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DURKHEIM Y LA GUERRA: ENTRE LA TEORÍA Y EL NACIONALISMO
PABLO AUGUSTO BONAVENA
PABLO AUGUSTO BONAVENA
DURKHEIM Y LA GUERRA: ENTRE LA TEORÍA Y EL NACIONALISMO
Diferencias. Revista de Teoría Social Contemporánea, vol. 1, núm. 6, 2018
Universidad de Buenos Aires
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Resumen: Durkheim manifestó siempre su rechazo a la guerra y a toda exaltación de la actividad guerrera. La contrapartida de esta impugnación fue la confianza en el peso decisivo del industrialismo, que según su parecer le quitaba sentido a la guerra, pues entendía que la violencia iría desapareciendo con la evolución social. Esperaba que el destino pacífico como horizonte de la modernización industrial encontrara, entonces, un fuerte respaldo a través de su sociología.

La Gran Guerra alteró todos los diagnósticos y refutó muchas de las proyecciones sobre el rumbo de la sociedad que Durkheim compartía, al punto que eclipsó su prédica pacifista. Tomó partido en la guerra a través de su participación en las campañas para robustecer la moral de los soldados franceses y organizó un comité para publicar documentos y estudios sobre la guerra, procurando neutralizar la propaganda alemana, entre otras acciones para garantizar la victoria de su país. Este artículo reconstruye y analiza esta etapa de la acción política e intelectual de Durkheim frente a la barbarie de la guerra.

Palabras clave: GUERRA, PAZ, SOCIOLOGÍA, PATRIOTISMO, NACIONALISMO.

Abstract: Durkheim always expressed his rejection of war and all exaltation of warrior activity. The counterpart of this challenge was the confidence in the decisive weight of industrialism, which in his opinion made sense of the war, because he understood that violence would disappear with social evolution. I hoped that peaceful destiny as the horizon of industrial modernization would find, then, a strong support through its sociology.

The Great War altered all the diagnoses and refuted many of the projections about the direction of the society that Durkheim shared, to the point that it eclipsed his pacifist preaching. He took sides in the war through his participation in campaigns to strength- en the morale of French soldiers and organized a committee to publish documents and studies on the war, trying to neutralize the German propaganda, among other actions to ensure the victory of his country . This article reconstructs and analyzes this stage of Durkheim's political and intellectual action against the barbarism of war.

Keywords: WAR, PEACE, SOCIOLOGY, PATRIOTISM, NATIONALISM.

Carátula del artículo

Dossier

DURKHEIM Y LA GUERRA: ENTRE LA TEORÍA Y EL NACIONALISMO

PABLO AUGUSTO BONAVENA
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Diferencias. Revista de Teoría Social Contemporánea, vol. 1, núm. 6, 2018
Universidad de Buenos Aires

Recepción: 05 Febrero 2018

Aprobación: 20 Abril 2018

Durkheim expresó, en muchas ocasiones, su rechazo tanto a la guerra entre naciones como a la guerra entre las clases sociales (Mauss, 1972: 36). Se opuso especialmente a toda glorificación de la guerra, tal como lo hacían dentro del mismo espacio de la sociología de su tiempo Georg Simmel y Max Weber (Beriain, 2005: 98/99). Del mismo modo, mostró reservas respecto de la exacerbación del patriotismo asociado al militarismo, fenómeno que se expandió en su país luego de la guerra franco-prusiana. Esta línea de pensamiento colisionaba con su reivindicación del poder civil y la posibilidad de amalgamar de manera favorable el sentido nacional con la meta de bogar por una unidad entre naciones, si bien no reparaba en rechazar el internacionalismo proletario alentado por varias fracciones del socialismo (Sidicaro, 2010: 148)¹. El 30 de diciembre de 1907, en ocasión de una sesión organizada en la “Sociedad Francesa de Filosofía”, Durkheim entabló un diálogo con Théodore Ruyssen y Daniel Parodi, donde postuló la necesidad de acuñar un “patriotismo abierto” con el fin de conciliar la pertenencia a naciones singulares y la exigencia de universalidad, perspectiva que anularía, especulaba, el carácter aparentemente contradictorio entre el patriotismo y el pacifismo: “Me parece que el pacifismo, si es consecuente consigo mismo, no debe temer darse como ideal la formación de esta patria más grande” (Durkheim, 1908). Su patriotismo, incluso, se asentaba en la solidaridad y en el despliegue a nivel interno del territorio estatal de un “culto a las personas” que implicaba de manera inescindible el respeto por los derechos humanos, la moralidad y la justicia, junto a otros fundamentos del “sentir nacional”, pero sin reivindicar el fanatismo ni el expansionismo geográfico de las naciones (Inda, 2009: 27). Su pacifismo, sin embargo, tenía incuestionables contradicciones, pues planteaba, por ejemplo, que el colonialismo francés podía continuar existiendo, “pero recurriendo solo excepcionalmente a la violencia” (Inda, 2009: 28-29) (Durkheim, 1908).

