Artículos

“Las banderas y los sueños se degradan, pero queda la educación sentimental”. El último Luis García Montero

“Although dreams and flags degrade, sentimental education remains”. The recent poetry of Luis García Montero

Xelo Candel Vila
Universitat de València, España

Olivar

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 1852-4478

Periodicidad: Semestral

vol. 20, núm. 31, 2020

publicaciones@fahce.unlp.edu.ar

Recepción: 12 Agosto 2019

Aprobación: 10 Mayo 2020

Publicación: 15 Mayo 2020



DOI: https://doi.org/10.24215/18524478e074

Resumen: En este trabajo analizo los últimos libros de Luis García Montero -Vista cansada (2008), Un invierno propio (2011), Balada en la muerte de la poesía (2016) y A puerta cerrada (2017)- centrándome en las tesis que sigue planteando en ellos en torno a los límites entre lo público y lo privado así como en la reivindicación de la tradición humanista. Me interesa ubicar estos libros en una época en la que es manifiesto el progresivo escepticismo que se produce en el autor desde Vista cansada (2008) en torno al mundo y a la pérdida de los valores democráticos por los que había luchado en los años ochenta. Lo privado se abre en estos últimos libros a lo social, poniendo en dudas sus límites. Sin embargo, fiel a sí mismo, el autor nos demuestra en ellos que, aunque los sueños y las banderas se degraden, queda la educación sentimental.

Palabras clave: Público, Privado, Educación sentimental, Tradición humanista, Luis García Montero.

Abstract: In this work I analyze the last books by Luis García Montero -Vista cansada (2008), Un invierno propio (2011), Balada en la muerte de la poesía (2016) and A puerta cerrada (2017)- focusing on the thesis that he raises about the limits between public and private as well as the demand for the humanistic tradition. I am interested in locating these books at a stage in which the progressive skepticism that occurs in the author from Vista cansada (2008) around the world and the loss of democratic values for which he had fought in the eighties is evident. The private opens in these recent books to the social, putting in doubt its limits. However, true to himself, the author shows us with these books that, although dreams and flags degrade, sentimental education remains.

Keywords: Public, Private, Sentimental education, Humanistic tradition, Luis García Montero.

Las recientes1 publicaciones de los volúmenes Poesía completa (1980-2017) de Luis García Montero en 2018, con prólogo de José Carlos Mainer y epílogo de Antonio Jiménez Millán, y Una melancolía optimista. Poemas en 2019, que me encargué de prologar, en los que se recogen poemas de los cuatro últimos libros del poeta granadino -Vista cansada (2008), Un invierno propio (Consideraciones) (2011), Balada en la muerte de la poesía (2016) y A puerta cerrada (2017)-, llevaron a que me planteara qué podía quedar en estos poemarios de aquel joven que en los recién estrenados años ochenta asomaba al panorama poético español con El jardín extranjero (1983) amparado en la “vitalidad desesperada de Pasolini y deseoso de respirar las ilusiones combativas y democráticas de los primeros años ochenta" (García Montero, 2019a, p. 111). Por ello, mi propósito en este trabajo es centrarme en dos aspectos de la construcción poética de Luis García Montero que, sin duda, se revelan imprescindibles todavía en estos libros. El primero de ellos tiene que ver con una de las tesis principales en las que se basaba su teorización sobre la poesía realista; me refiero, en definitiva, a que la memoria lírica del pasado sirve al tiempo como indagación sobre la intimidad y la cronología de una conciencia. Este pensamiento se vincula con el Montero que creía en la construcción histórica de los sentimientos y en que las grandes revoluciones pueden también estar relacionadas con el ámbito de lo privado. Si la tradición romántica se había definido por la radical oposición del yo al sistema, lo cual llevó a la construcción de un sujeto heroico al margen de la historia, García Montero se planteaba que la solución quizás radique en sustituir ese sujeto romántico “por un nuevo concepto de individualidad que no se defina por las distancias imaginarias entre el yo y la realidad social" (1993a, p. 34) y que al mismo tiempo pueda ser “la plasmación concreta de un conjunto de valores y mentalidades históricas" (p. 35). Íntimamente ligado a este, estaría el segundo de los aspectos a los que aludía. El poeta granadino ha venido reclamando desde su aparición pública en los años ochenta la defensa del carácter ideológico de la literatura, entendiendo el discurso literario desde una dimensión moral, y de una tradición poética que siga defendiendo los supuestos del humanismo literario. El paso de la dictadura a la democracia no se limitaba al derecho al voto o a la legalización de los partidos sino que también tenía que ver con otra sentimentalidad y, por consiguiente, esta aproximación se hace desde una lectura personal de la tradición poética moderna en la que caben como primeros actores W.H. Auden, T.S. Eliot, Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma, deudores estos últimos de su propia tradición anglosajona, y que encuentra en el Antonio Machado más reflexivo -sobre todo el de Juan de Mairena-, en Bécquer, Rafael Alberti, Blas de Otero, Pedro Salinas, Gabriel Celaya, José Hierro, Francisco Brines o Ángel González una línea de continuidad teórica con sus planteamientos estéticos.

