhos da equipe de pesquisa dedicados à análise do suporte documental, às classificações cerâmicas, à experimentação e à análise estatística. Em conjunto, estas resenhas permitem recuperar os tratamentos metodológicos para o estudo do material de coleção e sua incidência especial na interpretação dos documentos, na cronologia e nos processos de produção artesanal das sociedades passadas do vale.

Palavras-chave: Coleções arqueológicas, História da pesquisa, Ceramologia, Revisão documental.

Introducción

La construcción de la historia de las poblaciones prehispánicas del Valle de Hualfín ha estado fuertemente relacionada con la conformación, organización, resguardo y estudio de la Colección Benjamín Muniz Barreto del Museo de La Plata (Balesta 2000, 2015; González 1955, 1961-64; Iucci 2016; Wynveldt 2009; Zagorodny & Balesta 1999, entre otros). Los trabajos sistemáticos de excavación y documentación que se llevaron a cabo en la década de 1920, el objetivo de reunir los materiales recuperados en una colección, y el hecho de que ésta pasara tempranamente a formar parte de una institución pública con un proyecto de conservación, condujeron a la conformación de un conjunto particularmente importante y accesible de piezas, junto a un corpus de información excepcional sobre su contexto de recuperación. Los estudios realizados durante alrededor de setenta años en la zona han tenido en esta colección una fuente ineludible de información y han sido determinantes para el desarrollo de diferentes aspectos de la arqueología local.

Con la intención de realizar un aporte a la reflexión sobre el estrecho vínculo que ha existido entre la investigación y el estudio de colecciones en la construcción del conocimiento en la arqueología argentina, en este trabajo presentamos un recorrido por algunas de las líneas de abordaje del pasado prehispánico del Valle de Hualfín sustentadas en el estudio de la Colección Benjamín Muniz Barreto del Museo de La Plata. En particular, realizamos una recopilación de las tareas que desarrolló el equipo del Laboratorio de Análisis Cerámico bajo la dirección de la Dra. B. Balesta, con un especial énfasis, por un lado, en las investigaciones sobre el proceso de conformación de la colección y, por el otro, en los tratamientos metodológicos para el estudio del material documental y cerámico recuperado en ese contexto, que permitieron obtener resultados sobre diferentes etapas de la historia prehispánica de la zona. Estructuramos la presentación, en primer término, a partir de una breve mención de aquellos procesos y acciones que condujeron a la configuración de la colección como un instrumento de alto valor para el estudio de la arqueología regional. En segunda instancia, presentamos un recorrido por cuatro aproximaciones analíticas que rigieron las investigaciones sobre las poblaciones prehispánicas del Valle de Hualfín, y que ejemplifican diferentes acercamientos metodológicos a las posibilidades de trabajo con material de colección.

La construcción del valor científico de la Colección Benjamín Muniz Barreto

La historia de la conformación de la Colección Benjamín Muniz Barreto ha sido abordada en profundidad en diferentes oportunidades (Balesta & Zagorodny 1998, 2000; Farro et al. 2012; Sempé 1987; Sempé et al. 2005; Teruggi 1988; Torres 1934). Su origen puede enmarcarse en una época en la cual la práctica de coleccionar objetos de la naturaleza y antigüedades estaba relativamente extendida entre las clases acomodadas del país (Farro 2009; Farro et al. 2012), y la familia Muniz Barreto –el padre, los hermanos y el mismo Benjamín– era uno de estos casos (Balesta & Zagorodny 2000; Farro et al. 2012). En este contexto, desde su infancia, el interés de Benjamín Muniz Barreto se centró en los objetos de las culturas pasadas. En los comienzos de la actividad adquirió piezas de diferente origen, principalmente de Perú y Bolivia, a través de la compra a coleccionistas y comerciantes, y su depósito se instaló en una propiedad de la calle Florida de la ciudad de Buenos Aires –lugar donde estaría alojada la colección completa hasta el momento de su pase al Museo de La Plata–. Entre la frecuente concurrencia de científicos y especialistas al lugar, se destacó la asidua visita del entonces director del Museo Etnográfico, Salvador Debenedetti –quien posiblemente incentivó el interés de Muniz Barreto por la arqueología del Noroeste argentino– y la de Samuel Lafone Quevedo, con quien también mantenía una amistad y contacto frecuente (Balesta & Zagorodny 2000), y fue quien presentó a Debenedetti ante Muniz Barreto.

Este interés lo llevaría a financiar los trabajos de excavación de piezas arqueológicas en las provincias de Jujuy, Tucumán y Catamarca entre 1919 y 1929. Los responsables de estas actividades fueron Karl Schuel, quien trabajó por un lapso corto de tiempo, Wladimir Weiser y Friedrich Wolters, en tanto que Salvador Debenedetti estuvo a cargo de la supervisión de las tareas. El Museo de La Plata adquirió definitivamente la Colección en 1933, con un patrimonio de alrededor de 12.000 piezas arqueológicas completas y en muy buen estado de preservación, en su mayor parte procedentes de estructuras funerarias, y representativas de una amplia extensión de zonas y lapsos temporales; junto con el soporte documental producido en el transcurso de las labores de campo. Las contingencias históricas y las características específicas del proceso de formación, manejo y conservación de la colección incidieron en la definición de un conjunto particularmente interesante y coherente para la investigación del pasado prehispánico. Entre estas características se destacan el tipo de selección de objetos, la exhaustividad del registro y de la producción de documentos, el tipo de muestreo, la concepción de unidad con la que se formó y el rápido pase a la custodia de una institución pública, tal como detallaremos en los párrafos siguientes. En su conjunto, estas características incidieron en que, desde su formación, la concepción de la colección tuviera carácter científico y no meramente de reunión de objetos de valor estético.

En primer lugar, cabe mencionar la modalidad de la selección de objetos. La intención de Muniz Barreto, en tanto coleccionista de antigüedades, estuvo centrada en la obtención de piezas completas, diversas y de carácter especial en cuanto a la dedicación invertida en su manufactura y decoración (Balesta & Zagorodny 2000). La búsqueda y excavación de sepulcros cumplió en gran medida con este objetivo, ya que allí las piezas se encontraban generalmente completas y cumplían con tales requisitos (Balesta & Zagorodny 1998). Estas tareas fueron complementadas con la compra de objetos y los obsequios recibidos de parte de pobladores locales. De este modo, además del importante volumen numérico y de la representatividad espacial, el hecho de que las piezas estén completas y en muy buen estado de conservación permite recuperar el total del área decorada y la morfometría de cada ejemplar, y apreciar las diferentes variables para diversos tipos de análisis específicos. Por otro lado, son conjuntos que, sobre la base de la selección de criterios descriptivos o de la combinación de varios de ellos, son especialmente adecuados para la formación de grupos de referencia, “(…) construcciones subjetivas y pautadas que funcionan como herramientas analíticas que permiten establecer comparaciones entre diferentes universos de estudio” (Balesta & Zagorodny 1998, p. 238), particularmente útiles para asignarles significación a piezas sin contextualización o documentación asociada o que se encuentran en estado fragmentario.

En segundo lugar, el tipo de registro ha sido uno de los aspectos más notables del proceso de construcción de la colección, y es una de las características que la diferencia sustancialmente de otras colecciones arqueológicas procedentes del Noroeste y constituidas en la época. El soporte documental que acompaña a los objetos está formado por libretas de campo, diarios de viaje, inventarios, dibujos de los contextos y objetos excavados, cartografía, series fotográficas y correspondencia. En el momento en que se realizaron los trabajos de campo se estaba consolidando la disciplina arqueológica moderna como la actividad de excavar, registrar y representar los monumentos y artefactos del pasado, actividad en la que la publicación de los manuales de arqueología –tales como Methods and Aims of Archaeology de William Flinders Petrie de 1904– normalizaba los procedimientos técnicos necesarios para la excavación y el registro (Farro et al. 2012; Gänger 2014; Podgorny 2008a, b, c). En ese sentido, la formación de la colección puede ser enmarcada en el proceso de construcción de la Arqueología moderna que tuvo lugar desde finales del siglo XIX (Farro et al. 2012).

