Dossier

NI GUERRA NI PAZ: VIOLENCIA PERPETUA

FLABIÁN NIEVAS
UBA, Argentina

NI GUERRA NI PAZ: VIOLENCIA PERPETUA

Diferencias. Revista de Teoría Social Contemporánea, vol. 1, núm. 6, 2018

Universidad de Buenos Aires

Recepción: 12 Marzo 2018

Aprobación: 17 Mayo 2018

Resumen: En este artículo planteo cómo se ha reestructurado la violencia colectiva organizada en los últimos años, razón por las que habitualmente cuesta identificar los procesos violentos como tales y se codifican algunos eventos en torno a una supuesta naturaleza in-humana. Estas transformaciones son fundamentalmente sociales, asociadas a la nueva etapa del capitalismo, y se asientan en las nuevas tecnologías.

Palabras clave: GUERRA, VIOLENCIA, ESTADO.

Abstract: In this article, I propose how collective organized violence in recent years has been restructured, which is why it is usually difficult to identify violent processes as such and some events are coded around a supposed un-human nature. These are fundamentally social transformations, associated with the new stage of capitalism, and they are based on new technologies.

Keywords: WAR, VIOLENCE, STATE.

La guerra es el ejercicio de la violencia de manera colectiva y organizada entre, al menos, dos grupos humanos. Desde mediados del siglo xvii la misma fue crecientemente monopolizada por los Estados, aunque nunca de manera total. Tras la “Guerra de los Treinta Años”, que devastó lo que actualmente es Alemania, se redujeron los ejércitos privados hasta su desaparición (Parker, 2004). Los Estados comenzaron a tener sus ejércitos estables con los que resguardar sus fronteras y sus intereses (que podían incluir vulnerar otras fronteras). Con el transcurrir del tiempo fue el arte de la guerra se fue profesionalizando y tecnificando. De las hachas, machetes y lanzas que eran, en el mejor de los casos, adaptaciones de herramientas de trabajo, se pasó a las armas de fuego, y éstas progresaron hasta ser artefactos complejos exclusivamente para uso militar, como los tanques de guerra. El tipo de guerra resultante, el interestatal, llegó a su punto de mayor despliegue en la mitad del siglo pasado, con la Segunda Guerra Mundial. Significativamente, en dicha contienda desempeñaron un papel destacado organizaciones partisanas, es decir, formadas por fuera del Estado. Como en todo fenómeno, en el cénit comienza el ocaso. La guerra interestatal comenzó, desde allí a declinar en lo que restaba del siglo. ¿Qué significa, exactamente, esa declinación? Fundamentalmente dos cosas, fue mermando en frecuencia, y fue variando en su naturaleza. Las guerras interestatales se fueron tornando cada vez más inusuales. Malvinas ha sido, con seguridad, la última guerra que corresponde a los cánones del fenómeno teorizado por Clausewitz: entre Estados nacionales. En la década siguiente, las múltiples guerras de los Balcanes no fueron entre Estados sino por la formación de los mismos, aunque luchaban ejércitos regulares o cuasi regulares. Pero el ícono del cambio fue el ataque a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. No es que ocurriera algo significativamente nuevo y diferente, ya que el proceso de desmonopolización estatal de la guerra había ido desarrollándose de manera progresiva a lo largo del siglo pasado, por lo menos, con claridad, desde la Segunda Guerra Mundial con el despliegue de formaciones partisanas.¹ La singularidad fue la presentación ante el gran público de un nuevo enemigo mundial —otrora el comunismo—: el terrorismo, con sus variantes ad hoc, el narcoterrorismo y, asociado, el crimen organizado.

El ataque a Estados Unidos, más allá de su espectacularidad, solo tuvo significación militar en el menos recordado: el del Pentágono, el centro neurálgico del aparato militar estadounidense. Las Torres Gemelas, mucho más recordadas, tuvieron solo impacto mediático y moral. No obstante, una consecuencia no buscada por los atacantes fue el despliegue de una serie de procesos que transformarían de manera radical la apreciación de la guerra.²

El gobierno de Estados Unidos declaró una absurda “guerra al terrorismo”, desatinada toda vez que el terrorismo no es un enemigo sino un método, y no se puede combatir un método. Es más, ni siquiera se lo puede juzgar moralmente, ya que cada bando pelea con las armas, las tácticas y los medios que puede y/o quiere.³ No obstante, la violencia colectiva organizada se configuró de una nueva manera. La falta de evidencia empírica devino en una moralización de la violencia, construyendo un “eje del mal” y retomando una vieja tematización sobre la “guerra justa”, originalmente propuesta por Tomás de Aquino, devenido luego santo Tomás. Esta apreciación medieval fue uno de los primeros intentos de regulación de la guerra, sustituido por el derecho de gentes, y éste, por el derecho internacional. 4

De este modo, el derecho internacional quedó derogado de hecho, aun cuando está formalmente vigente. En la llamada “guerra contra el terrorismo” se reintroducen, abierta e indisimuladamente, prácticas premodernas, como la tortura, la acusación secreta, el principio de sospecha, la presunción de culpabilidad.5 Los argumentos de Verri ([1777] 1977) y de Beccaria ([1764] 1984) no fueron refutados, sino simplemente ignorados y, en consecuencia, desmontados del aparato de legitimación del uso de la fuerza punitiva.