En sus últimos libros, García Montero sigue siendo fiel a estas premisas, pero algo ha cambiado en el poeta. Desde Vista cansada (2008) observamos un progresivo escepticismo que se traduce tanto en su obra poética: en una línea similar están los libros de poesía que le siguen -Un invierno propio (2011), Balada en la muerte de la poesía (2016) y A puerta cerrada (2017)-, como sus ensayos Los dueños del vacío (2006), Inquietudes bárbaras (2008) y Las palabras rotas (2019). A pesar de ello, en estos últimos libros la voz del poeta no se abandona al inmovilismo o a la queja conmiserativa; en palabras de Mainer: “aunque estén perdidas muchas ilusiones, hay que enrocarse, cegato pero con la dignidad incólume" (2018, p. 11). Cuando en 2009 quise acercarme al que entonces era su último libro, Vista cansada, ya advertí esto mismo: “No hay, sin embargo, pesimismo en esta memoria, el poeta tiene la mirada cansada pero su sentido crítico le obliga a no cerrar los ojos y a seguir mirando la realidadˮ (Candel, 2009, p. 394). Díaz de Castro ya había señalado que tanto La intimidad de la serpiente como Vista cansada suponen un avance puesto que en ambos libros “hay un mayor grado de distancia y desconfianza en la indagación de la propia intimidad" (2009, p. 106).

Vayamos al primero de los dos temas que acabo de señalar. Desde sus inicios, al acercarse a la poesía como un constructo o un simulacro de sinceridad, García Montero pretendía reestablecer los vínculos de unión entre los sentimientos personales y la historia, porque “también los sentimientos son construcciones históricas, a pesar de su pulcro aliño indumentario de eternidad y de la separación tajante que unos y otros suelen hacer entre debate histórico e intimidad" (1993c, p. 222). Quizás por ello, no resultaba entonces demasiado extraño que Montero en varias ocasiones (1993b, pp. 25-26; 1994, pp. 95-116) nos recordara, con Machado, que los sentimientos van cambiando a través de la Historia y que sólo de una nueva sentimentalidad puede surgir una nueva poética.

En mi opinión, a partir de Vista cansada encontramos un nuevo viraje dentro de la coherencia teórica que supone toda su obra. En él, el poeta presenta una memoria lírica en la que va ordenando sus recuerdos al tiempo que mantiene sus convicciones políticas y sus valores éticos. La indagación sobre la intimidad le sirve al autor para realizar un retrato social de la España de los últimos cincuenta años. García Montero recupera diferentes épocas de su propia historia personal enlazando así con los primeros años ochenta al creer en la construcción histórica de los sentimientos. La memoria ahora es el territorio de la conciencia, una recreación individual que al tiempo es la voz de toda una generación. Estos poemas que nacen de la evocación siguen el mismo trazado de otros como “Los automóviles" de El jardín extranjero, donde la vuelta al pasado es en realidad un retorno a la propia memoria personal mediante la recuperación de estampas domésticas; “Fotografías veladas de la lluvia" de Habitaciones separadas, en el que la mirada del sujeto se argumenta en el pasado recuperando la intimidad familiar y adolescencia perdida o “Unas cartas de amor", del mismo libro, donde rememora la historia amorosa de sus padres al tiempo que se da cita la España de posguerra.