Desde los inicios de las excavaciones, la documentación de la Colección muestra una planificación y condensa el registro en diarios de viaje y en la catalogación de las piezas. De K. Schuel se conservó el diario de actividades con un inventario de los objetos hallados en los sepulcros, pequeños croquis, descripciones de los sitios arqueológicos visitados y diversos tipos de narraciones (Balesta & Zagorodny 2000; Farro et al. 2012; Pellizari et al. 2020; Ramundo 2018). En un primer momento, W. Weiser se incorporó al equipo para la tarea de levantar los planos de los lugares trabajados (Farro et al. 2012). Cuando quedó a cargo de la dirección, una de sus preocupaciones permanentes fue mantener un registro ordenado y minucioso, asesorado y supervisado por S. Debenedetti. Él mismo se encargó él mismo de verificarlo: “También el libro de dibujos de Wolters está en buen orden, teniendo así documentadas todas las excavaciones hechas por él” (Weiser 1924, p. 24). Por otra parte, más allá de que W. Weiser cumpliera lo encomendado por B. Muniz Barreto, manifestaba intereses más amplios que lo llevaron a registrar no sólo los lugares de donde se extraían las piezas, sino también los planos de los sitios habitacionales y los mapas de situación geográfica. Esta es una de las tareas en las que por su formación Weiser se destacó especialmente, y sería muy valorada posteriormente por parte de la comunidad arqueológica que a lo largo del siglo XX trabajaría en los sitios que fueron por él relevados y mapeados. Asimismo, conservó una serie de intereses propios de un naturalista dedicado a recoger y registrar especímenes de la flora y fauna de la zona. En el momento de su fallecimiento, F. Wolters se hizo cargo de las tareas y cumplió con el encargo de B. Muniz Barreto, más allá de que el grado de detalle de sus registros se vio disminuido (Balesta & Zagorodny 2000). Ya sea por la particular formación de W. Weiser, por la popularidad que en los medios científicos alcanzaban los manuales de arqueología, porque la información asociada valorizaba económicamente a las colecciones a la venta (Farro et al. 2012) o porque en esa época ya estaba sancionada la reglamentación de la Ley N° 9080 en la que se requería el registro de sitios y yacimientos (Farro et al. 2012), el excepcional nivel de detalle del registro permitió generar una colección documentada con carácter científico.

En tercer lugar, cabe destacar el tipo de muestreo empleado. Las elecciones y decisiones sobre qué materiales deben recuperarse y de qué manera constituyen puntos centrales a tener en cuenta al momento de trabajar con las piezas que componen una colección, dado que necesariamente incorporan un sesgo en cuanto a la representatividad de los materiales existentes (Balesta & Zagorodny 1998; Pearce 1992, citado en Scattolin & Bugliani 2005). Uno de los objetivos que llevaron a la extracción de materiales arqueológicos de las expediciones organizadas por B. Muniz Barreto era formar una colección de valor estético (Balesta & Zagorodny 1998, 2000). En este contexto se priorizaron las piezas provenientes de las unidades de entierro y, por lo tanto, asociadas al ámbito funerario, y no se recuperaron aquellos materiales en estado fragmentario o que se rompían durante la excavación, ni los fragmentos de piezas que se encontraban en gran parte completas. Además, en muchos casos, no se hallaban materiales arqueológicos, sino sólo restos esqueletales. El hallazgo de este tipo de entierros, si bien es comentado por Weiser (1924) en sus anotaciones, no es numerado o documentado en el registro, con lo cual no es posible conocer cuál era la proporción de entierros sin acompañamiento funerario, ni la cantidad de individuos que se habían inhumado allí, ni las características constructivas de la tumba (Iucci 2016). Por lo tanto, la información disponible no es suficiente para caracterizar el conjunto total de entierros, sino solamente aquellos acompañados de objetos o depositados dentro de urnas funerarias. Por otro lado, cuando los enterratorios contenían piezas, estas eran extraídas en su totalidad, con excepción de las que se encontraban en muy mal estado –aunque en muchos de estos casos, la existencia y características de las piezas eran fielmente registradas–, mientras que los restos esqueletales no eran recuperados. En este sentido, el tipo de muestreo que se realizó es claramente sesgado. No obstante, el tipo de selección es conocido, tuvo una unidad de criterio claramente definida, y tiene especial representatividad de un ámbito particular de la vida de las poblaciones prehispánicas –la funebria y, específicamente, los casos que presentaban (o, al menos, conservaban) un acompañamiento funerario–, de tal modo que el sesgo dado por la elección de un dominio particular de piezas y por el registro de determinados entierros, se ve contrarrestado por el criterio coherente para su reunión, que permite caracterizar un determinado corpus de estudio.

Un cuarto factor de relevancia que hace a la conformación de la colección como un instrumento de alto valor para la investigación de las poblaciones pasadas, es el hecho de que desde sus orígenes fue planificada no como un simple acopio de objetos inconexos, sino como la reunión de materiales con un carácter sistemático y con asociaciones entre sus componentes, que revela una concepción definida acerca de su sentido: el conocimiento sobre las poblaciones que los habían producido. Este aspecto es señalado por Balesta & Zagorodny (2000) al incluirla dentro de la clasificación de Pérez de Micou (1998, p. 226), como una colección constituida "(...) de manera lógica, comprensiva y organizada para incrementar el conocimiento antropológico”, que fue formada de un modo activo por parte de personal de un museo –el Museo Barreto– y que tiene coherencia interna, ya que consta fundamentalmente de objetos funerarios. El carácter sistemático puede observarse no sólo en la coherencia del tipo de materiales y en la consistencia del registro, sino en el potencial para el estudio antropológico que se manifestó desde su formación. Tal como exponen Farro y colaboradores (2012), en el momento en que se definía el destino de la Colección al dominio del Estado, circulaba la idea de que ésta debía dividirse y ser distribuida a distintos museos–como sucedió, de hecho, en el caso de otras colecciones, por ejemplo, el comentado por Sprovieri & Dmitrenko (2020)–. Fue el mismo Muniz Barreto quien rechazó esa división e, incluso, la posibilidad de que se dividiera entre objetos a exhibir y a albergar en un depósito dentro de una misma institución, al señalar “(…) que al fraccionarla perdería su valor, al separarse de sus antecedentes, reunidos por una sola persona, con un solo criterio y que no admiten divisiones” (Muniz Barreto 1931, citado en Farro et al. 2012). Además, demostró una preocupación por el orden y el modo de depósito de las piezas que, según manifestó, debían estar expuestas a la vista, agrupadas según su procedencia y ordenadas según sus indicaciones (Farro et al. 2012). Esta definición del orden y lugar de guardado –que por diferentes motivos no fue seguida en las tareas de ordenamiento posteriores al traslado de la Colección al Museo de La Plata (Farro et al. 2012)–, estaba directamente relacionada con la concepción que B. Muniz Barreto manejaba acerca del vínculo estrecho entre los objetos y quienes los habían producido, y con una idea específica acerca de lo que significaba estudiar a las culturas pasadas a partir de sus objetos, aspectos que quedan explícitamente manifestados en la correspondencia mantenida con el Director del Museo de La Plata, L.M. Torres, en el momento en que se realizó el traslado (Farro et al. 2012).

Por último, cabe mencionar el rápido pase a la custodia de una institución pública como el Museo de La Plata que tuvo, durante aproximadamente sus primeros cincuenta años de vida, una política de colecciones que preveía su adquisición, crecimiento, gestión y cuidado, y que sentó las bases de su perfil de institución dedicada a la investigación y difusión de la actividad científica en el campo de las ciencias naturales y de la antropología (Balesta & Zagorodny 2004). El mismo L.M. Torres hizo explícita la política de que el museo adquiriera sólo colecciones debidamente documentadas, que no pertenecieran a coleccionistas y que tuvieran valor para la investigación (Balesta & Zagorodny 2004). El criterio del orden seguido para albergar la Colección Muniz Barreto puede observarse con claridad a través del intercambio sostenido entre Torres y Muniz Barreto en el traslado de los materiales (Farro et al. 2012), donde puede leerse un arduo proceso de negociación entre las expectativas de Barreto y las posibilidades materiales y los criterios de conservación seguidos por el Director del Museo.