El trasfondo de este alineamiento contra la guerra y el militarismo, junto con su defensa de la paz y la solidaridad social, fue el correlato, al menos en parte, de los efectos de algunos acontecimientos que impactaron en su pensamiento como la ocupación de Alsacia y Lorena por las tropas alemanas durante la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), los ecos de la Comuna de París, el establecimiento de la débil Tercera República francesa y el creciente número de conflictos sociales, así como el desarrollo del movimiento socialista en Europa (Fournier, 2013: 252; Giddens, 1993: 48). La incidencia desoladora de la Primera Guerra Mundial tal vez representó un impacto directo más notorio, que por su magnitud lo alejó de la cotidianeidad académica (Vera et al., 2013: 22; Rodríguez Zúñiga, 2014: 183). En efecto, en 1915 decayó su labor universitaria y, si bien continuó con la docencia el año siguiente, reconocía que su entusiasmo para dicha tarea era tenue, pues sufría en carne propia sus secuelas.²

3. MALESTARES EN TIEMPOS DE PAZ

La situación bélica colisionó con su idea que avizoraba un porvenir promisorio para la sociedad industrial. Durkheim coincidía, en parte, con las predicciones de Saint Simon, Comte y Spencer acerca de futuro pacífico que supuestamente auguraba la sociedad basada en la industria. Acordaba con ellos en considerar que la humanidad vivió un cambio radical cuando los hombres comprendieron que la explotación de las cosas (industria) era mucho más productiva que la explotación de las personas (guerra) (De Miguel, 1974: 49). Desde este prisma, Durkheim entendía que la violencia debía desaparecer con la evolución de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, aunque era más prudente que sus predecesores a la hora de pronosticar su total eliminación; con menos optimismo, en efecto, proyectaba una paulatina disminución del ímpetu guerrero (Bouthoul, 1984: 193; Joas, 2005: 179). Si bien juzgaba que la tendencia a la creciente pacificación aguardada por los precursores de la sociología era correcta, especulaba que la guerra aún perduraba en su época debido a que todavía sobrevivían “viejas condiciones de existencia” (Durkheim, 2003: 134-135). Salvador Giner reseña muy bien su postura al respecto al detectar en ella una “utopía cauta”, que no era “ni ingenua ni lineal”, pues Durkheim era consciente del “estado de anomía legal y moral” con la que tropezaba su época. Este obstáculo, empero, no desanimaba los pronósticos:

…estaba igualmente convencido de que las fluctuaciones y reveses históricos en la senda de la civilización no invalidaban el empuje general del proceso ni la supeditación progresiva, bajo el empuje de la modernización, de las fuerzas «más bajas» de la vida social (tal como la “ley del físicamente más fuerte”) a leyes morales superiores (Giner, 2012: 695-696)

En sintonía con los “padres” de la disciplina, aunque de manera menos enfática, Durkheim también le dio alguna importancia al factor militar en la constitución de lo social, como puede vislumbrarse en la explicación que brindó sobre el impacto de la actividad militar en la primacía social del hombre sobre la mujer (Álvarez Uría, 1999). Sin embargo, el tema de la guerra quedó relegado por el estudio de otros hechos sociales que consideró más preponderantes y su pensamiento sobre el proceso constitutivo del orden social eclipsó en el mismo el papel de la violencia (Guzmán, 1990).

La Gran Guerra, sin duda, interpeló la sociología durkheimiana, pues instalaba una crisis social que disipaba toda idea de armonía social, al mismo tiempo que demostraba la fisura de los mecanismos morales de contención llamados a limitar los impulsos y el egoísmo. En el horizonte reflexivo de Durkheim la guerra era una probabilidad por la supervivencia de vestigios de otros órdenes sociales, pero el nivel de violencia que exhibía la Gran Guerra sorprendía a su imaginación sociológica. La intensidad que iba ganando la querella armada horadaba el supuesto que alegaba una creciente pacificación de la sociedad con más profundidad que un mero episodio. La supremacía de la paz dejaba lugar al “reino de la violencia”, que expandía la “barbarie”, idea que en Durkheim nos remite al concepto de “anomia” (Filloux, 2008: 127). La conflagración suscitó “la aparición de la barbarie en el discurso durkheimiano”; demostraba la vuelta de la “barbarie” (Taurel, 2012: 14; Ortega, 1981: 16). Pensaba que la “pasión beligerante” había logrado quebrar a la “comunidad moral” dejando paso a la agresión (Durkheim, 2011a: 156).

El fundamento para el uso de los cañones esgrimido por uno de los bandos, además, ponía en evidencia la crisis de su teorización acerca de la relación entre la “nación” y la “religión de la humanidad” que, según argumentó, debía estar a su servicio. Como vimos en un principio, cuando mencionamos el rescate de un “patriotismo abierto”, entendía que existía compatibilidad entre la “religión de la patria” y la “religión de la humanidad”. La idea que acuñó sobre el patriotismo tomaba como referencia la “nación cívica” o “nación a la francesa”, que concebía como un medio para alcanzar la integración humana: “Durkheim veía así legitimado su patriotismo en nombre de una religión de la humanidad que no era sino la aplicación de los ideales de la nación francesa”. El tipo de guerra en expansión mostraba, sin embargo, el equívoco de su planteo (Santiago, 2012: 300-301). Ponía de manifiesto que cada nación podía desarrollar su propia “religión” (“religiones nacionales”), incluso al precio de despreciar a los valores universales (Santiago, 2012: 303). El patriotismo y la nación, al ritmo del trazado de las trincheras, se eslabonaban con la “barbarie” y no con los ideales que Durkheim conjeturaba. Los vaticinios de su teoría naufragaban y, probablemente, su construcción teórica no ofrecía las mejores herramientas conceptuales para abordar tanto las causas del conflicto como la explicación de su derrotero (Rodríguez Zúñiga, 2014: 183). En realidad, su teoría estuvo siempre alejada tanto del estudio del conflicto social en todas sus manifestaciones como de la problemática del poder, y en la coyuntura bélica desnudaba sus limitaciones (Giddens, 1997: 230). El conflicto era ajeno a la teoría de Durkheim y alguna opinión le endilga, incluso, “negligencia” para tratar el tema (Bottomore, 1981: 906).