El poeta recrea la educación sentimental de sus primeros años en Granada -donde todavía estaba muy presente la cultura del franquismo, la guerra civil y la muerte de Lorca- como espacio en el que se forjan los sueños y las convicciones personales. La evocación de una crónica personal le sirve para reconstruir la crónica histórica de los cambios sufridos por España durante las últimas décadas. El apartado “La ciudad que no quiso ser palacio" de Vista cansada es un homenaje a su ciudad natal en los años de juventud, en el estallido más puro de los sueños, de su formación ideológica y estética. Volver a la adolescencia es regresar a aquellos años en los que aparecía “la sombra del poeta en el balcón / de su casa cerrada”, a la torpeza de los primeros versos, es aprender a heredar la ausencia, imaginar “su noche / pobre poeta fusilado”, buscar en los escombros de una guerra y al fin “aprender a vivir con uno mismo” mientras se mueven los recuerdos en un cajón vacío (“Huerta de San Vicente”). Es la época también de los “años honestamente rotos" del poema “Primeros versos", los años inquietos recreados en “Café español" en el que “(l)as ciudades de entonces guardaban en el pecho / un café clandestino,” “los hermanos mayores / cuidaban las heridas del futuro” y buscaban en un reloj detenido “las amenazas de la libertad”. Y, por supuesto, la época en la que se forjan los primeros ideales. En el poema “Universidad” se recrea ese espíritu en el que “estudiar capitales extranjeras / parecía el deber de un militante”, el espacio en el que se elige la “ventana desde la que observar / el mundo de la calle”, los maestros a los que seguir y los amigos con los que brindar. Quizás por eso sea necesaria una “Defensa de aquella amistad", la que se forjó en esa “ciudad de la alegría recién inaugurada" que era Granada, la ciudad de Javier, Juan Carlos, Álvaro, Juan, Andrés, nómina de amigos que también rescata en “Espejo, dime" e “Intimidades", heredera de la línea trazada en el memorable poema “En el nombre de hoy" de Jaime Gil de Biedma. Los nombres son la propia ciudad porque esta existe también “a la luz del pasado y a los pies de la vida”, de ahí que el poeta acabe aludiendo a ella: “Ciudad de los olvidos, la fábrica del Sur” que siempre acompaña. Encontramos varios poemas que se insertan en la más pura tradición de poesía comprometida como “Defensa de la política” y “Democracia”. En el primero, la política, esa compañera de curso durante los años de la Universidad “y más tarde serpiente vigilada / en las conversaciones”, siempre aparece, a pesar del descrédito que sufre, en los momentos de flaqueza porque “el recuerdo es también palabra nueva” y porque también la vuelta a esos años de juventud es encontrarse de cara con la inocencia que representan los valores personales en su sentido más puro y genuino a pesar de las corrupciones, avaricias y mentiras que le suelen acompañar: “Siempre me excita descubrir / la luz de mi inocencia en tu inocencia”. En el poema “Democracia" la postura social se deja ver en el tono oteriano -“Venga a mí, / en los ojos del joven que levanta la mano / y pide la palabra"- pero también en la reivindicación de la historia sentimental de una formación ideológica: “Por los libros de Freud y de Marx, / por las guitarras de los cantautores, / por los que salen a la calle / y no se sienten vigilados". Junto a esos valores democráticos aparece siempre la preferencia por una palabra pura y limpia frente a las prohibiciones, las mentiras, las humillaciones y los años de miedo. La palabra como herramienta útil se halla en el poema “Rafael Alberti”: “los que escriben poemas necesarios / continúan ardiendo / sobre la leña seca de los libros. / Da igual la perfección, / la irregularidad o la abundancia”. La imagen del poeta se convierte en la de un personaje legendario representante fiel de una época compleja y repleta de utopías: “Vuelvo a ser el muchacho / que te ha visto llegar desde la historia, / con tu mitología / de poetas, república y exilios”. El autor defiende más que nunca sus valores éticos y en esas referencias políticas encontramos una clara conciencia crítica. Todo ello desvela un compromiso de carácter individualista, la defensa de una poesía que pretende tomar postura en los conflictos sociales aunque para ello acude al yo intimista. La cuarta parte del libro, retoma el tiempo de la madurez, de la plenitud personal, de la puesta en duda de muchas creencias y de la necesidad de volver a la realidad para sospechar del peso de las utopías: “Resulta imprescindible / medir el tiempo de la realidad” (“Segundas conclusiones”). La idea, sin embargo, aparece a veces expresada a través de un elemento simbólico: “El agua se llevó, con los primeros viajes, / la luz de mis banderas comunistas. / También los sueños deben / poner los pies en tierra” (“Democracia dos”). El agua mojada es la misma que moja a quienes viven con los ojos cerrados, la ignorancia de aquel que prefiere “no saber / ni preguntar, ni preguntarse”.