Debería llamar la atención el desplazamiento del uso de la fuerza militar: de la confrontación a lo punitivo. Pero se naturalizó la respuesta de Estados Unidos contra Afganistán: castigo por albergar a Osama bin Laden en dicho país. No se planteó como una relación entre iguales (Estados soberanos) sino una relación jerárquica en la que quien detenta el poder actúa imponiendo sus condiciones, ya que no reglas, dado que estas últimas no están estipuladas ex ante. A partir de ese punto, claramente se disocian la regla de la norma: la primera, explicitada en regulaciones legales poco o nada eficaces, y las segundas, como patrones de acción efectivos.

LA REESTRUCTURACIÓN DE LA VIOLENCIA COLECTIVA ORGANIZADA

La permanencia de Fuerzas Armadas regulares, incluso el desarrollo tecnológico aplicado a las mismas, parecieran indicar que la guerra interestatal sigue estando latente. Y esto no puede desmentirse, pero la probabilidad de su concreción es tendencialmente decreciente debido a dos factores preponderantes: la enorme asimetría militar entre Estados poderosos y Estados pobres, por un lado, y por otro, la cantidad de mecanismos multilaterales de coacción para que los Estados desistan de la opción militar para resolver sus conflictos. Esto ha operado en la notable merma de guerras interestatales que se observa desde al menos el último cuarto del siglo pasado, pero esto no equivale a afirmar que han mermado las guerras. Conviene pensar en términos de variación en la forma en que se estructura la violencia colectiva organizada. Para comprender mejor esta reestructuración, aunque pueda parecer ocioso, conviene recordar la arquitectura de la violencia en el dispositivo Estado-nación, para contraponerlo al diagrama actual. En la forma Estado-nación, se reorganiza la legitimidad de la violencia, cuyo monopolio pretende el aparato estatal, deslegitimando, en consecuencia, toda forma de violencia popular, a la que se la reduce a la condición de delito. La violencia estatal, en tanto, adopta dos formas bien diferenciadas y mutuamente excluyentes: la gestión de la misma en el interior del territorio, quedó circunscripta a la policía y, eventualmente (en algunos países) a las fuerzas de seguridad. La violencia inter pares se concentró en las Fuerzas Armadas, cuerpos profesionales especializados que desarrollaron una alta capacidad de destrucción. De este modo se estableció una nueva, por entonces, forma de gestión de la violencia, ya que hasta ese momento, al menos en Europa (que es donde surgió la forma Estado-nación), lo corriente era la contratación de ejércitos mercenarios (condottieri, lansquenetes, etc.) para resolver tanto las tensiones internas de las unidades políticas como los pleitos entre príncipes (Münkler, 2005; Trease, 1973).

A partir de entonces (estamos situándonos en un proceso que en la Europa occidental se desarrolló entre mediados del siglo xvii y principios del xviii) cada Estado procuró sostener de manera permanente un ejército profesional, hecho novedoso entonces, pero muy natural a nuestros ojos.

La especialización de tareas entre las fuerzas, diferenciadas en la violencia interna y externa al territorio estatal se profundizaba en la medida en que se desarrollaron técnicas y materiales específicos para las tareas de cada una. Incluso de pude afirmar que los saberes específicos fueron haciéndose mutuamente irreconocibles e inconciliables; los ejércitos fueron desarrollando sus doctrinas y hasta su propia teoría (Clausewitz [1832] 1983) tempranamente. Las policías evolucionaron en sus saberes un poco más tardíamente, y recién hacia la segunda mitad del siglo xix e inicios del xx comenzaron a establecerse biotipos y técnicas específicas como la fotografía judicial y la organización de las huellas dactilares (Mattelard, 2009), la generalización de los documentos de identidad (About y Denis, 2011) fueron definiendo un campo específico.

Esta segmentación y especificidad de las formas de violencia legitimada no siempre se pudo sostener. En momentos de agudas crisis políticas solían utilizarse los ejércitos para la represión interna. Las Comunas de París, Lyon, Saint-Etienne, Le Creusot, Marsella, Toulouse y Narbona son un claro ejemplo de ello en el siglo antepasado (Lissagaray [1876] 1971). Pero estos hechos, excepcionales, tendieron a ser más frecuentes en determinadas regiones del planeta en la segunda mitad del siglo pasado, en particular en Asia y África, como parte del proceso de descolonización. Esta creciente regularidad, como cualquier fenómeno recurrente, ofrece la posibilidad de buscar invariantes y establecer, si es posible, nexos de causalidad. Es entonces cuando va a surgir la entonces llamada doctrina de la guerra revolucionaria, luego llamada doctrina contrainsurgente. Fueron militares franceses sus principales impulsores, aunque, por supuesto, el conocimiento no tiene fronteras políticas. En función de la experiencia acumulada en la guerra de Indochina y, a continuación, de la de Argelia, comenzaron a sistematizar observaciones y prescripciones sobre cómo actuar contra las insurgencias locales (Visacro, 2009). Estas teorizaciones originarias, que datan de la década del ’50 del siglo pasado, se encuentran en gran medida sintetizadas por Trinquier ([1961] 1977). Pero no se trata de una teoría circunscripta a Francia. Rápidamente se expandió en diferentes direcciones, teniendo particular y favorable recepción en Argentina, como antesala a su llegada a Estados Unidos (Robin, 2005).

