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Rodolfo Porrini Beracochea, Montevideo, ciudad obrera. El tiempo libre desde las izquierdas (1920-1950), Montevideo: Ediciones Universitarias, Universidad de la República, 2019, pp. 331. ISBN: 978-9974-0-1645-3
Sergio Yanes Torrado
Sergio Yanes Torrado
Rodolfo Porrini Beracochea, Montevideo, ciudad obrera. El tiempo libre desde las izquierdas (1920-1950), Montevideo: Ediciones Universitarias, Universidad de la República, 2019, pp. 331. ISBN: 978-9974-0-1645-3
Revista de Historia de América, núm. 160, 2021
Instituto Panamericano de Geografía e Historia
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Reseñas

Rodolfo Porrini Beracochea, Montevideo, ciudad obrera. El tiempo libre desde las izquierdas (1920-1950), Montevideo: Ediciones Universitarias, Universidad de la República, 2019, pp. 331. ISBN: 978-9974-0-1645-3

Sergio Yanes Torrado
Universitat Oberta de Catalunya, España
Revista de Historia de América
Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México
ISSN: 0034-8325
Periodicidad: Semestral
núm. 160, 2021


La escasa difusión que han tenido las investigaciones específicas sobre el ocio en la cultura popular ha allanado el camino a las teorías empeñadas en analizar el tiempo libre de las clases trabajadoras como aspiración y emulación de los comportamientos de las clases dominantes. Pero el estudio de las formas y los sentidos particulares que adquiere el tiempo libre en la cultura obrera —como cultura popular— tiene un amplio recorrido en la literatura que no debe pasar desapercibido. Ahora, la publicación Montevideo, ciudad obrera. El tiempo libre desde las izquierdas (1920-1950), de Rodolfo Porrini —libro que deriva de su tesis doctoral— viene a sumarse a un ámbito temático nutrido, pero con amplio margen para nuevas investigaciones.

Focalizando en el contexto uruguayo, son referentes en esta cuestión a Carlos Zubillaga, Graciela Sapriza, Daniel Vidal o Yamandú González Sierra. Este último figura en un lugar destacado en el estudio de las culturas ociosas de los trabajadores y las trabajadoras uruguayas gracias a su exploración de los “domingos obreros” en los albores del siglo XX. Ya fuera como contracultura o cultura alternativa, todos estos autores y autoras —de los que Porrini reconoce su influencia— entienden la cultura obrera como una esfera creativa impregnada de conciencia de clase y enfrentada a los modos de hacer capitalistas. Situados en el rechazo al positivismo historiográfico, convergen en una perspectiva analítica que dota a los sujetos de agencia política e impulso para expresarse y construirse con códigos propios, recomponiendo atributos importantes de los contextos sociales que habitan.

Montevideo, ciudad obrera está organizado a imagen y semejanza de su objeto de estudio. Su dinamismo secuencial no debe ser interpretado como algo impostado por el autor, al contrario, lo que Porrini consigue con esta organización del texto es un fiel reflejo de una ciudad urbana, por lo tanto, en constante proceso de cambio. La construcción de infraestructuras, la modernización del transporte, la proliferación de una cultura con vocación de masas, la reconversión turística del frente marítimo o el despliegue de símbolos y monumentos patrióticos por doquier, fueron tan sólo algunos de los elementos que marcaron la recentralización de la vida económica, política y sociocultural del país hacia Montevideo. En la trastienda de esta modernización, fue cayendo la ganadería y aumentando el sector manufacturero, surgieron nuevos complejos fabriles y con ellos nuevas barriadas y nuevos barrios obreros de vivienda popular. La “barrialización” de Montevideo se fundamentó y fue a su vez catalizadora de relaciones sociales cercanas, hábitos, creencias y adhesiones localizadas que configuraron, durante las siguientes décadas, el sentido de un sinfín de identidades y pertenencias barriales.