Los estudios de las poblaciones del Valle de Hualfín a través del material de Colección

El conjunto de condiciones señaladas fueron parte de los factores que condujeron a que la Colección Benjamín Muniz Barreto fuera el sustrato para la realización de una gran cantidad de contribuciones, que la tomaron como referente para las investigaciones sobre temáticas variadas de la arqueología del Noroeste argentino (Baldini & Sprovieri 2009; Balesta 2000; Balesta & Zagorodny 2000, 2002; Balesta et al. 2009; Bugliani 2008; Cigliano 1958; Farro et al. 2012; Fernández et al. 1999; Giovannetti & Páez 2011; González 1955, 1961-64; Moralejo et al. 2010; Palamarczuk 2009; Podestá & Perrotta 1973; Raffino 1988; Raviña et al. 2007; Scattolin & Bugliani 2005; Sempé 1993; Sempé et al. 2005; Velandia 2005; Wynveldt 2009; Zagorodny et al. 2002, entre otros).

Una de las áreas donde se concentraron los trabajos de campo fue lo que actualmente es conocido en el ámbito académico como Valle de Hualfín, en la provincia de Catamarca –que corresponde a una parte del Norte de Belén, según la denominación entre los habitantes actuales– (Fig. 1). Allí, los integrantes de las expediciones permanecieron durante varias temporadas e instalaron sus campamentos en diferentes puntos del área, con la consecuencia de que la excavación de piezas tuvo numerosos epicentros y, por lo tanto, una vasta representatividad espacial. Se estima que el material de esta zona es de alrededor de 6000 piezas, que provienen de unas 1000 tumbas, ubicadas en las localidades de Puerta de Corral Quemado, Corral Quemado, Los Nacimientos, Hualfín, El Eje, San Fernando, Loconte, Palo Blanco, La Ciénaga, Asampay, Quebrada del Tío, Guasayaco, Corral de Ramas, Condorhuasi, Las Juntas, Pozo de Piedra, Yacoutula y La Aguada.


Figura 1.
Mapa del Valle de Hualfín donde constan las localidades de procedencia de las piezas de la Colección Benjamín Muniz Barreto del Museo de La Plata y los sitios arqueológicos asociados

Como ha sido ampliamente establecido, los trabajos de A.R. González pueden considerarse como un puntapié inicial para el estudio de la colección, su ordenamiento cronológico y su asociación con las poblaciones indígenas que habían producido sus materiales. La importante cantidad y variedad de material recuperado en el área, junto con las posibilidades técnicas que brindaba el valle como unidad geográfica, llevaron a González a elegir el Valle de Hualfín y su correlato material depositado en el Museo de La Plata para definir la secuencia cultural del Noroeste argentino, en la cual se organizó el desarrollo cronológico y se definieron los contextos culturales correspondientes (González 1955, 1961-64; González & Cowgill 1975). A partir de entonces, esta porción de la Colección Muniz Barreto fue objeto de diversos trabajos éditos e inéditos que abordaron, desde enfoques diferentes, universos particulares de piezas y contextos. Entre ellos, cabe destacar los trabajos de M.C. Sempé y M. Baldini (Baldini & Sempé 2015; Sempé 1993; Sempé & Baldini 2004; Sempé et al. 2005), quienes sistematizaron el registro de una gran cantidad de tumbas y configuraron algunas líneas interpretativas sobre distintas problemáticas, principalmente enfocadas en los materiales Ciénaga y Aguada.

A mediados de la década de 1990, B. Balesta y N. Zagorodny iniciaron la dirección de las actividades de relevamiento y estudio de la colección desde un enfoque comunicacional, con un particular interés en el estudio de los procesos de formación de la colección, sobre un planteo metodológico diseñado para analizar desde los aspectos discursivos del registro hasta la configuración de las imágenes de la decoración de los objetos. Mientras que en este caso el foco estuvo en la época formativa, considerando la funebria Ciénaga y Aguada (Balesta 2000; Balesta & Zagorodny 2002; Balesta et al. 2009; Gómez Ferreiro et al. 2009; Zagorodny & Balesta 1999), poco más tarde se incorporó el estudio de la época tardía, con énfasis en la alfarería Belén, con los trabajos de Wynveldt (2007, 2008, 2009). Posteriormente, Iucci (2009, 2014, 2016) avanzó en el registro de los materiales tardíos, entre los que se logró identificar un número importante de piezas enteras de cerámica ordinaria. Parte de los trabajos que se realizaron en estas etapas son los que comentaremos brevemente en las líneas siguientes.

El análisis de los documentos y la discusión del significado de la noción de cementerio

Una de las primeras cuestiones que surgieron a partir de la lectura del soporte documental de la colección fue cuáles eran los criterios conceptuales subyacentes usados en la elaboración de los textos, a través de qué medios realizar su interpretación y, por lo tanto, cómo entender la información arqueológica que era volcada en los documentos escritos. De este modo, el análisis del soporte documental en base a un anclaje metodológico fue una de las primeras preocupaciones que orientaron los trabajos de Balesta (2000, 2005, 2015; Balesta et al. 2015) sobre la funebria Ciénaga correspondiente a los momentos tempranos de la etapa agroalfarera del área.

La porción Ciénaga de la Colección Muniz Barreto es el resultado de las excavaciones en las márgenes del río Belén o Hualfín y su confluencia con diversos cauces, donde W. Weiser (1924-25, 1925-26) identificó “catorce cementerios”. Según su esquema, los cementerios 1, 2, 3, 6, 7, 8, 9 y 10 se encuentran en el sector central, delimitado al norte por el río Güiliche y al sur por el río del Diablo. Los cementerios 4, 5 y 5a se encuentran al norte del río Güiliche y los cementerios 11 a 14 están al sur del río del Diablo, en la localidad de La Ciénaga. A partir de las primeras observaciones que Balesta (2000) realizó sobre los planos de las excavaciones del soporte documental, surgió la sospecha de que algunos de los cementerios eran contiguos, con lo cual no se justificaba establecer una división espacial entre ellos. Además, W. Weiser registró materiales recuperados en sectores intermedios de estos “cementerios”, a los que denominó “sepulcros entre cementerios”, “sepulcros aislados” o “urnas aisladas”, según el caso. Balesta (2000, 2005) tomó el concepto de “cementerio” usado por W. Weiser y F. Wolters en sus escritos y se dedicó a indagar cuál era el significado que asumía según la manera en que era efectivamente usado en el texto. Para ello realizó el rastreo de las definiciones contextuales empleadas en el registro de las expediciones de 1924 a 1926 y de la correspondencia mantenida entre las expediciones de 1924 a 1929; y el análisis exhaustivo de una muestra de los cementerios (el 1, el 9, el 10 y los sepulcros aislados entre ellos, zona que tradicionalmente se denominó rincón noreste, o rincón Hualfín-Güiliche).

El cementerio 1 fue excavado en la campaña desarrollada entre noviembre de 1924 y mayo de 1925, mientras que en la expedición que tuvo lugar entre 1925 y 1926 se realizaron excavaciones en el “sector continuación del cementerio 1”, el cementerio 9, los sepulcros entre cementerios y el cementerio 10. La separación entre el cementerio 1 y el “sector continuación” obedeció a la circunstancia de que una campaña debió ser finalizada y se continuó con el trabajo en la siguiente. El cementerio 1 cuenta con 189 tumbas, el cementerio 9 con 34, los sepulcros entre cementerios con 36 y el cementerio 10 con 118.

La aproximación metodológica para el análisis de los textos fue la de la semiótica de enunciados formulada por Magariños de Morentín (1996), según la cual el objeto de conocimiento de las ciencias sociales está constituido por las diversas interpretaciones que recibe un fenómeno en determinado momento en determinada sociedad, más que por el fenómeno en sí mismo, y por lo tanto sólo puede interpretarse en función de su textualización en determinados discursos. La semiótica de enunciados es el instrumento analítico que proporciona las operaciones y procedimientos para identificar los problemas relativos a la interpretación de los fenómenos sociales, que habitualmente están dados por el habla –aunque también por otras semiosis (indicial, icónica, simbólica). A partir de su aplicación se pueden formular inferencias acerca de la “(...) dimensión espacial y temporal de la vigencia social de tales relaciones semánticas” (Magariños de Morentín 1993, p. 7) y “(...) de qué modo se construye tal contenido o significación en función de su uso en el contexto material y positivo en el que aparece” (Magariños de Morentín 1993, p. 3). A través de esta metodología se aspiró a identificar lo efectivamente expresado en los textos escritos por W. Weiser y por F. Wolters, y así rescatar sus criterios para definir aquello que llamaron “cementerio”.

