Miradas sobre Cuba
Actores económicos y ¿sujetos de la política? La reforma cubana y los trabajadores autónomos
Actores económicos y ¿sujetos de la política? La reforma cubana y los trabajadores autónomos
OSAL Observatorio Social de América Latina, núm. 36, 2014
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Resumen: iosnara Ortega González El texto analiza el actual proceso de reforma en Cuba desde una mirada escasa hasta el momento: las culturas políticas de actores económicos de importancia. Se parte de la premisa de que la relación entre economía y política requiere ser leída para comprender el sentido, el curso y el futuro de la llamada “actualización del modelo económico”. Basado en una investigación empírica, el artículo se preocupa específicamente por los “trabajadores por cuenta propia”, y revela que, además de actores económicos, son sujetos de la política. Más que conclusiones, el texto muestra tendencias y especificidades de los discursos de trabajadores autónomos concretos. Sus valoraciones, creencias y prácticas, dan cuenta de universos políticos heterogéneos y complejos, imprescindibles de atender por quienes se pregunten por las posibilidades democráticas de la isla.
Abstract: This text analyzes the current process of reforms in Cuba from what has been a lacking approach until now: the political cultures of important economic actors. We start off from the premise that the relationship between economy and politics needs to be analyzed in order to understand the sense, course and future of the so-called “economic model update”. Based on empirical research, the article focuses specifically on the “workers on their own account”, and reveals that, besides being economic actors, they are subjects of politics. More than conclusions, the text shows tendencies and specificities of the discourses of actual autonomous workers. Their assessments, beliefs and practices show heterogonous and complex political universes, indispensable to take into account by those who ask about the democratic possibilities of the island.
Keywords: Cuba, economic reform, political cultures, workers on their own accord, political spaces, political subjects, political times.
En el sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba (2011) se discutió y legitimó la reforma que desde 2007 había comenzado a gestarse con la presidencia de Raúl Castro. El núcleo del Congreso fue “la actualización del modelo económico”, a través de su instrumento rector: los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. Aunque el proceso puede analizarse desde perspectivas culturales, sociales, políticas, ecológicas, etc., hasta el momento ha predominado el interés por sus contenidos económicos. Efectivamente, se han producido cambios de importancia en ese orden —se amplía y diversifica la inversión extranjera, se autorizan sectores cooperativos en ámbitos de producción y servicios antes prohibidos, se crea y amplía un creciente sector privado de diferentes escalas, se autoriza la compra y venta de bienes inmuebles y de autos, etcétera— mismos que han constituido el primer plano del proceso. Tal énfasis ha tenido como mayor vocera a la política oficial; que aunque ha acompañado su discurso de la afirmación de que“nadie quedará desprotegido”, no ha ahondado en las garantías contra la desprotección.
Ahora, “la interpretación de la actualización no debe limitarse al ámbito puramente económico, al margen de la política, la sociedad y la ideología. Se trata de un pro- ceso de transformación del modelo de reordenamiento político y social” (Hernández y Domínguez, 2013). De hecho, la nueva estrategia económica ha supuesto —y dado lugar—, capitalizado y (re) creado, sentidos y prácticas políticas. Es de ello de lo que se ocuparán las páginas que siguen; donde la relación entre economía y política es central —como indicador del curso de los cambios, como núcleo de análisis prospectivo y como eje para desentrañar los modos en que actores económicos se posicionan y reformulan las posibilidades políticas para el país—. La relación entre economía y política no es una opción teórica o normativa; antes bien, aquí se entiende como un vínculo consustancial a la vida social. Sin embargo, su fragmentación en la práctica, agendas y discursos políticos hace parte de lógicas específicas de poder que (re) producen imaginarios de esferas autónomas, funcionales a las jerarquías tanto políticas como económicas: así se sostienen los proyectos liberalizados de la economía y de la política, sistemáticamente excluyentes de amplios grupos, desposeídos de la posibilidad de intervención en las condiciones de su existencia. En la Cuba presente, dicho vínculo, como veremos enseguida, evidencia una relación definida por la puja entre criterios rentistas y políticos, entre el proyecto de una economía regulada por el mercado —productor de eficiencia y rentabilidad— y una economía política cuyo horizonte sea un país “para todos”1.
El interés de este artículo por leer la reforma más allá de sus expresiones económicas, se concreta en una reflexión sobre las culturas políticas de uno de sus actores fundamentales: los cuentapropistas: trabajadores “independientes”, autónomos, insertos en el sistema tributario2, que han constituido un centro fundamental de la reforma.
Aun cuando desde la década del setenta el gobierno cubano autorizó la existencia de un pequeño sector privado, y desde 2007 las actividades por cuenta propia son una de las apuestas más notables de la actualización del modelo económico3, hasta el momento, esos trabajadores no pueden considerarse un grupo social homogéneo ni estable; sino en conformación, caracterizado por los factores coyunturales —y no pocas veces ambiguos— de las transformaciones actuales. Cuentapropistas, es así una categoría difusa, que integra a los trabajadores de un sector privado “emergente”, que provienen de muy diferentes espacios sociales —amas de casa, profesionales, obreros, técnicos, estudiantes, jubilados de los sectores militares, etcétera— y en el que, además, están teniendo lugar evidentes procesos de estratificación. Desde la dirección política, desde los estudiosos de la reforma y desde el propio imaginario de otros grupos, los trabajadores por cuenta propia se consideran actores económicos, y desde allí se interpretan e interpelan. Nuestra hipótesis es que, también, los cuenta- propistas son sujetos de la política.
Para abordar el campo de problemas que ello supone, las páginas que siguen refieren un estudio sobre culturas políticas en Cuba, donde los cuentapropistas fue- ron uno de los sectores sociales explorados4 (Torres y Ortega, 2014). El análisis sobre las culturas políticas nos permite dar cuenta del universo de nociones, valoraciones, ideas, símbolos y prácticas respecto a la política.
El recorrido del texto consta de tres momentos: un primer apartado donde se presentan los espacios de la política reconocidos por estos sujetos, y con ello las relaciones entre economía y política. A continuación se reflexiona sobre quiénes componen esos espacios, cuáles son los imaginarios sobre ellos y sobre sus roles; para ahondar la medida en que se configuran sujetos políticos y/o sujetos de la política. Finalmente, se refieren los futuros —individuales y colectivos— imaginados por estos actores, con lo cual se aludirá a sus propias posibilidades como actores más allá de los marcos de la economía.
Espacios de la política. El lugar de la economía y la política
Ya se ha dicho que la reforma se ha anunciado como un espacio económico. Tal enunciado, sin embargo, debe problematizarse. Un modo de hacerlo es preguntarnos: si el de la economía es el espacio de la reforma, ¿cuál es el espacio de la política?
