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“¿Qué decir de los dolores de entonces, veinte años después?": la correspondencia de Dominguito en la Guerra del Paraguay leída por Sarmiento en Vida de Dominguito
“What to Say about the Pains Felt Then, Twenty Years Later?": Dominguito’s Correspondence in the Paraguay War Read by Sarmiento in Vida de Dominguito
Orbis Tertius, vol.. 25, núm. 31, 2020
Universidad Nacional de La Plata

Artículos


Recepción: 31 Julio 2019

Aprobación: 13 Abril 2020

DOI: https://doi.org/10.24215/18517811e145

Resumen: En Vida de Dominguito (1886), Domingo Faustino Sarmiento cuenta la biografía de su hijo adoptivo, Domingo Fidel Sarmiento, muerto veinte años antes en la Guerra del Paraguay. Con el objeto de reconstruir la vida y la muerte del joven, recurre a las voces de quienes lo conocieron así como a algunos textos escritos por el propio Dominguito. El resultado es una suerte de collage en el que las distintas versiones por momentos se contradicen. En este trabajo me propongo partir de allí para reflexionar en torno a las contradicciones que entraña la misma configuración de una figura heroica, es decir, la construcción de un relato de aquellos que dan su vida por la patria.

Palabras clave: Guerra del Paraguay, Domingo Sarmiento, Dominguito Sarmiento, Héroe, Víctima.

Abstract: In Vida de Dominguito (1886), Domingo Faustino Sarmiento narrates a biography of his adopted son, Domingo Fidel Sarmiento, who had died twenty years earlier in the Paraguay War. In order to reconstruct the young man’s life and death, he resorts to the voices of those who knew him as well as to some texts written by Dominguito himself. The result is a kind of collage in which the different versions at times contradict each other. In this paper, I propose that starting point to reflect on the contradictions involved in a heroic figure’s configuration: that is, constructing a story of those who give their lives for the country.

Keywords: Paraguay War, Domingo Sarmiento, Dominguito Sarmiento, Hero, Victim.

En 1886 Sarmiento se decide, por fin, a escribir Vida de Dominguito, un proyecto que venía concibiendo desde hacía veinte años, desde el momento mismo en que se enteró de la muerte, en la batalla de Curupaytí, de su hijo adoptivo Domingo Fidel Sarmiento.1 Según cuenta en la Introducción, existían ya algunos apuntes, pero no estaban en orden. Es por eso que unos meses antes no pudo suministrar la información que le pidieron de La ilustración argentina,2 con el objeto de incorporarla a la galería de guerreros de la campaña del Paraguay que se iría publicando a lo largo del año, vigésimo aniversario de una de las derrotas más dramáticas para la alianza conformada por Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay.3

Sin embargo, aunque Sarmiento no llega a poner en orden ni a completar sus papeles para la publicación de La Ilustración Argentina, de algún modo, Vida de Dominguito es resultado de esa publicación. No tanto del texto, "una brevísima aunque encomiástica y verídica noticia", según el propio Sarmiento, como de la imagen que lo acompaña, "un retrato sacado de una fotografía poco parecida del capitán Domingo Fidel Sarmiento" (1886, p. 1). Como señala Nicolás Suárez en su detallado análisis de la cuestión de las imágenes asociadas a Vida de Dominguito, se trata de una expresión ambigua, que puede remitir tanto a la falta de belleza como de fidelidad respecto del original. Sarmiento, dice Suárez, escribe esta biografía "para reparar esta doble falta" (2016, p. 13).

La fotografía en la que se basa el retrato publicado data de 1863, aunque según colige Suárez, es probable que su autor, Victor Tison, no haya tenido acceso directo a esa fotografía, sino a otro retrato, una litografía que Henri Meyer realizó en 1866 para el obituario de Dominguito publicado en Correo del Domingo poco después de su muerte, basándose él sí en la fotografía del 63.

La fotografía original, entonces, fue tomada en 1863, cuando Sarmiento vio por última vez a Dominguito, que en aquel momento tenía diecisiete años. Su primera copia, a manos de Meyer, fue realizada en 1866, año de la muerte de Dominguito, de veintiuno, en el marco de un obituario. La segunda copia, la de Tison, incluida en la galería de héroes, data de 1886 y se basa en las dos anteriores, sobre las que opera una serie de modificaciones que son las que llevan a Sarmiento a encarar, veinte años después, la tarea de escribir la Vida de Dominguito. Queda claro, pues, desde un principio, que Sarmiento se propone construir una imagen de su hijo que sea más parecida al original pero también mejor parecida, es decir, mejor, y corregir, así, los sucesivos desvíos que se fueron produciendo de una imagen a otra: los sucesivos alejamientos de la imagen que Sarmiento recuerda. Se propone, en otras palabras, conectar, a través de la escritura, aquello que recuerda con lo que quiere que sea recordado. En efecto, perpetuar la memoria de su hijo es uno de los objetivos declarados de Sarmiento –conservar "para otras generaciones el nombre del capitán Domingo Fidel Sarmiento" (1886, p. 6)– y, para lograrlo, nada mejor que la escritura, puesto que, como dice, "el deleznable papiro dura más que el duro bronce" (1886, p. 6).