El primer paso fue efectuar un registro minucioso de los pasajes de los textos en donde aparecen comentarios que pueden relacionarse con la metodología de excavación, por ejemplo: “Los barriales con sus innumerables tejas y en lugares con signos (agujeros de excavaciones anteriores) nos atraían siempre mientras buscábamos hasta que al fin se empezó por prueba a cavar, donde todo indicaba que la expedición del Dr. Debenedetti, en el año pasado, había sacado algunos hallazgos” (Weiser & Wolters 1924-25, p. 33). “Nuestras primeras recorridas abarcan como ya he dicho el terreno bajo de la orilla hacia el Oeste del río Hualfín, extendiéndose desde el río La Manga hasta el río Güiliche, más o menos a cuatro Km. de extensión desde el Sud hacia el Norte. En su profundidad llegaron hasta la barranca alta en el Oeste, más o menos 1 ½ legua distante del río de Hualfín” (Weiser & Wolters 1924-25, p. 45).

De este modo, a partir de la lectura en torno a un eje temático particular, se logró recuperar información de relevancia para contextualizar las condiciones de excavación. Se pudo observar que los terrenos trabajados habían sido prospectados por S. Debenedetti, que W. Weiser siguió sus huellas para buscar lugares que fueran prolíficos en hallazgos, y que también se orientaba por los materiales de superficie, como los fragmentos de cerámica, y por las indicaciones de la gente del lugar. También fue posible obtener una idea del tamaño del área que se excavó, y de cómo se organizaba el grupo de trabajo en función de la cantidad de tareas a realizar. Se recuperaron algunas observaciones acerca de los procesos posdepositacionales, de las precauciones puestas en práctica para preservar los sitios del impacto de las lluvias torrenciales y de las acciones aluvionales, así como observaciones de huaqueos y excavaciones previas (Balesta 2000, 2005).

La metodología seguida en la excavación se explica de manera pormenorizada en los diarios de viaje y en las cartas a Muniz Barreto. La recuperación de esta metodología permitió comprender cómo fue el proceso de excavación, cuál era y cómo surgió la noción de cementerio, y cómo se establecieron sus límites. Este proceso condujo a que se revele la falta de adecuación de ese concepto a las características de los entierros del área (Balesta 2000, 2005). En este sentido, se observó que la excavación consistía en explotar un área en la medida en que se seguían encontrando evidencias de tumbas, y se tomaba una dirección determinada. Las excavaciones se daban por finalizadas cuando en “(…) tres o cuatro metros en una dirección ya no se destapaba una tinaja o un sepulcro de adulto. Pero estoy seguro de que si se ampliaran esas excavaciones, creo que después de vencer un espacio de algunos metros más, se empezarán a destapar de nuevo sepulturas” (Weiser & Wolters 1924-25, p. 104).

En síntesis, el trabajo de rastrear en el texto los comentarios relacionados con los procedimientos de excavación permitió reconocer cómo W. Weiser y sus colaboradores construyeron una idea de cementerio, fundamentalmente a partir de marcas visibles, presencia de sepulcros, su sectorización, la disposición en filas, la presencia de urnas conteniendo niños y la estrategia de excavación.

La metodología para detectar la noción de cementerio

En una segunda instancia, para identificar la noción específica de cementerio que manejaban W. Weiser y F. Wolters, se procedió a la recuperación de los fragmentos de texto donde se utilizaba la palabra “cementerio”. Para ello se apeló a la metodología de Magariños de Morentín (1993, 1996, 1998), en donde se propone “(…) explicar de qué modo se construye tal contenido o significación en función de su uso en el contexto material y positivo en el que aparece” (Magariños de Morentín 1996, p. 3). La metodología consiste en la aplicación de cuatro pasos: (i) la normalización del texto, donde se interviene para recuperar los sujetos u objetos aludidos, los términos omitidos por los recursos de la economía del habla o para completar construcciones gramaticales incompletas, entre otras acciones que van en detrimento de la comprensión general del texto, (ii) la segmentación, para aislar del texto las partes básicas para la construcción de la significación, (iii) la recuperación de las definiciones contextuales, que son las que permiten establecer el sentido que adquiere un término en función del contexto en el que ese término aparece efectivamente y (iv) la construcción de los ejes conceptuales, a partir de lo que se identifican las posibles divergencias o coincidencias en el otorgamiento de significados a los términos usados. Cada enunciado es entonces dividido en tres columnas: la primera corresponde a la expresión cuyo contexto de significación se despliega en el resto del enunciado, la segunda sustituye la relación usada por el productor para establecer el vínculo contextual, y la tercera sustituye la expresión con la que se contextualiza a la primera columna.

Balesta (2000, 2005) presenta, a modo de ejemplo, el siguiente caso a partir de una oración hallada en uno de los escritos de W. Weiser:

“Hacia el Sur y el Norte el cementerio no tiene límites distinguibles”(Weiser & Wolters 1924-25, p. 103).


Identificación de los enunciados

Definición contextual resultante:

Cementerio es aquel que se puede extender hacia el Sur o hacia el Norte y que puede no tener límites distinguibles.

La consecución de este trabajo con el conjunto de enunciados del corpus documental en los que se pudo identificar la idea de cementerio permitió recuperar diversos ejes conceptuales, identificados a partir de término o marcas textuales:

- Sectorización: “sector”, “lado”, “parte”

- Edad: “niños”, “adultos” y “jóvenes”

- Localización: “orilla” y “barranca”

- Delimitación: “límite”, “margen”, “resultados”, “excavaciones”, “distancia”

- Visibilidad: “piedras”, “cimientos”, “pircas”, “indicios”

- Tamaño: “grande”, “pequeño”

- Riqueza: “rico”

- Morfología: “forma”, “arreglo”

- Semejanza: “difiere”, “cerca”, “prolongación”

De este modo, a partir de la lectura del soporte documental bajo una metodología definida y específica para el análisis del discurso, se recuperaron los conceptos claves acerca de lo que debía ser un cementerio para quienes trabajaron y escribieron los documentos: un cementerio debía poseer límites definidos, una modalidad particular y característica de enterrar (entierro en filas, dedicación a una franja etaria) y una similitud en la cantidad y calidad de piezas de ajuar contenidas en cada uno.

Al examinar la evidencia en su conjunto, se estableció que entre las tumbas no había límites precisos que permitieran definir unidades –cementerios–, ni tampoco cementerios separados unos de otros, sino que los entierros se combinaban y formaban agrupaciones de tumbas de los diferentes cementerios. Así, Balesta (2000, 2005) concluyó que las unidades denominadas cementerios no necesariamente son reales y, en cambio, pueden ser el resultado de la estrategia de excavación y de las concepciones de la época. Una vez entendida la metodología de excavación, recuperada la noción subyacente de “cementerio” de quienes registraron el proceso de trabajo y, luego, vuelta a reunir y examinar la evidencia en su conjunto, se propuso redefinir la zona de entierros en el margen del río Belén en La Ciénaga, como una gran necrópolis usada en el ámbito regional durante varios cientos de años.

Las secuencias cronológicas bajo las ópticas teóricas. El caso de las fases Ciénaga

El segundo tema que orienta el recorrido del trabajo realizado con la Colección Muniz Barreto es el del establecimiento de cronologías a partir de la decoración de la cerámica que, en esta sección, será ejemplificado a partir de la discusión cronológica basada en la alfarería Ciénaga. En 1970 y 1972, A.R. González presentó una secuencia temporal de las sociedades prehispánicas del Noroeste argentino fundada en una caracterización estilística y en la seriación propuesta por Ford (1969), que, junto a G. Cowgill, completaría con los fechados radiocarbónicos efectuados sobre material de sitios de habitación cercanos a la necrópolis (González 1972; González & Cowgill 1975).