Al respecto es posible sugerir una primera idea: aquello que los trabajadores autónomos estudiados creen, conocen, sienten, piensan y hacen en cuanto a la política, parte de una fuerte relación con sus espacios vitales de existencia. En primera instancia, esto podría parecer una simple corroboración de la teoría: la subjetividad social se construye a partir de determinaciones sociales, biológicas y psicológicas; las dinámicas de vida social deben analizarse indefectiblemente atendiendo a los contextos materiales, culturales, identitarios —todos sociales— de los sujetos y grupos; al proceso de producción social, en el sentido marxiano del concepto.
Sin embargo, a lo que se alude aquí, es a que las referencias y posibilidades de involucramiento con la política se remiten constantemente —y casi en exclusiva— a aquello que se logra o no se logra hacer para reproducir básicamente la vida propia y la de las personas más cercanas (la familia). De ello se derivan dos planteos: primero, existe una fuerte asociación entre los contenidos de las culturas políticas y la reproducción de la vida cotidiana en términos de posibilidades de subsistencia y de movilidad social ascendente. En segundo lugar, el individuo y la familia, constituyen espacios privilegiados de referencia. El último es un proceso que se ha venido corroborando en el análisis de la sociedad cubana desde la crisis de los noventa: un retorno a los espacios más “íntimos” de la vida social como principales de la existencia; un “retraimiento” hacia la familia como espacio casi único de preocupación y satisfacción de los sujetos, y como anclaje social trascendental (Martin y Perera).
Ahora, ello tiene amplias consecuencias políticas y analíticas. El espacio social puede ser, o no, co-gestionado. En el socialismo, la gestión colectiva es central —incluyendo la co-gestión de la escasez— en todos los ámbitos: tanto en lo que se refiere a las relaciones sociales de reproducción como a las relaciones sociales de producción, que incluyen la división del trabajo y su organización en la forma jerárquica de funciones sociales. El retraimiento hacia los espacios más descolectivizados de la vida no es un resultado directo de la escasez; es una de las respuestas posibles a ella, que está conectada con la disolución de lazos colectivos o con su manifestación explícita allí donde el tejido social ya es endeble. Así, la co-gestión hace parte de dinámicas sociales históricamente constituidas; su presencia o ausencia no es natural ni permanente. La construcción no capitalista supone su incentivo, educación, potenciación, supone lo común; por el contrario, el desinterés hacia los espacios de deliberación, confrontación y cooperación —todos componentes del trabajo en común— denota debilitamiento del espacio político5.
Para al menos un sector de trabajadores por cuenta propia, esto se mostró de dos formas diferentes, pero relacionadas: como rechazo a la política en tanto espacio de conflictividad social, y una consecuente necesidad de “escape” de los mismos —“la gente no se interesa más en la política, para nada / la gente no quiere saber nada de política / la gente lo que quiere es ver novelita y muñequitos / la gente no quiere ver ni el “estado” del tiempo / la política es problemas na´má”— y como una convicción de que la política es irrelevante.
¿Pero, dónde radica su irrelevancia? Esa pregunta indica uno de los“núcleos duros” de las culturas políticas de estos actores económicos, aquel que se define por la relación entre política-vida cotidiana; y cuyo contenido principal alude a que la política es considerada irrelevante —en primera instancia— por su deslinde de la “vida real”.
En su propia voz: la política no sirve para comer / no hace ningún cambio / no se discute de política porque las personas están adentradas para sobrevivir, para salir adelante / la gente de la calle que tiene que sudar trabajando, no tiene tiempo para eso [para la política]6. Tales planteos son sólo algunos ejemplos de los registros en los que se entiende una escisión entre economía y política que les es central.
A ello se suma que la política se considera un espacio de inmovilidad, de encalla- miento, limitante del potencial dinamismo que puede representar la economía. En consecuencia, una idea de fuerza es que los cambios que necesita Cuba tienen que ser en todos los sentidos, pero principalmente económicos. Mientras, la política se asocia a los ámbitos institucionales de la administración —que son irrelevantes— y se entiende restrictiva. Ese último elemento está relacionado con el vínculo expreso que los trabajadores autónomos establecen entre la política y la ley. Los “vicios” de una y otra son recurrentes y recíprocamente determinados. La ley, como la política, se califica como ambivalente, poco clara, desvirtuada en la práctica, y disociada del discurso oficial —que anuncia políticas que no se asisten de leyes—; lo cual se acompaña de una falta de credibilidad de la constitucionalidad existente, de fuertes críticas a su incumplimiento, y de un cuestionamiento de los beneficios de la legalidad: “No hay papeles, no hay legislación, sé que estamos aprobados por la Asamblea Nacional pero qué pasa […] que la gente está desinformada [...] Es una desorientación, no hay nada escrito”7.
De acuerdo con todo lo anterior —y aun para quienes sí reconocen un interés hacia la política y la conexión de ella con su cotidianidad— se entiende que la política afecta —o no afecta— únicamente en la medida que define el espacio económico; de lo contrario, son ámbitos independientes. Es de acuerdo con ello que, por una parte, se puede hablar de una fractura política versus economía: la gente —se aludió— no está para la política, porque no es la forma que ayuda a superarse económicamente pero —se añadía consecutivamente— sí está para los cambios; a la gente no le interesa la política, lo que le interesa es discutir sobre temas de economía, mientras tengamos lo necesario no hay problema. Y por otra parte, de una relación utilitaria entre ambos espacios, expresada en el siguiente sentido: la política no es útil, porque no cambia, porque no impacta “favorablemente” en la vida de las personas; y la economía sí lo es. Por ello, la relación entre uno y otro espacio es —cuando existe— de determinación unívoca de la economía sobre la política: los criterios de racionalidad económica han de regir la vida política para que esta funcione, para que recupere, si fuera posible, algo de su sentido. El espacio de la política sólo puede “salvarse” —esto es, recobrar legitimidad— en tanto recupere su vínculo con la economía y con los cambios en curso.
Esos elementos se encuentran mediando y configurando la subjetividad política de al menos una parte de estos actores económicos, tanto como su experiencia como sujetos políticos. Según los sentidos de los discursos, la política debería servir para vivir, para hacer posible que podamos trabajar para ganarnos el pan. El trabajo, de he- cho, constituye un núcleo importante dentro de las culturas políticas de estos actores económicos, pero es debido realizar algunas especificaciones al respecto. En primer lugar, el trabajo se refirió como un espacio de la economía —no de la política—, y en tanto tal, como necesidad de producir: los que trabajan son los que producen, en el sentido de producción material de bienes. El objetivo del trabajo, y su prioridad, es la obtención de un resultado económico positivo, lo cual resulta el centro único de la actividad laboral. No se alude en ese sentido a las condiciones de trabajo, a conflictos presentes o posibles, ni a como ellos se pueden resolver políticamente; el esfuerzo ha de dirigirse a trabajar más para ganar más. Así, para que el espacio de la economía tenga un curso positivo, hay que producir/mantener la unión, la disciplina/eliminar a las personas que no produzcan.