Los capítulos dedicados a la infancia y la adolescencia son para Sarmiento fáciles de escribir, en tanto los episodios que allí se narran constituyen recuerdos propios. Como ha señalado, entre otros, Nicolás Rosa (2004), la biografía de Dominguito es al mismo tiempo una autobiografía de Sarmiento. Sin embargo, lo que pasó a partir de 1863 y, en especial, a partir de 1865, que es aquello por lo que, según se espera, Dominguito será recordado, Sarmiento no puede recordarlo, porque no estuvo ahí. Es en ese punto que la biografía se despega de la autobiografía y Sarmiento debe recurrir a las palabras de los otros para llenar las páginas en blanco. En primer lugar, a las del propio Dominguito que, con una carta fechada el 28 de junio de 1865 da comienzo a una fecunda correspondencia con su madre, a la que se suman una serie de crónicas que envió a diversos periódicos, a veces en forma anónima o con seudónimo.

De todos estos textos se vale Sarmiento, citando textualmente fragmentos algunas veces bastante extensos, para intentar dar cuenta de ese período más bien breve (poco más de un año) pero fundamental, en el que su hijo marchó a la guerra y murió como soldado, ese período en el que adquirió un rostro para él desconocido o, por lo menos, difícil de reconocer.

En la Introducción, Sarmiento cita las palabras que pronunció Santiago Estrada frente a los restos de Dominguito, recién trasladados a Buenos Aires: "Su dramática existencia no consta sino de un acto, porque no ha habido intermedio entre el niño y el hombre, entre su aurora y su crepúsculo" (1886, p. 1). La frase, que desde luego hace alusión a la brevedad de una vida para cuya representación alcanzaría apenas un acto –idea que sin embargo el propio libro de Sarmiento parece refutar en su acumulación de páginas–, tiene además, prospectivamente, una reminiscencia borgeana: la vida de Dominguito consta de un solo acto, de "un solo momento", ese "en que el hombre sabe para siempre quién es".4

Ese solo momento, ese único acto en que se cifra un destino, es para Dominguito la guerra, y, más específicamente, la muerte en la guerra, lo cual representa un problema para Sarmiento, que no conoce ese rostro ni esa cifra, y que no alcanza a imaginárselos siquiera:

Con los años aquella movible fisonomía del púber de diez y siete años debió tomar los lineamientos del hombre adulto, hasta el retrato del Capitán con su pelo cortado a la mal content, pero la imagen grabada en la memoria paterna era suave, la del tierno, la del alegre niño apenas adolescente que vió en San Juan; y cada vez que el dolor quería presentarle la imagen del Capitán muerto en el campo de batalla, acaso mal o intempestivamente asistido por el escaso cuerpo médico, presentábasele la cara sonriente del festivo galán, echando hacia atrás por un movimiento de brioso corcel la espesa melena de cabellos que con el agacharse a fuerza de reir quería venírsele sobre los ojos (Sarmiento, 1886, p. 58).

Es en ese momento, ante esa imagen, que Sarmiento se plantea la pregunta que da título a este trabajo: "¿Qué decir de los dolores de entonces veinte años después?". ¿Qué decir de esos dolores que se empeñan en presentarle, una y otra vez, la siniestra imagen del soldado muerto con el rostro del chico sonriente? Podría pensarse que justamente todo el decir –no solo propio– de este libro constituye un intento por remedar esa imagen impuesta por el dolor, por corregirla, y conocer el verdadero rostro que su hijo adquirió como soldado y, sobre todo, como soldado caído en combate. Sarmiento no desconoce, sin embargo, la posibilidad de que ese rostro le genere rechazo; que, enmarcado en ese pelo cortado "a la mal content" que vino a reemplazar la espesa melena de cabellos, le resulte "poco parecido".