La metodología y los resultados de la seriación es comentada en el trabajo de 1975, donde los autores enumeran una a una las variables que se consideraron en el análisis del soporte documental y de las piezas, e incorporan el concepto de “tipo”, definido como “(...) un conjunto de rasgos técnicos y estilísticos claros y objetivos” (González & Cowgill 1975, p. 384). Así, aislaron los datos para las piezas cerámicas y conformaron los tipos delimitados por rasgos decorativos y tecnológicos, analizaron las asociaciones de cada una de las tumbas conocidas, y armaron las secuencias con el uso de los avances tecnológicos de ese momento para codificar variables y procesarlas en programas computacionales de combinatorias. El resultado fue una serie de cuadros y gráficos que ponen en evidencia las asociaciones entre los tipos cerámicos diagnósticos para cada fase.

El lapso temporal que ocuparía la secuencia para la Cultura Ciénaga fue subdividido en tres fases, cada una caracterizada por los tipos (Tabla 1): La Manga o Ciénaga I (200-300 d.C.), Güiyischi o Ciénaga II (300-450 d.C) y Casa Vieja o Ciénaga III (450-600 d.C), considerada como una transición entre Ciénaga y Aguada. En esta última, los autores mencionan la aparición de tipos Aguada y luego, para las primeras etapas de Aguada, señalan la continuidad de tipos a los que denominan como Ciénaga de Transición: Allpatauca Incisa, Ciénaga Ante Lisa, Ciénaga Dibujos Negros, Ciénaga Negro sobre Ante, Ciénaga Negro y Rojo sobre Ante y Ciénaga Línea Gruesa.

Tabla 1.
Tipos incluidos en cada una de las fases Ciénaga, según González & Cowgill (1975)

Esta propuesta cronológica se mantuvo vigente hasta mediados de la década de 1995, cuando Balesta (1998, 2000) llevó a cabo una revisión de la porción Ciénaga de la Colección Benjamín Muniz Barreto. En este contexto, una de las primeras observaciones que realizó la autora fue que las piezas cerámicas y su correlación con el resto de los materiales de los entierros mostraban similitudes aparentes que no permitían la aplicación de un criterio de diferenciación temporal claro entre ellas. Una de las principales razones eran las dificultades que se presentaban para adscribir las piezas claramente según los tipos, ya que en estos se mezclaban las categorizaciones tecnológicas con las decorativas, las denominaciones no siempre era unívocas y no resultaban claras para identificar las piezas, algunas de las descripciones no estaban detalladas y muchos frisos combinaban varias de esas características, las piezas tenían variaciones de color internas y algunos tipos parecían mantener una continuidad a través de las distintas fases, entre otros problemas (Fig. 2).


Figura 2.
Ejemplos de vasijas Ciénaga que presentan características que dificultan la adscripción a los tipos de A.R. González. Vasija MLP-Ar10856, con diferentes coloraciones en una misma vasija. MLP-Ar 9439, 9681 y 11208 con combinación de diferentes grafías (incisiones finas, gruesas y puntos)

Para González (1972), los camélidos fueron determinantes para la construcción del esquema de fases y etapas de La Ciénaga. Según el autor, en la fase Ciénaga I las imágenes carecen de diseños figurativos y las vasijas están decoradas con patrones incisos sobre superficies de acabado gris o negro. En Ciénaga II reaparecen los elementos figurativos: “(…) the feline now looks llamalike, and is drawn in a sketchy and rigid fashion, with straight lines” (González 1972, p. 123). Dentro de esta fase identifican distintos momentos:

“At the beginning, the feline figures are distinguished by their straight and pointed ears, rectangular or triangular body, and simple tail. In the following step, it is possible to see the appearance of protruding claws, and prominent lines of teeth all of the figures look forward. In a more advanced step, the head is turning back, the legs and tail are curved, the simple straight lines are replaced by a more frequent use of curved lines. The use of circular design representation of the feline spot is more and more frequent” (González 1972, p. 123).

Para la última fase (Ciénaga III) sólo menciona que existe una complejidad creciente en los diseños, lo cual, a su criterio, marcaba la transición hacia la cultura de La Aguada. De esta manera, la perspectiva de A.R. González sobre las imágenes Ciénaga enfatiza la evolución de un fenómeno de representación que va desde la configuración de un felino simple hasta la elaboración de figuras complejas –las figuras draconianas–. Ciénaga representaba un momento transicional en el desarrollo, que le seguía a Condorhuasi y se sucede en Aguada, donde la iconografía felínica alcanza su pico de frecuencia y su máximo desarrollo tanto artístico como tecnológico (Balesta 2000; Balesta et al. 2015).

Para verificar la secuencia, Balesta (2000) analizó la cerámica de las tumbas donde aparecían vasijas con imágenes de camélidos y no icónicas (un total de 12 tumbas), con la finalidad de verificar la posibilidad de que pudieran adscribirse a una sola etapa; y encontró que las figuras de las diferentes fases no eran excluyentes (Fig. 3).


Figura 3.
Piezas Ciénaga procedentes de un mismo sepulcro, donde se pone de manifiesto que las características establecidas por González (1972) para asignar las figuras de camélidos/felinos a las diferentes fases se mezclan en la composición de cada imagen. Por las representaciones rígidas y esquemáticas de las orejas y el cuerpo, la vasija 7801 podría adscribirse a la Fase 2, etapa 1. Por las fauces, podría pertenecer a la etapa 2 ó 3. Por la configuración felinizada de las imágenes podría caracterizarse, como de transición hacia Aguada. La vasija 782 podría clasificarse como Ciénaga Incisa Simple, e incluirse en la fase Ciénaga I

En continuidad con el uso de la metodología semiótica que se implementó para trabajar la noción de cementerio en W. Weiser y F. Wolters, Balesta (2000) realizó un nuevo análisis de las imágenes de la alfarería Ciénaga de la Colección Benjamín Muniz Barreto que habían sido utilizadas como indicador cronológico-cultural, sobre una muestra de 45 piezas con representaciones icónicas identificables con el género Lama. El trabajo consistió en el registro de las unidades mínimas que conformaban cada representación, la determinación de la equivalencia de las unidades cuando se encuentran en la misma posición relativa dentro de cada figura, y la configuración del repertorio de unidades usadas para la representación –cabezas, pescuezos, lomos y patas–. También se detectaron segmentos que no se corresponden con la anatomía del género Lama y que habitualmente se les atribuyen a los felinos, como garras, fauces y manchas. Luego, las imágenes se compararon con las características físicas y comportamentales de los camélidos.

Como resultado del análisis, se encontró una importante diversidad en el modo de representación, ya que algunas imágenes tienen una apariencia más naturalista que otras, algunas presentan animales estáticos y otras dan idea de dinamismo (Fig. 4). Asimismo, se registraron diferencias dentro de un mismo friso en el número, tamaño, actitudes y separación entre los animales representados. El número de vasijas con representaciones de camélidos es muy pequeño dentro del conjunto Ciénaga de la colección (aproximadamente 2% del total), y las diferencias registradas entre las piezas implican que cada una de ellas constituye un ejemplar único. De este modo, Balesta (2000) planteó que las características propuestas por González (1972) no eran un indicio suficiente para el establecimiento de diacronía. Por otra parte, las dificultades encontradas al tratar de realizar la adscripción de acuerdo a la tipología propuesta, tanto de este tipo de manifestaciones como del resto de la cerámica acompañante, no justificaban las diferenciaciones cronológicas establecidas.

Finalmente, la segmentación de las imágenes permitió interpretar que las mismas unidades mínimas que conformaban las figuras de camélidos se hallaban representadas en las guardas que habían sido clasificadas como “geométricas”, combinadas de tal modo que el conjunto de la imagen que producen es diferente a un camélido (Fig. 5).