Para García Montero, la poesía puede resultar útil sólo en la medida en que es capaz de representar estéticamente nuestras experiencias de la realidad. Este sentido moral del concepto de utilidad tiene su origen en la Ilustración. El autor no cree en una lectura lineal de la historia, por ello postula hacer una lectura romántica de la Ilustración. Ello permitiría la unión de la conciencia de la temporalidad humana con la conciencia histórica y racional. La ética es lo que puede salvarnos del caos del mundo. Al defender la utilidad de la poesía lo que se pretende es aportar al concepto una serie de valores humanos, lo cual conectaría también con los intereses positivos de la Ilustración dejando de lado la consagración de la inutilidad que se heredó de los románticos. En Un invierno propio (Consideraciones) (2011) el poeta nos lleva de nuevo a una reflexión personal sobre la historia y las ideologías, pero también nos retrotrae a aquella teorización que hizo en los noventa sobre la utilidad de la poesía. Frente al desorden del mundo, nos queda el orden que ofrecen los poemas, los amigos, los sueños, la lealtad o el ámbito íntimo de las certezas, como vemos en el poema “El idioma es, más o menos, la patria del poeta". Si el invierno es el tiempo de la meditación, como apuntaba la cita de Meléndez Valdés que abría Habitaciones separadas, este invierno propio del poeta es el momento de la conciencia. En consecuencia, se intenta reescribir la complejidad del mundo en poemas como “La verdad no es un punto de partida" o aprender que a veces vivir se parece a morir en naufragios repentinos como en el poema “La memoria se rompe como un mástil". La mayoría de los títulos son casi sentencias debido a su longitud y a su carácter moralizante; de hecho, podrían formar un discurso propio si se leyeran aisladamente. El poeta habla desde la perspectiva de quien se sabe solo ante su pasado y no alcanza a comprender la verdad que le rodea. Recuerda Miguel Ángel García que para el materialismo histórico, como lo concebía Benjamin, sin el concurso del pasado no pueden entenderse ni el presente ni el futuro: “Es en el pasado donde prende la llama revolucionaria, donde se construye el futuro" (2009, p. 343). Precisamente encontramos esta misma idea en el poema “El porvenir es una negociación con el pasado" en el que el poeta observa, en la soledad de su casa, la luz de invierno que da en sus viejos libros mientras la nieve cae “y borra huellas demasiado precisas / como aliada de la resistencia". La imagen del náufrago se reitera en varios poemas del libro, el poeta siente que en ese desarraigo puede encontrar refugio en el amor y en el ámbito de la intimidad pero también en las alianzas con el futuro y en la política. De esta manera lo hallamos en los poemas “En cualquier invierno se esconde un calor hecho a nuestra medida", “Planteamiento, desnudo y desenlace" o “Las revoluciones son un asunto propio". La elaboración de una experiencia personal sólo se concibe en relación con la realidad, la “experiencia histórica se concreta siempre en una primera persona del singular" (1993b, p. 19). Luis García Montero ve en esta postura una clara línea de continuidad con muchos presupuestos ilustrados. El fracaso de algunos sueños no obliga, sin embargo, a renunciar al deseo de que dejen su huella sentimental: “Sé que los sueños rotos nunca dejan vacío, sino historias", leemos en el poema “El desorden funda la intimidad como los ríos suelen fundar ciudades". En el conocido poema “El insomnio de Jovellanos" de Habitaciones separadas el poeta supo entender al autor ilustrado en su soledad y en su dolor desde su cautiverio en el Castillo de Bellver ante unas condiciones políticas adversas, incapaz de poder identificarse ni con la España intolerante ni con el rumbo que estaba tomando la Revolución Francesa. Tal vez por ello, ha aprendido la lección y si entonces nos aseguraba que había dejado los sueños porque corrompían, ahora encuentra el acomodo no en dejar de lado los sueños, sino en resistir con ellos pero dejándoles su espacio propio como señala en el poema “Es bueno convivir con nuestros sueños, pero en habitaciones separadas". El poeta busca el equilibrio entre intimidad e historia puesto que, como había teorizado en Los dueños del vacío, el “acercamiento a las verdades colectivas, igual que el ensimismamiento individual, acaba deshabitando la voz, disolviendo las verdades en el vacío" (2006, p. 13). En una sociedad que desacredita la esperanza no podemos hallar soluciones sesgadas que obliguen a soluciones utópicas de ahí que los poetas, dueños del vacío que les lleva a “haber llegado al fondo pantanoso de las identidades y de los vínculos sociales, parecen decididos a vivir en el terreno fronterizo, vigilante, de la conciencia individual" (p. 20).