Así que Sarmiento se lanza a la reconstrucción de la vida y la muerte de Dominguito, en búsqueda de algo digno de ser recordado, pero sabiendo que las posibilidades están abiertas. Es por eso que, aunque por un lado es innegable la presencia también en este texto de esa voluntad de control que llevó a Sylvia Molloy (2012) a llamar a Sarmiento control freak y a María Moreno (2011) a hablar de un padre omnipotente que espera que nada escape a su dirección, también hay algo, que el propio Sarmiento habilita, que debilita ese control: me refiero a las voces de otros que, desde el comienzo, confluyen en el texto con la voz de Sarmiento. Ya en la Introducción, tras la explicación de las razones que lo llevaron a escribir, Sarmiento incorpora algunas de las leyendas inscriptas en las coronas fúnebres enviadas a su hijo por Nicolás Avellaneda, Héctor Varela, Santiago Estrada, entre otros. Casi todos aluden a la brevedad de la vida de Dominguito, es decir, a su juventud.

Siguen los capítulos en los que el propio Sarmiento da cuenta de la infancia y primera juventud de un Dominguito caracterizado como niño tan precoz en su aprendizaje como lo será en su partida, pero también como un chico travieso, desobediente –y algo de esta desobediencia aparecerá asimismo en la muerte, como veremos–. En el Capítulo VI Sarmiento hace su voz a un lado y deja nuevamente la palabra a Santiago Estrada para que narre la vida universitaria de su amigo Dominguito. Sin embargo, Estrada no demorará en desviarse del pedido para adentrarse en lo que él mismo había llamado "el crepúsculo" que, en ese "único acto" que constituye y define la vida de Dominguito, coincide con la aurora. Y es que, en efecto, según cuenta Estrada no hay separación entre el Dominguito estudiante y el soldado. Durante la campaña, siguió comunicándose con sus amigos y profesores. Escribió además cartas en las que puede seguirse una crónica y una crítica de la guerra. Pero sobre todo, en cuanto descubrió que la campaña no sería ni fácil ni rápida como había creído, lo que hizo fue dedicarse a estudiar el arte de la guerra, para lo cual solicitó que le enviaran materiales. La sustitución del hombre de letras por el soldado se opera en forma imperceptible. Dice Estrada: "El sentimiento del deber había entibiado al poeta, como poco después mató al hombre. Ni el amor, ni las súplicas de una madre, que parecía adivinar su fin, le detuvieron en el camino del sacrificio" (Sarmiento, 1886, p. 47). Llega así Estrada al punto central: el de la muerte de Dominguito, que definirá en términos de "deber" y "sacrificio", es decir, como una muerte por la patria que es también una muerte heroica. Un poco más adelante dará una versión sobre la escena de la muerte que es la misma que propondrá Sarmiento y que contribuye a configurar esta imagen de Dominguito: "Hirióle un soldado anónimo en el punto en que penetró a Aquiles la flecha de Paris, y murió desangrado como el héroe griego" (Sarmiento, 1886, p. 47). La heroicidad, en el texto de Estrada, es compacta: hay, en Dominguito, voluntad de sacrificio por la patria, un sentido del deber que está por encima de todo y que es lo que primero lo aleja del joven estudiante que era y luego lo lleva hacia su fin. La forma de ese fin de algún modo confirma el camino que condujo a él. Se trata del destino heroico de Dominguito, porque como dice Alejandra Laera (2008), el verdadero héroe, más que el que pierde la vida, es el que la ofrenda.

En el capítulo siguiente, titulado "El capitán", retoma la palabra Sarmiento, y lo hace diciendo: "Con solo darle este título ya empiezan a flotar en el aire crespones sombríos" (1886, p. 48). Estrada introdujo la cuestión central: la de la muerte. Pero para llegar a eso, Sarmiento necesita saber primero cómo fue que Dominguito se hizo soldado, cuáles fueron sus razones. Cita entonces al propio Dominguito, quien le dijera a Nicolás Avellaneda:

Mi suerte está echada. Me ha educado mi padre con su ejemplo y sus lecciones para la vida pública. No tengo una carrera, pero para ser hombre de Estado en nuestro país, es preciso haber manejado la espada; y yo soy nervioso, como Enrique II, y necesito endurecerme frente al enemigo (Sarmiento, 1886, p. 50).

"¿Qué oponer a esas razones?", se pregunta Sarmiento. Sin embargo, parte de esas razones serán rebatidas en lo que sigue, con nuevas anécdotas de infancia que vienen a demostrar que ya de chico Dominguito había conseguido vencer los nervios y "endurecerse". "No era cierto, pues, que hubiera necesidad de foguearse para evitar crispaciones de los nervios" (1886, p. 51). Distinto es el caso de la primera razón esgrimida: su padre lo educó para ser un hombre de Estado. Para complacerlo, para seguir el camino que él le marcó, debe foguearse en las armas. Esta razón Sarmiento no solo no la rebate sino que la comprende en todas sus implicancias: "Dios me lo perdone, si hay que pedir perdón de que el hijo muera en un campo de batalla, pro patria pues yo lo vine dirigiendo hacia su temprano fin" (1886, p. 49). En la misma línea, dirá más adelante: "no he de abstenerme de decir que yo lo empujaba por ese camino que conduce a la gloria, por sobre la muerte que detiene a los demás! No pudo dar el salto por ser demasiado joven, y cayó... simple mortal como los demás, aunque era de la piedra en que se tallan los héroes" (1886, p. 59).