Figura 4.
Diversidad del modo de representación de camélidos en la cerámica Ciénaga. En la vasija 11202, las patas recogidas y el conjunto de la imagen transmiten sensación de movimiento. La lana se representa con círculos. La vasija 11125 representa camélidos quietos o echados y la lana se representa con líneas


Figura 5.
Segmentación de los distintos sectores del cuerpo (cabezas, lomos y colas) y sus diferentes modos de representación, y guardas tradicionalmente llamadas “geométricas” de la cerámica Ciénaga, construidas a partir de los sectores del cuerpo recombinados a través de operaciones de traslación o simetría

En síntesis, como resultado del cambio de mirada teórica sobre un mismo universo de estudio, se pudo atribuir la diversidad en las formas de representar los camélidos a diferentes características, actitudes, posturas corporales, edades, tamaños de rebaños, etc. Por otro lado, para la manufactura de las imágenes Ciénaga se usó un repertorio finito de unidades que se combinaron, dando lugar a diferentes imágenes. Así, se hallaron los mismos componentes de las imágenes, tanto para la representación de los camélidos de carácter figurativo como para los frisos de apariencia geométrica. Entonces, más que reflejar cuestiones cronológicas o divisiones del tipo de las usadas en Occidente sobre lo figurativo y lo no figurativo, las evidencias generadas apuntaron a sostener la importancia de la presencia de los camélidos en la vida de las poblaciones de pastores, y permitieron pensar que, en sus diferentes versiones de representación, estos animales serían igualmente visibles para los miembros de esta sociedad.

Las piezas enteras de colección como soporte para la experimentación

Otro de los ítems de interés del equipo de trabajo se asoció a las prácticas de experimentación realizadas a partir de la observación de patrones reiterados en las piezas de colección. El trabajo de observación y registro, junto con la experimentación llevada a cabo con el aporte de ceramistas, condujo a una mejor comprensión del tipo de huellas presentes en la cerámica que eran dejadas por parte de los alfareros en el pasado, y asociarlas a conductas de manufactura y restauración específicas.

La restauración de vasijas cerámicas a través de agujeros de reparación

Un hallazgo habitual en los conjuntos cerámicos fragmentarios procedentes de las excavaciones arqueológicas son los agujeros para remendar, es decir, una serie de orificios para sujetar las partes de una vasija por medio de lazos (Primera Convención Nacional de Antropología 1966). El registro de su aparición frecuente en piezas Ciénaga de la Colección Benjamín Muniz Barreto, entre las que predominan las que fueron halladas en contextos funerarios y que aparentemente no tenían huellas de uso, llevó a Balesta & Zagorodny (2002) a describir sus características, reconstruir las operaciones técnicas que se realizaban para su elaboración e indagar acerca de las posibilidades de reparar las piezas cerámicas dañadas a partir de ellos.

Con los términos reparación o restauración, se consideró a una serie de acciones intencionales propias de la cadena operativa de manufactura de la producción cerámica, “(…) que tienen como objetivo recolocar (en caso de rotura total) o asegurar en su lugar (en caso de fractura/rajadura) los fragmentos de una pieza cerámica a fin de recuperar su morfología original e impedir roturas masivas de la pieza que se está confeccionando” (Balesta & Zagorodny 2002, p. 376). Pueden ser realizados en distintas etapas de la manufactura o cuando las vasijas están terminadas, y tienen como objetivo prolongar su vida útil.

En este caso, se tomó como universo de referencia 104 piezas completas o casi completas de la porción Ciénaga de la Colección, que tenían como característica presentar agujeros de reparación. La muestra se subdividió entre urnas o contenedores de restos humanos, generalmente de mayor tamaño, y acompañamiento funerario. El estudio consistió, por un lado, en el registro de las piezas cerámicas y sus principales características. Con respecto a los agujeros presentes se consignaron número y ubicación dentro de cada vasija, y etapa probable de rotura y de reparación dentro de la cadena operativa; también su morfología y la identificación de la forma del instrumento usado para realizarlos. Por otro lado, se realizó la replicación experimental de la manufactura y de la restauración (Fig. 6), con el objetivo de buscar los diferentes momentos de elaboración en que las piezas corren mayores riesgos de fracturarse o rajarse, más allá de las roturas accidentales que pueden darse como consecuencia del uso, así como de determinar el tipo de huella que la combinación entre el momento de ejecución y la herramienta para agujerear podía dejar. Se usaron arcillas recolectadas en la zona de procedencia de las piezas de colección, con técnicas de manufactura y cocción controladas que la ceramista Alejandra Pucciarelli recreó con las posibles técnicas antiguas.

La experimentación permitió determinar las etapas clave de rotura de las piezas, las trayectorias diferenciales de las rajaduras y/o roturas que se producen en cada caso, el tipo de materiales usados y una importante variedad de procedimientos específicos de realización de los agujeros y sus huellas características. Así, se pudo establecer que, en líneas generales, la forma del agujero (cónico, bicónico, cilíndrico) está vinculada principalmente al momento de secado de la pieza durante su confección y, en menor medida, al tipo y/o morfología del instrumento utilizado. Por ejemplo, en el estado cuero el agujero presenta una forma cilíndrica, mientras que cuando la pieza está seca o cocida puede ser cónico o bicónico, según si el orificio fue iniciado a partir de una cara o dos de la pared de la vasija. Además, los mejores resultados se obtuvieron a partir de la ejecución de los agujeros con instrumentos de metal, que permitieron lograr un mejor acabado sin que el instrumento sufra deterioro, a diferencia de lo que ocurre con los instrumentos de madera y hueso, que requieren de mayor presión y pueden producir mayores daños sobre el borde del orificio. También se observó que el procedimiento se optimiza si se humedece la zona a agujerear. Las intervenciones que, mediante los orificios u otra técnica, permitieron reparar una pieza dañada en el momento del estado cuero, con posterioridad a la cocción no dejaron evidencia. Por otra parte, se observó que, para la reparación de roturas totales o parciales en un importante grado en piezas cocidas, esta técnica de restauración no sería efectiva sin el añadido de alguna sustancia resinosa que le diera estabilidad al arreglo.

Estos resultados se analizaron en el conjunto de las piezas Ciénaga de la colección, para las que se determinaron causas, modos y momentos de reparación (Fig. 6). Se encontró que los contenedores funerarios representan la mayor proporción de vasijas reparadas y tienen un importante número de agujeros, aspectos que pueden correlacionarse con el mayor tamaño de las piezas y su lógico requerimiento de mayor cantidad de puntos de cohesión. Por otro lado, los agujeros observados se habrían hecho con posterioridad a la cocción. El conjunto de resultados llevó a las autoras a discutir las causas de rotura de las piezas, ya que no se registraron evidencias de usos previos al de contenedor funerario. En este sentido, encontraron que la reparación de piezas estaría fundada en la importancia asignada a cada vasija, probablemente dada por la inversión de energía en su fabricación y en el valor agregado de la funcionalidad funeraria o ritual para la cual se producían.


Figura 6.
Arriba: tabletas experimentales en estado seco, de arriba abajo, agujeros confeccionados con herramientas de metal, madera y hueso, y cocido, con agujeros realizados con herramientas de hueso. Abajo, dos piezas Ciénaga con agujeros de tipo cónico, posiblemente realizados en estado seco o cocido

Las etapas de la manufactura alfarera

Las regularidades técnicas de la alfarería Aguada de la Colección Benjamín Muniz Barreto observadas por la ceramista María José Gómez Ferreiro y colaboradoras fueron el disparador para la reconstrucción de la secuencia de manufactura de los pucos Aguada a partir del registro de huellas de confección y de la experimentación (Gómez Ferreiro et al. 2009). El objetivo fue la caracterización de la secuencia de producción y de las operaciones de manufactura llevadas a cabo en este proceso.

Los entierros del sector tradicionalmente denominado Cementerio Aguada Orilla Norte del Valle de Hualfín fueron excavados por Federico Wolters desde principios de 1928 hasta junio de 1929 (Zagorodny et al. 2002), y el sitio y sus materiales fueron estudiados por A.R. González en la década de 1950 (González 1961-64). F. Wolters excavó 200 tumbas con un total de 1375 objetos de cerámica –1166 piezas–, piedra, hueso, metal, pigmentos, etc., y registró minuciosamente las tareas realizadas para recuperar los materiales. La información comprende planos, dibujos de corte y planta de las tumbas, y descripciones del contexto de hallazgo detallados en libretas de campo. Además, tomó fotografías del paisaje y las labores de campo, y dibujó los materiales hallados. Para la determinación de las etapas de manufactura, las autoras consideraron una muestra de 366 pucos de la Colección pertenecientes a este cementerio. El trabajo consistió en el registro de las huellas de manufactura observables a ojo desnudo o a través del tacto en el conjunto de las piezas de colección. Se consideraron la sección del borde, las discontinuidades palpables en ambas superficies de las piezas (ondulaciones verticales y horizontales), el tratamiento de superficie y, con respecto a la decoración, el tipo, sección y rebarba de la incisión y el tipo de instrumento empleado. Una vez registradas estas características en la muestra, a través de la experimentación se reprodujeron los pasos posibles que podrían haberse realizado en el proceso de manufactura.