El estudio de Porrini sitúa a los sujetos de la acción en el seno de las tres grandes organizaciones obreras de la época: anarquistas, socialistas y comunistas. Unas organizaciones políticas, gremiales y sindicales que a principios del xx, han madurado y desarrollado ya un cierto estilo popular, incluso no partidario, de hacer política. Al calor de los avances sociales y laborales del gobierno batllista, crecieron los ateneos, los centros sociales obreros, los complejos de ocio y reposo (“colonias de vacaciones”), los espacios “verdes” y un sinfín de territorios de esparcimiento “al aire libre”. Una amalgama de espacios y actividades de ocio cobraron buena parte de su sentido gracias a los preceptos higienistas de la época. Como en tantas otras ciudades industriales de Europa, el higienismo no fue sólo una orientación médica, sino también un conjunto de fórmulas y planteamientos capaces de dotar de ciertas garantías sanitarias a los trabajadores y apaciguar de ese modo la conflictividad social derivada de sus penosas condiciones de vida. El higienismo debe entenderse también como un aspecto biopolítico de la paz social.

Otro de los fuertes de la obra es su perspectiva metodológica, y esto es así por al menos dos motivos. El primero de ellos es el acertado enfoque urbano que atraviesa toda la investigación. Aunque pueda resultar redundante o incluso muy evidente a posteriori, no siempre es habitual un trabajo historiográfico que analice el ocio tanto en el tiempo como en el espacio. La ciudad obrera no es un mero marco estático sobre el que situar el ocio popular, es sobre todo el producto social, y por lo tanto político, de ese ocio. En segundo lugar, y en lo relativo a las fuentes de consulta, merece ser destacado tanto el esfuerzo del autor por recabar datos y referencias en el importante y voluminoso archivo hemerográfico uruguayo como el interés que muestra por el uso de las entrevistas y la memoria oral, algo que permite dar cuenta del contraste existente entre la moral oficialista de la prensa doctrinaria y las expresiones del ocio popular.

Entrando ya en el análisis de esas expresiones ociosas de la clase obrera, Porrini parte de tres ámbitos de sociabilidad que aún hoy se antojan como instituciones sociales de primer orden: el futbol, el carnaval y los boliches o tabernas. Difícilmente puede hacerse una historia de la vida cotidiana uruguaya sin hacerles mención. En el caso del futbol, su llegada al país se vincula con los primeros contingentes de trabajadores ingleses tras la Guerra Grande (1839-1851), aunque su desarrollo no se percibe hasta bien entrado el siglo XX, precisamente de la mano de las mencionadas reformas laborales y sociales del batllismo. Su aceptación por las izquierdas no fue inmediata; durante las dos primeras décadas censuraron su práctica por el uso comercial y chauvinista que hacía de él la burguesía. El futbol era considerado uno de los opios del pueblo. A pesar de esto, no dejaron de formarse clubs barriales estrechamente vinculados a posiciones socialistas, anarquistas o comunistas. Algunos de ellos han logrado incluso mantenerse en el tiempo —no sin cambios— y hoy integran con total normalidad el campeonato oficial uruguayo.

El carnaval fue otro de esos ámbitos de controversia entre los discursos oficialistas de la izquierda y las expresiones populares. Para los primeros, “la fiesta implicaba malgastar las energías en vez de aplicarlas en la utopía revolucionaria […] Los pobres se reían mientras eran el triste espectáculo de los ricos” (Porrini, 2019: 139). Pero para los segundos, el carnaval era un “rito de inversión”, un espacio-tiempo de subversión capaz de performar un orden social antagónico. Los Huelguistas, Burgueses y proletarios, Conciencias y estómagos, Mi patria es el mundo entero, fueron algunos de los conjuntos carnavalescos ácratas que durante la primera década del siglo XX enfrentaron en las calles de Montevideo el discurso moral que la prensa socialista y anarquista pregonaba con vehemencia: “La tradicional farsa se avecina; el día de los imbéciles se acerca”, se podía leer en las páginas de una publicación anarquista. El tono de la propaganda roja no difería mucho a pesar incluso de existir algunas murgas abiertamente comunistas.

La presencia habitual de trabajadores en boliches, cafeterías y tabernas tampoco pasó desapercibida. Fueron lugares que, lejos de la bohemia del Novecientos, se consideraron tugurios de mala vida. Durante las primeras dos décadas del siglo XX, socialistas y anarquistas le declararon la guerra al alcohol. Los preceptos higienistas y eugenésicos sirvieron nuevamente de contenido moral en la promoción de la vida sana en el cuerpo sano del hombre instruido. “El alcohol es una de las armas más poderosas del capitalismo para atrofiar el cerebro del obrero, y por lo tanto obstrucciona el camino de la liberación”, rezaban las páginas de una publicación sindical.