El hecho de que Dominguito se haya anotado como voluntario para ir a pelear por la patria, dispuesto a sacrificarse por ella y el hecho, sobre todo, de que ese sacrificio finalmente haya tenido lugar, del modo en que tuvo lugar –la herida en el tendón que lleva precisamente el nombre de Aquiles– contribuyen a hacer de Dominguito un héroe, destino en el que a Sarmiento le cabe, con lo bueno y con lo malo, parte de la responsabilidad.5

Sin embargo, Sarmiento también deja entrever que, en todo caso, él no fue el único que empujó al chico por el riesgoso camino de la gloria, al citar la famosa proclama de Mitre: "en un día en los cuarteles, en quince en la Asunción, en tres meses de regreso a sus hogares". Proclama calculada, dice Sarmiento, "para mover heroismos juveniles" (1886, p. 50), muy en especial el de Dominguito, de quien Mitre era amigo y tutor y que resultó así "el primero de los enrolados" (1886, p. 50). Como apunta Martín Kohan (2014), una de las improntas de la Guerra del Paraguay, desde la perspectiva de los aliados, es la del exceso de confianza. La declaración de Mitre citada por Sarmiento señala, para él, esa demasiada fe que se hará carne también en Dominguito, el primer enrolado. No a otra cosa se refiere Santiago Estrada cuando relata que Dominguito tuvo que pedir tratados en los que estudiar el arte de la guerra al descubrir que la campaña no sería tan rápida ni tan fácil como había creído –razón por la cual, "no se preocupó al partir sino de llevar un par de guantes blancos para las entradas triunfales a las ciudades develadas" (Sarmiento, 1886, p. 47). Pero también es posible leer tal disposición optimista en las propias cartas que Dominguito envía a su madre. Desde el comienzo, responde a la aprensión de ella con palabras que describen una situación no solo de calma sino incluso de bienestar, de alegría. Dice estar más gordo, curándose gracias al clima de una dolencia en el labio, de buen humor. Envía siempre cariños para los conocidos y, con cierta picardía galante, para algunas conocidas. Al mismo tiempo, pide. Pide todas las cosas que no llevó y necesita y que constituyen el primer indicio de un posible abuso de confianza: ropa, dinero, una vaina para la espada, tinta, un retrato, yerba, bizcochos, pasta de almendras, dulce de leche en tarritos.

El optimismo perdura casi hasta el final aunque su contenido varía. En las primeras cartas, Dominguito cuenta cómo es la vida de campamento que está haciendo en Ayuí, en Concordia: una vida plácida, al aire libre, saludable –"vivir salvajemente", dirá en la carta del 31 de julio de 1864. Dice a la madre que no hay nada que temer. El combate está todavía tan lejos que resulta inconcebible: Dominguito confía en que no llegará a producirse. Con el paso del tiempo y el comienzo de la marcha (es decir, con el acercamiento a la línea enemiga), Dominguito comienza a figurarse el combate y a desearlo, lamentándose de que el momento en que el ejército finalmente se bata parezca alejarse día a día. El peor enemigo, todavía, sigue siendo el clima: el calor excesivo, las tormentas. "La cosa es larga, pero no peligrosa", dice en la carta del 26 de octubre de 1865. La confianza, transmitida por Mitre, en una victoria rápida, ya no puede sostenerse, pero ha mutado en una confianza en que se trata de una guerra sin peligro. Ya en febrero de 1866, y también más adelante, comienzan a mencionarse los riesgos posibles y el exceso de confianza con que se los quiere conjurar comienza a parecer más una impostura que una convicción: "y si fuera desgraciado, lo que por supuesto es imposible" (Sarmiento, 1975, p. 87); "Tu hijo, que indudablemente te dará nietos" (Sarmiento, 1975, p. 91)­. Aparecen también en esas cartas las primeras alusiones a la "buena estrella", que se multiplicarán a partir de mayo de ese año, ya en territorio enemigo y tras participar en un primer combate: "No abrigues temores sobre mi suerte, en cualquier combate en que pueda encontrarme. Se salvarán de las balas los que tengan buena estrella, y tengan fe en ella. Juzga seriamente, y verás que no puede haberse nacido con otra mejor que la mía, y fe, la tengo ciega" (Sarmiento, 1975, p. 87).