¿De dónde proviene este tipo de argumentación liberalizadas del mundo del trabajo, que resulta escindido de la vida política real e imaginada? Una hipótesis puede sugerir que ello responde a la asimilación, dentro de las culturas políticas de este grupo, de ciertos contenidos del discurso oficial. El énfasis en la producción, como horizonte e indicador del trabajo, inauguró el proceso de actualización del modelo económico cubano; desde entonces, ha sido regulador de las decisiones y agenda de cambios. Una discusión política sobre qué significa la producción, bajo qué condiciones y cuáles son sus costos, no se ha dado; sin embargo, la “lógica” existente la asocia con un tipo de trabajo en específico, cuyo signo principal es la rentabilidad económica. Esta imaginación ha comenzado a hacer parte de las culturas políticas de los integrantes de este grupo, y convive con las críticas a la política antes mencionadas, que la reconocen como un espacio desvinculado, y a veces opuesto, a esa necesaria producción8.
Con todo, el desinterés mostrado hacia la política muestra, más allá de una desafección hacia ella, las razones de esa desafección; sobre la base de: inoperatividad de la política para la vida cotidiana y de problemas de la política misma, institucionales—los cuales serán profundizados más adelante-.
Teniendo en cuenta lo comentado hasta aquí, es posible ensayar algunas interpretaciones posibles sobre este“secuestro”de la política por la economía, y preguntarnos por qué se ha asentado ese tipo de reflexión en las culturas políticas de trabajadores autónomos, por qué es tan central en sus modos de pensar/actuar la política. Ello podría responder a distintos factores relacionados:
- La presente y larga crisis económica, que desde la década del noventa incrementó la precarización de la vida de gran parte de la sociedad cubana, y la acumulación de necesidades básicas insatisfechas, que han dado lugar a un ensanchamiento de la desigualdad (Espina, 2008), y ha hecho más sostenidas y profundas las diferencias sociales y las carencias materiales.
- Un énfasis en la economía, producido desde el gobierno de Raúl Castro y en especial a partir del proceso de actualización del modelo económico, sostenido, como ya se ha dicho, en un aumento de la eficiencia y productividad económica.
- El asentamiento de una lógica fragmentaria entre política y economía; relacionada con el reforzamiento de la necesidad y apertura hacia un capital, muchas veces extranjero, y en apariencia despolitizado, que aseguraría el despegue económico necesario.
- Los vínculos entre los cubanos que viven en la isla y su diáspora, que de modo creciente realizan inversiones de pequeña y mediana escala, como modo de asegurar un sitio en el posible mapa futuro de la economía cubana; pero que no se encuentran integrados en redes ni espacios de discusión política.
Tales factores —y otros— combinados, configuran ideas sustantivas sobre un espacio de la política relativamente autónomo, irrelevante, y muchas veces restrictivo. Pero, ¿quiénes son los sujetos que (re) componen y se mueven en ese espacio de la política? Los análisis al respecto pueden tener múltiples entradas. Una de ellas, especialmente sustantiva, es la exploración sobre los representantes políticos y sobre la ciudadanía. Antes de abordarlas, permítasenos algunas observaciones.
¿Quiénes son los sujetos políticos?
Uno de los núcleos importantes del proyecto y la práctica de la Revolución en sus primeras décadas fue la trasformación en sujetos políticos a grandes grupos sociales. Ese acceso a la política supuso la modificación radical de la relación individuo-sociedad. Los intereses individuales y los colectivos fueron centro de esos debates, tanto como los derechos de uno y otro signo. Los modos en que se entendieron las responsabilidades sociales fueron cruciales para emprender procesos políticos de gran calado, que aseguraron los triunfos y épicas más grandes de la Revolución9.
Desde la crisis de los noventa —crisis que no fue solo económica sino también política, cultural— se ha producido un creciente distanciamiento, consignado por algunos autores como “apatía” o “apoliticismo”10. Antes en este texto se ha llamado la atención sobre una de las formas de expresión de ese proceso: el estrechamiento de los espacios de interés dentro de la sociedad cubana. En nuestra opinión, ese es un resultado de la combinación de la pérdida progresiva de espacios de autonomía social —en un contexto de centralización que expropia la organización social de grupos en las bases y circunscribe sus posibilidades políticas a los marcos de un sistema político altamente formalizado— con una situación de crisis económica que buscó enfrentarse con soluciones más familiares e individuales que sociales o comunitarias. Sin embargo, ese proceso no indica que la vida social cubana haya devenido, sin tensiones, en un proceso de individuación agotador de otros modos de relacionamiento y pertenencia social. Por el contrario, son evidentes los conflictos entre lo individual y lo colectivo; esto es, entre soluciones individuales a condiciones de precariedad económica y responsabilidades sociales conscientemente asumidas, y luego abandonadas. La participación en actividades valoradas socialmente, como la de profesores del sistema de educación que luego emigraron hacia el cuentapropismo, es uno de los ejemplos a señalar. Un joven graduado de licenciatura en educación, ahora empleado en un negocio de venta de CD, expresa ese conflicto del siguiente modo: yo di un paso que no fue positivo para muchas cosas, dejé a niños sin maestro, pero, imagínate, son decisiones que uno tiene que tomar para ver si mejora la calidad de vida.
Otros trabajadores autónomos entendieron ese tránsito como una afirmación de su individualidad; como un hecho natural de querer mejorar, y de usar los medios necesarios para ello. En cualquier caso, ese no fue un contenido naturalizado, una obviedad en la cual no se detiene el curso del argumento; ya sea como conflicto o como afirmación, la relación individual-colectivo constituyó un elemento importante, un espacio de decisión.
Las preocupaciones que trascienden el sí mismo se expresan en similar sentido, por ejemplo, de este modo: si quitan la canasta básica yo siento que en Cuba se va a pasar hambre, porque todo el mundo no es cuentapropista, y no tiene una entrada diaria, por de decir… a mí me entran 50 pesos diarios. La conciencia de la precariedad colectiva, y una reflexión/preocupación por ello, acompaña de ese modo las decisiones que en primera instancia podrían calificarse como tendientes a la individuación acrítica. Por el contrario, es posible sugerir la existencia de una zona de conflicto que es necesario atender. Ahora, ¿pasarán a ser naturales las alternativas individuales, centradas en las ganancias capitales, desconectadas del otro? ¿O será posible re-capitalizar el potencial sociopolítico que ello tiene para generar verdadera participación y co-gestión de un espacio social liderado por sujetos colectivos?