La guerra produjo en Durkheim un inevitable y profundo impacto teórico y afectivo (Sauquillo, 1992: 248). Sus emociones y el resquebrajamiento de las nociones de Durkheim sobre el pacifismo, la idea de nación y varios de los supuestos teóricos sobre la armonía social tuvieron como correlato su “alistamiento” en la defensa de Francia a través de una actividad política que se orientó a la “industria de la propaganda”. El comienzo del pleito armado, pasado un desconsuelo y desorientación inicial, melló esa prédica pacifista. Antes de la conflagración, Durkheim participó en el movimiento político-intelectual contrario al espíritu guerrero que se diseminaba pasada la primera década del siglo XX y acompañó, en consecuencia, a los sectores de la intelectualidad francesa que esgrimían el pacifismo cuando asomaba la guerra (Sidicaro, 2011: 240).

Fue crítico de la ampliación del servicio militar en 1913 y de toda iniciativa militarista. Una vez instalada la contienda militar, como había ocurrido con el “caso Dreyfus”, comenzó una intensa participación política vinculada a la defensa de la “patria amenazada” ((Mitchell, 1931: 23; Ramos Torre, 2011: 19). Se involucró en la guerra tomando partido por Francia: “el militante de la causa francesa pasó a primer plano” (Sidicaro, 2011: 240). No se sumó al coro de los opositores de la guerra, por el contrario, entró en ella. Se abocó a la redacción, publicación y distribución de propaganda contra Alemania, destinada tanto a sus conciudadanos como a los países neutrales (Vesey, 2014: 402-403; Lukes, 1984: 541). Pretendía, además, contrarrestar la campaña publicitaria emanada desde ese país. Tradujo a varios idiomas materiales y panfletos con ese fin (Lukes, 1984: 546). Fue parte de la reacción patriótica que invadía el país y sus enclaves coloniales. Antes de la conflagración, Durkheim tenía el hábito de participar de asociaciones o comités con diferentes propósitos y con lo guerra prosiguió con esa impronta. En el plano organizativo promovió el “Comité de Estudios y Documentos sobre la Guerra”, cuyo presidente fue Ernest Lavisse. Ocupó allí el puesto de secretario de un colectivo integrado, también, por importantes personalidades de la comunidad académica como Charles Andler, Henri Bergson, Emile Boutroux, Charles Seignobos, Jacques Hadamard, Joseph Bédier y Gustavo Lanson, miembros de la Sorbona, la Escuela Normal y el Colegio de Francia (Vesey, 2014: 403; Durkheim y Denis, 1915). Entre otros trabajos, editaron dos escritos de Charles Andler, profesor de literatura de origen germánico en el Colegio de Francia y la Sorbona, que trataron de develar el pan-germanismo y la ideología pendenciera de Alemania (“Pangermanismo, sus planes para la expansión alemana en el mundo” y “Los usos de la guerra y la doctrina del Estado Mayor alemán”, ambos de 1915 (Dimitriev, 2002). Integró, asimismo, el “Comité de Publicaciones de Cartas a todos los franceses”, con el objetivo de fortalecer la moral de la población. La militancia ante la guerra, incluso, lo hizo abandonar su abstención de las actividades de la comunidad judía a la que pertenecía su familia, pues apoyó al “Comité Francés de Información y de Acción para los Judíos de los Países Neutrales”. Compartió, igualmente, una comisión con el fin de explorar la situación de los refugiados rusos en Francia (1916), donde se combinan preocupaciones para el sostenimiento del frente externo en la guerra, haciendo una evaluación del alistamiento de esa fracción de la población, con el control social interno (Durkheim, 2011b) (Sidicaro, 2010: 150). En su correspondencia personal dejó testimonio de la intensidad de todo este emprendimiento propagandístico. En 1915 comentó que nunca, en los últimos veinte años, había trabajado con tanto ímpetu (Fournier, 2013: 252; Lukes, 1984: 546). Ese esfuerzo incluía la participación en equipos asesores del gobierno para trabajar sobre aspectos de la defensa (Sidicaro, 2010: 149).

LAS PÁGINAS “GUERRERAS” DE DURKHEIM

En una carta a Xavier León del 15 de septiembre de 1914, Durkheim hablaba de la “brutalidad alemana” y calificaba a los gobiernos de Austria y Prusia como “antinaturales”, que sometían, argumentó, estrictamente por la fuerza a sus poblaciones (Lukes, 1984: 539). Estas opiniones quedaron plasmadas tanto en escritos que compartió con miembros del “Comité de Publicaciones” como de su única autoría. El enfoque desarrollado por Durkheim junto con otros miembros de esa organización apuntaba a tener un carácter científico (Eulriet, 2010: 66). Dice en una carta a Jean Jacques Salverda de Grave, el 16 de enero de 1915: “En nuestros folletos [...] los temas son tratados con nuestros métodos científicos”. Para remarcar esta tendencia, le comenta a su interlocutor que la divulgación de los mismos correspondía a editores como Colin y Alcan, cuya actividad anterior a la guerra consistió en la difusión de obras sociológicas (Ramel, 2004: 740). Postulaba una mirada objetiva que, sin embargo, parece contradecir la orientación política de los alegatos, que ubicaban rápidamente a Alemania en la “barbarie”. Reconocían que con anterioridad a la coyuntura ese país integraba “la gran familia de los pueblos civilizados”, pero en su presente agredía “los principios de la civilización humana” (Durkheim, 1989: 200).