En la medida en que la actividad política de una población no era aceptada se usaba contra la misma la represión policial, pero esto no siempre tenía efectos disuasorios; en muchas ocasiones (en especial en los nudos espacio-temporales mencionados, Asia y África, décadas de los ’50 y ’60, aunque no sólo en ellos) las poblaciones comenzaban o incrementar su resistencia a regímenes que consideraban opresores. La respuesta usual de los gobiernos fue (por orgullo, intereses y/o imprudencia) la asignación a los ejércitos de las tareas propias de las policías (o fuerzas de seguridad) sobrepasadas por la acción de los insurgentes. Como se observa, no es un fenómeno ineluctable. Se puede, mejor, caracterizarlo como un fenómeno de época. De esta manera se iba consolidando una nueva forma de guerra.

Esta nueva forma de guerra, en la que el enemigo es parte de la propia población, hace que los cuerpos especializados en la confrontación inter pares actúen en un tipo de operaciones para el cual no están preparados ni equipados. Submarinos, tanques de guerra, aviones caza, cañones, son elementos inadecuados cuando se enfrentan con parte de una población civil. Fueron readecuándose saberes y procedimientos: de los mapas topográficos se pasó a los mapas políticos. Pero de fondo operaba una mutación más profunda. En la medida en que este tipo de guerra se desplazó de las colonias a Estados constituidos, comenzaron a socavarse los supuestos mismos sobre los que se fundó el dispositivo Estado-nación. La población propia pasó a ser blanco de las operaciones militares. De este modo el Estado se autonomiza del pueblo, que es la corporeidad de la nación. El desacople entre Estado y nación —que ciertamente nunca fue ni armónico ni estable, ni siquiera en su región de origen (Langewiesche, 2012)— es un fenómeno concomitante con el neoliberalismo y, probablemente, también sea, en gran medida, su condición de posibilidad. En dicho desacople, la mutación morfológica de la beligerancia ha sido un operador preponderante. Se trata de un fenómeno complejo cuya etiología y descripción detallada nos excede, pero que es necesario señalar. La nación albergaba ciudadanos, cuya pertenencia estaba dada por lazos anteriores a la existencia de cada sujeto. Con la nueva operatoria —y es lo que se expresa en las guerras contrainsurgentes— la población es dividida en ciudadanos y “apátridas” en función de su posicionamiento político. Pero incluso en los países en los que no hay insurgencia interna, este desacople se observa en la merma de “patriotismo”, que se expresa en la dificultad para el reclutamiento de personal militar.

LA ILUSIÓN DE LA GUERRA INCRUENTA

La guerra es una actividad que puede provocar tal repulsa, que suele generar la fantasía de que la misma es posible sin derramamiento de sangre. Esto no es algo nuevo, ya Clausewitz mencionaba esta tendencia y, pese a que la historia daba pruebas de lo contrario, advertía sobre la posibilidad de que la misma reapareciera. 6 Después de dos guerras mundiales pareciera que ya no podrían quedar dudas sobre los efectos de la guerra, no obstante, medio siglo después de la última de ellas, nuevamente se instala esta ilusión y la guerra se representa como un videojuego. Así se vio la primera guerra del Golfo Pérsico e, inmediatamente después, la guerra de Kosovo (Ignatieff, 2003).

Diversos motivos alimentan esta tendencia. En la actualidad parecen ser al menos dos los más importantes. Uno es el ya mencionado desacople entre Estado y nación, con la merma del nacionalismo y del patriotismo que tiene como efecto asociado. Otro es de carácter antropológico: al parecer, las sociedades predominantemente urbanas, por su distanciamiento con los ciclos vitales, tienen mayor aversión a la muerte que sociedades con mayor incidencia de la población rural. La combinación de ambas hace que los gobiernos alienten la ilusión de la guerra incruenta, sin muertos —entendiendo por tales a los propios—. Estas guerras fueron asépticas solo para una parte, que no las vivieron, sino que las vieron a distancia.

Refuerza esta tendencia la creciente utilización de artilugios automatizados: bombardeos a distancia (desde barcos o aviones), lanzamiento de misiles teledirigidos, utilización en el terreno de drones y/o robots, sistemas de sensores para el ametrallamiento automático de “intrusos” (RCWS), que suponen, por la distancia que se establece con el campo de acción efectivo de estas armas, que no existe el combate y, en consecuencia, el peligro para el bando que ejerce la violencia de este modo. Demás está decir que, pese a la pretendida precisión, ese tipo de fuego no distingue combatientes de no combatientes, destrozando por igual milicianos armados como población civil. Incluso los pretendidamente más precisos, como los drones, que son accionados manualmente a distancia —desde centros de operación ubicados en Estados Unidos— actúan probabilísticamente. 7 Esto vuelve inteligible los ataques en ciudades occidentales perpetrados por pequeños destacamentos, los que son presentados por los organismos de inteligencia —y replicados por la prensa— como actos de terrorismo. Bajo esta denominación se impone la figura del monstruo: el sujeto de apariencia humana pero esencia no humana, al que, en consecuencia, el lícito y necesario eliminar por cualquier método y sin importar regulación alguna, ya que no es humano. La determinación de quién es un terrorista se realiza mediante lo que el ex director de la CIA, general retirado Mike Flynn, llamó “análisis nodal”.