La actual coyuntura de cambios en Cuba priorizó un curso: el de las alternativas individuales, los sujetos individuales, como protagonistas de lo que el país necesita: producir. Tiempo después —para algunos a destiempo— se comenzaron a ensayar alternativas colectivas en la forma de autorización del trabajo cooperativo. No cabe duda, al ver el cronograma hasta el momento, que se ha priorizado un camino de profundización de relaciones no colaborativas, sino mercantiles de los espacios la- borales. La premisa de la producción no se ha reflexionado en términos de cómo y quiénes producen. ¿Deberá ser esta una discusión imprescindible para solucionar, positivamente hacia el freno del establecimiento de relaciones capitalistas, esta zona de conflicto antes mencionada?
Ciudadanos y representantes: “Nosotros, los de abajo”.
Antes de abordar directamente los contenidos relativos de las culturas políticas de los representantes políticos, son precisos unos comentarios generales.
El modelo de democracia cubano concibe en su diseño para la regulación e intervención en el poder estatal, la representación indirecta o mandato representativo, y la participación directa. Sin embargo, en el propio diseño del sistema político, la representación prevalece —y habitualmente agota— sobre los mecanismos de participación directa, que, además, quedan reducidos en la práctica11, donde el poder real de agencia lo recaban los órganos estatales12.
Pero, a la vez, investigaciones recientes en Cuba muestran cómo en las bases, las relaciones entre electores-delegados-órganos del poder popular, se restringen a la agregación de demandas sobre un ámbito estrecho de vida comunitaria; que, aun así, no contiene posibilidades de transformación de la política ni siquiera a su interior. De hecho, lo que muestran los estudios es que la forma política de relación entre mandantes y mandatarios en el nivel de base —que es al que los ciudadanos tienen acceso universal— es casi en exclusiva la de las rendiciones de cuenta. Dicho espacio, altamente formalizado, realiza sólo procesamientos administrativos —y no políticos—de las agendas y demandas13. Estos, entonces, no son lugares de redefinición, imaginación, y (re)construcción de relaciones de poder. Siendo así, los representantes políticos en las bases están imposibilitados de insertarse en los procesos de toma de- cisiones. Por ello, de acuerdo con los trabajadores autónomos, ese es un lugar al que a casi nadie le interesa llegar.
Ese escenario condiciona —y es condicionado por— las culturas políticas; mismas que manifiestan: la creencia sobre la ausencia de espacios de participación ciudadana—no hay modo de decir lo que se piensa— y la valoración negativa sobre los espacios que existen —sí se puede decirlo, pero eso no tiene implicaciones en la trasformación de la realidad/no se ponen en práctica los criterios de la ciudadanía—. Con ello como base, se argumenta el descreimiento sobre el sistema electoral, que se entiende va- ciado de contenidos políticos, y completamente formalizado. De hecho, el sistema electoral y los procesos de representación, fueron reiterados en la investigación que ofrece estas reflexiones, como una muestra de la limitación real de la ciudadanía para la intervención política.
En general, las culturas políticas exploradas se componen de ideas y valoraciones de esta naturaleza: débiles conocimientos sobre el sistema político y los mecanismos de participación institucionales; soluciones individuales y ancladas en relaciones uno a uno; ausencia de mecanismos efectivos de participación, de espacios de opinión pública y deliberación; poca credibilidad en los mecanismos de participación existentes debido a su inefectividad. Teniendo en cuenta lo anterior, es que afirmamos que a nivel de las culturas políticas, existe una crisis de representatividad, sostenida en un quiebre entre la política popular y una política vertical que se disuelve en el recorrido de las altas esferas a las bases. Siendo así, se produjo una crítica dirigida a la falta de legitimidad de los representantes políticos de base, y a su imposibilidad de constituir- se en decisores políticos.
Las culturas políticas emergentes del estudio, permiten sugerir que el sistema político no ha logrado concretar, aun dentro de su propio diseño, una relación de mandato entre representantes y representados14. La ausencia o limitaciones de los mecanismos de participación política —como la rendición de cuentas, la revocación, la iniciativa legislativa— configuran nociones de concentración del poder político en los más elevados niveles de representación, quedando los espacios ciudadanos desprovistos de opciones de procesamiento y redefinición del poder. Ese escenario se ha asentado en las culturas políticas estudiadas que expresan, al tiempo que condicionan, el comportamiento político.
Tales elementos explican por qué estos sujetos no reconocen su actuación dentro de los espacios políticos, no se consideran actores ni sujetos políticos, y tampoco consideran como tales a sus representantes en las bases: yo no soy un actor político, a mí no me interesa la política. Sin embargo, la política los “afecta” a través de marcos regulatorios sobre su actividad económica, y de la imposibilidad de actuación en un sistema con fallas para la participación directa y sistemática. Por ello se afirma aquí que, de acuerdo con la investigación realizada, los trabajadores por cuenta propia se constituyen en sujetos de la política, en su sentido de sujeción. Esto no quiere decir que sus comportamientos no sean completamente políticos, sino que los marcos y dinámicas del espacio de la política se consideran una exterioridad a su vida, en la medida que no son controlados por ellos. Es posible decir, en general, que las demandas de trasformación del sistema político de representación y de participación—cuya frustración se entiende como deficiencia en términos de derechos— tipifican las culturas políticas de los trabajadores por cuenta propia.
En coherencia con lo anterior, respecto a la ciudadanía se pueden referir importantes limitaciones de contenidos y formas. Una delegada poder popular, cuentapropista, define en estos términos la condición de ciudadanía: Tengo derechos, por supuesto, a caminar libremente por la calle, a hacer todo lo que yo quiera, a ir al cine, al teatro, respetar la bandera, el himno. Como ciudadana no tengo límites, lo que no tengo es dinero. El fragmento es profundamente relevador. Por una parte, evidencia la escasa elaboración de la noción y alcance de la ciudadanía, como estatus, como derecho y como práctica política; y por otro revela un quiebre producido entre la “ciudadanía material”y la“ciudadanía formal”: la primera disocia y se desentiende de la posibilidad de la vida real, cotidiana, y relevante para los grupos sociales concretos. Nuevamente la política, ahora referida a la condición de ciudadanía, no sirve para reproducir materialmente la vida.
La ciudadanía formalizada, componente de las culturas políticas, es tan irrelevante como la política misma. A ello se añade un desconocimiento sobre los contenidos, deberes y derechos ciudadanos; pero, eso sí, una percepción de falta de garantías a esos derechos, tanto económicos como políticos. El ejercicio de la ciudadanía, resulta finalmente lastrado.