El 18 de abril de 1915 publicó en el periódico Nueva York Tribune un comentario titulado “Refutación francesa de las acusaciones de mala fe de Alemania”. Cuestionó allí un artículo del Dr. Dernburg, autor de una respuesta a la pregunta sobre quién quería la guerra sin contemplar, según la opinión de Durkheim, las reglas básicas del método científico; argumentó que Dernburg distorsionó la cronología de los hechos con omisiones, recurso que privó a los lectores de un entendimiento riguroso de la progresión de sucesos que desencadenaron las hostilidades.

Durkheim opuso a esta sospechada maniobra la supuesta seriedad de los intelectuales franceses del Comité, al contrastarlo con un estudio realizado por Joseph Bédier, titulado “Los crímenes de guerra después de los testimonios alemanes” (1915). Puso en evidencia que, contrariamente a su impugnado interlocutor, Bédier utilizó los cuadernos de prisioneros de guerra alemanes y entrevistas a varios de ellos, información que acompañó con la explicitación del método utilizado para la investigación junto con los textos originales sobre los que basó su análisis. Luego, con Ernest Lavisse escribió “Cartas a todos los franceses” en 1916 (Durkheim et Lavisse, 1916). La primera carta se tituló “Paciencia, esfuerzo y confianza”; otras cartas llevaron el título “Los aliados de Alemania en Oriente: Turquía, Bulgaria” (quinta carta), “Las fuerzas italianas. Bélgica, Serbia y Montenegro” (décima carta) y “Las fuerzas francesas” (décimo primera carta) (Lukes, 1984: 573). En este emprendimiento participaron, además, el lingüista Antoine Meillet, el crítico literario y profesor Louis Cazamian, junto a los militares General Pierre Marie Gabriel Malleterre y el Almirante Degouy. Tres millones de copias de estas Cartas fueron distribuidas, iniciativa que incluyó a los escolares. Esta faena fue presentada por Durkheim como contribuciones de expertos; aclaró no eran mera propaganda, pues ya nadie creía en ella, sino exposiciones sustentadas en información verificada sin “ceguera partidista”, para ofrecer de esta manera un cuadro exacto de la situación internacional de los primeros meses de 1916 (Prochasson, 1994: 167-168). El 17 de abril de 1917 abordó otra vez la cuestión de la guerra en un artículo titulado “La política del mañana” (“La política del futuro”), aparecido en el periódico La Dépêche de Toulouse, algunos de cuyos aspectos abordaré más adelante (Eulriet, 2010: 66).³

Dos escritos de 1915, no obstante, fueron la base principal de sus planteos de cara al conflicto, basados tanto de libros como de documentos diplomáticos. Son las páginas que lograron mayor trascendencia y con el paso de las décadas se convirtieron en los textos obligados de referencia cuando se busca la temática de la guerra en Durkheim. Fueron traducidos inmediatamente al alemán para fines propagandísticos y, por su énfasis, seguramente buscaban despejar las acusaciones que recibía por su supuesta amistad con Alemania sobre la que algunos de sus detractores especulaban por haber nacido en Êpinal (Alsacia), por su origen judío y por haber reconocido en varias oportunidades su admiración por las elaboraciones intelectuales y teóricas de los alemanes (Joas, 2005: 101).4

Su punto de partida para estas reflexiones fue una tesis que impregnó todas sus meditaciones: “una guerra no estalla por causas estructurales favorecedoras si un Estado, auténtico responsable, no la provoca” (Sauquillo, 1992: 248). Uno de estos textos fue redactado en colaboración con el profesor germanista Ernest Denis (“¿Quién quiso la guerra?”), donde a partir de examinar documentos alemanes, franceses, austríacos, rusos, británicos y belgas atribuyeron a Alemania el deseo de la guerra y procuraron, al mismo tiempo, disipar toda recriminación para su país (Inda, 2009: 28). Confiaban en que con la pura exposición de los hechos que presentan ya se resolvía el interrogante sobre la culpa por el enfrentamiento:

Sólo es necesario dejarlos hablar: dicen de sí mismos quién ha querido la guerra. Obviamente, no es Francia. Incluso sus peores enemigos no han presentado esta acusación en su contra. De hecho, hasta el final y con todas sus fuerzas, ha luchado por la paz” (Durkheim y Denis, 1915: 54).

Con la exposición de los datos pretendían refutar la argumentación alemana sobre el origen del conflicto, que endosaba a Rusia esa responsabilidad, para desnudar que no existía “concordancia alguna entre la política efectiva alemana y su lenguaje: al tiempo que proclamaba un vivo deseo de defender la paz, rechazaba cuantas medidas se le proponían para lograr este fin y no sugería ningún otro” (Rodríguez Zúñiga, 2014: 184). Insiste allí con la demostración de que

no figura en el activo de Alemania ni un solo movimiento serio a favor de la paz, sino palabras vanas. En cambio, todos los actos que, poco a poco, han orientado la crisis hacia la guerra han sido: o queridos directamente por ella, o realizados con su apoyo y complicidad (Rodríguez Zúñiga, 2014: 184).

Durkheim y su colega concluyen:

En resumen, no hay un gesto serio de paz por parte de Alemania, sino nada más que palabras vanas. Al contrario, todos los actos que han ido transformando gradualmente la crisis en guerra –nota austriaca, rechazo de cualquier extensión la demora, la declaración de guerra contra Serbia, el rechazo de las transacciones propuestas, la primera convocatoria a Rusia, el ultimátum seguido por la declaración de guerra– todo esto fue directamente querido por ella o hecho con su apoyo y complicidad. Al principio está detrás de Austria, que apoya la política agresiva; entonces, una vez que ha tomado el asunto en sus propias manos, también toma las decisiones y lo impone a su aliado, luego vacilante y preocupado. Así que ella es la culpable (Durkheim y Denis, 1915: 33/61).