El análisis nodal, según creía Flynn, tendría «el efecto de revelar la infraestructura física de un enemigo hasta entonces poco conocido a propósito de aspectos como su financiación, sus reuniones, sus sedes, sus medios de comunicación y sus puntos de abastecimiento de armas. Gracias a la aplicación de ese análisis, la red investigada se vuelve más visible y vulnerable, lo que priva al enemigo de la ventaja asimétrica de privarnos de un objetivo identificable». En el mismo artículo en el que explicaba esa metodología analítica, Flynn añadía: «La recompensa de la aplicación de ese análisis es enorme, pero se requiere paciencia para permitir que la imagen de la red enemiga se vaya definiendo con el tiempo y para aceptar el riesgo asociado de que, durante ese largo intervalo, perdamos de vista la presa». Los miembros de la fuerza operativa llevaban a cabo «seguimientos de vehículos»,8 en los que vigilaban el movimiento de aquellos automóviles que creían que estaban siendo usados por insurgentes. En ocasiones, la fuerza operativa recurría a tres patrullas aéreas de combate para vigilar a un objetivo o a un grupo de personas. «No basta con tener varios ojos puestos en un objetivo; tiene que haber varios ojos puestos en el objetivo durante un periodo largo de tiempo», afirmaba Flynn. Ese enfoque permitía «mantener la vigilancia constante de un objetivo y, al mismo tiempo, ir elaborando el patrón de vida de la red a partir del análisis nodal y de los seguimientos de vehículos. Esto proporciona al comandante de la fuerza encargada de la eliminación más alternativas que la elección inmediata entre matar al objetivo observado o dejarlo ir sin más; con suficiente ISR [inteligencia, vigilancia, reconocimiento], un comandante de una fuerza de tierra puede demostrar una paciencia operativa mucho mayor y, con ello, dar tiempo a que se haga visible una red insurgente más amplia». (Scahill, 2013: 239/40) 9

Como se observa, se trata de construcción de un observable mediante técnicas que, en la asignación de la gestión de la violencia legítima del período esplendoroso del Estado nación, correspondía a la función policial. No es la única técnica policial. Se utiliza, también, el CTTL (acrónimo, en inglés, de “etiquetado, rastreo y localización clandestinos continuos”), que combina biometría, con un programa de reconocimiento facial a distancia —similar al que está incorporado en Facebook u otras aplicaciones domésticas—, con un “etiquetador biorreactivo”, aplicado discretamente a una persona en cualquier parte de su cuerpo en alguna circunstancia pública, que opera como una “huella térmica” identificable a distancia mediante una señal emitida por dicho componente, que permite al JSOC (Mando Conjunto de Operaciones Especiales) monitorear a dichos sujetos “a distancia, lo que le permitía seguir el rastro de las personas las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y los 365 días del año.” (Scahill, 2013: 240).

Esta pretensión de ejercicio unilateral de la violencia —que ha llevado incluso a pensar que “la violencia armada insiste en llamarse «guerra», mientras ha puesto la guerra fuera de combate” (Chamayon, 2016: 153)— expresa, en realidad, dos cuestiones: la desterritorialización de la violencia colectiva (que abordaremos más adelante) y la carencia de teoría que permita vincular hechos espacialmente distantes pero socialmente unidos, como pueden serlo los ataques “selectivos” con drones y los ataques con aviones, explosivos, armas de puño o, incluso, vehículos civiles, en puntos y momentos distantes, asignando a unos el valor de la seguridad y la justicia, y a los otros el disvalor de la inhumanidad.

Estamos frente a transformaciones fácticas en la gestión de la violencia estatal. Y no se trata de un fenómeno singular que afecta a algún país en particular. Es algo que afecta a los Estados nacionales de constitución más temprana, es decir, los occidentales. En la medida en que diferentes países asumen la lucha contra el terrorismo —aun cuando no se registren actividades terroristas en su territorio, tal como ocurre con nuestro país, y no es el único en esta situación—, estas prácticas comienzan a deslizarse en todos o la mayoría de ellos.

De manera complementaria y concomitante, las policías comienzan a militarizarse, contando con equipamiento personal, armamentos y vehículos “antimotines” de clara inspiración bélica, acompañados con la instrucción táctica correspondiente. Este es también un fenómeno creciente, que puede entenderse como parte de la tendencia que estamos analizando.

LA CONFIGURACIÓN EN LA GESTIÓN DE LA VIOLENCIA COLECTIVA

Hemos visto como ha mutado la violencia colectiva organizada en su cúspide, la guerra, y cómo la misma se ha reorientado de la forma clásica del Estado nación a una modalidad novedosa, que es la guerra contra el terrorismo, con algunas de las implicancias y modificaciones que esto conlleva. Pero inmediatamente por debajo de la figura del terrorismo está la del narco-terrorismo, un mix entre organizaciones terroristas y traficantes de narcóticos —siendo el caso paradigmático, pero no el único, el de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC-EP—. Sin abrir juicio sobre la irrealidad de esta figura, es una composición que tiene importancia analítica en sí misma, toda vez que articula al terrorismo —que persigue, en última instancia, un fin político— con una organización criminal, que es la del tráfico de estupefacientes. Justamente, este otro componente es el que aparece como inmediatamente inferior en la escala de problemas de la seguridad mundial: el crimen organizado.10 El crimen, en la composición original de la violencia, estaba en la esfera de la policía, no de la “seguridad global”, a la que acceden las Fuerzas Armadas. No implica un gran esfuerzo notar que por debajo del crimen organizado encontraremos el crimen común, cuya gravedad será mayor si son delitos “de sangre” que si son contra la propiedad.