Ahora, si ellos no se entienden como sujetos políticos, ni tampoco lo son los representantes de base —a quienes eligen con su voto directo—. ¿ Quiénes son los sujetos políticos? La respuesta de los trabajadores autónomos es que son “los políticos”. Pero, ¿quiénes son esos políticos?, ¿qué los define?
Ciudadanos y representantes: “Ellos, los de arriba”.
Para los trabajadores autónomos estudiados, el espacio de la política se define por los sujetos que participan de él —“los políticos”, exclusivamente—; en consecuencia, dicho espacio responde a sus intereses; y se circunscribe a aquello que hacen los políticos en un marco específico: el del Estado, la administración, la ley.
De esos enunciados generales derivan elementos de distinto alcance. Tal criterio de exclusividad de la política se relaciona con la antes mencionada disociación entre política y vida real, y circunscribe a la política a la “pequeña política” —en el sentido gramsciano; esto es, por su alusión a un poder administrativo que tiene lugar exclusivamente dentro de la institucionalidad gubernamental, dentro del sistema político—. En consecuencia, no es reconocida actividad ni poder político entre los ciudadanos, las organizaciones no gubernamentales (incluidas las organizaciones de masas), ni ningún otro actor social. Como resultado, quienes trabajan de manera autónoma —y que son considerados por la política económica estatal como uno de los actores más importantes de la reforma cubana— no se reconocen a sí mismos como actores políticos, sino como actores económicos, mínimamente estructurados.
Con ello, su relación con la política se registra en un continuo que va desde el desinterés, hasta la participación en la agregación de demandas, en forma de queja o de malestar, siempre gestionado individualmente. Siendo así, al menos desde las culturas políticas, es posible sugerir que dichos actores económicos no reconocen posibilidades de participación organizada en el marco político, ya sea directa o indirectamente.
Ahora, la ausencia de vida política no se restringe a sus ámbitos laborales, sino que se extiende, en general, a cualquier posibilidad de participación, incluyendo a las comunidades políticas de base; donde, como ya se mencionó, es inexistente la vida política y por ello irrelevante. Con esta última afirmación se quiere señalar que el carácter irrelevante de la política no es a todos los niveles, sino en los espacios que conciernen a los “ciudadanos comunes”, cuyo anclaje político primario —la comunidad, el Consejo Popular— está vaciado de posibilidades de gestión efectiva.
Pero la ya mencionada crisis de representatividad no está exenta de conflictos y tensiones. A continuación un testimonio de una mujer de 51 años, empleada de modista/sastre y ex -directora de recursos humanos en una empresa mixta:
[…] siempre he sido muy revolucionaria y muy integrada. Fui militante de la juventud hasta la edad natural, hija de padres combatientes, mi padre lo dieron por muerto cuando Batista, lo salvó un campe- sino. Entonces cuando te educas en un núcleo revolucionario eres revolucionario también. La mayoría no fue así. Los 26 ponía mi banderona cubana y no me importaba lo que dijera la gente, porque hay crítica si uno hace eso. Cuando hay elecciones trabajamos, aunque sabemos que el delegado no resuelve nada, porque de verdad no resuelve nada; pero movilizamos gente y nos acostamos a las dos o tres de la mañana para que salga todo bien y no haya fraude. Ya los CDR [Comité de Defensa de la Revolución] no funcionan, la Federación [Federación de Mujeres Cubanas] tampoco funciona, ya casi nada funciona. No hay una atención a la ciudadanía que te permita quejarte y te dé respuestas.
El fragmento da cuenta de varios temas que iremos tratando en las páginas siguientes. Pero vale la pena ahora llamar la atención sobre las conflictividades al interior de las culturas políticas, producidas por las transformaciones de sus contenidos, y por los cursos psicosociales de los que los sujetos hacen parte: nuevamente, emerge la inefectividad de la política, pero ahora en conflicto con una socialización política que no permite desentenderse de ese espacio, aun en su irrelevancia.
Llegadas aquí, tenemos algunas ideas trabajadas que podemos puntear: la política es un espacio separado de la economía, y dependiente de él; la política es irrelevante en los ámbitos de actuación de las bases; la política no sirve para vivir; la política es un espacio de los políticos, pero los políticos no son los representantes de las bases. Entonces, ¿quiénes y cómo son?
Las respuestas a la pregunta anterior indicaron un fuerte consenso, coherente con lo visto hasta aquí: existe una alta asociación entre la política y los dirigentes e instituciones de más alto rango político en el país15. Así, se reafirma que la política es entendida como un ámbito reservado de poder vertical y de liderazgo de alto nivel; este último, una de las cualidades más señaladas en la descripción de los políticos. Queda ausente de la imaginación de los trabajadores por cuenta propia, la posibilidad de acción política independiente de la conducción de esas figuras/organizaciones de alta legitimidad oficial.
Además, las alusiones a los políticos mostraron una completa exclusividad de figuras masculinas. La política resulta entonces —además de un espacio de líderes— un espacio totalmente androcéntrico, donde se otorga a los varones, y a su visión del mundo, de la cultura y de la historia, un lugar central —aun cuando en el sistema político cubano existan mujeres ministras, delegadas del Poder Popular, diputadas, algunas de las cuales fueron entrevistadas, ya que también son trabajadoras autónomas.
Esta visión patriarcal de la política se expresó de distintos modos en la investigación, no sólo en relación a los íconos. Pongamos por ejemplo el argumento de una mujer, propietaria de un negocio de bisutería, frente a la pregunta sobre qué se necesitaría para ser político: yo no podría serlo porque no estoy a la altura, yo sólo terminé primer grado, soy ama de casa, tengo dos niños, no podría serlo. La condición de mujer/madre/cuidadora se repitió a lo largo de la investigación. El trabajo del cuidado, central en las discusiones de muchos países y movimientos sociales, se entendió, por las mujeres cubanas entrevistadas, como su (des) anclaje con la vida política, y como la razón de los cambios en su vida laboral, y sus intereses sociales.
En otro orden, es posible hablar de un nudo conflictivo de importancia alusivo a quienes, efectivamente, se reconocen como los políticos: una disociación entre el ser y el deber ser. Por una parte, los políticos deben ser los que respondan al pueblo, esto es, ser sus representantes: los políticos deben tener una visión de las cosas que el pueblo necesita/alguien que piense que de las decisiones que está tomando depende la calidad de vida de esas personas/ser representante del pueblo, de los humildes que no tiene nada, del pueblo trabajador. Y, por otra, como hemos visto hasta aquí, en la práctica, la política no sirve/no interesa /no “resuelve”.