Según ha manifestado el propio poeta, los poemas de A puerta cerrada se fueron gestando entre 2011 y 2017. En esos años el mundo se ha recrudecido, asistimos al colapso social causado por la crisis económica, se endurecen los enfrentamientos políticos, todo lo cual lleva al consiguiente descreimiento en los discursos públicos, la corrupción asoma brutalmente y se produce una decepción generalizada de la sociedad. Los sueños de aquel joven de los ochenta que creía en los valores democráticos se ponen en crisis. Pero el poeta sabe que en los momentos de encrucijada las crisis se pueden interiorizar y entonces es necesario recuperar la confianza en la vida. En este libro el poeta ha bajado el tono poético, este se presenta sin estridencias ni dramatismos, casi con resignada aceptación. El libro se convierte en una reflexión sobre el yo y el otro, la intimidad y la historicidad. Vivimos en una sociedad que es capaz hasta de mercantilizar el tiempo, darle el valor del consumo inmediato y después tirarlo. Hemos ido perdiendo valores que habían sido obtenidos por las primeras ilusiones democráticas y estas nos pesan cuando vemos que nuestros sueños han quedado en la quimera del pasado. El poema “Vigilar un examen" es, por ejemplo, una visión decepcionante de la realidad contemplada desde la perspectiva de un profesor que oye al “fondo de la clase, / un murmullo de himnos, canciones y protestas". Mientras recuerda quién fue de joven, siente de pronto el paso de los años ante “la fatuidad, la corrupción, la falta / de pudor en los jefes de la tribu". El poema plantea quién puede ser en realidad el responsable del “amargo suspenso general" y presenta una de las principales tesis del libro: la confluencia de la crisis social con la personal al comprobar como todos los valores por los que él había luchado durante su vida desaparecían, se cuestionaban. El desengaño ante el fracaso de los valores democráticos de una colectividad desemboca primero en una rabia contenida al ver la imposibilidad de poder cambiar la situación. Pero esa rabia inicial se transforma en esperanza, en tranquilidad, cuando el poeta comprueba que todavía la memoria le lleva a reconciliarse con el pasado colectivo y a la vez con el pasado individual, en definitiva, con sus propios anhelos. En esta línea estarían los poemas que recuperan la memoria personal de los ochenta: “En casa de mis padres" o “Mónica Virtanen", inspirado en la historia de Beatriz Vitervo de Borges en el Aleph.

El poeta intenta indagar qué queda de aquellos sueños del pasado en una época en crisis, qué le ocurre a él y también qué está ocurriendo con el mundo. Lo que se necesita es “entender el lenguaje como espacio público, de diálogo y debate entre conciencias individuales" (García Montero, 2009, p. 329). De alguna manera se acoge a la idea de la soledad solidaria que defendía Luis Cernuda en la figura del farero. Hay que ser consciente de nuestra propia individualidad pero estando en diálogo con los otros. Me interesa la idea, recurrente en el libro, de que estamos mediatizados por la imagen que construyen de lo real los relatos virtuales frente a la experiencia, por eso habría que preguntarse hacia dónde estamos progresando. En el poema “Las infecciones" se habla de la rápida propagación de las ideas en la sociedad de consumo, la violencia está en las buenas palabras, se esconde en las fronteras, salta buscando las imágenes por los televisores, por las noticias que contaminan la autenticidad. Vivimos una intemperie ideológica, pero el libro presenta la posibilidad de reconstruir los sueños, recupera la lección ilustrada de la utopía y sobre todo la necesidad de que la poesía pueda ser útil, un resquicio de luz y de conciencia por el que se pueda reflexionar sobre quiénes somos. La verdad no se opone a la belleza, por eso la poesía puede redimirnos de todo el dolor que provoca nuestra época, nos devuelve la dignidad entre tanta decepción.

En cuanto al segundo de los temas que quería subrayar, el peso que sigue manteniendo la tradición literaria y sentimental en su etapa más reciente, quisiera insistir en que en estos últimos libros la poesía no solo es el refugio ante el mundo atroz que nos rodea, el poeta sigue creyendo en el firme compromiso de la palabra -recuperando así las dimensiones morales que el término aporta- y en la convicción que supone apostar de nuevo por el humanismo literario. En este sentido, sigue fiel a la lección de Juan Carlos Rodríguez al reivindicar el papel de las producciones culturales como formas ideológicas y la creación literaria como una manera de compromiso social.

