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Déborah Danowski y Eduardo Vivieiros de Castro, ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires, Caja Negra, 2019, Futuros Próximos, 219 páginas
Rolando Silla
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Déborah Danowski y Eduardo Vivieiros de Castro, ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires, Caja Negra, 2019, Futuros Próximos, 219 páginas
Orbis Tertius, vol. 25, núm. 31, 2020
Universidad Nacional de La Plata
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Déborah Danowski y Eduardo Vivieiros de Castro, ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires, Caja Negra, 2019, Futuros Próximos, 219 páginas

Rolando Silla
., Argentina
Orbis Tertius, vol. 25, núm. 31, 2020
Universidad Nacional de La Plata

Como sñalan los autores, el problema del fin del mundo es una cuestión interminable, al menos hasta que realmente se acabe. Y es que el libro en cuestión es sobre la posibilidad del fin del mundo. Texto un tanto apocalíptico, finalmente desarrolla la nueva situación denominada antropoceno, formulación originada por el premio Nobel de Química Paul Crutzen, quien sostuvo la posibilidad de que hayamos cambiado de época geológica y entrado a una etapa en la que los humanos, debido al desarrollo científico-tecnológico y su correspondiente impulso industrial, nos convertimos en una fuerza geológica capaz de transformar la estructura misma del planeta. Esto no parece nada bueno.

Desde el punto de vista estrictamente geológico estamos en la Era Cenozoica, del período Cuaternario en la Época del Holoceno. Si bien la historia de la humanidad la podemos remontar a millones de años, el homo sapiens sapiens, nuestra especie específica, apareció hace unos 200.000 años; desde lo geológico, en la Época del Pleistoceno, desde la Historia, se denomina a este período el Paleolítico. Desde lo ambiental, el pleistoceno se caracterizó por ser la última gran glaciación, una época muy fría para los humanos y con un clima muy inestable. Desde lo humano, fue el período de expansión de la especie por casi todo el planeta y el cambio implícito de gran parte del ambiente terrestre debido a esta misma expansión, algo que denominamos antropización. Pero el paleolítico se caracterizó por estar compuesto de grupos humanos pequeños, nómades, que se sustentaban de la caza y recolección, en general sin jefaturas y sin una gran acumulación. Duró unos 180.000 años. Ahora bien, hace sólo 12.000 años ocurrió otro fenómeno de trascendencia. Por diferentes motivos, imposible de ser atribuidos a los humanos, los glaciares se retiraron, el planeta se tornó más cálido y con un clima más estable. Se cambió de época geológica y se lo denominó Holoceno. Simultáneamente, desde la Historia, también hubo un cambio de época: se inició el neolítico, el momento masivo de domesticación de animales y plantas. Comenzó la agricultura, la sedentarización, el aumento de población, la aparición de jefaturas y la acumulación de bienes. No es claro por qué esto ocurrió y con seguridad no existe una sola causa, pero sí es claro que sin un clima estable y cálido la agricultura hubiera sido muy difícil de desarrollar.

Siempre ha habido crisis ambientales producidas por los humanos. La expansión de la especie produjo una masiva extinción de fauna debido a la caza en América y Oceanía; y la desaparición de algunas civilizaciones como la Maya se atribuye en general al agotamiento de las tierras por la sobre-explotación agrícola a causa de la necesidad de mantener los gastos suntuosos de una casta político-sacerdotal. Pero con el industrialismo, el desarrollo capitalista y el posterior consumismo, las características de estas crisis parecen haber cambiado de dimensión, ya que no solo afectan a una región o a una cultura sino que son globales. Actualmente se registran cambios en la composición de la atmósfera y de los océanos, no solo de magnitudes en relación a algún valor de referencia, sino a su aceleración creciente, a la intensificación de la variación y la consecuente pérdida de cualquier valor de referencia.

Danowski y Viveiros de Castro desarrollan estas cuestiones a varios niveles. Primero dando datos aterradores sobre el cambio climático y la acidificación de los océanos, y señalando cómo esto no es "un hecho natural" sino debido a la acción humana, a la cual, el planeta de alguna manera responde. Señalan entonces nuestra capacidad (científica) de imaginar el fin del mundo y nuestra incapacidad (política) de imaginar el fin del capitalismo, reconociendo que no tenemos la menor idea de qué hacer. Podemos emitir discursos en contra del capitalismo, el consumismo o la globalización. Pero ¿podemos realmente vivir sin plástico, autos, computadoras o smartphones? A la respuesta inmediata de que sí, proponemos mirar alrededor nuestro y ver cuánto cambiaría nuestra vida diaria sin ninguno de estos elementos. Si bien no todos somos igualmente responsables —en relación a diferencias entre países, grupos económicos, clases sociales, etc.— es innegable que nuestras propias micro-prácticas contribuyen al problema. Pararlo no es una solución fácil ni inmediata. El problema es saber si nos queda tiempo.

El libro repasa entonces varios movimientos de muy diferente corte ideológico que proponen o vislumbran soluciones al problema. Tal vez de los más radicales sea el Breakthrough Institute, constituido por miembros de los grupos dominantes del planeta que apuestan a que lo que destruye también sea la solución. Que el propio desarrollo tecnológico encuentre respuestas al problema ambiental en cuestiones tales como energías "limpias". El otro espectro podría ser el Voluntary Human Extinction Movement, un movimiento promoviendo no tener más hijos con el fin de que la humanidad se auto-extinga en no más de cien años, así el planeta volvería a ser "puro" y "natural". Pero sin nosotros.