Este nudo se complejiza en términos de una brecha expresamente señalada entre “políticos, dirigentes” y ciudadanos; expresada como ruptura entre “pinchos” y “pueblo”, entre “ellos, los de arriba” y “nosotros, los de abajo”; entre “los dirigentes” y “los que trabajan”. Hablamos entonces de un evidente proceso de diferenciación social cristalizado en la cultura. Pero es importante señalar nuevamente que “los de arriba” no son todos los políticos, sino aquellos que toman decisiones, que no son los dele gados del poder popular, ni en general los representantes de las estructuras medias y bajas —donde los entrevistados incluyen hasta los diputados.
Ahora, en esos registros, “los de abajo” perciben a los dirigentes como sujetos con ventajas económicas y políticas, que toman decisiones separadas de la realidad ciudadana16. Pero el asunto es más complejo, la condición de político —de ser“de arriba”, de llegar a serlo— se relaciona con méritos morales y personales: liderazgo, destaque intelectual, estudios, vocación por responder al pueblo; y no con condiciones económicas ni herencias políticas. Lo llamativo, entonces, es que a pesar que esas cualidades se enuncian como positivas, cuando caracteriza a los políticos, se hace negativamente, y se alude a una ausencia de representación, un desentendimiento de ellos de las necesidades y criterios ciudadanos. Este hecho, entre otros, muestra que las culturas políticas hay un diálogo permanente entre el“deber ser”y lo realmente existente. Este vínculo a veces se da como complementariedad y otras veces de modo disonante, pero siempre está presente en la (re) configuración de las culturas políticas.
Pero además, es notable que a los políticos no se los califica como acumuladores de capitales económico, los políticos no son los “ricos” del país; por el contrario, hay desconocimiento de vínculos entre monopolios de poder económico y político. Esto es, una ausencia de relevancia de poder económico como condición de acceso a la vida política. Sin embargo, al mismo tiempo, sí hay una percepción de mejores condiciones de vida en “los políticos de arriba”. Con ello, si bien el poder económico no es condición del acceso a la política, los políticos se encuentran en la cima de la pirámide social, no por acumulación de capital financiero sino por el marco de poder que ofrece el ejercicio de la política en altos niveles, y que les diferencia del resto de la sociedad. Lo anterior se vincula con que la desigualdad sea uno de los contenidos de las culturas políticas emergentes de la investigación, expresada en términos de mejores posibilidades y condiciones de vida para quienes se representan como la “clase política” —que incluye los militares de alto rango en activo— y los nuevos empresarios y extranjeros con negocios en Cuba. De hecho, las desigualdades se evidenciaron como una importante mediación de los contenidos de las subjetividades individuales y colectivas.
Todo lo anterior indica la reproducción de una cultura que entiende a la política como espacio selecto —y desconoce los campos cotidianos de lucha y negociación de poderes en todos los niveles de la sociedad— donde el más común de los hombres y mujeres no se reconoce como actor político, y donde la imaginación política se distancia de los espacios institucionales —que no funcionan o la limitan—. Es en esos términos que es posible hablar de la evidencia de desinterés por los espacios institucionales de la vida política del país, lo cual hace de estos actores económicos sujetos de la política; en su sentido de sujeción.
La política parece sujetar su presente, pero ¿y el futuro?
Los tiempos de la política
Descubrir la gama de trayectorias históricas que son imaginadas por los distintos actores sociales permite una comprensión amplia sobre la política y sus cambios. Esta dimensión contribuye a ofrecer una perspectiva dinámica, procesual y prospectiva de las relaciones políticas: el campo político no sólo es lo que es, sino también lo que ha sido, y las opciones imaginadas y deseadas de lo que será, las que construyen igual- mente el presente. Ahora, el futuro imaginado no es una prefiguración de los deseos—aunque también— sino un ejercicio analítico de las posibilidades consideradas reales, de acuerdo al curso presente. En este sentido se intersectan las vinculaciones entre el futuro del país y el de los sujetos, la dimensión individual y la colectiva.
La exploración sobre los futuros deseados e imaginados resultantes de la investigación en la que se basa lo comentado hasta aquí, permite corroborar elementos ya vistos: una crisis de representatividad, la separación entre el ámbito de la economía y la política, la reducción de la política a ciertos sujetos, espacios y funciones. Pero, además, aporta otros indicadores que interpelan algunos de los planteos realizados.
Antes de comentar lo que las culturas políticas nos informan sobre los futuros para Cuba, recordemos algo de lo dicho sobre los tiempos presentes de la política en la isla: la política actual se caracteriza por su inmovilidad, su falta de dinamismo, su repetitividad y, en ese sentido, se aleja de las demandas del pueblo.
Ahora, el curso futuro, liderado por el sentido de la actual reforma, se define por una creencia altamente compartida sobre la ausencia e imposibilidad de cambios en la política, y por el esperanzamiento y optimismo en torno a los cambios económicos. De ello emerge una tesis consensuada: el cambio en la política dependerá de poner- se “a la altura” de los cambios en la economía. La economía así entendida, continúa absorbiendo las posibilidades de futuro, y en ocasiones encontrándose como único espacio posible a imaginar, tanto en sentido positivo, como negativo. Veamos.
Me imagino a Cuba: mejorando, los cambios son para mejor: no sé en lo social, pero en lo económico bien / mejor, si seguimos como vamos y se dan oportunidades a pequeños negocios iremos mejor / en estos momentos se están haciendo transformaciones, y las transformaciones son para mejorar, sé que es un problema económico general / un poquito mejor porque se están dando buenos pasos / yo pienso que Cuba dentro de 5 años pueda ser una Cuba transformada, no como ahora que se está pasando un poquito de trabajo, aunque se han abierto algunas puertas como este negocio del cuentapropista / en candela, esto cada día está peor / peor, en el sentido en que cada vez las cosas se ponen más malas y la economía está peor y nosotros tenemos que regirnos a lo que venga.
Así, aunque la economía se visualiza como independiente de la política, se vuelve su centro: sobre ella y desde ella se construyen las esperanzas, críticas, observaciones sobre la Cuba que se vive y se espera vivir en el corto plazo. Pero, recordemos, no es posible democratizar la economía si no se democratiza la política.
Ahora, sin desconocer lo anterior, debe decirse que de las prospectivas realizadas por los trabajadores autónomos, la más habitual fue la de un futuro inimaginado — tanto en el ámbito social como en el individual, caracterizado por el no sé, o no me lo puedo imaginar—. Habiendo avanzado en los análisis, podemos sugerir que esta in- capacidad para pensar el futuro puede estar dada por la poca claridad, la ambigüedad y vaguedad del campo sociopolítico y socioeconómico que perciben estos sujetos, que les genera altos niveles de incertidumbre. Así, el carácter azaroso y vertiginoso de los cambios y regulaciones que aún no llegan a asentarse, dan lugar a una desorientación, a quienes emprenden negocios por cuenta propia.