Durkheim imputa al gobierno de Alemania por este extravío, como vimos, habida cuenta de que considera sus actitudes como “bárbaras”, pues atacaban y exponían al peligro “no sólo a Francia, sino a los valores humanos en su conjunto (la civilización)” (Taurel, 2012: 14). Finalizan el escrito, diciendo: “Pero lo obvio que es que los hechos son abrumadores, para que se imponga a aquellos que no pueden reconocerlo sin sufrir cruelmente!”. Durkheim insiste con el recurso de hacer “hablar” los datos como muestra de cientificidad para colocar al gobierno alemán “como el autor responsable de la terrible calamidad sufrida por todos los pueblos de hoy” (Durkheim y Denis, 1915: 63). En la introducción, los autores procuran aclarar a los eventuales lectores que eran conscientes de ser jueces y partes en el litigio; luego de la advertencia y como garantía de su seriedad intelectual y política, informaban que se sujetarían a “un relato objetivo y completo de los acontecimientos, sin añadir apreciación alguna” para luego “deducir conclusiones” en el momento en que le sería fácil al leyente “comprobar, por la exposición que los preceda, los resultados a los que hayamos llegado” (Durkheim, y Denis, 1915: 5; Lukes, 1984: 541). De manera semejante buscó exhibir objetividad al recorrer la línea del pensamiento alemán con su obra “Alemania por encima de todo: La mentalidad alemana y la guerra”. Allí dio cuenta de una argamasa ideológica que caracterizó como la fuente del militarismo, considerando a Henri von Treitschke (1834-1896) como un mentor principal, especialmente un libro, “Politik”, que fue publicado luego de su muerte compilando todos sus ensayos políticos:

Nada mejor podemos hacer, pues, que tomarle por guía; según su exposición haremos la nuestra y aun insistiremos en dejarle hablar, desapareciendo nosotros tras él para no estar expuestos a alterar el pensamiento alemán con interpretaciones tendenciosas y apasionadas (Durkheim, 1989: 200).

Nuevamente, en búsqueda de ostentar ecuanimidad, Durkheim insistió con la táctica de “dejar hablar” a sus fuentes. No vaciló en subjetivar, en última instancia, la causa principal del conflicto: “Como ocurre con todos los acontecimientos históricos, la guerra actual depende, en parte, de causas profundas y lejanas” (Durkheim y Denis, 1915: 3). Advirtió que pasados los acontecimientos llegaría el turno para que los historiadores hallaran otros motivos y condiciones para explicar la génesis de la guerra, pero aseveraba que

cualquiera que sea la importancia de estas causas, no son eficaces por sí mismas. Para que produzcan sus efectos es menester que voluntades humanas se presten a su acción. Para que estalle una guerra es necesario que un Estado la quiera, y a este incumbe la responsabilidad de dicha guerra (Durkheim y Denis, 1915: 3) (Rodríguez Zúñiga, 2014: 183-184).

Resulta interesante recordar que Durkheim no buscaba explicar las guerras según leyes del desarrollo histórico y sugería, en cambio, por su carácter siempre irrepetible, relatar preferentemente su advenimiento:

Las guerras, los tratados, las intrigas, los actos de los hombres de Estado son combinaciones que jamás son parecidas a ellas mismas; no se puede más que Las guerras, los tratados, las intrigas, los actos de los hombres de Estado son combinaciones que jamás son parecidas a ellas mismas; no se puede más que relatarlas y, para bien o para mal, ellas parecen no proceder de ninguna ley definida. Se puede decir, en todo caso y con certeza, que si tales leyes existen, ellas son las más difíciles de descubrir (Durkheim, 1975: 147).

Vemos que Durkheim no abandonaba su tesis. Esta dimensión explicativa de las hostilidades fue la que lo llevó a recorrer y rebatir, entonces, las ideas de Treitschke. Explicó allí que eligió a este contendiente como blanco principal de sus cuestionamientos, no por “el valor que se le pueda atribuir como sabio o como filósofo. Por el contrario, si nos interesa es porque su pensamiento es más bien el de una colectividad que el deun hombre” (Durkheim, 1989: 205-206). Entendía que Treitschke no era

un pensador original que ha elaborado en el silencio de su gabinete de trabajo un sistema personal, sino un personaje eminentemente representativo e instructivo en este concepto. Muy unido a la vida de su tiempo, expresa la mentalidad de su ambiente. Amigo de Bismarck, que le hizo llamar en 1874 a la Universidad de Berlín, gran admirador de Guillermo II, fue uno de los primeros y más fogosos apóstoles de la política imperialista. No se ha limitado a traducir en resonantes fórmulas las ideas que reinaban en torno suyo; ha contribuido más que nadie a difundirlas, tanto por la palabra como por la pluma y como periodista, profesor y diputado en el Reichstag, a esa tarea se ha consagrado. Su elocuencia áspera y colorista, abandonada y persuasiva tenía, especialmente sobre la juventud que en torno de su cátedra se reunía, una prestigiosa acción. Ha sido uno de los educadores de la Alemania contemporánea y su autoridad no ha hecho sino engrandecerse después de su muerte (Durkheim, 1989: 205-206; Sidicaro, 2010: 149).