La fe se va convirtiendo en una suerte de amuleto protector, que Dominguito vuelve a esgrimir frente a la madre cuando le anuncia que se planea un asalto a Curupaytí y que su batallón será el primero en escalar la trinchera. "Tenemos buena estrella. Suerte" (Sarmiento, 1975, p. 103), dice. Y unos renglones más adelante: "tengo la convicción de que hemos de pasar muy buenos días juntos, y nos hemos de reír de todas estas miserias de la vida" (p. 103). Esa es la anteúltima carta. En la última, fechada el 21 de septiembre de 1866, dice: "Querida vieja: la guerra es un juego de azar, puede la fortuna sonreír o abandonar al que se expone al plomo enemigo" (Sarmiento, 1975, p. 103). En la víspera de la batalla en la que perderá la vida, la confianza parece abandonar a Dominguito, que ya había empezado a hacerse eco de los temores de la madre –"No tengas locos temores, que me asustan sobremanera" (p. 102), le había pedido en la carta anterior–. Pero entonces encontrará otra vía para ofrecer a su madre algo de consuelo: "Morir por su patria, es dar a nuestro nombre un brillo que nada borrará, y nunca jamás fue más digna la mujer, que cuando con estoica resignación envía a las batallas al hijo de sus entrañas" (p. 104). Enseguida termina la carta, un poco asustado de sus propias palabras, que repentinamente le parecen "letras póstumas". Aquí, la confianza en la buena estrella deja lugar a la confianza en el sentido de una muerte que tal vez se produzca –o tal vez no: es una cuestión, más que de estrellas, de azar–. Si se produce, esa muerte, que habrá sido buscada, tendrá un sentido heroico. En la misma línea, en la carta anterior, Dominguito dedica un párrafo a su vocación de ser soldado, que se sostiene aun cuando sabe que la muerte es uno de sus destinos posibles, probables incluso. Dice: "Si no fuera por lo que tu sufres, y por mi profesión, y por mi camino, yo sería soldado, pero soldado por el combate; por la emoción, por la muerte que desfila. ¡Es una gran sensación!" (p. 103). Palabras extrañas, en la pluma –o el lápiz– de quien ya es soldado pero todavía no ha combatido casi, aunque está en las puertas del gran combate. Lo que parece estar diciendo es que afirma su decisión: y no porque se haya alistado creyendo que no habría guerra, o que esta sería breve y sencilla, sino justamente porque creía que habría guerra, y deseaba pelearla.

En cualquier caso, sobre el final de su correspondencia, Dominguito también diseña para sí un perfil heroico, que coincide con el que busca construir Sarmiento con su biografía. Y así como Sarmiento declara que su objetivo al escribir es prolongar la memoria heroica de su hijo, Dominguito termina la última carta a su madre con una afirmación que parece más bien un pedido –y que cerraría así la larga lista de pedidos que jalonan la correspondencia–: "Las madres argentinas transmitirán a las generaciones, el legado de la abnegación y el sacrificio" (Sarmiento, 1975, p. 104). Pero mientras que Sarmiento divide entre él mismo y Mitre la responsabilidad de haber "empujado" al chico hacia la muerte, Dominguito asume su propia responsabilidad en el trazado de su destino, al presentarse como un hombre que quiere ir a la guerra.

Al día siguiente, Dominguito agregará dos líneas a la carta: "Son las 10. Las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón. ¡Salud mi madre!" (p. 104) Allí se detiene. Si bien todas las correspondencias o los diarios escritos en tiempos de guerra se detienen indefectiblemente en el momento de la muerte, no siempre la coincidencia entre el fin de la escritura y la muerte es tan exacta, lo que hace más evidente la necesidad de convocar a otros para reconstruir la escena faltante.6 Como resultado, Vida de Dominguito es lo que Nicolás Rosa llamó un "texto de textos": una suerte de collage del que forman parte "cartas, relatos, retrato, recuerdos personales, 'escenas', 'episodios', textos de diversos autores" (2004, p. 114).7

Entre estos, se destaca el de Lucio V. Mansilla, Comandante del batallón de Dominguito, que es además el único que, como corresponsal y bajo el seudónimo de Falstaff, refirió su muerte: "Las carpas de Rosetti, Charlone, Fraga, Dias, Sarmiento, Cádiz, Salvadores, Nicolorich, Paz, Iparaguirre, Darragueira, Vega y tantos otros, se hallaban desiertas, pues allí donde existía la alegría, solo vemos vagar las sombras de aquellos compañeros queridos, que nos dejaron para siempre" (Sarmiento, 1886, p. 52). Ante la página en blanco de la muerte de su hijo, Sarmiento convoca entonces a Mansilla, con una carta que también se incluye en Vida de Dominguito:

Mi estimado general:

Con motivo de haberse publicado el retrato de Dominguito, empecé una sucinta biografía suya que ya va abultada y que con el amor de padre del héroe y del libro, hallo bastante buena.