El giro en el modelo económico, en el discurso político, y en los repertorios de la política evidenciados en el actual gobierno, al parecer, han producido un quiebre de importancia, que hace inimaginable el futuro posible. Siendo así, quizás es más revelador preguntarnos por el futuro deseado.
El futuro deseado para Cuba
Al respecto, uno de los elementos más interesantes es los modos en que el futuro de- seado difiere en función de criterios generacionales: quienes tienen más de 45 años de edad, desean un futuro para Cuba como retorno a la década del ochenta; momento en el cual se podía vivir con el salario, con lo que uno ganaba. Las generaciones más jóvenes, por el contrario, no parecen contar con ese referente, sino que imaginan y desean una “Cuba nueva” o parecida a otros países —generalmente Estados Unidos y China.
Pero a pesar de esas diferencias, es posible identificar acuerdos: por una parte, y en coherencia con lo dicho hasta aquí, la Cuba deseada es, casi en exclusiva, una Cuba mejor económicamente. Pero, también, es “una Cuba para todos”. Este elemento, que emerge casi al término de las reflexiones, complejiza las visiones sobre estos actores, algunas de las cuales sugieren que prima el interés individual sobre el colectivo. Sin embargo, contrario a ello, puede indicarse que en sus culturas políticas, la referencia a un país “para todos” expresa una preocupación por la condición política de la sociedad cubana: la inclusión. Ello se expresó en términos como los siguientes: Quisiera que fuera un país diferente, pero para bien de todos los cubanos / Yo quisiera que hubiera una economía un poco mejor, que hubiera más posibilidades para nosotros los jóvenes, que pudiéramos resolver con nuestro trabajo los problemas de todos / Hay que pensar en lo que la gente quiere, hay pensar en lo mejor, lo que va a beneficiar a todos, porque claro, sino cada uno va a tirar pa´ su lado… pero hay que sacar lo que le viene bien al pueblo.
Lo anterior se relaciona, por un lado, con una zona de conflicto individual-colectivo: mientras se estimulan y se emprenden opciones de futuro individuales, se sostienen preocupaciones y sentidos colectivos sobre el futuro político. Cuando se dice aquí que esta es una zona de conflicto, no es porque se consideren que son opciones excluyentes, sino que se manejan conflictivamente a nivel de las subjetividades.
El énfasis en una Cuba“para todos” devela otro eje de importancia: las desigualdades crecientes y estructurantes de las relaciones sociales en el país, tanto de acuerdo a criterios económicos —los que tienen dinero y los que no lo tienen— como políticos —los políticos/“los pinchos” y el pueblo—. Las desigualdades pueden considerarse como uno de los componentes más estables dentro de las culturas políticas estudia- das; y ellas condicionan las posibilidades de futuro para Cuba: como vamos, me imagino tratando de imitar al capitalismo / antes, todo el mundo era más o menos igual, ahora no; quisiera que el socialismo siguiera siendo socialismo, con los beneficios que tiene el socialismo para todo el pueblo.
El testimonio de una mujer entrevistada es relevante para esta discusión, por lo cual se reproduce in extenso:
Cuando empecé a trabajar en el 83 yo ganaba 111 pesos, 55 en una quincena y 56 en la otra —y disculpa que me meta— pero es algo que nos toca a todos. Yo llegaba al Mercado Centro con mis 55 pesos y hacía una factura, compraba maltas, helado y le compraba juguetes a mi sobrino. Es verdad que la vida cambia, que la crisis es a nivel mundial, que la economía, toda esa serie de cosas, pero ¿cómo se explica que si todos nacimos con la revolución nuestros hijos tengan que pasar tanto trabajo con esta revolución y este mismo gobierno? ¿Qué es lo que está pasando? Yo entiendo que aquí ha habido un mal de fondo y se están cometiendo errores porque no es posible que nosotras, las madres, para poderles poner un par de zapatos a los muchachos para que vayan a la escuela, que se lo exigen, tengamos que comprarlo en la shopping para que les dure una semana [Otra mujer interrumpe y dice: es verdad]
¿Cuánto te cuestan? ¿Veinte dólares, tú tienes veinte dólares? Por qué el Estado no vende colegiales. Cuando nosotros estudiábamos, vendían colegiales, y no tenían muerte, pasaban de hermano a her- mano, pal’ primo, el amiguito. Entonces te exigen, pero tú no puedes exigir lo que tú no das. ¿Tú crees que se puede? Nosotros salíamos y fiestábamos todos los fines de semana, con los cuatro metros de tela que te daban, íbamos todo el mundo igual, pero éramos felices. ¿Quiénes se vestían de shopping? Los hijos de los marineros y los hijos de los pinchos, pero todos los demás éramos felices.
Agregar una palabra al testimonio de esta mujer sería casi un exceso imperdonable; con su experiencia de vida enuncia problemas de fondo reiterados a lo largo de este texto: la importancia de las redes de solidaridad y co-gestión de la escasez, desigual- dad creciente, escasez también creciente, demandas de responsabilidad estatal frente a ese escenario, el patriarcado asentado como parte de las relaciones de poder (son las madres las que tienen que “ponerle los zapatos a los hijos”); todo ello sintetizado en las posibilidades de felicidad colectiva: todos éramos felices.
Por último, ¿cómo estos procesos definen los sujetos relevantes para el futuro de Cuba? ¿De quiénes dependerán los futuros individuales y colectivos?
¿De qué dependerá el futuro de Cuba?
Del mapa de opciones manejadas por los cuentapropistas —el futuro dependerá de voluntades individuales, voluntades colectivas, de la fe, de los altos dirigentes del go- bierno— dos marcaron la tendencia: el futuro de Cuba dependerá de los dirigentes políticos y de todos los cubanos, en ese orden. O sea, primero se refirió que el curso del país lo determinarán los dirigentes políticos, de su capacidad para plantear y con- ducir el cambio, insuficiente hasta el momento —si personas que han estado arriba no lo han podido arreglar ¿quién lo va arreglar?—. Y, además, el futuro dependerá de todos. Ahora, esas opciones se manifestaron de dos modos: como complementariedad —dependerá de ambos—, o como exclusión. Una parte de los entrevistados mostró una co-gestión del futuro por ambos actores —lo cual supone un reconocimiento del pueblo como actor político; elemento disonante con los análisis realizados hasta el momento—. La otra parte consideró la predominancia de las decisiones de los dirigentes políticos como reguladores de la vida, tanto económica como política del país.