Lo notable es que, a diferencia de lo configurado en la época moderna, ya no nos encontramos ante el binomio mutuamente excluyente: guerra – paz. Hoy tenemos, más bien, un continuo entre la mínima y la máxima carga de violencia, cuya intensidad está en relación directa con la agregación de cuerpos que congrega: se supone que un grupo terrorista está conformado por un mayor número de personas que un grupo dedicado al crimen organizado, entendiendo por “grupo” no sólo el restringido círculo de los participantes directos, sino las redes de simpatías y eventuales apoyos con que se cuenta. En el extremo opuesto, tenemos el pequeño delincuente individual. En este contexto es evidente que se experimentará un desajuste entre los marcos normativos elaborados para el imperio del Estado nación, y la cultura emanada de la nueva disposición social. Los principios fundamentales sobre los que se establecieron los pilares jurídicos estatales, hoy están derogados de facto. Así, el principio de inocencia mutó en la presunción de culpabilidad y, por lo tanto, se castiga ex ante; las garantías procesales son ahora “incordios garantistas”, y la proporcionalidad de la pena, en la perpetuidad punitiva. Todos estos contra-principios debidamente colectados y armonizados en lo que se conoce como “derecho penal del enemigo”, que pregona un cambio de paradigma jurídico.11 Esta nueva trama argumentativa organiza gran parte de lo que expresa el sentido común en Occidente en general, y en nuestra región en particular. En este nuevo universo, Guantánamo es la materialización de la utopía punitiva neoliberal: un “no lugar” en el que todo el derecho nacional e internacional queda suspendido, un hiato en las normas civilizatorias, un limbo jurídico y existencial, una punición indefinida (Reverter, 2004).

La violencia colectiva organizada ya no puede asimilarse al comercio —intercambio de equivalentes—, tal como la asociaban Clausewitz12 y Mahan13 sino como una especulación financiera: modulable,14 intempestiva, volátil. Se concentra y se disipa con gran velocidad, se relocaliza todo el tiempo, funcionando siempre como amenaza plausible. La enorme asimetría de recursos hace que no sea probable una guerra al estilo de las del siglo pasado. Estamos, podría decirse, ante la pesadilla de Schmitt: “Un mundo en el cual se hubiese eliminado y en el que hubiera desaparecido totalmente la posibilidad de la guerra, un globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la distinción del amigo y el enemigo, y, por tanto, un mundo sin política.” ([1932] 2006: 45). El terrorismo, en su concepción vulgar,15 no sustituye a los grandes enfrentamientos armados; constituye, a lo sumo, el embrión de la stásis,16 cuya evolución tiene velocidad, dirección y sentido indeterminados.

En el continuo de violencia, la misma está regulada según lógicas que ya no son las de la guerra (momento legítimo del conflicto) ni de la paz (momento ilegítimo del conflicto), gestionada por cuerpos aún inespecíficos (militares policializados o policías militarizados, según estemos en cadencias medio-altas o medio-bajas de violencia).

LA NUEVA ESPACIALIDAD

Existe un triángulo indisociable de tres aspectos de los entramados humanos: la violencia colectiva organizada, la disposición del poder y la arquitectura del espacio. Siempre el poder se manifiesta en la organización espacial, y los cambios en la misma indican variaciones en las relaciones de poder. Por otra parte, la vinculación entre poder y violencia es demasiado evidente como para argumentar sobre ella.

El espacio ha cambiado en el término de un siglo dos veces: hasta principios del siglo pasado la humanidad sólo había existido sobre la tierra (eventualmente desplazándose sobre el agua). El poder y la guerra, en consecuencia, se organizaba y transcurrían sobre una superficie plana. A partir de la irrupción del submarino y el avión, todo se vuelve tridimensional. 17 Esto supuso una completa revolución, primero práctica y luego conceptual. 18 La guerra fue la que vitalizó los desarrollos técnicos, y tanto el avión como el submarino, rápidamente alcanzaron un grado de confiabilidad y letalidad destacables. Las Fuerzas Armadas, hasta entonces organizadas en Ejércitos y Armadas, incorporaron las Fuerzas Aéreas. Sobre finales del siglo, la invención de una nueva tecnología, en pocos años conformó una nueva dimensión espacial, conocida como ciberespacio. Al igual que lo ocurrido casi una centuria antes, paulatinamente las Fuerzas Armadas de los distintos Estados comenzaron a abrir una nueva rama. A inicios del xx se abrió la tercera, a inicios del xxi se están abriendo las fuerzas electrónicas / cibernéticas. No se trata de un “agregado”, sino de una transformación profunda tanto en los diagramas espaciales previos 19 como en las formas de gestionar la violencia colectiva organizada como en las formas de poder y de inteligibilidad de la realidad. La violencia, como vimos, se ejerce a distancia, a veces por mecanismos automatizados —lo que permite realizar crímenes anónimos—. Pero la nueva dimensión espacial afecta toda la vida humana, y a las concepciones militares-punitivas, que crecientemente se centran en el control. Las personas estamos sometidas, en términos de Byung-Chul Han a la “dictadura de la transparencia”:20 todos nuestros actos son registrados o, al menos, registrables, incluso nuestros gustos y preferencias quedan perfectamente captados y procesados por algoritmos que inmediatamente nos invitan a consumir productos o servicios que apreciamos. Pero, de manera inversa, los capitales, que discurren libremente por la red, están protegidos por una opacidad impenetrable aportada por las empresas off shore y los “paraísos fiscales”. En esta dualidad se asientan los mecanismos de gestión de la violencia estatal: ellos mismos son opacos —desconocemos los registros sobre nuestra actividad— a la vez que actúan modulando los niveles de violencia física “necesaria”. La violencia se dosifica como una terapéutica política, aumentando su intensidad en la medida en que la resistencia crece, o vienen función de necesidades coyunturales o económicas.21

El ciberespacio es, por definición, un espacio globalizado. Por él circulan capitales sin ninguna restricción. Y también circulan malware. La lucha se da, en este plano, por interrumpir o mantener los flujos de información. Esto impacta de dos formas: la más directa son los sabotajes, como fue el célebre Stuxnet que atacó en 2010 la planta nuclear de Natanz, en Irán. Pero hay otro impacto más desapercibido aunque no menos importante —y quizás más—, que son las batallas de ciber-infantería: trolls que instalan escenarios cognitivos verosímiles, sin que sean necesariamente verdaderos.