En Vista cansada la realidad se completaba a través de la palabra; es más, esta nos va haciendo como somos, de ahí la importancia de reconocernos en una tradición estética: “la herencia literaria / se pide como un crédito. / Yo lo aprendí en Granada, meditando / palabras de familia / con Jaime Gil de Biedma” (“Jaime”). En el mismo poema encontramos resonancias de versos machadianos: “y me gusta reírme con la duda / que siempre va conmigo”. A la lección de Gil de Biedma responde también el poema “Despedida por hoy,” esa certeza de que con el tiempo uno empieza a comprender que la vida iba en serio: “Pasan después los años y las páginas, / igual que el resplandor de trenes en la noche, / y uno aprende a dejarse la piel en esta vida”. No renuncia García Montero en este libro a ninguna de sus herencias, un buen ejemplo es el poema “Nueva York” en el que se retrata al joven poeta que lee de muchacho unos versos e identifica la angustia lorquiana con la opresión de la propia realidad social en la que él vive: “Después habrá un muchacho que lo lea / y descubra los cienos, las arañas / de los últimos trenes, la aurora corrompida / de los años setenta”. Pero el maestro granadino se respira en muchos otros versos: “hay curvas en la vida de cualquiera / que son horas de angustia deshojada” (Democracia dos”). La aurora lorquiana aparece de nuevo en el poema “Así fue”: “y la piel un paisaje de multiplicaciones / al hundirse en la piel”. Y de nuevo Machado en el poema “Colliure”, localidad donde está la tumba del poeta sevillano “detrás de las curvas de una guerra” y lugar emblemático de peregrinaje en el que Ángel González, quien también escribió su particular homenaje en el poema “Camposanto en Collioure”, pone “sus pies heridos en la historia” hasta llegar al cementerio y ver las flores de la tumba imitando el color de una bandera: “Los lugares sagrados nos permiten vivir / una historia de todos en primera persona”.

Pero el compromiso no depende sólo de las palabras, aparece también en nuestros actos: “Nunca ha sido de ley / olvidar lo que somos, / aquello que debemos defender / para que las palabras que decimos / no huelan a cerrado” (“Profesor”); en nuestro futuro: “Un hijo es el segundo país donde nacemos. / Con su falta de edad nos hace cumplir años / y nos devuelve / al mundo del reloj” o en la memoria de lo que ha sucedido: “Me levanté muy de mañana / a caminar las calles / de una ciudad que ha sido / ese recuerdo en el que nunca estuve. / Tampoco estuve nunca en el Madrid bombardeado, / pero crecí mientras buscaba / una verdad en la memoria” (“Morelia”). García Montero de nuevo hace acopio de su geografía sentimental en un recorrido por algunas ciudades en las que la realidad le devuelve los sueños. Si regresa a París para entender la juventud de hoy, nos dice: “no tardé en encontrar / olor a lluvia de mis veinte años”; si en Buenos Aires quiso hablar de literatura, “no tardé en admitir / que me faltan doctores que citar con orgullo” y si no ha vuelto a La Habana “fue porque nunca supe / discutir de política sin mirar a los ojos”. Pero la conclusión siempre es la misma, a cierta edad, cuando ya el regreso llena de melancolía cada esquina, “las ciudades enseñan un modo de hablar solo”.