El último capítulo es la parte militar y militante, y me encuentro a oscuras, habiendo estado tan distantes [sic] del teatro de los sucesos. Acudo, por lo tanto, al Comandante del batallón de que era Capitán, y a cuya vista murió... (1886, p. 52).

Le ofrece, a continuación, la opción de responder con una carta o con un capítulo. La misma opción, podemos suponer, le había ofrecido a Estrada. Pero Mansilla, a diferencia de aquel, no optará por el capítulo sino por la carta, puesto que, como enseguida dice: "El capítulo tendría para mí un inconveniente. Faltaría a una regla de conducta que me he impuesto: no ocuparme de guerras y batallas, que llamaremos argentinas, mientras vivan los que las ganaron, o perdieron" (1886, pp. 52-53). Un Mansilla usualmente tan expansivo en sus narraciones, tan digresivo incluso, que aquí, sin embargo, se pliega al "ascetismo" verbal que María Moreno detecta en los partes de Dominguito.8 Sobre el final de la carta, de hecho, hace referencia a Juan Patiño, compañero de armas de Dominguito, cuya vida dice que contará algún día, lo cual efectivamente hará poco después, en la causerie que lleva su nombre. Allí, como también en las otras causeries sobre la Guerra del Paraguay, escritas todas pocos años después de este intercambio, Mansilla parece olvidado de su regla de conducta, puesto que refiere allí la guerra y sus batallas. Pero Mansilla ofrece además una razón suplementaria para su elección –que es una elección doble, la de la carta y la del laconismo–: la carta, dice, le permite ser conciso. Y agrega enseguida: "Las biografías de los grandes hombres no necesitan ser largas para que destaque su figura en la historia" (1886, p. 53). Respuesta directa y evidentemente irónica a las palabras con que Sarmiento realiza su pedido –una contribución para una biografía tan abultada como buena, para un libro tan hijo como el héroe que lo protagoniza–, las palabras de Mansilla vienen a sumarse al brevísimo párrafo en que refiere la muerte de Dominguito, para echar por tierra, al mismo tiempo, las bondades del libro y la condición heroica del hijo.9 Dice Mansilla: "Vd. no sabe quizás que Dominguito murió herido en el pecho, lejos, muy lejos ya de aquellas terribles trincheras de Curupaití, lo que quiere decir, que ni aun en retirada dejaba de tener para él, –poesía e imán el peligro" (1886, p. 53).

Mansilla, reconocido por el propio Sarmiento como testigo presencial de la muerte de su hijo –aquel "a cuya vista murió"–, viene a dar una versión de la muerte de Dominguito muy diferente a la que Sarmiento tenía hasta entonces y daba por cierta. Si el desangrarse por una herida en el talón creaba para Dominguito un posible relato heroico, al ligar su muerte con la de Aquiles, la versión de Mansilla debilita esa construcción. En primer lugar, porque aleja a Dominguito del campo de batalla ("lejos, muy lejos", enfatiza Mansilla). En segundo lugar, porque la muerte se produce en retirada, instancia bélica más afín al lamento que a la épica.10 Por último, porque la herida en el pecho da cuenta de que, en retirada, Dominguito sigue de frente al enemigo. Esto, que Mansilla lee como una vocación irrefrenable de batirse, puede leerse tambiéncomo desobediencia.11

En tanto la desobediencia es uno de los rasgos que Sarmiento pondera en el pequeño Dominguito –rasgo, por otra parte, heredado–, la digitación del padre puede leerse en ambas variantes de la muerte de Dominguito,12 aunque en la de Estrada despunta también el hombre que va voluntariamente hacia su destino heroico, el mismo que escribe a su madre que quiere ser soldado "por el combate". Esto es, no ya como preparación para convertirse en hombre público –destino fijado por el padre–, no como preludio, sino como algo de valor propio, como instancia misma en la que se cifra un destino autogestionado. En la versión de Mansilla, en cambio, lo que se dibuja es el perfil de un antihéroe en el que se puede adivinar, aún, al adolescente travieso, candoroso, porfiado incluso, que no sabe muy bien a qué se enfrenta.