La reorganización espacial no se agota en esta nueva dimensión, sino que, como en todo sistema complejo, modifica a la totalidad del sistema. En este caso, tanto la espacialidad como la concepción de la misma es la que varía. Y también la gestión de la violencia colectiva organizada. Las tradicionales concepciones de “frente”, “retaguardia”, “flancos”, “avance” o “retirada”, quedan invalidadas a partir de la modulación de la violencia que tiene, en su cúspide la guerra contra el terrorismo, en la que resultan improcedentes ya que se trata de un uso intensivo de la inteligencia. Pero aún en las operaciones urbanas más apegadas a lo tradicional, ha aparecido lo que se da en llamar “geometría urbana inversa”, inaugurada por las Fuerzas de Defensa Israelíes, y sustentada teóricamente en el pensamiento posmoderno. 22

Se trata de una nueva conceptualización del espacio: las tropas israelíes circulaban no por las calles, sino por el interior de las casas, haciendo boquetes y tomando como rehenes a sus habitantes para desarrollar los combates con tácticas de “enjambre”. 23 Debe tenerse en cuenta que todo esto se basa en pensamiento que aún no había incorporado a Internet como variable, por lo que, razonablemente, se lo puede considerar desajustado de los parámetros actuales. Una vez más, la humanidad muestra su creatividad para matar congéneres.

CONCLUSIONES

Ya no resultan operativos los conceptos de “paz” y “guerra” para captar el despliegue de la violencia colectiva organizada. La misma se aplica de manera modular, pudiendo concentrarse allí donde se detecta algún grado de resistencia, y desapareciendo cuando la resistencia se diluye. Ya no se puede localizar el mayor grado de violencia en los Estados; sus agenciamientos son innominadas coaliciones estatales-privadas, que pueden observarse con claridad en Siria, Libia, Irak, Afganistán, Kosovo, que son los mayores conflictos bélicos de las últimas décadas, con grados de violencia intolerables para los combatientes.24 En ellos actúan combatientes estatales, paraestatales y privados —de empresas militares—.

Estamos, entonces, frente a un diagrama de la violencia deslocalizada y modulada, que puede concentrarse de manera caótica, es decir, como efecto de causas nimias y coyunturales, al tiempo que se mantiene la tensión con formas más diluidas de la violencia, con figuras levemente degradadas, pero de idéntica esencia: desde el terrorista hasta el delincuente común, carecen de atributos humanos, lo que se “corrobora” por su acción. Esto explica los linchamientos o cuasi-linchamientos que suelen ocurrir.25 Por otra parte, permite también concentrar la violencia en sus diferentes formas, en lo que se conoce como guerra “híbrida”, en la que no se trata únicamente de poder de fuego, sino de la combinación de métodos: “medios convencionales, tácticas y formaciones irregulares, atentados terroristas, incluyendo violencia y coerción indiscriminadas, y desorden criminal” (Hoffman, 2007:14). Como se puede observar, es bastante importante el papel que desempeñan los aparatos de inteligencia, que son los producen y/o coordinan los atentados, la violencia criminal y el desorden generalizado. Claramente puede verse este tipo de conflicto en lo que se conoció como “primavera árabe”, y que fue difundida por los aparatos de inteligencia como una especie de fiebre democrática repentina y espontánea (con la excepción de Túnez, donde comenzó el proceso y que, efectivamente, tuvo un alto grado de espontaneidad), que las almas sensibles y cándidas del mundo compraron con total candidez, toda vez que se asentaba en el extendido prejuicio de que la democracia occidental es un valor positivamente valorado y deseado en todo el mundo. En dos de ellos, Libia y Siria, el despliegue de métodos violentos escaló a su máxima instancia, apareciendo incluso fuerzas estatales multinacionales. Es el caso, también, de la guerra de Ucrania (Baqués, 2015). Pero no siempre estas situaciones escalan a tal nivel, y no por ello son de una naturaleza distinta.

A diferencia de la configuración de la violencia colectiva que distinguía “guerra” y “paz” como estadios discretos y excluyentes, el diagrama actual es de un continuum en la que las figuras van mutando, adaptándose al entorno, pero de idéntica naturaleza. Ya no hay atributos explícitos que delimiten a los amigos y enemigos, como lo era, por ejemplo, la nacionalidad. Hoy son más laxos y móviles, en gran parte se asientan en el prejuicio popular: son enemigos aquellos que se visualizan como tales. Los hechos son, en el mejor de los casos, accesorios e interpretables. En este plano, podemos decir que el actual capitalismo ha logrado imponer, finalmente, la igualdad de oportunidades: todos somos candidatos para ser blancos eliminables, sin importar demasiado lo que digamos o hagamos.