El otro nivel de discusión es de corte académico. Si la tesis es correcta —algo que desgraciadamente se consolida año a año— lo que distinguiría al antropoceno es que sería el primer momento histórico en que una fuerza geológica determinante es activamente consciente de su papel. Esto no solo modifica —para mal— el mundo, sino nuestra propia forma de verlo, pues cambia la propia naturaleza de la geología y de las ciencias en general, ya que materia —entendida como sin propósito y solo regida por leyes físico-químicas— y sentido —como acciones psíquicas con capacidades simbólicas y reflexivas solo atribuidas a los humanos— desaparecería. Si los humanos nos convertimos en agentes geológicos, entonces la distinción entre Ciencias Naturales (con sus propias leyes y evolución independientes de lo humano) y Ciencias Sociales (estudiando las leyes y el comportamiento humano independientemente de la naturaleza) carecería de sentido. Se quiebra la clásica distinción entre Historia Natural e Historia Humana. Es en este contexto que se abre la pregunta acerca de si el paradigma Humanista, del cual de una u otra manera son partícipes todas las ciencias, es todavía útil. ¿Podemos seguir pensando esta nueva situación con categorías del siglo XIX o XX, tales como individuo, capitalismo o globalización?

Entonces los autores aprovechan la oportunidad para referirse a ciertos movimientos planteados por la antropología, como el ‘giro ontológico’, o la filosofía, como el "realismo especulativo". Estas posiciones se caracterizarían por ser un intento de renovar la metafísica occidental —y simultáneamente de aproximarla a las formas de pensamiento no-occidentales. Sus características podrían considerarse anti-humanistas, presentar cierta indiferencia hacia la filosofía del lenguaje, insinuar alguna pasión por intentar discernir qué es lo real sin caer en un realismo, y mostrarse poco preocupada por la filosofía política —sin por esto abandonar la preocupación por lo que es el poder—, o las cuestiones socio-culturales —sin por esto abandonar la preocupación por el cómo se producen las asociaciones. Otro aspecto que la alienta es la sospecha de que la crítica al capitalismo o a la globalización no sería suficiente para dar cuenta de la crisis planetaria actual. Uno de los puntos centrales es una crítica a las teorías racionalistas de la acción: ya no funcionaría el solo establecer los hechos para luego discutir las medidas a tomar y finalmente pasar a la acción. Ya no funcionaría establecer distinciones entre cuestiones técnicas y políticas, pues ambas se muestran indisolublemente imbricadas. ¿El cambio climático incumbe a los científicos, a los gobiernos? Aunque el origen sea humano, ¿la tierra no responde?, ¿no se convierte también en un agente en dónde la retroalimentación del sistema hace difícil establecer qué es causa y qué efecto, qué es producto de la acción humana y qué natural? Por ello reducir todo a lo político tampoco sería una opción. Las posiciones sobre el desaceleramiento de la producción industrial y el desarrollo científico-tecnológico es una de las posibles vías que ofrecen los autores.

Tema directamente relacionado a la búsqueda de alternativas es la pregunta de cómo imaginar mundos futuros posibles. Los autores exploran dos líneas. Una refiere a una rama del arte considerada de segunda categoría: la ciencia ficción. Tanto en la literatura como en el cine, este género ha planteado desde siempre la cuestión referida a qué es un humano, qué impacto tiene la tecnología en él —¿se puede ser humano sin tecnología?— y los impactos de la humanidad sobre el planeta. Desde posiciones utópicas o distópicas, la ciencia ficción nos ha ayuda a vislumbrar e imaginar mundos posibles.

La otra línea en cuestión responde a la calidad de etnólogo que tiene uno de los autores, por ello varios capítulos del libro se dedican a establecer comparaciones y contrastes entre la visión del mundo occidental y la americana; y las visiones que ambas tienen sobre el principio y el fin del mundo. Si en la cosmología occidental —religiosa o laica— en el comienzo solo había naturaleza y los humanos aparecen sólo en el último momento de la historia del planeta, para las mitologías indígenas es todo lo contrario: humanos —y con ellos el sentido y la voluntad— son anteriores al mundo. O sea que para el pensamiento indígena es impensable un mundo desprovisto de relación y alteridad. Por ello los autores afirmaran que las cosmologías indígenas generan posiciones en dónde la naturaleza, la cultura y el poder no están separados, como bien lo demuestran los estudios sobre chamanismo. En cambio, la posición occidental generó una tajante división entre la naturaleza y la cultura, creando también con ello una wilderness, la idea de un mundo prístino que los humanos ensuciaron, posición clara en muchos movimientos ambientalistas radicales. La crisis actual que arriba señalamos, en donde lo humano no parecería estar completamente disociado de la naturaleza, hace que tal vez la experiencia indígena nos pueda servir para ver soluciones a nuestro problema, ya que en ellos esta diferencia no existiría. La otra cuestión que colocan los autores respecto a ambas cosmologías es la referida al fin del mundo. Si nuestro temor es el final no lo es para los indígenas, pues para ellos el mundo se derrumbó hace ya 500 años, y desde entonces viven el apocalipsis. Es así que "lo primitivo" puede ser respuesta para el futuro, darnos ideas de cómo salir de nuestro propio enredo. Puede ayudarnos a "civilizar las prácticas modernas" en un mundo en donde se consideró que la naturaleza era gratis, y que éramos libres para tomarla.

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