Ambas escenas –así como las imágenes que convocan– se yuxtaponen en Vida de Dominguito, sin que su autor proclame la validez de una en desmedro de la otra. De hecho, ni siquiera menciona el conflicto, tal como señala Nicolás Suárez, para quien la carta de Mansilla "es tan escandalosa que su contenido no puede ser debatido por Sarmiento que sin embargo tiene la lucidez de incluirlo en su obra" (2016, p. 20). En la misma línea puede pensarse la afirmación de María Moreno (2011) de que en Vida de Dominguito "Sarmiento escribe los datos que engrandecen al mismo tiempo que relativizan o ponen en duda los hechos". Para Patricio Fontana (2012), si Sarmiento incluye otras voces en sus últimas biografías, entre las que se cuenta la de Dominguito, lo hace porque busca conjurar el temor de dotar al objeto de estudio de una heroicidad excesiva.13

Una vez más, "la cara sonriente del festivo galán", la "movible fisonomía del púber de diez y siete años" se superponen con "el retrato del Capitán con su pelo cortado a la mal content", "el Capitán muerto en el campo de batalla". La superposición sigue teniendo el mismo efecto siniestro puesto que las imágenes no coinciden, no logran ser conectadas ni sintetizadas por la escritura.

Si en Vida de Dominguito la imagen que prevalece es aquella en la que, movido por el dolor, el rostro del niño se proyecta sobre el del héroe, es posible convocar otra imagen de Dominguito que de alguna manera funciona como su reverso. Se trata del retrato de Dominguito que pinta Procesa, la hermana de Sarmiento, en 1850. Allí, el pequeño, de cinco años de edad, aparece vestido de tamboril. El soldado y su muerte heroica se proyectan sobre el niño como una predestinación. Pero también hay otra imagen, muy difundida de la Guerra del Paraguay que es la de los niños paraguayos enviados al frente con bigotes y barbas pintados con carbón. En especial, se recuerda la participación de niños en los últimos combates, cuando ya casi no quedaba en Paraguay población masculina en edad de pelear. No se trata ya de dos tiempos que la imagen permite conjugar sino de un solo tiempo, el de la guerra, que lo ocupa todo.14

En ese sentido, hay una pregunta que subyace a Vida de Dominguito y que el texto deja sin respuesta: ¿cómo incluir en la galería de héroes a los hijos, a los más jóvenes, a los que fueron enviados al frente, tal vez, sin la preparación adecuada, sin la madurez suficiente, a aquellos que fueron sacrificados demasiado pronto en aras de la patria? O en otras palabras, ¿cómo conjugar las víctimas con los héroes? La pregunta excede con mucho la dimensión personal e incluso la coyuntura histórica específica. Más bien, pareciera que se trata de una pregunta que la guerra plantea a las naciones que participan de ella, en forma más o menos acuciante según el caso; una pregunta, incluso, que apunta a la naturaleza misma de la guerra moderna. En efecto, volverá a plantearse en Argentina, con toda su crudeza, tras la guerra de Malvinas. Y nadie sabrá tampoco qué decir entonces, más de cien años después, de esos dolores.

Referencias

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Sarmiento, D. F. (1975). Correspondencia de Dominguito en la Guerra de Paraguay. Buenos Aires: Lorraine.

Suárez, N. (2016). Imágenes de Dominguito: los retratos de Domingo Fidel Sarmiento por Victor Tison y Rodolfo Soucup. Caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA), 9, 12-24.

Taunay D'Escragnolle, A. (1980). A Retirada da Laguna. San Pablo: Ediouro.