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Notas

1 Estas formaciones fueron de muy distintos signos; además de las conocidas formaciones de maquis franceses y partisanos italianos, en Yugoslavia hubo una resistencia monárquica y la comunista de Tito; en Grecia, el EAM/ELAS (también vinculado al comunismo); una variopinta resistencia polaca, conservadores y antifascistas alemanes contra el régimen nazi; grupos anticomunistas letones; en Vietminh vietnamita; la resistencia de guerrilleros soviéticos al avance alemán, entre otros (cf. Gluckstein, 2013; Kalyvas, 2010; Bushkovitch, 2013; Clogg, 2016; Visacro, 2009).
3 Gassino y Riobó.
4 Un estudio muy pormenorizado de esta cuestión puede verse en Bellamy, 2009 Alex; Guerras justas de Cicerón a Iraq; un trabajo clásico sobre el tema, que recuperó esta noción en el siglo pasado, es el de Walzer ([1977] 2001).
5 Hemos desarrollado estas cuestiones en Bonavena y Nievas (2015)
6 “[…] en la época actual casi consideramos que en la economía de la guerra una gran batalla es un mal, que se hace necesario debido a algún error cometido, un estallido mórbido al que nunca hubiera conducido un sistema de guerra medianamente prudente. […] La historia contemporánea ha destruido esta ilusión, pero nadie puede garantizar que no aparecerá nuevamente en uno u otro lado […]” Clausewitz, 1983: 202.
7 Un informante clave contestó a la pregunta: “—¿Qué tipo de información de inteligencia bastaba para que ustedes dijeran «tenemos luz verde» [para llevar a cabo una operación de asesinato selectivo fuera de un campo de batalla declarado]?—La mayoría eran datos puramente circunstanciales —me respondió—. La mayoría de las operaciones se basaban en inteligencia aplicable, pero no necesariamente irrebatible. Creo que ese fue el aspecto más preocupante de las operaciones que se llevaron a cabo.” Scahill, 2013: 253.
8 Respecto del seguimiento de vehículos es interesante la reflexión de Peters (2007: 32): “Según se dice, los satélites pueden leer una chapa de carro (y más) desde su posición sobre la tierra. Pero pocas veces pueden determinar si un camión Toyota abollado tiene adentro un civil inocente, un bombardero suicida o un jefe terrorista. Si el enemigo no emplea ninguna tecnología comunicacional, hemos regresado al factor humano para detectar los blancos.”
9 “[…] aunque algunos ataques se han dirigido contra líderes y cuadros de Al Qaeda, otros muchos han consistido en signature strikes contra individuos cuya identidad se desconocía pero que desarrollaban patrones de conducta que supuestamente les vinculaban a organizaciones terroristas e insurgentes.” Jordan y Baqués, 2014: 96.
10 Según el pensamiento hegemónico actual, hoy “aparecen nuevas amenazas derivadas de la proliferación de armamento, del terrorismo internacional, de la fragilidad de los Estados y del crimen organizado.” Suárez Pertierra, 2010: 22.
11 “[…] el Derecho penal del enemigo se caracteriza por tres elementos: en primer lugar, se constata un amplio adelantamiento de la punibilidad, es decir, que en este ámbito, la perspectiva del ordenamiento jurídico-penal es prospectiva (punto de referencia: el hecho futuro), en lugar de —como es lo habitual— retrospectiva (punto de referencia: el hecho cometido). En segundo lugar, las penas previstas son desproporcionadamente altas: especialmente, la anticipación de la barrera de punición no es tenida en cuenta para reducir en correspondencia la pena amenazada. En tercer lugar, determinadas garantías procesales son relativizadas o incluso suprimidas.” Cancio Meliá, 2007: 90/1
12 “[…] la guerra no pertenece al campo de las artes o de las ciencias, sino al de la existencia social. Es un conflicto de grandes intereses, resuelto mediante derramamientos de sangre, y solamente en esto se diferencia de otros conflictos. Sería mejor, si en vez de compararlo con cualquier otro arte lo comparáramos al comercio, que es también un conflicto de intereses y actividades humanas […]”. Clausewitz, [1832] 1983: 91.
13 “[…] la necesidad de una Marina de guerra nace del solo hecho de existir una flota mercante, desapareciendo con ella […]”. Mahan [1890] 1946: 38.
14 “[…] «modular es moldear de manera continua y perpetuamente variable». Simondon, Gilbert; L'individu et sa genèse physico-biologiq, citado por Deleuze y Guattari, [1988] 2002: 430.
15 He criticado esta concepción, fundamentalmente imprecisa y contradictoria, proponiendo una sistematización del concepto. Cf. Nievas, 2015.
16 “La stásis —ésta es nuestra hipótesis— no tiene lugar ni en el oikos ni en la polis, ni en la familia ni en la ciudad: ella constituye una zona de indiferencia entre el espacio impolítico de la familia y el espacio político de la ciudad. […] Esto significa que, en el sistema de la política griega, la guerra civil funciona como un umbral de politización y de despolitización, a través del cual la casa se excede en ciudad y la ciudad se despolitiza en familia.” Agamben, 2017: 25.