Desde esta usina de pensamiento brotaba una exaltación de la guerra y la defenestración de la utopía kantiana de la “paz perpetua” (Durkheim, 1989: 200-201). El embate de Durkheim se dirigió contra la apología de la guerra y el menosprecio de la paz. Treitschke, afirmaba:

La guerra no solamente es inevitable: es moral y santa. Es santa, primero, porque es la condición necesaria para la existencia de los Estados y porque sin Estado la humanidad no puede vivir. «Fuera del Estado la humanidad no puede respirar». Pero es santa, también, porque es la fuente de altísimas virtudes morales. Ella obliga a los hombres a dominar su egoísmo natural, ella los eleva hasta la majestad del supremo sacrificio, el sacrificio de sí mismo. Por ella las voluntades particulares, en lugar de desparramarse para perseguir fines mezquinos, se concentran para las grandes cosas, «y la pequeña personalidad del individuo se borra y desaparece ante las vastas perspectivas que abarca el pensamiento del Estado». Por ella «el hombre saborea la alegría de comulgar con todos sus compatriotas, sabios o simples de espíritu en un mismo y único sentimiento y el que ha saboreado esta felicidad no olvida jamás lo que tiene de dulce y reconfortante». En una palabra: la guerra implica un «idealismo político» que arrastra al hombre a superarse a sí mismo. La paz, por el contrario, es el «reino del materialismo»; es el triunfo del interés personal sobre el espíritu de abnegación y de sacrificio, de la vida mediocre y vulgar sobre la vida noble. Es la renuncia «perezosa» a los grandes designios y a las grandes ambiciones. El ideal de la paz perpetua no solamente es irrealizable, sino que es un escándalo moral, una verdadera maldición (Durkheim, 1989: 200).

Como consecuencia de esta matriz de pensamiento, aseguraba Durkheim, se alimentaba la “fogosa política imperialista” (Sauquillo, 1992: 248), pues atentaba contra los criterios de racionalidad que debían prevalecer en las acciones de lo que para el sociólogo francés debía ser un Estado republicano (Sidicaro, 2010: 150). Este perfil estatal dejaba entrever un tema que soslayó en su construcción teórica anterior: “no abordó el problema de que un Estado legislador hacia dentro podía parecer hacia afuera como un Estado poderoso que no se dejaba someter a ninguna ley” (Joas, 2005: 179). Por eso reflexionaba sobre la relación del Estado con sus ciudadanos y con las leyes internacionales, para subrayar el desprecio del Derecho internacional y del Derecho de Gentes que esgrimía el régimen alemán. Frente al Estado, Durkheim defendía una sociedad civil fuerte y en lo referido a las pretensiones estatales por generar una homogenización de la “conciencia colectiva” defendía la pluralidad (Beriain, 2005: 98). Reseñó su concepción del Estado para comparar esa mirada con la de Treitschke, mostrando como corolario profundas diferencias (Rodríguez Zúñiga, 1989: 196). Durkheim entendía, finalmente, que la Gran Guerra era improbable de explicar sin la presencia de esa mentalidad encarnada en una formación estatal que se colocaba por arriba de todo y todos, sin contemplar que “un Estado no puede sostenerse cuando tiene a la humanidad en contra suya”. Por eso, concluía que la humanidad enfrentaba un claro caso de “patología social”. ¿Cuáles eran sus expectativas frente a la anomalía? Argumentó que Alemania no podía lograr su cometido “sin impedir a la humanidad que viva libremente”, pero confiaba en que

la vida no se deja encadenar para siempre. Se la puede contener y paralizar por una acción mecánica durante algún tiempo, pero acaba siempre por recobrar su curso, rechazando hacia las orillas los obstáculos que se oponían a su libre movimiento (Durkheim, 1989: 227).

Con ilusión evaluaba que la humanidad sólo podía ser detenida en su progreso de manera temporal, para recobrar una y otra vez su rumbo. Veía al agresivo poder alemán como un episodio transitorio (Lukes, 1984: 543). Visualizaba en la política alemana elementos que lo retrotraían a las sociedades donde prevalecía la solidaridad mecánica; era, consideraba, “un intento organizado de volver de la solidaridad orgánica a la mecánica” (Eulriet, 2010: 68; Malešević, 2010: 5). Tal pretensión, dictaminaba, resultaba improbable, retomando con esta afirmación el optimismo heredado de los pioneros de la sociología que, no obstante las zozobras, Durkheim lo conservó durante todo el transcurso de la guerra (Durkheim, 1989: 228) (Lukes, 1984: 540). En última instancia imaginaba que la época de guerra que le tocaba transitar no implicaba “una sentencia a muerte del ideal pacifista” (Joas, 2005: 101).

ALGUNAS PREGUNTAS Y PALABRAS FINALES

Estos pronunciamientos de Durkheim recibieron varios cuestionamientos. Uno de ellos refiere a la existencia de contradicciones entre las premisas de su sociología y el sustento intelectual de sus páginas “guerreras”. Obviamente, como veremos, existen otros señalamientos de debilidades e inconsistencias, aunque no todas las evaluaciones de esta producción son adversas. Su lectura genera diversas cavilaciones que se desprenden de varios interrogantes: ¿Obedecen al desarrollo de su propio discurso científico o son mensajes coyunturales concebidos como “armas” para la guerra? ¿Conforman parte de un camino teórico sistemático o son producto de un circunstancial alineamiento? ¿Su patriotismo desgarró sus premisas teóricas? ¿Su ideario pacifista cambió al calor de las batallas?5 ¿Los pensamientos sobre el Estado se corresponden con un desarrollo de su teoría o son la adaptación a una necesidad política por la irrupción de la guerra? ¿Modificó su teoría del Estado para favorecer la ideología de guerra francesa? (Sauquillo, 1992: 248). ¿Durante el conflicto mantuvo su activismo republicano o viró hacia el nacionalismo? ¿Su actitud militante en defensa de la patria puso en crisis la ruta teórica que acuñó por años? ¿El servicio de la patria relegó la ciencia? ¿Perdió el eje de su elaboración teórica?