Las series de acciones que pudieron recuperarse fueron, secuencialmente (Fig. 7 y 8):

- La confección de la base a partir de un solo trozo de material (Fig. 7a).

- El levantado por rollos superpuestos mediante la presión y la costura interna y/o externa (Fig. 7b, c y d).

- El recorte del borde, realizado de manera opcional (Fig. 7f).

- El adelgazamiento y alisado de la superficie, para obtener paredes delgadas y homogéneas por la eliminación de material (Fig. 7g y h).

- La aplicación de las técnicas decorativas mediante incisión con herramientas punzantes de una o varias (Fig. 8b) puntas dispuestas a modo de peine

- El alisado y pulido de la superficie que dejó marcas a modo de líneas en distinta dirección (Fig. 8c y d).


Figura 7.
Replicación de la secuencia de manufactura de los pucos Aguada

Las observaciones realizadas sobre el material de colección y la puesta a prueba de los posibles pasos metodológicos permitieron a las autoras concluir que los alfareros Aguada elaboraban las vasijas a partir de una serie de decisiones técnicas acotadas y planificadas, que habrían sido transmitidas de generación en generación prácticamente sin variantes.


Figura 8.
Replicación de las variaciones en la terminación de las piezas y la elaboración de las imágenes de los pucos Aguada

El abordaje estadístico del material de colección para responder preguntas sobre las prácticas de producción alfarera

Las investigaciones orientadas a dilucidar las cuestiones relativas a la organización de la producción alfarera fundan su argumentación, en gran medida, en el estudio de conjuntos numerosos de piezas, es decir, en muestras que pueden manejarse estadísticamente. Los estudios etnoarqueológicos sobre el tema (Arnold 1991; Dietler & Herbich 1989; Longacre 1999; Roux 2003) buscan determinar cuáles son las razones de la existencia de uniformidad o variación métrica y de otras variables de las vasijas terminadas para caracterizar diversos aspectos relacionados con la producción alfarera de sociedades contemporáneas y, de manera indirecta, dilucidar la de las sociedades pasadas, tales como el grado de especialización artesanal, la presencia de comunidades de alfareros, la relación entre la edad y el grado de rutinización de los gestos de manufactura, etc.

Fundadas en estos trabajos, numerosas investigaciones arqueológicas tomaron la forma y las dimensiones de las piezas de cerámica terminada, junto con otras variables, para poner a prueba cuánta variabilidad puede esperarse en los productos de alfareros con diferentes grados de intensidad y escala de producción como indicadores indirectos de la organización de la producción (Arnold 1991; Arnold & Nieves 1992; Costin & Hagstrum 1995; Longacre et al. 1988; Stark 1995). En el caso del Valle de Hualfín, este tema se trabajó desde una aproximación integral en relación a las prácticas alfareras relacionadas con la producción de cerámica Aguada (Balesta et al. 2009) y Belén, caso que comentaremos en este trabajo.

Las poblaciones que habitaron el Valle de Hualfín entre los últimos siglos antes de la conquista, produjeron el conjunto cerámico Belén que, junto con el ordinario, se encuentra en todos los tipos de registro arqueológico como en las viviendas, los entierros y los contextos de producción de alimentos, e implican una presencia permanente en prácticamente todos los ámbitos de su vida que dejaron estos restos materiales (Iucci 2016; Wynveldt 2009; Zagorodny et al. 2010).

El estudio de la alfarería Belén se realizó a partir de la combinación de dos conjuntos definidos de material: la cerámica de procedencia funeraria, perteneciente prácticamente en su totalidad a la Colección Benjamín Muniz Barreto, y el material obtenido de la excavación de alrededor de 50 recintos de diferentes sitios del Valle, realizadas en distintos momentos –desde las primeras incursiones de A.R. González en la década de 1950 hasta las llevadas a cabo en 2017–. Del conjunto excavado se recuperó material con distintos grados de completitud, desde fragmentos pequeños hasta vasijas que se pudieron reconstruir en su totalidad.

El trabajo de relevamiento de la Colección Muniz Barreto tuvo dos instancias principales. La primera fue llevada a cabo entre los años 1998 y 2003 (Wynveldt 2009), y la segunda entre 2006 y 2011 (Iucci 2016). En la primera, el registro se realizó sobre el material hallado en Asampay, Yacoutula y La Aguada en el sector sur y oeste del Valle. La segunda incorporó material de Puerta de Corral Quemado, El Eje, Palo Blanco, Loconte y San Fernando, en las zonas norte y central. Este trabajo se realizó sobre la base de la información de la primera etapa, que estaba tabulada y publicada, de tal modo que poner en comparación dos conjuntos que habían sido analizados por diferentes investigadores permitió la realización de un trabajo unificado. Se conformó una muestra de 197 piezas, entre ellas 77 tinajas de colección y 20 tinajas bien representadas de excavación, a partir de las cuales se desarrolló este trabajo.

El análisis se enfocó en determinar cuáles atributos de la forma de la cerámica Belén permanecen estables y cuáles adquieren variabilidad en el conjunto examinado, si puede vincularse la variabilidad métrica y morfológica con las localizaciones de las piezas y contextos, y cómo puede interpretarse la heterogeneidad dimensional del conjunto como problema ligado a la organización de la producción cerámica. El intento por responder si los conjuntos son o no uniformes lleva a inferir la existencia o no de prácticas altamente rutinizadas de modelar y, en caso de encontrarlas, a buscar una explicación a la variabilidad. Uno de los aspectos más valiosos del trabajo con la Colección Benjamín Muniz Barreto, en este caso, fue el conocimiento preciso de la procedencia de las piezas y su potencial asociación por cercanía espacial a los poblados arqueológicos. A partir de esta información fue posible relacionar las variaciones morfológicas y la diversidad métrica con las distintas localidades, sitios, usos y contextos de hallazgo.

Sobre el conjunto de tinajas enteras y con buena representación, se siguieron los siguientes pasos de registro y análisis de datos (Iucci 2014, 2016; Iucci & Delaloye 2018; Wynveldt 2007, 2009):

- Registro de la variabilidad morfológica completa de cada sector de las piezas y de los porcentajes de representación en la muestra (Fig. 9).

- Registro de las dimensiones de las vasijas.

- Cálculo de los tamaños mediante la estimación del volumen y la media geométrica de cada pieza.

- Determinación de posibles clases de tamaños, mediante la gráfica de la distribución de frecuencias de la media geométrica.

- Análisis de componentes principales para analizar la distribución de la morfometría del conjunto de piezas.

- Análisis del coeficiente de variación para analizar el grado de uniformidad dimensional producido en el proceso de manufactura.