La aparición en 2016 de Balada en la muerte de la poesía sorprendió en principio por la utilización del poema en prosa, aunque no fuera una forma ajena a él ya que previamente la había empleado en Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn y en Quedarse sin ciudad. Sin duda, esta expresión se acomodaba mejor al tono empleado pues permitía una cierta distancia con respecto al tema central del libro: el anuncio en las noticias de la muerte de la poesía en una sociedad mercantilista. La cita de Gil de Biedma que encabeza el poemario, “No es mío este tiempo", marca la postura de un yo poético escéptico ante una realidad que ha ido alejándose de los valores del humanismo tradicional: “Las primeras investigaciones no han encontrado signos de violencia. Las cosas se parten, se desgastan, se pierden" (II). Han ido desapareciendo sus referentes poéticos: “Rafael no está, Ángel no está, Jaime no está, Javier no está, José Emilio no está, Rosalía no está" (III) y al poeta sólo le queda llamar a los amigos con los que buscar “una tristeza común, una incredulidad compartidaˮ (III). Los poemas van describiendo la desolación ante esa muerte, el cadáver sin reclamar en el tanatorio, su incineración inminente, la indiferencia de los conjurados. El poemario representa un tiempo “que corresponde a una sociedad mercantilista donde se imponen la utilidad, el cinismo y la desmemoria, donde quedan relegadas la estética y la inteligencia" (Jiménez Millán, 2018, p. 1035), un nuevo tiempo donde predomina la prisa, el cambio, la demanda, la eficacia, la inmediatez. Estamos mediatizados por unas tecnologías que han ido creando una realidad virtual irreal, una imagen del mundo que lejos de alentarnos al progreso nos lleva a replantearnos hacia dónde vamos y qué valores estamos perdiendo. En un mundo en el que parece primar la sociedad de la posverdad, las ilusiones efímeras, la banalidad y las creencias líquidas, García Montero cree que todavía se le puede dar una nueva oportunidad a la verdad. Y en ese sentido el libro es un alegato a la tradición poética como refugio ante el mundo. El poeta baja vestido simbólicamente para el entierro por todas las ciudades de su geografía poética y sentimental -Nueva York, Buenos Aires, México, Bogotá, Cádiz, Madrid o Granada- hasta constatar que con la memoria de las ciudades se pierde también la de los poetas cuya lección ya no es útil: “Pero estás muerto, Lucrecio, amigo mío, ya no sirve tu meditación y la nada vuelve hoy a su vertedero, y los peces muerden ciegos el cuerpo del ahorcado" (VII); o cuyos versos ya nadie repite: “Estás muerto, Manrique, aunque todavía no lo sepas y el mar, la hierba, la flecha y la prisa de los ríos persistan en tus labios tan callando" (VIII) o poetas cuya irreverencia de antaño nadie parece reconocer: “estás muerto Baudelaire, maldito amigo muerto, tú que escribías poemas en el cuerpo de tu amante, cuando las calles de París eran la nieve que se hace y se deshace, el galope tendido de un caballo" (IX). El peso de la tradición literaria ha desaparecido, “nada tiene sentido ni memoria" para las nuevas generaciones que “olvidan las herencias", ya no son visibles Hölderlin, Neruda, Ajmátova o Federico, “seres que han dejado unas huellas anónimas en la arena de este entierro" (XIV). La poesía está muerta y “la historia se deshace en las infectadas órdenes de la biología" (XIV).

El libro está planteando en el fondo el debate sobre las posibilidades de un nuevo humanismo en la era de la comunicación que sea capaz de dar respuesta a los retos que plantea una sociedad global. En este nuevo escenario cultural donde lo virtual diluye la realidad y las nuevas tecnologías sustentan el mercado del conocimiento se corre “el peligro de la facilidad, la apuesta superficial por la expresión espontánea de las emociones, tan difundida en internet y en las redes sociales" (Jiménez Millán, 2018, p. 1036). Balada en la muerte de la poesía es un homenaje a la verdadera poesía, a la tradición literaria, al compromiso que el humanismo tiene con la realidad contemporánea; por ello al poeta no le queda otra salida que la rebeldía, llegar a casa, abrir un cuaderno y empezar a escribir “esta desolación de la quimera, estos poemas póstumos, estas palabras sin esperanza y con convencimiento, esta casa encendida, esta balada en la muerte de la poesía" (XXII). Al plantearse el sentido de escribir poesía en una sociedad constantemente transformada por la economía de mercado, el poeta recupera aquí de nuevo la reflexión sobre la verdadera función del arte y la utilidad social de la poesía, una de las premisas que ha defendido desde el inicio de su trayectoria. No significa que sea industrialmente útil sino que nos recuerde las consecuencias de nuestros actos, que sea moralmente útil.

Si en Balada en la muerte de la poesía el pesimismo ante el mundo se resuelve mediante la fe en la poesía, en A puerta cerrada vemos que además de en ella, es la confianza en la vida, en el amor y en la sociedad que sigue creyendo en esos valores democráticos la que nos salva de los horrores del mundo. De alguna manera el poeta sigue reivindicando aquella premisa inicial de sus trabajos críticos de que la ternura puede ser también una forma de revolución. El poema “Entretiempo" con el que se abre el libro es ya una clara toma de postura. Por una parte, es imposible renunciar a quienes fuimos porque es parte de lo que somos. Nuestros sueños quedan pues inalterables frente a la degradación del mundo y de uno mismo. El poeta ya lo había expresado con otras palabras: “Los momentos de lucha pasan, las banderas y los sueños se degradan, pero queda la educación sentimental" (García Montero, 2009: 332). Por ello el poeta no renuncia a la habitación propia ya que en ella “están la memoria / de haber sido, los años de ilusiones, / la lluvia del sendero en cada libro / que guardo todavía". Ese lugar queda al refugio de “las traiciones / y los amaneceres conjurados".