Uno de los reproches más extendidos afirma que desarrolló el tipo de trabajo que había criticado de forma recurrente. Colette Vesey se ubica en esta posición. Evalúa que la eclosión de la Gran Guerra marcó el final de una etapa en su pensamiento y acción “como un crítico social desinteresado” por las pugnas sectoriales, inspirado únicamente en la defensa de los “principios de la verdad y la justicia”; en contradicción con este ideario, entonces, tomó partido. Esta actitud de aportar al bando nacional francés en la guerra, aunque con una pretendida justificación humanitaria y democrática, incluso científica, “parece completamente en contradicción con el tipo de ideas que había desarrollado a lo largo de su obra” (Vesey, 2014: 392, 401, 404, 403, 405).

Tom Bottomore testifica que los dos trabajos principales de Durkheim sobre la Primera Guerra Mundial evidencian un “desprecio total, asombroso para un sociólogo, por las causas sociales de la guerra”; asimismo, argumenta, Durkheim estudia únicamente “ideas”, desdeñando las causas materiales que favorecieron el conflicto: “hace un análisis idealista que no se condice con la observación de los «hechos sociales» que pregonaba” (Fenton, 1984: 97).

Luis Rodríguez Zúñiga con dureza sentencia que Durkheim ofreció una explicación escasamente científica de la guerra; enfatiza este déficit al señalar que la mentalidad a la que le atribuye peso explicativo “queda como flotante, inexplicada”, y añade:

Una vez más, pues, la autonomía que Durkheim concede a la conciencia colectiva y su no articulación con la “base material” de las sociedades produce el resultado conocido: proponer como explicación lo que, en rigor, debe ser explicado” (Rodríguez Zúñiga, 2014: 188)

Hans Joas llama la atención sobre el “excesivo alarde de su falta de prejuicios” a la hora de hablar sobre la neutralidad valorativa de sus artículos durante la guerra y, entre éstos y sus obras anteriores, constata que “la contradicción inherente en su cosmovisión sería explícita”, pues la guerra se “sustrajo en buena parte a sus categorías”, aunque “Durkheim se esforzó todo lo que pudo para que sus ideales normativos no cayeran en el remolino de las ideologías nacionalistas”. Por eso Joas concluye que, más allá de los avatares que implicó la conflagración, no se debe dudar de sus convicciones pacifistas (Joas, 2005: 101-102, 179). Ricardo Sidicaro arguye que en las notas de Durkheim durante la guerra “el científico y el propagandistase fusionaban bajo la primacía del segundo”, perdiéndose su sociología, con la excepción de “Alemania por encima de todo” donde se encuentran razonamientos de carácter sociológico, acompañados de cierta manipulación reduccionista del complejo pensamiento de Treitschke (Sidicaro, 2011: 240-242). Graciela Inda encuentra que el esfuerzo de Durkheim por conciliar el nacionalismo con el pacifismo es “titubeante” (Inda, 2009: 31).

Vistas estas objeciones y enumeraciones de contrariedades, podemos decir que Durkheim, quizá, quedó esclavo de sus propias palabras, como se puede colegir al recordar una proposición teórica presentada en “La educación moral”: “…las guerras, al estimular el patriotismo, acallan las preocupaciones privadas; la imagen de la patria amenazada toma en las conciencias un lugar que no ocupa en tiempos de paz…” (Durkheim, 1997: 83). No obstante, como afirmé, hay estimaciones favorables.

Robert Alun Jones opina que Durkheim “no se vio afectado por la histeria de la guerra y, aunque siempre patriota, nunca fue un nacionalista” (Alun Jones, 1986: 23).

Steven Lukes reivindica el artículo compartido con Denis “¿Quién quiso la guerra?”, pues si bien reconoce que fue un “panfleto de guerra”, su explicación resultó compartida por varios analistas rigurosos, aún transcurrido muchos años, “superando admirablemente el paso del tiempo” (Lukes, 1984: 542).

Edward Tiryakian explica que Durkheim pudo sobreponerse a sus inquietudes o sentimientos personales en “Alemania por encima de todo”, para exhibir un análisis que “sigue destacándose por el mismo enfoque objetivo de los hechos sociales que constituía un precepto cardinal de su metodología”. Agrega, inclusive, que hace allí

una aplicación innovadora del estudio de un «carácter nacional», adelantándose en treinta años a tentativas similares de científicos sociales norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial (como el de Ruth Benedict, El crisantemo y la espada, dirigidos a descifrar el código cultural del enemigo a partir de éste) (Tiryakian, 1988: 258).

Concluye Tiryakian, que de esta manera se observa cómo “Durkheim se atuvo hasta el fin a los cánones de sus principios metodológicos” (Tiryakian, 1988: 258).

Irène Eulriet, por su parte, juzga que en los escritos aquí transitados Durkheim demostró, basado en ideas sociológicas claves, la posibilidad de identificar las características propensas a la guerra en el sistema de representaciones de los grupos en guerra, así como la factibilidad de detectar las tendencias sociales más amplias con las que este sistema colisionará (Eulriet, 2010: 70).