Entre los principales resultados obtenidos, se hallaron diversas formas de modelar cada sector de las vasijas, pero con un marcado predominio de algunas opciones morfológicas (Fig. 10). En los tamaños (Fig. 11) se registró una importante variabilidad, desde piezas muy pequeñas de alrededor de 1 litro hasta piezas de alrededor de 23 litros de capacidad. Las agrupaciones de tamaños que pueden observarse en el gráfico de distribución, en la observación de las piezas quedan solapadas por la variabilidad morfológica, de modo tal que no se distinguieron categorías claras de tamaño. Su variabilidad tampoco puede explicarse por la localidad de procedencia. Lo más significativo para el tema de los tamaños fue la distribución según los contextos: en el ámbito funerario se registró todo el rango de diversidad, mientras que en los ámbitos no funerarios la tendencia es hacia una marcada presencia de vasijas grandes. La distribución de la morfometría en el análisis de componentes principales (Fig. 12) mostró un patrón general difuso, con un conjunto de piezas morfométricamente más regulares y piezas con mayor grado de diferencia. Esta distribución no está sujeta a agrupaciones discretas por localidad ni a contextos de procedencia. No obstante, pueden mencionarse dos lugares en los que las piezas exhiben un patrón relativamente común: las piezas de origen no funerario procedentes del sitio Loma de los Antiguos y las piezas funerarias procedentes de la localidad de San Fernando –de origen funerario–, junto con muchas otras, se ubican hacia la izquierda del gráfico, es decir, presentan valores relativamente altos para las variables vinculadas a la altura y bajos para los diámetros, por lo tanto son piezas relativamente altas y delgadas. Las de Loma de los Antiguos presentan regularidades en la proporción de sus tres segmentos, y se encuentran entre las piezas de mayor tamaño, mientras que las de San Fernando, tienen tamaños variables y particularidades en la estructura y modo de ejecución de las imágenes que las diferencian entre sí. Por último, para la evaluación de los coeficientes de variación (Tabla 2), se pusieron a prueba diferentes maneras de agrupar las piezas y sus sectores. Los resultados mostraron coeficientes relativamente altos como para plantear una manufactura estandarizada, no obstante, se realizaron diferentes pruebas con resultados no unificados, ya que se registraron sectores del cuerpo con mayor uniformidad que otros –por ejemplo, el diámetro de abertura es más uniforme que la altura del cuerpo inferior– y grupos de piezas más homogéneos que otros.


Figura 9.
Zonas morfológicas de las tinajas Belén. Tomado de Iucci (2016)


Figura 10.
Algunas de las variables tomadas para el análisis morfológico de las tinajas Belén. U: unión, CI: cuerpo inferior, CS: cuerpo superior, DA: diámetro de abertura, DM: diámetro máximo del cuerpo, U CI-CS: tipo de unión entre el cuerpo inferior y el superior, DA>DM: el diámetro de abertura es mayor que el diámetro máximo. Distribuciones en porcentajes. Piezas (de izquierda a derecha y de arriba a abajo): MLP-Ar (n) 9962, 6658, 6427, 6473, 5039, 6340, 5041, 6432, 3595

En relación a este conjunto de análisis, cabe destacar que la selección de estas variables y tipos de pruebas simplifica la forma real de las vasijas, y los resultados expresan únicamente relaciones entre las medidas. Así, en su conjunto, pueden considerarse como una herramienta útil para la comparación de las vasijas; sin embargo, varios de los atributos morfométricos no están representados y, por ende, piezas con dimensiones similares pueden presentar importantes diferencias en sus morfologías.

Entre las principales conclusiones respecto de la uniformidad de las formas y tamaños de las tinajas Belén, se pudo establecer que no se detectaron grandes regularidades morfométricas ni una distribución de la variabilidad morfométrica por sitio, zona o lapso temporal. Más allá de que la producción de esta cerámica no se daba de modo estandarizado, existían esquemas de manufactura recurrentes y pautados, que fueron compartidos en una amplia zona por algunos cientos de años, mientras que dentro del rango de variabilidad del conjunto se expresan también las innovaciones técnicas, la búsqueda de materiales, la experimentación de los alfareros y las diferencias en las habilidades técnicas de manufactura.


Figura 11.
Análisis de los tamaños de las tinajas Belén según la media geométrica, calculada a partir de la medición de distintas zonas anatómicas de las vasijas (N=96). Arriba a la izquierda, las barras grises representan piezas de la colección, y las rojas, piezas de contextos no funerarios; a la derecha el gráfico muestra las agrupaciones por tamaños. Abajo, las vasijas numeradas en los gráficos. Piezas: MLP-Ar (n) 6356, 11621, 11620, 6351, 6494, MLP-Ar (b) 9964


Figura 12.
Gráfico obtenido en el análisis de componentes principales de las dimensiones de la muestra de tinajas Belén. Tomado de Iucci (2014). Piezas de la primera columna: MLP-Ar 11843 y (n) 6475; LI6BeA, de la segunda: MLP-Ar (n) 10329, 5095, 11640, 11638

Tabla 2.
Principales medidas de las diferentes zonas anatómicas de la muestra de tinajas Belén, con sus coeficientes de variación. Las tinajas seleccionadas corresponden a las que se encuentran encerradas en el círculo de la figura 12. Modificado de Iucci (2014)

Referencias. Lmen = límite menor, Lmay = límite mayor, DS = desvío estándar, CV = coeficiente de variación, AT = altura total, DA = diámetro de abertura, D = diámetro, A = altura, CI = cuerpo inferior, CS = cuerpo superior, Cu = cuello, DB = diámetro de base, DM = diámetro máximo

Conclusiones

Lo expuesto aquí hace referencia sólo a una breve porción del aporte que la Colección Muniz Barreto del Museo de La Plata ha significado para la construcción de la historia prehispánica del Noroeste argentino. Su gestión y organización alcanzaron las exigencias de la arqueología científica, al lograr seguir los principios metodológicos que se estaban consolidando en esta disciplina en proceso de crecimiento a principios del siglo XX, en un marco jurídico que empezaba a interesarse en el pasado como recurso patrimonial del Estado. Pero las figuras de B. Muniz Barreto como promotor y financiador, W. Weiser como planificador y ejecutor, y las direcciones involucradas del Museo de La Plata, que vislumbraron su relevancia y posibilitaron su preservación para una institución pública, fueron quienes condujeron las acciones que confluyeron en que la Colección se constituyera como un instrumento de gran valor para la investigación de la historia prehispánica del Noroeste argentino.

El trabajo de organización de la colección realizado por A.R. González para otorgarle un sentido cronológico y cultural marcó las líneas directrices de la historia local y regional que posibilitaron el desarrollo de la arqueología moderna en el Noroeste argentino, y en particular del Valle de Hualfín. Este trabajo fue retomado y re-trabajado a partir de entonces. La investigación de la arqueología del Valle, en todo este tiempo, se ha sustentado en una referencia permanente a la colección. A partir del estudio de su historia, su documentación y sus materiales se realizaron asignaciones cronológicas, interpretaciones respecto de gran parte de los materiales de excavación, análisis sobre los procesos de la producción cerámica, investigaciones sobre las imágenes de la alfarería, y propuestas acerca de los vínculos entre personas de diferentes lugares, de los cambios acaecidos con los movimientos poblacionales y de las coyunturas políticas.

El trabajo con una colección museológica presenta ventajas y restricciones de distinto tipo, que son la consecuencia de los modos particulares de su conformación (Balesta & Zagorodny 1998). Las características que tuvo el proceso de formación de la colección y los usos que se le dio, históricamente, a la porción procedente del Valle de Hualfín, incidieron directamente en la modalidad de abordaje para su estudio que se llevaría a cabo desde mediados de la década de 1990, de la mano del equipo de trabajo dirigido por la Dra. B. Balesta. El diseño metodológico se basó en la revalorización de la colección como soporte para el estudio de las sociedades del Noroeste de Argentina, y en el aprovechamiento de todos los recursos materiales que ésta ofrecía. La propuesta metodológica del análisis del discurso permitió hallar precisiones y poner en cuestión términos y conceptos, abordándolos desde su propio contexto semántico. La revisión permanente de los materiales a la luz de renovadas ideas teóricas –del modo en que también lo había hecho A.R. González en su momento– permitió la presentación de ajustes y nuevas propuestas interpretativas de la historia prehispánica. La colección, a su vez, fue el universo de referencia a partir del cual se generaron acercamientos teóricos y metodológicos para resolver problemáticas arqueológicas, tales como los procesos de manufactura cerámica y la organización de la producción alfarera.

Agradecimientos

A los sucesivos directores de la División Arqueología del Museo de La Plata, quienes autorizaron los trabajos del equipo del Laboratorio de Análisis Cerámico con los materiales de la Colección Benjamín Muniz Barreto, y al personal de la División, por su disposición a colaborar para posibilitar las tareas de investigación. Agradecemos también a los revisores anónimos del trabajo por su atenta lectura del manuscrito. No obstante lo expuesto aquí es de exclusiva responsabilidad de los autores.

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