Pero partir de los años 1930 algunas cosas empiezan a cambiar. El tiempo de ocio se fue reconociendo como una institución social con entidad propia y más allá de su función formativa y de militancia —educar, organizar e iluminar. Estos cambios no fueron espontáneos. La idea de bienestar, el aumento de la protección social o el fomento de la industria fueron creando un nuevo marco de referencia para una clase trabajadora ya “iluminada y organizada”. Se resituó la lucha obrera, pero también el ocio y el tiempo libre adquirido con la legislación laboral reformista y la jornada de ocho horas.

Los medios de socialización y expresión cultural fueron amplios y diversos. En la tercera parte de la obra, Porrini se centra en aquéllos que confluyeron en la formación de una cultura alternativa y contrapuesta a la burguesa, como los periódicos El Socialista, Solidaridad, Tierra o el ya nombrado Justicia. También lo fue el cine, la radio, la literatura, los ateneos, las escuelas, las universidades populares, las bibliotecas o un sinfín de actividades como veladas o festivales culturales. Todas estas expresiones ayudaron a territorializar el ocio entre los militantes de izquierda.

Esta apertura a partir los años 1930 se mantiene hasta los 1950 y permite dar cuenta de la fuerza que las organizaciones de izquierda, su capacidad de movilización dentro y fuera de las fábricas, en los espacios del tiempo libre, en sus expresiones culturales y sus dimensiones populares. Como Porrini desarrolla en el quinto capítulo, los espacios naturales fueron sinónimos de pureza y armonía, escenarios para los anhelos de un mundo nuevo. Los paseos y las excursiones fueron habituales, aunque la gran institución al aire libre fue sin duda el picnic. Planteado como un tipo de festival campestre, implicaba un importante trabajo previo de preparación y organización, y podía llegar a reunir hasta mil personas. El peso que el picnic ocupó en la cultura popular uruguaya ha sido un tema pendiente que Porrini ha cubierto de forma lúcida con multitud de referencias y situaciones ilustrativas.

Por último, y como contrapunto a la excelente labor de Porrini, Montevideo, ciudad obrera también posee algunas ausencias importantes que limitan y sesgan su análisis. Me refiero a la falta de una perspectiva de género e interseccional que permita enfocar sobre una parte de la población que en el texto queda diluida o directamente ausente. El análisis de clase acaba invisibilizando la mano de obra encargada de la reproducción social de los trabajadores que forman esa misma clase. Si de por sí ya es un “olvido” alarmante, más lo es cuando el tema analizado es el ocio. Debe dejarse claro ante posibles suspicacias: sin el trabajo doméstico de las mujeres el ocio de los hombres no sería posible. Pero es que a esto además debe añadirse una segunda dimensión, y es que las mujeres también tenían ocio, aunque no dispusiesen de tiempo libre o éste no estuviese siempre situado en los espacios del hombre. Lo mismo podría afirmarse del ocio entre las poblaciones indígenas o afrodescendientes. Dividir a la población en dos clases y suponer que la subalternidad no contiene opresiones en su interior es un punto de partida teórico y epistemológico que debería superarse cuanto antes mejor.

En resumidas cuentas, Montevideo, ciudad obrera es una obra densa y rigurosa que cubre un ámbito a menudo problemático como es el tiempo libre en la cultura obrera. El acierto de Porrini ha sido analizar este ocio desde sus procesos de producción y no como un mero conjunto de productos o culturas de consumo. El ocio constituye y da forma a la ciudad obrera, expresando otros ámbitos posibles.

Este tipo de trabajos se antojan, por lo tanto, necesarios para desmontar parte de los enfoques que consideran el ocio como un terreno para el consumo dirigido, altamente alienante. A lo largo de sus páginas, se demuestra que el tiempo libre puede ser también un tiempo político, generador de resistencias, confrontaciones y alternativas al sistema social dominante. Supone por lo tanto una magnífica contribución, tanto a la historia popular latinoamericana como a los estudios de subalternidad.

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