La convivencia, al interior de las culturas políticas, de ambas opciones, puede in- terpretarse como la evidencia, nuevamente, del contraste entre el “deber ser” y lo real.
El curso de los argumentos comentados hace imprevisible que se considere que el futuro dependa del pueblo, de todos; más bien, este puede ser un ideal normativo, un ámbito de deseo político; mientras lo real revela a los políticos como decisores presentes y futuros.
A la vez, al pensar en la política futura, se entendió que ella debía regular, al menos potencialmente, la mercantilización de lo social: el futuro de Cuba no lo definirán los que tienen más dinero, porque la gente que tiene más dinero en este país lo que hace es arregostarse, vivir con su dinero, no le interesan los que no pueden vivir. Entonces, la política deberá interesarse por ellos, por los que no pueden vivir.
Lo anterior muestra, por una parte, otra de las zonas de conflicto encontradas en la investigación de las culturas políticas: cuál es/debe ser el ámbito de regulación del Estado. Para algunos, debe ser mínimo —que la gente resuelva—, para otros, el Estado debe intervenir, regulando, el curso de la economía, evitando los monopolios y la desprotección social. De acuerdo con el estudio, se consigna la función del Estado a la de la política social, a la protección, pero no se refiere su función como garante — además de derechos sociales— de derechos políticos; de cuya combinación emerge la democracia.
Comentarios finales
Al término regresamos un poco al inicio. El curso de este texto ha evidenciado complejos procesos en los que se reconstruyen las subjetividades políticas, se definen los objetos políticos y se entienden los contextos en los que ello transcurre.
Una de las líneas gruesas a señalar es la pluralidad de las culturas políticas; las sub- jetividades políticas, podemos concluir, no pueden entenderse en singular, los sujetos individuales y colectivos redefinen en sus procesos de vida, y en relación con las es- tructuras sociales, contenidos, relaciones y opciones políticas diversas. Así, debemos señalar la emergencia de estructuras heterogéneas de las culturas políticas referidas, que se transforman en los procesos cotidianos de su reproducción; mismos que permiten identificar “núcleos duros” de las culturas políticas, y contenidos en transformación y redefinición.
Para nuestro argumento, la relación política–economía es central. Este vínculo se expresó de distintas formas, una de ellas fue un quiebre en el vínculo entre ambos espacios, de modo que se conciben como independientes. Otra fue el entendimiento de la política como obstáculo para el desarrollo económico. En ambos casos, las apuestas de futuro se concentraron en el logro de mejoras en la economía con escaso procesamiento político de ello.
Por otra parte, la relación política-economía develó un desconocimiento de vínculos entre monopolios de poder económico y político. Esto es, una ausencia de relevancia de poder económico como condición de acceso a la vida política. Pero si bien el poder económico no es condición del acceso a la política, los políticos se encuentran en la cima de la pirámide social, no por una acumulación de capital financiero sino por el marco de poder que ofrece el ejercicio de la política en altos niveles, y que les diferencia del resto de la sociedad.
Al parecer, lo anterior se vincula con que la desigualdad sea una de las mediaciones importantes de las subjetividades políticas analizadas, expresada en términos de mejores posibilidades y condiciones de vida para quienes se representan como la “clase política”. En consecuencia, la demanda de una Cuba para todos fue reiterada y devino uno de los contenidos estables dentro de las culturas políticas.
Además, es posible sugerir que no se reconocen como sujetos políticos al pueblo, a grupos organizados fuera de las instituciones definidas por el sistema político ni tampoco, y esto es muy importante, a los representantes políticos de las bases. O sea, los sujetos políticos, aquellos con posibilidades de decidir, debatir y ejecutar decisiones, conforman un grupo reducido; y los espacios, mecanismos y los representantes directos del pueblo quedan fuera de ese campo. Ese hecho se entiende como una crisis de representatividad, que se ha solidificado en las culturas y que define la práctica y actitudes políticas de los sujetos.
Conjuntamente, las calificaciones de los políticos son negativas, y el argumento alude a su desapego de los intereses y necesidades populares. El campo al que pertenecen, además, es exclusivo de los hombres, teniendo las mujeres escasa participación dentro de los imaginarios.
Por otra parte, se evidenció una tensión importante entre lo individual y lo colectivo, y ese fue, de hecho, uno de los contenidos en tránsito que se mostraron en este estudio. Ello se expresó en términos de la elección de caminos individuales de enfrentamiento a las situaciones actuales de carencias en desmedro de intereses colectivos conscientemente procesados, y conflictivos. La resolución de esta tensión es, consideramos, uno de los grandes desafíos del actual proceso de cambios.
Además, se dio cuenta de incertidumbre asociada a los cambios en curso, que provoca más rechazo aún al espacio de la política, y que tiene que ver con incertidumbre legal, del sentido de los cambios, de su estabilidad. La ley, fue entendida aquí con los mismos “vicios” que son atribuidos a la política, y también se le consideró fuente de inseguridades y restricciones.
Los tiempos de la política, por su parte, se expresaron en dos dimensiones: la política del ahora y la del futuro. En ese sentido, la actual fue definida como una política inmóvil, mientras que la Cuba del futuro es, en buena parte, inimaginada —lo cual se asocia a la incertidumbre expresada antes—, tanto como la propia vida de los sujetos entrevistados. En caso de imaginar un futuro mejor, se hace en términos de aumento de la productividad y de cambios económicos, con poco procesamiento político de sus sentidos. Sin embargo, una Cuba socialista, donde quepan todos, emergió en varias ocasiones; pero frente a las incertidumbres ya mencionadas y los pocos anclajes políticos en el presente, el futuro se entendió como dependiente, sobre todo, de las agencias individuales.
La existencia de “mayores” o“menores” culturas políticas, así como de culturas políticas “ideales”, ha sido refutada en este texto. Por el contrario, emergieron complejos procesos de reconfiguración de los sentidos y las prácticas políticas, todos los que deberán atenderse en el análisis de las subjetividades colectivas. Las nociones, valoraciones, ideas, símbolos y prácticas respecto a la política que fueron exploradas —y que los cubanos y cubanas concretos reconstruyen en torno a los objetos y contextos políticos—, no ofrecen certeza alguna; antes bien, participan del mapa real de relaciones de poder en el que transcurre el momento actual del país. Solo su consideración y procesamiento político colectivo, permitirá que el futuro no quede en manos del pasado, sino que se abran nuevas puertas democráticas y se cierren otras, quizás a tiempo. Pensar la reforma en estos términos, podría permitir deliberar sobre las posibilidades de sujetos políticos, no sujetos de la política.
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Notas