17 “Hoy día ya no es posible seguir aferrándose a las concepciones tradicionales del espacio o imaginarse el espacio aéreo como una mera pertinencia o como un ingrediente, sea de la tierra o del mar, lo cual equivaldría a pensar de un modo francamente ingenuo desde abajo hacia arriba. Sería la perspectiva de un observador que, desde la superficie de la tierra o del mar, mira al aire con la cabeza inclinada hacia atrás, desde abajo hacia arriba, mientras que el bombardero que cruza el espacio aéreo produce su tremendo efecto desde arriba hacia abajo. A pesar de todas las diferencias entre la guerra terrestre y la guerra marítima, existía en estos dos tipos de guerra un nivel común, y la lucha se desarrollaba, también en sentido espacial, en la misma dimensión en la que los combatientes se enfrentaban sobre un plano idéntico. El espacio aéreo, en cambio, se convierte en una dimensión propia, un espacio propio que, como tal, no enlaza con las superficies separadas de tierra y mar, sino hace caso omiso de su separación, distinguiéndose, así esencialmente en su estructura, tan sólo por esta razón, de los espacios de los otros dos tipos de guerra.” Schmitt [1950] 2005: 353.
18 El primer teórico de la aviación militar fue Giulio Dohuet, cuya primera experiencia —participó del bombardeo a Trípoli, en 1911 (Headrick, 2011: 284; Lindqvist, 2002: §. 77/80)— antecedió una década a la aparición de su reflexión teórica, en la que anticipaba que, a partir del avión “no hay zonas donde la vida pueda trascurrir en completa seguridad y tranquilidad. […] Todos los pobladores serán combatientes porque todos estarán expuestos a la ofensiva del enemigo: no habrá división entre beligerantes y no beligerantes. […] El bombardeo desde el aire no puede ciertamente alcanzar la precisión del tiro de la artillería, pero esto no tiene importancia alguna porque tal precisión no es necesaria. […] El criterio que debe guiar las acciones del bombardeo aéreo es el siguiente: El bombardeo debe destruir completamente el blanco atacado.” Dohuet [1921] 1930: 15 y 27.
19 En las últimas décadas se ha acelerado la fragmentación política de la superficie terrestre: en la ONU se incorporaron 32 Estados en la última década del siglo pasado, y 5 en lo que va del presente. Sobre esta tendencia vid Méndez Gutiérrez del Valle, 2011: 133-79.
20 “La transparencia es en realidad un dispositivo neoliberal. De forma violenta vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información. En el modo actual de producción inmaterial, más información y comunicación significan más productividad, aceleración y crecimiento.” Byung-Chul, 2014: 21-2
21 Los vínculos entre economía y violencia son bastante evidentes y circunscribirlos a las “mafias” es, como mínimo, ingenuo. Sirva el siguiente ejemplo como ilustración: en plena guerra de Bosnia entre los bosnios musulmanes contra los bosnio-croatas (católicos) apoyados por Croacia y los serbio-bosnios (ortodoxos) apoyados por Serbia, los presidentes de Bosnia y Croacia “acordaron que las armas seguirían llegando” a Bosnia vía Croacia (contrabando de armas), “a cambio de que los bosniacos continuaran vendiendo electricidad para las poblaciones dálmatas.” Veiga, 2011: 221.
22 “En su libro Mil mesetas, Deleuze y Guattari establecen una distinción entre dos tipos de territorialidad: un sistema estatal jerárquico, cartesiano, geométrico, sólido, hegemónico y espacialmente rígido; y otro flexible, móvil, liso, un espacio nomádico similar a una matriz. Dentro de estos espacios nomádicos, Deleuze y Guattari previeron organizaciones sociales en una variedad polimorfa y difusa de redes operativas. Los rizomas y las máquinas de guerra son organizaciones compuestas por una multiplicidad de grupúsculos con capacidad para dividirse o mezclarse entre sí dependiendo de las contingencias y circunstancias, y que se caracterizan por su capacidad de adaptación y metamorfosis.” Weizman, 2012: 56.
23 “«[…] la técnica del enjambre consiste en una llegada simultánea a un objetivo de un gran número de nódulos, si es posible desde los 360°, que actúa con relativa autonomía.» En opinión de Gal Hirsch, otro licenciado de la OTRI, la técnica del enjambre crea un «zumbido ruidoso» que hace muy difícil para el enemigo saber dónde está el ejército y en qué dirección se está moviendo. […] un enjambre «no tiene forma, parte trasera o flancos, sino que se mueve como una nube».” Weizman, 2012: 23.
24 Los ejércitos regulares no solo rotan a los soldados cada determinado tiempo, aún en pleno combate si ello es posible, y algunos se apoyan en estimulantes químicos y sonoros —ya que no morales, propios de la guerra interestatal— para aumentar la agresividad de los mismos, y luego en la farmacología —suministrando metirapona— para eliminar los recuerdos traumáticos.
25 El último caso fue un joven de 18 años, en Chubut, por la presunción de que había robado un teléfono celular. Falleció el 15/3/18. Cf. Arellán, 2017; Gamallo, 2017; Cortés Domínguez y Pinzón Rico, 2017; y Campelo y Forte, 2017.

Notas de autor

UBA / CONICET – Instituto “Gino Germani”

Temas de investigación: violencia y espacialidad flabian.nievas@gmail.com

Dr. en Ciencias Sociales. Prof. Titular de Sociología Sistemática (Fac. de Cs. Sociales-UBA) y de Sociología (CBC-UBA). Investigador independiente de CONICET. Autor de Lucha de clases. Una perspectiva teórica-metodológica (Imago Mundi, 2016); coautor de Guerra: Modernidad y contramodernidad (Espacio Abierto, 2015); compilador de Perspectivas sociológicas (Eudeba, 2015).

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