Frédéric Ramel ve en “Alemania por encima de todo” un “libro de circunstancias” y, sin embargo, encuentra allí el enfoque sociológico general de Durkheim. Entiende, por ende, que durante el conflicto Durkheim no suspendió su actividad científica, ya que la guerra le ofreció una oportunidad para aplicar sus herramientas conceptuales. Justamente, esta tendencia se evidencia, según Ramel, en la renuencia a explicar el estallido en términos geopolíticos para enfatizar “un razonamiento eminentemente sociológico más allá del carácter propagandista”. Contrasta este escrito con “¿Quién quiso la guerra?” donde, como vimos, recalcó la intransigencia alemana desde julio de 1914 que desató la guerra, pero en su opinión lo hace de manera descriptiva sin aplicar los conceptos sociológicos que animaban su teoría. Concluye, entonces, que este folleto es de menor interés en comparación con el anterior (Ramel, 2004: 740).

Josetxo Beriain estima que Durkheim nunca perdió su vocación republicana y su juicio acerca de la misión que tenía Francia en la guerra no implicó un “acto de defunción del ideal pacifista” (Beriain, 2005: 98).

Con independencia de cada posicionamiento, queda la incógnita sobre el destino que hubiera adquirido su creación teórica luego de la guerra, pero lamentablemente también lo tuvo como una de sus víctimas. El documento postrero de Durkheim en el contexto de la guerra, que fuera lo último que publicó en vida, permite efectuar algunas conjeturas. Me refiero al ya citado artículo “La política del mañana”, redactado durante 1916 y divulgado en abril de 1917 en el diario La Dépêche de Toulouse, periódico portavoz del pensamiento republicano radical, hecho público siete meses antes de su deceso (Queiroz, 2011: 225). Durkheim efectúa suposiciones sobre el impacto de la guerra en las relaciones sociales, especialmente en la economía (Eulriet, 2008: 179). Muestra allí sorpresa por la vivacidad del “sentido de lo social” que la guerra había puesto al descubierto por la integración que promovía al grupo social. Registra que la guerra creaba nuevas formas de solidaridad:

Preguntado acerca de sus puntos de vista sobre la política de la posguerra, él entiende la guerra como un pasaje: la guerra favorece la transición de un estado social a otro o, más precisamente, de una forma del Estado a otra. De hecho, Durkheim lo ve como una solución a un problema que había estado pendiente desde la revolución francesa, a saber, la organización de la economía por parte del Estado. En otras palabras, Durkheim descifra la guerra como útil (Eulriet, 2010: 69).

¿Esta conclusión, que implicaría entrar en colisión con los cimientos de su sociología, entraña una evolución de su pensamiento hacia otro horizonte? Parece que no, ya que no retira el cuestionamiento a la idea que torna a las guerras como inevitables. Por otra parte, es fácil redescubrir otros temas presentes en los primeros trabajos de Durkheim y algunas proyecciones para la posguerra que destacan la importancia, nuevamente, de la cuestión moral en la organización (reorganización) de lo social y proyecta una moralidad para el futuro basada en la integración de la nación, teniendo en cuenta el peso de la historia junto a los ideales de justicia y humanidad (Mergy, 2000; Eulriet, 2008: 179/181). La orientación de la publicación en vísperas de la paz parece retomar la línea de su sociología y convicciones políticas, pero especular sobre la cuestión, en definitiva, sólo es “una tentadora invitación para entregarse al fantaseo” (Tiryakian, 1988: 259).

Material suplementario
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Notas
Notas
1 Acerca de la cuestión del nacionalismo en Durkheim véase Santiago, 2012. Sobre su postura respecto del internacionalismo y la esperanza puesta en la clase obrera ante el riesgo de una guerra, consultar Durkheim, 1906.
2 Sus colaboradores Maxime David, Antoine Bianconi y Robert Hertz cayeron en combate. Recordemos, asimismo, que la mayoría de los alumnos fueron reclutados para la guerra. Nada menos que 293 estudiantes de la Escuela Normal Superior se alistaron en las fuerzas armadas francesas sobre un total de 342; de los cuales 104 murieron en los campos de batalla. Su yerno y 5 sobrinos integraban el ejército, al igual que su hijo André, que perdió la vida durante la guerra en las trincheras del frente de Salónica en abril de 1917, circunstancia que, según varias opiniones, lo llevó a su muerte el 15 de noviembre de 1917 (Lukes, 1984: 540; Lacroix, 1981: 170-171; Riley, 2014: 23-24). Sobre la relación de Emilio Durkheim con su hijo durante la guerra, su padecimiento, las cartas de Durkheim con Marcel Mauss sobre el tema y el historial militar de su hijo resulta muy interesante el artículo de Kermoal, 2012.
3 En 1915, además, Durkheim presentó un artículo, “La Sociologie”, en un compendio titulado “French Science”, publicado por el Ministerio de Educación Pública y Bellas Artes de Francia para ser presentado en la “Exposición Universal e Internacional de San Francisco”. Se lo suele interpretar como un texto de carácter sociológico, indemne a la coyuntura de la guerra. Es menester señalar, sin embargo, que Durkheim allí jerarquizó en un lugar pionero a los estudios franceses en el área de las ciencias del hombre en comparación con la investigación forjada por los alemanes.
4 Un periodista del Libre Parole acusó a Durkheim ser un espía alemán, reproche posteriormente utilizado por el senador M. Gaudin de Vilaine para convocar a una investigación parlamentaria sobre la situación de los franceses de ascendencia extranjera “como Durkheim” (Lukes, 1984: 549).
5 Estas dos últimas preguntas tiene como referencia a Inda, 2009: 9-28.
Notas de autor
Licenciado y profesor de Sociología. Investigador del Instituto Gino Germani. Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Profesor de varias asignaturas en las carreras de Sociología Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Director de Cuadernos de Marte. Revista de Sociología de la Guerra del Instituto Gino Germani. Miembro del Comité Académico de la Revista Conflicto Social del Instituto Gino Germani.
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