Notas

1 Sobre las peripecias de esta escritura, véase "Génesis del primer Dominguito", de Enrique Anderson Imbert. En relación a las versiones que afirman que Dominguito en realidad era hijo natural de Sarmiento –situación que, tras la viudez de Benita y la formalización de la pareja de amantes, la adopción habría venido a encubrir– Anderson Imbert las da por ciertas.
2 La Ilustración Argentina, cuyo primer número data del 10 de junio de 1881, era una publicación que aparecía cada diez días y que se caracterizaba por otorgar "una preponderancia fundamental al aspecto visual en general y, en particular a la construcción de un imaginario nacional" (Suárez, 2016, p. 12).
3 La batalla de Curupaytí, producida el 22 de septiembre de 1866 en las cercanías de Humaitá, constituyó la mayor derrota aliada de la guerra. Como resultado de la exitosa estrategia paraguaya de construir una enorme trinchera todo a lo largo de la línea de combate, los batallones aliados que participaron del asalto sufrieron importantísimas pérdidas, hecho del que da cuenta la mayor parte de los relatos e imágenes de la guerra. Años después José Ignacio Garmendia dirá: "jamás en nuestras guerras hubo nada parecido a Curupaytí" (1889, p. 183)
4 La frase pertenece al cuento "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz", de Jorge Luis Borges, incluido en El Aleph (1949).
5 Véase el trabajo en el que, a partir de estas frases de Sarmiento, María Moreno (2011) considera Vida de Dominguito un texto filicida.
6 En el mismo sentido, Sarmiento hace referencia a un cuaderno, enviado a por su madre a Dominguito, quien solo alcanza a escribir unas pocas líneas el 21 de septiembre a la mañana. En ellas, afirma la intención de hacer allí unos apuntes personales, incluida "la hora en que ponga el pie sobre la trinchera que mi batallón tendrá la gloria de tomar primero", y de "dejar correr a esta cartera su suerte, en el bolsillo izquierdo de mi blusa" (p. 57). Allí será encontrado el cuadernito, para ser restituido a la madre tiempo después. Ella, a su vez, lo remitirá a Sarmiento –de quien está separada desde antes de que comience la Guerra de Paraguay–, a pedido de él, con el objeto de ayudarlo a llenar "un vacío en la apreciación y el carácter y vida íntima del hijo que perdió, por cuanto separado de su padre, al salir de la adolescencia, nada puede decir con utilidad, de las cualidades y carácter del hombre adulto, que no resulte de los testimonios indirectos" (p. 60).
7 Sobre este punto, para Patricio Fontana, tanto en la biografía de Dominguito como en la de Francisco J. Muñiz, "más que de escritura, habría que hablar de una labor de montaje del texto biográfico" (2012, p. 447).
8 Según María Moreno (2011), en los partes enviados a los periódicos desde el frente, casi siempre firmados con seudónimos detrás de los cuales no se lo reconocía –gesto en el que la autora lee uno de los intentos de "escapar" del control paterno por parte de Dominguito– Dominguito "se diferenciará de la chorrera retórica de Sarmiento utilizando el ascetismo lampiño -él que se quería poeta- del militar que se limita a narrar la acción".
9 Valga recordar el enfrentamiento que protagonizaron Sarmiento y Mansilla tras la Guerra del Paraguay, uno de cuyos corolarios es Una excursión a los indios ranqueles. Otro podría quizás ser este episodio, ocurrido sin embargo mucho tiempo después. Sobre este tema, véase "Mejor se duerme en la Pampa.Deseo y naturaleza en Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla", de Cristina Iglesia. En efecto, en la crónica publicada en La Tribuna el 2 de octubre de 1866 dice Mansilla -bajo el seudónimo de Falstaff-: "Sarmiento, esa bella esperanza de la juventud argentina, recibió un balazo en el tendón de Aquiles" (De Marco, 2003, p. 315).
10 En el relato que el brasileño Alfredo D'Escragnolle Taunay hace de la larga retirada que protagonizó, también durante la Guerra de Paraguay, se dice sobre los soldados en retirada que carecen ya de entusiasmo y esperanzas, que suelen estar "entregados al desánimo, al arrepentimiento por los errores o las consecuencias de los errores" (Taunay, 1980, p. 4, la traducción es mía).
11 Hay, con todo, un elemento común a ambas escenas de muerte. Tanto el hecho de ser herido en la única pequeña parte del cuerpo no protegida –tal es el caso de Aquiles– como el de ser herido ya lejos del campo de batalla suponen una cuota de mala suerte, mala suerte que viene a desdecir, a último momento, la buena estrella de la que Dominguito se jacta en sus cartas y en la cual deposita sus esperanzas.
12 Hay, también, otro elemento común a ambas escenas de muerte. Tanto el hecho de ser herido en la única pequeña parte del cuerpo no protegida –tal es el caso de Aquiles– como el de ser herido ya lejos del campo de batalla suponen una cuota de mala suerte, mala suerte que viene a desdecir, a último momento, la buena estrella de la que Dominguito se jacta en sus cartas y en la cual deposita sus esperanzas.
13 En este caso, puede pensarse también que la voz del otro, que se incluye aun cuando resulte disruptiva, puede ser necesaria para decir algo sobre la muerte de un hijo, un dolor que corre el riesgo de volverse inenarrable. Años después, en la conferencia "Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades)", Ricardo Piglia (2015) interpretará en parte en esta línea la inclusión de la voz de un soldado que habla en el tren en el relato que hace Rodolfo Walsh del momento en que recibió la noticia de la muerte de su hija Vicki. En el relato de esta muerte por parte del padre, intervienen también elementos épicos entremezclados y en tensión con elementos afectivos, dolorosos.
14 Es en relación con esto que algunos historiadores consideraron que, en el caso de Paraguay, esta guerra constituyó una guerra "total" (Capdevila, 2010).


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