Cuando el mundo tecnológico y virtual está multiplicando las posibilidades de la mentira, cuando la mentiras tradicionales de la política y las declaraciones de los líderes no tienen nada que ver con los intereses de la calle es el momento de pararnos y pensar que no podemos recluirnos en la queja, hay que reivindicar las relaciones de la poesía con la emancipación humana. La poesía nos salva de todo, como indica en el poema “Confieso": “Dependo de un mal paso / para no faltar hoy, ni mañana, ni nunca, / allí donde discuten las miradas anónimas, / allí donde es urgente la poesía". En la vida privada y en la intimidad el poeta interioriza el conflicto social. En parte, este libro continúa la estela marcada por Juan Carlos Rodríguez cuando señalaba que desde Completamente viernes el poeta se situaba en un ciclo nuevo de soledad compartida, frente a las primeras etapas en las que predominaba lo que llamó una soledad absoluta y una soledad dubitativa (2009). Creo que en A puerta cerrada, Luis García Montero escribe desde una soledad que busca sus refugios, en este libro el poeta interioriza los duelos y fracasos sociales mediante la figura simbólica del lobo, un elemento recurrente en todo el libro que revierte en cólera y grito rabioso su impotencia ante un mundo que le parece injusto. En varios lugares ha explicado que el lobo es un homenaje a Rubén Darío y a Joan Margarit, que recogió de aquel el título para su libro Los motivos del lobo, pero también al poeta mexicano Eduardo Lizalde que proyectaba en el lobo que le acompañaba sus estados de ánimo. El lobo representa el testimonio de una realidad que puede morder en cualquier momento, es el eje del libro porque tiene que ver con la cólera con uno mismo y con aquello que le rodea. No es difícil traer a colación aquí la cita de Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651) “El hombre es un lobo para el hombre" para referirse a que el estado natural del hombre es la lucha continua contra el otro. Sin embargo, pese a que vivimos en un mundo en el que no nos faltan los motivos de indignación, la poesía puede salvarnos, podemos encontrar serenidad en ella. En el poema “Poética" hallamos al lobo interesado por la poesía, preguntando qué es un endecasílabo o queriendo saber qué significa el tiempo o el compromiso de un poema. Frente a la renuncia del mundo queda, pues, la esperanza del diálogo. Para García Montero el estado democrático es en sí un estado de melancolía. En Los dueños del vacío señalaba: “sé que se trata de un optimismo melancólico, un acto de voluntad, un territorio más bien frágil si se compara con los fundamentos sólidos de las certezas, las patrias, las religiones y los dividendos que hoy ruedan por el mundo. Pero es el único territorio que tengo" (2006, p. 23).

García Montero sigue planteando en sus últimos libros las posibilidades que deja abiertas el realismo y reflexionando sobre las contradicciones que dejó planteadas la Modernidad. El espíritu moderno buscó la conciliación entre los intereses públicos y la afirmación individual, una relación que partía de la Ilustración y se vio truncada con la crisis del Romanticismo, mucho más amparado en la negación y en reflejar los impulsos irracionales de un sujeto separado de la realidad que en buscar su integración. Esta lectura destructiva y negadora de la realidad fue la que perduró como sinónima de Modernidad, de manera que este término fue utilizado para referirse a las tradiciones literarias que negaban el contacto con la razón social. Surgieron así todo tipo de manifestaciones que dudaban no sólo de la sociedad, sino también de la capacidad del lenguaje para poder cambiarla, con lo cual la literatura acabó por romper totalmente los endebles hilos del contrato social. El realismo, en su intento de salvar las distancias morales del individuo en su complejidad social, fue marginado del proyecto moderno al ser considerado todavía el mayor receptáculo de los intereses burgueses decimonónicos. Seguir apostando por una vuelta al realismo significa, pues, reestablecer los vínculos que la palabra poética y la razón individual tienen con la realidad, creando así un individualismo sustentado en los lazos históricos, un sujeto consciente de su responsabilidad ética. Frente a una visión destructiva, Luis García Montero propone abogar por una Modernidad que no se refugie en la idealización del sujeto, sino en la historicidad del mismo apuntando la necesidad de un nuevo humanismo, capaz de dar respuesta a los retos de la sociedad global. Esa lectura dialéctica, a medio camino entre el conocimiento individual y la reflexión sobre lo histórico, fue una lección que Luis García Montero aprendió de la tradición literaria, su poética no privilegia la estilización del yo ni sacraliza el ámbito de lo público, sino que opta por una palabra integradora.

Referencias

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Notas

1 Este trabajo se halla vinculado al Proyecto de Investigación del Plan Estatal “Poéticas de la Transición (1973-1982)”, ref. FFI2017-84759-P (AEI/FEDER, UE).
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